SIN BAJAR EL RITMO
TEMPRANO en una fría mañana de finales de julio, Arnold Schwarzenegger se sube a una bicicleta cromada de llantas anchas y emprende el camino de 4 kilómetros que separa a Santa Monica de Venice en California. Se supone que el resto de sus acompañantes, es decir su asistente, Daniel Ketchell; un viejo amigo, llamado Dieter Reuter; un nuevo colega, el actor Gabriel Luna, quien aparece en Terminator: Dark Fate y yo, recorramos el trayecto con él, pero después de algunos minutos ese plan se ha evaporado, en parte porque ninguno de nosotros pedalea de forma tan agresiva como Arnold.
Se pasa los semáforos en rojo y las señales que indican que debe detenerse con una confianza equivalente a la de un conductor de ambulancia. En cierto momento, pasa al lado de una patrulla, sin casco ni preocupaciones. Eventualmente, da vuelta en una esquina y lo perdemos por completo. Fuimos superados por un hombre que está por cumplir 72 años. Ni siquiera parece que se esté esforzando tanto.
La primera película de Terminator se estrenó hace 35 años. Una serie de campeonatos de fisiculturismo y su aparición en Conan the Barbarian ya habían convertido a Schwarzenegger en una sensación. Pero Terminator, la segunda película de un joven director llamado James Cameron, lo convirtió en un ícono. Era una cinta barata, extraña e impactante, y su temática, sobre inteligencia artificial, se prestó de forma perfecta para que Arnold brindara una interpretación inolvidable que, a pesar de ser completamente carente de emotividad, conectó con el público. Es la película más importante de Schwarzenegger porque es el comienzo tanto de la leyenda como de las bromas en torno al actor; el nacimiento tanto de Arnold como de Ahhhhnuld.
Es la razón por la que todos los hombres amantes de las cintas de acción creen que pueden hacer una imitación del austriaco. Dio lugar a incontables chistes e inspiró a un ejército de figuras de la cultura popular, desde Hans y Franz hasta Rainier Wolfcastle. Una de las claves del éxito de Schwarzenegger es que nunca pareció molestarle ser el objeto de los chistes de la gente; entendió de inmediato que esa era una forma en la que podía vivir en la mente de todos, así que dejó que se burlaran.
La presentación de Arnold en la pantalla es como una profecía: el T-800 se materializa de la nada, completamente desnudo, y examina Hollywood desde la parte alta del observatorio Griffith, como si se estuviera preparando para destruir a cualquiera que se
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