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Estrella fugaces en el cielo de verano
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Libro electrónico250 páginas3 horas

Estrella fugaces en el cielo de verano

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El As alemán Erwin Maier condecorado tres veces con la cruz de hierro, fue derribado y tuvo que saltar en paracaídas desde su caza Messerschmitt BF 109. Al ser capturado por las tropas soviéticas pidió que le permitiesen ver al As ruso que le había derribado. Cuando se presentó ante él, Lídiya, una joven menuda con cara de niña, pensó que se estaban burlando.

Richard Beckenbauer sufre un desafortunado accidente en el gran Prix de Berlín, su coche en llamas se estrella contra la tribuna donde se encuentran altos mandos militares y el mismo Adolf Hitler. Se le acusa de terrorista y le envían a un penal a la espera de juicio. Mal herido, con las piernas rotas, y con la escasa atención medica de un enfermero, comienza a ver la vida de otra manera, cada noche sueña que vuela sobre campos dorados de trigo y centeno. Al morir su hermano le ofrecen cumplir una misión en Almería - España, si informa sobre los planes de los cabecillas revolucionarios, sindicalistas, anarquistas y comunistas, su expediente quedará en blanco, además le prometen poder regresar a las carreras.
Tomás García Hernández, dirigente anarquista, escritor, poeta y ante todo aviador, será su mentor, el instructor que le enseñará a pilotar, a volar y ver la vida con otros ojos. El amor universal que no entiende de fronteras. El amor prohibido y clandestino entre dos jóvenes. La guerra interior primero y seguidamente la otra, la de España. La lucha fratricida entre hermanos, demoliendo familias, convirtiendo a la persona despojada de arraigo en un implacable matador.
La explotación, la miseria y el hambre, condiciones de trabajo infrahumanas en las minas que llevaban a la muerte a los trabajadores. Las huelgas revolucionarias de campesinos, jornaleros y mineros. El éxodo de la población y la masacre en la carretera de Málaga y más tarde el bombardeo ordenado por Adolf Hitler sobre la ciudad de Almería.
Morir por el sueño de un mundo mejor, vislumbrado de soslayo en poemas de Lorca, Machado y Hernández, con la voz quebrada y el sonido de una guitarra. Los ideales de jóvenes pilotos que dan su vida por la libertad, estrellas fugaces en el cielo de verano.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 mar 2018
ISBN9798223372394
Estrella fugaces en el cielo de verano
Autor

Francisco Angulo de Lafuente

Francisco Angulo Madrid, 1976 Enthusiast of fantasy cinema and literature and a lifelong fan of Isaac Asimov and Stephen King, Angulo starts his literary career by submitting short stories to different contests. At 17 he finishes his first book - a collection of poems – and tries to publish it. Far from feeling intimidated by the discouraging responses from publishers, he decides to push ahead and tries even harder. In 2006 he published his first novel "The Relic", a science fiction tale that was received with very positive reviews. In 2008 he presented "Ecofa" an essay on biofuels, whereAngulorecounts his experiences in the research project he works on. In 2009 he published "Kira and the Ice Storm".A difficultbut very productive year, in2010 he completed "Eco-fuel-FA",a science book in English. He also worked on several literary projects: "The Best of 2009-2010", "The Legend of Tarazashi 2009-2010", "The Sniffer 2010", "Destination Havana 2010-2011" and "Company No.12". He currently works as director of research at the Ecofa project. Angulo is the developer of the first 2nd generation biofuel obtained from organic waste fed bacteria. He specialises in environmental issues and science-fiction novels. His expertise in the scientific field is reflected in the innovations and technological advances he talks about in his books, almost prophesying what lies ahead, as Jules Verne didin his time. Francisco Angulo Madrid-1976 Gran aficionado al cine y a la literatura fantástica, seguidor de Asimov y de Stephen King, Comienza su andadura literaria presentando relatos cortos a diferentes certámenes. A los 17 años termina su primer libro, un poemario que intenta publicar sin éxito. Lejos de amedrentarse ante las respuestas desalentadoras de las editoriales, decide seguir adelante, trabajando con más ahínco.

