Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La bailarina del circo
La bailarina del circo
La bailarina del circo
Libro electrónico362 páginas5 horas

La bailarina del circo

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Hollywood, 1990. La historia protagonizada por Corinna y Nicolás nos invita a sumergirnos en las maravillas de la música y del cine en un ambiente donde el amor y el erotismo van de la mano del drama y el indispensable humor.

Como resultado, tienes en tus manos la originalidad y lucidez de una novela plena de imágenes que la enmarcan en la prosa poética; una bella y entretenida historia que muestra la brillantez de la alegría circense y las sombras de una decadencia que parece inevitable.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 abr 2024
ISBN9788468580562
La bailarina del circo

Relacionado con La bailarina del circo

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La bailarina del circo

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La bailarina del circo - Teresa Martinic

    portada.jpg

    LA BAILARINA DEL CIRCO

    Teresa Martinic

    portadilla.jpg

    © Teresa Martinic

    © La bailarina del circo

    Corrector: Leandro Fernández

    Marzo 2024

    ISBN papel: 978-84-685-8055-5

    ISBN ePub: 978-84-685-8056-2

    Depósito legal: M-7449-2024

    Editado por Bubok Publishing S.L.

    equipo@bubok.com

    Tel: 912904490

    Paseo de las Delicias, 23

    28045 Madrid

    Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

    Índice

    Créditos

    Días de cine

    Comienzo

    DÍAS DE CINE

    Pusimos fin a la historia,

    pues nos quedamos sin argumentos.

    Tu personaje quería un giro a la izquierda,

    el mío quería un camino más recto.

    Tú exigías trilogía,

    yo con dos más que contento.

    Quizá es mejor concluir la película

    y, si después hay revival, otro día lo vemos.

    Ni Thelma ni Louise.

    Ni Bonnie ni Clyde.

    Ni Jenny ni Forrest.

    Ni Lois ni Clark.

    Ni Harry ni Sally.

    Ni Fiona ni Shrek.

    Ni Vivian ni Edward.

    Ni Emma ni Adele.

    Ni Danny ni Sandy.

    Ni Molly ni Sam.

    Ni Leia ni Solo.

    Ni Ennis ni Jack.

    Ni Johnny ni Baby.

    Ni Ginger ni Fred.

    Ni Bella ni Bestia.

    Ni Scarlett ni Rhett.

    Este fue el cine que nos mató.

    ¡Corten!

    Hemos terminado.

    Poema de Juan Carlos Prieto

    Todo comenzó hace demasiado tiempo. En un lugar que no era La Mancha y cuyo nombre tal vez recordaba a la perfección…

    Un anuncio en la sección de espectáculos de un periódico local llamó la atención de Nicolás, el apuesto marido guitarrista chileno de Corinna Montaner, una joven señora de sugerentes curvas todavía turgentes y unos grandes luceros de eterna sorpresa del color de la esperanza.

    «CARNITAS MICHOACÁN BUSCA BAILARINAS PROFESIONALES PARA GIRA CALIFORNIANA DE PRESTIGIOSO CIRCO INTERNACIONAL PRODUCIDO POR EL GRAN GERARDO CALUGA. LAS INTERESADAS DIRIGIRSE A LA DIRECCIÓN: HAMILTON AV. 24850 BLOQUE 5 PLANTA PRIMERA. LUNES DE 15PM A 18PM. NECESARIA RESIDENCIA LEGAL. TRAER HEADSHOT Y RESUME. PRENDAS CÓMODAS. MUY BIEN REMUNERADO».

    El texto era de lo más surrealista con marcados tintes dalinianos.

