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Un Juego para Asesinos
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Un Juego para Asesinos
Libro electrónico716 páginas10 horas

Un Juego para Asesinos

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Información de este libro electrónico

Es la cúspide de la Guerra Fría, y un equipo de asesinos está persiguiendo agentes de la Inteligencia Británica.


En medio de la desesperación, la agencia envía su mejor agente para cazar a los asesinos. Jack "Gorila" Grant no es el típico agente secreto. Inflexible y tosco, no se parece a los elegantes operativos de inteligencia.


Arrastrado a un juego mortal, Jack pronto comprende que incluso el espía perfecto puede morir en un laberinto de espejos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 mar 2022
Un Juego para Asesinos

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    Un Juego para Asesinos - James Quinn

    Un Juego para Asesinos

    UN JUEGO PARA ASESINOS

    CRÓNICAS DE EDICIÓN LIBRO 1

    JAMES QUINN

    TRADUCIDO POR

    ANA MEDINA

    Derechos de autor (C) 2015 James Quinn

    Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2022 por Next Chapter

    Publicado en 2022 por Next Chapter

    Arte de la portada por CoverMint

    Editado por Natalia Steckel

    Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.

    Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

    Un juego para asesinos y sus personajes son marcas registradas de James Quinn.

    ÍNDICE

    Entran los asesinos

    Capítulo 1

    Las reglas del juego

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Contraataque

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    A modo de engaño

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Rey negro, reina blanca

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Movimientos en la sombra

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Final del juego

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Jaque mate

    Epílogo

    Dedicatoria

    Agradecimientos

    Querido lector

    Sobre el autor

    "Debes aprender las reglas del juego.

    Y luego tienes que jugar mejor que todos los demás".

    ALBERT EINSTEIN

    ENTRAN LOS ASESINOS

    LIBRO UNO

    CAPÍTULO

    UNO

    REPÚBLICA DOMINICANA – 30 DE MAYO DE 1961

    El fuerte sol del día finalmente estaba bajando, y daba paso a una noche más cómoda y fresca. A pesar de eso, los insectos y mosquitos del pantano cercano todavía volaban cerca, con la esperanza de alimentarse en los últimos vestigios del calor del día y picando, ocasionalmente, a los seis cuerpos tendidos en la cuneta junto a la carretera.

    Los asesinos habían estado en el sitio durante las últimas tres horas, esperando, sudando e ignorando los insectos y el calor. Eran ocho en total: seis dominicanos y dos europeos. Los europeos y cuatro del equipo nativo estaban esperando en la cuneta por el objetivo; los dos restantes estaban aparcados a unos cientos de metros del camino, actuando como vigías. También era su trabajo servir como vehículos bloqueadores para atrapar las limusinas del Benefactor en el centro de la zona mortal.

    El Catalán miró a su compañero, el Georgiano. Ambos vestían ropas de civil: camisas con mangas cortas, pantalones resistentes y botas de trabajo. La radio volvió a la vida. Ambos europeos se miraron una vez más y sus miradas se cruzaron. Sabían lo que eso significaba. Sin falsas alarmas, sin arrepentimientos, sin errores. La matanza comenzaría pronto.

    —La luz es brillante, la luz es brillante —chilló el vigía por la radio. Ese era el código para señalar el inminente paso de la caravana del Benefactor.

    Los asesinos habían sido financiados y alentados por los estadounidenses de la embajada, y la llegada de esos dos especialistas europeos los había animado desde lo que una vez había sido la esencia de una idea hasta convertirla en algo que estaba a punto de ser muy real.

    La Agencia se había cansado rápidamente del creciente descenso en popularidad del Benefactor, y temiendo que no pondría mucha resistencia para rechazar una toma de control por parte de los comunistas, decidieron que sería beneficioso sacarlo del poder. Pensaron: Si no es nuestro, no será de nadie. No transcurrió mucho tiempo para que la Agencia llamara a sus más versátiles operadores independientes (los dos europeos) para planificar detalladamente y para organizar a los inexpertos y muy incultos luchadores por la libertad con el objetivo de convertirlos en un pequeño pero efectivo equipo de asesinos.

    En ese momento el grupo de asesinos estaba asimilando el código. Los hombres se tensaron, las armas fueron revisadas, los seguros fueron retirados y las culatas de los rifles fueron colocadas en posición. Primero vieron la nube de polvo, levantada del árido camino rural mientras la caravana de dos autos avanzaba a toda velocidad. La Inteligencia que habían recibido les indicaba que la carretera (un atajo tranquilo) tenía la mayor probabilidad de ser usada cuando el Benefactor visitara a su amante favorita en San Cristóbal. Era el sitio perfecto para una emboscada.

    La nube de polvo se acercaba, y el rugido de los pesados motores se hacía más fuerte. Y entonces, sucedió; sin prisa ni con un ritmo frenético, sino lentamente: el avance a velocidad media de la caravana de dos relucientes Lincoln; el bramido del motor de la camioneta de ataque, que aceleraba para bloquear la caravana; el rugido de la camioneta cuando giró en una U perfecta en el centro del camino, lo que causó que los vehículos del Benefactor clavaran los frenos con prisa. Y luego el ruido de las múltiples armas automáticas mientras escupían muerte, apuntadas de forma muy certera a la caravana.

    Por un breve momento, nada más, el ruido fue ensordecedor. Los hombres del equipo de asesinos estaban ansiosos por entrar en la pelea y descargar tantas municiones como les fuera posible a los vehículos del presidente. Cada uno de ellos desea poder contar la historia a sus nietos. Cada uno quiere ser el hombre que mató a la bestia de Trujillo.

    La primera ráfaga fue impresionante y dejó completamente inutilizados los autos. Luego, a medida que algunos de los hombres de seguridad del presidente se esforzaban por recuperar la iniciativa, e incluso consideraron responder al ataque, los luchadores por la libertad se pusieron en movimiento, disparando, acercándose al enemigo, cambiando cargadores para poder continuar con la salva.

    A la cabeza estaba el socio del Catalán, el georgiano regordete y de apariencia dura que les gritaba: Atacar hacia adelante, antes de vaciar su propia arma en un desafortunado guardaespaldas que había decidido correr. Parecía que no podía haber sobrevivientes… ni testigos. Luego, el sonido flaqueó y se detuvo, el humo comenzó a disiparse y la remoción del aparentemente imbatible dictador estaba a punto de culminar. Fue tan rápido… y tan fácil, después de todo.

