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Barbanegra y Libertad: Los Viajes del Venganza de la Reina Anne
Barbanegra y Libertad: Los Viajes del Venganza de la Reina Anne
Barbanegra y Libertad: Los Viajes del Venganza de la Reina Anne
Libro electrónico558 páginas7 horas

Barbanegra y Libertad: Los Viajes del Venganza de la Reina Anne

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La fantasía se encuentra con la historia y zarpan en este cuento alternativo sobre cómo Barbanegra llegó a ser el azote de los mares. "¡Piratas del Caribe conoce a Indiana Jones!" - James

¿Qué harías por tu Libertad?

¿Robar?
¿Matar?
¿Morir?

Para Edward Thatch, no se cuestiona hasta qué profundidades llegará por su Libertad.
 

"Me mantuvo pasando página tras página para ver qué iba a pasar".

- Teressa J Betts

Edward no sabía que había comprado un antiguo barco pirata y, cuando el capitán de la marina Isaac Smith amenazó con quitárselo, junto con su libertad, resolvió el asunto con sus propias manos.

La acción de Edward lo envía a él y a su mejor amigo Henry Morgan a huir de la ley en una aventura a través del histórico Mar Caribe y América Latina. Los dos tendrán que luchar no solo para conservar sus vidas, sino también su libertad, durante la llamada "Edad de Oro de la Piratería".

Edward también descubre que la mitad de la nave que compró está bloqueada y, en su lugar, hay acertijos y pistas dejados por el propietario anterior. Edward y su equipo deben resolver los enigmas, seguir las pistas y enfrentarse a las pruebas de la vida y la muerte, antes de poder reclamar las llaves del resto de su nave. Todo mientras tienen a cierto capitán de la marina respirando sobre sus cuellos y teniéndolos en la mira.

¿Podrán Edward y Henry aferrarse a la vida que se les ha impuesto? o ¿se estrellarán contra las rocas de su desgracia? ¡Contempla cómo el pirata Barbanegra llegó a ser el azote del Mar Caribe y más allá! ¡Síguelo en sus fantásticas aventuras llenas de piratas, corsarios y todo aquello que se encuentra en medio de Los Viajes del Venganza de la Reina Anne!

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento4 jun 2019
ISBN9781547590681
Barbanegra y Libertad: Los Viajes del Venganza de la Reina Anne

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    Barbanegra y Libertad - Jeremy McLean

    1. Edward Thatch

    El agua salada y el sudor se mezclaban mientras escurrían por la frente de Edward. Las gotas bajaban por su mejilla y caían en sus labios, dejando un repugnante sabor. Pero, no era el incesante calor lo que lo tenía sudando tanto. No, eran los 20 soldados uniformados de azul marino que le estaban apuntando. Mantuvo su mano firme sobre esa Flintlock que tenía contra la cabeza del capitán.

    Oh, padre ¿qué estoy haciendo?

    Piensa en lo que estás haciendo, muchacho. Al modo en que vas no conseguirás tu libertad. Podemos negociar ahora. Tienes una decisión que tomar: una conduce a una vida feliz... y la otra no termina bien.

    No... no, yo seré libre. Y no dejaré que te interpongas en mi camino. Es muy tarde para decisiones.

    Edward golpeó el arma contra la cabeza del capitán, en su mente estaba claro lo que debía hacer. Escuchen con atención, exclamó para que todos lo oyeran, porque lo diré solo una vez.

    Cinco horas antes.

    Edward Thatch aspiró profundamente, inhalando completamente la esencia de esa salada brisa que tanto amaba. Contuvo el aliento por más tiempo de lo normal, como un celoso amante que podría perder su amada en cualquier momento. Tenía que soltarlo, pero, con un respiro más, repitió la escena.

    No se siente del todo real, ¿verdad? Un hombre se aproximó a Edward y puso su mano en su hombre. Se trataba de Henry Morgan, un galés de tercera generación y su mejor amigo.

    Henry no era tan alto como Edward, pero daba el ancho de manera imponente. Tenía una cola de caballo en su lacio y castaño cabello y sus mangas remangadas mostraban su tono de granjero. 

    Bueno, solo han pasado unos días desde que iniciamos la caza. Respondió Edward. Cualquier hombre se arrastraría por volver a tierra después de tanto cielo.

    Henry rió con vigor. Lo necesitamos en la nave, capitán.

    Edward sonrió. Me conoces, Henry. No me puedes alejar de esta belleza y menos con una pistola cargada.

    Edward y Henry observaban a la tripulación de la nave llamada Libertad desde la popa elevada. Los hombres se movían de un lado a otro realizando diferentes tareas en el navío.

    Sobre la popa había varios arreglando las velas y aparejos. Sobre el alcázar, el timonel se concentraba en los cambios sobre el cielo y el océano, apoyado por un grumete. Sobre la cubierta principal, unos checaban el mástil principal mientras otros limpiaban.

    A pesar de lo extraña que fue la venta de la nave con Benjamin Hornigold Henry dijo, con sus ojos recorriendo el suelo ...es un buen barco

    Edward se encogió de hombros. No hablemos del incidente de nuevo. Se me revuelve el estómago con solo escuchar su nombre.

    Vamos, no consigues un buque de guerra todos los días mientras estás hundido en whiskey. Le dio una palmada en la espalda a Edward mientras reía.

    Sí... pero, estamos tratando de ser balleneros y no necesi— Un grito a la orilla del barco detuvo a Edward y llamó su atención.

    Tú, paliducho ratero. Tomaste mi dinero, sé que lo hiciste Sam le gritoneaba a otro tripulante en la cubierta.

