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Margaga
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Libro electrónico313 páginas5 horas

Margaga

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Camino Crescencio por su pas el que de nio lo fue. Quera conocer su gente y lo que estaba pasando a principio de la segunda dcada del nuevo milenio. Miro lo que no estaba en su plan. l viva ya lejos de su original pas. Pero su mente lo recordaba a diario. Decide pasar diez das de vacaciones en su pas natal. Nunca se imagin la aventura que lo esperaba. Conoci a una joven mujer hasta pens que el destino se la pagaba como una deuda que tena hacia el. Era muy hermosa. El pas no pasaba por su mejor momento, se haba desatado una guerra inventada. El gobierno acusa al crimen organizado de las carniceras que aparecen a diario. Crescencio ya sabe el truco. Se cuida de todos llevando puesto un disfraz. No le vali la chapuza, cae secuestrado por los fuerzas del orden. Pero antes del secuestro hasta pens que se alejaba de una princesa espinada por lo que pasaba en el pas. Pens en tomarla muchas veces pero saba que se haca eso le quitara la oportunidad de conocer a alguien de su edad. Pues l le doblaba casi la edad. Cargaba un costal era todo lo que posea, mas era al clica. En el costal cargaba las cenizas de sus padres. Margarita Garca se llamaba la que Crescencio conoce en su camino. Era muy hermosa, pero espinada por un sicario. Un asesino a sueldo. La sedujo este malvado, la hace de el por dos noches despus la vende a un par de homosexuales. La ponen a trabajar en la profesin ms antigua de mundo. Escapa de ah por buena suerte pero mala pues su padre es asesinado por los que trabajan por el que la vendi en el burdel. En su recorrido Crescencio escribe todo lo que le parece importante. Hasta compr historias a los pobladores de la tierra Mexicana. Lo miran como indigente despus que conoce a Margaga los ven como a dos hijos de Dios sin hogar. l se divierte que as lo vean l sabe que as no ser descubierto por algn ladrn o secuestrador se equivoc porque al final recibe tres impactos de bala en su espalda. Le duelen las heridas no las de plomo. Le duele ver a su pas mordido por un enemigo creado por los que no se les ve el rostro. Pero todo mundo sabe quin es el culpable de 100,000 muertes registradas. Mas las que quedaron en el olvido. Incluyendo al padre de la mujer que le devolvi la vida. Caminan juntos Margarita y Crescencio la abandona por fuerza mayor pero se la lleva con l en su corazn para siempre.

IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento30 nov 2016
ISBN9781506517759
Margaga
Autor

Martín Cortez

Nací en el Puerto de la Cruz municipio de Abasolo GTO, a las tres de la mañana del mes de junio en 1965. Fue cuando di el primer respiro, al mes fui bautizado en la Iglesia Católica de mi poblado con el nombre de José Martin. Pero cuando tenía tres decido quedarme con el nombre de Martin. No tuve amigos de mi edad, pero si tuve buenos amigos en mi niñez, uno fue Casimiro Rodríguez el revolucionario. Otro el explorador y el poeta de mi poblado, con ellos aprendí que la vida es una historia y hay millones de historias volando. Atesoro sus consejos de hombres sabios. También cómo olvidarme del lugar donde corrí libremente e inventé mil personajes imaginarios como el Cerro Blanco. Se encuentra potente resguardando a mí querido, Puerto de la Cruz.

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    Margaga - Martín Cortez

    Copyright © 2016 por Martín Cortez.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 29/11/2016

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    752928

    ÍNDICE

    CAPÍTULO 1:  Mejor desarmados

    CAPÍTULO 2:  Por favor no mire para abajo

    CAPÍTULO 3:  Soy Guadalupe Villaseñor

    CAPÍTULO 4:  Una noche en familia

    CAPÍTULO 5:  Se llama Margarita García

    CAPÍTULO 6:  ¡Fueron cohetones!

    CAPÍTULO 7:  Hasta Pronto

    CAPÍTULO 8:  Irapuato

    CAPÍTULO 9:  Camino a Puruándiro

    CAPÍTULO 10:  La fiesta

    CAPÍTULO 11:  ¿Vendrás?

    CAPÍTULO 12:  Respeto ante todo

    CAPÍTULO 13:  ¡Apúrate Cheto!

