Yo tenía diez marinos
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Agosto de 1897, puerto de Whitby, Inglaterra. El inspector Rathbone llega con un grupo de policías, pues un barco, el Deméter, se ha estrellado contra el muelle. Con la ayuda de varios oficiales y de John, el encargado del atracadero, suben a la embarcación, encontrándola vacía, excepto por el capitán, a quien hallan muerto y atado al timón. Sus hombres descubren otro cadáver en la bodega, junto a dos extraños sarcófagos con tierra y el inspector les ordena bajar los cuerpos e inspeccionar el resto del barco, en tanto él empieza a leer la bitácora encontrada entre las ropas del comandante, descubriendo así lo sucedido en el viaje del Deméter.
Milenko Karzulovic
Milenko Karzulovic Livesey (27 de julio de 1965, Santiago de Chile). Es un músico, compositor, académico y escritor, con diplomados en guion cinematográfico, estudios en cine y un magíster en edición de libros. En el ambiente académico y musical es conocido por su texto de teoría El Libro de las Escalas, utilizado en diversas instituciones de educación superior como material de consulta y estudio y como referencia en trabajos de tesis y titulación. En las décadas de los noventa y siguiente impartió clases en universidades en las áreas de armonía, historia de la música popular, teoría musical, historia del cine y cine clásico. En la segunda década de este siglo comenzó a publicar sus escritos (todos en el género fantástico y la comedia), primero como autoediciones y en algunas revistas digitales del género fantástico. En 2018 publica con la editorial Camelot América su primera novela: El Barón de Pest, Libro primero de la saga Los Padres de la Luna Llena, siendo impreso y distribuido en España y parte de Latinoamérica. A principios de esta década Milenko Karzulovic estudia un magíster en edición y, como trabajo de grado, se embarca en la grabación y edición de una serie de audio relatos propios. Por este trabajo recibe la más alta calificación y felicitaciones, por lo que decide publicarlos, añadiendo también las versiones digitales de estos y de otros relatos, incluyendo la versión ebook de El Barón de Pest. En la actualidad Milenko Karzulovic está dedicado solamente a publicar relatos breves y a terminar la novela Puerto de sangre, todos en el género de la literatura fantástica.
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Comentarios para Yo tenía diez marinos
5 clasificaciones3 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Tan divertido y misterioso como el audiolibro. El desarrollo de la trama y de los personajes es muy cuidado y fluido, lo que permite una lectura amena y en constante suspenso. Muy bueno y recomendable.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Excelente trabajo de grabación, es muy agradable y refrescante escuchar un audiolibro de esta calidad.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Entretenidísima novela corta, con una trama de misterio y humor que se mantiene en todo el relato. Espero escuchar la versión del audiolibro y también opinar sobre esta (a ver si es mejor el ebook o el audio).
Vista previa del libro
Yo tenía diez marinos - Milenko Karzulovic
16 de agosto de 1897. Muelle de Whitby. Medianoche
Capítulo II, Bitácora del capitán
3 de agosto de 1897
Capítulo III, La travesía
4 de agosto de 1897
5 de agosto de 1897
6 de agosto de 1897
7 de agosto de 1897
8 de agosto de 1897
9 de agosto de 1897
10 de agosto de 1897
11 de agosto de 1897
11 de agosto de 1897. Noche
12 de agosto de 1897
13 de agosto de 1897
14 de agosto de 1897
15 de agosto de 1897
16 de agosto de 1897. Anochecer
Capítulo IV, El presente
16 de agosto de 1897. Muelle de Whitby. Ahora
Capítulo V, Dos horas antes
Epílogo, Muelle de Whitby. Ahora
Otras obras del autor
Capítulo I
La llegada del Deméter
16 de agosto. Muelle de Whitby. Medianoche.
El cochero gritó y sujetó con fuerza las bridas de los dos caballos, deteniendo el carruaje casi encima de la línea que separaba los adoquines de la calle, del suelo de madera del muelle, a pasos de una muchedumbre de quince o veinte que se mezclaban con la densa bruma. La portezuela se abrió en medio de los relinchos y descendió un hombre alto y delgado, cuya estampa imponía respeto e inspiraba atención; de ojos oscuros y una mirada seria que, bajo dos cejas arqueadas, parecían coincidir con la nariz grande, aunque respingada, y con un grueso bigote unido a sus patillas; vestía un impermeable Mackintosh y no llevaba sombrero, lo que era poco usual en una noche tan fría. En tanto varios policías bajaban del mismo coche, se oyeron dos disparos lejanos, lo que provocó el sobresalto de muchos de los presentes.