    Un casting para seleccionar bailarinas en una carnicería, solo faltaba que pidieran a las señoritas que llevaran un huevo frito en la cabeza y unas patatas fritas colgando de las orejas, así tendrían el plato combinado perfecto. La verdad es que debía haber gato encerrado. Puede que fuera una tapadera para algún cártel mexicano de la droga camuflada entre chuletas de cerdo y finos cortes de ternera de primera calidad. Eso pensó el lector en un primer momento. Al mismo tiempo la curiosidad le ganó y ni corto ni perezoso se dispuso a realizar una llamada. No se pudo concretar, puesto que al otro lado de la línea el impertinente discurso de esa voz metálica e impersonal con acento castizo de la madre patria le dejó claro que el teléfono estaba ocupado. Por ello no le quedó más remedio que dejar un breve mensaje en el contestador de su mujer. Esta seguramente andaba ociosa deambulando por las aceras malolientes de Hollywood Boulevard a la espera de un posible milagro.

    Corinna Montaner ya no era una jovencita de dieciocho años, pero todavía mantenía una figura moldeada y la energía vital de aquellos años mozos cuando aspiraba a ser la primera bailarina del gran teatro Bolshoi. También le hubiera gustado desarrollar su increíble talento para el canto. Tal vez la oportunidad le saldría al paso entre vagabundos alcoholizados, ratas callejeras, cucarachas bailongas o esperpentos variopintos salidos de las mismas entrañas de las cloacas de esa tierra desolada cubierta de oropeles.

    El destino se había mofado en su cara en reiteradas ocasiones y el dolor que le producía pensarlo la dejaba sin respiración y la cabeza levitando más allá de su cerebro castigado. En su querido Nicolás se cobijó. Se agarró de su mano y se dejó llevar al otro lado de su amado mundo podrido.

    Se olvidó del desastre en que ella había convertido su existencia plagada de fracasos. Derrotas quizás ansiadas por ese masoquismo extremo que siempre la había acompañado.

    Corinna creía con fe ciega que había llegado a esta vida para sufrirla. Su autoflagelo era necesario. Eso pensaba ella y lo seguía a pies juntillas, al pie de la letra. Perseguía las tragedias y estas, golosas, la buscaban a todas horas.

    Nicolás, ese hombretón de alma blanca y corazón de gigante la rescató de esa rutina asesina, viciosa y tan dañina. Al conocerla pudo percibir su fragilidad y sus ansias camufladas de ser rescatada. Sin razonar demasiado la tomó en sus brazos fornidos protectores y se la llevó lejos de todo mal. Pusieron tierra de por medio y cruzaron mares y desiertos. Al cabo de una temporada larga sanando heridas supurantes aterrizaron en el otro lado de la tierra conocida. En el Nuevo Continente.

    ***

    Los Ángeles, en el oeste de los Estados Unidos, se iba a convertir en el privilegiado lugar que contaría con su presencia. Esa descomunal urbe les acogería bajo el manto protector de unos amigos del sur del mundo que habitaban en ese territorio americano hacía más de una década. En ese cálido hogar con aroma a sopaipillas, empanadas y mote con huesillo, esa pareja los adiestró en todo lo concerniente a la idiosincrasia de su nueva ciudad de residencia. Estuvieron unos meses con ellos y sus dos pequeños hijos en una casa lo suficientemente amplia para convivir junto a esa acogedora familia hasta que la curiosidad por descubrir esa nueva tierra hizo que quisieran independizarse y valerse por ellos mismos. Muy agradecidos pusieron rumbo a la aventura, pero nunca se destetaron del todo de esos colegas entrañables.

    El papeleo burocrático para funcionar a nivel laboral y existir con un número de Seguridad Social fue bastante expedito. El coche, imprescindible para tener capacidad de movimiento en esa ciudad descomunal repleta de autopistas, se lo prestaba esa pareja amiga, puesto que tenían una tartana viejecilla en el garaje que apenas usaban. Obtener la licencia de manejar era sencillo, a diferencia que en España. Nicolás sería el encargado de hacer esos trámites; a la chiquilla, conducir nunca le llamó la atención. Estaba más cómoda en el papel de copiloto. Lo siguiente sería buscar un apartamento y un buen trabajo.

