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¿Y cuando todo sale mal?
¿Y cuando todo sale mal?
¿Y cuando todo sale mal?
Libro electrónico248 páginas3 horas

¿Y cuando todo sale mal?

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Información de este libro electrónico

Los mayores héroes son desconocidos. Y Juan nos lo demuestra en este libro, el cual atrapa rápidamente a sus lectores.

Narrada desde los ojos de su propio protagonista, ¿Y cuando todo sale mal? cuenta la historia de Juan, un chico de diecisiete años que se resiste a entender que ha llegado el momento donde las decisiones cuentan, donde la vida ya no es un juego de críos y sus acciones tienen repercusiones. Rebelde con los que le intentan guiar en su camino, a lo largo del libro tratará de controlar esa fuerza desmesurada e impulsiva que le lleva a tomar malas decisiones. Diferentes personajes y giros dramáticos de la historia irán marcando el camino de Juan y de todos aquellos que le rodean. Así, no sólo será este adolescente quien experimente un cambio en su yo, sino que también aquellas personas que están a su alrededor lo harán, arrastradas principalmente por este huracán llamado Juan.

Los problemas que un adolescente encuentra en el amor, la amistad, la familia y los estudios, se mostrarán en este libro, repleto de sentimientos y profundas reflexiones con algún hueco para el humor y las situaciones cómicas. También hay cabida para la intriga que rodea al futuro de las relaciones entre los distintos personajes. Amores y desamores, engaños y desengaños, bodas y divorcios, amigos y enemigos, muertes y embarazos, serias confesiones, falsas promesas y futuros inciertos se interponen en la andadura de todos los personajes involucrados en esta novela.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento22 oct 2015
ISBN9788491121909
¿Y cuando todo sale mal?
Autor

Marta Bacete Cebrián

Marta Bacete es una escritora joven y nueva en el mundo de la literatura. Bajo su nombre se escriben títulos destinados a ayudar al lector a superar momentos delicados, pues éste puede verse reflejado en la diversidad de personajes que ella usa y así reflexionar en torno a su historia. Son escritos que sin duda ayudan a crecer como persona.

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    ¿Y cuando todo sale mal? - Marta Bacete Cebrián

    CAPÍTULO 0

    Conocí a Marta en enero del año pasado. Yo estaba frente al cuerpo sin vida de mi abuelo, en el Tanatorio Municipal de Lago.

    Lo miraba fijamente, como esperando a que en algún momento él se levantara y me dijera: venga chico, juguemos un poco al dominó, que aquí no hay quien aguante.

    Ella se acercó por detrás y se colocó a un lado de mí y sin mirarme, manteniendo sus ojos fijos en mi abuelo, me dijo:

    — Tu abuelo y tú os parecíais mucho. Él estaba muy orgulloso de ti.

    — ¿Cómo sabe eso, señora? – me volví hacia ella con cara de extrañamiento. Al fin y al cabo era una desconocida – ¿acaso le conocía usted? – le contesté un poco arisco y con muestras de desconfianza hacia ella.

    Marta se volvió hacía mí y me contestó muy segura:

    — Sí, sí le conocía y sé que tenía un nieto de tu edad del que estaba muy orgulloso.

    — Pues se confunde de nieto señora, de mí no puede estar orgulloso nadie – concluí volviendo mi mirada hacia el cuerpo de mi abuelo.

    — ¿Por qué piensas eso, hijo? – me contestó Marta sorprendida por mi respuesta y sin apartar su mirada de mí.

    — No es problema suyo. Déjeme en paz – concluí contundente.

    Marta entendió mi mensaje y terminó la conversación marchándose, pero no antes sin decirme: soy Marta, vivo en la casa verde, que está a dos calles de la tuya. Ven a visitarme siempre que lo necesites, o llámame si lo prefieres – me dio un papelito con su número -.

    Marta era una persona mayor. Yo le echaba unos 78 años, algo menos que mi abuelo. Se le veía una persona saludable, tanto por su cara como por su forma de estar. Sin embargo, sus manos arrugadas y el pelo canoso desvelaban su edad.

    No recordaba haberla visto antes. Pero tenía la sensación de que la conocía de algo, y ella me habló como si me conociera de toda la vida. Quizás fuera porque su casa estaba al lado de la mía y alguna vez nos habríamos cruzado. No sé. En ese momento no me apetecía andar investigando.

    CAPÍTULO 1

    Soy Juan, tengo 17 años y no soy ni guapo ni feo. Voy al instituto de Lago. Me considero del grupo de los populares; somos especialmente famosos por nuestras juergas y líos extraescolares.

    Lago es un pequeño pueblo, lejos de la ciudad. Es famoso por su enorme lago (de ahí su nombre), que se forma a partir de un precioso río que desciende por la colina, a mi parecer, la más bonita del mundo. Lago es, desde fuera, un lugar encantador, perfecto para parejas de recién casados, súper felices, deseosos de criar fabulosos hijos. Y, desde dentro, un lugar de conformistas, incapaces de mover un dedo por hacer de su vida algo mejor.

