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Los Hombres Sin Sombra
Los Hombres Sin Sombra
Los Hombres Sin Sombra
Libro electrónico488 páginas6 horas

Los Hombres Sin Sombra

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LOS HOMBRES SIN SOMBRA, escalofriante novela de ciencia ficcin, primera de una triloga, narra la lucha de un grupo de terrcolas al mando del Investigador Universal Atnier Romn, contra poderosos seres protoplasmticos procedentes del mundo murtico, que son capaces de mimetizarse tomando la apariencia lo mismo de personas, animales o cosas, con lo que logran disimular su presencia para sorprender a sus enemigos y que han puesto en marcha un macabro plan de dominacin, consistente en secuestrar a los principales dirigentes planetarios y sustituirlos por murticos mimetizados. Los invasores, por su calidad de criaturas traslcidas, permiten pasar cierto nivel de luz a travs de sus cuerpos, por lo que no producen sombras tan ntidas como las de los seres humanos, es decir, son hombres sin sombra.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento27 feb 2014
ISBN9781463376741
Los Hombres Sin Sombra
Autor

Augusto Beranio

Augusto Beranio, cubano de nacimiento y ciudadano americano, es el autor de este libro dedicado a todos los que aman, han amado ya alguna vez o simplemente andan por la vida en la búsqueda del amor. Su nombre legal es Augusto Beranio Rodríguez Díaz. Además de poeta, es periodista, escritor de novelas para la televisión y la radio, actor, declamador, director de programas radiales y locutor. Trabajó durante muchos años en Cuba para los principales medios de comunicación, tales como: el Canal 6 de la TV, Radio Progreso, CMHW, periódico “Vanguardia” y las empresas artísticas “CNCA” y “Adolfo Guzmán”. Fue director de programas tales como “Alegrías de sobremesa” “Estudio 4”, “Novela de las 2” y otros. Es poseedor del récord de tele-audiencia en Cuba con su novela de aventuras para la televisión “El Jaguar”. Es el autor de novelas tan populares en Cuba, como “La hija de la tormenta”, “Frente a frente”, “Cuando sale la lechuza”, etc. Augusto Beranio radica en los Estados Unidos desde 1998 y vive con su familia en Orlando, en la Florida Central.

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    Los Hombres Sin Sombra - Augusto Beranio

    LOS HOMBRES

    SIN SOMBRA

    Augusto Beranio

    Copyright © 2014 por Augusto Beranio.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.

    Fecha de revisión: 12/02/2014

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    524171

    ÍNDICE

    SOBRE EL AUTOR

    AGRADECIMIENTOS

    CAPITULO I (LA MISION)

    CAPITULO II EL ENCUENTRO

    CAPITULO III EL UNIVERSO MURA

    CAPITULO IV EL GRAN RAT

    CAPITULO V (LA FUGA)

    CAPITULO VI (EL VENERABLE MIL)

    CAPITULO VII EL CERCO

    CAPITULO VIII (EL REGRESO)

    CAPITULO IX (LA CACERIA)

    CAPITULO X (LA SOLUCION)

    CAPITULO XI CONTRAOFENSIVA

    CAPITULO XII EL RETO

    SOBRE EL AUTOR

    Augusto Beranio nació en Cienfuegos, Cuba.

    Es ciudadano norteamericano y radica en Orlando, Florida, Estados Unidos, país donde vive desde 1998. Su nombre completo es Augusto Beranio Rodríguez Díaz. Estudió Licenciatura en Letras en la Universidad Central de la provincia de Villaclara. Es además periodista, actor, declamador, escritor de novelas para la televisión y la radio, locutor, y poeta. Tiene publicado Metamorfosis del amor, un libro de poemas sobre los cambios que experimenta todo sentimiento amoroso. Escribió el guión original de la película Visa para un sueño, próxima a filmarse. Es exvicepresidente de la Asociación Internacional de Escritores y Poetas Hispanos. En Cuba trabajó como escritor, actor y director en las principales emisoras de televisón y la radio en Ciudad Habana y Santa Clara.

    Los hombres sin sombra, es una sobrecogedora novela de ciencia ficción, (primera de una trilogía), que narra las aventuras del Investigador Espacial Atnier Román y un grupo de colaboradores, en planetas desconocidos, y su enfrentamiento a seres con poderes extraordinarios, muy superiores en inteligencia y fuerza a los terrícolas, quienes han invadido al Universo Galáctico y comienzan a desarrollar un plan tenebroso y aparentemente imposible de contrarrestar, para dominarlo.