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    Estrella fugaces en el cielo de verano - Francisco Angulo de Lafuente

    El As alemán Erwin Maier condecorado tres veces con la cruz de hierro, fue derribado y tuvo que saltar en paracaídas desde su caza Messerschmitt BF 109. Al ser capturado por las tropas soviéticas pidió que le permitiesen ver al As ruso que le había derribado. Cuando se presentó ante él, Lídiya, una joven menuda con cara de niña, pensó que se estaban burlando.

    Lídiya Litviak

    La Rosa Blanca de Stalingrado

    Estrellas Fugaces en el Cielo de Verano

    Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.

    Lo esencial es invisible para los ojos 

    —repitió el principito.

    Antoine de Saint-Exupéry

    Advertencia

    Estrellas fugaces en el cielo de verano es una novela de ficción-histórica. Muchos de los hechos que ocurrieron en realidad no concuerdan ni temporal ni geográficamente. Los nombres de los personajes han sido cambiados. Sí alguno de ellos coincidiese con personas reales sería por mera casualidad.

    AL FINAL DE ESTE LIBRO se ha añadido un anexo explicativo, sobre maniobras básicas de vuelo en combate, utilizadas en esa época. El tiempo de las hélices, cuando los aviones con motor a explosión —Hispano-Suiza, Daimler-Benz o Rolls-Royce Merlin— dominaban los cielos.

    Prólogo

    Richard Beckenbauer sufre un desafortunado accidente en el gran Prix de Berlín, su coche en llamas se estrella contra la tribuna donde se encuentran altos mandos militares y el mismo Adolf Hitler. Se le acusa de terrorista y le envían a un penal a la espera de juicio. Mal herido, con las piernas rotas, y con la escasa atención medica de un enfermero, comienza a ver la vida de otra manera, cada noche sueña que vuela sobre campos dorados de trigo y centeno. Al morir su hermano le ofrecen cumplir una misión en Almería - España, si informa sobre los planes de los cabecillas revolucionarios, sindicalistas, anarquistas y comunistas, su expediente quedará en blanco, además le prometen poder regresar a las carreras.

    Tomás García Hernández, dirigente anarquista, escritor, poeta y ante todo aviador, será su mentor, el instructor que le enseñará a pilotar, a volar y ver la vida con otros ojos. El amor universal que no entiende de fronteras. El amor prohibido y clandestino entre dos jóvenes. La guerra interior primero y seguidamente la otra, la de España. La lucha fratricida entre hermanos, demoliendo familias, convirtiendo a la persona despojada de arraigo en un implacable matador.

    La explotación, la miseria y el hambre, condiciones de trabajo infrahumanas en las minas que llevaban a la muerte a los trabajadores. Las huelgas revolucionarias de campesinos, jornaleros y mineros. El éxodo de la población y la masacre en la carretera de Málaga y más tarde el bombardeo ordenado por Adolf Hitler sobre la ciudad de Almería.

    Morir por el sueño de un mundo mejor, vislumbrado de soslayo en poemas de Lorca, Machado y Hernández, con la voz quebrada y el sonido de una guitarra. Los ideales de jóvenes pilotos que dan su vida por la libertad, estrellas fugaces en el cielo de verano.

    1

    Soñar con Volar

    Estando postrado en una cama de la enfermería de la prisión, con las piernas rotas y heridas internas por las que se le escapaba la vida, comenzó a soñar que volaba. La sensación de ser libre como el viento, pero más tarde o más temprano siempre hay que despertar y regresar a la cruda realidad. Si tienes dinero, puedes pagarte buenos médicos y abogados, pero Richard había invertido todo en las carreras, en la preparación de su coche. Siempre le han encantado los retos, era capaz de enfrentarse a la muerte con calma y serenidad, entrando en cada curva sin frenar y pisando el acelerador en la salida. Desde los albores de la humanidad ha sido así, el fuerte siempre se ha aprovechado del débil, imponiendo sus reglas. Richard Beckenbauer no formaba parte de ellos: Arrogantes y fanáticos nazis seguidores de Adolf Hitler.