    CAPÍTULO 14:  La viuda de Don Refugio

    CAPÍTULO 15:  Avancen con cuidado

    CAPÍTULO 16:  Hasta en sicario me convierto

    CAPÍTULO 17:  Una noche con sabor a libertad

    CAPÍTULO 18:  Tres balazos

    CAPÍTULO 19:  El río de la vida

    CAPÍTULO 20:  ¡Que vivan los novios!

    CAPÍTULO 21:  ¡Pero qué confusión!

    DEDICACIÓN

    N O ES OBRA solo mía. Es de todos los que me ayudaron emocionalmente, y en correcciones gracias a Eva Villanueva por motivarme a seguir escribiendo. También a Pavel Altamirano y su esposa Meche. Gracias otra vez Eva por cultivar mi ficción a los cuentos.

    As jugado un papel inmortal en ellos, también a todos los que trabajamos para hacerla realidad a lo familia Sánchez de León GTO. A los que desde niño me decían tu puedes inventar una historia. Yo era niño ellos eran adultos los llevo conmigo en mi corazón.

    Ya no están en este mundo ay otra persona que también quiero agradecerle, es a Linda Bourp por los últimos veinte años me ha dicho eres un buen cuentista puedes inventar bonitas historias y con ellas nos puedes hacer soñar y reír. Es ficción mía solo sigo lo que me dicta mi lápiz dándole rienda suelta a mi imaginación.

    Gracias a todos los que la lean ustedes son mi horizonte. Sin ustedes muero yo, pero con una persona que la lea me daría vida eterna.

    CAPÍTULO 1

    Mejor desarmados

    L OS NIÑOS GRITARON. Yo los escuché, gritaban: ¡Son los sicarios! ¡Son los sicarios!. Era el 20 de mayo de 2011, venían tirando balazos y no sólo eso, traían la muerte en sus fusiles. Madres y esposas lloraron, cuerpos sin vida se reunían con la tierra. Los vi en mi viaje por aquellas tierras. Se van corriendo en sus trocas último modelo, nadie los puede alcanzar pues tienen un aliado: es El diablo mayor, es el mismo que está en las oficinas de los políticos y en sus grandes y ostentosas residencias. Los sicarios sólo son como marionetas; reciben pago en dólares y prometen guardar el secreto del presidente. El gobierno anuncia a bombo y platillo: Estamos ganando la guerra al crimen organizado. Los mexicanos viven asustados pero eso no lo publican. Algunos sólo sienten un poco de lástima por las miles de vidas que han quedado atrás, pero en realidad no hacen más. Muchas madres en Guanajuato y miles de viudas en Michoacán sufren el mismo dolor: Crimen organizado, nadie puede con él.

    Venía desde Jalisco a galope como jinete del Apocalipsis. Y no le busquen más porque los pateará con sus pezuñas de hierro. De él todos reciben órdenes, hasta el Titular del Ejecutivo Federal en su madriguera. Decían: ¡Ya tenemos presidente nuevo! ¡Este sí tiene lo que la gente necesita!. Solo son palabras. No sirven de nada. Sabido es que lo eligieron los mismos jefes de los sicarios, los que nadie puede ver porque se esconden detrás de sus costosos perfumes, eso los hace invisibles.

    Caminé por las calles de Irapuato y vi el terror en sus habitantes. Cuando estuve en Jalisco me dijeron: Aquí no pasa nada señor, acostúmbrese al momento. Quería disfrutar, quería sentir mi México en mis cortas vacaciones y vaya que lo sentí. Sentí en carne propia el miedo cuando, por azares del destino, miré cómo se tiroteaban policías contra… no sé contra quién. Hubo muertos. Había sangre en los muros de los viejos edificios de la capital mexicana. Me fui a refugiar, según yo, al ranchito donde había nacido y no pude escapar de la guerra desorganizada organizada contra el crimen organizado, Allá hubo muertos también.