    AGRADECIMIENTOS

    En primer lugar a la Dra. Martha Lima por su generoso y desinteresado apoyo a la publicación de este libro. A mi hijo mayor, Augusto V. Rodríguez, por el denuedo desplegado en la realización de este proyecto. A mi yerno Jair, mi punto de apoyo para andar por las, para mi, intrincadas sendas de la computadora, en lo que ayudan también mis hijos Arassai y Atnier. Para mis otros hijos: Nizet, Geissa, Deyanira, Alioshka y Jorge Luis, quienes, junto a mi esposa Xiomy, también me han brindado siempre el aliento necesario para continuar escribiendo. Para mis amigos y fanáticos que cada día me brindan sus comentarios favorables en Facebook o en las diferentes sedes de Los cuatro gatos, así como en las distintas veladas poéticas. Para mis compañeros de la AIPEH y para todos mis seguidores en general y el resto de mi familia por creer en mí y brindarme su irrestricto apoyo.

    Palacio del Primer Ministro terrícola.

    Año 6612.

    Los guardias del palacio del Primer Ministro terrícola, al mando del capitán Scott, avanzan lentamente, tramo a tramo, armas en mano, ojeándolo todo. Se ven tensos… nerviosos… Las palabras del recién nombrado jefe de la guardia los ha llenado de una extraña desazón. ¡El enemigo al que se enfrentan son peligrosísimos seres extra galácticos con un extraordinario poder mimético! ¡Entraron convertidos en gigantescos perros perseanos!… pero ahora pudieran ser cualquier cosa… ¿Será verdad todo esto? ¿Será posible que haya seres capaces de transformarse en una persona, un animal o un objeto, así, a voluntad, y de un momento para otro?… Caminan por un pasillo estrecho, de piso alfombrado… Junto a la pared de la izquierda, hay una hilera de jarrones, estatuas y armaduras antiguas que adornan esta ala del palacio. Los militares son en total cuatro y avanzan separados, dos pegados a una pared, dos a la otra… El capitán Scott, que va por la izquierda seguido por uno de los guardias, se detiene perplejo ante dos estatuas gemelas. Mira a una y a otra indeciso. Tiene una idea vaga de que allí siempre ha habido una sola. Pero ahora hay dos, idénticas y ambas sostienen en alto una enorme espada. El oficial extiende lentamente el brazo izquierdo para tocar la más cercana, pero en ese instante, el brazo armado de la estatua desciende raudo. Un escalofriante alarido de terror rebota en las paredes del pasillo y se corta de pronto cuando la espada entra con fuerza inaudita en el cráneo del oficial, rajándole la cabeza en dos, hasta el cuello. Los otros tres guardias giran sus armas hacia la estatua, pero dos enormes jarrones antiguos que habían dejado atrás, ya han cambiado de forma y ráfagas desintegradoras barren el pasillo. Al instante, de los tres guardias no queda ni rastro…

    CAPITULO I

    (LA MISION)

    CIENTO CUARENTA Y SIETE DIAS TERRICOLAS ANTES:

    El Investigador Universal Atnier Román se dirige en su pequeño auto espacial hacia la sede de la Subcomisión de Vigilancia y Patrullaje Galáctico por una de las invisibles carrileras destinadas a móviles particulares, a unos trescientos metros de altura. Con una sincronización perfecta los mandos automáticos funcionan y, en el momento y lugar indicado, la nave se detiene… Una atracción magnética la saca de ruta, haciéndola descender suavemente en el hangar situado en la azotea del edificio. Una vez posada la pequeña nave, Atnier abre la puerta corrediza y la abandona.

    —Estoy en hora.

    El joven investigador se dirige hacia la entrada del primer ascensor automático. Es un hombre de unos treinta y cinco años, de elevada estatura y cuerpo musculoso. Al detenerse ante la puerta ésta se abre y Atnier penetra en la cabina. Casi inmediatamente vuelve a abrirse la puerta y aparece un pasillo alfombrado por el que sólo da unos pasos. Un tramo de la pared frontal se descorre silenciosamente. Una franja del piso bajo sus pies se mueve, conduciéndolo a un salón en el que ya se encuentran cuatro personas…

    —Buenos días.

    La franja del piso se ha detenido. Los presentes se han puesto de pie al verlo entrar y le saludan a su vez. Detrás de un buró de acero cristalizado un hombre mayor, que parece presidir la reunión, le sonríe. Es el General de Sistema Donald Cummings, Supervisor General en la Tierra de la SPVG (Subcomisión de Patrullaje y Vigilancia Galáctica) Atnier se dirige hacia él sonriente extendiendo su mano

    —¿Cómo está usted, General?

    —Encantado de que nuevamente trabajemos juntos.

    El alto oficial le ha estrechado la mano con evidente afecto. Luego señala con un gesto a las personas que le acompañan, todos jóvenes, en cuyos rostros se refleja la profunda admiración que sienten por el famoso investigador.

    —Mire, éstos serán sus compañeros en esta misión. Acá es Nai Joy, Ingeniera Espacial, su segundo a bordo.

