Durante décadas, el cómic de superhéroes ha sido menospreciado como una forma menor de entretenimiento. ¿Qué iban a ser sino esos cuadernillos repletos de viñetas en las que tipos enfundados en mallas de colores se enfrentaban a villanos de aspecto aún más ridículo? ¿Batman? Explosiones y puñetazos sin más. ¿Spiderman? Aventuritas para críos. Sin embargo, la realidad es más tozuda que los prejuicios y, con el paso de los años, algunos tebeos han logrado imponerse a las lecturas superficiales que se habían hecho de ellos. Cada vez estamos más cerca de que obras como Los Cuatro Fantásticos, de Jonathan Hickman, o Animal Man, de Grant Morrison, sean tenidas en cuenta entre los grandes hitos de la producción cultural de nuestro tiempo, como puedan serlo las películas de Quentin Tarantino y Paul Thomas Anderson, o las novelas de Jonathan Lethem, Joyce Carol Oates, Thomas Pynchon…
Precisamente, el guionista Grant Morrison es uno de los autores que durante las últimas cuatro décadas ha estrechado la brecha que separaba el noveno arte de las ocho disciplinas que lo precedían, explorando las posibilidades expresivas del cómic y densificando los argumentos de sus narraciones.
Desde dos de las mayores cimas del entretenimiento comercial–las editoriales DC y Marvel–, el escocés ha agitado conciencias y enarbolado discursos firmemente contraculturales. Empleó las páginas de Nuevos X-Men para invitarnos a pensar en cómo los fenómenos migratorios y la globalización estaban impactando en la cultura y, sobre todo, en los riesgos que implica el racismo. Los Invisibles constituía una invitación a tomar conciencia de la existencia de estructuras de poder opresivas y desafiarlas. Y así con otros muchos iconos pop como Batman, Superman… No por nada, Morrison es considerado – además de un autor complejo, a menudo, indescifrable–el enfant terrible del sector.
Sin embargo,