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Secreta Amenaza al Futuro
Secreta Amenaza al Futuro
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Libro electrónico275 páginas4 horas

Secreta Amenaza al Futuro

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Tenemos fe ciega en que la ciencia y la tecnología nos conducen a un futuro brillante en el que los seres humanos encontraremos la felicidad y la realización personal. Pero ya hoy existen corrientes subterráneas que amenazan ese espléndido futuro. Hay una gran conspiración en marcha. ¿Has oído hablar de los "neo-luditas"? En esta novela te das cuenta de la sociedad humana en 2064, sometida a la voluntad de los nuevos inquisidores, que han creado una corriente que aterroriza a la humanidad con los peores peligros si continúa su desarrollo. Un bioquímico, candidato al Nobel, se ha convertido en el campeón de la defensa de la ciencia y la tecnología. Contrata a un escritor para que escriba sus memorias y se desarrolla una relación especial entre ellos.

Es fiel representante de una generación que ha perdido toda voluntad de actuar y trascender. La vida se ha vuelto gris, tediosa y sin ningún compromiso afectivo. El ser humano ya no quiere formar una familia, tener hijos o asumir compromisos de ningún tipo. El sexo se ha convertido en una actividad totalmente desprovista de sentimiento. ¿Podrá el científico transhumano cambiar el estado de ánimo de la escritora y hacer que encuentre una razón trascendente para vivir?

La vida de ambos no está exenta de peligro, son descubiertos por la policía anticientífica y deben huir para salvarse. La líder del grupo inquisidor los amenaza públicamente y no descansa en su intención de destruirlos. ¿Podrán superar la amenaza? Al final descubren que la terrible mujer está mucho más cerca de lo que podrían haber imaginado. Solo el milagro de la ciencia sería capaz de revertir la situación en esa sociedad irracional y completamente cansada de vivir.

IdiomaEspañol
EditorialErwin
Fecha de lanzamiento8 ago 2023
ISBN9798223364146
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    Secreta Amenaza al Futuro - Erwin

    SECRETA AMENAZA

    AL FUTURO

    ¿Prohíbe la ONU 2030 la Ciencia y la Tecnología?

    ––––––––

    Novela

    "Me interesa el futuro porque es el sitio

    donde voy a pasar el resto de mi vida."

    Woody Allen

    ––––––––

    PROLOGO

    Escribir sobre el futuro sin caer en las comunes fantasías de la ciencia ficción es un intento complicado. En su famoso libro 1984 George Orwell cometió el terrible error de suponer que el comunismo había llegado para quedarse y que se extendería por todo el orbe como el diluvio universal. No contó con que en Occidente la ideología sería rechazada, ni con la brutal incapacidad de producir bienestar del sistema marxista, que finalmente fue expulsado por los pueblos que habían sucumbido a su yugo. Es el riesgo que se corre al extrapolar hacia el futuro los procesos imperantes en un momento dado.

    Esta novela, que se desarrolla en el año 2064, apenas 50 años más, recoge los avances que a la fecha de hoy están en pleno desarrollo y que modificarán en gran medida las costumbres de la sociedad. No obstante, también recoge tendencias y movimientos ocultos que amenazan a las promesas de bienestar y felicidad de la humanidad que se pronostican por parte de los optimistas.

    La ciencia y la tecnología, quehaceres poderosos de nuestra cultura, se visualizan con demasiado simplismo como los sustentos prodigiosos de un futuro glorioso, sin embargo ellas conllevan peligros que son inherentes a su propia esencia, los que pueden manifestarse con gran virulencia antes de que se logre la bienaventuranza anunciada.

    El miedo a la intervención genética, a la supremacía de las maquinas inteligentes, a la pérdida del trabajo humano por culpa de la robotización, a la declinación final de la procreación natural, a la individualización extrema con pérdida de los lazos afectivos, al terrorismo digital, a la destrucción del medio ambiente, al derrumbe final de las religiones, a la  pérdida de la trascendencia del Hombre como autor de su destino, a la deshumanización del hombre viviendo en el mundo virtual, a la pérdida total de nuestra privacidad y otras amenazas latentes están comentándose ya en forma subterránea en distintas partes del mundo.

