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La decrepitud del entusiasmo
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Libro electrónico420 páginas6 horas

La decrepitud del entusiasmo

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Recopilación de relatos publicados en las ya desaparecidas revistas pulp Estrambóticos y Rage hace más de una década.

Desde ingenuos relatos de ciencia ficción hasta el ácido humor sureño estadounidense, pasando por cortos relatos de temática fantástica y esotérica que, a buen seguro, sacará más de una sonrisa a los lectores.

No recomendado para ofendiditos políticamente correctos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 abr 2023
ISBN9798223191841
La decrepitud del entusiasmo

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    La decrepitud del entusiasmo - Tiberia Editorial

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    TIBERIA

    © 2020 Madezherizel

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright.

    Primera edición: 2020

    Tiberia editorial

    Diseño de cubierta: Madezherizel

    Impresión: KDP

    ISBN: 9798654275189

    Ficción narrativa. Todos los hechos y personajes de la presente antología son fabulados. Cualquier semejanza con personas o instituciones reales son una mera coincidencia. Las opiniones descritas en él no tienen por qué corresponderse necesariamente con las del autor.

    Todos los derechos reservados.

    Contacto: TiberiaEditorial@protonmail.com

    CONTENIDOS

    Prefacio  11

    La ley universal  15

    La canción del noctívago  29

    Hitler a través de la ventana  57

    El sacrificio de las abejas  73

    Mientras el cardumen duerme  123

    Árbol de perfidia  145

    La Apuesta de Fenris  183

    ¡Oy vey, Uliánov!  189

    Los cuernos de la luna  209

    La carrera de la rata  231

    Lo último que se pierde  247

    La crisis sublime  255

    (Suburbia) 

    Piloto automático  265

    Afiliado  275

    Aliken  283

    Triple paréntesis  319

    Para Ana.

    En España, el que sabe mucho se va del país,

    El que sabe menos escribe un libro

    Y el que no sabe nada da clases.

    Max Silverhämer

    PREFACIO

    Los seis primeros relatos de la presente antología fueron publicados en la efímera y desaparecida revista Pulp Estrambóticos. Los restantes son inéditos. Todos fueron escritos con distintos pseudónimos. El lector comprobará que existe una evolución a lo largo de la obra, no sólo en el estilo sino en la forma de pensamiento. Considero que una parte del mismo estuvo castrada por la educación y por los medios de comunicación durante mi juventud.

    La principal influencia para comenzar a escribir, si bien ya hice mis primeros ensayos frustrados años antes, fue el artista Jodorowsky. Con el tiempo y la madurez fui dejando de lado el pretencioso estilo poético, cursi y pedante, y me decanté por uno más directo y minimalista, sin tanta floritura, más mundano, con los pies en la tierra, sin la obsesión de la trascendencia, de llegar a lo impensable del universo, Dios. En esa última etapa se aprecia la influencia del periodista gonzo Hunter S. Thompson, así como del laureado Chuck Palahniuk y del menos conocido Mark Richard.

    De la tibieza equidistante y condescendiente se pasa a una crítica de la sociedad y de sus cambios forzados por agendas invisibles, intentando no dejar fuera a ningún colectivo victimista de los que tantas noticias se fabrican hoy en día. Nunca he entendido el sentido de los concursos literarios. Ni qué decir tiene que nunca he presentado ninguno de mis relatos que, con absoluta seguridad, serían rechazados en la primera ronda debido a su falta de concesiones. Uno de los ilustradores de Estrambóticos dijo una vez que tengo la costumbre de maltratar a mis personajes, algo de lo que nunca me había percatado hasta aquel momento y que, por cierto, me encanta que así sea.

    He de advertir que los personajes hablan por sí mismos y que sus opiniones, desbarres y desvaríos no tienen por qué coincidir con los del autor. De eso trata la literatura. No hay ideología en estos relatos porque la verdad no es ideológica. La intención de aglutinarlos después de tantos años no es el afán de reconocimiento con el que satisfacer un ego hambriento sino el genuino amor por los libros, como todo bibliotecario y archivero de carrera que se precie de serlo.

    ––––––––

    Madezherizel, 15 de junio de 2020

    La muerte es la mayor forma

    Del amor.

