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Año 2112, ¿La utopía?
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Año 2112, ¿La utopía?
Libro electrónico156 páginas3 horas

Año 2112, ¿La utopía?

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La humanidad había llegado a un punto verdaderamente estable, donde las guerras habían pasado a la historia. Por primera vez, desde que el hombre camina sobre la Tierra, todos sus miembros estaban adecuadamente alimentados. Para llegar a tan ansiado punto de estabilidad humana, hubo que pasar muchos años de penalidades y enterrar muchos muertos. La especie humana que, desde hacía miles de años era la dominante de la Tierra, al fin y después de sangrantes rebatos, había comprendido que o vivían todos en un nivel de satisfacción similar, o desaparecerían de la faz de la Tierra, como en su día ocurrió con los dinosaurios.
Llegar a ese estado de bienestar social no había sido nada fácil, las capas dominantes se habían opuesto con todas sus fuerzas a ceder parte de sus privilegios, y eso produjo una de las más devastadoras guerras conocidas. En ella perdieron la vida millones de seres humanos, mermando la población del planeta en algo más del veinticinco por ciento. De tener algo más de 10.500 millones de habitantes en el año 2080, no llegar ni a los 8.000 en el 2112.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 oct 2014
ISBN9781310813573
Año 2112, ¿La utopía?
Autor

Guillermo Jiménez Pavón

Guillermo Jiménez PavónNací en un pueblecito de Córdoba, llamado Fuente Carretero, y en la actualidad resido en Granollers Barcelona.Soy un andaluz, que en el 1971 emigró junto con toda su familia a Barcelona. Soy el cuarto de nueve hermanos (cuatro chicas y cinco chicos).Siempre me había gustado escribir, pero por un motivo u otro, no lo había podido hacer, hasta hace siete años. Había tenido que trabajar muchas horas cuando estaba soltero, para ayudar en casa. Luego cuando me casé, tampoco disponía de mucho tiempo, por que tenía que sacar a mis hijas adelante, por lo tanto no podía.Trabajo en una empresa de logística, desde hace treinta años.Me gusta todo el deporte en general y el fútbol en particular.Escribo (como aficionado) de todo, poesías, cuentos y novelas.Me gusta leer diarios, para estar informado de cómo va este sufrido mundo. También cuando puedo leo algún libro. El último que he leído ha sido Ángeles y demonios.El libro que más me ha impresionado, ha sido el quijote. Creo que su expresión narrativa, aún no ha sido superada por nadie.

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    Año 2112, ¿La utopía? - Guillermo Jiménez Pavón

    Año 2112, ¿La utopía?

    Guillermo Jiménez Pavón

    Introducción.

    La humanidad había llegado a un punto verdaderamente estable, donde las guerras habían pasado a la historia. Por primera vez, desde que el hombre camina sobre la Tierra, todos sus miembros estaban adecuadamente alimentados. Para llegar a tan ansiado punto de estabilidad humana, hubo que pasar muchos años de penalidades y enterrar muchos muertos. La especie humana que, desde hacía miles de años era la dominante de la Tierra, al fin y después de sangrantes rebatos, había comprendido que o vivían todos en un nivel de satisfacción similar, o desaparecerían de la faz de la Tierra, como en su día ocurrió con los dinosaurios.

    Llegar a ese estado de bienestar social no había sido nada fácil, las capas dominantes se habían opuesto con todas sus fuerzas a ceder parte de sus privilegios, y eso produjo una de las más devastadoras guerras conocidas. En ella perdieron la vida millones de seres humanos, mermando la población del planeta en algo más del veinticinco por ciento. De tener algo más de 10.500 millones de habitantes en el año 2080, no llegar ni a los 8.000 en el 2112.

    Treinta años antes.

    — ¡Tiene que estar por aquí! Así que mirad bien por todos los rincones, que hay que encontrarlos como sea –les decía con voz seca, el Jefe del comando a sus hombres.

    Con armamento de última generación en las manos, varios militares rastreaban por dentro de una de las viejas centrales nucleares, aún en pie, pero sin funcionar. Años atrás, había sido una de las últimas centrales nucleares en desmantelar y, aunque había pasado mucho tiempo de eso, se mantenía el edificio intacto. En su día los técnicos habían aconsejado sacar todo el uranio de los reactores, pero no demolerla, por posibles restos radiactivos ocultos. Pensaron que lo mejor y más seguro para el entorno de la central nuclear, era dejar el edificio intacto y aplicarle una cuarentena de cincuenta años de seguridad, antes de demolerla.