    Policías levantan los cuerpos por montones que para practicarles Una autopsia de ley. ¡Absurdo! En verdad me duele la vida. No quiero mirar que mi gente muera sin razón. Una mañana mi madre me dijo: Han matado a tres miembros de la familia Clemente. El comandante de policía sabe muy bien quién fue y trató de consolar a las viudas diciéndoles quienes habían matado a sus esposos; les dijo que eran los mismos que siempre matan: Sicarios. Que lo hacen por paga para quitar de en frente a los que le estorban a la organización. Le preguntaron: ¿Y cuál es La Organización?; molesto dijo: ¡No se hagan pendejos! Me tienen vigilado, sólo cumplo órdenes de los que me pagan. Ya no me hagan más preguntas. Es hora de mi siesta, debo estar descansado para llenar mi declaración. No molesten al jefe porque se va encabronar, El hombre conoce personalmente a nuestro presidente y ha saludado personalmente al que viene el año entrante. Colaboró en su campaña. El nuevo también será una marioneta, ya pactó para traernos paz con los jefes que se repartieron nuestra nación". Hay muertos no identificados por todos lados cuando no se sabe quién es el jefe. Bien lo sabía el presidente pero le urgía más legitimar su presencia en el Palacio Nacional. Muy elegante él con su trajecito que le fabricaron en Londres.

    Escuché a policías hablar de sus jefes una mañana, hablaban de que hay dictadura en México, que está bañada de oro y por eso es que no la podemos notar, que solo vemos lo que nos hacen creer: Que México vive en democracia. ¿Democracia? Jaja. Tengo dos días en mi país. Al menos lo sentía mío hasta el día de ayer. Nos lo quitaron los vampiros desgraciados que se esconden detrás de las cortinas de gobernación. Escribo mi frustración para alejar los espíritus de frustración y rabia que me rodean y no me dejan tranquilo.

    Nací en el valle del bajío, en Guanajuato, y fui expulsado a otra nación. No quise quedarme a alimentar con mi trabajo a sultanes que llevan mi color y que dicen tener sangre española. ¡Cómo ha sido México generoso con los carroñeros! Si eres cruel y déspota, tú también tienes un lugar. Vendrán los sicarios a protegerte y la policía a cuidarte. No es nada nuevo en mi país. México: Distorsión y manipulación. Llegó la orden desde Los Pinos: Hay muchos campesinos armados, hay que desarmarlos para que no nos causen problemas, hay que protegernos de ellos. Se podrían levantar contra los que comandamos la nación. Lo viví en carne propia cuando estaba descansando en la casa de mi padre. Entraron policías a revisar su casa que porque el presidente había dado la orden de dejar desprotegidos a los que han alimentado la nación, los trabajadores del campo. Mi padre los vio y apenas pudo hacer nada cuando irrumpieron en su casa y se llevaron todo con ellos: Su honor y dos armas de fuego. Las armas no le importaban porque se podían reemplazar. Lo que ofende y hiere la dignidad fue la actitud insolente y abusiva de los policías hijos de puta y sin educación que le dijeron a mi madre vieja como quien pretende humillar a las mujeres. Ella los miraba tranquila y le dijo: ¿Por qué me ofendes? Ni parientes somos. Mi madre nunca humilló y me imagino que tu madre, recuérdala, tampoco lo hizo contigo. Llevas en tu alma el signo de la corrupción. El grotesco policía fingió no escuchar a mi madre. Presumió lo que recién había encontrado a su compañero que seguía esculcando insolente por toda la casa: ¡Qué bonita pistola! Es una ‘9 milímetros’. Ésta me la guardo yo. Salieron de la casa con su botín pero todavía no terminaban; querían dinero en efectivo. Le preguntaron a mi padre cuánto dinero tenía con él en esos momentos, mi padre inocentemente respondió: Tengo seis mil pesos de los que mis hijos me mandan de los Estados Unidos. El policía se acercó a mi padre y con sus manos asquerosas lo abrazó y en voz baja le dijo: Ese dinerito es mío pero como soy decente, te dejo mil ¿Qué te parece? Yo sólo me quedo con cinco mil. Todo cuesta: La gasolina es muy cara y hay que llevar su comisión a aquel que nos dirige y ¿Con qué me quedo yo? Con el puto trabajo, pareja. Así es la vida. Mi jefe no trabaja y se queda con la mayor parte. Estábamos completamente desprotegidos en aquella población llamada El Puerto de la Cruz, municipio de Abasolo, Guanajuato. Quien pensábamos que nos protegía era la policía estatal. Ahora, de ella, ¿Quién nos defiende? En esos momentos no sabía qué hacer. Mi padre me miró con aquella mirada de tranquilidad y sabiduría como diciéndome: Hijo, no te muevas, ya vendrá un nuevo tiempo y el viento soplará a nuestro favor. Ni siquiera hables, por favor. Compórtate como si fueras de cera porque estos desgraciados son capaces de desaparecerte y echarle la culpa a Los Zetas. Sentía que mi alma y corazón me abandonaban y hubiera querido tener en mis manos un cañón para desaparecer a aquellos desgraciados policías. Esto que te cuento es cruda realidad, me gustaría que fuera ficción pero los vi cuando llegaron a asaltarnos; más víctimas sin razón. Lo mismo hicieron con los demás vecinos de nuestra población.