    En ese escenario se desenvuelve la trama de esta novela. Sus personajes son actores y víctimas de los sucesos que se pueden esperar en años venideros.

    Málaga, verano de 2023

    El Autor

    ***

    1.

    Marie Christine, París, Junio de 2064

    Esa mañana de primavera, casi a la entrada del verano, venía de comprar una nueva cafetera en la gran tienda de siempre. La anterior me había durado apenas dos años, lo que no dejaba de enfurecerme. Una vez más me acerqué a la sección de electrodomésticos y, sin siquiera mirar, tomé una del mismo modelo de la anterior. Desde que tenía uso de razón siempre había allí los mismos modelos de las mismas marcas y ninguno era mejor. Ahora iba caminando hastiada por la Avenue Marceau, que a esa hora ya estaba repleta de personas de todos los tipos, moviéndose en todas las direcciones, como millones de hormigas voluntariosas a la entrada del hormiguero. Ni los turistas ni los citadinos se fijaban en mí, como en nadie más tampoco. Nadie repara en nadie en esta época, pensaba, el prójimo no vale nada, no nos interesa, vivimos día tras día encerrados en nuestros caparazones, protegiendo nuestra individualidad, ocultando nuestras sonrisas, escondiendo en lo más profundo de nuestro ser los sentimientos, si es que éstos aún existen. Al avanzar, giraba mi cabeza a lado y lado, permitiendo que mi "cameye, la cámara frontal inteligente, esa que llevaba desde chica ubicada en mi frente en forma subcutánea, registrara las imágenes y los sonidos de todo lo que iba observando. Así, más tarde, tendría la posibilidad de recrear en la gran pantalla de la sala todo lo que me hubiera sucedido durante la jornada matinal. Entones, recién en ese momento, miraría con mayor detención a los extraños con que me hubiera cruzado, ampliaría sus rostros, analizaría sus rasgos e imaginaría sus emociones, cuando ya no estuviera en su presencia, cuando ya el contacto personal fuera imposible. Y, además, para aumentar al extremo mi capacidad de percepción y comprensión del entorno llevaba puestos mis smartlens", los lentes inteligentes fotocromáticos que informaban sobre todo lo que iban registrando. Nada, absolutamente nada, quedaba oculto para quien estuviera realmente interesado, pero, a decir verdad, no siempre estaba pendiente de lo que mis lentes acusadores me alertaban, sólo tomaba consciencia de ellos cuando algo me llamaba la atención más de la cuenta.

    Entonces, de repente, algo inusual en mí, me fijé que los antiguos plátanos orientales a ambos costados de la avenida estaban cubiertos de pequeñas hojas de un color verde claro propio de la primavera. Las mismas hojas que, en su adultez vegetal, darían más adelante el mejor cobijo durante la canícula de la época estival. A esta hora el sol ya estaba en lo alto del cenit y proyectaba en el suelo las sombras de las vetustas edificaciones señoriales de mi lado izquierdo propagando una umbría que la gente buscaba con ansia para hacer frente a la alta temperatura que agobiaba desde temprano.

    La verdad es que hoy caminaba, una vez más, sin un apuro especial, casi como una turista, total siempre me sobraba el tiempo y de alguna manera había que gastarlo. Me pasaba lo mismo que a todas las demás personas, desde que el Estado se había hecho cargo de sostener a la población, sin que ésta estuviera obligada a trabajar. Noté entonces algunos aromas primaverales, que me llegaron como pequeñas oleadas efímeras y me evocaron recuerdos de mi infancia. Además, también algo infrecuente, me ocupé también de observar con mis ojos escrutadores a la gente. Quise escudriñar esos actos tan particulares de las personas: pasos muy acelerados cumpliendo tareas en apariencia importantes, pasos que se frenan a menudo delante de las archiconocidas vitrinas o pasos ya agotados que se descansan en los escaños callejeros.

