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Crímenes Y Herejías: Relatos De Misterio Y Fantasía
Crímenes Y Herejías: Relatos De Misterio Y Fantasía
Crímenes Y Herejías: Relatos De Misterio Y Fantasía
Libro electrónico403 páginas6 horas

Crímenes Y Herejías: Relatos De Misterio Y Fantasía

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1598. En la ciudad de Amsterdam, un grabador y cartógrafo flamenco crea un mapa que muestra una tierra maravillosa ubicada al otro lado del Océano Atlántico. Guayana. Una región rica en recursos naturales y llena de leyendas. Para llamar la atención del público, el cartógrafo elabora su mapa usando signos donde mezcla hechos reales y fantasía. Cuatrocientos años después, los hombres que recibieron el mensaje codificado en el mapa del grabador flamenco están destruyendo sistemáticamente las selvas del Amazonas. 2017. Un individuo astuto reside en la ciudad de Nueva York donde gana una fortuna inmensa trabajando en la industria de la publicidad. Jugando con signos, vende tabaco y fantasías políticas. El hombre es la especie superior pero Lucifer parece estar en todas partes, viviendo y fluyendo con las pasiones de los seres humanos, tocando todo lo que hacen. ¿Cuál es la mejor manera de sobrevivir en un mundo lleno de todo tipo de crímenes y herejías? Un shapeshifter viajero ha encontrado la metodología "perfecta": Ve, piensa, espabila, jode, dispara y ama.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento27 ago 2020
ISBN9781506533711
Crímenes Y Herejías: Relatos De Misterio Y Fantasía
Autor

José Talleyrand Rodríguez

José Talleyrand Rodríguez was born in Caracas, Venezuela. He has received graduate degrees from Universidad Simón Bolívar, Indiana University and SUNY Stony Brook performing research in science, literature and cultural studies. In recent years he has published two novels, Sirena en Do Menor and Caballo Negro en Tierra de Gracia, and two books of short stories, Amores, Canciones, Estrellas y Pistolas and Crimes and Misdemeanors: Tales of Mystery and Imagination. A lover of classic noir and modern Latin American literature who likes to examine phenomena associated with social injustice. He currently lives in the United States somewhere near New York City.

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    Crímenes Y Herejías - José Talleyrand Rodríguez

    Copyright © 2020 por José Talleyrand Rodríguez.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida

    o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico,

    incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y

    recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera

    coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos

    en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido

    utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 27/08/2020

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    802405

    CONTENTS

    Una Noche, Un Fantasma, Dos Muertos

    Signos (Naturaleza Muerta)

    Te Quiero luego Existo

    Viajando con el Diablo

    Fluidos

    Donde Caen los Ángeles

    Signos (En la Cueva)

    Ratas

    Metanfetamina

    La Vida Sorprendente de Monsieur Ĝee

    René

    UNA NOCHE,

    UN FANTASMA,

    DOS MUERTOS

    Tres de la mañana. En un parque de la ciudad de San Andrés, en medio de la oscuridad, un hombre camina para despegar su cabeza. Ha bebido demasiado en uno de los bares de la zona. El aire fresco de la noche le da nueva vida mientras sus ojos se maravillan con la multitud de sombras dibujadas por los débiles rayos de una luna en cuarto menguante parcialmente cubierta por una capa de nubes. Los árboles se funden en una masa oscura que desafía cualquier tipo de entendimiento. Mil y una formas geométricas parecen jugar en la penumbra dando vuelo a la imaginación. En un costado del parque, bajo un roble americano, el hombre ve un pequeño vehículo que parece moverse rítmicamente. Duda entre seguir su camino o acercarse a examinar el auto. Desde donde está malamente puede ver su parte trasera. Da varios pasos hacia el vehículo y se detiene asustado. El hombre se santigua. Entre las sombras le parece ver una figura blanca que examina el interior del auto viendo a través del parabrisas delantero. Se oye el gemido sensual de una mujer que corta la quietud de la noche. Una de las puertas traseras del pequeño auto se abre y un par de jóvenes semidesnudos salen corriendo hacia la calle más cercana.

    - ¡Esta no te la perdono gran cabrón! – le recrimina ella

    - ¡No me vengas con pendejadas! – le replica él – Con el miedo estabas que gozabas como nunca.

