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Asesinatos y Misterios Inesperados en los Pirineos
Asesinatos y Misterios Inesperados en los Pirineos
Asesinatos y Misterios Inesperados en los Pirineos
Libro electrónico200 páginas2 horas

Asesinatos y Misterios Inesperados en los Pirineos

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Tenemos a una policía novata
Agregamos un toque de intriga a una misteriosa muerte
Y un sinfín de prejuicios y sospechas
Lo ubicamos todo en un pequeño centro turístico francés
Lo combinamos bien
Aumentamos la presión
Y lo preparamos lentamente hasta que esté completamente listo


La repentina y misteriosa muerte de un inglés odiado cambiará la vida de una pequeña ciudad francesa para siempre.


Danielle, la única policía en esta pequeña ciudad pirenaica, se siente menospreciada y pasa desapercibida. Habiendo sido ignorada por su ascenso por sus compañeros que trabajan en la región, ella siente que su vida no va a ninguna parte.


Todo esto está a punto de cambiar, ya que el asesinato inesperado pone a la ciudad en un gran lío.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 jul 2022
Asesinatos y Misterios Inesperados en los Pirineos

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    Asesinatos y Misterios Inesperados en los Pirineos - Elly Grant

    UNO

    Su muerte se produjo rápida y prácticamente de forma silenciosa. Sólo tardó unos segundos en tambalearse y arañar en el aire, por así decirlo, antes de que se produjera el inevitable golpe cuando él cayó al suelo. Aterrizó en el espacio frente a la ventana del dormitorio del apartamento del sótano. Como nadie estaba en casa en ese momento y como el piso estaba realmente por debajo del nivel del suelo, él podría haber pasado desapercibido, sino fuera por el insistente, huesudo y viejo poodle, que ladraba mucho, que le pertenecía a la Señora (Madame) Laurent, quien igualmente era vieja y huesuda, por cierto.

    De hecho, todo en la ciudad continuaba con normalidad por unos instantes. Los maridos, que habían sido enviados a recoger los panes baguettes para el desayuno, se habían detenido, como de costumbre, en el bar para disfrutar de una copa habitual de anís típico del lugar y charlar con el dueño y otros clientes. Las mujeres se reunieron en la pequeña plaza al lado del río, donde funcionaba el mercado diario de productos, para regatear frutas, verduras y miel antes de pasar la fila de la carnicería para elegir la carne para sus cenas.

    Sí, ese día comenzó como cualquier otro. Era una mañana fría y fresca de febrero, y el cielo era de un azul brillante y claro como lo había sido cada mañana desde el comienzo del año. El cóctel amarillento, Mimosa, brillaba radiantemente bajo el sol de la mañana del verde oscuro de los Pirineos.

    Poco a poco, la noticia se filtró en la carnicería y en la fila de las mujeres que esperaban que el primer cordero primaveral de la temporada siguiera su camino en el mostrador del carnicero, y todos querían una parte de eso. La conversación cambió de tema a: si es que la señora Portes cultivó efectivamente las coles de Bruselas y después las vendió en su puesto. O si simplemente las compró en el supermercado en Perpiñán y luego las revendió a un precio más alto, suponiendo si habría o no suficiente cordero para que alcance para todos. Un eminente pánico se apoderó de la fila de mujeres, de solo pensar que allí no habría suficiente ya que ninguna de ellas quería decepcionar a su familia. Eso sería inaceptable en este pequeño centro turístico pirenaico, como en esta pequeña ciudad, como muchos otros en la zona, el lugar de una mujer como ama de casa y madre era apreciado y respetado. Aunque muchas tenían trabajos fuera del hogar, su responsabilidad con su familia era primordial.

    Sí, todas siguieron su rutina habitual hasta que la sirena sonó, dos veces. La sirena era una reliquia de la guerra que nunca había sido dada de baja aunque la guerra hubiera terminado hace más de medio siglo. Se mantenía como un medio para llamar a los bomberos, que no eran sólo los bomberos locales, sino también los paramédicos. Se utilizaba un toque de la sirena cuando había un pequeño accidente de tráfico o si alguien se enfermaba en la ciudad pero con dos toques era para avisar sobre algo extremadamente grave.