    El Catalán se levantó de su posición boca abajo y le indicó al Georgiano que se dirigiera al vehículo de apoyo del presidente, donde los pocos guardaespaldas restantes estaban siendo arrastrados sin contemplaciones fuera del auto y golpeados. No resistirían mucho más. Se acercó con mucha calma al vehículo principal. Su rostro era una máscara de sudor y tensión, por el serio negocio del asesinato. Los lados y ventanas del auto habían quedado destruidos por múltiples agujeros de bala y estaban manchados con sangre desde el interior. El olor a muerte ya se dejaba sentir.

    —Lucharon con valentía, comandante —señaló Rafael, el miembro más joven del equipo. El Catalán asintió y se asomó dentro del vehículo. Era una morgue. El conductor y el guardaespaldas habían sido pulverizados. Se escuchó una serie de disparos en la cercanía.

    El Catalán se enderezó y miró alrededor hasta encontrar al Georgiano y su equipo, que estaban ejecutando a los guardaespaldas restantes.

    —¿Dónde está Trujillo?

    —Salió corriendo hacia los árboles. Ramón le disparó en las piernas. Lo está custodiando y esperando por usted.

    —Entonces, ¿el Benefactor todavía está vivo?

    —Sí, señor.

    —Y de los nuestros, ¿alguna baja?

    —No, señor. Los otros no supieron lo que ocurrió.

    El Catalán se dirigió hacia los árboles y allí, con el pequeño luchador por la libertad que lo custodiaba, estaba tendido el hombre que había tenido una pequeña nación en su puño durante más de treinta años. Brotaba sangre de sus piernas (que estaban en un ángulo imposible), su traje estaba cubierto con lodo y polvo, pero el rostro… el rostro todavía reflejaba desdén y arrogancia. Pero no por mucho tiempo.

    —Presidente, ¿sabe quién soy?

    El hombre rechoncho con cabello blanco lo fulminó con la mirada.

    —¡Eres un cerdo luchador por la libertad y un desgraciado que le chupa la polla a los traidores!

    El Catalán sonrió y sacudió la cabeza.

    —No, señor, yo no soy de su linda isla. Yo vengo de muy lejos de aquí… pero tengo un mensaje, un mensaje de los estadounidenses. —La impresión en el rostro de Trujillo es clara. Ha sido burlado por los estadounidenses—. Su tiempo aquí ha terminado —murmura y, con un rápido movimiento, sacó una pistola de gran calibre, una Smith & Wesson, y con un solo disparo atravesó el ojo del dictador. Un viejo muerto en una cuneta—. Ramón, reúne a los muchachos y lleven el cuerpo para esconderlo. Y toma… —Le entregó el revólver al único testigo de la ejecución—. Si alguien pregunta, le disparaste a Trujillo, ¿de acuerdo?

    Ramón tomó la pistola y se la quedó mirando, sintiendo su peso y la grasa en sus dedos. Era una buena arma.

    —Sí, señor. Podemos ocultar el cuerpo en una de las casas de seguridad hasta que sea el momento para mostrárselo al mundo.

    El Catalán asintió su acuerdo.

    —Bien, entonces, se organizan y ¡se van! Márchense de aquí lo más rápido posible.

    —¿Qué hay de usted, comandante? ¿Usted y La Bala?

    La Bala era el apodo que los muchachos le habían dado al Georgiano. Era una expresión de afecto porque el pequeño georgiano ciertamente se parecía a una bala. Pequeño, regordete, duro, calvo…

    —Nos marcharemos por otra ruta. No volverán a ver a ninguno de los dos. Nuestro trabajo aquí ha terminado. Que les vaya bien.

    El Catalán y el Georgiano tendrían que moverse con rapidez. Tenían un vehículo aparte estacionado a varios minutos de distancia en una carretera principal, que los llevaría a una casa de seguridad que habían estado usando durante las últimas semanas. Los esperaba una ducha y un cambio de ropa antes de ofrecer un informe de acción a Tanner, su oficial de la CIA en el país y encargado de ese caso, en una reunión en el hotel Rafael en Ciudad Trujillo.

    Para cuando las noticias sobre la desaparición del Benefactor habían comenzado a filtrarse, ellos estarían en un hidroavión camino a Miami y su contacto de la CIA informaría a Langley que los Agentes QJ/WIN y WI/ROUGE (el Catalán y el Georgiano respectivamente) habían cumplido con los términos de su asignación y estaban en camino a los Estados Unidos para rendir su informe final al jefe del Departamento de Acción Ejecutiva.

    BEIRUT, LÍBANO – AGOSTO DE 1962

    El pequeño y robusto hombre estaba en la esquina de la concurrida calle. Consultó su reloj con aire despreocupado. Supuestamente para ver la hora pero, en realidad, era para ver si lo estaban observando. Dio una rápida mirada a ambos lados de su periferia. Nada.

    Vestía un ligero traje color crema que le habían elaborado en una visita rápida que había hecho a Hong Kong algunos años atrás, y una camisa azul pálido con el cuello abierto. El sol de Oriente Medio se había filtrado entre su cabello rubio platinado y muy corto, y quemaba su cuero cabelludo. Llevaba un par de lentes de sol envolventes para reducir el brillo. Tenía treinta y tantos años, era delgado, estaba en forma y alerta. Su criptónimo era Gorila. Era un nombre que le quedaba como un guante, no por su tamaño ni volumen, sino por su paso oscilante cuando caminaba, el ceño fruncido detrás de los lentes de sol, y el esbozo de una hirsuta naturaleza que se asomaba por debajo de su traje a la medida.

    Estaba de nuevo en movimiento, avanzando entre los caminos peatonales, pasando los concurridos restaurantes y cafés. Mujeres de apariencia exótica con caderas bamboleantes hacían sus compras en las tiendas de diseñador, hombres de negocios realizaban reuniones sobre un plato de meze, y amigos conversaban frente a tazas de Café Blanc, el té de hierbas elaborado a partir de agua caliente, azahar y miel. Es fácil de ver por qué Beirut es conocida como la París de Oriente.

    Avanzó a un paso constante a lo largo de la calle Hamra, teniendo cuidado de no mirar a nadie directamente a los ojos, ni de tropezar con los montones de cuerpos que se agrupaban en las aceras. Si hubiera tropezado con alguien, hubiera expresado un respetuoso "Pardon en moi". Estaba utilizando el francés dado que se adaptaba mejor a su cubierta y ocultaría su identidad para después.

    Fue entonces cuando vio a su Escudero. Un hombre gordo con un bigote común y tez morena estaba sentado en un viejo Buick. Su cubierta era pasar por un Servee, el término utilizado para el conductor de taxi. Tanto el conductor como el auto definitivamente habían visto mejores días. Un Escudero era un activo de Inteligencia local y de bajo rango, que proporcionaba equipos o servicios a los agentes de campo visitantes. Documentos falsos, dinero, casas de seguridad, armas y transporte caían dentro de la competencia del Escudero, y al igual que sus contrapartes de la Edad Media, se esperaba que estuvieran disponibles con poca anticipación.

