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Chema, el Catracho Migrante
Chema, el Catracho Migrante
Chema, el Catracho Migrante
Libro electrónico69 páginas2 horas

Chema, el Catracho Migrante

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Chema es el mejor ejemplo del migrante que logra triunfar en los Estados Unidos. Descubrió el poder del dinero y con él lo consiguió todo.
Chema opina que no necesitamos a la patria, es la patria la que nos necesita a nosotros para vivir de nuestros impuestos. Con dinero podemos comprar la nacionalidad que queramos. Las naciones están dispuestas a aceptarnos, hasta con honores. Sus ideas sobre el dinero le dieron todo lo que realmente anhelaba. Sin embargo, hay muy poca gente como Chema.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 ago 2015
ISBN9781311002341
Chema, el Catracho Migrante
Autor

Adolfo Sagastume

Construyendo Universos LiterariosCiudadano LatinoamericanoCiudadano de la República de LiberlandCiudadano de Asgardia The Space Kingdom

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    Chema, el Catracho Migrante - Adolfo Sagastume

    Índice

    El Coyote

    La Jaula

    Casa del Migrante

    Empacando Mota en Ensenada

    Tres Años de Cárcel

    El Túnel de Tijuana

    El Pollero del Túnel

    Chema en Los Ángeles, California

    Buscando a Lupe

    El Regreso

    El Coyote

    Un chorro de tablonazos se deslizaba entre las escasas nubes de la madrugada. Aparecieron por todos lados. Los cerros de la frontera se habían convertido en un sonoro frente de batalla. Los helicópteros del Sheriff Department of Migration batían la copa de los árboles. Eran siete naves oscuras, tan negras como la consciencia de sus pilotos.

    Por tierra otras siete unidades pintadas con insignias verdes tenían rodeados a un grupo de migrantes indocumentados. Los vehículos se movían veloces por brechas que solo ellos conocían y podían transitar seguros en la negrura de cualquier noche.

    Los helicópteros daban vueltas circulares sobre un pequeño cerro cubierto de matorrales. Los detectores de infrarrojo mostraban claramente las figuras térmicas de unas cincuenta personas.

    Los agentes de migración de los Estados Unidos descendieron de sus vehículos y comenzaron a acercarse al montículo, despacio, en estado de alerta. En la mano izquierda una lámpara de luz verde y en la derecha el arma reglamentaria, una escuadra 9 milimetros.

    Los perros rastreadores, silenciosos, se acercaban al contingente de migrantes indocumentados que se escondían cansados y temerosos a pocos metros de distancia.

    Estaban encerrados, no tenían escape; no había a donde correr.

    Todo estaba cubierto por la ley.

    Entonces se escuchó la bocina desde una de las unidades de tierra.

    —Entréguense. No les haremos daño.

    —Salgan con las manos en alto.

    Silencio.

    Los cincuenta indocumentados eran los más humildes centroamericanos que tenían tres meses de haber salido de sus respectivos países rumbo al sueño americano.

    Entre todos ellos estaba un muchacho de quince años, José María López, el Chema, que había perdido a su padre víctima del dengue. Y su madre se había quedado en los cerros de Honduras, en una colonia de Tegucigalpa.

    Nadie se movió.

    Todos esperaban un último milagro, uno de vida o muerte.

    La orden se repitió.

    —Salgan con las manos en alto, sabemos que están allí.

    La voz norteña del coyote dio la orden.

    —¡Ahora! ¡Sálvese el que pueda! ¡Los espero en el punto acordado!

    La estampida no se hizo esperar.

    Los fantasmas de la miseria se escurrieron en todas las direcciones.

    El coyote lo sabía.

    No podía salvarlos a todos. Solo los más sanos y fuertes lograrían llegar a los extremos de Calexico, California. Allí los esperaban varias camionetas, tipo vagoneta californiana, para recogerlos, internarse con ellos en la ciudad y hacerse invisibles.

    Siete perros capturaron a siete personas, dos señores avanzados de edad, tres mujeres y dos niños.

    Los helicópteros se volvieron locos.

    Revoloteaban como serpientes de humo en las alturas, pero no aterrizaron.

    Alumbraban el territorio oscuro y veían a los indocumentados paro no podían aterrizar. La debilidad de su alta tecnología consistía en no poder tomar tierra. Se limitaban a iluminar los puntos más neurálgicos, donde percibían movimiento, para indicarles a los agentes de tierra por dónde tenían que moverse.

    Las patrullas de migración se mueven muy veloces en las brechas. En terreno baldío simplemente están neutralizados.

    Los agentes de migración son valientes y tienen desarrollada la capacidad de capturar ilegales pero siempre fracasan cuando son muchos.

    La juventud y fortaleza de Chema mostró todas sus bondades. En cuestión de minutos se escurrió como chispa de circuito eléctrico por entre las rocas y los matorrales. Cuando la migra comenzó a celebrar sus primeras capturas Chema ya estaba llegando a las camionetas que los esperaban.

    Dieciocho muchachos llegaron al punto indicado.

    Los repartieron en cinco camionetas que desaparecieron de la zona como almas que llevan al diablo encima. Se metieron a Calexico, cada una por un rumbo diferente. No se sabe que pasó con ellos. Pero la camioneta en la que iba Chema, la casa en la que entró y la gente que lo transportaba tuvo que beber la gota amarga.

    La casa ya estaba quemada y el coyote identificado por los agentes; fueron rodeados por las unidades de migración.

    Dos helicópteros

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