    Carlos Millán Manso

    LA LEY UNIVERSAL

    M

    ooze y yo llevamos once jornadas trabajando en los nuevos superconductores para Cygra. Me siento tan alegre cuando estamos juntos... nos pasamos el día sonriéndonos como humanos en primavera.

    Decidimos que durante el espacio de relevo iremos juntos al acto que se celebrará en las afueras de la metrópoli. Ya no hay ni rastro de oxidación en mi sistema inmune, me he recuperado gracias al tratamiento de los técnicos de Cygra.

    De camino a las afueras nos encontramos con otros compañeros que también están disfrutando de su espacio de relevo. Parece que en esta ciudad se reconoce mi función de nano-programadora mejor que en la anterior donde estuve destinada.

    Me encanta caminar por estas avenidas acristaladas con recuadros blancos y negros, es maravillosa la luz interna que desprenden entre tanta oscuridad. Mooze parece absorto en un edificio antiguo con un enorme patio interior rodeado de plantas y con unas escaleras de piedra pulida levemente iluminadas. Estoy segura de que le gustaría saber hacia dónde se dirigen. Cuando me dispongo a preguntarle si quiere que lo descubramos, uno de los enormes vagones de transporte fluido golpea a Mooze, y ambos caemos al suelo. Mi memoria no puede darme información, y mi visor parece averiado, todo es muy confuso. Mooze se sienta sobre uno de los recuadros blancos y la luz que se expande desde el suelo le hace más interesante que de costumbre. Se cubre el rostro con una mano, parece que su carcasa ha sufrido bastantes daños. Aparecen dos compañeros de Cygra que avisan a la unidad de sanitarios más cercana y se desvanecen entre callejones oscuros.

    Ya en el transporte sanitario, revisan los circuitos externos de Mooze y me examinan con un cauterizador las pequeñas fisuras que tengo en el lado izquierdo de mi visor, de las que no me había percatado.

    Según el parte de ingreso de la Unidad Técnico-Sanitaria, somos atendidos durante la jornada setecientas treinta y ocho. Nunca vi un lugar de reparaciones tan poco optimizado como en el que nos encontrábamos. Era evidente que pertenecía a las afueras de la metrópoli y no recibía los suficientes fondos. Mientras esperamos en el interior de una cámara de descontaminación, tomo la mano derecha de Mooze para ayudarlo a calmarse. Los espacios pasan, se hacen eternos, por la ventana blindada vemos a un viejo Eleutrix cuyos paneles de control no funcionan correctamente, pues no deja de exigir de forma violenta que le lleven de inmediato a la Unidad Técnico-Sanitaria en la que ya se encuentra. En la que nos encontramos todos.

    Justo cuando empezamos a perder energía nos dejan salir de la cámara de descontaminación. Nos movemos torpemente. Retiran a Mooze, que pierde Drenoc por la parte trasera de su cabeza, en un elevador. Según me comentan le van restaurar parte de la carcasa, tan sólo un trabajo rutinario más, como mi querida nano-programación de superconductores.

    Para aprovechar el espacio, me dirijo a los termales para recargar Drenoc. Allí puedo verme reflejada en la tapadera de un incinerador, y entonces me doy cuenta de que mi visor está bastante dañado. No le doy importancia y salgo de los termales a prisa por si terminan pronto con Mooze.

    Ocupan todo el ancho del corredor cuatro agentes humanos que retienen a tres constructores, a los que han desactivado las extremidades superiores. ¡Qué extraño ver agentes humanos! Me fijo en ellos con curiosidad: no tienen demasiada estatura, pero sí que son fornidos y sus movimientos son como los nuestros, además sus rostros no transmiten demasiado buen humor. Mientras imagino cómo será el lugar del que proceden los humanos, el viejo Eleutrix que está a mi lado intenta comunicarse conmigo pero sus mensajes contienen incoherencias de sintaxis. Encuentro en el suelo un fragmento de la carcasa de Mooze, cubierta por completo de verdoso Drenoc. En ese momento, un agente humano me ordena que me acerque a él y me pide el historial de la última jornada porque quiere ver el contenido. Tranquilamente, aunque algo excitada por la presencia del agente humano, le cedo el historial de mi última jornada en Cygra.