    El tema del idioma, en principio no sería ningún problema. La comunidad latina en ese territorio es tan extensa que a veces la lengua española es más demandada que la propia autóctona. De todas formas, Nicolás tenía un buen nivel de inglés debido a sus giras musicales y su gran interés por la literatura americana. Su mujer, en Simi Valley, había tomado unos cursos intensivos de ese lenguaje y se había tragado a regañadientes en una cadena nacional la persecución de Oj Simpson, un deportista idolatrado por el pueblo americano que se escapaba en una camioneta cuatro por cuatro por las carreteras de Los Ángeles, acusado de haber matado a su esposa y al amante de esta.

    Gracias a unos buenos contactos facilitados por el matrimonio chileno formado por Omar y Mariela, el tema de la vivienda se solucionó en un periquete. El lugar propuesto fue un single monísimo en la avenida Fountain muy cercano a la iglesia de la cienciología, una zona cuyo nombre, Los Feliz, les pareció un buen augurio. Repleta de cafecitos y restaurantes en donde los trabajadores del séptimo arte acampaban a sus anchas estudiando sus guiones y dejándose ver por propios y extraños. Una pequeña vitrina social en las laderas de las míticas montañas de Hollywood.

    La propietaria del nuevo hogar, Melinda, era una encantadora guionista oriunda de Nueva York, que por trabajo debía viajar un tiempo indefinido, mínimo dos años, por Asia y América del Sur. Con ello, pensaron los nuevos inquilinos, tendrían capacidad de acción durante ese periodo. El acuerdo económico fue razonable y la disponibilidad inmediata. Corinna se enamoró de ese acogedor lugar nada más verlo y su ansiedad no le dejó percibir los pequeños detalles que harían de ese sitio idílico un verdadero infierno. Menos mal que no firmaron un contrato largo. Nicolás, siempre previsor y desconfiado, se comprometió a un pago mensual a depositar en la cuenta corriente de la joven dueña. Los gastos de agua y electricidad estaban incluidos en el precio.

    Los pocos bártulos que les acompañaban cupieron en la destartalada furgoneta plateada del amigo chileno que a partir de ese momento pasaba a ser de su propiedad mientras se posicionaran y tuvieran poder adquisitivo para comprarse un automóvil. La mudanza se concretó en menos de lo que hubiera podido cantar un gallo.

    Nada más dejar las pertenencias en su recién estrenada casa se dirigieron a un supermercado de grandes dimensiones que tenían justo enfrente del edificio para hacer la primera compra y familiarizarse con esa tienda que les abastecería mientras durara su estadía en ese barrio de peculiares artistas y cuidados jardines con aroma a jazmín.

    Llenaron el carrito con útiles; productos de limpieza y utensilios de aseo, algún adorno para darle un toque personal a la nueva residencia y un enorme ramo de flores variadas muy coloridas.

    Corinna se puso muy feliz al cerciorarse de que en ese local vendían, aunque fuera a un precio desmesurado, su cava catalán favorito, eso era indispensable para celebrar la inauguración. Lamentablemente, en vez de jamón serrano español tuvieron que comprar prosciutto de Italia.

    El aceite de oliva era carísimo y tenían poca variedad, pero sin ese oro líquido no sería lo mismo. Les llamó la atención el tema de las bolsas para los víveres. La cajera, de forma metódica, como si fuera un robot y timbre impersonal, preguntaba a todos los clientes si querían papel, preferían plástico o los dos materiales juntos. Eso lo habían visto en las películas y experimentarlo en carne propia les hizo mucha gracia.

    Una vez salieron del establecimiento regresaron felices a su nidito de amor. Quizás más tarde les apetecería dar un paseo para familiarizarse con el barrio.