    - Sí … Pero corre que nos quema la Blanca

    El hombre ve pasar a los dos jóvenes. Instintivamente lleva su mano derecha a la parte de atrás de su cintura extrayendo una Magnum Baby Eagle. En cuestión de segundos dispara cuatro balas de 9 mm hacia la figura en blanco. En las sombras la figura no se mueve. Aterrorizado, el hombre da media vuelta y empieza a correr desesperado detrás de los dos jóvenes. Siente que su vida está en juego. No se atreve a mirar hacia atrás, pero tiene la certeza de que un ser sobrenatural lo persigue. Delante de él, la joven le implora a su compañero que no la deje sola. El joven hace caso omiso de sus suplicas y en su loca carrera se aleja cada vez más de ella. El hombre oye como la joven empieza a llorar y se desespera aún más. No quiere ser el último de los tres que escapan. Intenta acelerar su paso pero el cuerpo no le da para más. Siente que no puede respirar, en cualquier momento se va a desmayar. Tiene que hacerle frente a lo que viene atrás. Su mano derecha se aferra a la Magnum Baby Eagle. Aún le quedan seis balas en la pistola. Quizás todavía tenga una oportunidad. Haciendo un esfuerzo supremo controla su miedo, se para y se da media vuelta. Lo que ve lo deja perplejo. Nada. La calle está completamente vacía.

    Está en las noticias. Todos los periódicos de la ciudad mencionan el incidente. La Blanca ha reaparecido. La figura espectral de una mujer vestida con una larga túnica blanca que por las noches deambula por los lotes y callejones vacíos de San Andrés. ¿Una broma? No. Tres personas la vieron ayer en un parque. Es una pesadilla incrustada profundamente en nuestras vidas. El espectro ha sido un habitante de la ciudad por más de doscientos años. Desde la época colonial su leyenda ha vivido entre nosotros. Según las creencias populares, la Blanca castiga a los pecadores quemándolos en el fuego de su deseo. Un ángel exterminador que nadie quiere ver, porque todos tenemos algo que ocultar, y este espíritu tiene una extraña habilidad para detectar nuestras faltas y herejías. Ella es una proyección de nuestra conciencia que fácilmente puede matarnos. Esta vez la Blanca parece estar realmente enojada. Nueve personas han sido asesinadas, siete hombres y dos mujeres, en un período relativamente corto de dieciocho meses. Los muertos fueron encontrados en las afueras de la ciudad, en parques y habitaciones de moteles, todos con quemaduras de tercer grado. Criminales y pervertidos han sido removidos de esta tierra, nadie llora por ellos, ahora vivimos en un mundo mejor. ¿Pero es la Blanca responsable por todos estos asesinatos? La mayoría de la gente no dudaría en dar una respuesta afirmativa a esta pregunta, pero yo soy escéptico. He visto demasiadas cosas malas o turbias en esta tierra. A través de la historia, los seres humanos han demostrado que pueden matar y quemar. No se necesita una criatura fantasmal para llevar a cabo esa atrocidad.

    Hace más de sesenta años, a finales de 1949, cuando yo solo tenía veintiséis años, tuve que lidiar con dos asesinatos y el mito de la Blanca. Fue una experiencia extraña. Dos hombres murieron en circunstancias misteriosas y hoy día todavía me pregunto quién fue responsable por esos crímenes. En esa época yo era un oficial subalterno en el Departamento de Policía de San Andrés. Una estrella en ascenso. Tres años antes, el Alcalde de la ciudad había decidido modernizar la fuerza policial. La Segunda Guerra Mundial había terminado y algunos políticos estaban probando nuevos enfoques para mejorar nuestro futuro en América Latina. San Andrés era una ciudad pequeña de 60.000 habitantes ubicada en el cruce de dos carreteras principales en las montañas de La Sierra. Una población próspera dedicada al comercio de ganado y productos agrícolas. A los ojos del Alcalde, la ciudad líder de La Sierra necesitaba entrar en el siglo veinte abrazando ideas de modernidad y alejándose de viejas supersticiones. La gente de San Andrés acogió con beneplácito la mejora en los servicios públicos, aprobó el nivel superior de la educación impartida en las escuelas locales, y disfrutó de un sistema ferroviario más eficiente, pero nunca olvidó el mito de la Blanca. Para ellos, el viejo espectro todavía caminaba por calles oscuras y lotes vacíos en la ciudad. La ciencia puede usarse para luchar contra la superstición. En los planes del Alcalde para modernizar el Departamento de Policía, era esencial la creación de una unidad científica. Dejar atrás la investigación empírica de crímenes violentos. Por lo tanto, en marzo de 1947, aprovechando un tratado de Buena Voluntad entre los Estados Unidos y mi país, me enviaron a la ciudad de Nueva York para estudiar los vínculos múltiples del trabajo de detective con la medicina forense y la toxicología. Esta fue una aventura reveladora. La Policía de la ciudad de Nueva York estaba a la vanguardia en el uso de la medicina forense para resolver crímenes. Aprendí mucho en este campo, sin embargo, también noté algo curioso. En los barrios de Manhattan, Queens y Brooklyn, las leyendas urbanas con fantasmas eran muy populares. Maravillas de la tecnología como el Empire State Building o el Puente de Brooklyn podían coexistir con cuerpos espectrales que tenían poderes fantásticos y la capacidad de dañar a los seres humanos en mil maneras distintas.