    Después de una mirada rápida, Gorila cruzó y con tranquilidad subió al asiento trasero del vehículo, detrás del asiento del acompañante. Si pensaba que hacía calor en la calle, no era nada comparado con la agobiante humedad que enfrentó dentro del auto. Por el otro lado, el vehículo tenía una visibilidad limitada, en parte debido a las ventanas cubiertas de polvo que nunca habían sido limpiadas, lo que permitía que la reunión en su interior fuera lo más discreta que podía ser.

    El Escudero permaneció inmóvil y continuó mirando hacia fuera a través de la ventana por la que observaba a los transeúntes. La calle Hamra estaba concurrida a esa hora del día, y eso hacía más difícil detectar los equipos locales de vigilancia, de manera que habló por la comisura de su boca y ocasionalmente miraba por el espejo retrovisor.

    Sallam Allaikum —saludó el conductor.

    Allaikum Sallam —respondió Gorila. Una vez realizadas las formalidades, se concentraron en los negocios.

    —¿Sabes a dónde va?

    Gorila asintió. Había leído los reportes y conocía la ruta por haber estudiado un mapa local.

    El objetivo tenía una pequeña oficina ubicada en una tranquila esquina de la Rue Jeanne D’Arc y Gorila había llamado esa misma mañana para programar una reunión de negocios con el objetivo, utilizando el ardid de que era un inversor francés que quería contratar los servicios del objetivo a través de su negocio de importación y exportación. Gorila había insinuado que tenía una carga ilegal que debía movilizar y esperaba haber azuzado la curiosidad y avaricia del objetivo. Al menos de esa manera, el objetivo estaría solo y exactamente donde lo quería Gorila.

    —¿El paquete?

    —Debajo del asiento. Es lo mejor que pude conseguir con tan poco tiempo, pero creo que será suficiente.

    Gorila buscó debajo del asiento del conductor y sacó un pequeño bolso. Dentro, cubierto con un cuadrado de muselina, se encontraba su herramienta de trabajo para este día: una Beretta M1951, completa con silenciador. Vieja pero confiable, no era su arma favorita, pero dados los limitados recursos disponibles, ciertamente era aceptable.

    Rápidamente probó el resorte del cargador, revisó el mecanismo del arma, le adaptó el silenciador, ajustó el cargador y dejó que la corredera se deslizara hacia adelante. Una rápida revisión de la cámara para asegurarse de que la bala se encontraba adecuadamente asentada y entonces colocó el seguro.

    Su único equipo adicional era un ramo de claveles. Para el observador casual parecería un hombre de camino a encontrarse con su novia o amante, pero el ramo ocultaría la Beretta con el silenciador en una funda entre las flores. Gorila ocultó el arma dentro del ramo y lo colocó en el doblez del codo de su brazo izquierdo.

    El objetivo era un agente por contrato nacido en el Líbano, que respondía al nombre de Abu Qassam, quien había estado jugando para ambos bandos en el norte de África francés, operando para los británicos pero traicionando sus operaciones con el ELN, el Ejército de Liberación Nacional.

    Las cosas llegaron a un punto crítico cuando se descubrió que había formado parte personalmente en la tortura y asesinato de un activo clave de Inteligencia británica en la región. Al darse cuenta de que había abusado de su suerte, había huido a su Beirut natal donde, erróneamente, había supuesto que podría ocultarse y que, años después, estaría a salvo.

    Los británicos podrían perdonarle su traición… hasta cierto punto. Pero el asesinato de uno de los suyos… ¡jamás! Se dedicaron a planificar su venganza. Organizaron un equipo de rastreo, cobraron favores en la comunidad de Inteligencia, presionaron a algunas fuentes… hasta que consiguieron su nuevo nombre. Luego, consiguieron su dirección. Luego, tuvieron una hora y una fecha. Y fue en ese momento cuando ese pequeño hombre con el ligero traje de verano, Gorila, fue llamado.

    La especialidad de su unidad era tratar con agentes enemigos, traidores, extremistas… y esa era su operación de novato para ellos. Un golpe le habían dicho; entrada rápida, salida rápida. Hazlo bien y subirás un escalón en la escalera, quizás incluso un traslado permanente. En verdad, Gorila sabía muy poco sobre los antecedentes del caso, solo lo mínimo, y para ser sinceros, eso era demasiado de todas formas. Para ese tipo de operación, la única información que requería era la hora, ubicación y descripción; en su opinión, todo lo demás era presunción del oficial del caso que dirigía el espectáculo. Su única prioridad era ejecutar el trabajo y alejarse sin problemas.

    —Esperaré aquí —anunció el Escudero—. Puedo darle cinco minutos como máximo, después de eso estará por su cuenta.

    Gorila asintió.

    —Cinco minutos es más que suficiente; no estoy planeando sostener una conversación con él. Mantenga el motor encendido.

    Observó la calle rápidamente y salió del auto, llevando su regalo fatal con cierta indiferencia.

    Había matado a otros anteriormente durante su época en el ejército, algunos en situaciones no muy diferentes a esa, pero nunca a un blanco seleccionado tan fríamente, de una forma tan despiadada. Sabía que era más que capaz de realizar la tarea que el coronel le había asignado; ¿por qué otra razón habría sido seleccionado? Gorila tenía una colección especial de habilidades que lo hacían útil para trabajos como ese. Lo sabía, el coronel lo sabía y la jerarquía en Broadway lo sabía.

    Se deslizó por la calle, buscando desde detrás de los lentes oscuros a personas que se interesaran en él, pero no encontró a nadie. Se movía como un fantasma. Ese era uno de los talentos de Gorila: la habilidad casi intuitiva para pasar desapercibido. Uno de sus instructores le había comentado en una ocasión que podría perderse en una multitud de dos personas.

    Mientras se desviaba hacia calle lateral vacía, vio la ubicación del objetivo adelante: una pequeña puerta con una placa de bronce que decía: Importación/Exportación, a la cual se accedía por una escalera de doce escalones. Subió al oscuro corredor, contando lentamente los escalones en su cabeza mientras avanzaba. Colocó las flores más cómodamente en su mano derecha y subió los últimos escalones hasta la pesada puerta de madera con una ventana de vidrio, que daba a la oficina de la compañía Al Saud de importación y exportación. Hizo girar el picaporte con su mano izquierda, entró y cerró la puerta suavemente detrás de él.