    —Mucho gusto

    —El gusto es mío, Comandante

    Nai es una joven trigueña, de rostro ovalado y ojos rasgados que evidencian su ascendencia asiática. Sin embargo, su curvilíneo cuerpo, hace pensar a Atnier que tal vez no sea solamente asiática la sangre que corre por sus venas.

    —Este jovencito es Pierre Ledoux, cosmonauta y Doctor en Biología de las Galaxias.

    —Será un honor trabajar con usted

    —Lo propio digo, doctor

    —Llámeme simplemente Pierre. Es más cómodo

    Pierre es un joven vigoroso que aparenta tener unos veintiséis años. Una sonrisa simpática y jovial adorna su rostro bien parecido. Ahora el oficial se vuelve hacia una muchacha rubia, extremadamente bonita y muy joven, cuyos ojos de un azul brillante, se mantienen fijos en el Investigador Universal. Sus labios, bien dibujados, le obsequian una amplia sonrisa. Su cuerpo, flexible y armonioso, habla de muchas horas de rigurosos ejercicios y de una desbordante energía.

    —Esta es la más joven del grupo, Ruth Fleming, Doctora en Medicina Espacial y cosmonauta

    —Encantado de conocerte, Ruth, y de tenerte como compañera de viaje.

    —Para mí esto, más que una realidad, es un sueño. ¡Había oído hablar tanto de usted! ¡Y pensar que vamos a trabajar juntos! ¡Todavía no me lo creo!

    La jovencita no se preocupa en lo más mínimo por disimular su alegría.

    —A él ya todos ustedes lo conocían por referencia, —el renombrado científico Donald Cummings ha vuelto a tomar la palabra, dirigiéndose ahora a los tres jóvenes que le acompañaban— El es Atnier Román, Investigador Universal, de reconocida fama en todo el Universo Galáctico.

    Todos sonríen y hacen algunos comentarios al respecto.

    —Bien, sentémonos.

    Se sientan en los mullidos muebles blancos. Donald Cummings revisa un micro film informativo accionando el dossier electrónico. Ante la minúscula pantalla desfila rápidamente la información pedida mediante las teclas pulsadas.

    —Como ustedes saben, señores, de acuerdo a lo orientado por la Comisión de Patrullaje y Vigilancia Galáctica, toca a nuestro planeta, durante todo este año, las misiones inherentes al organismo.

    —Pero la nuestra, según tengo entendido, no será una misión rutinaria, normal, de patrullaje y vigilancia —interrumpe Atnier

    —No, no lo será, pero aparentará serlo. El hecho de que usted esté incluido en ella ya le da, necesariamente, un carácter distinto. Señores, como ustedes bien conocen, hace ya mucho tiempo que nuestro Universo Galáctico vive en paz permanente. Los últimos mundos belicosos, situados en los cúmulos globulares lejanos, hace tiempo que fueron pacificados. Nuestros disímiles mundos han almacenado las armas que el Mando Superior Unificado entendió debían conservarse. Pero ha sucedido algo imprevisto.

    —¿De qué se trata? —Es Nai Joy quien has lanzado la pregunta que estaba en la mente de todos

    —La misteriosa desaparición de un buen número de esas armas.

    Todos se miran extrañados. Es el joven francés Pierre Ledoux quien formula la pregunta.

    —¿Desaparición?

    —Digamos más bien, robo. Alguien, burlando la vigilancia de los robots, se ha apropiado de esas armas con propósitos desconocidos, pero, por supuesto, altamente preocupantes para todos.

    —Desde luego. Para nada bueno debe ser. —Ahora ha sido la jovencita inglesa Ruth Fleming quien ha pronunciado la frase, adornándola con una sonrisa irónica.

    —¿Dónde, específicamente, ocurrió el robo?

    — En varios lugares y en distintas constelaciones. En el planeta M-23 del sistema de Maia, en la Constelación de Las Pléyades y en un planeta pequeño de la Anónima 34, en esa misma constelación. También en un planeta de Algol y en uno de Perseo.

    Nai vuelve a intervenir:

    —Por lo visto, todos están en la región por la que, precisamente, pasa la eclíptica de nuestro Sistema Solar.

    —¡Precisamente! Nuestro Sistema Solar en su eclíptica está cruzando por todas estas regiones interestelares y es por ello que está a nuestro alcance llevar a cabo la investigación requerida, haciéndola parecer un patrullaje ordinario.

    —¿Hay sospechas?

    —De nadie específicamente. En toda la Vía Láctea no existen litigios conocidos entre los distintos mundos, pero por supuesto que las armas no se han perdido solas. Hay alguien, y me estoy refiriendo a algún planeta de cualquier sistema o quizás a un sistema completo, que abriga planes agresivos hacia algún otro. Las armas tienen un alto poder destructor y hay que detectar rápidamente quién las tiene y neutralizarlo. Esa es la misión de ustedes, señores.