    La última vez que hubo dos toques fue cuando Jean-Claude, una persona muy ebria, disparó accidentalmente contra el señor Reynard cuando lo confundieron con un jabalí. Afortunadamente, el señor Reynard se recuperó, pero aún le quedaba un pedazo de bala en la cabeza que le hacía entrecerrar los ojos cuando estaba cansado. Esto sirvió como un aviso a Jean-Claude de lo que él había hecho mientras que él tenía que ver al señor Reynard todos los días en el jardín de los cerezos donde ambos trabajaban.

    Al oír dos toques de la sirena, todos se detuvieron en el acto y todo pareció haberse detenido. Un silencio cayó sobre la ciudad mientras la gente se esforzaba por escuchar los estridentes sonidos de los vehículos de emergencia que se aproximaban. Algunos estiraron sus cuellos hacia el cielo con la esperanza de ver llegar el helicóptero de la policía de Perpiñán y, mientras todos estaban sorprendidos de que algo grave había ocurrido, también estaban emocionados por la perspectiva de las emocionantes noticias de última hora. Poco a poco, el parloteo se reanudó. Se olvidaron de las compras y el mercado fue abandonado también. La carnicería fue dejada sin vigilancia mientras que su dueño siguió a la multitud de mujeres que se abrían paso hacia la calle principal. En el bar, todos se tragaban apresuradamente los vasos de anís en vez de tomarse un sorbo mientras corrían para ver qué había pasado.

    Además de los policías y los bomberos, un grupo grande y bastante confuso de espectadores llegó al exterior de un edificio de apartamentos que era propiedad de una pareja inglesa llamada los Carter. Llegaron a pie y en bicicleta. Trajeron parientes ancianos, niños de preescolar, cochecitos de niño y las compras. Algunos incluso trajeron a sus perros. Todos echaban un vistazo, miraban fijamente y charlaban entre sí. Era como una fiesta sin los globos o serpentinas.

    Hubo un ruido junto con una excitación nerviosa cuando la policía de la ciudad vecina más grande comenzó a acordonar la zona con cinta cerca del edificio de apartamentos. Se le informó claramente al señor Brune, que contuviera a su perro, ya que seguía corriendo hasta donde se encontraba el cadáver y contaminaba la zona en más de una forma.

    Una mujer delgada que llevaba un vestido de lino arrugado estaba sentada en una silla en el jardín pavimentado del edificio de apartamentos, justo dentro del cordón policial. Sus codos descansaban sobre sus rodillas y ella sostenía su cabeza en sus manos. Su cabello lacio y castaño le colgaba de su rostro. De vez en cuando ella levantaba el mentón, abría los ojos y abría la boca para respirar como si estuviera en peligro de asfixiarse. Todo su cuerpo temblaba. La señora Carter, Belinda, no se había desmayado, pero estaba cerca de hacerlo. Tenía su piel sudorosa y con una palidez gris. Sus ojos amenazaban en cualquier momento retroceder y girar en sus órbitas y borrar el horror de lo que acababa de presenciar.

    Ella estaba siendo sostenida por su marido, David, quien estaba claramente sorprendido. Su altura se hundía como si sus delgadas piernas ya no pudieran sostener su peso y él seguía sacando las lágrimas de su rostro con la parte de atrás de sus manos. Se veía aturdido y, de vez en cuando, se cubría la boca con la mano como si tratara de controlar sus emociones, pero estaba completamente agobiado por eso.