    Samuel Bellamy, el aparente agresor, era un jóven de alrededor de un metro con sesenta de altura, pero, como todo un inglés, actuó como si midiera seis metros. A pesar de su atractivo, que sin duda atraía muchas miradas, había algo de oscuridad en sus ojos.

    Yo no te quité nada. Gritó de vuelta el otro sujeto. ¿Pór qué no buscas de nuevo? Todo ese cabello ni te deja ver.

    ¡Deja de mentir y dame mi dinero! Sam se apresuró contra el sujeto y lo empujó, dejándolo colgado contra la barandilla.

    Esto no acabará bien, pensó Edward, mientras se dirigía a la orilla del barco. Henry se quedó a unos pasos de él.

    Los otros miembros de la tripulación se reunieron alrededor, esperando una pelea. El acusado de robo empujó de vuelta a Sam y mientras caminaban en círculos, la tripulación los ovacionaba. Edward empujaba entre la multitud. Sam lanzó el primer golpe directo a la cara del otro sujeto, quien respondió con un gancho a su barbilla.

    La cabeza de Sam rebotó hacia atrás, pero, no parecía aturdido por el impacto. Se dibujó una maliciosa sonrisa en su cara y sus ojos brillaron, era como si lo disfrutara. Se lanzó cual bala de cañon contra el torso del tipo, seguido de un derechazo contra su quijada. El tripulante cayó inconsciente, pero, Sam seguía golpeándolo. Edward aún no llegaba hasta ellos.

    William, el contramaestre, saltó desde el mástil principal y se deslizó por una cuerda hasta la cubierta. Tomó a Sam del hombro, lo cargo sobre su espalda y lo ató sobre la cubierta.

    William era muy Maduro, a pesar de ser muy joven. Parecía no haber expresión en su semblante y parecía incapaz de sonreír. Podía congraciar con cualquiera sobre ese barco, pero, observando más de cerca, se podía distinguir a un hombre más perspicaz y fuerte que el resto.

    Sam se retorcía y quejaba, pero, no le era posible escapar de William. Edward, una vez en el centro de todos, gritó, déjalo ir, William. William se puso de pie mientras Henry empujaba entre la multitud para llegar al frente.

    Henry observó molesto al abatido tripulante y a Sam, quien ahora se encontraba de rodillas. ¡Desgraciado!. Levantó de Nuevo a Sam con un golpe.

    Edward se interpuso entre Sam y Henry. ¡Henry, detente! ¡No toleraré más peleas sobre mi barco!. Señaló al tripulante inconsciente. Alguien ayude a ese pobre diablo. Entre dos tripulantes se lo llevaron de cubierta.

    Edward caminó hacia Sam, con ojos como dagas observándolo tendido en cubierta. Su mirada parecía contener un poder más grande que el golpe de Henry.

    Otro incidente como este... y te largas de mi nave, y tal vez ni siquiera espere a que estemos en puerto. Exclamó.

    ¡Esa rata infeliz robó mi dinero, lo sé!.

    Edward se arrodilló y se inclinó hacia Sam. Henry y William permanecieron al lado de él. Interrogaremos al sujeto cuando se encuentre bien, pero, mi advertencia permanece. No te meterás en más peleas, ¿entendido?.

    Sam intentaba verlo a la cara, pero, la intensidad de su mirada le hizo voltear a otro lado. Está bien, jefe.

    ¿Qué fue eso?

    Capitán, respondió Sam con énfasis.

    Edward le extendió su mano, pero, Sam lo ignoró, se puso solo de pie y se alejó.

    Edward vio a Sam yéndose. Entonces volteó hacia sus oficiales y tripulación. Vuelvan a trabajar, ordenó.

    La tripulación asumió sus deberes, llevando en mente quien era su capitán. Aparte, tenían en cuenta que debían alejarse de Sam.

    Edward volteó hacia Henry y William. William, mantén vigilado a Sam, no quiero que cause más problemas. Detenlo a la primera señal.

    William saludó de manera muy seria, Sí, capitán. Estaba por voltear con la orden en mente cuando algo llamó su atención. Capitán, se aproxima una tormenta. Debemos alertar al timonel. Exclamó con su acento perfecto, todo lo contrario a Sam.

    Edward contempló el cielo. Por el este, las nubes ya eran prácticamente negras y dispersas con señales de lluvia. ¡Todo a estribor! ordenó. Mantengan la nave con el viento. ¡No queremos estar aquí cuando eso llegue!.

    Henry detuvo a Edward antes de que se dirigiera a ayudar.  Nunca escaparemos si no soltamos la vela principal.

    Edward se quedó viendo al mástil y la vela que mencionaba Henry. Había permanecido en su lugar desde que adquirió el barco y si le intentaban buscar razón a eso, era inútil hacerlo.

    Jamás había visto una tormenta tan repentina sin avisar... Henry tiene razón, este barco es muy lento solamente con dos velas.

    ¡Necesito cinco manos fuertes conmigo, ahora! Tan pronto se dió la orden, Sam, Henry y William se le unieron de camino a la proa. "Desplegaremos esta vela de una forma u otra. Nuestras vidas dependen de ello. Debemos encontrar que la atora y liberarla. ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡No hay tiempo que perder.

    La oscuridad descendía sobre ellos mientras la esencia del mar se desvanecía y la lluvia se aproximaba.

    Un grupo de marinos inspeccionaba los aparejos y trepaban las velas mediante cuerdas. Checaban los amarres, tirando y desenredando cualquier cosa que la sostuviera. Antes de obtener algún progreso, comenzó la lluvia. Todos sabían lo que eso significaba y todos trabajaban en conjunto para completar la tarea. Algunos de los que quedaban sacaron los remos intentando que el barco fuera más rápido.