    Durante unos segundos todos permanecen en silencio analizando la delicada y a la vez complicada misión que se les encomienda. Atnier Román clava sus ojos grises en su superior.

    —Es decir, ¿nosotros debemos descubrir quién, qué planeta o qué sistema ha estado robando esas armas y con qué fin?

    —¡Exacto! Una vez hecho esto deberán informarme urgentemente, pues esta subcomisión de la CPVG tiene potestad para actuar sin previa consulta, en aras de salvaguardar la paz de nuestro universo. En caso de que, por la potencia y peligrosidad del presunto agresor, necesitáramos ayuda, la pediríamos al Mando Superior Unificado, donde lo tendrán todo listo para entrar en acción.

    Pierre Ledoux toma la palabra

    —Por lo delicada de la misión y el riesgo que encierra, supongo que nuestra nave estará debidamente preparada para…

    —¡Para todo! —Le interrumpe Donald Cummings—. Aunque en apariencia será una nave patrullera convencional, estará dotada de medios defensivos poderosos y de los más modernos aparatos que pudieran servirles en su trabajo: rastreador inter espacial, rayos paralizadores y desintegradores, equipos de análisis de todo tipo, en fin, creo que no les faltará nada.

    —Estimo que sería conveniente llevar algún aparato multitraductor idiomático.

    —Está programado. Será un robot del tipo Odabás I, capaz de analizar, clasificar y traducir la clave de cualquier sistema de comunicación aunque sea desconocido para nosotros.

    —¿Eso quiere decir que se está tomando en cuenta la posibilidad de que nos topemos con seres extra galácticos que no hablen nuestro lenguaje universal?

    —Exacto, Atnier. Estamos obligados a preverlo todo, sin dejar de lado ninguna variante dentro de las posibles y aún de las aparentemente imposibles. La naturaleza de esta misión lo exige así.

    —Comprendo

    —Otra cosa: hay que actuar sobre seguro. Comprobar bien antes de informar, porque un error puede traer consecuencias desastrosas para la paz de nuestros mundos. Esto implica, desde luego, un riesgo mayor para ustedes.

    —Creo que todos estamos dispuestos a partir cuando se nos ordene. ¿No es cierto?

    Atnier ha hecho la pregunta envolviendo a sus futuros compañeros de viaje en una mirada sin sombra de duda. Tanto Pierre como Ruth se apresuran a expresar su conformidad. Nay Joy es aún más categórica:

    —Sólo tiene que decirnos cuándo partimos, General.

    — Eso tiene que ser inmediatamente. Llevarán en el viaje, acompañándolos y ayudándolos en las diversas tareas, robots de distintos tipos, todos especializados, capaces de cumplir misiones bastante complicadas, tanto a bordo como en el exterior.

    —Muy bien eso, porque en realidad somos pocos —dice Ruth.

    —Sí que somos pocos para una misión tan delicada y peligrosa —apoya Pierre.

    —Recuerden que en todo momento debe parecer que se trata de un viaje rutinario y que su misión, preferentemente, será investigar e informar. La acción contra el o los culpables, deberá tomarla la SPVG, o, en caso necesario, el Mando Superior Unificado. No obstante, como les expliqué, sabemos que pueden verse obligados a combatir en un momento dado y por eso hemos equipado bien su nave. Llevarán robots artilleros y otros, capaces de combatir en tierra, apoyándolos a ustedes en todo momento, pero que no despertarían sospechas en ningún observador extraño, como lo haría una tripulación nutrida de seres humanos.

    —Comprendo –dice Atnier—, pero hay algo que me preocupa y es bueno que lo aclaremos.

    —¿A qué se refiere?

    —Usted mismo acaba de decirnos que tanto usted como sus superiores saben que a pesar que ésa no sea nuestra encomienda, nos podemos ver obligados en cualquier momento a combatir y a tomar decisiones importantes sin dilaciones, sin tiempo para consultas previas.

    —Por supuesto. Dado su rango y su experiencia, tal como ha sido en otras misiones que le han sido encomendadas, el Mando Superior Unificado le otorga plenos poderes para determinar y hacer lo que considere necesario en un momento dado. El protocolo de consulta que le mencionaba antes se refiere a condiciones, digamos, normales.

    —Me alegra que así sea. No siempre hay tiempo para consultar.

    —Desde luego. Seguimos entonces. Quiero informarles también que van a llevar dos naves minúsculas de acople y desacople, sumamente veloces y eficaces, para ser usadas cuando las circunstancias lo aconsejen, ya sea para labores de reconocimiento y estudio donde la nave nodriza no resulte operativa por su tamaño, o para combatir si fuera necesario.

    —Verdaderamente parece que han pensado en todo

    —En todo, Ruth, puedes decirlo así.