    CAPÍTULO 2

    Por favor no mire para abajo

    M I PADRE TRATABA de consolarme mientras le decía mi madre que ya todo había pasado. Nos sentamos en el patio de la casa a digerir nuestro dolor. Vimos la luna aparecer y desaparecer. Mi madre rompió el silencio y nos ofreció un té caliente. El olor a canela se introducía en mi nariz. La luna nos alumbró y pude ver que el rostro de mi padre todavía era de acero. En pocos días cumpliría sus setenta y seis. Me consoló contándome su vida desde que nació, así se reconfortó. Me contó cómo él y su padre llegaron a esta población en el año de 1939: …Fue todavía en el sexenio del presidente General Lázaro Cárdenas; el único protector de los campesinos. Él sí que era parejo con todos los mexicanos. Para él eran sus hijos, pues era el presidente de la nación. Lázaro Cárdenas creyó que todo habitante de México tenía el derecho de poseer un pedazo de tierra y no le importó desafiar a los terratenientes y les trastornó sus latifundios para repartir la tierra a los hijos de México. Él ya había peleado en la guerra de revolución por tierra y libertad, había sido admirador de Zapata y hasta prisionero de Obregón. Después que dejó las armas siguió luchando para que se cumpliera el sueño de igualdad; pilar de la revolución. Escuché a mi padre toda la noche, mi madre nos dijo mientras suspiraba: Ya les cambié el té por café… que pasen buena noche. Mi padre siguió su relato: Yo en mis setenta y siete ya he visto muchas cosas en esta nación, he visto muchos cambios. Yo era un niño de seis cuando tres hombres llegaron buscando a mi padre, le dijeron: ‘Señor Cortez, usted tiene el derecho de poseer cuatro hectáreas de tierra, son para usted y para que un día se las herede a uno de sus hijos. Ahora usted es ejidatario y los terratenientes no lo pueden tocar. No se preocupe, mientras tengamos al General Lázaro en el poder todas las ratas tiranas tienen un lazo en el pescuezo por si tratan de molestar a los nuevos agricultores. Ustedes son los dueños de los campos de los que ellos antes gozaban. Para esto murió Zapata; para que seamos libres en esta tierra que Dios nos dio’. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer -mi padre se emocionaba hasta las lágrimas cada vez que contaba esto-. Tu abuelo no quería tierra porque se escuchaba que, una vez que los terratenientes habían perdido la mayor parte de sus haciendas, asesinaban a los nuevos dueños para sembrar el terror, pero ‘para un tigre; otro tigre’. Lázaro no se espantó porque se las sabía, de todas, todas. Pronto tomó el problema en sus manos y lo resolvió; siguió su programa agrario para toda la nación y repartió miles de hectáreas de tierra en Guanajuato, Michoacán y Jalisco. Desde los estados del sur del país hasta los del norte expulsó compañías extranjeras. La justicia ganó y México prosperó. Quería un México libre y no quería que dependiéramos de nadie, así que nacionalizó el petróleo que se produce en México. Empezaron a rondar los buitres pues el General se hacía viejo. Esperaban el momento para caernos encima. Buitres de todas las naciones esperando el momento. Bien sabían que, muriéndose Lázaro Cárdenas, comprarían con una galleta a los que quedaran en gobernación. La corrupción ya viene desde que México se independizó. Cuentan que a nuestro primer defensor Miguel Hidalgo uno de sus propios soldados lo traicionó por unas monedas y éste mismo lo emboscó para después entregarlo a las fuerzas armadas del rey de España. ¡Ay, mi General! Si está allá arriba, por favor no mire para abajo porque si lo hace va a sentir compasión acompañada de odio y rencor. Usted se merece descansar en paz. Nosotros torearemos a estos nuevos buitres, pues ya están sentados en presidencia y para removerlos necesitaríamos otra revolución, pero eso ya está difícil porque tienen aliados que los cuidan y aterrorizan a toda la nación. Son sus sicarios que comandan desde la obscuridad; cuando reciben una orden, nunca saben quién se las dio.