    Después de vivir un año en los Estados Unidos, regresé a San Andrés y establecí una Unidad Científica modesta en el Departamento de Policía. Inicialmente, la Unidad consistía de un gato siamés y tres hombres. El gato, Amadeus, una criatura sumamente inteligente y sofisticada, operaba por su propia cuenta. Un día, el animal apareció en mi oficina y, sin entrenamiento previo, mostró un talento increíble para las investigaciones policiales. No pude ignorar sus aciertos, la criatura sabía lo que hacía, me vi forzado a aceptarlo en la Unidad Científica. Varios miembros del Departamento de Policía afirmaron que Amadeus era la reencarnación de un oficial que murió mientras evitaba un robo en un hipódromo de caballos. Trabajando directamente bajo mi supervisión funcionaba un detective veterano, un mestizo de sangre guajira, llamado Carlos Arazipani, que amaba novelas y películas en el ámbito del noir. Carlos vivía en un sueño. Era casi treinta años mayor que yo, con un conocimiento excelente de las calles y los alrededores de San Andrés, y le escribió una larga carta al Jefe de Policía solicitando su admisión en la Unidad Científica. Bueno, para ser honesto, debo decir que Carlos, Amadeus y Fernando Torrealba fueron los únicos seres en toda la ciudad que mostraron interés en trabajar para la Unidad. Fernando Torrealba era médico en el Hospital Central de San Andrés. Cuando le conté mi visita a la Policía de Nueva York, Fernando confesó ser un ferviente admirador del trabajo realizado por Charles Norris y Alexander Gettler en ciencias forenses. Los cuatro trabajamos un par de casos menores y obtuvimos cierto reconocimiento después de identificar a los dos secuestradores y asesinos de un joven de dieciséis años. Un hecho bastante escabroso. De manera inteligente, simulando un rapto con fines de lucro, un esposo celoso eliminó al amante de su esposa. El asesino por poco lleva a cabo un crimen perfecto, pero, siguiendo métodos estrictamente científicos, descubrimos sus actos. Fue un crimen pasional sórdido que no involucró ningún espíritu o elemento sobrenatural. Después de ese caso, se nos unió el quinto y último miembro de nuestra Unidad Científica: Hannah Merbold-Ramírez.

    En 1949 solo había una mujer haciendo trabajo de calle en el Departamento de Policía de San Andrés. Hannah era un ser especial en muchos aspectos. Una mujer inteligente y atractiva, de tamaño mediano, un verdadero lince que podía hacer su trabajo de manera eficiente sin amenazar a la población masculina del Departamento. Sus padres eran nativos de Alemania y Chile. El padre era un químico bávaro que conoció a la madre, hija de un diplomático chileno retirado, a finales de la Primera Guerra Mundial en Munich. Los dos se casaron y Hannah nació. La familia se mudó a Dresde, donde el padre consiguió un puesto como profesor en una universidad. Se convirtió en un experto en toxicología y fue mentor de su hija en esta área. Los padres de Hannah murieron en un ataque aéreo durante la Segunda Guerra Mundial. En febrero de 1945, las Fuerzas Aliadas lanzaron una ofensiva aérea masiva sobre la ciudad de Dresde, utilizando bombas explosivas e incendiarias, matando a miles y miles de civiles. Desde las afueras de Dresde, a seis kilómetros del centro de la ciudad, Hannah observó con impotencia el fuego que consumió la vida de su padre y su madre. La tragedia dejó una huella profunda en su alma.

