Año/Cero

EN LAS ENTRAÑAS DEL TEMPLO SATÁNICO

Tras deambular por habitaciones y pasillos decorados a la manera victoriana, el visitante se topa de repente con una sala sin más mobiliario que la pieza estrella del edificio: un gran Baphomet de bronce con 2,5 metros de altura, flanqueado por una pareja de niños cuyas pupilas metálicas no dejan de mirar ni un instante, con sentida devoción, a la satánica imagen. Los visitantes se rinden ante la impresión que les causa este insólito conjunto escultórico. Pasan a su lado, toman fotografías, se sientan en sus rodillas, posan desenfadadamente. Hay risas, sonrisas. No falta tampoco quien experimenta cierta incomodidad. La efigie de noble aleación desconcierta. Se inspira en aquella otra mítica dibujada en papel a mediados del siglo XIX por el ocultista francés Eliphas Levi en su . Un diablo repleto de simbolismo y provocación que no espera de quien lo contempla ningún gesto de fervor piadoso. Más bien, pretende generar reflexión crítica. Porque este Satán de bronce se fabricó para servir de referente a quienes piensan que los demonios sobrenaturales no existen.

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