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Estrategias para una lectura reflexiva
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Estrategias para una lectura reflexiva
Libro electrónico85 páginas36 minutos

Estrategias para una lectura reflexiva

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Enseñar a leer reflexivamente, enseñar a pensar, no es sólo una moda. Es absolutamente necesario encontrar tiempo y contar con estrategias para que los niños y niñas se relajen, se concentren, busquen y encuentren respuestas, dentro de ellos mismos, a sus interrogantes. El libro ofrece fichas de reflexión y trabajo, fichas de conclusiones, cuentos, adivinanzas, canciones, etc., para propiciar la reflexión en la lectura.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 may 2023
ISBN9788427730502
Estrategias para una lectura reflexiva

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    Estrategias para una lectura reflexiva - Isabel Agüera

    Estrategias para una lectura reflexiva

    Isabel Agüera Espejo-Saavedra

    Maestra y escritora

    NARCEA, S. A. DE EDICIONES

    MADRID

    Indice

    GUIA DIDACTICA DEL PROFESOR

    1. Justzficación del material

    2. Estrategias para una educación reflexiva

    Sugerencias Generales

    Sugerencias Específicas

    Fichas de trabajo (del profesor, del alumno, pequeños grupos)

    «CUENTOS ADIVINANZA»

    «Las tres rosas»

    «Manos a la obra»

    «El despiste»

    «Extraño caso»

    «El chumbero»

    «La llamada telefónica»

    «Un verdadero lío»

    «Miedo en la cochera»

    «Gracias, sol»

    «‘Botones’ atrapado»

    Fichas de trabajo

    «CANCIONES DE CIEGO»

    «De la mujer que decidió crecer»

    «Dónde estarán las llaves»

    «De la mujer que aprendió otra canción»

    Fichas de trabajo

    Conclusiones y lemas

    GUIA DIDACTICA DEL PROFESOR

    1. Justificación del material

    Muchas veces, a lo largo de mis años adultos, me he formulado las mismas preguntas: ¿«Dónde, cuándo y cómo empecé yo a caer en la cuenta de pequeños detalles de la vida cotidiana...? ¿Dónde, cuándo y cómo las cosas empezaron a complicarse en mi mente...? ¿Dónde, cuándo y cómo surgió la primera reflexión en mi vida...? ¿Desde dónde y desde cuándo pienso...?».

    Y me veo con pocos años –seis o siete, tal vez–, una niña de juegos y cuentos que no entiende por qué los Reyes Magos, los poderosos señores de Oriente no dejan en sus zapatos de charol la Mariquita Pérez de sus sueños, sino una prosaica pepona de cartón brillante, ojos azulones y boca de pitiminí.

    Y mi padre, a medias palabras, me puso en la pista:

    Hay reyes ricos, reyes pobres, reyes regulares...

    Los reyes regulares debían ser los míos: idénticos a la clase media de una familia, ni rica ni pobre –regular en aquellos siniestros años de la postguerra.

    Reyes ricos, reyes pobres, reyes regulares... Ricos eran los padres de mi amiga Laura que, además de exhibir su impecable Mariquita Pérez, comía quesitos de nata y chocolate del «gordo», y pobres, muy pobres, deberían ser los de aquellos otros niños que, a la puerta de las casas, a todas horas, repetían en un soniquete de súplicas:

    ¡Una limosnita por Dios...!

    Y en mi mente de niña sonó la alarma y eclosionaron en un ininterrumpido vaivén, preguntas y respuestas: ¿Y si los bebés, en lugar de llegar en el pico de las cigüeñas, salían de las barrigotas de las mujeres infladas...? ¿Y si en lugar de Reyes Magos eran los los padres –ricos, pobres o regulares– los que invadían con sus posibilidades aquella noche mágica de sueños y desvelos...?

    Y pasaron los años. En los albores de mi vida profesional, una pequeña se me acercó y, picarona, me abordó:

    Maestra, ¿tú sabes por qué se hacen los días y las noches...?

    Yo, sí –le contesté–, ¿lo sabes tú...?

    ¡Porque la tierra es redonda! –exclamó contundente.

    También una pelota es redonda, y una naranja es redonda y...

    Sin dejarme terminar, pero intuyendo el sentido de mis afirmaciones, se encogió de hombros y exclamó:

    ¡Y yo qué sé...!

    Y es ahí donde padres y maestros fallamos: en la creencia de que los pequeños son capaces de discernir y pensar y sacar conclusiones de las cosas que, día a día,

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