    Sam se encontraba a la mitad el mástil checando el aparejo cuando gritó,  ¡Lo encontré!, señalando exaltado el punto donde la cuerda se atoraba en un trozo salido de metal. ¡Necesito un chuchillo!. Alguien sobre la proa lo escuchó y le  lanzó uno pequeño. Usó el cuchillo como palanca para destrabar la cuerda. Seguía intentándolo mientras la tormenta empeoraba y el viento resoplaba. Lentamente el metal se destrabó de la madera. Los minutos eran horas mientras la tormenta era cada vez más fuerte. Edward y la tripulación observaban como sus vidas dependían de alguien casi mata a un compañero hace unos minutos.

    Con un tirón final, el trozo de metal salió volando sobre la cubierta. Entre varios hombres desataron las velas restantes.

    La tripulación del Libertad comenzó a festejar, pero esa ovación de victoria pronto se apagó en cada una de sus gargantas. Pintada en la vela principal había una calavera negra con dos huesos cruzados debajo de ella. Un relámpago iluminó el cielo y le siguió un trueno. El asombro y desconcierto se propagaban entre la tripulación. Jolly Roger el símbolo pirata estaba impreso en la vela.

    Edward no podía creer lo que veía. Se sintió enfermo y su sudor se mezclaba sobre su cara con la lluvia. Se quedó paralizado cual estatua. ¿Qué hace eso en mi barco?

    ¡No hay tiempo de preocuparse por eso ahora, Ed!. Gritó Henry. ¡Contrólate!.

    Edward parpadeó recuperando la cordura. Tienes... tienes razón, debemos apresurarnos. Edward corrió a la orilla de la proa. Guarden esos remos, pronto iremos tan rápido que no nos serán útiles. Un tripulante asintió con la cabeza  y confirmó la orden antes de pasarla a los demás. Esta tormenta no nos vencerá, caballeros, ¡Somos navegantes, no cobardes marineros de agua dulce!.

    Edward se les unió para recoger y asegurar los remos. No teman, caballeros, esta tormenta no puede con nosotros.

    La tripulación corría de aquí para allá asegurando las velas y el barco contra el intenso viento. Edward se mantuvo al margen de la tarea con los demás tripulantes hasta que sus brazos y piernas ardían de cansancio.

    Después de lo que parecían horas, el viento y la lluvia se habían intensificado y Edward sabía por enseñanzas de su padre, que, se encontraban en un punto crítico. Si las velas se encontraban izadas, el barco podría ser impulsado en la dirección incorrecta.

    ¡Aseguren esas velas antes de que el viento cambie!. Edward gritó mientras se dirigía al mástil principal. Él junto con otros tripulantes se apresuraron a subir las velas. La lluvia había puesto resbalosas las cuerdas y más difíciles de manejar.

    Edward tiró de los aparejos con todas sus fuerzas. Sus brazos ardían por el esfuerzo. La rasposa cuerda se encajaba entre sus manos, pero, él apretaba sus dientes para ignorar el dolor.

    Edward terminó de subir la vela de popa, pero, notó que la tripulación continuaba con esfuerzo con la vela principal. ¡Dejen esa vela!. Miró más allá de las velas, más allá de la proa y vio algo más impactante que el símbolo pirata.

    Un barco se aproximaba al Libertad.

    Sacó un telescopio de su abrigo y observó a través de él. Al juzgar por el tamaño de la nave, debía ser parecida al Libertad. Era un buque marino y, a diferencia del Libertad, estaba equipado con cañones. El nombre se encontraba en un costado, era el H.M.S. Pearl.

    Giró sobre sus talones y exclamó, ¡Todos dejen lo que están haciendo y levanten sus manos. Se aproxima un buque por la proa! Alguien tráigame algo blanco atado a un palo.

    En un frenético ataque, la tripulación recogió las velas y un grumete le llevó a Edward una playera blanca atada a un palo. Corrió a la cubierta principal y la empezó a agitar en dirección del buque que se aproximaba. Todos hicieron como se les ordenó y levantaron las manos. Henry ya había llegado a la cubierta, listo para lo inevitable. Sam estaba tratando de esconderse detrás de otros, aún con sus manos levantadas. William también intentaba esconderse, pero, hacía un mejor trabajo que Sam. Edward siguió agitando el palo mientras el buque de la marina se detenía a su lado. Dejó caer la pértiga y bajó a la cubierta principal para unirse a Henry. Abrió una bisagra en la barandilla de la nave para permitir que se colocara una pasarela, para que los oficiales de la marina abordaran. Luego retrocedió y levantó las manos.

    Saldremos de esto. Tienen que creernos...

    Los marines ataron los barcos con ganchos y extendieron pasarelas sobre el agua. Los oficiales y guardias abordaron con los mosquetes en alto. Su líder era un hombre de no más de la estatura promedio, sin embargo, se comportaba con la gracia de un león al acecho. Tenía el rostro bien afeitado y su uniforme revelaba que era un capitán militar consumado.

    ¿Quién es tu capitán? Miró a su alrededor a la tripulación harapienta, que estaba estática en poses de rendición. ¿Podrían bajar las manos? Ya perdieron toda credibilidad como amenaza. Todos obedecieron. Ahora, ¿cuál de ustedes es el capitán de esta nave? ¡Habla!.

    Soy yo... señor. Edward dio un paso adelante.

    El comandante de la marina miró a Edward de arriba abajo. Edward era mucho más alto e imponente que el capitán, medía un metro con ochenta y ocho, pero, el marino endurecido por la batalla no parecía sorprendido. Una sonrisa se dibujó en su rostro y luego desapareció. Tienes un buen barco para ser un pirata.

    ¡No somos piratas! Henry gritó por atrás de Edward.

