La Noche en la que el Mundo Desapareció y otros Relatos
Por Ricardo Secilla
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Tres relatos de Ciencia ficción que te harán cuestionar la naturaleza de la realidad:
La noche en la que el mundo desapareció. Por alguna razón desconocida Casandra se encuentra sola en un mundo oscuro y carente de vida, pero nada es lo que parece. Pronto descubrirá que no está sola y que existen misteriosos vínculos que trascienden su realidad.
La Puerta de Candor. Un astronauta es destinado a Marte para descubrir el origen de unas inexplicables anomalías. Pero las incógnitas más oscuras no solo emergerán del planeta rojo, sino de la mujer a la que cree amar en secreto...
El síndrome de Antikythera. Una arqueóloga marina descubre un manuscrito, relacionado con el misterioso mecanismo de Antiquitera, cuyo contenido modificará lo que creemos saber sobre el origen y la historia de la humanidad.
Contenido extra:
Fragmento de “El Navegante de la eternidad”. Novela mezcla de ciencia ficción y épica que narra las aventuras de un viajero perdido en el multiverso en un mundo primitivo y hostil.
Fragmento de “Metal Oscuro: El Manuscrito del Sol Rojo”. Novela que revela el contenido del misterioso "manuscrito del Sol Rojo", un insólito texto que llegó por casualidad a manos del autor, y que aparentemente es un punto de contacto entre diferentes mundos.
“Susurros de otros Mundos”. Sinopsis de todos los relatos de esta antología creada por los miembros del equipo de coordinación de ZonaeReader.com.
“Susurros de otros Tiempos”. Sinopsis de todos los relatos de la continuación de la saga Susurros. En este caso se trata de relatos más extensos, que combinan el género fantástico con el histórico.
Ricardo Secilla
Ricardo Secilla (Córdoba, 1972), licenciado en Ciencias Biológicas. Su vida profesional ha deambulado entre la botánica, la docencia y la programación informática, aunque actualmente trabaja con sistemas de información geográfica. Onironauta y escritor ocasional, se siente especialmente interesado por temas relacionados con la mente y la conciencia, y muy particularmente con todo lo relacionado con los sueños y la inteligencia artificial.Desde Enero de 2011 es miembro integrante del equipo de coordinación de concursos literarios y moderador en ZonaEreader.com bajo el nick de Ric_S.PUBLICACIONESAntología del I Concurso de Ciencia Ficción de ZonaeReader, Luarna (2012) con el relato "La Fisura en el Espejo"Los sueños de Gaia, Grammata (2012) con el relato "Cronoinmensidad", ganador del I Concurso de Medio Ambiente de ZonaeReader.Antología del I Concurso de Terror de ZonaeReader, Wolder (2012) con el relato "La Noche en la que el mundo desapareció"Antología del II Concurso de Ciencia Ficción de ZonaeReader, Luarna (2012) con el relato "La Puerta de Candor""Susurros de Otros Mundos" obra conjunta del equipo de coordinación de ZonaeReader.com"Susurros de Otros Tiempos" segunda obra conjunta del equipo de coordinación de Zonaereader.com"El Navegante de la Eternidad", CreateSpace Independent Publishing Platform (2013)"Metal Oscuro: El Manuscrito del Sol Rojo", Independently published (2018)
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La Noche en la que el Mundo Desapareció y otros Relatos - Ricardo Secilla
LA NOCHE EN LA QUE EL MUNDO DESAPARECIÓ
Alterna la lucidez del Paraíso Con la noche profunda, plena de terrores.
Goethe
La noche profunda y eterna, siempre eterna...
Acabo de llegar a lo que parece un pequeño pueblo, pero todo permanece igual, sea cual sea mi destino invariablemente me acompañan el silencio y la oscuridad.
A pesar de que algunas luces artificiales resplandecen, sin ningún control y sin ninguna explicación, el resto del mundo está envuelto en unas profundas y desesperantes tinieblas. Pero lo peor es el cielo, este cielo oscuro en el que no se distingue absolutamente nada, ni sol, ni luna, ni estrellas, ni siquiera las estriaciones de alguna nube, por extraño que parezca no hay nubes, mirar al cielo significa enfrentarse cara a cara con el más sobrecogedor e inquietante vacío, es como contemplar una monstruosa mina a cielo abierto y sin fondo a la que a alguna deidad con un macabro sentido del humor se le hubiera ocurrido colocar bocabajo sobre la cabeza de los mortales.
A pesar de todo las luces de las farolas y las de algunas ventanas hacen de este pueblo un oasis de luz perdido en esta eterna noche.
Escribo para no enloquecer, este cuaderno y este trozo de lápiz son lo único que mantienen mi cordura, si es que alguna vez llegué a tenerla.
Hace tiempo, no podría precisar cuánto, ya que aquí no hay manera de saberlo al no existir el día ni la noche, llevaba una vida más o menos normal.
Por cierto, mi nombre era... es... Casandra, hace tanto tiempo que nadie lo pronuncia que casi he olvidado que tengo un nombre.