    Fui por otra ronda de café para mi padre y para mí. Me siguió contando de cómo la población mexicana iba caminando entre épocas buenas y otras muy desafortunadas: En la época de los cincuenta se desató una ola de robos de ganado. Tu abuelo no se escapó y también le robaron unos terneros. En esta región los robos no habían durado mucho tiempo pues el que se los robaba se conformó con llenar sus corrales. Nunca se aclaró, sólo se rumoraba que llegaban de noche en camiones. Cargaban rápidamente y desaparecían como por arte de magia. Como la gente apenas si tenía un burro o un caballo, no había manera de perseguir a los nuevos cuatreros… pasó a ser parte de la historia. La gente siguió poblando las comunidades que nacieron después de la revolución, Lázaro ya no estaba en la presidencia y su salud se deterioraba a causa de un cáncer maligno. Él seguía activo y haciendo lo que podía para mejorar las vidas de los campesinos. Cuentan que Lázaro visitaba personalmente regiones de Oaxaca y con su propio dinero financió programas que ayudaron a sus habitantes a vivir mejor. En aquel entonces yo ya andaba en mis quince y era vaquero; cuidaba las vacas de la familia. No iba a la escuela porque tu abuelo pensaba que era una pérdida de tiempo. Para él lo único que importaba era trabajar y para todos sus hijos tenía algo qué hacer: Uno de mis hermanos cuidaba borregos, otro cuidaba las chivas, yo las vacas y los dos mayores barbechaban la tierra y la preparaban para sembrarla. No había tractores, todo se hacía a mano y el arado era jalado por dos bueyes. Así quebraban la tierra por meses para tenerla lista para que, cuando llegaran las lluvias, pudieran plantar semillas de maíz y frijol. Yo pronto ascendería al puesto de cultivador, ya no cuidaría más las vacas. Fue la época más feliz de mi vida porque crecí libre en el campo, jugaba en los cerros; corría del cerro blanco al cerro del Guillote sin parar, miraba las aves migrantes; se paraban en el Río Turbio a descansar. Todo era lindo y lo disfrutaba montado en mi caballo y cabalgando del Puerto de la Cruz a La Joya. No había sicarios en esta región en ese entonces, sólo había gente de campo que trabajaba la tierra año redondo. No fue sino hasta el año de 1952 cuando, otra vez, hubo un cambio en la población; dos familias pelearon y hubo tres muertos… el Puerto se tiñó de sangre una mañana de abril, pero pronto pasó, no hubo más víctimas porque una de las familias se fue a vivir lejos. En el puerto la gente seguía con su rutina de vida….

    Ya casi es de mañana, interrumpí a mi padre. Ya casi, -contestó- son las cuatro, falta un par de horas para que amanezca. Te voy a seguir contando, no quiero esperar para mañana porque lo que pase mañana será la historia que tú mismo contarás a tus hijos junto con lo que pasó ayer en la historia que me toca contarte a ti. Lo seguí escuchando, me contó de cómo conoció a mi madre, de lo lindo que había sido criarnos y aún de cómo en el sur del país, por ahí de los años sesenta, se levantaron en armas algunos grupos. No tuvieron mucho éxito. También me contó que mucha gente aplicó para unirse a los braceros en los Estados Unidos aún por los años sesenta. Trabajaban los campos estadounidenses decenas de miles de campesinos mexicanos. En México, los adinerados se las habían arreglado para comprar muy barato el producto del campo y después venderlo a precios muy altos. Los agricultores pequeños comenzaban a sentir presión y mi familia no sería la excepción. Esos buitres rondaban y ya tenían atrapadas a sus víctimas, las descuartizaban poco a poco. Como siempre pasa, escogen al más débil y el más débil de ese entonces era el campesinado; le estaban comiendo las entrañas poco a poco.