    Soy el pequeño de tres hermanos. Algunos pensarán: ¡oh, qué bien!, siempre en compañía. Pero es que no saben que Fran, mi hermano mayor, tiene treinta años y desde hace cinco no vive en casa, justo el tiempo que hace que nació su primer hijo, Carlitos, fruto de su matrimonio con la pija-loca de Isabel, que hace dos años nos dio la fabulosa sorpresa de que tenía en su vientre otro demonio, al que llamaron Pedro.

    Bueno, otros pensarán: le queda el hermano mediano. Pero resulta que mi hermano mediano es una chica que se llama Elisabet, y que dos meses después de que Fran decidiera abandonarnos para amargarse la vida, ella (que tenía entonces 18 años) se marchó con su novio, Javi, que es un tío genial, pero que arrastró a mi hermana al mundo de los viajes infinitos en busca de la paz en el mundo (ambos son hippies y pertenecen a una ONG).

    La casa y toda la atención de mis padres para mí solo, pensé entonces. Sin embargo, con doce años no sabía lo que se me venía encima. Cada cosa que hago, cada cosa que voy a hacer y cada cosa que hice, han de ser expuestas en el tribunal formado por María-luisa Jiménez y Juan Francisco Pérez, que son, todo a mi pesar, mis padres.

    CAPÍTULO 2

    Volví a ver a Marta un mes después de la muerte de mi abuelo. Me encontraba en comisaría, donde me estaban tomando declaración por culpa de una pelea en la que me había metido sin motivo alguno (supongo que la decisión la tomó mi yo borracho, últimamente muy presente).

    Tenía la camiseta teñida de rojo sangre (procedente de mi nariz) y la mano y ojo derechos inflamados y morados. Era el momento de llamar a un adulto para poder salir de allí.

    Me senté y me saqué el teléfono móvil de mi bolsillo. En el tiempo en el que esto sucedía y buscaba Mamá móvil en la agenda, se me vino a la mente la cantidad de veces que este mes había dado un disgusto a mis padres: la madrugada que les desperté porque me caí por las escaleras al intentar subirlas híper borracho, la mañana que me encontraron durmiendo en el césped y con un resacón increíble, la noche que tuvieron que llevarme a Urgencias porque aparecí en casa con una brecha en la cabeza que no me paraba de sangrar… Y a todo esto había que sumarle la cantidad de veces que el pesado de mi tutor les había llamado diciendo que no había ido a clase. Más el día de las notas, que casi prefiero no recordar. Tan sólo el 5 de lengua me salvó de la quema total. Era un auténtico desastre de hijo. Yo creo que cuando nací no se esperaban que fuera a mortificar tanto. Además, ser el pequeño de tres hermanos significaba que ya había dos personas inmediatamente cercanas con las que compararme, que permitían dar argumentos irrefutables a favor de que era el peor hijo del mundo.

    Son demasiadas cosas ya este mes. Como les llame ahora (son cerca de las dos de la mañana), me van a matar y no tengo el cuerpo como para estar discutiendo con mi madre, ni estoy con la mente fresca como para estar inventándome lo que ocurrió. Ya he gastado todas las balas este mes. Salí de la agenda y guardé el teléfono.

    Al meterme el teléfono en el bolsillo noté un papelito. Lo saqué y abrí. En él se podía leer un número de teléfono. Entonces me acordé de que me lo había dado Marta, esa señora que me habló el día del funeral de mi abuelo.

    Después de un rato mirando dubitativo el número, tomé la decisión de marcar el número. No podía hacer otra cosa si quería salir de allí. Además, no era nadie cercano que me pudiera regañar y con un poco de carisma podría conseguir que no dijera nada a mis padres. Mataría dos pájaros de un tiro. También me acordé de que ella me había dicho que la podía llamar siempre que lo necesitara, y no veía una emergencia mayor.

    La conversación por teléfono fue breve y no necesitó de muchas explicaciones. Acudió sin dudarlo, como si estuviera esperando mi llamada.

    Una vez firmados los papeles, me levanté aprisa y comencé a explicarla por qué la había elegido a ella para venir:

    — Gracias por estar aquí. Siento haberle molestado a estas horas pero no podía llamar a mis padres porque me hubiesen matado, y pensé que usted mañana no iría a madrugar y ahora no estaría haciendo otra cosa, y como me dijo que acudiera a usted siempre que lo necesitara.. no sé, gracias por venir – mis palabras se atropellaban unas a otras.

    A la vez que hablaba noté cómo sus ojos me miraban de arriba a abajo, analizando mi decadente aspecto. Su cara estaba seria pero no sorprendida.

    Me acompañó andando hasta mi casa. Yo iba con la cabeza agachada, intentando mantenerme despierto y no tropezarme. Ella andaba segura y deprisa, sin cambiar su cara de seriedad.

    Durante el recorrido ninguno de los dos habló.

    Se rompió el silencio en la puerta de mi casa:

    — Gracias por acompañarme. Ya se puede ir tranquila. Aunque sí la rogaría que no dijera nada a mis padres, no quiero que se enfaden conmigo – sonreí con cara de bueno.

