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Sobre Ruedas: Novela Corta. Segunda Edición
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Sobre Ruedas: Novela Corta. Segunda Edición
Libro electrónico231 páginas3 horas

Sobre Ruedas: Novela Corta. Segunda Edición

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"Sobre ruedas" una historia entrelazada de un trailero de la época actual , con los últimos días de un sargento Callista a quien se le asigna una misión de carácter personal por parte del mismo gobierno la cual fracasa enterrando junto a sus sueños una bolsa llena de centenarios, para que después de varias décadas accidentalmente un viejo trailero con inicios del Alzheimer la encuentre y pueda darle una explicación a su incomodo nieto de lo que él piensa sobre el destino y de las etapas de vida.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento9 jun 2020
ISBN9781506532707
Sobre Ruedas: Novela Corta. Segunda Edición
Autor

Marino Favela León

Marino Favela León Nacido en Juan José Ríos, Sinaloa en 1967 para luego ser adoptado por la ciudad de Culiacán donde cursaba sus estudios hasta que la adolescencia se impuso a sus ideales y quiso olvidar sus sueños de la niñez para emprender un viaje sin razón alguna por los caminos de la vida, sin imaginarse de que contra el sub-inconsciente no se puede uno rebelar y tarde o temprano volverán algunos de aquellos sueños, pero volverán acompañados de reproches contra sí mismo. Actualmente trailero de profesión y reviviendo una faceta de su vida, la de escribir…

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    Sobre Ruedas - Marino Favela León

    SOBRE RUEDAS

    Novela corta. Segunda edición

    Marino Favela León

    Carlos Alviter, co-escritor

    Copyright © 2020 por Marino Favela León.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.

    Fecha de revisión: 06/08/2020

    Palibrio

    1663 Liberty Drive, Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    ÍNDICE

    PRÓLOGO

    UNO ElInicio es el fin de algo

    DOS Olvidar fechas nombres y rutas

    TRES El Destino marcado

    CUATRO La infancia juega un papel muy importante de lo que será nuestro destino

    CINCO El destino marcado son patrañas inventos

    SEIS Cuando las cosas se hacen bien los buenos resultados llegan pronto

    SIETE  ( Anécdotas de carretera )

    OCHO Alzheimer llegando para quedarse

    NUEVE Suerte es estar en el lugar indicado en el momento exacto

    DIEZ Cobrar un peso por escuchar a la abuela

    ONCE Un abuelo improvisado

    DOCE El alma de un tractocamión sería su chofer

    TRECE Diagnóstico, Alzheimer

    CATORCE Un fin siempre será un inicio, así pasen décadas para que ocurra

    Agradecimiento en especial para Carlos Alviter quien se puso el overol para ayudarme a sacar este experimento de novela a adelante, al principio compartiendo ideas hasta envolverse de lleno y terminar como co escritor.

    Con agradecimiento y nostalgia para el señor de las mil historias de sus tantas aventuras con su peculiar forma de narrar, mi padre Lucio Favela quien alimentó mi imaginación en aquellas maravillosas tardes noches de mi niñez. Y para quien sin darse cuenta ha sido una inspiración en mi vida mi padrino Valentín Zazueta Castro.

    Agradecerle a mi esposa Lupita a mis hijos Mario y Jesús Javier a mi inquieta hija Elizabeth. Por su paciencia comprensión y todo su apoyo.

    Marino Favela León

    "No ames el sueño para que no te empobrezcas:

    abre tus ojos y te saciarás de pan"

    (Proverbios 20:13)

    PRÓLOGO

    A mediados de los años ochenta siendo estudiante de la preparatoria central nocturna de la U.A.S. Por medio de Ramón un amigo de la infancia, conocí a un alumno foráneo de nombre Alfredo que se alojaba en la casa del estudiante. Tiempo después cuando le conocí mejor se mudó a vivir a casa de Ramón para posteriormente moverse a mi casa donde le ofrecí un poco más espacio.

    Alfredo, no sé si por agradecimiento, insistió en invitarnos a visitar su pueblo natal; Coyotitan, en las próximas fiestas patronales de aquel año, cosa en la que no tuvo que insistir mucho pues nos encantó la idea a Ramón y a mí. Ya instalados en su casa, yo me adelanté, en tanto ellos a cubetazo se daban sus respectivos baños. Mientras caminaba entre la gente, me entretuve un momento a observar cómo una pareja gritaba y se abrazaba al adivinar en cuál de los tres vasos estaba la bolita, un momento después decidí entrarle al juego; según yo, era una muy buena manera de aumentar mi capital. Luego de unos minutos, a pesar de mi incredulidad, había perdido hasta mi pasaje de regreso a casa.