    El aumento de los habitantes de la Tierra y la extrema pobreza a que había llegado una parte importante de la población, fueron el detonante del conflicto armado, en el que se encontraba inmenso el planeta. La pérdida de influencia (tanto económica como militar) de los Estados Unidos de América, hizo que China cogiera el testigo para liderar el mundo económica y militarmente, rezagando a los americanos a un tercer puesto. Europa, en cambio, se había consolidado como la segunda potencia mundial, gracias a que Rusia había entrado en la Unión Europea; además, Rusia y Alemania eran los motores de la Gran Europa, como se hacía llamar, desde que se consolidó política y económicamente, como los Estados Unidos Europeos.

    Llevaba varias décadas con un Parlamento Europeo ya consolidado y con pleno poder, donde cada cinco años se elegía el Presidente de la Gran Europa, o Estados Unidos Europeos.

    La unión de todos los países de la zona había sido el causante de unos años de feliz estabilidad europea. Pero la creciente desigualdad económica de sus habitantes fue creando grupos disidentes, cada vez con más peso, dentro de los Estados Unidos de la Gran Europa.

    El abuso de las grandes fortunas y el empobrecimiento cada vez más agudo de sus habitantes, hizo que la población mundial más desfavorecida, se rebelara contra ellas y con los que las protegían.

    Capítulo 1.- La liberación de Izan.

    Los soldados, con un despiadado Capitán al mando, buscaban a Izan Serrano, que se había escapado de una cárcel de máxima seguridad del Estado Español. Se trataba de un gran experto en informática, de veintidós años de edad, con el pelo rubio y de uno noventa de alzada. Había sido encarcelado, por pertenecer a un grupo disidente que luchaba contra el poder establecido.

    — Se están acercando mucho –dijo Izan, que junto a Lea, permanecía escondido encima de un enorme depósito metálico. Lea (que pertenecía a la clase adinerada de la ciudad) estaba enamorada de Izan y, sin que su padre supiera nada, le había ayudado a escapar de la cárcel.

    Para no ser detectados por armas de calor muy sofisticadas que poseían los soldados, se habían refregado por todo el cuerpo un líquido especial. Los soldados se iban acercando peligrosamente al depósito y varios de ellos se encaminaron hacia una escalera metálica para subir.

    Con las armas colgadas a las espaldas, varios soldados comenzaron la escalada. Cuando estaban a medio camino, sonaron unos disparos, seguidos de voces dirigidas a ellos. Entre las que se encontraba la de su Capitán, que les decía que bajaran, que ya los habían localizado. Los soldados que iban subiendo, bajaron lo más rápido que pudieron la escalera y se juntaron con sus compañeros, que se protegían de disparos.

    El Capitán Morata (que era como se llamaba el oficial que estaba al mando), aparte de tener un lado de la cara desfigurado, tenía un parche negro en el ojo izquierdo. Años atrás, lo había perdido a consecuencia de una explosión recibida en la cara. El uniforme que llevaba era plateado e igual que el de los soldados que le acompañaban. Sólo se diferenciaban por unas líneas amarillas que llevaban sobre los hombros, en forma de galones. También llevaban un casco parecido al de los motoristas, a juego con el uniforme.

    El Capitán Morata intentaba sorprender a los que les disparaban y, para conseguirlo, quería rodearlos. Se había llevado a varios soldados para hacerlo y, con mucha profesionalidad y cautela, se iban acercando peligrosamente a su objetivo.

    Desde lo alto del depósito, Izan (que estaba viendo el peligro que sus compañeros estaban corriendo) decidió actuar, derribando de un disparo a un soldado. Eso fue suficiente para alertar a los compañeros del peligro eminente en el que se encontraban, y dirigieron sus disparos hacia aquella zona un tanto desprotegida.

    El Capitán Morata, viendo que ya no podría utilizar el factor sorpresa, retrocedió junto con los soldados que se había llevado, hasta donde estaba el grueso de militares combatiendo.

    — No sé desde dónde habrán disparado, pero han alertado al grupo y ahora será mucho más difícil acabar con ellos –decía el Capitán Morata.

    Izan y Lea se habían bajado del depósito y, con toda la precaución del mundo, llegaron hasta la zona de combate, para reunirse con sus compañeros.

    — ¡Hola, Germán!

    — ¡Hola, Izan!

    — Hay que marcharse urgentemente de aquí, son demasiados para combatirlos. Prepara un par de bombas de humo, Germán, que se las tiraremos. Espero que con ellas, obtengamos el suficiente tiempo para macharnos.

    Las bombas fueron lanzadas simultáneamente, produciendo una fuerte cortina de humo, perfecta para abandonar la zona tan crítica en la que se encontraban, y sin sufrir baja alguna.

