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Barbanegra y La Justicia: Los Viajes del Venganza de la Reina Anne, #3
Barbanegra y La Justicia: Los Viajes del Venganza de la Reina Anne, #3
Barbanegra y La Justicia: Los Viajes del Venganza de la Reina Anne, #3
Libro electrónico375 páginas5 horas

Barbanegra y La Justicia: Los Viajes del Venganza de la Reina Anne, #3

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Elogios por el libro 1:

"Me hizo pasar página tras página para ver qué iba a pasar".

- Teressa J Betts "

"... Como una escena de una película de Indiana Jones".

- Alycia Tillman

La justicia, como la belleza, está en los ojos del espectador. Y la justicia puede ser algo hermoso cuando se entrega de la manera debida, o aterradora en las manos equivocadas.

Edward Thatch se consiguió un enemigo poderoso, uno que no perdonará ni olvidará sus transgresiones. Edward puede llamarse pirata y usar el nombre de Barbanegra en alta mar, pero no conoce los verdaderos terrores que le esperan en el horizonte.

Calicó Jack asestó un golpe contra Edward y su tripulación, uno que los hirió durante mucho tiempo.

Pero la tripulación de Barbanegra quiere venganza y ellos tampoco perdonarán a Calicó Jack por lo que ha hecho. Poco sabe Barbanegra que hay otro enemigo en su camino, uno a quien ya conocía.

¿Cómo enfrentará Barbanegra su debilidad y vencerá a los enemigos en su camino? ¿Cómo se sentirán su tripulación y amigos acerca de su versión de la justicia?

¡Descubre lo que le sucede a Edward en Barbanegra y La Justicia y sigue su aventura de fantasía llena de piratas, corsarios y todo lo demás en Los Viajes del Venganza de la Reina Anne!

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento17 ene 2021
ISBN9781071584477
Barbanegra y La Justicia: Los Viajes del Venganza de la Reina Anne, #3

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    Barbanegra y La Justicia - Jeremy McLean

    reconocimientos

    Agradezco a mi familia y a mi esposa, que me apoyan durante todo mi viaje, además, me brindan su opinión y aliento cuando más los necesito. Gracias a mi editor, Ethan James Clarke, que me mantiene atento y me obliga a aprender de mis errores, incluso cuando no quiero.

    1. VENGO POR ÉL

    La frente de William estaba resbaladiza por el sudor. El sol rozaba el mediodía sobre el cielo despejado de Bodden Town y el calor había ido aumentando gradualmente durante todo el día. Y estar excavando tierra toda la mañana no ayudaba mucho.

    Llevaba una pala afilada en sus manos, sus músculos exponían tensión por el trabajo. Golpeaba la pala en el suelo y pasaba los dedos por su cabello húmedo para quitarlo de sus ojos. Los hombres con los que trabajaba iban cada vez más lento e incluso él se estaba cansando.

    -¿Qué dicen si paramos al mediodía?-. Preguntó William.

    Los hombres soltaron suspiros, algunos incluso dejaron caer sus palas y cuerpos al suelo, tomando grandes bocanadas de aire para recuperar su fuerza. Mantenerse al de paso de William desde la mañana ya les había pasado factura.

    William se volvió hacia uno de los asistentes de los Bodden.——-Tráenos algo de comida y bebida, ¿quieres?

    El joven asintió y luego salió corriendo hacia la casa de los Bodden, no lejos de donde estaban.

    William se sentó sobre una pila de madera que estaba lista para usarse después de haber puesto los cimientos. Sus ojos gravitaron hacia el puerto, donde barcos de todos los tamaños entraban y salían. No podía ver el bullicio alrededor de los barcos, pero podía imaginar la multitud de personas que llegaban y se iban mientras trataban sus asuntos con los lugareños. Se imaginó el olor de la fruta reluciente, las ricas verduras y las diversas carnes curadas y cocidas que se exhibían en el mercado. Aunque a William no le gustaba la buena mesa. la comida es para sostenerse, no para saciarse. No podía evitar disfrutar de los aromas que bailaban desde su nariz hasta su paladar y, a menudo, disfrutaba pasear por el mercado solo por esa razón.

    -¿Para cuándo es que vuelve el capitán?-. Preguntó uno de los hombres.

    William volvió su atención a los hombres que lo acompañaban. Respiraban con dificultad y se secaban el sudor de la frente mientras hablaban. Algunos de ellos miraron a William, aguardando su respuesta.

    -Nuestro capitán estará de vuelta en unos días, en caso de que todo vaya acorde a su plan-. Respondió William.

    -Me pregunto qué traerá el capitán esta vez-. Dijo el mismo tripulante.

    -Ruego por algunas especias. La vieja Liz del Sombrero de Chancho dice que las especias andan demasiado caras para que las compren. Y que la comida ya es bastante mala sin algo que enmascare el sabor-. Comentó otro de los hombres del Venganza de la Reina Anne.

    -Es tu culpa por seguir comiendo ahí si odias la comida.

    -Chicos, es simple: no está ahí por la comida ni la bebida. Quiere chuparse los dedos por otra cosa-. Una oleada de risas se extendió por el lugar.