    Cuando mis amigos me dieron alcance les inventé una excusa del porqué no podía acompañarlos a las peleas de gallos. Sentí vergüenza confesarles que había sido víctima de un juego famosamente conocido por sus trampas. Caminé sin rumbo por un buen rato hasta que me topé con una anciana mujer, la cual me ofreció semillas de calabaza tostadas y a quien se le tenía que hablar fuerte para ser escuchado. Con moneditas de cambio completé para pagarle por la bolsita de semillas, ahí en la calle empezó a hacerme plática, luego; una casa en ruinas fue el inicio de aquella charla. Me contó de sus familiares, de su padre, un revolucionario el que ya después de terminado el conflicto y al igual que lo habían hecho sus tíos, formaron parte de los guerreros cristeros de la zona. Me narró una historia acerca de un tesoro perdido que estaba cerca de ahí en la cordillera de la sierra que al parecer perteneció al grupo de Sonora, los cuales, según ella, eran los que gobernaban al país en esos tiempos; comentario que más tarde vine a confirmar al momento de empezar a investigar y luego escribir acerca ese capital que sigue escondido entre las raíces de un árbol.

    Unos chiquillos nos interrumpieron. Uno de ellos en forma de broma se refirió a mí:

    Al rato pasas por la casa para que mi papá te de tu peso.

    El segundo muchacho al ver que no entendí el chiste se encargó de aclarar el comentario de su, al parecer, hermano menor:

    Es que mi papá nos paga un peso por escuchar las historias de la abuela

    La anciana mujer no se marchaba aún a pesar de la insistencia de sus nietos. Yo distraído observaba la casa en ruinas, imaginando que tal vez aquel tesoro pudiera estar entre sus gruesas paredes.

    Uno de los muchachos me señaló sacándome de mis cavilaciones:

    — ¡Hey tú! Te habla mi abuela.

    La anciana mujer estirando su mano, me exigía unas monedas por su tiempo; yo buscando aturdido buscaba en mis bolsillos y con la llegada de la tarde le entregué las últimas monedas que me acompañaban, lo que por lo visto la molestó pues era muy poco. Mientras se aguardaba el dinero en una de las bolsas de su mandil, se refirió al color de mis ojos con un elogio;

    — Gracias, — le contesté. — Me imagino que he de ser nieto de la revolución. Mi padre nunca conoció a su papá… — Antes de seguir explicando abruptamente me cortó la idea que quería expresarle y me dijo como para sí misma:

    — En épocas pasadas las mismas jovencitas competían entre ellas buscando a los soldados gabachos a esos franceses para tener a un güerito en la familia.

    Su comentario no me gusto para nada, por cierto. Viendo mi malestar reflejado en mi rostro y la risa burlona de sus nietos, la abuela trató de corregir el rumbo de sus palabras:

    — ¡Pero no todos eh!, también hubo grandes asentamientos, muchos acarreados gringos los cuales venían con la intención de quedarse con una gran porción de nuestro país. Es que antes a los bandidos se los miraba como ahora a los artistas, ¿sabías que por esta área tenemos muchos descendientes de Heraclio Bernal?".

    Esa tarde a pesar de perder mi dinero en el juego y gracias a aquella señora, me gané en su plática una historia sobre un tesoro fabuloso que siguió saliendo a tema en otras conversaciones.

    Mucho tiempo después, un viejo compañero trailero ya jubilado, pero que aún se aferraba al volante de su viejo Kenworth t600 y que al parecer sufría principios de Alzheimer, me dio la idea que requería para narrar la historia que me compartiera aquella anciana. Como homenaje al compañero del volante quien en ese entonces contaba con setenta años y vivía olvidando sus deberes decidí regalarle en esta historia el tesoro perdido que aún espera dueño enterrado en alguna parte de la cordillera de la sierra madre occidental por el rumbo del estado sinaloense.

    Marino Favela León

    UNO

    ElInicio es el fin de algo

    ¿La gran tormenta habría pasado? Se preguntaba un sufrido pueblo al mismo tiempo que se preparaba para recibir las famosas "colas" que el mal tiempo deja atrás, al saber de la magnitud de ésta ya se estaban preparados para recibir los aires rezagados. México salía de una de sus etapas, o al menos era eso lo que el gobierno intentaba proyectar tanto a la nación como al extranjero; los brotes de violencia al igual que algunos vientos se desvanecen al no recibir apoyo para seguir creciendo. Intereses propios, egos, traiciones, sueños truncados de una nación que buscaba afanosamente tener tan solo un poco de democracia, toda una combinación, perfecta para darle fuerza a las corrientes de ríos de sangre que todo aquel circo social había ocasionado: la revolución mexicana.

    Las armas que se empuñaban un día, al otro eran cambiadas por promesas, por indultos, por… ¿perdones? En esos momentos no era muy recomendable buscar ni justificar culpables, la duda si era justificada de los dos bandos, como dictaba el proverbio popular, ¡la burra no era arisca compadre, la hicieron, sí que la hicieron!