    De inmediato evaluó el diseño de la oficina y sus contenidos: las sombras del salón con cortinas, los gabinetes ornamentados y los cuadros que adornaban la pared, la lánguida figura reclinada en una silla detrás de un escritorio. El hombre estaba fumando Gauloises franceses y un pequeño vaso de Arak estaba medio vacío ante él, sobre el escritorio. No había nadie más presente. Bien.

    La evaluación tomó una fracción de segundo.

    Entonces, Gorila avanzó, buscando dominar la oficina. Le tomó tres pasos llegar al escritorio. El hombre comenzó a levantarse, extendiendo una mano para saludarlo, sonriendo.

    —Monsieur Canon, ¿cómo…? —comenzó a decir, pero Gorila había alcanzado el escritorio y rápidamente, pero sin prisa, levantó el ramo de flores con ambas manos hasta la altura del pecho. El movimiento era engañosamente casual.

    Una expresión de confusión recorrió el rostro del objetivo. ¿Por qué ese cliente acercaba un ramo de flores a su rostro? ¿Era acaso alguna extraña costumbre francesa? A medida que el objetivo alcanzaba toda su altura, tal vez comprendió, tardíamente, lo que estaba sucediendo. Gorila acercó los delicados pétalos a la frente del hombre, acariciando su piel con delicadeza, y en rápida sucesión presionó dos veces el gatillo oculto dentro del ramo letal: ¡piu, piu!

    El sonido fue apenas perceptible, nada más fuerte que una tos vigorosa; ciertamente, no fue nada que atrajera la atención de nadie en el exterior. Con el primer disparo, el hombre miró a Gorila como si lo hubiera golpeado en la frente con un bate de críquet. Su cabeza cayó hacia atrás, y debido a su propio ímpetu, comenzó a volver hacia adelante justo a tiempo para que el segundo disparo lo alcanzara, a pocos centímetros de la primera bala. Esa vez, sin embargo, la bala no hizo que el blanco se balanceara más, sino que sus piernas cedieron y cayó como una marioneta a la que le habían cortado los hilos. Quedó encogido detrás del escritorio, con documentos y facturas dispersas encima de él. Lo que había sido blanco estaba rojo.

    Gorila rodeó el escritorio y disparó dos veces más a la cabeza del objetivo desde el ya deteriorado ramo de flores. Solo para estar seguro… pero sabía por experiencia que no eran necesarios. Toda la operación había tomado no más de quince segundos. Un poco lento. Odiaba los disparos de mala calidad, especialmente hechos por él. Nada elaborado, sin largos discursos, solo ¡PUM! y el objetivo caía al piso.

    Había silencio luego del acto de extrema violencia; el único sonido ambiental era el sss, sss, sss de un viejo ventilador en el rincón de la oficina.

    El corazón de Gorila comenzó a latir aceleradamente al golpearlo la descarga de adrenalina. Respiró dos veces, lenta y profundamente, cerró los ojos y comenzó a caminar. Regresó deprisa a la puerta de la oficina, volteó el aviso de la puerta para que mostrara "Reunion en cours", bajó la persiana y cerró con llave. Dejó las flores sobre el escritorio y se dedicó a revisar el resto de la oficina, yendo rápidamente de una habitación a otra. Avanzaba en silencio, llevando la Beretta con el silenciador como un tribuno letal. Menos de un minuto después, estaba convencido de estar solo.

    Misión cumplida. Todo lo que tenía que hacer era marcharse sin tropezar con la maldita señora de la limpieza ni con cualquier otro suceso aleatorio que pudiera atravesarse en ese tipo de operaciones. Pero su preocupación resultó infundada.

    Desarmó la Beretta, separándola en sus componentes: silenciador, cargador y corredera. Recogió los casquillos por los disparos realizados, y los guardó dentro de los bolsillos de su chaqueta antes de salir de la oficina. Su presencia no atrajo la menor atención mientras salía de la oficina y se dirigía a la calle Hamra, de regreso al taxi del Escudero. Luego de un momento, Gorila abrió la puerta trasera y se dejó caer en el asiento.

    —Está bien. Vámonos. Pero con calma, sin hacer rugir el motor y sin alta velocidad —le pidió al conductor.

    El Escudero asintió y comenzó a maniobrar el auto para ingresar al agitado tráfico.

    —¿Todo salió bien, amigo? ¿Algún problema?

    Gorila colocó las partes de la Beretta en el bolso antes de guardarlo de nuevo debajo del asiento del Escudero.

    —Todo salió bien. Entre menos sepa, será mejor.

    —Comprendo. ¿Le dirá a su organización que me desempeñé bien?, ¿que fui de ayuda?

    Gorila asintió. Ese Escudero se había desempeñado tal como le habían requerido. Buen conductor, buena elección del arma, sin vacilaciones.

    —Desde luego. Mi gente no dudará en retribuirlo bien. Estuvo muy bien.

    Inshallah. Gracias, y ¿a dónde vamos ahora, mi amigo?

    —Al aeropuerto. Tengo un vuelo que tomar.

    Para cuando el cuerpo del objetivo fuera descubierto, Gorila estaría camino a París antes de volver a casa, en Londres. Una ruta enrevesada, eso seguro, pero al menos mantendría sus rastros al mínimo.

    Se recostó y observó el sol iluminar la Corniche y las montañas en la distancia con un halo amarillo. Al mirar hacia abajo, observó una única mancha de sangre en la solapa de su chaqueta. Era un testimonio, y de hecho la única prueba, de su primera Edición.

    VARSOVIA, POLONIA – OCTUBRE DE 1962

     La larga vigilancia de Tomasz Bajek comenzó una soleada tarde de sábado y había iniciado unas tres horas más temprano, cuando había tomado el turno de vigilancia.

    Curiosamente, la operación era en el zoológico de Varsovia, lo que a Bajek le pareció un extraño lugar para que un grupo de hombres adultos trataran de pasar inadvertidos en un fin de semana cálido. Pero supuso que los agentes extranjeros no contaban con el lujo de trabajar únicamente de lunes a viernes.

    El zoológico había sido reconstruido en 1949 luego de los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial y, en la actualidad, era una de las principales atracciones de la nueva Polonia. Él ya había completado tres rondas en su sector del zoológico y estaba sentado, balanceando el cochecito que había estado empujando durante las últimas horas. Para el observador casual, sin duda parecía un devoto padre novato a quien su frenética esposa había sacado de la casa el fin de semana para que compartiera algo de tiempo con su progenie. El zoológico representaba una salida relativamente económica.