    —¿Cual será el sistema de comunicación y con quién deberemos comunicarnos? —pregunta Atnier.

    —Ustedes deberán informarnos directamente a nosotros, en el Estado Mayor de la SVPG. Entre los robots que llevarán a bordo estará también un Odabás II al cual le hablarán en lenguaje universal galáctico y él hará automáticamente la traducción en una clave especial que trasmitirá en el acto. Esa clave sólo será conocida por nosotros y no podrá ser interpretada ni siquiera por un Odabás I. Eso, para el caso de que las señales fueran interceptadas por el enemigo desconocido,

    —¿Para la recepción de mensajes provenientes de ustedes, desde luego que el proceso será a la inversa?

    —Exacto, Pierre. ¿Alguna otra pregunta?

    El General de Sistema pasea su mirada por los rostros de los presentes, deteniéndose finalmente en el de Atnier. Este a su vez mira a sus compañeros y luego lo mira a él.

    —Creo que no hay nada más que preguntar.

    —Entonces, señores, dispónganse a partir inmediatamente para el Centro de Preparación. Allí les mostraré la nave y les daré las últimas instrucciones.

    Los cinco se ponen de pie. Atnier, sobresaliendo por su elevada estatura. Donald Cummings apoya sus manos sobre la reluciente superficie del buró.

    —No voy a hacerles un discurso. Baste decirles que su planeta Tierra espera de ustedes que cumplan con éxito esta riesgosa y delicada misión. Para el Sistema Solar ha sido un honor haber sido escogido para llevar a cabo una tarea de esta envergadura, donde está en juego la paz y el bienestar de todo el Universo Galáctico. Sólo les pido, señores, que cumplan con su deber.

    —No los defraudaremos, General. ¡Cumpliremos!

    Los cuatro viajeros, acompañados del Supervisor General en la Tierra de la SPVG, examinan la gigantesca nave que les llevará a través de los espacios siderales.

    —¡Qué maravilla!

    Pierre Ledoux lo mira todo con ojos asombrados. A su lado la doctora en Medicina Espacial, Ruth, luce no menos impresionada

    —Es todo un complejo espacial. Y la dotación de robots que estarán a nuestro servicio es realmente impresionante.

    El grupo se detiene ahora ante un compartimento cerrado. Donald Cummings presiona un botón y una compuerta se desliza hacia la izquierda sin emitir ruido. Ante ellos aparecen dos pequeñas naves de líneas ultramodernas. Una de color rojo brillante y la otra de un azul metálico resplandeciente.

    —¡Qué hermosas!

    Pierre se adelanta y pasa su mano por la bruñida superficie de la navecilla roja

    —Esta será la mía. Le pondré La Marciana

    —Entonces habrá que ponerle a la otra La Venusiana

    Ha sido la jovencita Ruth la que rápidamente le ha buscado nombre a la pequeñísima nave azul. Donald Cummings se dirige a ellos.

    —Como les dije, ambas naves estarán equipadas por si tuvieran que combatir. No son de juguete, no.

    —Ya tengo ganas de montarme en una —dice Ruth

    —Bien, amigos, ya han visto su nave y espero que se familiaricen con ella pronto. Normalmente eso llevaría un tiempo que no tenemos…

    —Procuraremos hacerlo rápido, General. Como ya todos los chequeos han sido realizados, por nuestra parte pueden dar la orden de partida en cuanto lo estimen pertinente.

    —Dentro de muy pocas horas estarán en el cosmos.

    CAPITULO II

    EL ENCUENTRO

    Atención Estado Mayor de la SPVG. Aquí Patrullera del Universo Galáctico T-1 acercándose a la Constelación de Las Pléyades… Primer mundo Alcyone. A las 15:07 detendremos nave para reajuste.

    El robot multitraductor Odabás II es una estructura brillante, de forma oblonga, de unos dos pies de largo por uno de ancho, que permanece ahora suspendido en el aire en el puente de mando, muy cerca de Atnier Román. Al comenzar la traslación del mensaje del Investigador Espacial a la clave acordada, su cuerpo de apariencia cristalina, adquiere una llamativa combinación de colores que luego desaparece para dar paso, en su parte más ancha, al rostro del máximo dirigente militar terrícola, cuya voz se deja escuchar claramente , como si estuviera presente en la nave…

    —Felicitaciones por el éxitoso inicio de su misión. ¡Cuidado! ¡Van a penetrar en zona altamente peligrosa!

    El comandante Atnier se dirige por el circuito de intercomunicación a sus acompañantes.

    —Ya lo oyeron, compañeros. En lo adelante todas las precauciones serán pocas. Recuerden que la mayor parte de los robos de armas que debemos investigar, ha tenido lugar en estas regiones, lo que quiere decir que estamos entrando en el radio de acción del enemigo, quien quiera que éste sea. Así que desde este momento, ¡preparados todos para combatir!