    Los aires rezagados golpearon las campanas de las iglesias y en su tintineo alborotaron a un pueblo dolido. Las armas que una vez fueron escondidas volvían de su letargo: no existe motivación más grande que la de los mártires, los que mueren por una causa. Lo que la gente en el poder no supo, fue que al querer desprender a una sanguijuela de golpe, ocasiona que su cabeza quede bien adentro y se derrame mucha sangre.

    — El general Obregón lo logró. — Sentenció aquél hombre al tiempo que señalaba con su dedo índice la página principal de un periódico arrugado a sus compañeros, diario en el que en una fotografía en blanco y negro aparecía el famoso manco de Celaya.— Miren; acaba de ser declarado presidente electo, una vez más del país ¿Qué?, ¿no nos digas que allá en el gabacho no llegan las noticias?—, increpó burlón a uno de aquellos que acababan de regresar de la frontera mexicana y de paso afirmaba haber cruzado innumerables veces pal otro lado.

    — De que llegan, llegan, ¡pero en inglés! y este viejo cabezón a duras penas mastica el castellano, ¡jajaja!

    — Mi fuerte no es la memoria. — Señaló en su defensa mientras sorbía un trago de su bebida y se relamía los bigotes. — Nada de querer aprender idiomas, y les aclaro de paso; si me tuve que ir del país no fue por voluntad propia.

    — No’mbre, pos si eso ya lo sabíamos. — Guardo un leve silencio y esbozó una mueca sarcástica, luego agregó. — ¡O te ibas o tu suegro te desheredaba!

    El lugar explotó jubiloso en estruendosas carcajadas.

    Aquel grupo de viejos amigos se había reunido en un pequeño bar de la ciudad de México a jugar domino, ahí en ese rincón de la sociedad donde se aprovecha cualquier oportunidad para charlar sobre diversidad de temas y en donde también al calor de los licores, las personas se vuelven a su creer, expertos renacentistas.

    — Cuando se trata de carreras de caballos, nunca corre un solo caballo, ¿o me equivoco? — Dijo mientras revolvía las fichas que meneaban con su siseo plástico la mesa de madera.

    — Si llegara a ocurrir de esa manera, desde el principio de la carrera ya sabrías; es más, no tendrías más opción, o le vas a ese caballo o te pierdes la fiesta.

    — Así de fácil es.

    — Pero en cualquier competencia existen reglas, ¿qué pasó con la mentada constitución? — Agregó mientras endurecía su rostro cansado. — ¿No me digan que el congreso aprobó la reforma así nada más porque sí?

    Bajando el tono de su voz, uno de los amigos se inclinó en el borde de la mesa al mismo tiempo que quitaba la mano del otro con disimulo y se encargaba de remover enérgicamente las fichas.

    — Hablando de caballos… — hizo una pausa meditando tal vez lo que iba a decir dejando a todos en un mutismo generalizado. — Dicen por ahí que la orden llegó al congreso a lomo de un corcel negro y a puro galope compañeros, así merito fue como se aprobó.

    — No pues… ¡Así ni quien se negará! — Agregó el hombre que se disponía a encender un cigarrillo al tiempo que esbozaba una sonrisa irónica. — De que existe inconformismo, ¡claro que existe! — ¿Y cómo no? Acuérdense por ejemplo lo del atentado de la dinamita. ¿Ya ven? con el culpable confeso y aun así le dieron cuello al curita. Lo que necesitaban era aplacar a la iglesia.

    — Pero eso así no funciona, al contrario; en lugar de calmar los ánimos los aviva aún más.

    — No cabe duda, ese cojo se va a sentar en una silla de puros explosivos.

    — No te digo hombre, sí que llegaste más perdido que nada; ¡Manco hombre!, ¡Ese general está manco, no cojo! ¡jajaja!

    Todos festejaron el comentario con un nuevo coro de risas y burlas.

    La gente que se encontraba en el lugar dirigió su mirada al grupo estruendoso y los cuchicheos germinaron como las moscas en la porquería. De improviso, uno de los amigos puso un gesto grave, como si quisiera desaparecer en el acto de aquel lugar.

    — ¡Sshh! ¡calladitos! acuérdense lo que les ocurrió a los generales Francisco Serrano y Arnulfo Gómez…

    — ¿Y esos qué?, ¿quiénes eran o qué? — Preguntó el mojado entre extrañado e indiferente. Uno de ellos se mesó la barba, al tiempo que buscaba entre su partida de fichas, una mula para asegurar su jugada.