    Casi al llegar a la esquina de la calle Leonce Reynaud me asusté cuando de improviso sonó una sirena policial detrás de mí. Me giré al instante sorprendida y en ese momento sentí que era impactada por alguien que salía desde la calle mencionada  caminando raudo y descuidado, provocando que perdiera el equilibrio y comenzara a caer. Me vi en el suelo con la rodilla sangrante, esperaba un intenso choque de mi cuerpo contra las duras piedras. Pero entonces, en un minisegundo, apenas el tiempo de una intuición, me percibí de nuevo en la vertical y alguien me ofrecía todas las disculpas del caso.

    —Ohh, pardonez moi —exclamó un hombre en un francés mal pronunciado.

    —¿Monsieur, que cest qu’il a passez? —pregunté extrañada, mirando al desconocido, que me sonreía a sólo centímetros de mis ojos con cierta timidez—, yo estaba segura de que caía y que me azotaría sin clemencia, sin embargo, estoy de pie...

    —Perdone usted —repitió el extraño, esta vez en inglés—. ¿Habla usted inglés? El muy estúpido no me fijé y la he embestido como un infante desaprensivo.

    –¿Dice que me atropelló? —pregunté, sin salir de mi estado de incertidumbre—, pero yo, aparte de ese pequeño golpe en mi hombro, no me vi afectada, aun cuando sentí que perdía el equilibrio y que mis piernas dejaban de sostenerme. Debo reconocerlo, si de veras me cogió tan rápido y me volvió a parar sin que me alcanzara a dar cuenta es porque sus fuerzas y su velocidad son extraordinarias. ¿Es usted acaso Superman? —reí con mi sonsa broma.

    —Usted no lo diga —me hizo un gesto el extranjero, poniendo su dedo índice sobre sus labios—. Le debo una explicación, ¿puedo invitarla a un café? Eso sigue siendo lo mejor que tiene esta maravillosa ciudad, sus famosos cafés esquineros.

    —Bueno..., no sé... —respondí titubeando—, vale, si le parece, sentémonos un minuto, mal no me puede hacer.

    Los dos nos giramos en varias direcciones hasta coincidir en el Café Noura que parecía llamarnos desde la acera del frente, a no más de 50 pasos. Cruzamos apurados cuando vimos que no venía ningún "sancón", sans conducteur, uno de esos pequeños taxis eléctricos autoconducidos, ni alguno de los enormes "trams", los modernos tranvías eléctricos de dos pisos, ni tampoco algún ciclista despistado. Nos acercamos al lugar escogido, él abrió la mampara vidriada y me hizo pasar en busca de una mesa. Una vez que nos hubimos sentado en la única de ellas, que estaba disponible junto al ventanal, miré con mayor atención a mi acompañante inusual y no pude menos que sorprenderme por el extraordinario aspecto de ese hombre alto y de cabello claro que vestía una anticuada tenida de mezclilla con unas zapatillas del todo inadecuadas para la estación. Aun cuando yo no entendía del todo lo que estaba pasando, lo miré con una sonrisa condescendiente y cálida, un poco impaciente. Él pudo apreciar que yo estaba a la espera de alguna explicación por lo sucedido. Pero no una mera disculpa, sino un relato más acabado de los hechos que no había alcanzado a percibir en forma cabal.

    —¿Cappuccino? —preguntó el hombre con sorprendente naturalidad, a lo que le hice un gesto de aceptación.

    Vi que instruyó a su "smarty", el computador personal subcutáneo, para que solicitara dos tazas grandes. El gadget continuaría por su cuenta con el proceso, pidiéndolas al computador central del establecimiento. Nos miramos entonces, no sin cierta turbación, como tratando de iniciar la conversación.

    —¿Puedo pedirle un gran servicio? —dijo entonces el desconocido—. Por favor apague por un rato su cameye. Después le explico por qué.

    —Pero, ¿por qué habría de hacer eso? —le pregunté un poco alterada, casi asustada.

    —Por favor, confíe en mí por un minuto, ya le contaré todo.