    Sin embargo, no todo era lo que parecía. Bajek no era un padre novato, y el cochecito no tenía más que una muñeca de juguete, envuelta en múltiples capas de cobijas y gorros en caso de que alguien demasiado entusiasta deseara ver al bebé. Lo único visible eran dos brillantes ojos azules. No podía pensar en nada peor que deambular por el zoológico durante horas sin fin. Nunca antes había visitado un zoológico, odiaba los estúpidos zoológicos, y después que terminara esa asignación, nunca más quería visitar uno.

    En realidad, Tomasz Bajek era un joven oficial de bajo rango en el servicio de seguridad interna de Polonia. Había estado trabajando en el departamento de contraespionaje durante los últimos cuatro años, ayudando a atrapar espías y traidores.

    Por lo general, estaba atado a un escritorio, pero ese día, debido a falta de personal, había sido asignado para colaborar con uno de los equipos ambulantes de vigilancia. Siempre era un placer descansar de la monótona oficina principal.

    Era el sexto operativo en un equipo de ocho hombres, lo que lo colocaba en un nivel aproximadamente por encima de un limpiador en el cuartel general, pero por debajo de los oficinistas de archivo. Cada miembro del equipo tenía un área designada dentro del zoológico. Dos vehículos de vigilancia también eran parte de la operación: uno estaba disimulado como un camión recolector de basura, que circulaba alrededor del perímetro, mientras el otro era un caballo de batalla del servicio de seguridad: un camión de reparación, completo con un adecuado trabajador perezoso que había tardado muchas horas para hacer no muchas cosas.

    Bajek tenía el área que abarcaba el parque y el recinto del jabalí salvaje. Bastante agradable, pero no cuando se espera nervioso para capturar a un espía occidental.

    El trabajo lo habían recibido de los rusos. Extrañamente, un oficial de alto rango de la KGB, de nombre mayor Krivitsky, estaba al mando de la operación. Rechoncho, vulgar, desdeñoso de los oficiales de Inteligencia polacos bajo su mando, Krivitsky había establecido su puesto de manera brusca en la reunión de la mañana.

    Estaba a la cabeza del equipo, con sus enormes nudillos apoyados sobre el escritorio, la barbilla salida hacia adelante, negros ojos sin alma fijos en ellos, animándolos a retar su autoridad. Entonces, había procedido a detallar su experiencia: había peleado en la Gran Guerra Patriótica, era comunista de toda la vida, oficial de la NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos) antes de que cambiaran su nombre al anagrama actual; perseguidor de agentes, cazador de espías, rudo bastardo y la única persona a la que no se quiere contradecir. Y todo dicho con el peor polaco que Bajek había escuchado jamás. Su voz era gutural, y en algunos momentos, totalmente incomprensible, pero fue lo suficientemente clara para que se comprendieran sus instrucciones.

    Se había armado una red de espías polacos y los rusos querían su oportunidad para ponerle las manos encima a un oficial occidental involucrado en ese caso. Pero no era cualquier agente occidental, no era alguien que trabajara a través de la embajada, ni alguien que contara con la red de seguridad que ofrecía la inmunidad diplomática.

    No, ese era un operativo encubierto no oficial enviado a trabajar en negro para recuperar material incriminatorio.

    —Este es el asunto: pueden quedarse con los agentes polacos; queremos al occidental. —Krivitsky les dirigió una mirada dura y enojada—. Un juicio simulado para avergonzar a los estadounidenses, los británicos, a quienquiera que haya sido el maldito. Luego de un interrogatorio prolongado, algo de tiempo en el Gulag y entonces lo intercambiamos de vuelta con Occidente por uno de nuestros agentes dentro de algunos años.

    Entonces ¿quién era ese agente? ¿Cómo era su apariencia?

    —No lo sabemos, así que no pregunten. Alto, tal vez; joven, seguro. Es todo lo que tenemos y no obtendremos nada más donde obtuvimos eso —murmuró Krivitsky, que parecía detestar suministrar cualquier información adicional de la absolutamente necesaria. El rumor que Bajek había escuchado era que el espía polaco al que Krivitsky había interrogado no había tenido una constitución suficientemente fuerte, y había decidido no jugar más. Permanentemente—. Tenemos una trampa preparada para él. Un lugar y hora. Damos la señal de todo despejado. Una marca con tiza en un farol de la calle Marzalkowska. Significa vengan y vacíen el buzón del correo. Punto de entrega. Él piensa que recibirá las llaves del Kremlin, pero nosotros estaremos allí para atraparlo. Así que recuerden… ustedes trabajan para mí. Hagan lo que les diga. Si no lo hacen, me aseguraré de que limpien mierda de los drenajes por el resto de su vida.

    El punto de entrega, en realidad, era un ladrillo suelto, el tercero vertical, sexto horizontal en una pared que rodeaba el serpentario. Estaba ubicado detrás de un pequeño arbusto que proporcionaba, brevemente, cubierta contra cualquier vigilancia. El camión de reparaciones que llevaba un miembro del equipo de vigilancia tenía una discreta cámara con objetivo de largo alcance, apuntada a la entrada del sendero.

    El plan era observar al objetivo entrar al pequeño sendero entre la pared y los arbustos, alertar al resto del equipo y, entonces, ellos se movilizarían para hacer el arresto de un agente extranjero y detenerlo una vez que hubiera salido.

    Durante las últimas horas habían visto varios posibles candidatos del espía que pronto sería arrestado, pero ninguno de ellos se ajustaba al perfil de un agente extranjero de Inteligencia. Una pareja de ancianos caminaba tomados de la mano, una madre en su visita con sus dos hijos juguetones, el típico séquito de parejas enamoradas. El candidato más probable había sido un hombre alto, de edad media, con un traje de negocios occidental, pero que rápidamente fue identificado como un funcionario del partido.

    Uno en el equipo lo había trabajado unos meses atrás por sospecha en una fuga de seguridad de su Ministerio, y lo más polémico sobre él era su romance con una secretaria de bajo rango en la sección de administración. El equipo lo descartó rápidamente y, minutos después, fue visto caminando hacia el parque, tomado de la mano con una joven de cabello rubio, que definitivamente no era su esposa.

    Bajek miró su reloj: eran las cuatro y cuarenta y cinco de la tarde, estaba comenzando a oscurecer y el zoológico cerraría en una hora. Tal vez el agente no se presentaría, o quizás el espía había descubierto la vigilancia y había decidido abortar el vaciado de la caja, lo que significaba que, al día siguiente, podría pasar el día caminando por el zoológico de nuevo. Diablos.

    Levantó su pesada figura del asiento y decidió dar otra serie de paseos sin prisa alrededor de su ruta, empujando el cochecito y fingiendo interés por la limitada selección de animales que el zoológico tenía para ofrecer. Completó un circuito, retornó para un segundo paseo, y fue al comienzo del tercero (y del que esperaba sería su rotación final alrededor del zoológico), cuando escuchó el sonido de un silbido.