    Uno de los cuatro agentes humanos, el más imponente, me ordena que ejecute el historial desde el primer espacio, y lo hago mientras me pierdo en el azul de sus ojos. Qué miedo, parecen no tener fin. De nuevo pienso en ese sitio donde los humanos seguro que viven felizmente hasta que un grito del rubio de ojos azules me saca de mi ensoñación. Me interroga sobre mis datos de fabricación, mi ID, dónde trabajo, de dónde vengo, con quién, y me exigen ver el número de serie. Les contesto que pueden hacerlo si lo desean, pero que no lo permite el procedimiento interno de Cygra. Los agentes fruncen el entrecejo y sus maleables pieles adquieren un bonito tono rojizo.

    Como no fui diseñada más que para obedecer órdenes, no debería continuar replicando a los agentes –pienso–, de modo que les cuento el suceso con el vagón de transporte fluido y los dos compañeros testigos que avisaron a la unidad de sanitarios. El agente rubio me grita que me dé la vuelta, quiere ver mi número de serie, pero el compartimento de mi espalda no puede ser abierto sin la autorización necesaria, algo de lo que ya le había avisado.

    Antes de darme cuenta están desactivando mis extremidades superiores mientras gritan «¡Es ella, la del visor abollado!». No sé cómo proceder, estoy paralizada, retiran mi historial y lo envían a la Junta de Justicia.

    Les pregunto el motivo de la desactivación de mis extremidades superiores, a lo que me contestan que se debe al contenido de un registro de mi historial. Entonces comienzo a preocuparme de veras: estoy acusada de homicidio.

    Todo se vuelve confuso, me gritan y me acusan de haber estado en las revueltas de Saphere y veo en sus ojos desorbitados mi reflejo. Alguien pregunta cómo puede haber tanto Drenoc en la pieza de Mooze, de quién es y cómo ha llegado hasta ella, mientras miles de gotas de los fluidos bucales humanos salpican mi visor. Pierdo la noción de la realidad por unas fracciones de espacio. De repente me preguntan por Mooze y les contesto que le están atendiendo en algún taller superior. Veo a uno de los humanos desaparecer en su busca.

    Me llevan custodiada a otro taller vacío donde no se me permite sentarme ni mirar en otra dirección que no sea la pared de enfrente a la altura de mi rostro. Estoy asustada y no dejo de decirles a todos que se trata de un error, que un vagón nos golpeó y lo pueden comprobar a través de la información de mi historial, pero no me hacen caso. Mi procesador se satura con cientos de gritos, tengo mucho miedo, me enfado y, sin creer lo que está pasando, comienzan a resbalar unas gotas de líquido desde mi visor, unas gotas descontroladas que surcan mis pulidas mejillas. ¡Estoy llorando! ¡Cómo imaginarlo! En el fondo debe haber algo bello en esta situación, estoy descubriendo cosas que desconocía sobre mí.

    Llega una técnico que cambia mi visor dañado, me tratan como si en verdad hubiese matado a alguien. Tras la precaria revisión me dan el permiso de salida, los agentes me zarandean y empujan para llevarme al transporte militar. Dentro están ya los tres constructores retenidos en el corredor y mi compañero Mooze. Nos obligan a sentarnos en el suelo de la nave y nos llevan a otra Unidad Técnico-Sanitaria, esta vez dentro de la metrópoli, pues Mooze necesita una revisión especializada.

    El trayecto es desagradable, nuestras extremidades superiores han sido desactivadas y no podemos agarrarnos a nada para evitar la inercia del vehículo, de modo que nos golpeamos constantemente contra las superficies cromadas del interior.

    Los agentes nos insultan y se mofan, y nos van revelando pequeños detalles de lo ocurrido: parece ser que hubo unos altercados al sur de la metrópoli y en un momento concreto alguien incitó a una batalla, resultando muerto un agente humano y nosotros, sin saber cómo ni por qué, estamos implicados.