    No me dirigí a ti, chico de la pólvora.

    Edward volteó hacia Henry. Henry, puedo manejar esto. Henry frunció la boca e hizo lo posible por estar al margen.

    Tu hombre dice que no eres pirata, pero, tienes la marca de ellos en tu vela. Eres dueño de un buque de guerra de clase alta, y claramente no eres un infante de marina ni algún mercader que haya visto nunca. Si no eres pirata, y esta nave no es robada, entonces debo ser el hijo de Davy Jones. Los hombres del capitán se rieron.

    ¡Te dije que no somos piratas!, gritó Henry. Somos balleneros. Esto es un malentendido. ¡Edward adquirió este barco con todas las de la ley!.

    El comandante señaló a uno de sus hombres. El marine se acercó y golpeó con su mosquete a Henry en la cara, derribándolo en cubierta. "¡Henry!"  Edward luchó por resistir el impulso ayudar a su amigo, y luchó por controlar su ira y su pánico. ¡Maldita sea! ¿Cómo saldremos de esto?

    Ordena a tus hombres que lo atiendan, ordenó el capitán.

    Edward se dirigió a algunos de sus tripulantes. Lo escuchaste, llévalo abajo. Entonces, lo miró de frente a los ojos. A pesar del arrebato de mi amigo, su palabra es cierta. No somos piratas y compramos este barco de manera justa.

    ¿Puedes presentar papeles de venta o título de propiedad para probar lo que afirma tu hombre?.

    Edward sintió que su estómago se revolvía. N-no. El dueño anterior se olvidó de confiarme los papeles.

    Por supuesto que lo hizo. El capitán miró por encima del hombro a sus hombres y sonrió.

    La venta se realizó hace unas semanas, si vuelve con nosotros a Badobos, estoy seguro de que podemos encontrarlo para corroborar mi historia. Se llama Benjamin Hornigold.

    Ante la mención del nombre de Hornigold, los ojos del capitán se abrieron y casi se va de espalda. ¿Me tomas por tonto?

    Edward se sorprendió y trató de tartamudear una respuesta, pero no pudo pensar en ninguna.

    Soy el capitán Isaac Smith, de la Royal Navy, y por este medio estoy tomando el control de este barco. Todos serán llevados a Clarendon Parish, donde serán encarcelados hasta su juicio.

    ¡Juicio! ¡No hemos hecho nada! Somos simples balleneros. Mire nuestro equipo, mírenos, no somos piratas. Mi nombre es Edward Thatch. Yo... Fui criado en Badobos por la familia Hughes. Puedes preguntarles sobre eso. Edward odiaba mostrar el nombre de su familia adoptiva, pero se sintió abrumado por la desesperación.

    Guárdate eso, pirata. Nos dirigimos a tu perdición. Es obvio que intentaste evadir un combate y recibiste daños en la tormenta.

    ¿Siquiera estás escuchando? Vivimos en Badobos unos días al suroeste de aquí. Acabo de comprar este barco y ni siquiera sabía de la vela.

    Suficientes excusas. Su historia es tan ilusa como el título de propiedad que parece haber perdido. Estoy reclamando su nave como mía. Será juzgado y ejecutado en un tribunal de justicia, que es más de lo que merece.

    La mente de Edward se aceleró. ¿Ejecutado?... No puedo morir, no ahora, no así!

    El capitán Smith se volvió e hizo un gesto a dos de sus hombres, quienes caminaron hacia Edward, enfundando sus armas y sacando los grilletes. Notó una pistola en el cinturón del capitán. No somos piratas. ¡No merecemos ser tratados así! ¡No voy a dejar que se salga con la suya! Edward sujetó a Smith con su brazo, sacó su arma de la funda y la apuntó a su sien. ¡Nadie se mueve o dispararé!

    Todos los marines apuntaron sus armas a Edward mientras su tripulación observaba con horror. ¡Suelten sus armas, tontos! ordenó Smith. Hagan lo que dice.

    Caminó hacia atrás con Smith a cuestas, con el codo apretado alrededor del cuello del capitán. Sentía que debería estar respirando más agitado, pero, su respiración era estable, de hecho, tranquila.

    Ahora tienes mi atención, muchacho, pero, no te está favoreciendo, dijo Smith, con las manos levantadas para calmar a sus hombres. Si no querías que pensáramos que eran piratas, estás haciendo un pésimo trabajo.

    ¡Calla!. Edward miró rápidamente a los marines frente a él. Pensó en sus opciones y llegó a una sola conclusión. ¿Sam?. Llamó Eduard.

    ¿Sí?. Sam estaba a solo unos metros de distancia.

    Edward empujó a Smith hacia adelante, pero mantuvo la pistola enfocada en él. Ata los brazos y pies del capitán, ordenó Edward.

    Sam siguió la orden sin preguntar. Agarró una cuerda de repuesto del pie de uno de los mástiles y  ató los brazos de Smith a su espalda con un nudo de esposas. Tenía una sonrisa maliciosa mientras hacía que el capitán se arrodillara, luego usó la holgura del nudo de las esposas para atar los pies de Smith a sus manos. Cuanto más tiraba Smith contra los nudos, más se apretaban.

    Piensa en lo que estás haciendo, muchacho. A como vas, no conseguirás tu libertad, Smith susurró con una pausa para que Edward considerara sus palabras. Edward levantó la pistola en respuesta. Podemos negociar ahora. Debes tomar una decisión: una puede llevar a una vida feliz... y la otra no termina bien.

    Es demasiado tarde para tomar decisiones, pensó Edward antes de hacer eco de las palabras en el oído de Smith.