    Todos responden haciendo patente su disposición combativa. Atnier, luego de escuchar sus enérgicas respuestas, continúa…

    —Lo primero, según las instrucciones que nos dieron, será descubrir quiénes son y dónde radican. Luego, si recibimos órdenes al respecto y está a nuestro alcance, colaborar en la acción neutralizadora que se lleve a cabo con ellos, cualquiera que ésta sea. Pero no debemos esperar que un enemigo tan osado y hábil, que ha sido capaz de burlar la supuestamente infalible vigilancia robótica que hay sobre las armas almacenadas, nos deje realizar nuestra misión así como así.

    —Eso mismo pienso yo, comandante —Es Pierre quien de nuevo interviene— Ellos habrán tomado sus medidas y se mantendrán, a su vez, vigilantes. No será fácil descubrirlos y en caso de que lo logremos, no creo que se van a dejar capturar sin resistencia.

    —Sí. —dice Ruth— Lo más probable es que ya estemos siendo vigilados y en cuanto intentemos algo que se salga de lo que se considera un patrullaje de rutina, tratarán de destruirnos. ¿No lo crees así, Nai?

    —Estoy de acuerdo contigo, pero nosotros procuraremos estar alertas para que no lo logren.

    —Preparados, que vamos a frenar

    El característico sonido del sistema de frenaje automático, que ha sido activado, se deja escuchar. Cada tripulante ocupa su puesto, atendiendo cada uno a los mandos que le corresponden. La nave comienza a perder velocidad. Ruth es la primera en brindar su informe:

    —Comprobación de sistemas de a bordo. Primer parte. Todo en orden. Temperatura exterior e interior estables.

    La gigantesca nave va deteniendo su veloz marcha por el vacío espacial, hasta que se queda al pairo.

    —Detenidos

    —Comprobación de sistemas de abordo, Segundo parte. Todo en orden. Temperaturas interior y exterior estables. Sistema de protección automática contra choques e influencia magnética funcionando.

    —Bien. Procederemos al reajuste general entonces. Nai, vamos a quedarnos tú y yo trabajando en eso y que Pierre y Ruth salgan en una de las navecitas.

    —Me parece bien

    —¿Cuál será nuestra ruta? —pregunta Pierre

    —Deben circunvalar la T-1 procurando mantenerse equidistantes y alertas. Fíjense en el mapa celeste

    En un panel luminoso aparece la zona del espacio donde se ha detenido la nave. Una luz verde señala su posición actual respecto a los mundos próximos y lejanos. El comandante Atnier Román señala un punto negro, orlado en rojo…

    —Como ven, estamos relativamente cerca de un Hoyo Negro. ¿Lo ves, Ruth?

    —Si, comandante. Ya nos cuidaremos de no acercarnos

    —Manténganse alejados todo el tiempo de su zona de influencia. Por ningún motivo deberán rebasar la línea de peligro que será ésta que señalan las líneas rojas intermitentes.

    —Despreocúpese, comandante. Por la cuenta que nos tiene no la rebasaremos.

    —Pero no está de más hacerles la advertencia, Pierre. Sabemos que los jóvenes cosmonautas sueñan con internarse en un Hoyo Negro y descubrir su misterio. Estar en las cercanías de uno puede ser una tentación demasiado grande para su curiosidad.

    De nuevo es la voz cristalina de Ruth la que se deja escuchar

    —No creo que seamos sólo los más jóvenes, comandante, los que soñamos con descubrir ese misterio. ¿A ti no te gustaría, Nai?

    —Por supuesto que sí. Con gusto me ofrecería como voluntaria, pero no en este momento. Ahora tenemos otra misión.

    —A todos nos gustaría acercarnos lo más posible y curiosear, Ruth, pero no debemos. Hay que recordar que las naves automatizadas tipo sonda no han dado ningún resultado positivo. Han desaparecido simplemente, sin dejar rastro

    —Destruidas, probablemente

    —Descuide, comandante, no nos acercaremos

    —Cumplan entonces su tarea mientras nosotros nos preparamos para entrar en el mundo de Alcyone.

    Mientras tanto, en el planeta Tierra, en el edificio donde radica el Estado Mayor de la Subcomisión de Patrullaje y Vigilancia Galáctica, el General de Sistema Donald Cummings examina atentamente el mapa del hemisferio celeste septentrional, estudiando la posición de la nave terrícola. Junto a él hay varios altos oficiales del organismo.

    —Escogieron un lugar verdaderamente estratégico: al frente les quedan Alcyone y los demás mundos de Las Pléyades, incluyendo los de Maia y la Anónima 34. Y detrás, los mundos de Algol y Perseo.

    —Los cuatro que reportaron robos de armas.