    Desde su cama miraba la pintura blanca grisácea descascarillada del techo. Los minutos parecían horas, las horas días y los interminables días se sucedían uno detrás de otro. Sus ojos muy claros de color verde azulado habían perdido brillo. En la enfermería del penal, sólo había dos camas, por la otra desfilaban presos comunes con diferentes dolencias leves: Disentería, cólicos, diarrea y sarna. Richard tenía las dos piernas enyesadas, varias costillas rotas, las quemaduras de las manos vendadas, la cara hinchada y amoratada. Su estado era lamentable. Tras el accidente, nadie daba un Reichsmark Marco Imperial por él. Contra todo pronóstico se empeñó en vivir. Su corazón aún veinteañero Todavía no había cumplido los treintafuerte y obstinado le hacían seguir adelante.

    Los domingos una joven enfermera quedaba al cargo del dispensario. Richard podía escuchar desde su cama la voz de Marlene Dietrich salir de la Volksempfänger una cajita de madera oscura y rectangular, los pequeños aparatos de radio diseñados por Otto Griessing para la Seibt. Sus canciones eran lo único que rompía la estéril monotonía de la enfermería.

    Cada vez que intentaba tan siquiera moverse para cambiar la postura, sentía dolores punzantes por todo el cuerpo. Tenía llagas en la espalda, úlceras por permanecer postrado inmóvil durante tanto tiempo.

    El 30 de enero de 1933 el presidente Paul von Hindenburg nombró a Adolf Hitler canciller, confiriéndole plenos poderes. De esta manera se eliminaban las objeciones legales que le pudiesen hacer desde los partidos opositores. Con la pérdida de la primera guerra mundial, el pueblo alemán había sido asfixiado por las políticas de reparación y compensación a las naciones vencedoras. La única manera de hacer frente era endeudarse más y más, con créditos extranjeros. El dinero norteamericano produjo una burbuja, una ficticia recuperación de la economía que estallaría sumiendo a Alemania en la más absoluta miseria. El caldo de cultivo para la rabia y la xenofobia que llevó a los nazis al poder.   

    Tras meses de recuperación por fin se encontró lo suficientemente fuerte como para salir a tomar el aire. Con muletas y una pierna escayolada. El patio de la prisión de Plötzensee se encontraba amurallado por tapias de ladrillo rojo que sólo permitían mirar al cielo; un cielo plomizo en blanco y negro. Richard Beckenbauer se recostó sobre uno de los muros y después de meses en cama volvió a sentir el aire frío y húmedo de Berlín. De momento con aquello le bastaba, no pensaba más allá, ni le importaba el futuro, ni lo que sucediese mañana.

    -  ¿Tienes un cigarrillo? – Le preguntó a un joven, casi un crío, que se había puesto cerca fumando nervioso con cara asustada.

    Sacó un paquete de Sorte aplastado del bolsillo, de color rojo con el número uno en grande en el centro. Le ofreció y le entregó el cigarrillo que tenía entre los labios para que encendiese con ése el otro. El muchacho también se encontraba a la espera de juicio, por repartir panfletos en el campus de Humboldt, criticando las políticas represivas de los nazis.

    -  No fumes demasiado. Doctores alemanes han confirmado recientemente que es causa directa de las muertes por cáncer. – Richard le guiñó un ojo esbozando una leve sonrisa, como si en aquellas circunstancias le importase a alguien el maldito cáncer. Se giró dirigiéndose a la entrada del pabellón, antes de que tocase la sirena que daba término al tiempo en el exterior.

    No avanzó más de dos metros, cuando un hombre gordo con semblante de pocos amigos y aspecto de delincuente reincidente, se acercó al universitario en modo amenazante.

    -  Dame el paquete de cigarrillos o te dejo sin dientes princesita, así se la podrás chupar mejor al lisiado.