    Después de poner un poco de personalidad al minúsculo apartamento, mientras bebían el elixir espumoso y degustaban con alegría el manjar típico de la tierra de Corinna, el cuerpo no les dio para más. Quedaron los dos abrazados, rendidos y profundamente dormidos encima de esa cómoda cama matrimonial, eso era lo único grande que tenía la casa. Ni tan siquiera tuvieron fuerzas para sacarse la ropa. Había sido una jornada movida tanto en lo físico como también en lo emocional.

    ***

    Su plácido descanso fue interrumpido de una manera demasiado abrupta. Los contundentes golpes en la puerta, acompañados de unas palabras en inglés gritadas con potencia de fiera y convicción, hicieron que Nicolás saltara de la cama para abrir la puerta mientras Corinna, muy nerviosa, se santiguaba y rezaba el padrenuestro a todos sus muertos para que ese momento pasara lo antes posible.

    La pareja de la policía estaba conformada por un hombre de mediana estatura y tez blanquecina pecosa con cara conciliadora junto a un mastodonte del color del carbón, con expresión poco amigable, que parecía estuviera echando sapos y culebras por su bocota negra coronada con una brillante dentadura perlada. Al ver a Nicolás se dieron cuenta de que el marido de la española no era el individuo que estaban buscando; a pesar de ello, con esa agresividad autoritaria de los señores de la ley americanos, se introdujeron en el salón-dormitorio de los enamorados observándolo minuciosamente, todo con una especie de dejadez y desprecio. Sin pedir permiso, el grandullón pasó hacia el cuarto de baño y el vestidor, pisando fuerte, y se devolvió con cara de derrota.

    Mientras, el más amigable procedía a revisar la pequeña cocina. Saludaron a Corinna sin percatarse de que estaba temblando como un flan. Sintiéndose culpable de alguna cosa que tal vez nunca hizo antes o quién sabe, hubiera realizado en sueños. Los agentes no dieron muchas explicaciones, pero sí demasiado miedo.

    Estaban siguiendo la pista de un señor que había dado ese domicilio la última vez que se empadronó en la ciudad.

    De ello debía hacer varios años, puesto que Melinda, la guionista arrendadora, según ellos habían sido informados, llevaba mínimo tres siendo la dueña y única inquilina en ese lugar. El hombre, Joseph Warner, que seguramente mintió en sus datos personales, era un elemento para darle de comer aparte. Tenía varios juicios pendientes por estafa y tráfico de drogas en sus hombros. Ahora debía encarar una posible trata de menores a los que usaba para menesteres indignos. Vamos, un cerdo asqueroso sin valores ni principios.

    Les mostraron una fotografía del susodicho, bastante borrosa por cierto, y no se les dio más información alegando la confidencialidad del caso, pero se les exigió que estuvieran atentos con los ojos muy abiertos y en caso de verle por la zona enseguida lo reportaran a la PDI, puesto que si no lo hicieran se les podía acusar de cómplices. Eso les marcaría el record para siempre. Siendo que ellos eran latinos, sin Green Card les significaría salir de los Estados Unidos para nunca más volver. Automáticamente pasarían a estar fichados por la policía por ser unos criminales y además pesaría sobre ellos una orden de deportación urgente.

    Ese despertar no lo tenían previsto. Una vez quedaron solos se miraron perplejos muy desconcertados y se abrazaron con fuerza para ahuyentar esos trágicos momentos que no tenían muy claro si habían ocurrido o fueron una mala pasada de la imaginación. Una pesadilla conjunta que nunca sucedió. Por las ventanas del jardín trasero no se podía distinguir si había amanecido todavía, las lucecillas artificiales entre los arbustos seguían prendidas. Al mirar el moderno reloj esférico gigante con números romanos que colgaba de la pared se dieron cuenta de que apenas eran las cinco de la madrugada.

    Corinna y Nicolás trataron de acostarse y relajarse de la tremenda tensión vivida. En ello estaban, abrazados, intentando cerrar los ojos y dejarse arrastrar por los brazos protectores de Morfeo, cuando unos fuertes ruidos procedentes del subsuelo hicieron que desistieran en el intento. Por el contrario se lanzaron a curiosear acerca del estruendo llegado de los mismos infiernos que en vez de aminorar iba in crescendo.