    Ha sido un viejo oficial italiano, Fernando Callieri, quien ha hecho la observación

    —Así mismo. Veamos ahora… Por encima tienen los mundos de El Triángulo y de Aries, pero bastante alejados. Por debajo están Tauro y Auriga. En ningún planeta de esos mundos ha habido problemas, ¡pero nadie sabe! Hay algunos de ellos deshabitados.

    La mirada del oficial se posa ahora sobre la luz roja que señala la peligrosa presencia en la región de un Hoyo Negro, el enigmático cuerpo celeste cuya densidad es tanta que ni siquiera la luz puede escapar de él.

    —¡Casualidad que hay un Hoyo Negro en esa región del espacio!

    —Como si fueran pocos los problemas que tenemos por ahí.

    Ahora ha sido el joven oficial alemán Erick Kroup quien ha hecho la observación. El Supervisor General en la Tierra de la SPVG mueve la cabeza de un lado a otro preocupado. Lu Hong, General de Planeta china, la más joven de los oficiales presentes, mira a su jefe sonriente

    —El Investigador Atnier Román es lo suficiente sagaz, mi General. El sabe lo que hace.

    —Sí, pero la cercanía de ese lugar tan peligroso a la nave, no me gusta ni un poquito. Será mejor que se vayan pronto de ahí.

    Allá, en el espacio cósmico, la pequeña y brillante navecilla bautizada por Pierre como La Marciana, ya está circunvalando la nave nodriza T-1, en el rutinario patrullaje programado para cada estadía de reajuste, antes de pasar a las regiones que circundan a cada nuevo mundo, de acuerdo a las características especificas del mismo. Pierre Ledoux y Ruth Fleming son sus tripulantes. El joven cosmonauta observa en la pantalla el Hoyo Negro, lo suficientemente distante como para no ofrecer peligro alguno para ellos…

    —¡Qué lástima no poder aprovechar esta oportunidad para tirarle una ojeada a esa estrella oscura! Nunca había estado tan cerca de una.

    —Ni yo. Pero Atnier y Nai tienen razón. Nuestra tarea es otra.

    —Lo sé. Lo sé. Y estoy plenamente de acuerdo con eso, pero no por ello deja de ser una lástima.

    —En esta zona se han perdido muchas naves y a lo mejor ese Hoyo Negro está relacionado con eso.

    —Muy probable

    Una suave señal audible les deja saber que ya han cumplido la primera vuelta. Pierre, quien está al mando de la minúscula nave, se dispone a hacer una pequeña variación en su trayectoria

    —Vamos a inclinarnos un poco a la derecha

    Como un veloz abejorro escarlata La Marciana inclina el rumbo un tanto para recorrer otra región. Los ojos de ambos cosmonautas no se desprenden de las diferentes pantallas.

    —Hasta ahora… todo normal —dice Ruth

    —Sí. Yo creo que el problema lo vamos a tener cuando entremos en la constelación de Las Pléyades. Son muchos mundos distintos y de muchos sistemas distintos también

    —Bueno, supongo que no sea casual que en planetas de dos de sus sistemas hayan ocurrido robos de armas.

    —Sí. Pero ¡imagínate tú! ¡ cuántos planetas tiene ese sistema! ¡Y la mayoría de ellos habitados! Esto es tan vasto que, sinceramente, Ruth, no veo cómo Atnier va a poder descubrir algo.

    —La fama de Atnier como Investigador Universal es tremenda. Yo he oído decir que él ha solucionado misterios que parecían insolubles.

    —Si, yo también he oído muchas narraciones de sus hazañas, pero han sido hechos ocurridos en un lugar específico: en un pueblo y en un país de un planeta determinado. Esto es distinto.

    —Sí. Yo, particularmente, no tengo ni idea de cómo empezar la investigación. Máxime cuando esos lugares son planetas que están ubicados en sistemas distintos. Uno en el M-23 de Maia; otro en el X-15, el último planeta colonizado de la Anónima 34, o sea, otro planeta y otro sistema.

    —¿Y los otros? Uno nada menos que en la Constelación de Perseo y otro mundo del sistema de Algol. Inclusive en constelaciones diferentes. ¿Te das cuenta?

    —Sí, es demasiado vasta la región a investigar.

    —Supongamos que un mundo de cualquiera de esos sistemas sea el que está intentando crear conflicto. ¿Cómo podremos saber cuál es? ¿De qué manera, si son tantos y tan dispersos?

    La jovencita no responde a la pregunta formulada por Pierre. Se queda como ensimismada, con la mirada fija sobre el tablero de mando… El joven francés se vuelve hacia ella contemplándola unos segundos. Luego sonríe.

    —Que conste que no estoy poniendo en duda las cualidades de tu ídolo. Yo también lo admiro y creo en él.