    Afligida y a regañadientes di la clave verbal para desconectar el aparato de mi frente. Luego me volví para enfocarlo, lo sentí honesto, cosa poco frecuente en mí, y recuperé mi buen ánimo.

    —Soy John Waldstein, norteamericano —dijo él, alcanzándome su mano con cierta formalidad cuando se sintió seguro.

    —Marie Christine Gautier —respondí, sonriendo con amabilidad y pasándole la mía—, pero dígame Christie, soy europea. Cuénteme ahora qué pasó. ¿Por qué debo dejar de registrar? ¿Y qué es eso que tengo que callar?

    —Escúcheme y preste por favor mucha atención —contestó él en voz baja—, lo que pasa es que yo soy "ciborg", usted sabe, por cibernetic organism, seres humanos con potenciación de nanobots.

    —¿Ciborg, de verdad? —pregunté, jugueteando distraída con mis smartlens—, no lo puedo creer. Nunca me he topado con uno antes, siempre he pensado que aún no existen. Además usted se ve como todos los hombres, no tiene nada de Robocop.

    —Y, además, soy "transhumano" —siguió diciendo el extranjero sin un atisbo de sonrisa en sus labios y pasando por alto mi comentario.

    —¡¿Además?! —exclamé ahora entre divertida y atenta—. ¿Es ésta una mofa, una cámara indiscreta?

    —Ni por nada del mundo —dijo él muy calmado y serio, mientras observaba a través de los ventanales los pequeños vehículos sin conductor que cruzaban frente a nosotros y a continuación recibía del "robboy", el robot garzón, los dos cafés.

    —¿Y por qué me está contando todo esto? —pregunté con un tono de aflicción en mi voz—, ¿no le causa preocupación que yo salte y llame a los flics?

    —Usted es escritora —dijo entonces el americano—, mis lentes ya me lo informaron con precisión, usted nació en 2022 en Montreuil en Touraine, de manera que ahora tiene 42 años. Se tituló con honores en 2045 en la Universidad de La Sorbonne, es contestataria y ha tenido problemas con las autoridades por ser demasiado insistente en sus ácidas críticas que, por lo general, reflejan una gran racionalidad.

    —Me deja helada, ya sabe todo sobre mí y yo ni siquiera me he preocupado de asegurarme de su veracidad. ¿Cómo me dijo que se llamaba?

    —John Waldstein —contestó él, observando cómo me calzaba mis lentes—. Nacido en 1962, científico, bioquímico, desaparecido, prófugo.

    —¡Sacrebleu! —exclamé, alzando mis brazos al cielo, cuando me llegó la información—. ¡Es cierto! ¡Pero no! ¿Cómo puede usted tener esa apariencia, si usted no tiene más de 45 años?

    —La ciencia, esa maldita ciencia y su terrible cómplice, la tecnología —dijo él susurrando—, pero por favor cálmese. Todo tiene una explicación y usted, con sus antecedentes racionales, tiene que confiar en ello. Por ahora le adelantaré que, en dos oportunidades, me he sometido a un procedimiento de renovación celular completa con preservación de memoria. El último de ellos data de  2056, fecha en la cual volví a los 39 años, de manera que ahora tengo la maravillosa edad de 47. En rigor, según mi ficha de nacimiento, ya tengo 102.

    —No puedo creerlo, no puedo creerle nada, usted me está mintiendo y se está burlando de mí.

    —Jamás, eso no trataría de hacerlo con una dama que tiene sus pergaminos y menos siendo usted tan agraciada.

    —¡Deje de jugar conmigo o salgo corriendo! —casi grité, volteando el resto de mi café sobre la mesa.

