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El Ocaso de los Creadores
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El Ocaso de los Creadores
Libro electrónico251 páginas3 horas

El Ocaso de los Creadores

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A veces, un nuevo conocimiento nos deja con más interrogantes de los que teníamos al principio.
Esta historia comienza con un hallazgo alucinante. El descubrimiento de una civilización alienígena hasta ahora desconocida, durante la exploración de un lejano sistema estelar ubicado a 486 años luz de la Tierra. La consecuencia lógica de esto es un intento para establecer contacto con ellos. Pero las cosas no salen según lo planeado, y lo que en principio debía ser una misión de investigación deriva demasiado pronto en un conflicto bélico. Los humanos ganan la batalla, pero las dudas persisten. No tienen ni idea de contra quienes estuvieron combatiendo.
Luego de analizar los restos alienígenas destruidos y esparcidos por todo el sistema estelar, los ingenieros humanos quedan todavía más intrigados que antes. No tanto por lo que encuentran, sino por lo que parece estar faltando. Y es que no pudieron hallar por ningún rincón de aquel sistema ni un solo resto de algún cuerpo biológico. Esto los hace tomar conciencia de que, básicamente, estuvieron luchando contra un ejército de máquinas. ¿Pero quiénes habían creado aquellas máquinas? ¿Y dónde estaban ahora? ¿Era acaso posible que estas inteligencias artificiales se hubieran rebelado contra sus propios creadores para luego independizarse de ellos por completo?
Corre el año 2443. La humanidad posee un alto grado de automatización en todas sus actividades, y las fuerzas armadas no son la excepción. Más bien todo lo contrario. Bajo la rigurosa supervisión humana, un ejército de poderosas inteligencias artificiales pelean sus guerras controlando enormes astronaves, vehículos de todo tipo y legiones de robots. Y si existió alguna otra civilización que sucumbió ante la insurrección de sus propias creaciones artificiales, es prioritario enterarse de cómo fue que tal cosa pudo llegar a suceder.
Muy pronto los humanos se enteran de que existen por el mismo sector varios otros sistemas bajo el dominio de ejércitos compuestos por esta misma clase de autómatas. Entonces deciden enviar hacia uno de ellos una nueva flota conformada tanto por IAs como por los humanos a cargo de su supervisión. Su principal objetivo es develar el misterio del origen de estas máquinas y el destino de sus creadores. La información es de vital importancia para el futuro rumbo de las políticas humanas con respecto a las limitaciones y controles impuestos a sus propias inteligencias artificiales. Pero el precio a pagar por el conocimiento en ocasiones puede tornarse demasiado alto.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 feb 2022
ISBN9781005873592
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    El Ocaso de los Creadores - German E. Blando

    Prólogo

    Los humanos habían estado en guerra contra los wags desde hacía quince años, cuando decidieron tomar por la fuerza el control del planeta Oasis en el año 2428. Está de más decir que este acto no cayó para nada bien entre los wags. Pero no les quedó más remedio que ceder el dominio de todo el sistema Lighthouse, ya que el mismo se encontraba tan distante de su mundo natal que el costo (y los riesgos) de enviar una nueva flota hasta allí para recuperar el control excedían por mucho los beneficios, que de todas formas no eran nada despreciables. Y es que Oasis era muy valioso desde todo punto de vista. Contenía una biosfera diversa y muy desarrollada, a pesar de que estaba acotada a una zona muy concreta de su geografía, en donde las temperaturas permitían que el agua fluyera en estado líquido formando ríos y lagos. Y los planetas bendecidos con biosferas no eran tan fáciles de encontrar por el cosmos, o al menos no lo era por aquel sector del vecindario estelar.

    Fue por este motivo que en lugar de insistir con retomar el control de Krada (así habían bautizado los wags al planeta que los humanos llamaron Oasis), al tomar conciencia del creciente poderío de las fuerzas espaciales humanas, prefirieron replegarse y asegurar el dominio de otros sistemas que se hallaban más cercanos a su propio hogar: el sistema Gora. Esto generó espacio para que la expansión humana siguiera su marcha imparable.