    Al negarse lo agarró por el cuello con una mano y con la otra abierta le asestó una enorme bofetada. Richard Beckenbauer se acercó cojeando y con la pierna enyesada en alto, agarró la muleta de madera por la parte de abajo y se la rompió en la crisma. Cuando éste se giró para pegarle, se lanzó con furia sobre él tirándolo al suelo. Beckenbauer cojo de una pierna y con la otra paralizada, se alzaba sobre el matón sin parar de darle puñetazos. Le dejó toda la cara ensangrentada, el grueso mostacho amarillento de nicotina se tiñó de rojo. Dos guardias del penal lo cogieron por los brazos y lo arrojaron en un charco como si fuese un pelele. Ordenaron entrar a los presos y cerraron las puertas del patio, dejando a Richard tirado bajo la lluvia en el barro. Su pelo castaño casi rubio se tornaba oscuro empapado por el agua. El frío intenso le calaba hasta los huesos haciéndole tiritar, pero no intentaba levantarse, todo le daba igual.

    2

    El Gran Prix

    CONDUCIR UNA DE LAS flechas plateadas Silberpfeile era el sueño todos los pilotos de carreras. La Alemania nazi se había propuesto mostrar al mundo de lo que eran capaces, signo inequívoco de la superioridad aria. Se ordenó a la industria automotriz, a la Auto Union y a la Mercedes Benz, fabricar los mejores coches de carreras del mundo. Las mejores máquinas y los mejores pilotos se daban cita en el circuito de Nürburgring. Construido en los años veinte como sitio de pruebas para las marcas de coches alemanes, fue diseñado por Otto Creutz y en 1927 acogió el gran premio de Alemania. El trazado original tenía una longitud de veintiocho coma tres kilómetros y estaba considerado como el circuito más complicado y duro del mundo. El piloto de Fórmula 1 Jackie Stewart lo apodó el infierno verde. En 1929 se dejó de utilizar el trazado completo. Los pilotos ganadores de la década de los treinta, fueron llamados Ringmeister, Maestros del circuito. Entre ellos: Rudolf Caracciola, Tazio Nuvolari y Bernd Rosemeyer.