    —No lo haga —pidió John, sonriendo entre cariñoso e irónico, mientras me ayudaba a secar con una servilleta de papel—, no estoy jugando ni burlándome de usted Christie. Si investiga en la web, descubrirá que ya entre 2010 y 2020 se había encontrado la forma de hacer este proceso tan inverosímil. Y, a propósito, mientras conversamos, he estado pensando que tal vez ha sido el siempre desconcertante destino el que nos ha querido reunir en este lugar tan impensado como agradable. Yo necesito escribir mi historia, siento que tengo el deber de dejar un testimonio de la gran injusticia que ha cometido la humanidad al dejarse llevar por la irracionalidad. Y se me ocurre que usted podría ser la persona más idónea para hacerlo. Me gustaría que se publicara antes de mi muerte, la que tengo programada para cuando cumpla 110, en ocho años más.

    —Sigue poniéndome a prueba —advertí, con la vista fija en sus ojos—, ¿por qué habría yo de escribir su biografía? ¿Y por qué quisiera alguien programar la fecha de su muerte?

    —Tú todavía no has llegado a creerme que tenga 102 años, chiquilla —me dijo entonces John, ampliando su sonrisa—, y perdona si te trato así, pero cuando se ha llegado a mi edad es tanto lo que ya se ha vivido, son tantas las experiencias que se ha tenido, es tanto el temor a que se sigan repitiendo una y otra vez los mismos hechos, que no se tiene ninguna intención de hacer bromas baratas a la gente.

    —Disculpe señor —respondí un poco compungida—, es que es tan abigarrado su cuento que agrede a toda la capacidad de raciocinio que una pueda tener.

    —Me imagino...

    —¿Y usted desapareció, así como así, en esa fecha? —pregunté con repentino interés—, ¿hasta ese entonces todavía era un ser humano normal?, ¿tenía hijos y familia? ¿Qué pasó con ellos?

    —Es mucho lo que me preguntas de una vez, hay demasiado que contar, esa sería tu tarea y yo estaría dispuesto a pagarte bien por ello, ¿qué me dices?

    —No sé qué responderle, tendría que pensarlo muy bien señor —respondí, tratando de ocultar mi curiosidad—, me imagino que usted ya tendrá mi número de contacto, llámeme mañana en la mañana, yo soy de tomar decisiones rápidas.

    —No es apropiado que hablemos por el móvil, porque todo, y escúchame bien, todo queda registrado en las Big Data del mundo. Por eso te pedí cortar el tercer ojo, ya que esa información va directo a tu sitio en la nube y, de paso, eso va también al registro universal.

    —Es terrible —dije, como meditando—, hoy por hoy ya no nos queda ningún resquicio de privacidad... Bien, en tal caso, juntémonos aquí mañana a la misma hora.

    —De acuerdo —dijo John, mientras aprobaba a su smarty el pago de los dos cafés vía transferencia electrónica—, mañana hablamos.

    ***

    2.

    Dejé atrás al desconcertante John y sentí en mi espalda sus ojos acerados, que de seguro me observaban interesados, pensé, mientras trataba de mantener la estabilidad de mi cuerpo, amenazado por los nervios hasta llegar al bordillo. A decir verdad, yo no solía ponerme nerviosa en presencia de hombres, más bien me producían cierta desagradable apatía, pero este ser extraño, lleno de misterios, me provocaba, no sólo curiosidad, sino que también desasosiego. Algo en su mirada era distinto de los hombres que había conocido.

    —Llama a un sancón —dije en voz alta y un poco exaltada.

    Mi smarty de inmediato se comunicó con el pequeño vehículo sin chofer más cercano, el que llegó al instante y abrió su gran puerta corredera para que tomara asiento dentro de él.

    —Buenos días Marie Christine —me saludó muy formal la máquina inteligente que ya estaba conectada con mi smarty—. ¿Dónde desea ir?

    —A mi casa —pensé y eso bastó para que el carro se pusiera en movimiento sin emitir ningún ruido.