    Lo que fue dado en llamarse guerra consistió en una serie de escaramuzas aisladas que tenían lugar en algunos sistemas estratégicos que los wags se resistían a abandonar por las buenas. Pero no pasaban de más de uno o dos enfrentamientos por año terrestre. Todo esto sucedía en el lejano frente de batalla creado en la zona del plano galáctico equidistante entre la Tierra y Ogosh. Daba la casualidad que por aquel mismo sector también se encontraba el sistema Goújador, el cual era considerado y respetado por ambos bandos como territorio neutral. Tenía poco y nada de valor desde el punto de vista estratégico, y eso era una de sus mayores virtudes. En su sexto planeta, cuyo nombre de origen wag era Kulfasdar, se encontraban compartiendo la misma órbita una estación espacial wag y otra humana, cada una de ellas bajo la protección de un crucero último modelo de su propio ejército. Una protección meramente simbólica en realidad. La mayor parte del tiempo permanecían ocupadas exclusivamente por robots, pero cada 397 días terrestres llegaban puntualmente hasta aquel remoto paraje representantes tanto wags como humanos para celebrar reuniones en las que se trataban temas de interés común. Y lo cierto era que el comienzo de la guerra no había interrumpido esta tradición fruto del esfuerzo de la exo-diplomacia. Antes de la guerra la agenda giraba casi siempre en torno a reclamos humanos con respecto a ocupaciones wags en sistemas tan próximos al Sol que ellos las consideraban lisa y llanamente usurpaciones inaceptables. Luego de comenzada la guerra, los humanos ya no se molestaron en insistir con sus reclamos. Simplemente empezaron a movilizar flotas allí donde consideraban que les correspondía estar según lo que ellos entendían como derecho de proximidad espacial. Sin embargo, ninguna de las dos partes faltó jamás a una cumbre exo-diplomática, aunque más no fuera para lanzarse alguna que otra amenaza más o menos velada o expresar su indignación por algún hecho puntual. Y es que en un universo tan vasto que las comunicaciones eran complicadas incluso entre los miembros de una misma civilización, tener la oportunidad de negociar con el enemigo era una puerta que nadie estaba dispuesto a cerrar por más indignados u ofendidos que estuvieran.

    Por otra parte el avance del imperio humano continuaba, sobre todo en direcciones opuestas a la zona del conflicto. Habían tomado posesión de muchos sistemas. Algunos conteniendo planetas o asteroides repletos de minerales u otras sustancias valiosas para su explotación. Otros, menos frecuentes, conteniendo ecosistemas poblados de organismos vivientes de variada complejidad. Algunos eran tan solo el hogar de simples bacterias. Otros como Oasis, menos frecuentes aún, estaban plagados de organismos multicelulares que habían evolucionado en un sinfín de tamaños, formas y comportamientos. Constantemente se estaban construyendo bases terrestres, estaciones espaciales, factorías mineras y astilleros astronavales. Una y otra vez partían nuevas sondas automáticas para ir en busca de lo desconocido hacia aquellos sistemas que parecían ser los más prometedores, al menos cuando se los contemplaba a través de los telescopios. De esta forma, la expansión humana continuaba de manera imparable. Fue en uno de aquellos sistemas localizados en los límites del espacio conocido en donde una sonda se topó con la segunda civilización alienígena descubierta por la humanidad.

    Sucedió en el año 2443, quince años después de la batalla de Oasis. Tuvo lugar en un complejo sistema doble distante a 486 años luz del Sol, al cual bautizaron con el nombre propio de Eureka, ya que su nombre formal era una combinación de letras y números difícil de memorizar y engorrosa de pronunciar. Estaba compuesto por un par de enanas rojas que danzaban la una en torno de la otra en un delicado ballet cósmico. En torno al centro de masas del sistema binario giraban tres planetas. Evenor, el tercero de ellos, era un gigante gaseoso que a su vez poseía una corte de satélites naturales que lo acompañaban. Fue allí en donde la sonda detectó en principio las señales emitidas en infrarrojo por los propulsores de unas astronaves hasta el momento no identificadas. Aparentemente pertenecían a una civilización alienígena que estaba realizando tareas de terraformación en la luna Eureka_ABc1, la cual posteriormente fue bautizada como Atlantis. Se trataba de un mundo oceánico con 35 grados de temperatura promedio, sin señales de vida hasta el momento. O al menos sin biomarcadores detectables por la sonda. Además, también habían construido bases terrestres y factorías de combustible antimaterial en otra luna del mismo planeta, Eureka_ABc2, que básicamente era un gran desierto congelado. Por último la sonda también pudo constatar que se estaban llevando adelante tareas de minería en varios otros planetas, lunas y asteroides de aquel intrincado sistema, tanto en la órbita combinada de ambas estrellas como en otros planetas que giraban en torno a alguno de aquellos dos soles. La sonda se pudo mover con increíble libertad hasta que finalmente fue descubierta. De todas maneras no le resultó difícil escapar del grupo de astronaves que intentó ir hacia su encuentro. Las astronaves eran demasiado grandes y sus propulsores no podían competir con el poder de aceleración de la sonda, que en cuestión de horas alcanzó una zona segura y transmutó al espacio alterno, llevándose consigo todo aquel valioso cúmulo de información recolectada de vuelta a la Tierra.