    —Todo el Universo Galáctico cree en él, Pierre. La prueba es que le han confiado esta misión, no obstante todas sus complejidades, que ellos también, allá en la "CPVG’, habrán analizado y tomado en cuenta.

    —Desde luego

    —¿Entonces? Nosotros sólo somos cosmonautas y científicos. El es eso y más: posee dotes excepcionales para la investigación que le permiten correr, donde nosotros no podemos dar un paso; ver, donde nosotros resultamos ciegos.

    —Se ve que lo admiras mucho

    —¿No es verdad lo que digo?

    —Lo es. Desde luego que sí, pero me refiero al calor que tú pones al decirlo. ¿No estarás enamorada de Atnier, Ruth?

    —¡Atención!

    Un estridente sonido de alarma ha venido a cortar la conversación. Los dos cosmonautas centran ahora toda su atención en la pequeña pantalla del radar.

    —Un cuerpo celeste se aproxima —exclama Pierre.

    —Puede ser un cometa, un meteorito… pero también puede ser una nave

    —Atención Marciana. —la voz de Atnier se deja escuchar en la cabina al mismo tiempo que su imagen aparece en la pantalla central situada frente a los pilotos— Cuerpo de quinta magnitud aproximándose a ustedes. Suspendan circunvalación y fijen trayectoria en círculo horizontal sobre la T-1

    —Aquí Marciana. Comprendido. Variamos rumbo.

    En la nave nodriza T-1, Atnier Román y Nai han suspendido su labor de reajuste y se ocupan de descifrar los datos que les suministran los diversos aparatos de chequeo…

    —Por la composición química no se trata de un cometa, Atnier, ni de un meteorito tampoco. ¡Es una nave!

    — Está lejos de toda ruta de vuelo autorizada y no emite señales de identificación. Déjame informarles a Ruth y Pierre para que estén alertas. Atención Marciana. Nave no identificada en ruta de vuelo clandestino.

    —La nave ha variado de rumbo, Atnier –exclama Nai— Enfila ahora recto hacia La Marciana.

    —Parece que detectaron su presencia

    —Están más cerca de ellos que de nosotros. Y como estamos al pairo no han advertido nuestra presencia.

    —Atención T-1. Nave extraña aproximándose a gran velocidad.

    Es ahora la voz de Ruth la que se escucha en la cabina de mando de la nave nodriza, y su bello rostro ahora crispado por la tensión, el que aparece en la correspondiente pantalla de la ¨T-1. Atnier no duda un segundo para dar la orden:

    —Atención Marciana. Vuelo libre de combate. Identifíquense y ordénenle detenerse.

    —Comprendido

    —¿Enciendo los motores, Atnier?

    —No, aún no. Quiero ver cuáles son sus intenciones. Esperemos.

    El abejorro escarlata se mueve ahora a gran velocidad en el espacio, mientras que Pierre emite constantemente su identificación y la clásica orden de detención en el lenguaje universal galáctico de comunicación.

    —Aquí patrullera galáctica T-1-A Deténganse para ser identificados. Deténganse para ser identificados.

    —¡No se detienen, Pierre! Han vuelto a variar el rumbo. ¡Nos persiguen!

    La nave desconocida, mucho más grande que La Marciana, aunque no tanto como la T-1, surca el espacio ahora ganando en velocidad, tratando de aproximarse a la navecilla escarlata. Pierre observa su maniobra preocupado.

    —¿Qué pretenderán ellos? ¿Atacarnos?

    —Eso creo

    —Estoy seguro de que La Marciana es más veloz. Si intentan atacarnos les daremos una lección. Aquí patrullera galáctica T-1-A, aquí patrullera galáctica T-1-A. ¡Ultimo aviso! ¡Ultimo aviso! ¡Deténganse! ¡Deténganse!

    El vuelo de La Marciana tal parece como si se desorganizara. La minúscula nave aumenta la velocidad y comienza un vuelo zigzagueante. En ese momento otra luz se enciende en el tablero y un sonido de alarma intermitente se deja escuchar.

    —Es el sistema de defensa automático, Pierre. ¡Nos están disparando rayos desintegradores!

    —Atención Marciana —ahora es la voz de Atnier la que de nuevo se escucha en la cabina de la pequeña nave. En la pantalla, su rostro de líneas habitualmente duras, no refleja, sin embargo, ninguna tensión extra—. Nos ponemos en marcha. Vamos en su ayuda. ¡Pasen al ataque!

    —Comprendido. ¡Vamos a darles su merecido!

    La Marciana es ahora la cabecilla incandescente de un hilo ígneo que surca el espacio en todas direcciones, imposibilitándole al agresor ubicarla con sus rayos inmovilizadores-desintegradores. La nave persecutora, sin embargo, da muestras de estar dotada también de una gran velocidad y de que sus tripulantes, ya sean humanos

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