    — Mañana a primera hora de la mañana quiero verte en mi casa. No es una solicitud ni una pregunta. Es una imposición. De lo contrario me verás obligada a contar a tus padres lo que ha pasado esta noche – me dijo seria y con los ojos clavados en los míos.

    Se fue y yo me quedé con cara de no entender lo que me acababa de decir. No di importancia a sus palabras y me fui a dormir.

    Al día siguiente me levanté tarde, sin apenas recordar lo que había pasado la noche anterior. Tan sólo el espejo me devolvió los recuerdos.

    Cogí algo de maquillaje que aún quedaba de Elisabet para tapar mis magulladuras y conseguir así que mis padres no se percataran de lo que me había pasado.

    En ese mismo instante, cuando hacía mis planes para ocultar lo pasado, sonó el timbre de la puerta, y al mirar por la ventana… vi que era Marta: ¡se me había olvidado ir a su casa!.

    Bajé las escaleras corriendo. Pero ya era tarde: Marta había entrado en casa y ya hablaba con mi madre.

    Sería el enésimo castigo del mes, lo que significaba, dos semanas sin paga y dos viernes sin salir, justo la semana que Ángela celebraba su cumpleaños. Cuando el mundo depositaba todo su peso caía sobre mí, mi madre me llamó y me dijo:

    — Cariño, nuestra vecina Marta ha venido a buscarte. Dice que habías quedado en ir a su casa. ¿Por qué no te preparas y te vas ya con ella? – sonó como si Marta no le hubiese contado nada a mi madre.

    Suspiré de tranquilidad y por mi cerebro se pasó la idea de que a Marta se le habría olvidado lo de anoche y que ya no haría falta cumplir el trato.

    — Hoy he quedado mamá, veré a Marta otro día.

    — Si no puedes venir, aprovecharé que tengo la mañana libre para hablar con tu madre, que hace mucho que no la veo y le tengo muchas cosas que contar, como por ejemplo lo que me pasó anoche – intervino Marta dirigiendo su mirada hacia mí y con una sonrisa de malvada.

    La realidad me volvió a bajar de mi nube de un buen tirón.

    — Creo que cambiaré de planes mamá e iré con Marta mejor.

    CAPÍTULO 3

    Perfecto, había cambiado mi plan de los sábados por la mañana con mis amigos y los porros, por una mañana de leche y galletas con la vecina-vieja-loca de Marta. Bien por mí.

    — ¿Por qué te metiste en esa pelea anoche? – me dijo Marta sin más preámbulos, ya sentados los dos en su sofá.

    — Mire señora, no quiero ofenderla, pero si estoy aquí es porque no quiero que mis padres me castiguen. Dime lo que quiere que le arregle o limpie y ya está – hablé rehuyendo la pregunta y buscando salir de allí cuanto antes.

    — No quiero que me hagas ninguna labor en casa, lo único que quiero es que hablemos.

    — Lo siento, pero no tengo nada que hablar con usted – me levanté.

    — ¡No estás cumpliendo el trato! - me detuvo Marta – si quieres que no le diga nada a tus padres, quédate aquí conmigo y hablemos – añadió enfadada.

    Me volví a sentar en mi sitio, suspiré, y con cara de ofendido me quedé, ansioso de que acabara esta especie de cita.

    — ¿Me estás escuchando Juan?. Entiendo que ahora te apetecería estar haciendo otra cosa, pero creo que es conveniente que me escuches.

    — ¿Y por qué tendría que hacerlo? - respondí enfadado y me tomé una breve pausa – Mire – relajé mi tono - no sé por qué misteriosa razón le interesa mi vida cuando es un desastre y no se puede sacar nada de ella…. Lo siento, no puedo seguir aquí haciendo que le escucho cuando no es así – me levanté de nuevo – Me voy, no quiero hacerle perder tiempo. Si quiere decirle a mis padres lo que pasó ayer, adelante, hágalo – comencé a andar hacia la puerta a la vez que murmuré – tarde o temprano se iban a acabar enterando.

    Pero mis últimos balbuceos fueron escuchados por Marta quien, antes de que saliera por la puerta, me dijo:

    — Puedes cambiar las cosas, está en tu mano, yo confío en ti. Y tranquilo, no diré nada a tus padres.

    CAPÍTULO 4

    Ángela es la chica más popular del instituto. Es guapa, inteligente, simpática,… lo tiene todo (en todos los sentidos, porque también va bastante bien de dinero).

    Yo la veo como un ángel caído del cielo: el nombre le viene como anillo al pelo.

    Llevamos siendo amigos desde que éramos pequeños. Para mí, ella es mi mejor amiga. Lo que no sé es si yo para ella significo lo mismo, mucho menos ahora que esta saliendo con Jaime y ya no pasa apenas tiempo conmigo. Jaime es el chico más popular y guaperas del instituto. Desde fuera parece que el uno está hecho para el otro, pero desde dentro no es

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