—¡Truenos sobre la niebla! —gritó el recién llegado—. ¡Nada de qué preocuparse!
—Si esos son truenos, yo soy Victoria —exclamó una mujer, a unos pasos del hombre. Era joven y de buena apariencia y bonitas facciones, aunque su ropa se notaba gastada y remendada—. Y no son los primeros que escuchamos.
—Señora, soy el inspector Rathbone. ¿Estaba usted aquí cuando…?
—Sí, estaba paseando —dijo la mujer, cruzando los brazos y ajustándose un chal sobre la espalda—. Bueno, usted no es tonto y sabe a qué me refiero; los marinos son buenos clientes y…
—No se preocupe, madame. Solo dígame lo que vio.
—¿Ver? No vi nada. Con esta niebla, nadie vio nada. Pero sí escuché. Primero el estruendo, enorme, como un trueno y el choque de un tren, juntos. Seguido de un crujido largo y fuerte, de madera y hierro contra madera y hierro. Poco después hubo dos truenos, como los llama usted, iguales a los de recién, y casi de inmediato…
La mujer calló por un instante y se persignó, antes de continuar.
—Le juro que nunca escuché algo como eso; fueron los aullidos de un animal, de algo fuera de este mundo. Dos aúllos oscuros y rasgados, como si a alguien le desollasen de alma y piel. A pesar de que fue breve, debí tapar mis oídos y…
—Es verdad —interrumpió otra mujer, que se acercó—. Yo también los oí. Era el demonio que de seguro venía en la embarcación que se estrelló. O dos demonios. Por eso nadie se acercó hasta que llegaron ustedes. Hay algo ahí.
El inspector giró la vista hacia la neblina y sonrió, en tanto extraía una cigarrera de su bolsillo.
—Señoras, agradezco su enorme colaboración. Ahora les pediré que se mantengan…
—¡Miren ahí! —exclamó la segunda mujer, indicando con su brazo hacia la bruma que envolvía el atracadero y desde la que empezaba a surgir una silueta. Todos los ahí presentes fueron callando los murmullos y cambiando la vista hacia la figura, hasta que esta se plantó frente a Rathbone. Llevaba impermeable con la capucha arriba, lo que dejaba entre sombras sus facciones, aunque sí se notaba que rondaba los cincuenta años, además de una altura similar a la del oficial de policía. Al llegar ante el inspector y sus hombres les saludó con un movimiento de cabeza y se presentó simplemente como John, el encargado de vigilar el atracadero esa noche.
—Muy bien, relátenos lo que sabe —le indicó el inspector al recién llegado, encendiendo un cigarrillo. El hombre se encogió de hombros y le dijo que no era mucho; que la goleta había aparecido de la nada, con todas sus velas izadas y sin intención de disminuir su velocidad, incrustándose en el muelle y rompiendo las defensas, además de dos de las pasarelas laterales e incluso varios bolardos. También relató que había gritado varias veces hacia el interior de la embarcación, sin respuesta. El inspector y un par de policías a su lado se miraron sin decir palabra y, tras unos segundos, el marino miró hacia la neblina que ocultaba el muelle y les indicó que lo siguieran, al tiempo que un enorme carruaje policial arribaba al lugar, entre relinchos y crujidos.
—¡Sargento Fincher!
—¡Señor!
—Usted distribuya a los que llegan, formen un perímetro y no dejen pasar a nadie. Ustedes dos —indicó Rathbone a los otros policías que habían llegado con él, realizando un ademán con una mano —, traigan un par de lámparas y acompáñenme.
Entonces el marinero comenzó a avanzar por el muelle, seguido por el inspector y los dos policías. Lo hacía acomodándose el impermeable y dando miradas hacia atrás, como si quisiera confirmar que quienes le seguían continuaban a su espalda. Luego de algunos pasos apuntó con su brazo hacia el frente, a la ingente silueta que empezaba a dibujarse en la neblina; primero un mástil, luego parte de una vela, después el mascarón de proa, incrustado entre los maderos del muelle, y el resto de la goleta. Inclinada casi en un ángulo de setenta grados, repleta de la densa bruma y meciéndose con suavidad, con las velas blancas latiendo al lento compás de la brisa y