    La vida en la Alemania de la posguerra no fue fácil para una mujer soltera y sin trabajo. Un buen amigo le comentó a Hannah la posibilidad de encontrar empleo en una pequeña ciudad de América Latina. Un Departamento de Policía en el otro lado del océano Atlántico estaba buscando a un toxicólogo experto. Hannah mandó un telegrama y envió por correo sus papeles solicitando el puesto. En San Andrés, el Alcalde de la ciudad y el Jefe de Policía inicialmente no se sintieron cómodos con el sexo de la candidata al puesto, ‘¿quién puede confiar en una mujer?’ se preguntaron, pero en sus manos tenían una oportunidad única. ¡Una toxicóloga alemana que hablaba español con fluidez! Su contratación le podía dar a la nueva Unidad Científica credibilidad instantánea. Hannah obtuvo el trabajo. Ella se integró rápidamente en nuestra Unidad. La mujer tenía una mano excelente para tratar con Amadeus y era perfecta como enlace entre el trabajo forense de Fernando y el trabajo de detectives que Carlos y yo hacíamos. Después de ver un exceso de violencia y miseria en la guerra, Hannah floreció como ser humano. Además de su trabajo en la Unidad, le enseñó química a estudiantes de secundaria en San Andrés y, en el campo científico, desarrolló un programa de investigación para extraer medicamentos y toxinas de plantas que crecían en las montañas y valles de La Sierra.

    Nuestro primer caso como una unidad ya integrada nos mostró las complejas interacciones de los políticos locales con el mundo exterior. Para ellos, las acciones de la Blanca eran solo una distracción menor. En la noche de un día festivo, un vendedor de telas ambulante murió en un notorio burdel de la ciudad. Las Mariposas era el nombre del establecimiento, un lugar muy chic administrado por Gustavo y Constanza Echegaray, hermano y hermana, inmigrantes que habían llegado años atrás al país como refugiados de la guerra civil española. Los Echegaray tenían relaciones excelentes con los ricos y poderosos de San Andrés. Uno de sus clientes, Eugenio Sánchez-Valbuena, el vendedor de telas ambulante, entró en una habitación con una joven prostituta y cuarenta y seis minutos después murió de un ataque al corazón. ‘Actividad sexual extrema’ fue la conclusión de la mayoría de la gente al enterarse del hecho. ‘Lo mató la felicidad’ dijeron algunos bromistas. Después de examinar el cadáver en la morgue, Fernando y Hannah notaron un gesto raro en la cara del hombre muerto y una expansión anómala en varios músculos de su cuerpo. Encontraron rastros de una toxina poderosa en los órganos internos del occiso. El hombre había sido asesinado.

    En un flashback, Hannah recordó el contenido de un viejo artículo que describía toxinas utilizadas por las agencias de seguridad de la Unión Soviética a la hora de eliminar a los enemigos del Estado. Una de las toxinas permanecía en estado latente dentro del cuerpo hasta que la víctima realizaba ejercicio extremo mientras hacía deporte o sostenía relaciones sexuales. Cuando se usaba en el lugar y en el momento apropiados, la toxina era una forma conveniente de eliminar a un enemigo y manchar al mismo tiempo su reputación. ¡Maquiavélico! ¿Existían agentes soviéticos operando en nuestra ciudad? Carlos y yo comenzamos a hacer preguntas a través de las líneas telefónicas y en las calles de San Andrés. De 1941 a 1949, cuatro clientes de Las Mariposas habían muerto de ‘actividad sexual extrema.’ Los registros forenses indicaban que todos los hombres muertos exhibían las mismas peculiaridades físicas encontradas en el cadáver de Eugenio Sánchez-Valbuena. A través de los años, los dueños de Las Mariposas manipularon la opinión pública y mantuvieron la situación bajo control. Atribuyeron las muertes al apetito sexual de las prostitutas que operaban en Las Mariposas. Una mentira que cubrió los asesinatos y ayudó a atraer nuevos clientes masculinos. Los ‘machos verdaderos’ siempre estaban dispuestos a demostrar su valía pasando una noche entera con las chicas de Las Mariposas.

