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Oro en la Luna
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Libro electrónico235 páginas3 horas

Oro en la Luna

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Érase el año 2067, a los cien años del Tratado sobre el espacio exterior que prohíbe apropiarse de recursos naturales en el espacio, desde la estación espacial Olimpia, el comandante Howard Pickpower y su tripulación están a cargo de diversas actividades: elaboración de vacunas milagrosas, hacer pruebas con la energía solar, destruir desechos espaciales y meteoritos o asteroides potencialmente peligrosos, y analizar la composición de los cuerpos celestes, buscando nuevos materiales e indagando sobre los existentes.

Un sensacional descubrimiento en la zona oculta de la Luna, mantenido fielmente en secreto, dispara las alarmas en la Olimpia y sus órganos rectores (la Agencia Espacial Internacional y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas). Tanto es así que sus implicaciones geopolíticas podrían conllevar al desconocimiento del Tratado sobre el espacio exterior y la legislación espacial, e iniciar una etapa de minería espacial, con conflictos bélicos entre varias naciones o una guerra mundial.

Mientras tanto, cinco naves espaciales de distintos gobiernos y corporaciones, motivadas por la fuga de información y rumores, se dirigen al lado oculto de la Luna. El comandante Howard Pickpower tiene instrucciones de evitar los alunizajes, pero tiene problemas con la capitana Tishy Glassvery, quien está decidida a asumir el mando de la Olimpia, y revelarles a los ciudadanos que efectivamente: ¡hay oro en la Luna!

Así mismo, Howard Pickpower y Tishy Glassvery tienen una extraña relación de amor y odio. Pero, al final las fuerzas del amor decidirán su destino, ¡y el de la humanidad!

Entonces, ¿qué sucederá cuando los ciudadanos se enteren de la verdad? ¿Cuáles serán las implicaciones geopolíticas y económicas? ¿Cómo quedará la legislación especial, ante el eminente desconocimiento de la prohibición de apropiarse de recursos naturales espaciales? Aunque seguramente, habrá un inusual inicio de la nueva era espacial...

Capítulos de la novela

Capítulo uno. La majestad del Cosmos
Capítulo dos. Un sensacional descubrimiento
Capítulo tres. Las nuevas misiones exploratorias
Capítulo cuatro. Los grandes accidentes espaciales
Capitulo cinco. El nuevo liderazgo en la Olimpia
Capítulo seis. La revelación del gran secreto
Capítulo siete. El inusual inicio de la nueva era espacial
Capítulo ocho. El regreso de un comandante
Capítulo nueve. El gran fracaso de las misiones espaciales
Capítulo diez. El nuevo comienzo de la era espacial

Epílogo

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 dic 2023
ISBN9798215647905
Oro en la Luna
Autor

Rolando José Olivo

RolandoJOlivo@gmail.com Instagram: @rolandojolivo Systems Engineer with 3 postgraduate degrees: Master's Degree in Applied Economics, Diploma in General Management and Specialization in Management of Social Programs (Summa Cum Laude). Work experience in companies in the oil sector, occupying these positions: Planning and Logistics Manager, Project Coordinator, Financial Advisor and Consultant. Consultant in the economic and financial area. Writer of books on economics, management, self-help, novels and Christianity, among others.

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    Oro en la Luna - Rolando José Olivo

    Título: Oro en la Luna.

    Subtítulo: Una historia de amor y traición en el espacio exterior.

    Copyright © Rolando José Olivo, 2023.

    Segunda edición de diciembre 2023, revisada y actualizada en enero de 2024.

    EE.UU: Smashwords, Inc.

    ISBN 979-821-56-4790-5.

    Novela romántica y de ciencia ficción.

    Esa obra literaria y sus personajes son ficticios. No se está haciendo referencia a personas vivas o muertas. Ni a personajes históricos. Cualquier parecido es casualidad.

    Advertencia: esta novela no es apta para menores de 18 años. La misma contiene lenguaje de contenido sexual.

    Las imágenes de la portada fueron adquiridas a Getty Images:

    1. Astronauta flotando por encima de la estación espacial:

    Crédito: freestylephoto.