    — Mira, éste sí que está perdido, ¿pues quienes más? Los que quisieron y no pudieron o mejor dicho no los dejaron…

    — ¿Y qué me dicen pues de los curitas?, con eso que les quieren quitar su negocito…

    — ¿Pues a quién hacerle caso?

    — ¿No que Obregón sí se va a sentar a platicar con ellos?

    — ¿Con quién hombre explícate?

    — ¿Pues con quién más? ¡Con los famosos cristeros!

    El hombre se quitó caballerosamente su sombrero y luego procedió a santiguarse.

    — Ah, no señor, con el ejército de dios mejor ni se metan; ¿qué no ven que pueden ser excomulgados? — Todos rieron de nuevo el comentario y el gesto burlón de el de sombrero.

    — Y miren; por distraídos ya se les ahorcó la mula y ya dejen ese periódico, las malas lenguas afirman que algo tiene que ver contra los atentados del general.

    —Sí, ¡cómo no! Si ya se descabellaron a un curita sin culpa alguna, ¿Qué les puede durar para también culpar a una imprenta de mala calaña como ésta que produce notas incómodas?

    Una nueva mano se apostaba, la plática se dio al igual que el ahorcado de la mula, por terminada.

    Los comentarios de este corte eran comunes en lugares de reunión en la ciudad de México cuando se dio a conocer en aquellos primeros días del mes de julio de 1928, la noticia de la reelección a la presidencia del general Álvaro Obregón y de toda la controversia que ello había ocasionado, de la falta de credibilidad del gobierno de Plutarco Elías Calles a quien muchos consideraban una marioneta del general Obregón y quien a sangre y fuego acallaba los gritos de quien lo comparaban con el dictador Porfirio Díaz. Aun así; muchos dedos lo señalaban de ser él quien desde su rancho en el sur de Sonora convenció al todavía presidente Calles de modificar la constitución mexicana para poder reelegirse como presidente de la ya muy golpeada nación desde años atrás por una revuelta patrocinada, eso sí; por los intereses petroleros y capitales yanquis y recientemente por el nuevo brote de guerrillas que cada día toman más fuerza; brotes que eran respaldados por la supuesta fe cristiana, su autonombrada senescal; la iglesia católica, quien no podía aceptar los nuevos términos que el gobierno les ofrecía.

    Al sargento Suárez se le había asignado una misión; más que de corte castrense, esa tarea parecía tratarse de un favor especial. El mismísimo general Obregón presente le había dado la orden; a cambio sería gratificado con un puesto dentro de la política.

    — Ya es tiempo de cambiar las trincheras por una oficina de cargo importante, ¿no cree usted pues?

    — No sin antes hay que dejar bien en claro nuestra lealtad. Habrá si es necesario, que defender la misión aún a costa de nuestras propias vidas.

    Al mismo tiempo, el sargento Suárez le prometía lo mismo al comandante de pelotón Benítez amigo de infancia, quien, a su vez, hacía lo propio con dos de sus soldados rasos de más confianza.

    — Es una orden del mismísimo general Obregón en persona; ¡Nuestro presidente electo muchachos! — El hombre se paseaba con las manos jugando acertijos con sus dedos, luego se detuvo frente a ellos y apuntó como para sí mismo en voz apenas audible. — Ojalá y a ustedes sí les cumpla.

    El comentario no pasó desapercibido por el comandante, quien lo interrogó con la mirada. De inmediato el otro agregó:

    — Ya ve usted comandante lo que le ocurrió al general Arnulfo Gómez y al general Francisco Serrano, y eso que esos eran sus paisanos y quienes lo apoyaron en derrocar al traidor de Huerta.

    — Pérate tarugo, si nosotros no queremos la presidencia de la república. — Por lo pronto, pensó, eso es poco a poco, hay que ganarse la confianza. — Y tampoco vamos a andar gritando a los cuatros vientos lo que pensamos del general.

    Suarez al igual que el comandante, prefería el rifle Máuser CZ checoslovaco a diferencia del pelotón que no tenía más opción que portar sus Thompson de fabricación estadounidense. Acariciaban con discreción sus armas a bordo del tren que corría de la ciudad de México con rumbo a Navojoa Sonora. Al llegar a la ciudad de Guadalajara se enteraban de un desperfecto en las vías ferroviarias y del tiempo que se llevaría en arreglarlo, sabían que no podían darse ese lujo de pérdida de tiempo. Mazatlán era hasta donde estaban llegando los trenes procedentes del norte del país. De no muy buena gana salieron de la ciudad, consiguieron en el cuartel gracias a su salvoconducto firmado de la mano del mismísimo presidente electo, una cuadrilla de caballos con los que se hicieron de inmediato hacia el puerto Mazatleco.

    Las fuertes lluvias habían estado azotando desde el occidente y gran parte del Pacífico norte Mexicano, lo que había ocasionado daños en las estructuras

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