    Escucha con atención, dijo Edward en voz alta para que todos lo escucharan. porque solo voy a decir esto una vez. Deja caer tus mosquetes, pistolas y otros equipos cerca del mástil y luego regresa a la barandilla de estribor con las manos detrás de la espalda.

    Los marines parecían no estar seguros de qué hacer, pero fueron rápidos en reaccionar. Siguieron su orden de inmediato, mirando con ansiedad a su capitán.

    La tripulación de Edward miró con atención absorta mientras los soldados entregaban sus armas y equipo sin un murmullo. Le tenían miedo, podía sentirlo; él, el hombre que no hacía dos semanas  los había conocido.

    Tomen sus armas, hombres. Los ojos de la tripulación pasaron de Edward a las armas como si no supieran lo que eran. ¡Háganlo!, gritó. Ellos obedecieron. Luego, se dirigió a Smith: Ahora ordena a tu tripulación que recoja toda la comida, los suministros y las armas a bordo de tu barco y tráelos aquí.

    Edward sabía que estaba tentando su suerte, la tripulación de la marina parecía insegura, incluso ofendida, pero afortunadamente Smith ejerció su propio orden. Háganlo, ordenó.

    Deja suficiente comida para que puedan volver a puerto.

    Algunos miembros de la tripulación de Edward apuntaron los mosquetes a los marines y otros los sostuvieron como objetos extraños, sucios y desagradables en sus manos.

    Esto no funcionará, susurró Smith. Mis hombres publicarán tu retrato en todos los puertos de aquí a las Bahamas el próximo mes. ¡Piensa en esto! Te otorgaré una ventaja si detienes esta locura ahora mismo.

    ¿Así como nos ibas a dar una antes? ¡Ja!

    Unos minutos más tarde, los marines regresaron con bolsas y barriles llenos de suministros: espadas, mosquetes, pistolas, algunos rifles y barriles de pólvora. También tenían más especias y alimentos de lo necesario para un viaje corto en un barco pequeño. Los dejaron caer en el centro del Libertad y regresaron a los rieles de estribor, esperando las siguientes órdenes de Edward.

    Ahora dile a tus hombres que vayan al sur hasta que nos hayan perdido de vista. Sus vidas dependen de eso. Soy un pirata mortal, ¿recuerdas? No sabes de lo que soy capaz. ¿Por qué es mi voz tan tranquila? ¡Aunque mi corazón esté a punto de explotar!

    Smith examinó al hombre frente a él una vez más, como si estuviera reevaluando su primera impresión de Edward. Hombres, quiero que naveguen lejos de aquí, ordenó Smith. Naveguen hasta que no puedan ver más este barco...

    Pero, Capitán—

    No te preocupes, estaré bien. Estos hombres son balleneros, ¿Recuerdas? Cuando sus hombres se iban, él murmuró a Edward: Te haré pagar por esta humillación, Thatch.

    Ya lo veremos, ¿no? Soy un hombre muerto.

    La tripulación de la marina volvió a colocar las pasarelas hacia su propio barco, cortó los ganchos y soltaron sus velas. La nave enemiga se dirigió hacia el sur, frenada por el viento contra ellos.

    Edward gritó: ¡Hombres, quiero que se desplieguen esas velas y pongan este barco en marcha! Nadie se movió. ¡Es una orden! Los que tenían armas las dejaron donde estaban y se pusieron a trabajar para desplegar las velas nuevamente. La nave se movió rápido con el viento, y en poco tiempo los marines se perdieron de vista. Edward tomó el brazo de Smith y lo arrastró hacia un lado de la nave. Sacó un cuchillo de su bolsillo y cortó las cuerdas que lo sujetaban, luego retrocedió unos pasos. Después de que Smith se levantó, Edward le apuntó con la pistola. Ahora salta.

    La cara de Smith se congeló de asombro. ¡No puedes hablar en serio! Miró el agua, luego a Edward, luego a algunos miembros de la tripulación que se quedaron mirando.

    Edward no bajó la pistola ni un centímetro. lárgate de mi nave.

    Smith subió lentamente por el lado de babor de la nave. No puedes esconderte de mí, Thatch. El hedor de un pirata te envuelve. Nos encontraremos de nuevo y los papeles se invertirán. Smith escupió en la nave de Edward como un último acto de desprecio antes de que saltara del costado.

    Edward y la tripulación observaron cómo el marine hacía todo lo posible por mantenerse a flote. "¡Lancen una tabla! Ordenó Edward. Un grumete obedeció. Smith la tomó y flotó allí, donde las olas lo empujaban de arriba hacia abajo.

    Edward y su equipo siguieron mirando al capitán de la marina hasta que su diminuta y ondulante silueta no pudo verse más.

    ¿Qué he hecho?.

    2. Motín

    Henry se sentó junto a los hombres en el muelle, con sus piernas colgando sobre el agua mientras miraban el océano. Se sentaron en silencio a ver la puesta de sol, sería la última que verían juntos.

    Hagamos una promesa dijo Robert Maynard.

    Robert estaba en medio, con Henry a la izquierda y Edward a la derecha. Era más joven y más bajo que ellos. Tenía cabello rizado con un tenue tono rubio y una sonrisa que cautivaba a las mujeres y era la envidia de los hombres.

    Hay que prometer que nos encontraremos de nuevo cuando hallamos realizado nuestros sueños y tengamos algo que presumir de ellos. Nos reuniremos ya sea aquí en Badobos o en el mar abierto. Volteó hacia sus altos amigos y puso una mano en el hombre de cada uno.

    Henry miró a Robert y Edward, sonriendo a ambos. Prometido, respondieron al mismo tiempo.

    ...