    Meses más tarde, cuando la sonda por fin volvió a emerger al espacio convencional en las inmediaciones del planeta Tierra y comenzó a realizar la transferencia de datos, el hallazgo revolucionó a toda la humanidad. En el Consejo de Seguridad de la ONU rápidamente se llegó al consenso de que era imprescindible enviar una flota de la Fuerza Espacial con destino a Eureka, y tan solo un mes más tarde ya se encontraba lista para partir. La flota estaba al mando del almirante Philip Butler, informalmente conocido como el capitán cyborg, un héroe de la batalla de Oasis con una personalidad un tanto peculiar. Su misión era obtener más información sobre estos alienígenas recién descubiertos, por las buenas o por las malas. Y al final resultó siendo por las malas.

    Cuando la flota humana se estaba aproximando al gigante gaseoso Evenor, los alienígenas atacaron. Era algo esperable. No estaban haciendo más que intentar defender su territorio. Aunque no lo hicieron demasiado bien. Dispararon munición pesada con sus cañones de riel a tal distancia que ni una vez dieron en el blanco. El almirante Butler respondió enviándoles un enjambre de misiles, muchos de los cuales alcanzaron sus objetivos. Esto fue el preámbulo de una batalla espacial muy desigual, en la cual los alienígenas se llevaron la peor parte. Su tecnología y estrategias de combate eran evidentemente inferiores. Sin embargo el objetivo principal de los humanos era conseguir información, y esa parte se les complicó bastante. El enemigo sistemáticamente prefería autodestruirse antes que rendirse, por lo que no pudieron hacer prisioneros ni lograron tomar el control de ninguna astronave, estación espacial o base terrestre. Toda la infraestructura de valor fue destruida ante la inminente derrota.

    De todas formas, buscando entre los restos de metal retorcido también se podían encontrar cosas interesantes. Así que a eso se dedicaron los robots e ingenieros humanos. Y al hacerlo, lo que más los sorprendió no fue lo que hallaron sino lo que no pudieron encontrar. Y es que no fueron capaces de identificar por ninguna parte del sistema Eureka restos de cuerpos biológicos. Esto resultaba bastante inquietante, porque básicamente quería decir que habían estado peleando contra un ejército de robots. Y la pregunta que surgía espontáneamente a continuación era: ¿dónde estaban los supuestos seres que habían construido todas aquellas máquinas?

    Cuando las noticias por fin llegaron a la Tierra, el intergobierno humano decidió hacerse con el control de todo el sistema Eureka. Comenzaron a construir allí nueva infraestructura a la vez que se seguían investigando los restos alienígenas en órbita o en la superficie de los planetas y lunas. Al ejército de máquinas se lo bautizó como mecas, mientras que a sus desconocidos constructores se les hizo referencia simplemente como los creadores. Poco a poco comenzaron a circular toda clase de teorías acerca de lo que les había ocurrido a los creadores. Las había de todo tipo, desde algunas verosímiles hasta las más disparatadas. Muchas optimistas y otras tantas pesimistas. Pero la que cobró más fuerza entre la opinión pública fue que de alguna manera los mecas se habían logrado independizar de sus creadores. A partir de allí las hipótesis comenzaban a divergir cubriendo todo el espectro de posibilidades desde civilizados acuerdos entre ambas partes hasta apocalípticas guerras de independencia meca, en las cuales la única sangre que corría era la de sus propios creadores. Alimentadas por estas últimas líneas de pensamiento, los movimientos robofóbicos volvieron a ponerse de moda, propagándose como una pandemia alarmista y altamente contagiosa.