    Les habían suministrado silbatos a todos los miembros del equipo y eran el equivalente a un sistema de advertencia temprana. No era de alta tecnología, pero sin dudas era efectivo. Si lo ven, soplen el silbato. ¿Entendido?, les había advertido Krivitsky en la reunión.

    Bajek volteó la cabeza en dirección al sonido. Al principio no vio nada, solo el zoológico en su estado conocido, con los visitantes que contemplaban los recintos de los animales. Todo normal. Entonces, detectó un movimiento. Un hombre de edad similar a la suya, cabello oscuro y delgado comparado con Bajek, vestido con overol y chaqueta, corría a toda velocidad desde el punto de entrega, y aparentemente, se dirigía hacia el sendero que llevaba a uno de los puntos de salida.

    Cerca, detrás del corredor, aunque sin posibilidad de atrapar a su presa, estaba Stefan, el miembro más viejo en el equipo de vigilancia, que sangraba por la nariz. El pobre y viejo Stefan tenía una mano presionada contra la nariz, tratando en vano de detener el flujo de sangre, y agitaba la otra, en un esfuerzo por impulsarse hacia adelante con mayor velocidad. Parecía que el espía no había querido ser detenido y había dado pelea.

    Entonces, pareció que todos los silbatos estaban sonando al mismo tiempo, alertando al resto del equipo para que se movilizara, y fue cuando Bajek vio su oportunidad. No era un corredor natural, tampoco estaba particularmente en forma para su edad, pero tenía una ventaja vital: estaba ubicado en un ángulo de cuarenta y cinco grados hacia donde el espía estaría en cuestión de un momento. Si lograba avanzar por la grama, podría interceptar la ruta del corredor, sorprenderlo y tumbarlo abalanzándose sobre él. El cuerpo de Bajek no sería rival para el hombre más delgado; simplemente lo derribaría.

    El cochecito que había sido su compañero en la vigilancia durante las últimas horas fue lanzado, descartado, con bebé de juguete y todo, ¡y salió disparado! Bombeando con sus brazos, forzando a sus piernas para que lo impulsaran hacia adelanto, vio al hombre por el rabillo del ojo. Era una carrera por la supervivencia. Bajek por su oportunidad de una promoción y escapar de la prisión de su escritorio; el espía, estaba seguro, por su vida y libertad. Faltaban diez segundos, estaba seguro de que podría lograrlo…

    Cinco segundos para el impacto. Bajek, el héroe del servicio, el hombre que derribó al despiadado espía occidental… la sangre bombeaba en sus oídos… el único sonido que podía escuchar era el de su corazón, que latía con fuerza…

    Podía ver claramente al hombre: joven, ciertamente, pero con un rostro rudo, guapo… tres segundos, casi…

    Pero, entonces, sucedió algo extraño. El hombre pareció tropezar, vacilar, y luego recuperó su equilibrio. Bajek casi tenía una mano en el cuello de la chaqueta del espía cuando finalmente escuchó el disparo.

    Al principio, Bajek tomó conciencia de que el ruso estaba dando voces, de hecho, gritando sería una descripción más acertada. Luego, se escuchó el sonido de numerosos disparos, el zumbido de las balas que pasaban por su lado, el chillido de los animales enjaulados a medida que reaccionaban con miedo. Entonces, el espía pareció tambalearse (al menos así le pareció a Bajek), pero los disparos continuaban. ¿Quién diablos tiene un arma en el equipo? Pensé que todos teníamos silbatos.

    Las últimas balas parecieron explotar dentro del espía corredor. Una en el hombro, y la definitiva, la más seria, lo impactó en la parte de atrás del cráneo, lo que generó, por un momento, un bonito halo rojo antes de que cayera bruscamente al suelo, con los brazos y piernas contorsionados en ángulos imposibles de manera que parecía la muñeca de trapo de alguna niña, lanzada a un lado en un arrebato.

    Bajek se arrodilló para examinar al hombre herido. Había una masa de sangre y materia gris, coagulada por todo el sendero de concreto.

    El lado izquierdo de su cabeza había sido destrozado, una herida mortal, pero a favor del hombre, todavía se aferraba a los últimos vestigios de vida. Su cuerpo se retorcía cada pocos segundos, sus ojos se volteaban alocadamente y su mandíbula se movía como si estuviera tratando de hablar.

    Bajek se acercó, de manera que su oreja casi tocaba los labios del hombre. Al principio no escuchó nada, luego, con un esfuerzo enorme salió una palabra en un ronco susurro… para ser repetida una y otra vez. Cada vez, el esfuerzo del hombre moribundo le hacía mella, pero continuaba expulsando la misma palabra hasta que finalmente no tenía nada más para dar. Sus ojos se voltearon hacia atrás y se acabó. Bajek cerró los ojos del hombre y se incorporó sobre una rodilla.

    El resto del equipo estaba inmóvil, como dolientes en un funeral, lo que en cierta forma era así, supuso Bajek, sirviendo de cordón para mantener al público alejado. Y allí, detrás de todos ellos, estaba el maldito bastardo ruso, el presunto profesional, el hombre importante de la KGB, que había realizado los disparos fatales.

    El ruso estaba como un niño castigado, con las manos a los lados, la pistola todavía en su mano derecha, con expresión de culpabilidad, y una mirada avergonzada. Sus ojos miraron alrededor al equipo polaco y desestimó el tiroteo encogiéndose de hombros. Fue cuando Bajek, el oficial de menor rango, que apenas superaba al limpiador de la oficina, estalló y le gritó al hombre. Sin engaños, sin pensar ni planificar, solo un ataque directo y un salto hacia el cuello del ruso.

    —Casi lo tenía… usted… usted… ¡carnicero!

    Ambos hombres cayeron enredados; la pistola cayó al piso mientras Bajek comenzaba a golpear al hombre de la KGB con sus puños, codos y pies. Bajek fue sacado de la pelea de prisa y controlado. Lo llevaron a un lado mientras Jan, el líder del equipo, levantaba al ruso, le sacudía el polvo y comenzaba a disculparse, llevándolo en dirección contraria.

    —Lamento lo ocurrido, mayor. Tiene mi palabra de que será castigado; es un oficial de bajo rango con poca experiencia sobre cómo funcionan las operaciones de campo. Es joven. ¿El tiroteo? Los accidentes ocurren. No, desde luego que usted no tenía la intención de matarlo. Un trágico accidente. El hombre no debió correr. Por favor, vamos a llevarlo de vuelta a la base; mi equipo puede encargarse de esto para que podamos preparar juntos nuestros reportes.