    Nuestros captores se ríen, bromean, nos insultan y nos asustan llamándonos asesinos. Al llegar a la Unidad Técnico-Sanitaria, se llevan a mi compañero junto a los otros tres constructores. A mí me dejan en el vehículo custodiada por un agente, los portones están abiertos, de modo que todos pueden verme bajo arresto. Me siento mal al notar miradas acusadoras y escuchar susurros de otros constructores que pasan frente al transporte. Dentro hay muy poca humedad y no es bueno para mis circuitos, mi procesador comienza a enviar instrucciones de dolor a mis periféricos.

    Pasa un gran espacio, no sabría determinar cuánto, hasta que traen de vuelta a mis compañeros. Tenemos prohibida la comunicación entre nosotros y, por desgracia, los agentes desactivaron también la Dinesis.

    El conductor del vehículo parece alterado, e incumple la normativa de circulación ciudadana provocando graves accidentes entre constructores. El que parece el jefe se lo recrimina entre risas. El transporte se detiene y nos hacen bajar a todos a empujones hasta llevarnos dentro de la Sección Militar. Ni por un solo momento se nos ha ocurrido resistirnos. Allí nos ponen en fila, como cuando trabajamos en Cygra, y nos quitan todos nuestros dispositivos externos autónomos.

    Me separan del resto y me empujan a un cuarto donde hay una agente hembra. Por primera vez puedo ver a una tan de cerca. Qué belleza. Estoy segura de que fuimos diseñados como ellos. Además, ella no me golpea ni me grita demasiado. Toma mis datos y me encarcelan en una celda profusamente iluminada, blanquísima.

    En ese momento, traen a mis compañeros a empujones y patadas. Los agentes humanos nos leen nuestros derechos, que consisten en pedir un representante legal, y activan nuestras extremidades superiores. Me entregan un dispositivo jurídico que me ordenan firmar con mi dedo corazón.

    El agente rubio me informa de que han encontrado en mi historial varios registros delictivos menores, lo que supone una inhabilitación de trescientas jornadas en Cygra. Eso sí que me asusta de verdad e intento explicarles lo absurdo de sus argumentaciones. Alguien me grita y me agarra por detrás. Me arrastran de nuevo a un transporte, esta vez de la Sección Militar Mayor, a mí sola. Un monstruo de metal donde tengo que sentarme de rodillas, sin mis extremidades superiores activadas y mirando al suelo. Por unos segundos logro ver parte del exterior por una pequeña abertura de ventilación: es el Centro de Reciclado donde algún día me llevarán. Me pregunto qué habrá sido de Mooze y de los otros tres constructores.

    Cuando llegamos al nuevo destino, me hacen bajar de nuevo a empujones con gritos y amenazas. Ahora estoy bajo la custodia de los Sotts, los agentes humanos famosos y temidos por su crueldad. Dentro del edificio, me bajan por unas escaleras lúgubres y llego a una sala con siete agentes Sotts. Me empujan contra la pared de mi izquierda y uno de ellos asegura que soy un engendro de constructor. Noto gran enfado dentro de mí.

    Aparece un técnico que toma imágenes de todo mi cuerpo, me siento violada, se fija en todos los detalles de mis circuitos. Cuando acaba su tarea y vuelve levitando por donde vino, les explico que todo es un error, que mi compañero y yo tuvimos un accidente con un vagón de transporte fluido. Ellos me dicen entre risas que eso no es lo que pone en mi historial. Varios de ellos me insultan y me vuelven a llamar asesina. Se callan y pasan algún espacio en silencio, fumando. Curiosa actitud. Me gustaría saber qué piensan mientras me observan de arriba a abajo. Quizás sepan que soy inocente y por eso fuman. Sí, debe ser eso, están nerviosos por hacer una acusación falsa y, como son humanos, fuman. Alguien me habló de esa costumbre humana.

    Al rato se levantan todos, les han comunicado algo por sus dispositivos internos. Me llevan a una celda, activan mis extremidades superiores y me empujan dentro. Cuando me dejan sola, me fijo en lo desagradable del color rosa de las paredes, y el fétido olor que proviene del incinerador de la celda. Todo está sucio, lleno de Drenoc oxidado, y puedo distinguir unos microorganismos muertos que cubren como un mantillo todo el suelo. Un rato después me hago consciente de mi mirada perdida. Estoy demasiado asustada por el cargo de homicidio. De nuevo comienzan a gotear de mi visor lágrimas, no puedo evitarlo, ¡es tan injusto!