    El ruido de la multitud se hizo más fuerte y más exaltado y abundaron palabras como accidente, suicidio e incluso asesinato. Claudette, la dueña del bar que estaba al otro lado de la calle del incidente, entregó la silla en la que Belinda estaba sentada ahora. Ella se dio cuenta de que estaba en una posición muy privilegiada, estando dentro del cordón policial, así que Claudette se quedó cerca de la silla y de Belinda. Ella dio una palmadita a la parte de atrás de la mano de Belinda sin prestar atención, mientras trataba de oír los sabrosos datos de la conversación para transmitirles a su extasiada audiencia. El día se estaba convirtiendo en un circo y todos querían ser parte del espectáculo.

    Finalmente, llegó un equipo de especialistas. Había detectives, oficiales uniformados, secretarios, personas que se ocuparon del reporte forense e incluso de un adiestrador de perros. La pequeña oficina de policía no era lo suficientemente grande para tenerlos a todos ahí, así que ellos tomaron un salón en la Mairie, que es nuestro ayuntamiento.

    Les tomó tres días a los detectives tomar declaraciones y hablar con las personas que estaban presente en el edificio cuando el hombre, llamado Steven Gold, se cayó del mismo. Tres días comiendo en los restaurantes locales y bebiendo en los bares para el deleite de los propietarios. Supuse que estas pocas personas privilegiadas tenían cuentas de gastos, una facilidad que la policía local no disfrutaba. Asumí que mis impuestos duramente ganados, pagaron por estas cuentas pero ningunos de mis supuestos compañeros me pidió que me uniera a ellos.

    Ellos estaban siendo acosados constantemente por miembros de la población e interrogados para que les brinden información. De hecho, todos en la ciudad querían ser sus amigos y ser parte de un secreto que podían transmitir a otra persona. Había una ola de excitación sobre el lugar que yo no había experimentado durante mucho tiempo. La gente que no había asistido a la iglesia durante años de repente quería hablar con el sacerdote. El médico que se había ocupado del cadáver tenía la agenda completa. Y todo el mundo quería invitarme un trago para así poder hacerme preguntas. Pensé que nunca acabaría. Pero así pasó. Tan pronto como había comenzado, todo el mundo empacó sus cosas, y luego se fueron.

    DOS

    Te debes estar preguntando quien te está contando esto. ¿Dónde están mis modales? Permíteme presentarme. Mi nombre es Danielle y soy una policía, o flic (poli) como me llaman aquí en Francia. Espero que me tengas paciencia pues el inglés no es mi primera lengua.

    Estoy asistiendo al funeral de Steven Gold, el desafortunado hombre que cayó del edificio de apartamentos propiedad de los Carters. Él era un empresario local, y antes de que se instalara aquí en Francia, se rumoreaba que él había sido excluido del buffet de abogados en Inglaterra. La mayoría de los habitantes de la ciudad están aquí porque todos son curiosos. No tenemos incidentes como éste que ocurren muy a menudo, o de hecho nunca antes, por lo que ha causado mucho entusiasmo y especulación. La reunión se puede dividir en un puñado de personas a las que les gustaba o les caía bien el hombre, a quienes no les gustaba o incluso lo odiaban, más bien de ellos, de hecho habían demasiados para contarlos, y por supuesto al habitual grupo de personas religiosas o solitarias que asisten a todos los funerales.

    En realidad, la mayoría de las personas que asisten, no les caía tan bien el hombre que están siendo vigiladas con sus conversaciones, por miedo a que alguien piense que su negatividad o malos sentimientos hacia él pueden de alguna manera haber contribuido a su muerte.

    Yo fui la primera persona en el lugar de los hechos de ese día, ya que estaba a punto de multar a un auto que estaba estacionado ilegalmente y además estaba bloqueando una entrada fuera del edificio de apartamentos de los Carter. Las personas siempre se molestan cuando reciben una multa de estacionamiento. Argumentan que sólo se fueron por un minuto o dos o que su negocio era tan urgente que la ley no debiera concentrarse en ellos. Siempre son irrazonables y por lo general me echan la culpa personalmente por sus errores.