    Se lavaron la cara, se pusieron los zapatos y dieron por terminada la noche…

    ***

    No conocían el edificio. Ellos estaban en el primer piso y no tenían idea de cuántos apartamentos había, si tenía una azotea común donde poder tostarse al sol californiano, el horario del conserje ni dónde tenía la oficina, si es que la tenía.

    Se dispusieron a salir de la casa con la cabeza a punto de reventar, locos y enfurecidos por el barullo ocasionado en los bajos fondos. Tratando de seguir el camino de esos ruidos a esas horas intempestivas en las que la gente de bien no puede hacer otra cosa que dormir. Hacia la derecha tenían un solo vecino. Al encaminarse hacia la izquierda el sonido se oía cada vez con más fuerza. Ahora hasta las paredes saltaban.

    Se encontraban cerca del objetivo. Prendieron de nuevo la luz que los había dejado en la inmensa negrura del miedo y vieron unas escaleritas. Al bajarlas escucharon, aparte de los golpes endemoniados, unos gritos monosilábicos que les hicieron retroceder a marchas forzadas lo andado como alma que lleva el diablo y salir a la calle a tomar aire fresco del despertar mañanero.

    Sin mencionar lo ocurrido se dieron la mano y anduvieron en silencio escuchando el trinar de los pajarillos que habitaban en los árboles de los jardines vecinos.

    Al cabo de un tiempo de caminar a la deriva sin saber adónde sus pisadas les llevarían divisaron un tremendo cartel en un descampado lleno de vehículos que decía: «International House of Pancakes».

    Gente de lo más variopinta y extravagante a esas horas de la mañana que todavía estaba de fiesta entraba y salía a las órdenes de unos camareros que dirigían ese tráfico humano impensable para personas de rutina establecida y ortodoxa como eran ellos. La caminata les había abierto el apetito y decidieron ponerse a la fila que tampoco era muy larga. Esperarían el turno para sentarse, reposar un rato y llenar el estómago de nutrientes para recuperar las fuerzas perdidas. El nombre del lugar les sonaba extraño, pero estaban decididos a probar nuevas delicias culinarias.

    En menos de cinco minutos ya estaban acomodados en unos confortables sillones al final del gran salón, con lo cual tenían la mejor perspectiva para entretenerse conversando y alucinando en colores observando esa fauna humana. Hombres y mujeres de punta en blanco y la cara lavada que tomaban un desayuno contundente para poder afrontar su jornada laboral. Jóvenes con el maquillaje corrido y los ojos brillantes que intentaban, con esa montaña de calorías bien presentadas y ese zumo de naranja de litro, aterrizar de ese viaje alucinógeno antes de que sus papás les descubrieran los malos hábitos. Solitarios sentados mirando nada y esperando poco.

    Algún despistado que pensaba que ese local era un lugar para seguir con la marcha nocturna y exigía que le sirvieran una ginebra tónica a gritos a lo que los guardias del establecimiento acudían raudos y veloces para acompañarle a la puerta de salida.

    Entre ese diverso carnaval de personalidades estaban ellos. Despistados con hambre y ansias de experimentar cosas nuevas.

    La carta de manjares era muy larga y no entendían nada de lo que ahí se describía con lo cual se dejaron recomendar por la camarera, una jovencita muy simpática y risueña de ojos claros, nariz respingona y labios cereza que, nada más presentarse, les informó de que su nombre era Suzanne y que les ayudaría en todo lo que necesitasen. Estaban salvados.