    El coche volaba despegando las cuatro ruedas del suelo en cada cambio de rasante. Richard Beckenbauer entraba derrapando en las cerradas curvas peraltadas. Los coches con forma de puro, no tenían apenas sustentación aerodinámica, carecían de aletas y alerones. Richard iba en tercera posición, intentando adelantar a una de las flechas plateadas, un Auto Union. En cabeza marchaba un Mercedes Benz, él era el único piloto sin escudería oficial que marchaba entre los puestos de cabeza. Había invertido todo su esfuerzo, trabajo y ahorros en preparar ese coche. Pintado de negro y con las palabras Bullet Schwarz en color dorado, La bala negra era muy veloz, pues le había modificado el mismo el motor. En la quinta vuelta ya se mostraba la batalla esperada, sobre la línea de meta los directores de equipo anotaban los tiempo cronómetro en mano. La calzada del circuito variaba dependiendo del tramo, curvas cerradas y estrechas de cemento en la zona más próxima a las gradas y más abiertas, bacheadas, en la zona montañosa verde y arbolada. Había espectadores de todo tipo y condición social, hombres y mujeres elegantes en los palcos y gradas cercanos a la línea de meta, con americana, pantalones de franela, camisa blanca y pajarita o corbata ellos y exquisitos y ceñidos vestidos a la moda parisina ellas. Luego sentados en la hierba de las laderas, familias enteras con mantas en el suelo, comida y bebida como en un picnic. Ricos y pobres, hombres, mujeres y niños, se ponían en pie al oír el rugido de los motores acercándose. Antes de llegar al carrusel, Richard intentó un nuevo adelantamiento, su coche era inferior en cuanto a velocidad punta, se las tenía que jugar entrando a mayor velocidad en las curvas y frenando mucho más tarde, de ahí su característica forma de pilotar, derrapando de un lado al otro, cruzando el coche sobre el eje central de la pista. No era un piloto conocido, era la primera vez que luchaba por el pódium en un gran premio, hasta la fecha su único objetivo había sido conseguir terminar las carreras. Pese a todo algunos aficionados ya le habían echado el ojo, llamándolo Brennende Räder Ruedas Ardientes, por su peculiar manera de conducir. Vuelta tras vuelta, los tres pilotos en cabeza les sacaban cinco segundos al resto de corredores. Para su monoplaza la competición se estaba volviendo cada vez más dura, las ruedas chirriaban en cada curva, el motor había comenzado a perder más aceite de lo habitual y los frenos se sobrecalentaban. El indicador de temperatura del agua del radiador hacía varias vueltas que señalaba el máximo sobre la franja roja. La flecha plateada de Mercedes, realizó la vuelta rápida marcando un nuevo récord de velocidad en el circuito. Beckenbauer sabía que no podía dejar pasar esta oportunidad, aunque reventase su máquina estaba consiguiendo captar las miradas de todos los asistentes, directores de equipos incluidos. Eso podía significar un salto cuantitativo, el ansiado contrato con una de las grandes marcas. Apretaba los dientes en la entrada de cada curva, apurando la escasa goma que quedaba en sus neumáticos. Si entraba ahora para hacer una parada en boxes y cambiar los neumáticos perdería muchos puestos que le serían muy difíciles de recuperar. Decidió seguir adelante pasase lo que pasase, esperando que su coche aguantase las cinco últimas vueltas. En cabeza los automóviles plateados iban parejos, casi tocándose con las ruedas en las rectas. Rudolf le cerró el hueco al Mercedes Benz en la entrada al carrusel, los dos vehículos se tocaron. La rueda delantera derecha empujó la trasera del Auto Union, haciéndole perder el control. El monoplaza trompeó por la pista, mientras el público se ponía en pie chillando de terror. Richard se lo encontró de frente y casi se lo lleva por delante, con gran pericia lo esquivó haciendo que su coche se cruzase zigzagueando. De esta manera se había colocado en segundo lugar, ahora debía exprimir al máximo todos los caballos que su motor pudiese entregar. Rudolf se recupera del incidente perdiendo apenas unos segundos. Beckenbauer ve impotente como el monoplaza plateado se le echa encima acortándole distancia metro a metro. Le mantiene controlado cerrándole la puerta en cada intento de adelantamiento. Puede que no tuviese el mejor coche eso era evidentepero se iba a dejar la piel y el alma en ese circuito. Los dos estaban alcanzando al Mercedes que marchaba en cabeza. A dos vueltas para el final los tres pilotos luchaban por la victoria. En la tribuna incluso el mismo Adolf Hitler permanecía de pie expectante observando la trepidante carrera. Richard se limpió las pequeñas gotitas oscuras de lubricante de motor que le salpicaban sobre los cristales de las gafas. Tenía la cara negra del humo que salía de su motor. Recordó en ese momento cuanto le había costado llegar hasta allí: las agotadoras jornadas trabajando en el taller, las infinitas pruebas antes de cada carrera, era la suya una dedicación a tiempo completo, no había nada más en su vida. Un casco de cuero, unas gafas de piloto y un mono manchado de grasa, eran todas sus pertenencias, el coche ni siquiera era suyo, se lo debía a los inversores y prestamistas. Las paredes del cuarto de alquiler del piso de Berlín en el que vivía, estaban plagadas de fotos clavadas con tachuelas, Coches de carreras y grandes campeones en el pódium con una corona de laurel sobre los hombros. Llevaba trabajando en el taller mecánico desde los doce años, había preparado varios automóviles para competiciones amateur. Coches viejos de serie que el mismo modificaba, trucando los motores, aligerando la carrocería y reforzándoles el chasis. Muchos de sus amigos habían perdido la vida en accidentes. La mayoría de carreteras eras pistas de gravilla y tierra, llenas de baches y socavones. La gente no entendía su pasión por la velocidad, los tildaban de locos. Jóvenes descerebrados jugándose la vida con coches viejos y destartalados.

    A menos de dos vueltas para el final, continuaba defendiendo con uñas y dientes el segundo puesto. Los neumáticos sin caucho hacían patinar la parte trasera del monoplaza. El Auto Unión de Rudolf tenía potencia

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