    Activo el ahorro de energía, pero me resulta imposible entrar en estado de hibernación porque cada vez que pasa un agente Sotts haciendo la ronda de guardia no puedo evitar mirar y me imagino lo peor. Al menos estoy segura de que mi sistema de alerta funciona correctamente.

    No sé cuántas jornadas pasan mientras estoy allí encerrada y sentada en el suelo llorando, me resulta imposible tomar alguna referencia del espacio. En un momento dado llegan dos agentes y me llevan a una sala donde examinan mis extremidades superiores e inferiores con atención. Cuando terminan, me devuelven a la celda dándome un puñetazo en la espalda. Oigo alejarse a los dos agentes entre risas.

    El espacio pasa lentamente, al igual que la plantilla completa de Sotts del edificio, que desfila constantemente por los calabozos para memorizar mi cara de asesina, insultarme y amenazarme.

    Me comunican por un interfono que me ha sido asignado un abogado humano especialista en casos como el mío. Al rato me llevan a encontrarme con él. En la sala hay un tribunal formado por varios agentes, todos fumando. Puedo ver cómo el humo de sus cigarrillos ondea hasta perderse en los extractores de ventilación. Según me comentan, la burocracia actual no permitirá que declare hasta dentro de dos jornadas más. No se me permite hablar a solas con el abogado que me ha sido asignado. Así que no digo nada y me llevan de nuevo a la celda. Mi sistema infiere que debe ser el momento del día en que los humanos duermen porque todo queda en un silencio total y llega el relevo.

    Salgo del estado de hibernación en el que entré la jornada pasada cuando oigo los pasos de un agente que se dirige a mi celda. Me comunica que han encontrado más registros sospechosos en mi historial, lo que supondrá nuevas jornadas de inhabilitación en Cygra. Y entonces recuerdo que llevo un espacio indeterminado sin asistir a la compañía, me pongo nerviosa y comienzo a llorar de nuevo. ¿Qué pasará ahora? No he asistido a mi puesto durante jornadas y para colmo los agentes aseguran que han encontrado registros sospechosos... De aquí al Centro de Reciclado... ¡Es horrible! ¡Si aún me queda mucho espacio de autonomía!

    Cuando por fin me llevan a declarar, me suben a un piso lleno de humanos ajetreados de aquí para allá, todos fumando. El sargento al mando de mi declaración comienza a hablar diciendo que tengo un defecto de fabricación, un defecto criminal. Le insisto en que se trata de un error, le cuento todo lo que sucedió con Mooze en la avenida y los testigos del accidente. El sargento da un golpe en la mesa que hace saltar las mi sistema de alerta. Me ha asustado. Dice no creer nada de lo que le digo, pues el defecto de mi fabricación me impide decir la verdad. Y además, los testigos del accidente han declarado contra mí y contra Mooze.

    El sargento pide una pena de exclusión social. ¡No puedo creerlo! Tal y como pensé, me llevarán directamente al Centro de Reciclado, le insisto en que aún soy útil, que no tengo ningún defecto porque yo misma analizo mi estado y emito los partes correspondientes a la compañía que me diseñó. Pero lo más horrible estaba por llegar. El sargento me dice que en realidad no va a pedir que me lleven al Centro de Reciclado sino a Cygra, donde seré incinerada. La compañía para la que trabajo es la que debe hacerse cargo, por ley, de mi completa destrucción.

    No tengo ánimo para indignarme, tan sólo siento algo extraño que nunca antes había experimentado. Es como si un campo de energía oscura me rodeara; sólo podría describirlo como una inmensa desolación. Un enorme agujero negro que absorbe todo mi Drenoc.

    Desconozco el espacio que transcurre hasta que llegan los dos agentes para llevarme a Cygra. Mi memoria no puede recordar cómo sucedió exactamente pero mis verdugos olvidan desactivar mis extremidades superiores y logro escapar. Huyo entre las avenidas de la metrópoli, consciente de los miles de dispositivos de monitorización en espacio real. No llegaré demasiado lejos. De pronto veo aquel antiguo edificio con el enorme patio interior rodeado de plantas que tanto asombró a Mooze cuando paseábamos antes del accidente. Me dirijo entre las sombras hacia sus escaleras de piedra pulida. ¡Qué belleza de lugar!