    El descubrimiento de ese establecimiento de comida fue un acierto. Los hotcakes les resultaron exquisitos y la niña que les atendió se convirtió en una conocida entrañable y cercana a pesar de no tener con ellos ningún punto en común. Les pudo la gula y después del atracón de tortitas con nata y fresas acompañadas de zumo de naranja y tantos cafés que ya habían perdido la cuenta, les costó Dios y ayuda levantarse del mullido sofá. Dejaron una buena propina a su nueva amiga Suzanne y se largaron a paso lento con el buche clamando auxilio.

    El sol altivo y omnipresente estaba despertando y sus rayos iluminaban de a poco el deambular de los perdidos. Nicolás y Corinna no sabían cómo volver a su nuevo hogar, aunque tampoco había prisa por llegar y tenían claro que tarde o temprano arribarían. En ello estaban cuando sonó el móvil de Nico. Era su amigo chileno que junto con saludarle y preguntarle si todo estaba ok le informaba de una vacante en su trabajo para repartir periódicos. Había hablado con el mánager de la empresa en la que llevaba años laburando y la primera opción si le interesaba era él. Las condiciones las conocería en dos días a las cinco de la tarde en una entrevista que ya le había concertado. Omar se ofrecía para acompañarle y hacer las presentaciones oficiales. El dinero era apetecible, aunque el horario terrorífico: en la madrugada, desde las dos hasta las seis horas.

    Corinna le animó para que aceptase mientras tanto saliera alguna oferta más relacionada con su profesión. El dinero que trajeron de España se había evaporado en esos meses en casa de Omar y Mariela, puesto que, aunque no pagaban alquiler, aportaban para los víveres, gastos, regalos para los niños y salidas a comer.

    Le tocaría dormir solita, cosa que le desagradaba, pero arrimaría el codo y se comportaría como una mujer adulta y madura por primera vez en su vida. Sería un desafío para los dos y debían salir airosos ante dicha prueba.

    Al divisar el hotel de la cienciología ambos se alegraron al deducir que habían llegado.

    Un señor estaba regando las cuatro plantas que había en la entrada. Le saludaron y se presentaron imaginando que debía ser el conserje; este, con cara de malas pulgas, bizco, con marcas de acné juvenil y voz cascada seguramente por el malvivir y el desagrado que le producía ese trabajo, apenas levantó la cabeza un segundo para seguir en sus quehaceres sin prestar la más mínima atención a esos desconocidos, que, por otro lado, podían haber sido unos delincuentes que llegaban a robar. Eso le importaba un rábano al poco agraciado señor y al deducirlo, la pareja se cercioró de lo expuestos y vulnerables que se hallaban en ese lugar.

    Agradecieron al Todopoderoso que el pequeño apartamento estuviera en silencio. Los estruendos del inframundo habían cesado y la luz del día llenaba de buena energía ese espacio que había sido insufrible hacía apenas unas horas. Ese sería el momento adecuado de tirarse en el lecho matrimonial y dejarse llevar por los sueños placenteros, acción que hicieron los dos a la vez sin ni tan siquiera acordarlo. Estaban exhaustos y el cuerpo les pedía un descanso.

    Con el pasar de las horas hicieron algún que otro amago de salir del amparo de ese cómodo colchón de látex entre esas sábanas de algodón puro que habían tenido el privilegio de desprecintar, pero la pesadez de unos extenuados párpados no les permitió que sus ojos despertaran.

    ***

    Corinna fue la primera en desperezarse. No porque la señorita tuviera un interés personal en abandonar ese cálido cobijo entrelazada en el cuerpo caliente de su amado. Lo hizo para atender una tímida llamada en la puerta. Con sigilo se levantó de la cama tratando de no molestar a Nicolás, el cual estaba inmerso en el séptimo cielo totalmente abducido por Morfeo y sus secuaces oníricos. Abrió la puerta y al otro lado de la misma se encontró con una señora muy desaliñada con el cabello corto de plateadas sienes, un vestido gris a jirones con agujeros por todos lados y con un problema grave de peso. Su vocecilla apenas era imperceptible.