    Henry despertó de golpe. Aspiró profundamente por la boca; el dolor en la nariz era penetrante.  El techo de tablones de la cabina de la tripulación y las hamacas se agitaban, pero podía ver a Edward y otros dos miembros de la tripulación. Estaban discutiendo sobre algo.

    ¿Pueden callarse todos? El diablo me taladra el cerebro.

    Edward se volvió hacia Henry y le mostró una pequeña sonrisa. Luego, volvió a dirigirse a los otros miembros de la tripulación. Discutiremos esto más tarde. Los hombres sacudieron la cabeza y abandonaron la habitación.

    Henry se apoyó en los codos para poder ver todo. ¿Qué pasó? ¿Convenciste al capitán de que éramos balleneros?

    Sí, sobre eso...

    Edward describió lo que había sucedido. Mientras escuchaba, la expresión de Henry cambió de interés a shock, luego, a disgusto y finalmente a ira.

    ¿En qué diablos estabas pensando, Edward? ¿Tú... le apuntaste con un arma a un oficial de la marina? ¡Estás demente!

    ¡No estoy loco! ¡Cualquier hombre hubiera hecho lo mismo! argumentó. Él no escuchaba razones; hice lo que tenía que hacer para asegurar las vidas de la tripulación... ¡Tu vida!, dijo, señalando a su amigo. Henry suspiró mientras deslizaba sus dedos por su cabello. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿A dónde vamos? ¿A dónde podemos ir? Por lo que nos dijo el capitán de la marina, se asegurará de que te vuelvas infame antes de tocar puerto.

    Sí, y al juzgar por su carácter, embellecerá la historia y nos pondrá como los verdaderos villanos para cubrir su error.

    Probablemente dirá que éramos los mismísimos hijos del diablo y usamos nuestros poderes mortales para obligar a él y a sus hombres a cumplir nuestras órdenes. Edward y Henry compartieron una sonrisa perversa.

    Edward miró por encima del hombro y notó que su intendente, John, temblaba al pasar. Era un hombre algo regordete, de ese tipo que había visto acción en sus años de gloria para luego tenderse sobre laureles durante demasiado tiempo.

    John, dijo Edward, y el hombre mayor se sobresaltó. Eres justo el hombre con el que tenemos que hablar, ven, ordenó Edward. John se arrastró hacia Edward y Henry, ajustando nerviosamente sus gafas redondeadas. ¿Tienes alguna idea de a dónde podríamos escapar después de este desagradable escenario?

    Edward y Henry esperaron la respuesta de su intendente, aunque parecía estar a punto de desmoronarse debido a la interrogante. John miró de un lado a otro, como si estuviera a punta de pistola. Yo... yo... no sé de ningún lado, Edward. Estaba casi encogido de miedo mientras respondía. Se pasó una mano temblorosa por su cabello grisáceo.

    Edward miró a Henry y luego a John. John, ¿qué pasa? No me estás viendo a los ojos.

    No es nada, dijo John, aun viendo hacia abajo.

    No, por favor, John. Eres de Badobos; nos conoces. Sabes que puedes decirnos lo que sea, le aseguró Henry al hombre.

    John entró en confianza con las palabras tranquilizadoras de Henry, luego se concentró en Edward. Cu-cuando tenías al marine rehén, ha-había algo en tus ojos. Eran oscuros como los del diablo, y tenías una sonrisa en tu cara, como si todo fuera una broma. Los hombres dicen que parecía que te lo disfrutabas.

    ¿Qué? Creo que recordaría si sonreía. No recuerdo haber hecho eso. ¿Por qué sonreiría? ¡No sonreí!

    Ed, cálmate. Sabemos que no harías eso. Probablemente están equivocados. ¿Verdad, John?

    John miró a Edward y luego a Henry. S-sí... Deben haber estado viendo cosas, Edward.

    Sí... eso debió ser. Bueno, dijo Henry, tratando de menguar la tensión, esto aún deja abierta la cuestión sobre dónde es seguro tocar puerto.

    Tendremos que discutirlo con la tripulación. John, llama a todos a la cubierta. Veremos si alguien tiene una sugerencia.

    De inmediato, capitán. John se fue y subió derecho las escaleras, diciéndole a todos los que vio en el camino que se dirigieran a cubierta.

    Edward quería asegurarse de que Henry estuviera bien antes de subir las escaleras. Podía caminar bien; su nariz era el problema, pero, ​​no se podía hacer mucho al respecto.

    Los dos caminaron hasta la cubierta superior donde la tripulación estaba esperando, luego, procedieron al alcázar. John los siguió enseguida.

    El sol brillaba alto en el cielo después de la dura tormenta. Era casi como si la tormenta nunca hubiera ocurrido, pero los estragos del viento y la lluvia permanecían como un recordatorio. El olor de la pólvora y las especias en la cubierta le dio a la tripulación un recuerdo de la segunda tormenta que aconteció.

    Edward se quedó allí por un minuto, mirando a sus hombres. No sabía qué decir, y la cantidad de personas que se le oponían ya estaba recayendo en sus nervios. Hablar a la multitud siempre fue un problema, pero Henry había estado tratando de ayudarlo a mejorar. Pausó su respiración e hizo lo que Henry le había enseñado a hacer: concentrarse en una persona de la audiencia a la vez.

    Todos ustedes saben lo que ha sucedido y, desafortunadamente, no hay mucho que podamos hacer. Por eso les pregunto, hombres, ¿cómo es que deberíamos proceder?.

    La tripulación murmuró entre sí. Algunos levantaron las cejas de manera inquisitiva y otros apretaron los puños mientras hablaban en voz baja. Nadie sabía qué decir hasta que un tripulante de aspecto enojado habló. Su nombre era Frederick. Pescador de oficio, había trabajado en Badobos toda su vida. Edward lo conocía bien y no estaba sorprendido de su reacción.