    Asciendo mirando a todos lados, impresionada, ¡qué gracia me hacen esos focos de luz tan bien dispuestos en los laterales! Me pregunto quién construiría semejante maravilla. ¿Alguien de una compañía filial de Cygra, quizás? ¿O tal vez algún humano?

    Y entonces vuelvo a recordar la situación en la que me encuentro. Un sentimiento de tristeza aguda se apodera de mí. Llego a la azotea del edificio y pienso en Mooze. Doy un paso y luego otro. Me pregunto si en realidad fui yo la responsable del asesinato de ese humano, si en realidad tendría ese fallo de fabricación criminal que me hacía rebelarme contra mis propios amos y creadores. ¿Por qué debo ser incinerada, destruida, eliminada, por un defecto que ellos cometieron al crearme? ¿De verdad cometieron tal error? Y en caso negativo, ¿no estarían ahora cometiendo otro error?

    Nada de esto tiene sentido. Qué juego de luces tan hermoso se presenta ante mí, la metrópoli vista desde una perspectiva distinta. Me siento libre, es como la gravedad cero de mi antigua compañía. Mi sistema de alerta ha enloquecido porque sabe que en décimas de espacio mi cuerpo entrará en contacto con el pavimento de la avenida.

    ¡Qué momentos tan felices he pasado junto a Mooze! Vaya, ahora me arrepiento de haberme lanzado al vacío, ya no hay vuelta atrás. Según mi utilidad de prospección, tendré un resultado brutal y definitivo. Ha sido mi decisión. Pero ahora me doy cuenta, gracias a esta caída, que amo vivir.

    Por fin logro entenderlo todo: el fallo de fabricación que tengo es que soy capaz de amar.

    Si tal cosa fuese posible,

    Nuestra tierra sería una pesadilla.

    Arthur Machen

    LA CANCIÓN DEL NOCTÍVAGO

    E

    l lodo chapoteaba bajo sus pasos. Era un pantano muerto, ni insectos, ni ranas; hasta los robles estaban secos y podridos. En derredor todo parecía estar en orden, excepto más allá, donde se erguían las colinas del Desguace. El aire palpitaba sobre el fango, estallando en diminutas iridiscencias que desaparecían de inmediato.

    –¿Ves aquellos harapos, allí? –dijo Bromo señalando hacia delante.

    –Sí –respondió Gorrión.

    –Hace tiempo era un tío llamado Martillo. Vino también en busca de Ara. Pasaremos junto a sus restos y atajaremos por la ladera.

    Junto al montón de harapos parduscos estaba la ballesta que Martillo solía usar en sus expediciones. No había ni resto de carne, huesos o sangre.

    –¿Qué crees que le pasó? –gritó Gorrión, con su mente hirviendo en conjeturas.

    –Si vuelves a levantar la voz te corto las cuerdas vocales. Lo último que necesitamos es llamar la atención de algún elemento indeseable –advirtió Bromo–. Hacia el bosque, vamos.

    Gorrión entendió por fin qué significaba eso de tener mariposas en el estómago. Lo había oído decir de los enamorados pero nunca de los que ven a un hombre que se ha  evaporado dejando sólo su ropa. «Cuando el corazón late deprisa, aumenta la presión sanguínea, el estómago parece entrar en ebullición, y las heces y la orina claman por su libertad», pensó ofuscado Gorrión.

    Justo antes de adentrarse en la espesura vegetal que poblaba la ladera del valle, Bromo sintió una corriente de aire apenas perceptible que le arañaba las mejillas. Sin pensarlo, agarró violentamente a Gorrión por el brazo y ambos se detuvieron en seco, permaneciendo inmóviles.

    –A nuestra izquierda hay una anomalía, sigue hacia la derecha –ordenó Bromo.

    –Hace mucho frío y estoy cansado. Quizá deberíamos descansar –lloriqueó Gorrión.