    ID: 1010952102.

    Fecha: 02 de agosto de 2018.

    https://www.istockphoto.com/es/foto/astronauta-flotando-por-encima-de-la-estaci%C3%B3n-espacial-el-cosmonauta-en-el-espacio-gm1010952102-272445786

    2. La nave espacial se prepara para acoplarse con la estación espacial internacional:

    Crédito: 3DSculptor.

    ID: 646851776.

    Fecha: 01 de marzo de 2017.

    https://www.istockphoto.com/es/foto/la-nave-espacial-se-prepara-para-muelle-con-estaci%C3%B3n-espacial-internacional-gm646851776-117352833

    Dedicatoria

    A destacados escritores que me han inspirado para escribir esta sensacional historia y otras:

    Isaac Asimov, el maestro de la ciencia ficción y visionario sobre la robótica y la inteligencia artificial.

    Sidney Sheldon, recordado por su carisma e impresionantes cualidades humanas, quien publicó varios relatos de grandes heroínas.

    Pero Tishy Glassvery no termina siendo una heroína…

    Prólogo

    El Tratado sobre el espacio exterior o ultraterrestre es la base jurídica del derecho internacional en el espacio sideral. El mismo entró en vigencia a partir del 10 de octubre de 1967 y la mayoría de los países del mundo lo han firmado. Este impide actividades militares en órbita alrededor de la Tierra, la Luna y otros cuerpos celestes (incluyendo instalación de bases militares, pruebas de armas y uso de armas nucleares). También prohíbe apropiarse de la Luna, los cuerpos celestes, y por ende de sus recursos naturales, concediéndoles a los gobiernos la potestad de supervisar las actividades de terceros en el espacio exterior.

    Sin embargo, ¿qué pasaría si se descubre oro en la Luna y más allá? ¿Estarán dispuestos los gobiernos y los ciudadanos a respetar el Tratado de 1967?

    Oro en la Luna es una novela romántica y de ciencia ficción que presenta esta situación: se descubre que hay oro en la Luna y en otros planetas, lunas, meteoritos y asteroides del Sistema Solar. Al principio, ese descubrimiento es mantenido fielmente en secreto, pero en situaciones de esta naturaleza es casi imposible evitar una fuga de información. De la misma manera, con estas grandes posibilidades de enriquecimiento tampoco es factible mantener el referido Tratado del espacio sideral. Esta es la historia del comandante Howard Pickpower, la capitana Tishy Glassvery y otros dos tripulantes, a bordo de la estación espacial Olimpia, cada uno inmerso en sus problemas personales (provenientes de hogares destruidos y familias disfuncionales), quienes descubren el oro lunar, y el comandante y la capitana quedan envueltos en un juego político, con muchos intereses de por medio, siendo los protagonistas de una sensacional aventura de amor y traición, en el espacio exterior…

    Capítulo uno. La majestad del Cosmos

    A las veintidós horas del día 10 de octubre de 2067 (tiempo oficial en el meridiano de Greenwich), desde la estación espacial internacional Olimpia, en órbita alrededor de la Tierra, el comandante Howard Pickpower observaba los cielos. Él provenía del norte de Irlanda, que en otra época era parte del extinto Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, rondaba los cincuenta años terrestres, y debido a su historial de servicio como científico, hace cinco atrás fue seleccionado como jefe de la estación espacial Olimpia. Sin embargo, en la complicada organización de la era espacial, compuesta por militares y profesionales de distintos países, bajo la coordinación de una autoridad central estadounidense, él estaba mal visto. Tenía muchas manchas negras en su expediente y vida personal por conductas inapropiadas. Ciertamente, él no sabía si esta era una verdadera promoción o un exilio a una prisión que giraba alrededor de la Tierra.

    En vez de ver al hermoso planeta, él miró por la ventana de atrás, enfocando su vista hacia las estrellas, fascinado con tan increíble y placentero espectáculo. Esto le ayudada a mejorar su mal humor y disipar temporalmente sus múltiples preocupaciones.

