Es una madrugada templada en la costa de Motril, Granada. La noche del 23 de mayo de 1938 parece tranquila desde el fortín de la Carchuna. Emplazada en la misma línea de costa, entre Motril y Calahonda, esta fortificación se había construido en el siglo xviii para dar protección a esa zona del litoral. Desde el inicio de la guerra civil se reconvirtió en un presidio amurallado para prisioneros de guerra. Entre sus muros se hallaban retenidos 308 prisioneros del bando republicano, en su mayoría asturianos capturados tras la caída del frente del norte. Realizaban trabajos forzados de acondicionamiento de instalaciones militares y construcción de una pista de aterrizaje destinada a una escuadrilla de la Legión Cóndor. La Carchuna ocupaba un lugar estratégico no solo respecto a la vigilancia marítima, también se encontraba a pocos kilómetros de las líneas republicanas, casi inalteradas desde los primeros meses de la contienda en esa zona del frente.
Esa misma estabilidad entre líneas había permitido cierta tranquilidad a los responsables militares que custodiaban la fortificación. Un exceso de confianza del que se aprovecharían los Niños de la Noche.
PRIMERA FUGA
Esta historia sorprendente comienza cuatro días antes de la fecha del asalto. En la noche