    ¿Nos metiste en este lío y ahora nos estás pidiendo ayuda? ¡Gracias a ti, los marines creen que somos piratas! ¿Por qué deberíamos ayudarte?

    La técnica de Henry ya no funcionaba. Edward comenzó a entrar en pánico. Su respiración se hizo más rápida, y sus ojos pasaron a todos los otros hombres que lo miraban, buscando una respuesta.

    Henry vino al rescate. Todos estamos en este lío. Pelear por quién culpar no resolverá nada.

    ¿Por qué no podemos simplemente navegar a casa? Preguntó otro tripulante. Varios más estuvieron de acuerdo con él.

    Los marines saben de dónde somos. Ese será el primer lugar que inspeccionarán. No podemos regresar a casa, al menos no por ahora. Podríamos ir de visita cuando descubramos cómo borrar nuestros nombres, pero por ahora necesitamos algo más.

    Frederick habló de nuevo. Creo que deberíamos buscar a los marines y explicarles la situación. Tal vez si escuchan las palabras de personas racionales, entonces lo entenderán. Muchos en la tripulación manifestaron en voz alta estar de acuerdo.

    Henry suspiró. Oh, ¿crees que lo entenderán? Como lo hicieron los últimos marines? ¿Crees que cuando escuchan el cuento del Capitán Smith retirarán los cargos? No seas tonto. Nunca lo creerán, es nuestra palabra contra la de él. No podemos acudir a los marines". Henry estaba haciendo todo lo posible para proteger a Edward, pero Frederick no contaba con esa suerte.

    Creo que tienes miedo de lo que le harán a tu amigo el Capitán. Él es el que apuntó el arma a Smith; él es el que lo sometió dando órdenes. Es a él  a quien quieren, no a nosotros. Frederick se volvió hacia los hombres. Si lo llevamos ante los marines, ¡entonces nos absolverán de sus fechorías! ¡Yo digo que lo atemos y demos parte a las autoridades! ¿Quién está conmigo?.

    La mitad de la tripulación gritó de acuerdo y comenzó a caminar hacia el alcázar.

    ¡Esto es una locura! gritó Edward. ¿Crees que te tratarán de manera diferente porque me entregues? Pensarán que estás tratando de salvar tu propio pellejo.

    ¡No lo escuchen, hombres! El capitán es el único etiquetado como pirata, y solo él será juzgado si lo entregamos.

    Al menos cincuenta hombres se amontonaron en el alcázar, y treinta más esperaron en las escaleras, listos para derrocar a Edward, Henry y John. ¿Alguna sugerencia? Henry le preguntó a Ed mientras se ponían la espalda el uno contra el otro.

    No, a menos que luchar contra ochenta marineros cuente como sugerencia.

    William corrió por la barandilla que conducía al alcázar. Tenía cuatro espadas en la mano que fueron tomadas de la nave de la marina. Saltó hacia Edward, Henry y John y les entregó una espada a cada uno. Luego señaló con la suya al líder, Frederick.

    ¿Te atreves a dirigir tu enojo hacia el hombre que salvó sus vidas? Él es tu capitán. ¡Le debes tu lealtad!, gritó William por encima de la muchedumbre.

    Él no salvó nuestras vidas. Nos puso en esta situación, y nos va a tener que sacar, de una manera... o de otra. ¡No puedes enfrentarnos a todos! Ríndete para que podamos regresar a casa.

    Edward apretó los dientes. Ya traté de explicar que éramos balleneros y no le importó. ¿Crees que cambiará de opinión porque otra persona se lo dice?.

    Bueno... prefiero arriesgarme con un marine que cree en la justicia que vivir el resto de mi vida como pirata. Podríamos hacer un trato con él sobre tu vida.

    El enfrentamiento se mantuvo durante un minuto entero, y ninguna de las partes estaba dispuesta a ceder. Los amotinados miembros de la tripulación no querían padecer daños, y los cuatro hombres armados no querían lastimarlos.

    Luego sonó un estruendo desde la cubierta principal, haciendo que todos se agacharan para cubrirse. Dirigieron su atención hacia allá, donde estaba Sam, con una pistola en mano.

    Deben dejar de hacer lo que están haciendo. El capitán tiene razón. Lo que sea que hagan no les servirá de nada en su situación. Serían unos grandes tontos si lo entregan a los marines y más tontos aún si lo matan.

    ¿Ah, sí? ¿Y cómo lo sabes?

    Sé cómo piensan los marines. Si  el capitán desaparece, encontrarán solo la nave y ejecutarán a todos en el mar. Si lo entregan, pensarán que se trata de un fraudulento acuerdo y estarás encadenado antes de que la orina manche tus pantalones. Si nos hubieran juzgado, habrías sido declarado culpable sin importar lo que hubieras dicho y luego, ejecutado. Todos estamos vivos debido a su osadía. Lo mejor que puedes hacer ahora es llevar el barco a un puerto decente y separar nuestros caminos. Los marines solo tienen un nombre y un barco que buscar. Edward Thatch es el único al que buscan.

    Frederick consideró las palabras de Sam mientras miraba a la tripulación y a Edward. Después de un momento de reflexión, bajó su espada. Paremos esto. Sam tiene razón.

    A pesar del intento de contener la situación, la tripulación se mostró reacia a retirarse. Se hablaron entre ellos en voz alta, debatiendo si podían tomar las palabras de Sam como legítimas. Cuando se convencieron, o al menos, cuando se calmaron, bajaron sus armas.

    Edward, Henry, John y William soltaron un suspiro de alivio cuando la tripulación bajó sus armas. El ruido de espadas que caían sobre la cubierta significaba que sus gargantas estaban a salvo por otro día.