    De una forma menos dramática (pero igual de preocupada) el Consejo de Seguridad de la ONU también intentaba comprender qué les había sucedido a los creadores. Tal vez no les había pasado nada en absoluto, y estaban descansando cómodamente en algún recóndito paraíso planetario mientras sus IAs y robots se tomaban el trabajo de conquistar el universo por ellos. O tal vez habían sido exterminados por sus propias creaciones. No se podía descartar ninguna posibilidad a la ligera. Sobre todo porque los humanos también habían creado poderosas IAs que comandaban enormes astronaves y legiones de robots de todo tipo que peleaban sus guerras mientras ellos se limitaban a impartir las órdenes desde la retaguardia. Y si los mecas habían logrado salirse de control al punto de volverse en contra de sus propios amos, más les valía entender cómo era que semejante cosa había llegado a suceder.

    Una vez establecidos en Eureka, los humanos comenzaron desde allí a explorar el resto de los sistemas estelares circundantes. Y resultó ser que en muchos de ellos se confirmó la presencia de otros mecas. Pero fue en un sistema en particular ubicado a 24 años luz de distancia donde se detectó una concentración de artefactos mecas mucho más significativa que en todos los demás. El mismo se encontraba regido bajo el dominio gravitacional de una única estrella de tipo enana naranja, a la cual se denominó Riddle. A su alrededor giraban cuatro planetas, dos pequeños de tipo rocoso y otros dos gigantes gaseosos, en ese orden. Su cuarto planeta, el gigante Riddle_e (bautizado posteriormente como Ofión), se encontraba relativamente mucho más apartado de su estrella que los otros tres y poseía un séquito de nada menos que 45 lunas orbitándolo, aunque solo dos de ellas tenían un tamaño respetable. El resto eran poco más que grandes rocas amorfas.

    Una cosa estaba clara: si los humanos querían seguir la pista de la civilización que había diseñado y construido aquellas máquinas, su próximo destino debía ser Riddle.

    1. Visitas inesperadas

    El día anterior Holman se había sorprendido cuando un torrente de notificaciones bombardeó de pronto su asistente personal. Mensajes de su familia, noticias periodísticas sobre acontecimientos recientes ocurridos en la Tierra, propaganda… En fin, lo de siempre, solo que no estaba programado el arribo de ninguna astronave del Correo Interestelar hasta dentro de varios días. Revisando entre las notificaciones que le acababan de llegar se enteró de que la astronave recién arribada en la cual había viajado ese paquete de datos era un acorazado de la Fuerza Espacial, más concretamente la UNS Atlantic. Había emergido al espacio convencional aquella misma tarde escoltada por dos cruceros y tres destructores. Y en su interior viajaba nada menos que la mismísima almirante en jefe de la Fuerza Espacial, la señora Xia Chang.

    Entre todos los mensajes, vio que uno de ellos era justamente una invitación de Xia para que se reunieran al día siguiente en la colonia Raynor a las 16:00 UTC. Era muy escueta y no mencionaba ningún tema a tratar en particular. Hacía ya dos meses que Holman permanecía en el planeta Oasis abocado a diferentes proyectos de ingeniería. En ese momento su lugar de residencia era la modesta base Fedorov, mientras supervisaba las mediciones de campo previas al inicio de unas obras de ampliación en su aeropuerto. Le quedaba por delante casi un mes de trabajo antes de regresar a la Tierra. Todavía tenía pendiente visitar las estaciones mineras en las lunas de Lighthouse_d y las instalaciones de la base científica Marín II emplazada en la gélida superficie de Lighthouse_e. Actividades por demás de interesantes sin duda (al menos para él), pero no por eso tenía menos ganas de regresar a casa. Sobre todo cuando veía los video-mensajes que le enviaban tanto Kat como sus hijos.

    Ahora se encontraba a bordo del transbordador que Xia había tenido la gentileza de enviar para recogerlo a él y al responsable de la base Fedorov, el coronel Muffadal Hamid. No era un gran transbordador, pero sobraba espacio para transportarlos solo a ellos dos. Incluso era demasiada máquina para ser utilizada apenas como una simple aeronave de cabotaje. Pero la jefa disponía de recursos, y no escatimaba en utilizarlos. La IA de navegación los estaba transportando sin esfuerzo a través de los 300 kilómetros que separaban la base Fedorov de la colonia Raynor. Tan solo un breve paseo de menos de media hora. Eso sí, un paseo bastante movido, como de costumbre. Y eso que la IA de navegación estaba compensando al menos en parte los embates de las turbulencias contrarrestándolas con sus propulsores secundarios. Si hubieran tenido que utilizar el sistema de transporte local, el viaje habría sido un poco más largo y muchísimo más incómodo. Echó un vistazo al exterior a través de los monitores que hacían las veces de ventanas en los transbordadores militares. A su derecha, los destellos de Lighthouse lo deslumbraban sobre el horizonte. La distorsión atmosférica amplificaba tanto el tamaño como el color de la enana roja, improvisando un espectáculo visual único.