    Todos los que habían peleado por tierra y libertad -continuó mi papá- habían envejecido y muchos ya estaban muertos. Sentíamos que algo grande pasaría, no era otra revolución armada pero podíamos sentir que estaba cerca. Así fue; en los setenta aumentaba la pobreza y mucha gente emigró a las grandes metrópolis de México en busca de una vida mejor para sus hijos. Toda esa gente procreó y la siguiente generación de los setenta ya no poseía nada; sólo su duro trabajo para medio alimentar a los suyos y enriquecer a la nueva nobleza mexicana; los dueños de los medios de producción. Tú Crescencio eres uno de los que nacieron con un futuro muy incierto. Yo no te podía mandar ni a ti ni a tus hermanos a la escuela; aún si hubiera podido y hubieran sacado un título universitario no les hubiera servido, yo pienso. Por suerte, emigraron a los Estados Unidos y ese país les dio la oportunidad que su país les negaba. Reagan les dio la visa de residente en ese gran país. No todos fueron afortunados de emigrar, menos de un cinco por ciento de tu generación. Los que se quedaron en México trabajaban sin descanso por un pedazo de pan para sus familias. No los culpo, es lo que tenían qué hacer. Un día se cansaron algunos e intentaron pequeños negocios y probaron nuevos oficios. La generación de los ochenta veía todo lo que sus padres hacían y seguro estaban desorientados; sus padres trabajaban y trabajaban y apenas si tenían para comer. Sólo para algunos había buenos resultados pues aparecieron nuevas y diversas actividades: Guardaespaldas, Narcotraficante, Secuestrador, Policía o Judicial corrupto. Todo era extorsión, esa era la única profesión que les podía dar una vida ‘decente’ a sus hijos. Pronto hubo una nueva actividad: Sicario. Lamentablemente muchos se enrolarán en todas estas nuevas ‘profesiones’. Sé que pasará, no podemos vivir así, alguien tiene que balancear las cosas. Pasará esta mala racha. No pierdo la fe que un día recuperaremos la vida libre y sin terror en nuestra propia casa.

    Fui a la cocina y traje otra taza de café a mi padre y otra para mí mientras unos rayos de luz aparecían en el oriente. Para mí, ponerle atención a mi padre era lo más importante aunque mi mente me dijera: ¡Quiero dormir! Ya mi padre se le había olvidado un poco lo que había pasado horas antes y eso me da un poco de tranquilidad. Yo estaría de visita por diez días y buscaba estar el mayor tiempo posible con el hombre al que siempre había visto de acero, él era mi ejemplo en todo, me enseñó a trabajar y a respetar lo ajeno. Lo miré, lucía cansado pero no por el desvelo; se veía cansado de la vida, de sus ya casi setenta y siete. Tomaba café e intentaba convencerme que vendrán tiempos mejores para él y para todos los que amamos México. Lloré de agradecimiento y de frustración intentando que él no se diera cuenta. Seguí escuchándole: Ya es de mañana, esta mañana será la historia que les contarás a tus hijos y nietos porque mañana será mejor que hoy. No debemos acongojarnos cuando los buitres nos ronden. Los hay por todos lados; en los pueblos, en sus calles y callejones, en cualquier esquina. A ellos también los están vigilando desde sus cuarteles en las cuevas. Tú tienes que hacer lo que ya tienes planeado; viajar por tu país e ir a visitar la capital. De lo que pasó esta noche, a nadie se lo cuentes hasta que sea el momento adecuado. Ya nos sanará la herida. Bueno… te voy a dejar solo. Este café no me quitó el sueño y mañana trabajo, así que me voy a dormir. Mi padre se metió a la casa y yo permanecí en el patio. Parecía que todo se detenía y que todo empezaba en esos momentos. Cargaba yo cuarenta y seis años de edad y todavía no sabía lo que quería hacer con mi vida. Cuando estuve joven crie tres hijos y no me había dado tiempo de pensar en mí. Me la había pasado trabajando duro para alimentarlos y tenerles un techo sobre sus cabezas y sacarlos adelante. Me sumí en mi mundo y recorrí todos los momentos que habían dejado huella en mi vida, después recordé mis sueños de hacer algo por los más vulnerables; de defenderlos, llevarles justicia. Pensé que lo menos que podía hacer era recorrer lo más posible de mi país y escribir de lo que estaba pasando, de lo que sufren los más vulnerables. Me dieron casi las seis de la mañana.

