Relatos Fascistas
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Hay libros que son hijos de épocas complejas y de dolorosas experiencias. Libros que sólo pueden escribirse en “tiempos interesantes” como los de la maldición china. Relatos fascistas de Alberto Hernández es uno de esos libros, uno que viene de vivir en la Venezuela “revolucionaria”. No espere el lector un libro divertido, que le permitirá relajarse leyendo buena literatura. Encontrará la buena literatura, pero también el reconocer eventos brutales, circunstancias fuertes que se hacen más terribles porque las hemos vivido, recibido por la prensa y la TV, comentado con espanto al llegar al trabajo. Este es un libro ficcional que tiene el referente preciso de la Venezuela en los últimos 14 años. Han sido años duros que quizás sólo puedan mostrarse en un libro brutal y reflexivo. Los textos tienen una estructura interesante: cuentos breves y brevísimos unidos por un tema común: el fascismo cotidiano.
Violeta Rojo.
Escritora e Investigadora Venezolana.
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Relatos Fascistas - Alberto Hernández
El cielo seguía arriba
Una única muerte es una tragedia,
un millón de muertes es una estadística.
Stalin
Siempre supe que al entrar a ese túnel me sería difícil acceder a la salida. Las bombas lacrimógenas y los disparos me habían acorralado al extremo de cegarme.
Estaba solo con todo mi miedo.
Un cielo desgarrado se asomaba entre la niebla de la calle. Los gritos, atrapados en medio del ruido de las descargas de metralla, se acercaban cada vez más al sitio donde alguien intentaba alcanzarme.
Pese a que los recuerdos atropellaban mi conciencia, no me cupo la menor duda de que en algún momento podría deshacerme de ellos, en el preciso instante en que la asfixia lograra vencerme. Pero no fue así.
Acostado en el suelo, pude ver con claridad cuando una mujer caía de espaldas con un disparo en la cara. Cerré los ojos fuertemente y lloré.
La mano tibia de un muchacho herido de muerte buscaba una de las mías. La tomó con la fuerza que le quedaba:
–Hoy es once, once de abril..., –sonó la poca voz que emergía de su cercana muerte.
El cielo seguía allá arriba, aplastándome.
Mala memoria
Gobernemos gracias al amor y no gracias a la bayoneta.
Paul Joseph Goebbels
La pregunta me dejó aturdido.
–¿Entonces no te acuerdas de ese día?
–Mi muerte nunca me ha preocupado. Sólo veo bultos disparando contra nosotros desde un puente. Nada más.
Vacaciones
Nosotros estamos contra la vida cómoda.
Benito Mussolini
El hombre agitaba las manos. Recibía papelitos. Se secaba el sudor. Sonreía y ponía cara de tragedia a la vez. A su lado, en la misma pantalla –en otro cuadro– la multitud era atacada por un grupo de pistoleros. Entonces apagó el televisor y se acostó a dormir:
–Esa parte de la película la he visto varias veces. Mañana trataré de ensayar de nuevo el momento en que se cuentan los muertos. Así, también doy tiempo a que me preparen el avión a ver si fuera del país las vacaciones son más placenteras.
Pesadilla
I will neither resurrect the past nor return.
Czeslaw Milosz
Confundido, arrastrado por la incertidumbre, sólo Dios sabe si el disparo que acaba de abrirme la cabeza servirá para que alguien se acuerde de mí pasada esta pesadilla que emerge de un palacio de fantasmas.
Sueño
Es muy bueno soñar, siempre y cuando
el sueño de uno no sea una pesadilla para los demás.
Eduardo Liendo
"Ya no sueño con serpientes. Silvio Rodríguez regurgita, es una pesadilla. Ya no quiero saber nada de la Bella Durmiente en los pasillos de la universidad.
La cama es un ostión, una punzada en mis ovarios. Vomito en la poceta y regreso al lecho, donde el cuerpo de él es una mancha babosa. Sueña, sueña toda la noche, en horas regresarás a este mundo, como los muertos que llevas en el alma.
Y todo porque papá soñaba con un militar en la familia. Y yo con ser psiquiatra, y mírenme hoy, la obediente y linda mujercita de este patán que ronca como un unicornio azul, no joda.