    En el curso de nuestra investigación descubrimos que Eugenio Sánchez-Valbuena no era un vendedor de telas ambulante, su verdadero nombre era Omar López, un líder sindical y miembro del Partido Comunista. En sus viajes, en forma clandestina, Omar López diseminaba su propia versión del pensamiento comunista de Karl Marx. Tenía la idea de que ‘Latino América es de los latinoamericanos’ y no obedecía las órdenes enviadas desde Moscú. Por razones políticas, el comunista rebelde fue asesinado. ¡Sí, agentes soviéticos estaban operando en San Andrés! Ordené la detención inmediata de Gustavo y Constanza Echegaray. Fueron interrogados en una celda del Departamento de Policía por Carlos y dos de sus amigos. ¿Las cosas se pusieron difíciles? Nuestro plan era dar a los sospechosos una versión latinoamericana de dos policías muy, muy malos y un policía bueno, pero no fue necesario. Los asesinos tenían amigos importantes ubicados en lugares estratégicos. Podían confesar la verdad detrás de sus crímenes y luego negociar con nosotros una salida decorosa.

    Gustavo Echegaray solicitó mi presencia. En una sala del Departamento, compartiendo una mesa, Carlos y yo dialogamos con él y su hermana. Con una voz normal, sin ningún rastro de emoción, el hombre me dio una visión condensada de su vida y me explicó sus actividades secretas en San Andrés. Gustavo y Constanza Echegaray habían nacido en el sur de España, en una región con grandes fincas y campesinos extremadamente pobres, Andalucía. Desde muy jóvenes fueron miembros del Partido Comunista. Al comienzo de la guerra civil española, en julio de 1936, apoyaron al gobierno elegido democráticamente en su lucha desigual contra las fuerzas rebeldes dirigidas por el General Francisco Franco. Esa guerra fue un asunto triste, turbio, tortuoso. Hitler y Mussolini enviaron armas y tropas para apoyar a Franco y sus rebeldes, mientras que los principales gobiernos democráticos del hemisferio occidental ignoraron la petición de ayuda de las autoridades legales en España. Solo la Unión Soviética los ayudó, pero esa ayuda tuvo un precio muy alto, los comunistas trataron de controlar al gobierno central. Muchos jóvenes españoles viajaron a la Unión Soviética para ser adoctrinados como soldados, burócratas y policías secretos. Ese viaje les cambió la vida. A Gustavo y Constanza Echegaray se les asignó la tarea secreta de matar a hombres o mujeres en el gobierno central español que no seguían las órdenes enviadas desde Moscú. Su labor alcanzó un pico máximo hacia el final de la guerra civil en su país. El triunfo de Francisco Franco en 1939 los obligó a escapar a Latino América como refugiados de guerra.

    Sus maestros de Moscú les asignaron una nueva misión en este lado del Atlántico. Para Josef Stalin, las organizaciones comunistas en Latino América habían sido corrompidas por simpatizantes de León Trotsky o por líderes locales que tenían sus propias ideas sobre cómo llevar a cabo revoluciones políticas. Todos esos individuos, sin excepción, tenían que ser eliminados. La metodología seguida por Gustavo y Constanza Echegaray para matar a sus víctimas fue desarrollada en Rusia y probada en países de Europa del Este por agencias de seguridad de la Unión Soviética. Un burdel de primera categoría como Las Mariposas podía usarse para atraer simpatizantes o eliminar enemigos, y también como un centro para recopilar información sobre la vida política de La Sierra. Era un esquema diabólico. Carlos interrumpió la confesión de Gustavo Echegaray. ‘La Blanca debería quemarte y enviar tu alma maldita al infierno’ fue su veredicto. Mi amigo no estaba bromeando. Yo no dije nada. Mi cerebro estaba tratando de entender el comportamiento de las dos ratas sentadas frente a mí.

    Los Echegaray perdieron los sentimientos típicos de un ser humano cuando dedicaron sus vidas a servir una causa política perversa. Pero, con el paso del tiempo, las duras realidades de la arena política los golpearon. Constanza Echegaray nos contó cómo ambos agentes soviéticos perdieron su fe en los sistemas comunistas del mundo. No les gustó el comportamiento paranoico de Josef Stalin después de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial: Muchos soldados y agentes que habían contribuido al triunfo de la Unión Soviética fueron asesinados o enviados a Siberia sin ninguna explicación. Como agentes soviéticos, los Echegaray eran peones desechables. ¡Malo malo! Los exilados españoles decidieron ofrecer sus servicios a la Central Intelligence Agency de los Estados Unidos. En ese momento, la CIA estaba recién creada y necesitaba informadores en Latino América. La Agencia empleó a los Echegaray como agentes dobles. Mantuvieron su trabajo de rutina con los rusos y de vez en cuando transmitían información a los estadounidenses sobre los movimientos de organizaciones comunistas. Estas dos ratas estaban recibiendo dinero de Moscú y Washington … ¡Y de San Andrés también! La operación de Las Mariposas era un negocio sumamente lucrativo. A todos los hombres ricos de la ciudad les encantaba ese burdel.