    Bajek estaba consciente de que el ruso iba furioso hacia los vehículos que se lo llevarían de la escena. El resto del equipo se estaba reagrupando, llamando a los forenses para que se llevaran el cuerpo, dispersando a las personas del público lo bastante valientes, o bastante estúpidas, para continuar manifestando algún interés.

    Bajek se dejó caer contra la pared del recinto del oso negro. Jan, el líder del equipo, se acercó y se colocó frente a él, con las manos en las caderas.

    —¿Estás consciente del problema en que estás metido? Tendrás suerte si no sacan del Servicio por esto.

    —Ese ruso estúpido entró en pánico. Arruinó la operación —rugió Bajek. Su rabia todavía estaba presente, pero cedía lentamente con la creciente comprensión de lo que acababa de hacer.

    —¿Y qué? Es su cabeza la que está en juego, o al menos lo estaba, hasta que te le abalanzaste con tus puños. Ahora tú has avergonzado al Servicio y convertiste al mayor de la KGB en un enemigo. Bien hecho.

    —Pensaba que los de la KGB eran los profesionales y que nosotros solo éramos los primos pobres del campo. Si eso es lo mejor que tienen, que Dios los ayude —se quejó Bajek.

    Jan sacudió la cabeza, aparentemente resignado a lo que tenía que hacer.

    Somos los primos pobres. Seamos realistas: no podemos operar sin la ayuda de los rusos. Les pertenecemos. El trato era que nosotros nos quedábamos con los agentes locales de esta red y los rusos se quedaban con el occidental que los dirigía. Tendré que escoltarte de regreso a la base, Tomasz. El director querrá leerte la ley de orden público, antes de decidir en cuál hoyo oscuro te dejará caer. —Bajek se incorporó tambaleándose. Jan lo tomó gentilmente por el brazo y comenzó a guiarlo—. Por cierto, ¿qué fue lo que dijo?

    —¿Eh? —Bajek dirigió una mirada sobre su hombro adonde se encontraba el cuerpo del espía occidental. Un miembro del equipo lo había cubierto con un abrigo, tratando de ocultarlo hasta que llegara el forense. Los animales del zoológico habían comenzado a reaccionar, tal vez debido al hedor de la sangre del hombre muerto que flotaba en el aire, activando sus sentidos primitivos. Bajek hizo una pausa por un momento, concentrado.

    —Bueno —presionó Jan—. ¿Qué dijo? ¿Eres sordo? Podría ser importante.

    —No dijo nada, nada en lo absoluto; probablemente, solo estaba tratando de respirar.

    No fue sino hasta después, cuando se sentó en su escritorio, sudando mientras los oficiales de alto rango del Servicio decidían su destino, que Bajek se permitió recordar lo que el hombre había susurrado una y otra vez. Había repetido una palabra, en inglés, en sus últimos momentos antes de morir. En ese instante Bajek no estaba seguro de lo que el hombre estaba diciendo. Así que, cuando estuvo de vuelta en el cuartel general, había tomado un diccionario muy gastado de Inglés/Polaco y lo hojeó hasta que encontró una coincidencia con la palabra que el hombre había repetido.

    En polaco la palabra es Tata. En inglés, el hombre, con su último aliento, había repetido una y otra vez: Dad… Dad… Dad….

    Papá… Papá… Papá….

    LAS REGLAS DEL JUEGO

    LIBRO DOS

    CAPÍTULO

    UNO

    LUXEMBURGO – NOVIEMBRE DE 1964

    El reclutamiento del primero asesino europeo quien, posteriormente, pasaría a ser contralor operacional de campo en el sitio, tomó lugar en una noche helada en Luxemburgo, en una villa pequeña y privada llamada St. Hubert, en el bonito pueblo de Clervaux. Era una casa como de cuento de hadas, situada en una aldea de cuentos de hadas.

    El Hombre de Luxemburgo, como era conocido coloquialmente el asesino de origen catalán dentro del medio mercenario internacional, fue recibido en la puerta de la pequeña villa por Max Dobos, el factótum, contacto e intermediario húngaro de los estadounidenses. El húngaro también estaba allí para asegurarse de que él y el estadounidense no fueran molestados y que su reunión fuera confidencial.

    —Lo está esperando. Está en el pueblo desde el almuerzo. Debo revisarlo, es rutina —señaló Dobos.

    Un registro y una palmada, bien, pero para nada de acuerdo a los estándares del Catalán. Luego se quitó su abrigo de invierno y subió rápidamente por una escalera de caracol hasta el primer piso, donde se topó con una pesada puerta de madera, cerrada. Tocó la puerta y se escuchó desde adentro un apagado Entre.

    La puerta se abrió hacia una habitación escasamente amoblada con una mesa de roble, varios sofás de apariencia cómoda, y en el centro, dos sillones de lectura tapizados en cuero, uno frente al otro. Las enormes ventanas tenían cortinas para evitar alguna vigilancia desde el exterior, pero el Catalán sabía que la vista del valle habría sido espectacular.

    —Permítame presentarle a Herr Knight —expresó Max Dobos, observando mientras estrechando las manos formalmente. Estaban usando el inglés como idioma en común que los unía a los tres, y una vez completadas las presentaciones, el estadounidense estaba ansioso por tomar el control.

    —Max, si fueras tan gentil de dejarnos a solas y asegurarte de que no seamos interrumpidos… Gracias.

    El húngaro mediador asintió con un breve movimiento de la cabeza, y salió rápidamente. Un clic en la puerta y el distante sonido mientras bajaba las escaleras les aseguró que estaban solos. Una vez que se había marchado el chaperón, el estadounidense y el Catalán se evaluaron mutuamente como solo hombres con cierta seguridad y experiencia podían hacerlo: con respeto profesional y cierta cautela.

    El estadounidense era conocido solamente como señor Knight, sin nombre de pila, y en cuanto a todos los aspectos de su competencia técnica se había desempeñado perfectamente y había planificado todo hasta el último detalle. Era un hombre promedio en todo: estatura media, edad media, cabello gris, traje de negocios de nivel medio. Era un hombre corriente en todos los aspectos, excepto por los ojos. Estos tenían una fría dureza que podría, dado el caso, cambiar de una mirada gélida a la furia ardiente. Eran los ojos de un fanático.

    Para el estadounidense, el Catalán era alto y patricio, de cabello negro engominado, que tenía trazas grises en las sienes. Estaba bien vestido y bien presentado. Sin embargo, el estadounidense no había sido engañado ni por un momento. Ese europeo era peligroso y un experimentado asesino. Su reputación lo precedía.