    Rosaura, ese era el nombre de la intrusa vecina, la tomó del brazo y, sin demasiada delicadeza más bien todo lo contrario, la forzó a salir al rellano donde según ella le tenía que dar una información muy importante que necesitaba saber si quería seguir viviendo en ese edificio.

    La peculiar dama en cuestión, oriunda de la pampa argentina según le hizo saber a Corinna, le puso en antecedentes de que en ese piso en concreto se escuchaban animitas en las noches serenas de luna llena. En particular, el alma atormentada de una viejecilla, la señora Fountain, la cual había tenido una muerte atroz. La habían encontrado junto a un pañuelo precioso de seda verde y entonces...

    Corinna era bastante aprensiva en esos temas y lo último que le apetecía en ese día que estaba recién empezando era aguantar cuentos chinos de enfermas mentales razón por la cual invitó a la nueva conocida, con amabilidad para no herir su susceptibilidad, a que se fuera con sus historias para no dormir a otra parte y la dejara vivir en paz, no sin antes agradecerle de corazón y de forma reiterada esa valiosa información. Cualquier cosa ella estaba para lo que la española necesitase.

    Al entrar de nuevo en el nidito de amor, su amado Nicolás se había levantado y por el sonido que llegaba del cuarto de baño dedujo que estaba debajo de la ducha. Despejándose para salir a inspeccionar la oferta gastronómica. Sin pensarlo dos veces se quitó la ropa y rauda y veloz corrió al reencuentro de su media naranja olvidándose de la vieja loca argentina. Dispuesta y excitada para seducir a su fortachón marido.

    A la pareja le agradaba hacer el amor mientras el agua les marcaba el ritmo. No se cansaban de darse placer mutuamente hasta alcanzar el éxtasis en reiteradas ocasiones. En esos momentos de cambios y nuevas realidades el placer sexual les sirvió de gran ayuda para liberar tensiones. Desconectaron del mundo y se dejaron llevar por la calentura de sus carnes. Se convirtieron en animales sedientos de sexo. Se masturbaron mutuamente hasta alcanzar el primer orgasmo. El segundo llegó casi al momento cuando Nicolás la giró con un movimiento preciso y el falo prominente encontró la cueva trasera húmeda, temblorosa y ávida de darle la bienvenida.

    Ambos gritaron alto y fuerte al mismo tiempo dejando claro que estaban en la misma gloria bendita. Después de esa segunda llegada a las estrellas, la damisela caliente tomó la iniciativa. Paró el chorro de la ducha y tomando la mano de su pareja se lo llevó hacia la cama para cabalgar como la mejor de las amazonas. El galopar femenino fue incrementando el tempo hasta que la mujer potranca alcanzó el clímax contagiando con ello a su querido Nicolás y un te quiero al unísono apenas susurrado puso el punto final a esos placenteros momentos.

    No se dieron ni cuenta y volvieron a caer rendidos en la acogedora cama de los placeres. Al cabo de unas horas despertaron a causa de los fuertes sonidos estomacales de ambos. Las barrigas clamaban auxilio. Mientras Nicolás iba a la cocina para solucionar cuanto antes el problema de la hambruna, su única amante prendió la televisión de plasma de tamaño medio para asegurarse de su buen funcionamiento y a continuación buscar algún canal entretenido.

    El resto de la jornada la pasaron en casa, más felices que unas pascuas.

    Apalancados en el lecho conyugal se zamparon dos bocatas de queso y prosciutto cada uno y a la vez descorcharon una botella de cava. Todavía les quedaban otras dos… ¡Urgente reponer el elixir espumoso!

    Disfrutaron de las aventuras de Lucy, la señora Ricardo, una jovencita americana de enormes ojos azules muy entretenida. Esa loquilla pelirroja, junto a su marido Ricky, un director de orquesta cubano, les hizo desternillar de la risa con las extrañas peripecias que le sucedían a ella. El pobre marido siempre alucinaba con las triquiñuelas de su mujercita querida y tenía que sacarla del atolladero. No tenía otra opción. Era una pareja de lo más dispar. Ella no hablaba ni pizca de español y el músico chapurreaba el inglés de una manera bastante graciosa.