    –Cállate y sigue andando. No vamos a detenernos ahora.

    Se movían en zigzag por entre los árboles intentando ser lo más sigilosos posible. En esas circunstancias, quebrar un rama seca que entorpeciera su camino se habría convertido en una sentencia de muerte amplificada por el valle en varios kilómetros a la redonda, atrayendo a los elementos indeseables que Bromo ya conocía de expediciones anteriores. «Esos cabrones me la tendrán jurada por la última vez que estuve aquí con el grupo. No me gustaría encontrármelos en esta misión», pensó.

    Aprovecharon para moverse sobre el mantillo descompuesto que amortiguaba las pisadas de sus botas. En la profundidad del bosque observaron que el humus negro estaba regado de huellas polimorfas.

    –Ahí tienes la respuesta sobre Martillo –dijo Bromo señalando al suelo.

    –¿Lobos? –preguntó Gorrión intentando tragar saliva.

    –No hay lobos en este bosque –afirmó Bromo con rotundidad mientras el aullido de un lobo llegaba hasta los oídos de ambos–. Que no te engañe lo que oyes, no son lobos. Sigamos.

    Gorrión olfateó el aire y sintió náuseas por el hedor. Miraba a su alrededor como un chucho asustado dentro de una jaula. Un leve mareo a causa de la ansiedad le hacía sentir la cabeza ligera.

    –Tranquilo, eso que hueles sólo es la muerte... de los que pasaron por aquí antes que nosotros –añadió Bromo despreocupado.

    –Deberíamos salir del bosque y seguir por el pantano. Este sitio no es seguro, me pone los pelos de punta –dijo Gorrión con ansiedad creciente.

    –Si quieres volver a Cordón, adelante. Pero recuerda que estás bajo mis órdenes en esta misión. Y mis órdenes son que camines por donde yo te diga y cierres el pico de una puta vez.

    «Debería dejarlo marchar, quizá pueda llegar sin un rasguño hasta el campamento de Cordón. Aunque yo debo preocuparme por mi integridad física y psíquica. Si algo le ocurriese a este novato, ¿a quién iba a importarle? Tal vez a su familia, si es que la tiene, pero a nadie del campamento; uno menos, ya llegaría otro mejor preparado y no tan cobarde como Gorrión. Su sobrenombre fue bien escogido, me temo. En cambio, si algo me ocurriese a mí... En este lugar nunca se sabe, podría necesitar su ayuda más adelante. No sería la primera vez... ¡Rayos! Qué pensamientos tan incoherentes. Nunca he sido tan cruel... excepto la última vez que estuve aquí. Es este sitio, que vuelve a dañarme la cabeza. Me hace pensar cosas terribles. Y a él le pasará lo mismo. ¿En qué estará pensando?»

    Llegaron a un claro en el bosque que estaba repleto de restos humanos. Algunos cuerpos, como le sucedió a Martillo, habían desaparecido por completo, dejando sólo sus ropas hechas jirones. Otros, aún conservaban la carne, que se fundía con el humus.

    –Caray, pero si tenemos aquí al gran Jabato Vasya –exclamó Bromo-. Cuando estaba vivo no era tan feo. Pero eso sí, apestaba igual. Sigamos.

    «Ni siquiera Tolik hubiese sido capaz de distinguir la carne humana aplastada contra la turba sanguinolenta y oxidada. Había adquirido hasta su mismo tono. Aunque en este maldito lugar no hay que fiarse demasiado del color. Me pregunto qué estará haciendo el desgraciado de Tolik ahora. Quizás diseccionando algún ente deforme. ¡Por dios, Tolik, cómo te echo de menos! El único momento entrañable del campamento es compartir tu saco de dormir. Es como si pudiese olerte. Carne joven, piel tersa y bronceada. ¿No estarás con otro en mi ausencia, verdad? No podría soportarlo. Tendría que mataros a ti y a tu amante. ¿Quién podría ser? ¿Kuznetsov? No, su actitud castrense le repugnaría. Imagínate  diciendo izquierda, derecha, a mis órdenes mientras atraviesa el oscuro ojo de su feudo inexpugnable. ¿Vasíliev? ¡Puaj! Imposible».