    Faltaba poco para el aterrizaje y estaban perdiendo altura gradualmente. Las agrupaciones de nubes dispersas ya habían vuelto a quedar por sobre sus cabezas. El sol de Oasis las teñía de tonalidades que iban desde el naranja brillante, pasando por un bordó opaco hasta el gris más oscuro. Debajo ya se comenzaban a ver algunos campos cultivados. Poco a poco también fueron apareciendo algunos puestos de defensa antiaérea repletos de  amenazantes cañones y silos de lanzamiento de misiles. Amenazantes para los enemigos, reconfortantes para los seres humanos. Un poco después se pudo divisar a lo lejos la enorme silueta oscura de la factoría antimaterial, recortada contra el resplandor de Lighthouse y las nubes que lo acechaban e incluso osaban opacarlo un poco de vez en cuando. Allí se producía todo el anti-hidrógeno necesario para utilizar como combustible en los reactores que suministraban las ingentes cantidades de energía necesarias tanto para las instalaciones planetarias como para las astronaves y estaciones espaciales. Esa factoría en particular también tenía la capacidad de producir anti-uranio, el elemento más útil y costoso de todo el universo, que servía para poner en marcha los transmutadores de materia encargados de hacer que las astronaves pudieran entrar y salir del espacio alterno. Sin anti-uranio no había viajes interestelares. Así de importante era.

    Por fin aterrizaron en una de las dos pistas principales del aeropuerto. No había pasarelas de acceso, por lo que el transbordador terminó aparcando en un sector de estacionamiento y tanto Holman como el coronel Hamid debieron salir a la intemperie utilizando la escalerilla desplegada por la IA desde la compuerta de acceso. Ni bien se asomó al exterior, Holman sintió el poderoso viento cálido y húmedo que arreciaba desde el este, proveniente del interminable desierto ubicado en la zona diurna del planeta. Arrastraba consigo una sutil mezcla de perfumes florales que resultaban extraños pero agradables. Las ráfagas jugaban a su antojo con él, despeinándolo y sacudiendo los pliegues de su uniforme celeste y negro de la Fuerza Espacial. Escuchó que desde atrás Hamid protestaba:

    —Puto viento. Nunca para.

    Y era cierto. Pero también era cierto que podía ser mucho peor. Cuando venían los frentes de tormenta desde el oeste, era mejor ponerse a cubierto. En aquella dirección se encontraba el hemisferio nocturno de Oasis, dominado por glaciares ancestrales y temperaturas de menos de 100 grados bajo cero. Era a ese viento huracanado y gélido que de vez en cuando llegaba desde aquellas regiones al que en realidad había que temer. Afortunadamente disponían de un sistema de alerta temprana constituido por numerosos satélites en órbita y estaciones meteorológicas distribuidas hasta en los lugares más recónditos e inhóspitos de aquel mundo. Esto les permitía contar con un pronóstico meteorológico en tiempo real que les daba la oportunidad de tomar los recaudos necesarios como para protegerse de las tormentas más severas. Casi siempre.

    Un joven oficial de la Fuerza Espacial los estaba esperando a pocos metros del transbordador. Tenía el rostro enrojecido y bañado en sudor. Los saludó solemnemente y acto seguido los condujo por entre otras aeronaves aparcadas hasta un pequeño cuadricóptero con capacidad para cuatro pasajeros. Caminaron hasta allí ayudados desde atrás por el insistente viento y desde abajo por la cómoda gravedad planetaria, de solo 0,8g. Mientras avanzaban, atravesaron un cúmulo de insectos voladores, a los cuales intentaron espantar a los manotazos. Eran trialas: unos bichos grandes y asquerosos, un tanto molestos pero inofensivos. Aparecían cada vez que arreciaba el viento desde el infierno oriental. Más allá del sector de estacionamiento para las aeronaves se extendía la edificación del aeropuerto. Por detrás del cuadricóptero hacia el oeste se podían divisar las laderas de un sistema montañoso cercano, con sus bases sumidas en las sombras mientras que las partes más

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