    El tiempo pasaba y el comandante no se percataba de esto. Más bien sentía cierta sensación de paz y seguridad, con más nostalgia que alegría, la cual solo sería momentánea y la misma no podía compararse con el silencio del universo.

    "¡Ninguna maravilla de la naturaleza se parece a la majestad del Cosmos!" Él pensó. "¿Por qué se siente tanta tranquilidad? ¿Habrá vida inteligente en el universo? ¿Algún día descubriremos que tal vez no somos los únicos? ¿Cuándo colonizaremos otros mundos? ¿Será verdad que el colisionador de partículas detectó los más pequeños elementos subatómicos y los taquiones[1]? ¿Funcionarán los nuevos motores warp[2]?"

    Una y otra vez, estas preguntas iban y venían en su mente.

    Regresando de su viaje imaginario a las estrellas, anhelando algún día poder presenciar esta tecnología, soñada por los escritores de ciencia ficción, y al mismo tiempo, recordando algunas actividades rutinarias, ya que tenía dificultades para conciliar el sueño, dejó de ver el firmamento, y permaneciendo de pie, abrió el libro apócrifo La guerra sideral de Sábato Fauntleroy. Él había adquirido esta novela de manera clandestina porque la misma fue prohibida en algunas naciones del norte, y le interesaba conocer directamente las ideas de ese famoso autor, que vivía en la clandestinidad, supuestamente en uno de los pequeños países del sur.

    No obstante, el comandante sabía que si lo descubrían leyendo esa obra literaria sería expulsado de la Agencia Espacial Internacional, despojado de sus insignias militares, sin derecho a una jubilación y con una pena de prisión de al menos diez años terrestres. Aunque el año pasado, él decidió asumir ese riesgo porque había sufrido muchas decepciones, tanto en lo personal como en su ámbito profesional, estaba al límite de lo que un ser humano puede tolerar, y tampoco le iba bien en su quinto matrimonio, el cual lucía como un divorcio casi seguro, pero lo que más le molestaba no eran las rupturas sentimentales sino que no había podido tener hijos, debido a que por alguna razón, desconocida por los médicos y otros investigadores, sus espermatozoides no fecundaban los óvulos de sus esposas, y sentía un resentimiento latente porque su segunda esposa, Isis, y la tercera, Andrómeda, se burlaron de él, llamándolo hombre de Neandertal.

    *****

    De repente, sus confusos momentos de paz, mezclados con malos recuerdos, terminaron para darle paso rápidamente a una sensación de angustia y preocupación. ¡Esto fue algo sorpresivo e inesperado! Ni siquiera su entrenamiento militar podía librarlo de las impresiones que percibía cuando esta situación se presentaba. Empezó a flotar rápidamente y casi choca con el techo de su pequeña oficina/habitación. ¡Menos mal que en ese momento estaba de pie en un sitio seguro! Si hubiera estado besando o abrazando a alguna mujer… Eso sí lo pensó rápidamente, sin entender bien su compleja secuencia de pensamientos, aunque lo cierto era que por los momentos, e incluso en las próximas semanas, la única mujer a bordo, su subordinada, la atractiva capitana, Tishy Glassvery, no iba a sucumbir a sus deseos…

    Un poco alarmado, él gritó con todas sus fuerzas:

    ¡No! ¡Otra vez! ¡No! ¿Cómo es posible que el mecanismo de gravedad falle tanto?

    Sin embargo, todo lo que él decía era grabado por el computador central y hasta podrían considerarlo como loco e incapacitado para el cargo, si este prodigioso aparato decidía enviar esta conversación a sus jefes, en la Tierra, sin acatar su próxima orden de borrarla. Aunado a esto, los casos de conducta inapropiada que permanecían firmes en su expediente, eran como quimeras que no morían. Cada vez que enviaba sus alegatos y cualquier otra prueba que conseguía, a sus abogados en el planeta, esperando que el tribunal militar las analizara y desestimara algunas acusaciones, aparecían otros cargos, no solo de las demandantes, sino de otras mujeres supuestamente agraviadas, y algunas de sus ex esposas.