Las fiestas en el Círculo se acabaron. Ahora son discursitos, miradas de reojo, sospechas, borracheras donde el escrúpulo forma parte de las culpas, silencios largos y, en la calle, empujones, planazos a mujeres que dejan los pañales de los niños y salen a caerse a coñazos al lado de sus maridos, mientras tú, cabrón, eres mi pesadilla privada, íntima, constitucional.
–Dejar mis canciones en la universidad para casarme contigo. Los primeros meses, del carajo. El uniforme de gala y yo a tu lado. Los saludos de la hipocresía, los besitos y las miradas de envidia. El poder –esa mierda que hincha y hace a la gente más bruta. Mi alma mater, la guitarra y la Escuela de Medicina, pero mi papá empeñado. Tienes que asegurar tu futuro. Ese hombre te conviene, con él está tu vida
. Y mírame, papá, no soy médico, no soy un carajo, quedé para cuidarle los ronquidos a este panzudo en interiores que ahora dirige una tropa de soldados asaltantes de sueños.
Después de tres años de matrimonio, sin un hijo, sin nada, sin ganas de verle la cara a mi padre, agotado por un cáncer de próstata.
Ojalá no amanezca, ojalá mi cuerpo envejezca rápidamente y no tenga que restregar mi sexo con esta pesadilla que tiembla en la cama".
Cobra 1/ Cobra 2
La risa es una cosa demasiado seria.
Groucho Marx
Cobra 1: –Me dicen de arriba que fallaste el disparo... (cambio)
Cobra 2: –Ese marico le mintió, camarada. Agarre el binóculo y mire cómo vomita allá abajo, con la cabeza abierta como una patilla... (cambio)
Cobra 1: –Si, lo veo. ¡Mira, güevón, mataste al que no era! Ese es un Disip. (cambio)
Cobra 2: –Bueno... Cobra 1, muerto es muerto ¿Me copia?... (cambio)
Cobra 1: –Sí, pendejo, te copio. Regresa al sitio y trata de joder al que te dijeron... Es un fotógrafo, márcalo bien... (cambio)
Cobra 2: –No puedo dispararle a un muerto. Ya el fotógrafo peló... Otro se lo pegó...Ubíquelo cerca del quiosco, están a punto de llevárselo del sitio... (cambio)
Cobra 1: –Coño, ¡qué vaina!, no pegamos una.
Memoria fotográfica
Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece.
Winston Smith, con la barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo
por burlar el molestísimo viento, se deslizó rápidamente por entre
las puertas de cristal…aunque no con la suficiente rapidez para
evitar que una ráfaga polvorienta se colara con él.
George Orwell (1984)
Treinta años después de su muerte aquel lejanísimo 11 de abril, Rigo regresó al sitio del atentado a enterarse de quién le había quitado la vida. Pero era demasiado tarde, porque el asesino también había muerto, perseguido por una jauría humana que lo descuartizó.
Pudo saber de este evento porque en la fotografía donde aparece su cuerpo exánime, un policía vestido de civil, el que le tenía la cabeza levantada mientras agonizaba, rato antes disparaba apostado en un tenderete de la avenida. Cuando cayó al piso, el hombre con el arma aún en la mano derecha corrió hacia él al lado de unos hombres de la Cruz Roja, para despistar.
–Por eso me acuerdo claramente –me confió en esta entrevista que hoy hago pública, luego de tres décadas de dudosas investigaciones.
Cavernícolas
–Hoy, sobre su dinosaurio de sueños,
murió Augusto Monterroso–
(8 de febrero de 2003)
Entonces, el policía se arma con una piedra y devuelve el agravio al encapuchado, quien asistido por un tanque de guerra sorbe un refresco y da órdenes a los encargados de lanzar las molotov.
El cielo de Caracas inflama las emociones. Tras las ventanas del Palacio Municipal, el alcalde de Zalamea mira con sus ojillos de cordero sacrificado. Mira cómo los policías, días antes desarmados por un tribunal, retroceden ante la arremetida de los facinerosos.
Con una honda digna de David, un cerrícola gira el brazo para lanzarle la metra que habrá de romperle la cabeza a un descuidado comisario.
Mientras esta escena sucede, el capitoste del país se seca el sudor con la palma de la mano derecha mientras esgrime con la izquierda una espada que dice ser la del Libertador de la Patria.
Muy alejado de este tiempo histórico, dos hombres, resguardados por el techo y las paredes de la cueva, miran hacia la película y se ríen. En una lengua gutural, más de bestia que de