    Cuando la cortina de humo se fue disipando y la visibilidad en el entorno aclarando, Izan y su gente ya habían puesto de por medio una considerable distancia. Cosa que enfadó bastante al capitán Morata, porque quien se alejaba de allí era un preso de su cárcel. Izan se había escapado de la prisión que él custodiaba, y sabía perfectamente que tendría serios problemas con sus superiores, si no lo apresaba. Era un penal de máxima seguridad que, además de tener el material humano que le hacía falta, estaba dotado con todos los adelantos técnicos conocidos. Y el tener que dar explicaciones sobre la fuga de una cárcel tan moderna, lo ponía de muy mal humor. Además, rectificar en algo que él siempre había dicho con tanto orgullo (sobre que tenía la mejor dotación humana del mundo), le cabreaba aún más.

    El Capitán Morata dio una orden a sus subordinados y, rápidamente, una decena de silenciosos vehículos acorazados, se pusieron en movimiento.

    — ¡Ya los tenemos! –Exclamó un soldado, que los veía por la pantalla de un radar—. Creo que son seis.

    — Debemos llevar escondido un transmisor en alguna parte –decía Izan—. Debe ser en el vehículo ¿Vosotros estaréis limpios?

    — Creo que sí, señor.

    — Si estáis limpios como pensáis, entonces el artefacto estará en el coche.

    — Yo también pienso que está en el vehículo –dijo Germán.

    — Si es así, debemos desprendernos rápidamente de él; porque aunque este vehículo es más rápido que los que nos persiguen, con el localizador tan potente que tienen, estamos en sus manos. Acércate a ese puente, que lo tiraremos al río y nos iremos a pie a través de esas montañas.

    — Sólo me interesa Izan ¿Puedes averiguar si es uno de ellos?

    — No, señor, y aunque lo estoy intentando con todos los medios que dispongo, sólo veo que son seis; pero nada más. ¡Señor, señor, estoy perdiendo contacto con ellos!

    — Han debido encontrar el emisor y por eso estamos perdiendo el contacto... Seguramente haya sido el informático el que lo ha encontrado –decía el Capitán Morata—. Ese tipo es muy astuto y también muy peligroso.

    — La señal se está perdiendo, señor, apenas se ve en la pantalla.

    — Ha debido tirar el emisor al río, por eso llega tan débil.

    Los seis componentes del grupo, con Izan a la cabeza, se introdujeron por las pendientes y heladas montañas. Sabían que el Capitán Morata no se daría por vencido y, aunque iban bastante rápidos, para la dificultad que mostraba el terreno, lo hacían con mucha precaución para no ser sorprendidos por ellos.

    Los perseguidores no tardaron en llegar al lugar donde habían dejado el vehículo abandonado y, en cuestión de segundos, emprendieron la ansiada persecución. Las huellas que Izan y su grupo iban dejando en la nieve, le facilitó bastante el trabajo al Capitán Morata que, junto con sus hombres, subía la helada montaña.

    — Vienen muy cerca –le dijo Germán a Izan, desde lo alto de una roca, a la cual se había subido para ver por dónde venían los perseguidores—. ¡Tendremos que hacerles frente!

    — ¡Sí! pero lo haremos más arriba, Germán, tras esos salientes que tenemos ahí delante –dijo Izan, sin dejar de andar—. Desde allí tendremos más posibilidades de detenerlos.

    El helado viento, que en la parte baja de la montaña apenas se notaba, se iba haciendo cada vez más insoportable. Y eso le estaba empezando a preocupar bastante a Izan, al no llevar la ropa adecuada, para soportar las bajas temperaturas que hacía por aquellas latitudes.

    — Con este frío que hace, no podremos subir más allá de ese saliente. ¡Pensaba que no haría tanto frío por aquí arriba! –exclamó Germán.

    Con mucho frío en sus cuerpos y, ya en el saliente de la montaña, los seis compañeros se prepararon para luchar contra sus perseguidores.

    — Desde este sitio se domina visualmente toda la ladera – le decía Izan a Lea, que estaba junto a él.

    A unos doscientos metros ladera abajo, comenzaron a verse los primeros soldados, que subían camuflándose entre las rocas. El impacto que estaba recibiendo la montaña, con el avance de aquellos hombres, hizo que ésta temblara. Y antes que pudieran hablar las armas, habló duramente la naturaleza. La frágil nieve, que adornaba con su blancura la montaña, se fue despertando lentamente de su letargo, provocando una enorme avalancha. Que aunque empezó lentamente su caminar, fue aligerando rápidamente el paso, sorprendiendo completamente a los perseguidores y enterrando en la fría nieve a una cantidad considerable de ellos.

    Desde el sitio tan privilegiado que habían cogido Izan y los suyos, pudieron ver con sus propios ojos, como la nieve sepultaba a la mayoría de los soldados. Morata había conseguido salvarse; se había resguardado detrás de una enorme piedra y, aunque le había llegado la nieve hasta la cintura, lo

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