    Después de la conversación amigable llegó la hora de negociar. Gustavo Echegaray mencionó las buenas relaciones entre los gobiernos de los Estados Unidos y mi país. Me dio el nombre de una persona en la Embajada de los Estados Unidos con la que ‘necesitaba comunicarme para aclarar nuestro pequeño malentendido.’ No me moví. El hermano y la hermana intercambiaron miradas. Tenían una segunda ruta para escapar de la justicia. De manera relajada, el dueño de Las Mariposas describió algunos detalles de la forma en que operaba el burdel. Para maximizar la satisfacción de los visitantes, tenía un ‘pequeño cuaderno marrón’ en el que escribía los nombres de los clientes más importantes y sus preferencias sexuales. El contenido del ‘pequeño cuaderno marrón’ podía aparecer en las páginas de un tabloide famoso en San Andrés provocando un gran escándalo. Me atrapó con ese detalle. Yo sabía que el principal benefactor de la Unidad Científica, el Alcalde de la ciudad, disfrutaba asiduamente de los favores dados por las chicas en Las Mariposas. ‘¿Es usted un tonto?’ me preguntó Gustavo Echegaray. Ahí me retiré del caso y le di ese asunto tortuoso al Jefe de Policía. Dos días después de mi interrogatorio, los Echegaray empacaron sus maletas y se alejaron de San Andrés. ‘Una cuestión de seguridad nacional’ me comentó el Jefe de Policía. La investigación de la Unidad Científica había puesto en peligro la fachada o camuflaje de la operación. Los Echegaray abrieron un nuevo burdel en una ciudad ubicada a más de trescientos kilómetros de San Andrés. Un lugar donde la gente nunca había oído hablar de la muerte por ‘actividad sexual extrema.’

    El incidente en Las Mariposas me enseñó un hecho básico: Nuestra Unidad Científica tenía las dotes necesarias para desentrañar las causas exactas detrás de crímenes sofisticados, pero en este mundo la justicia es una cuestión de creencias o conveniencias. La ciencia puede apuntar hacia la verdad pero esto puede no ser suficiente para derrotar la ignorancia o superar la manipulación política. Todavía me estaba adaptando a este hecho básico de la vida cuando el mito de la Blanca me golpeó con la fuerza de un tren expreso. Fue algo completamente inesperado. En el amanecer de un frío domingo de noviembre en 1949, mi padre y yo estábamos en un lago de montaña cerca de San Andrés pescando truchas. Mi progenitor era un verdadero fanático de la pesca matutina y me convenció a que lo acompañara en una excursión a un lago donde las truchas saltaban del agua ‘rogando ser atrapadas.’ Usando su camioneta Willys fue fácil llegar al lago de montaña. Arribamos alrededor de las 6 am y una hora después nuestras bolsas de pesca estaban casi llenas con un buen número de truchas. En una mañana preciosa, con un cielo azul y aire fresco, estábamos compitiendo para ver quién atrapaba el pez más grande. Mi padre iba claramente por delante en la competencia. Había atrapado una trucha extraordinariamente larga y ya se jactaba de los besos que recibiría de mi madre como ganador del concurso. Yo estaba haciendo mi mejor esfuerzo, pero, por alguna razón extraña, solo las truchas pequeñas o medianas estaban mordiendo en mi anzuelo.