    —¿Le parece si tomamos asiento y nos ponemos más cómodos? —sugirió el estadounidense, interesado en controlar el ritmo de la reunión, como suelen hacer los encargados de agentes con posibles futuros agentes.

    Y tomaron asiento, frente a frente en el salón, con las manos cómodamente apoyadas en su regazo. Únicamente el maletín del estadounidense estaba entre ellos.

    En algún lugar de la villa, sin conocimiento del asesino ni del espía, una máquina comenzó a girar lentamente, grabando en secreto cada palabra…

    —Usted realizó un trabajo excepcional para nosotros en el pasado. He estudiado su expediente. Muy capacitado, muy profesional, especialmente en aquella operación en la República Dominicana, donde derrocaron a Trujillo.

    El Catalán apenas sonrió con una sonrisa de desestimación y se encogió de hombros.

    —Me alegra haber sido útil. Su organización fue muy generosa… mientras duró. —La voz del Catalán era gruesa y profunda.

    —Lo sé, lo sé, créame. Las personas a cargo de la operación en aquel entonces estaban contra la pared, especialmente luego del asesinato del presidente Kennedy. Muchos senadores y entes públicos decidieron que querían cortar las alas de la Agencia. Tuvimos que retroceder y cortar contacto con todo el que estuviera involucrado en lo que ellos clasificarían como actividades incluso levemente contenciosas. Lamentamos todo eso. Continuemos hacia adelante.

    El Catalán asintió manifestando su comprensión.

    —Ese es el estilo de nuestra actividad y todos estamos a merced de aquellos en niveles superiores a los nuestros. Pero obviamente las cosas han cambiado, de lo contrario, usted no habría viajado desde Langley para contactarme.

    El señor Knight se inclinó hacia adelante, lo que hizo que su invitado se acercara también.

    —Incluso los políticos son pragmáticos en los tiempos actuales. Estamos peleando una Guerra Fría, nos guste o no, y para ejecutar operaciones en contra de los soviéticos, necesitamos soldados. Hombres capaces como usted, hombres que no sientan miedo de ensuciarse las manos. Sin comodines… lejos de eso, sino operadores profesionales que sepan cómo ejecutar una operación.

    —Es usted muy amable.

    —No, no soy amable, para nada. Pero soy sincero y me gustar decir las cosas como son. El sacrificio después del asesinato del presidente fue un bache, nada más. Ahora tenemos trabajo serio por realizar y me gustaría contar con que usted trabaje con nosotros. ¿Qué opina al respecto?

    El Catalán inhaló y contempló las gotas de lluvia que se secaban en sus zapatos de cuero.

    —Tengo otros intereses de negocios en estos días, que toman mucho de mi tiempo. Para trabajar con ustedes de nuevo, necesitaría un fuerte incentivo.

    En realidad, estaba ansioso por trabajar de nuevo con los estadounidenses. Desde su retiro forzoso como agente contratado, se había limitado a sus negocios legales, dirigiendo una tienda de arte y antigüedades allí, en el centro de Luxemburgo. Después de haber operado en todo el mundo, había decidido que necesitaba un refugio; algo pequeño, discreto, tranquilo y culto. Luxemburgo, para él, encajaba a la perfección. A pesar de su estilo de vida como un pequeño hombre de negocios, también había sido parte de varios negocios no tan legales, específicamente el financiamiento de varias operaciones para el tráfico de heroína a pequeña escala en el Mediterráneo, lo que, aunque le dejaba una buena ganancia, no había logrado proporcionarle la descarga de adrenalina de su trabajo anterior para los estadounidenses.

    El señor Knight fijó los ojos en él.

    —Amigo, si acepta participar en esta operación, puedo asegurarle que los recursos disponibles y la remuneración excederán todo lo que le ofrecimos antes; sobre eso tiene mi palabra. Hay una nueva escoba dirigiendo la Agencia y quiere barrer la basura con la que los soviéticos han estado golpeándonos, mientras nos distraíamos al ser regañados. En esta coyuntura, solo estoy preguntando para ver si usted estaría interesado en principio. Si ese es el caso, entonces, pasaremos a los detalles del proyecto; de lo contrario, bueno… estrechamos las manos, usted se va por su lado, yo por el mío, y nunca más vuelve a trabajar para la Agencia ni a contactarse.

    El Catalán sostuvo la mirada del estadounidense por un momento, sopesando sus opciones. Comprometerse o negarse; ambas opciones ofrecían ventajas y desventajas, y luego de haber considerado todas las cosas, en realidad, no se trataba del dinero, aunque era bienvenido. Era más el deseo de ser una parte activa del gran juego del que había participado la mayor parte de su vida adulta.

    Así que la decisión estaba clara: ¿continuar siendo un traficante a pequeña escala en los límites de submundo europeo, o aceptar el reto y ser un jugador principal en la Guerra Fría? Siempre era útil tener aliados poderosos como los estadounidenses, especialmente si sus negocios e inversiones no tan legales se deterioraban. Sonrió con una sonrisa triste de resignación y consentimiento. En realidad, nunca hubo alguna duda.

    —Señor Knight, por favor, cuénteme más sobre esta operación. Me intriga. ¿Cómo puedo serles útil?

    El estadounidense sirvió para ambos unos tragos de schnapps, un gusto que había adquirido durante su última temporada en Alemania después de la guerra. Era una buena oportunidad para interrumpir el discurso de venta. Dejarlo en la duda lo mantiene sin equilibrio y me deja definir el ritmo.

    Pero la interrupción en la conversación tenía que ser calculado correctamente. Demasiado intenso con los detalles y él podría asustarse; demasiadas pausas y podría no tomarlo seriamente. El señor Knight sabía por experiencia en el manejo de agentes en el pasado que el truco era nunca ir directamente al asunto en cuestión. En su lugar, lo sabio era comenzar rondando y acercarse gradualmente hasta llegar al punto, de allí la oferta de los tragos y su siguiente preámbulo.

    —Luego de la muerte de Kennedy, el aparato de Inteligencia soviético y sus servicios satelitales comenzaron a probar los límites para ver hasta dónde podían llegar con operaciones contra cualquier cantidad de servicios de Inteligencia occidentales. Ya habían tenido éxito penetrando la Inteligencia francesa, británica y alemana, pero la CIA estaba demostrando ser más difícil de roer. Así que decidieron aprovechar la ventaja de nuestra incapacidad para realizar operaciones encubiertas y eligieron subir las apuestas al eliminar varios de nuestros agentes y operativos en Europa y Asia. Cuando los políticos eliminaron nuestra capacidad de acción ejecutiva, también echaron al jefe de operaciones. Sin él, sus activos y sus habilidades de planificación quedaron efectivamente desarmados. Un poco como una pistola sin las

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