    Una vez terminada la amenaza, la tripulación que había iniciado el motín regresó a la cubierta principal y Edward se volvió hacia Sam.

    Entonces, ¿qué sugieres que hagamos? Estamos cerca de un puerto afable hacia piratas. Le damos una moneda al capitán del puerto y él no dirá una palabra.

    Edward lo pensó por un minuto. Necesitamos estar de acuerdo en esto. Todos los partidarios de seguir los planes de Bellamy, levanten sus manos y digan 'sí'. Todo el equipo lo hizo. ¿Alguien se opone? Nadie habló. Cierto. Muevan esas armas a los barriles y bajo los escalones. Muevan cualquier lastre a los cuartos de la tripulación. Pongan toda la pólvora en las barracas por el momento. ¡Tiren del timón y suelten todas las velas! Sam, ¿cómo se llama? ¿El lugar al que navegamos?.

    Port Royal.

    ––––––––

    3. Port Royal

    Esta es mi decisión, y eso es todo lo que importa, dijo Edward con los brazos cruzados.

    ¿Por qué conservar la nave, Ed? Henry se opuso, su melódico acento galés opacó su tono obstinado. Podemos dejarlo y nunca volver a ser vistos. Si nos quedamos con la nave, será como un blanco en nuestras espaldas.

    Compré este barco, Henry. Me tomó una semana decir que lo conservaría, y ahora... estoy apegado a él. No puedo explicarlo, pero me siento vinculado a este barco. Además, como Te lo dije, Smith conoce mi nombre y mi cara. No importa a dónde corra, seré cazado como un pirata.

    Henry cruzó sus enormes brazos frente a él. ¿Y si te encuentran? ¿Lucharás contra ellos?

    Si debo hacerlo, sí.

    "¿Y qué pasa si Robert te está persiguiendo? ¿Entonces qué? Él planea convertirse en un marine para detener a los piratas.

    Las palabras golpearon a Edward como un tiro al pecho. Edward, Henry y Robert habían sido mejores amigos desde la infancia. Supongo que... nunca lo pensé.

    No, no lo hiciste. Puedo ver por lo que hay en tus ojos que no importa lo que diga, conservarás la nave. Pero no vale la pena morir o matar por ella.

    "Tal vez para ti no vale la pena morir por el Libertad, pero para mí sí. No quiero matar a nadie... pero si alguien intenta tomar mi Libertad, pelearé con ellos. No me importa cuanto tiempo sea perseguido. No renunciaré a esta nave".

    ¿Incluso contra Robert?

    Robert lo entendería. Estaría de nuestro lado. Todavía es nuestro amigo. Además, no estamos matando ni robando a nadie.

    Henry suspiró. Bueno, no puedo dejarte por tu cuenta. Me quedaré contigo... hasta el final, dijo con una sonrisa melancólica. Además, sabes que estás perdido sin mí.

    ¡Ja! Apuesto a que no puedes soportar la idea de estar separado de mí, dijo Edward con un empujón.

    Henry puso los ojos en blanco. Sí, seguro que me encanta que me golpee la cara y me ordene cual esclavo un ebrio como tú. Se rieron juntos, pero luego se quedaron en silencio cuando las hamacas meciéndose atrajeron su atención. Podían oír el chapoteo de las olas y los gritos de órdenes sobre ellos. Sabes, es un poco como uno de los libros que tenía tu papá. Los andrajosos con los héroes que se meten en líos, los enemigos que los persiguen, pero los burlan a cada paso. ¿Crees que eso podría ser algo así para nosotros algún día? Y con los piratas se supone que hay tesoros, ¿verdad? ¿Qué piensas? Edward rascó su cabeza. Supongo.

    Los dos se sentaron a pensar en el pasado y en lo que dejaron atrás.

    ¿Has pensado en Lucy?

    La mención de ese nombre llevó a Edward a la pequeña isla caribeña de Badobos. Además de su amigo Robert, Lucy era la única persona que extrañaba de casa.

    Edward recordaba con cariño a Lucy como hermosa y gentil, recatada en su comportamiento y delicada en apariencia, pero con llamas dentro de ella. Edward no había sentido ese espíritu en ninguna otra mujer, ni pensaba que lo haría. Sus ojos azul cielo lo llenaban de alegría, más que el aire del mar.

    Sabes que sí, respondió.

    Henry le dirigió una mirada exasperada. ¿Y? ¿Solo vas a dejarla atrás, ni siquiera una carta explicando lo que pasó?.

    Es mejor que no lo sepa. Me será más fácil continuar.

    Ed, se enterará de una manera u otra. Al menos si le envías una carta explicando que no eres un pirata, será mejor que de otra fuente. Se lo debes.

    Yo seré el que decida lo que le debo o no, gracias. Edward conocía a Lucy. Si ella pensara que había alguna manera de poder ayudar, no dudaría en buscarlo. Mejor pensar que la dejó atrás que darle esperanza de verlo de nuevo. De esa manera ambos podrían seguir adelante.

    Henry se frotó los ojos con frustración. Al menos dime que lo pensarás. La pobre chica estará muy preocupada cuando no regreses.

    Lo pensaré, mintió Edward. Voy a revisar cómo van las cosas en la cubierta.

    Edward se dirigió a  las escaleras y Henry entró en el comedor para comer algo. Era un buen día con pleno sol, y el viento en las velas los llevaba a Port Royal a paso veloz.

    El aire salado estaba de vuelta y Edward podía olerlo más fuerte que nunca. Pensó que debería sentirse mal con todo lo que había sucedido, pero, no había ninguna carga en sus hombros.

    Edward notó que William meditaba en la cubierta principal junto a las armas que habían obtenido de los

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