    Salí a la calle, la gente caminaba a sus labores como es costumbre en esta región. Buenos días, saludaban. Mire la calle terregosa, no había cambiado nada de cuando yo era niño, sentí que le debía algo pues en ella yo había jugado de niño. Sentí el impulso y no me detuve; me agaché y tomé un puño de tierra, me lo rocié en el rostro, después otro y luego otro, hasta quedar completamente bañado de tierra. Suspiré de satisfacción y me sentí que esa tierra mía, me aceptaba. Después vi un señor que se acercaba, lo reconocí y lo saludé: ¡Buenos días! ¡Qué gusto verle!. Inmediatamente me contestó con el entusiasmo de quien empieza el día: ¡Que el Señor te bendiga por habernos visitado! Que bien que nos visites en esta tierra olvidada. Ese señor se había dedicado toda su vida a pastorear vacas en los campos que la revolución nos había heredado. ¿Por qué olvidada?, pregunté. Se detuvo y me aseguró que sí lo estaba, al menos de la justicia; que había tenido que vender sus vacas porque alguien le había mandado un papel en el que le amenazaban y le ordenaban que vendiera sus animales y con el dinero que le dieran pagara 300 mil pesos, que si avisaba a la policía desaparecerían a uno de sus hijos. No le quedó otro camino que hacer lo que le mandaban. Ahora sólo vivía de los recuerdos, asustado, cuidándose de conocidos y desconocidos. Sentí pena por aquel buen hombre.

    También un anciano, en sus ochenta, caminaba por allí apoyándose con un bastón. Al saludarme me dijo: Ya vendrán tiempos mejores y no creo que peores porque estamos viviendo en el mismo infierno. No somos dueños ni de nuestra libertad; hay encapuchados que llegan a plena luz del día y asesinan al que no está de su lado, dicen que son sicarios. Sean lo que sean, ellos son la ley y hacen con la población lo que les da la gana. Se ha iniciado el siglo muy muy mal, muchacho. Le presté toda mi atención. Me siguió contando de cuando eran libres en este poblado; la gente trabajaba libremente la tierra que la revolución le había dado, otros pastoreaban sus ovejas en los campos fértiles que habían sido decomisados a los terratenientes. Los campesinos habían ganado una batalla contra los déspotas de la nación pero esta vez el enemigo no eran los terratenientes, era algo muy diferente que se había propagado durante las generaciones que había gobernado el PRI (partido político en el poder). Según el gobierno, era el crimen organizado pero él pensaba que sólo era otra cara del gobierno, que los criminales le hacían los trabajos sucios a los que comandaban la nación. Mira, todo está tan claro muchacho -me siguió diciendo-, ¿Cómo es posible que la ley esté tan ciega? Sé que no lo está… sólo finge estarlo. A un compadre mío le hicieron la misma que a mí; le mandaron una carta donde le exigían cuatrocientos mil pesos, la hizo de héroe, fue y dio parte a las autoridades y en el camino a la casa lo asesinaron. Según dijo el periódico, unos rateros quisieron robarle. No eran rateros, eran sicarios, asesinos a sueldo. No te cuento más porque no terminaría en una semana todo lo que he visto y escuchado. Mira, yo ya no tengo nada que perder a mi edad, ya no tengo trabajo. Amo la vida y la vivo día a día. Hoy por hoy los presidentes se cambiaron de bando. ¡Mira que mandarnos desarmar a los campesinos, es la cosa más absurda que he escuchado en mis ochenta años de vida! ¡Se contradice el hombre! También tiene miedo porque sabe que lo están vigilando. El sol nos alumbró con sus primeros rayos, continuó hablando aquel buen hombre: Mira qué bonito sol. Siempre sale por el cerro del Picacho. Él no cambia como los que vivimos en la tierra -su rostro reflejaba nostalgia-. Salgo a caminar todas las mañanas para recordar cuando cuidaba mis vacas, ¡Qué bonitos tiempos! Ahora ni trabajo tengo. Recuerdo cuando vendía mis toros para hacerme de dinero. Los compradores me decían: ‘Estos terneros son de primera calidad, irán directo a la Ciudad de México a que se los coman los políticos, a lo mejor, hasta el presidente alcanza de ellos’. Parece sólo el recuerdo de una pintura que imaginé. Ahora estoy olvidado, ya no produzco nada, lo hice en otro tiempo y los que alimenté ya no se acuerdan de este pobre viejo. Me quedé sin trabajo y me robaron las ilusiones de morir feliz. No me iré tranquilo; pensaré y me llevaré el recuerdo que en mi México nos falló la justicia.

    Aquel viejo hombre siguió su paso aletargado y nostálgico con rumbo a su casa. Admiré sus ganas de vivir y su frustración de querer ser algo a sus ochenta; quería hacer lo que siempre había hecho: Criar animales. Ya no podía seguir pagando extorsión, ya se habían acabado su dinero. Pagó más de trecientos mil pesos mexicanos; alrededor de veinte mil dólares americanos. Mi padre tenía setenta y seis años y su situación no era muy diferente a la de aquel pequeño ganadero; a mi padre

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