Cuando todo pasó tenía veintiséis años, no sé cuántos tengo ahora, las veces que he encontrado espejos en mi camino no he conseguido que mi reflejo en estos cambie, a veces creo que han transcurrido veinte o treinta años, pero cuando paso delante de uno de esos endemoniados artilugios veo el mismo rostro con el mismo maquillaje, así que tal vez solo hayan pasado unas horas, unos días...
Aún era estudiante universitaria, de física creo. Sé que con esa edad podía haber acabado la carrera algunos años antes, pero al hecho de que nunca he sido una lumbrera debéis sumar que no disponía de demasiado tiempo para estudiar, ya que tenía que trabajar para pagarme el alquiler, los estudios y algún que otro bocadillo con el que alimentarme cuando mi horario me lo permitía.
Era la noche del 20 de julio de 1991, yo trabajaba los fines de semana sirviendo copas en un pub y aquella noche, especialmente calurosa, el local estaba lleno a rebosar. A pesar de que el aparato de aire acondicionado funcionaba a la perfección estaba empapada en sudor. Aquella noche me encontraba especialmente mal, entonces se lo achaqué a la parte del ciclo menstrual en la que me encontraba, ahora no sé qué pensar.
La cuestión es que me dirigí a la parte trasera del local, donde había un servicio que solo usábamos Cati, mi compañera de trabajo, y yo. Me retoqué el maquillaje como pude frente al deteriorado espejo que colgaba torcido en una de las enmohecidas paredes y miré el reloj comprobando que eran exactamente las 00:07, así que saqué un cigarrillo con la intención de encenderlo.
En ese instante me extrañó que la atronadora música, que incluso allí podía escucharse con un volumen considerable, se detuviera repentinamente, pero no le di mayor importancia, así que volví al cigarrillo advirtiendo con una cierta frustración que mi mechero no funcionaba, por lo que después de varios intentos salí del servicio para pedirle fuego a Cati o al primer cliente que se me cruzara.
Cuando volví a la barra quedé completamente petrificada al comprobar que no había absolutamente nadie, tanto Cati como las decenas de clientes que llenaban el local hacía tan solo unos minutos habían desaparecido. A pesar de todo las luces seguían encendidas, muchas copas estaban llenas, otras en el suelo rotas donde también humeaban algunos cigarrillos. Pero lo que más me extrañó fue ver todas las prendas de vestir que se distribuían de forma más o menos azarosa por el suelo y el mobiliario del recinto.
Primero pensé que el local había sido evacuado por alguna emergencia, pero ¿qué emergencia haría necesario que los clientes se despojaran de su ropa antes de salir? Ese pensamiento me hizo llegar a la momentánea conclusión de que se trataba de algún tipo de broma muy elaborada, aunque dudaba que alguien se pudiera tomar tantas molestias solo para gastarme una broma.
Cuando salí al exterior seguí sin ver a nadie, a pesar de que el local se encontraba en una calle muy transitada, sobre todo los fines de semana por la noche.
No podía tratarse de una broma, no de semejante envergadura...
Por las aceras se distribuían aquí y allá diferentes tipos de prendas de vestir. En cuanto al tráfico rodado simplemente había quedado detenido, no había motores en marcha, solo los faros permanecían encendidos, como ojos de bestias desconocidas acechando en la oscuridad.
Miré en el interior de los vehículos que se mantenían inmóviles en mitad de la calzada con las luces encendidas y vi las ropas de sus ocupantes, pero no había el menor rastro de sus cuerpos.
Lo único que recuerdo de aquellos momentos es una frenética desesperación que me llevó a correr por las calles buscando a alguien, vi varios autobuses con el interior iluminado y que desde el exterior parecían estar vacíos, forcé la puerta de uno de ellos y entré, pero solo había ropas abandonadas sobre algunos asientos.
El auricular del teléfono de una cabina colgaba inerte sobre lo que parecía ser un vestido caído de forma descuidada en el suelo. Tomé el aparato y escuché, pero no reconocí aquel insólito sonido: una especie de zumbido muy constante, sin cambios ni alteraciones de ningún tipo. Introduje algunas monedas y pulsé el colgador para llamar a algún conocido, pero por más que lo intenté no conseguía oír nada más allá de aquel inquietante ruido.
Miré hacia el escaparate de una tienda de electrodomésticos en el que había varios aparatos de televisión encendidos que mostraban el rostro de una presentadora, pero eran imágenes completamente paralizadas, ni siquiera se apreciaba parpadeo o niebla. Algunas bandas horizontales cubrían parte de las pantallas, pero eran completamente estáticas. La sensación que recibí al mirar hacia el escaparate era la de que se trataba de una fotografía de este.
Continué corriendo por las calles mientras gritaba: ¿Hay alguien?
Pero el silencio era aterrador, insoportable, de hecho ni siquiera el eco me respondía, la sensación era espeluznante, y no mejoró cuando después de correr durante un buen rato llegué a un parque por el que pasaba a diario.
Lo que mis enrojecidos ojos contemplaron hizo que me desplomara sobre mis rodillas y que llorara como hacía años que no lo hacía: todo, absolutamente todo lo que estaba vivo se había esfumado, en lugares en los que hacía pocas horas yo misma había visto un tupido césped ahora solo podía ver tierra seca. También los arbustos habían desaparecido, sin embargo de los árboles permanecían en pie los troncos principales y las ramas más