    Pese a los riesgos y afectado por su latente estado de pánico, el comandante no pudo contenerse. Siguió gritando con todas sus fuerzas:

    ¡Qué espera el control central! ¿Un accidente grave? ¿Cuándo van a instalar la nueva versión del sistema de gravedad?

    A él ya no le importaba si lo oían. Aunque, tal como lo esperaba, en pocos segundos, el computador contestó:

    ¡Prepárense para la restitución de la gravedad!

    En cinco segundos…

    Cuatro.

    Tres.

    Dos.

    Uno…

    Howard Pickpower, preparado a lidiar con estos eventos desagradables, luego que una vez, hace varios años atrás, se fracturó una rodilla en un incidente de esta índole, saltó sobre su cama y evitó cualquier daño a su cuerpo. Suspiró con un gesto de alivio, mientras que su cara recuperaba su color normal, ya que la inteligencia artificial reconoció que el mecanismo de gravedad falló, al expresar restitución de la gravedad, lo cual significaba que esa máquina no iba a tomar represalias contra él y desestimaría sus comentarios.

    Ansiosamente, escuchó los mensajes finales del computador, los cuales se expresaban de una manera lenta, concisa, clara y pausada. Obviamente, la inteligencia artificial sabía que luego de una crisis debía ser cordial con los seres humanos, y comunicar los puntos relevantes, poco a poco.

    Gravedad restituida satisfactoriamente.

    Hubo una pausa de diez segundos.

    Sin daños materiales ni lesiones humanas.

    Siguió otra pausa de diez segundos.

    ¡Alerta amarilla!

    Esta pausa fue más larga, duró veinte segundos. La máquina esperaba que los cerebros humanos no tuvieran problemas en adaptarse a la nueva situación.

    Segunda advertencia: ¡alerta amarilla!

    La próxima pausa fue de quince segundos.

    Tercera y última advertencia: ¡alerta amarilla!

    Y esta pausa duró siete segundos y medio.

    Howard Pickpower se divertía viendo los tiempos de las pausas, calculados precisamente por su reloj atómico de pulsera. Este artefacto solo podía ser utilizado por comandantes de naves y estaciones espaciales, y militares de alto rango.

    75% de probabilidades que el sistema de gravedad falle en las próximas setenta y dos horas terrestres.

    Disminución inusual de 3% en los niveles de oxígeno de los tripulantes.

    Posible causa: ansiedad.

    Recomendación: deben volver a las terapias antiestrés.

    Comandante Pickpower, lo que sigue solo será oído por usted.

    La pausa duró veinte segundos, mientras que Howard Pickpower sentía los pálpitos de su corazón, y percibía que su dosis de valeriana, consumida seis horas atrás, ya no le estaba haciendo efecto.

    Su ansiedad se debe a su falta de ejercicio en los últimos meses.

    Tómese otra dosis de valeriana.

    Estoy enviando la recomendación de que vuelva a la Tierra lo antes posible.

    Howard Pickpower cambió de ánimo rápidamente: de estar nervioso a desatar una furia incontenible, exacerbada por la insensibilidad de la máquina. Volvió a gritar, pero más fuerte que hace pocos minutos:

    ¡Computador! ¡No más recomendaciones hasta nuevo aviso!

    El extraño ser supremo, conocido con muchos nombres, replicó: por su nivel de autoridad, la orden solo es válida por cuatro horas y será suspendida si hay alerta roja.

    Por favor, tome su medicina y descanse comandante. Es por su bien y el de su familia.

    La máquina sonaba más humana. Aunque también había aprendido la hipocresía y malas mañas de otras personas. ¿Cuál era la familia de Howard Pickpower? De padres desconocidos, abandonado al nacer, criado por una pareja sin hijos, y también con cuatro matrimonios fallidos, mientras que el quinto iba por ese mismo camino. Todo era cuestión de tiempo. Para el terror de Howard Pickpower, que ahora sí requería un medicamento para controlar su tensión arterial, él sabía que la omnisciente máquina estaba al tanto de su situación personal, y que su algoritmo también predeciría el fin de su relación con su querida Elimnys. No sabía si ese sistema de inteligencia artificial, modificado por sus creadores para adaptarse y comprender el comportamiento humano, estaba jugando con él o trataba de darle un mensaje de aliento. La realidad era aterradora, hasta hubiera sido preferible convivir con un computador antiguo, modelo Frankenstein, que al menos fuera sincero con él y no escondiera el propósito de sus ideas.