    De repente vimos a una anciana corriendo por el camino que bordeaba el lago. Los ojos de la mujer detectaron la camioneta Willys de mi padre estacionada cerca de la carretera. La anciana alteró su trayectoria y vino corriendo hacia nosotros. La reconocí. Dos semanas antes, ella y su esposo habían visitado una estación de policía en San Andrés pidiendo instrucciones sobre cómo llegar a una cabaña de troncos ubicada sobre una colina en las cercanías del lago. Ambos eran artistas y habían alquilado la cabaña para vivir allí mientras pintaban paisajes de valles y montañas en La Sierra. Con voz desesperada la anciana gritó: ‘Tienen que ayudarlo ... ¡Vengan por favor, ayúdenlo, se está muriendo!’ La mujer quería usar la camioneta de mi padre. Detuvimos nuestra labor, en un instante cargamos las cañas de pescar y las truchas en la parte trasera de la Willys, y con la anciana subimos a la camioneta. Una vez en el camino, ella nos guio durante casi dos kilómetros hasta que encontramos un caballo y un grupo de hombres. Un joven y un anciano, el esposo de la mujer, caminaban a los lados del caballo. El animal tiraba de una parihuela cargada con un herido. Mi padre detuvo la camioneta y salí a examinar al ser que yacía en la parihuela. Era un joven robusto de unos veinte años. Estaba en muy mal estado, casi muerto, malamente respiraba. Hilos de sangre salían de su boca y orejas. Mostraba cortes y contusiones en todo su cuerpo. ‘Cayó por un precipicio’ mencionó alguien. El joven necesitaba atención médica inmediata. Con cuidado lo acomodamos en la parte trasera de la camioneta. El joven sano y el anciano subieron para acompañar al herido. A toda velocidad nos dirigimos hacia el Hospital Central de San Andrés.

    La Willys hizo el viaje de quince kilómetros en menos de diez minutos. Era la mañana de un domingo y había poco tráfico en las calles de la ciudad. En el hospital, dos enfermeras y un médico llevaron al joven herido a la sala de emergencias. Los demás esperamos en un pasillo dentro del centro de salud. El joven sano y la pareja de ancianos que encontramos cerca del lago estaban sumamente excitados. De manera educada comencé un interrogatorio. Simplemente no pude pensar en otra cosa para calmar sus nervios. Hablar puede tener un efecto terapéutico. Recibí respuestas claras a mis preguntas. Ese día, el Departamento de Policía inició una investigación completa del caso.

    La persona lesionada se llamaba Matías Salazar. Un vecino de El Pedrallo, un pueblo pequeño ubicado a unos doce kilómetros de San Andrés. Matías era un mujeriego y el bully de la comarca. Un joven pendenciero nacido en una familia acomodada que no trabajaba y afirmaba ser un charro mexicano al estilo de Jorge Negrete o Pedro Infante. Era un buen cantante con una mala actitud. Este muchacho alegre se entretenía dándole serenatas a las mujeres de la zona sin prestar atención a su clase social o estado civil. Muchos maridos lo odiaban. Dos de ellos idearon un plan ingenioso para hacer que Matías luciese como un tonto. Querían convertirlo en el hazmerreír de la comarca. El sábado por la noche antes del accidente, después de beber mucho licor en una cantina de El Pedrallo, le mencionaron a Matías la llegada a la zona de una joven extremadamente hermosa. Esta criatura fantástica vivía en una cabaña de montaña a solo tres kilómetros del pueblo cerca del lago. La joven y bella mujer estaba casada con un mariquita, un hombre afeminado, un incapaz que no la merecía. ¡Ella necesitaba un hombre de verdad! Matías decidió hacerle una visita a ‘la bella en apuros.’ Él y uno de sus amigos montaron en sus caballos y se dirigieron a la cabaña de troncos ocupada por los dos artistas visitantes. En realidad, la joven hermosa no existía, en la cabaña solo había una anciana pintando paisajes y viviendo sin molestar a nadie. En el plan original, después de dar su serenata a una ‘vieja decrepita’, Matías iba a quedar como un tonto de capirote. ¡Sencillo! Pero las cosas salieron mal. Al diseñar este plan ingenioso, nadie tuvo en cuenta la presencia de un perro feroz y la intervención de un fantasma mañoso que ‘casualmente deambulaba por los bosques de la zona.’

    Matías y su amigo llegaron a la cabaña de troncos de los artistas alrededor de las 2 de la madrugada. Ataron sus caballos debajo de un grupo de árboles para operar bajo las sombras dibujadas por la débil luz de una luna en cuarto menguante parcialmente cubierta por nubes. Los dos jóvenes charros bebieron un poco de tequila para entonar sus voces y procedieron a afinar sus guitarras. Rápidamente las notas y los primeros versos de Cielito Lindo flotaron en el aire de la noche. La música despertó a tres seres dentro de la cabina: Los dos artistas y su perro, un animal mestizo nacido de un cruce de lobo y pastor alemán. Ninguno de ellos entendió lo que estaba pasando. El perro abandonó la cabaña para investigar. Matías y su amigo cantaban el coro de la canción ... Ay, ay, ay, ay, canta y no llores porque cantando se alegran Cielito Lindo los corazones ... Cuando el perro saltó sobre ellos. Fue un ataque vicioso. La embestida del animal tomó a los dos cantantes por sorpresa. ¿El perro pertenecía a la bella mujer que vivía dentro de la cabaña? Una persona normal habría huido del perro, pero Matías era un bully, dejó caer la guitarra y sacó un cuchillo de su cintura para pelear con el animal. ¡Un combate realmente feo! Los ladridos del perro atrajeron la atención del viejo artista que salió de la cabaña armado con un machete. La pelea se iba a intensificarse cuando sucedió algo realmente extraño.