    Ese día, en un primer momento, estaba más sorprendida que impactada cuando lo vi allí acostado. Él estaba en una posición fetal casi perfecta y cabía exactamente en el pequeño espacio fuera del sótano, en la ventana del dormitorio. Su cabeza descansaba sobre una maceta y él se veía cómodo. Si no fuera por la sangre, uno habría asumido que simplemente él se había acostado cuando estaba ebrio y se había quedado dormido.

    Tuve que llamar a la señora Laurent y pedirle que se apartara un poco y no se acercara más mientras se movía hacia adelante para ver qué había sucedido. Su perro ladrando me estaba poniendo nerviosa y yo ya tenía suficiente para lidiar con ella sin ponerse histérica o darle un ataque al corazón. Con un cadáver era suficiente.

    Con un movimiento lento y con mis manos temblorosas, pasé por el ritual de revisar el pulso, teniendo cuidado de no tocar nada excepto su muñeca. Habría sentido su cuello donde el pulso es más fácil de detectar, pero no quería tener su sangre en mis manos. Mi corazón latía y mis dedos sudaban tanto que no podía sentir nada, pero no importaba, sabía que él estaba muerto. Habría sido obvio para cualquiera.

    Su cabeza estaba partida casi en dos y había un lago de sangre rápidamente congelándose debajo de él. Yo estaba dejándome llevar simplemente por la rutina como había sido entrenada para ejecutarlos. Sabía que debía escribir un informe y, siendo una policía que se ocupaba principalmente de delitos de tráfico o de personas ebrias ocasionales, y de ser la única oficial que estaba en la ciudad, no sabía qué más hacer ya que yo tenía poca experiencia con la muerte. Esperaba y rezaba que alguien con más autoridad llegase pronto mientras una multitud se reunía y tenía miedo de perder el control de la situación.

    TRES

    El funeral es relativamente corto y se lleva a cabo tanto en francés como en inglés para el beneficio de la familia de Steven y sus amistades de Inglaterra. Él se había casado hace poco por segunda vez y, de hecho, parte de los feligreses había asistido a su boda en esta misma iglesia pequeña sólo hace ocho meses.

    Existen muchas especulaciones incómodas sobre si su viuda húngara lo extrañará menos de lo que uno podría haber esperado que lo hiciera porque ahora tiene su considerable fortuna para mantener su compañía y ella ya no necesitaría de su permiso para gastarla. En esta pequeña ciudad, a la gente le gusta chismear y sus palabras rara vez son amables. Muchas personas piensan que el joven húngaro que está al lado de la viuda no es efectivamente su primo, sino en realidad su amante.

    Como es la costumbre, la reunión se ha trasladado ahora al ayuntamiento donde se colocaron la comida y el vino para los dolientes. Unos pocos están de luto, pero todos comparten la comida y el vino. Mientras miro a mi alrededor, veo que entre la multitud se encuentran todas las personas que estuvieron presentes en el edificio de apartamentos cuando Steven se encontró con su inoportuna muerte. Todos ellos son extranjeros, más un francés que se encontraba entre ellos. Están los Carters, por supuesto, Belinda y David, y al lado de ellos están sus inquilinos Kurt y Rosa. Cerca de la puerta está Byron, que era un socio de negocios del difunto. Él está acompañado por su yerno Mark y sólo al entrar en el vestíbulo se encuentra una pareja inglesa que he visto una o dos veces en la ciudad pero a quien todavía no me he presentado oficialmente.

    No me considero racista, pero no me sorprende que el edificio de apartamentos pertenezca y sea frecuentado por extranjeros. Cuando los Carters compraron por primera vez el edificio, no realizaron ninguna reparación porque eran despectivos con sus inquilinos y ellos pensaron que los estándares de mala calidad eran lo suficientemente buenos para ellos. Ahora que el edificio requiere que se realicen los trabajos esenciales, no tienen el dinero para pagarlo.

    Muchos de sus inquilinos son vagos maginados que dicen ser músicos, artistas o actores. Vienen aquí esperando

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