    Me acomodé y saqué apurada del bolso mi "neopad", que seguía siendo de la misma versión del año 2034. Pronuncié el nombre de John Waldstein, el cual apareció de inmediato en la pantalla con una gran cantidad de información asociada. Entré a la vilipendiada Wikipedia que, quiérase o no, seguía siendo una no despreciable fuente de información: Recordé la imagen del americano y me sentí como apabullada, incapaz de tomarle el peso a la situación tan singular en la que estaba inmersa. ¿Dónde se había visto eso de toparse con una persona de 102 años con la apariencia de 45? Reflexionar en ello me ponía sumamente nerviosa:

    John M. Waldstein

    ______________________________________

    De Wikipedia, la enciclopedia libre

    John Frederik Morris Waldstein (San Diego, California, EEUU, 25 de noviembre de 1962 – desaparecido en 2034), ingeniero bioquímico, hijo de Richard Waldstein (Alemania, 1929) y Mary Ann V. Morris (EEUU, 1939). Fue destacado por ser uno de los pioneros en el desarrollo de la biotecnología en su país y en el mundo. Obtuvo el Polish-American Scientific Award  en 2024.

    Entre sus principales aportes, se encuentran el haber participado en la creación de una de las vacunas contra el virus del sida, el descubrimiento del virus del papiloma humano y el desarrollo de un proceso para producir la proteína XC186 que incide en la fijación de la memoria en el hipocampo. Con sus colegas científicos clonaron y secuenciaron diversos tipos de virus.

    Después de haber trabajado por años en el Laboratorio de Bioquímica de la UCLA en Berkeley fue Investigador jefe de la compañía biotecnológica Phiron Corporation, empresa líder a nivel mundial. En 2025 fundó, junto con Deborah Kurz, su esposa, la Fundación Science for a Happy Life, desde la cual había dirigido investigaciones enfocadas a producir innovaciones científicas en el área de la tecnología intracraneana.

    Además, creó y dirigió algunos núcleos de investigación orientados al desarrollo de la ciencia y la tecnología aplicada al cerebro. En su trayectoria internacional, ocupó diversos cargos como el de consultor de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Científico y el de asesor del Congreso de los Estados Unidos en la Oficina de Evaluación Tecnológica. Asimismo, fue miembro del panel de asesores científicos del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología de las Naciones Unidas.

    Fue mencionado varias veces como candidato al Premio Nobel de Química antes de que se declarara la moratoria científica y tecnológica declarada por la Organización de las Naciones Unidas en 2030. Líder de la Asociación Científico-Tecnológica Mundial, desaparecido en 2034 y perseguido por sus actividades subversivas.

    Recorrí luego, en forma somera, los demás websites relacionados con el personaje. Comencé a leer en ellos sin haber siquiera levantado una vez la vista del aparato electrónico. Todo lo que había afuera, más allá de las ventanas del vehículo, el asfalto caldeado, los torcidos plátanos orientales y gente, mucha gente, gente en exceso, todo eso me era demasiado repetido y en ese momento de nula relevancia, me parecía mucho más atractivo e incitante informarme respecto del enigmático hombre que había conocido hacía un rato, el que me había remecido por completo el espíritu.

    Yo sabía que el cerebro artificial del sancón color azulino, en el que me había subido, en cambio, no dejaba de tener enfocados todos sus sensores en el pavimento y en el tráfico circundante. Apenas sus ruedas empezaron a moverse se había enrielado en el denso tren de vehículos que emulaba un ciempiés fatigado. Éstos circulaban a una misma velocidad a menos de metro y medio de distancia el uno del otro, conectados entre sí por vía wifi y, por supuesto, con el distante satélite que los controlaba a todos. Eran tan útiles estos pequeños asientos móviles, casi como sofás hogareños protegidos de la intemperie, seguros, fáciles de abordar y siempre disponibles para ser abordados. Bastaba con llamarlos y subirse.

    Antes de lo previsto, y casi sin que lo hubiera notado, el vehículo se había detenido, cosa que yo, sumergida en las páginas de la red, no había percibido. Parece que ya era la tercera vez que el procesador inteligente me informaba que habíamos arribado a destino y yo aún no reaccionaba. Me bajé apurada, casi molesta por la interrupción, y enfilé mis pasos hacia el antiguo edificio donde vivía desde que me había mudado a París, en el barrio de La Villette. Saludé de lejos a la parroquiana que vendía flores en el

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