    Matías vio una figura enmarcada dentro de las sombras generadas por árboles que crecían en la proximidad de la cabaña. Algo que en su mente parecía ser una mujer extremadamente hermosa vestida de blanco. ‘La Blanca ... La Blanca ha venido a quemarme’ exclamó el bully. Arrojó su cuchillo al suelo y corrió hacia un bosque cercano. El pánico anidado en su alma era tan grande que se extendió y atrapó las almas de su amigo y el anciano artista que también soltó su machete. Los tres hombres emprendieron una carrera frenética en el bosque. En la oscuridad, sus cuerpos golpearon árboles enormes y pequeños arbustos. Matías y su amigo estaban perdidos. El anciano conocía bien el área y comenzó a gritar: ‘¡Hay un precipicio ... Hay un precipicio al final del bosque!’ Matías no se detuvo. Su amigo y el anciano artista vieron cómo su cuerpo cayó hacia un espacio vacío. Horrorizados, los dos dieron marcha atrás y volvieron a la cabaña. Ambos sintieron que un ser sobrenatural los estaba observando. Los dos artistas y el joven se atrincheraron dentro de la cabaña cerrando todas las puertas y ventanas.

    Durante un tiempo no pasó nada, los reclusos comenzaron a hacer planes para ir a rescatar a Matías del fondo del precipicio. ¿Estaba vivo? Quizás. Se sintieron culpables de no hacer nada para ayudarlo. Sus sentimientos de culpa desaparecieron cuando escucharon ruidos en la puerta principal de la cabaña. ¿Estaba la Blanca tratando de entrar en la vivienda? Usando muebles, colocaron una barricada detrás de la puerta. La criatura en el exterior de la cabina siguió rascando la puerta durante minutos y minutos. Luego, se movió a una de las ventanas. Los ocupantes de la cabaña construyeron una segunda barricada detrás de esa ventana. El ser en el exterior intensificó sus intentos de entrar en la vivienda. Temerosos los dos artistas y el joven buscaron un lugar para esconderse dentro de la casa. ¿Dónde? ¿Cómo te enfrentas a un fantasma cara a cara? ... Un aullido tenso sacudió la noche ... ¡Era el perro! El animal herido intentaba entrar en la cabaña. El anciano controló su miedo y abrió parcialmente la puerta principal para dejar entrar al perro. Después de la entrada del animal, la puerta se cerró y cuatro seres se sentaron en el centro de la sala lejos de las puertas y ventanas de la vivienda. Permanecieron allí, con los ojos bien abiertos, y sus oídos a la expectativa, hasta que llegó el amanecer de ese domingo.

    Bajo la protección de la luz solar, los dos artistas y el joven caminaron desde la cabaña hasta el fondo del precipicio para encontrar el cuerpo de Matías. El joven vio la figura de su amigo yaciendo sobre un grupo de arbustos. La caída de más de ochenta metros desde la cima hasta el fondo del precipicio no lo había matado. No poseían ningún automóvil y tenían que llevar al herido a un médico. El artista improvisó y optó por usar un caballo y una parihuela para transportar a Matías. Se dirigieron a una carretera principal en las montañas con la esperanza de encontrar ayuda. En ese camino, al borde del lago, la anciana se topó con mi padre y conmigo.

    Todos los esfuerzos para salvar la vida de Matías fueron inútiles. Murió veintiocho minutos después de llegar al Hospital Central de San Andrés. El impacto de la caída dañó su cerebro y varios órganos en su pecho produciendo una hemorragia interna. Asigné el manejo del caso a un par de policías uniformados e intenté encontrar a Fernando Torrealba para pedirle una autopsia completa de la víctima. ¿La Blanca lastimó el cuerpo

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