    Tuvieron suerte y encontraron un canal en el que solo programaban películas antiguas, de esas que les gustaban, sobre todo a la catalana salerosa. Entre bocado y sorbo de espumante vieron dos largometrajes en formato original. All about Eve, de la única e inigualable Bette Davis. La actriz preferida de Corinna interpretando a Margo Channing. Una pieza magistral a todos los niveles que trata de la ambición y la decadencia de dos actrices en el teatro, en Broadway. Los intérpretes son maravillosos, así como el guion y el director. Un film muy necesario para conocer un poquito la ingratitud del show business. La fama. La edad. La capacidad del ser humano de hacer cualquier cosa para conseguir un objetivo. Mentiras. Traiciones. Celos. Manipulación…

    De la segunda apenas se acordarían después de la osadía de meterse en el cuerpo la segunda botella de líquido sagrado, calificación muy particular de la señora de la casa. Entre risas, recuerdos y tambaleos al visitar el cuarto de baño, les sedujo coqueta la somnolencia y se dejaron mimar.

    ***

    Durmieron de un tirón hasta el día siguiente. Saltaron de la cama frescos como lechugas y, sin ningún percance que les hubiera cortado el buen sueño, amanecieron vigorosos, felices y con muchas ganas de disfrutar de su estancia en ese lugar en el que todavía quedaban olores y humedades en el aire del festín de la noche pasada.

    Al poner los pies en la calle y percibir el aroma dulzón de los jazmines, decidieron caminar en dirección a las montañas para ver más de cerca las letras de Hollywood, famosas en el mundo entero. Corinna, en otra época hubiera dado cualquier cosa por estar en ese emblemático lugar. Hacía tiempo que había decidido dejar de soñar con las musarañas y aferrarse a su realidad.

    Eso al menos les decía a quienes con insistencia le preguntaban acerca de sus aspiraciones artísticas. Tal vez la pobrecilla, al no haber tenido un buen padrino ni el golpe de suerte necesario que se precisaba para llegar a lo alto del estrellato, hacía ver que había desistido. Se convencía a sí misma de que ya no estaba interesada en esos menesteres. Según ella ya no tenía edad para seguir soñando en esa llamada de Steven Spielberg o de Pedro Almodóvar. Se había conformado en ser una persona anónima. Una mujer con una vida normal y corriente sin más expectativas que disfrutar al lado de su gigantón querido.

    Si tenía necesidad de trabajar prefería algo lo más alejado posible de ese mundo de ególatras ambiciosos, envidias, soledades no buscadas y malos tratos.

    La primera parada fue en un pequeño café antes de empezar la caminata por la montaña. El dueño del local, Joaquín, resultó ser español de la provincia de Málaga. Llevaba veinte años regentando ese negocio y no tenía intención alguna de regresar al Viejo Continente. Había emigrado para estar con su gran amor, un productor muy exitoso el cual había fallecido hacía ya dos años.

    «El maldito cáncer me lo arrebató en apenas dos meses».

    Los tres españoles se cayeron bastante bien. La patria en realidad en la lejanía mostraba sus raíces con orgullo.

    Jaco, nombre con el que era conocido el cafetinero, tenía una clientela muy fiel y bien posicionada en el negocio de las películas. Les informó de que era muy largo el trayecto para llegar a las letras si querían ir a patita.

    Les aconsejaba tomar el coche y pararse en el parque de los perros en donde si a uno le gustaban esos animales lo pasaba en grande viendo como jugaban los canes de la gente de élite del show business. Con suerte podrían encontrarse a algún personaje famoso disfrutando como un niño, de incógnito y sin que nadie le tratase como un ser especial. Esas personas mundialmente conocidas, después de haber luchado tantísimo para llegar al

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1