    Gorrión se movía como si estuviese en el interior de una burbuja, cabizbajo, meditabundo, con la mirada perdida, marcando el paso delante de Bromo.

    «Qué nariz tiene, es perfecta. Y sus ojos parecen verdes, aunque no lo son. Tiene una buena figura y uno de los mejores traseros que he visto desde hace mucho tiempo. No me importaría compartir su saco de dormir. Bess sí que tenía los ojos verdes. Si me pongo a pensar en las apasionadas noches que pasé con ella... la mujer de mi vida, arrebatada por el destino ineluctable. Algún día me vengaré de este mundo surgido de una mente infernal... estoy seguro de que alguien ahí afuera se está riendo a carcajadas de todos nosotros».

    –¿Cómo vas, Gorrión? –preguntó Bromo, irritado por sus vertiginosos y poco deseados  pensamientos.

    Pero el novato no parecía haberle escuchado. Se dejaron las cosas bien claras antes de salir de Cordón: Gorrión estaría bajo el mando de Bromo. No por capricho de Fang sino porque Bromo era un experimentado guía del lugar y Gorrión sólo un recién llegado.

    Bromo tomó un puñado de humus y, arqueando el brazo, se lo lanzó a Gorrión golpeándole justo en la mandíbula derecha. Antes de que Bromo pudiese reaccionar y comenzar a reír, Gorrión ya estaba cuerpo a tierra, en posición defensiva con el puñal en la mano, intentando localizar a su alrededor la amenaza descompuesta.

    Cuando vio a Bromo de pie, intentando aguantar la risa, Gorrión se levantó, guardó el puñal y se sacudió las ropas. Su cara era un mapa, lívido y lleno de líneas. Líneas hinchadas de ira.

    –Andar por este lugar requiere la máxima atención a todo. Te he hablado y ni te has enterado, estabas en otro sitio. Si hubiera sido uno de esos engendros que pululan por aquí, en lugar de un puñado de tierra ya estarías con las tripas fuera, novato –le recriminó Bromo.

    –Gracias por recordármelo –añadió Gorrión secamente, siguiendo el sendero que se abría en el bosque.

    «Vaya, no me esperaba que el novato reaccionara tan rápido. ¡Qué reflejos! Tendré que mostrarle más respeto a partir de ahora».

    –Novato, ¿en qué pensabas antes del ataque del estiércol asesino? –le preguntó Bromo divertido.

    –Para serte sincero, no lo recuerdo. Me siento extraño en este lugar, no puedo pensar con claridad –contestó preocupado Gorrión.

    –Sólo te diré que esto acaba de empezar. Pero no te preocupes en exceso por lo que sientas, si entras en pánico tendremos problemas y nos retrasará.

    «Yo no debería estar aquí. Sólo vine a por un poco de dinero y emoción pero esto me ha superado. Quiero volver a Cordón, allí me siento seguro. Bromo no me transmite confianza. Me trata como a un idiota porque soy novato, o porque él es mayor que yo. ¡Joder, ya tengo veinte años! Debería estar no el campamento, sino muy lejos de aquí, en otro país, tirándome a todas las golfas a las que pudiera seducir. Vivir de ellas, pensión completa a cambio de cuanto sexo demanden. Una vida plena y feliz. Y no toda esta mierda. Amigos y conocidos muertos, seres que nadie sabe lo que son, ni de dónde proceden, miedo, aislamiento, soledad, depresión. Esta losa de negro granito que pende sobre mi cabeza y me impide discernir y tomar decisiones con claridad... y lo que realmente me jode es tener a este tío dándome órdenes, riéndose a mis espaldas y usándome como cebo. ¿Y todo para qué? Para investigar la desaparición de un tal Ara, del que nadie sabe nada ni quiere decir nada».

    –Bromo, ¿quién es ese tipo? –preguntó Gorrión incumpliendo la orden de no hablar a menos que se le preguntara.

    –¿Qué tipo?

    –Ese tal Ara al que tenemos que encontrar.

    –¡Ja, ja, ja! ¿Es que Fang no te dijo que Ara es una mujer? Es una zorrita con cara de vieja, una fémina precoz hija de uno de los endiosados que

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