    *****

    Howard Pickpower se quedó pensando por un rato. Indudablemente, ya era tiempo de dormir. Dentro de unas pocas horas sería otro nuevo día terrestre, pero en la estación espacial no había días, más bien la noche era interminable y eterna.

    Enfocó su mente en el pasado, rememorando que en todos estos años, él se quejó constantemente ante sus supervisores por los constantes cambios en el personal de la estación, y que él solo podía descender para visitar a su esposa cada nueve meses y quedarse apenas veinte días en el planeta. También le preocupaba que no hubiera reemplazo para su puesto y su carrera profesional estaba prácticamente estancada. Tal vez, él no lo percibía así, pero sus reclamos eran cuidadosamente analizados por el personal de la Agencia Espacial Internacional, y pese a sus problemas personales, había un interés oculto en mantener a Pickpower, en esa posición, e incluso de promoverlo a general en el futuro, si él cumplía con una delicada misión que pronto se le presentaría. ¡Sí! ¡Howard Pickpower era fácil de manejar y amenazar! No era su capacidad ni sus méritos lo que estaban considerando principalmente, más bien, su permanencia a bordo del Olimpia se debía a que él no podía negarse a cumplir las órdenes de la autoridad central. Él sospechaba esto, pero era imposible enfrentársele al poderoso general estadounidense Alan Oddnews, jefe máximo de la Agencia Espacial Internacional.

    Aunque Pickpower ya llevaba tres meses con una nueva tripulación, quienes tenían órdenes de no abandonar la nave en los próximos dos años, y así no tuviera a los mejores oficiales, por lo menos contaba con cierta seguridad que no habría cambios de personal por mucho tiempo ni tendría que dedicar esfuerzos titánicos para adiestrar a nuevos tripulantes.

    Los otros oficiales eran: la capitana y programadora Tishy Glassvery (la segunda a bordo), de treinta y cinco años, y los dos ingenieros nucleares estadounidenses, George Halzmin y Robert Mikkson, ambos mayores de sesenta años.

    Pickpower estaba agradecido porque el equipo estaba trabajando muy bien. Las relaciones entre los tripulantes eran cordiales, a él le concedieron el reconocimiento y respeto que otros oficiales de la Agencia Espacial Internacional le negaron, le era fácil dar órdenes, sin dar muchas explicaciones, y los objetivos encomendados se estaban cumpliendo satisfactoriamente. A este ritmo, dentro de seis meses o un año, el comandante Pickpower sí podría exigir una o dos promociones más, o su reasignación en el planeta, cerca de su hogar.

    Mentalmente, él repasó las últimas misiones encomendadas, que solo podían ser realizadas con la maravillosa tecnología de la Olimpia, la estación espacial con la que soñaron los escritores y científicos de los siglos XIX, XX e incluso hasta mediados del XXI. Estas incluían cuatro actividades fundamentales: primero, sintetizar vacunas milagrosas, segundo, hacer pruebas con la energía solar, tercero, eliminar desechos en órbita, y cuarto, hacer diversas investigaciones en la Luna, Marte o sobre cualquier meteorito o asteroide cercano.

    Desde el mes pasado, la Organización Mundial de la Salud expresó su satisfacción por las cincuenta mil vacunas elaboradas, cada día terrestre, dentro de la estación. Realmente, el proceso estaba automatizado, casi en un 90%, y en las primeras horas de cada día terrestre, los dos ingenieros revisaban los parámetros de configuración, ratificaban la cantidad y el destino final. O sea que cada día, el computador central mezclaba los materiales, los exponía a radiaciones y creaba las vacunas, enviándolas a la Tierra en un dron avanzado.

    La segunda gran actividad estaba a cargo del comandante Pickpower y la capitana Glassvery. Ya ellos habían

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