    -Oye, Elizabeth se está animando conmigo. Solo es cuestión de tiempo antes de llevarla a la cama.

    -¡No si el dueño tiene algo que decir al respecto!

    William dejó que las voces de los hombres se desvanecieran de su conciencia mientras comenzaba a meditar. Trató de aclarar su mente, pero sus pensamientos se enfocaban en su capitán, Edward Thatch y en su encargada, Anne Bonney, a quien había jurado proteger. William se había ofrecido como voluntario para quedarse y ayudar a construir nuevas casas en Bodden Town mientras la mayoría de la tripulación se había ido para asegurar un barco de carga, pero no pudo evitar pensar que había tomado la decisión equivocada. A medida que los días se convertían en semanas en el mar, William no podía evitar ese presentimiento, como si se le pusiera la piel de gallina en la mente.

    El capitán la protegerá, no hay de que preocuparse.

    El sonido de pasos acercándose obligó a William a abrir los ojos. El asistente de los Bodden recorrió la mesa con una bandeja. Sándwiches ligeros, carne seca, queso y una jarra de agua.

    William permitió que los otros hombres cenaran primero, luego se acercó al joven y tomó la bandeja y la jarra. -Gracias. Eso será todo por ahora, así que puedes descansar-. El joven dio las gracias a William y luego se fue corriendo a casa de los Bodden.

    William dejó la bandeja sobre una tabla cercana y, a pesar de las protestas, procedió a llenar las tazas de todos. Una vez que todos fueron atendidos, William tomó algo de comida para él y se sentó a comer.

    Los hombres continuaron hablando sobre varios asuntos: cuándo volverían a navegar, cuánto tiempo trabajarían, a qué taberna asistirían en navidad y a qué mujeres del burdel local y de otros lugares cortejarían. El firme William no era del tipo que se sentara a hablar de esas cosas, por lo que se mantuvo a un lado mientras comía. No les prestó atención hasta que un tema llamó su atención.

    -¿Qué crees que está haciendo ese barco allá afuera?-. Comentó uno de los hombres.

    William miró hacia el puerto mientras masticaba un duro trozo de carne condimentada y queso blando. Vio el barco del que hablaba el otro tripulante. El barco parecía estar dando vueltas por el borde del puerto y, si a William no le fallaba la memoria, recordaba haberlo visto antes.

    El barco despertó la curiosidad de William. -¿Será que alguien trae un catalejo?-. Preguntó.

    -Aquí tienes, William-. Dijo un hombre, sacando el utensilio de su cinturón y entregándosela a su compañero.

    William tomó el instrumento y estudió el puerto con la mirada ampliada. Pudo ver que el barco era de una clase más liviana sin cubierta de armas, pero con un complemento de trece cañones en su cubierta principal. Quizá era el presentimiento que William había tenido, o el aburrimiento, pero no podía apartar los ojos del barco a pesar de no ver nada fuera de lo común. Continuó mirando el barco y los hombres que lo tripulaban mientras masticaba su carne correosa, hasta que sus hombres estuvieron listos para regresar al trabajo.

    William se quitó el catalejo del ojo y se puso de pie. Cuando se volvió para devolver el instrumento a su dueño, tuvo que volver a tomarlo.

    Con el rabillo del ojo había notado que otras dos naves se unían a la primera. William se dio la vuelta para revisar el puerto nuevamente y era incuestionable que los tres barcos se acercaban a Bodden Town.

    Volvió a ponerse el catalejo en el ojo y pudo ver a las tripulaciones de cada uno de los barcos saludando al otro mientras preparaban sus cañones. Al mismo tiempo, cada barco izó otra vela, o mejor dicho, una bandera: una bandera negra con un borde rojo y en el medio había una gran calavera con chafarotes cruzados debajo.

    -Advierte a los ciudadanos, ¡Prepárense para la batalla!-. Gritó William por encima del hombro.

    Los hombres se quedaron boquiabiertos y algunos soltaron una risa nerviosa antes de cuestionar la declaración de William.

    -Nos atacan piratas. Debemos evacuar a todos los que podamos y prepararnos para un contraataque-.

    Las palabras de William los dejaron atónitos, pero cuando sus ojos se fijaron en el puerto y en los barcos que se acercaban, se apresuraron a moverse.

    William comenzó a correr hacia la casa de los Bodden para advertirles y reunir a la milicia, pero el rugido del fuego de los cañones llegó a sus oídos. Hubo suficiente tiempo para que él echara un vistazo a la colina y viera la ola de destrucción que se dirigía hacia ellos.

    Las paredes de las casas cercanas a él explotaron cuando las balas de cañón atravesaron la madera y la piedra. William saltó y aterrizó boca abajo en un callejón cercano con las manos cubriendo la parte posterior de su cabeza, mientras le llovían madera y piedra desde arriba. Trozos de piedra adoquinada golpearon sus brazos y piernas y trozos de madera irregulares golpearon su espalda.

    Cuando el granizo de madera y piedra disminuyó, William desenrolló su cuerpo y se puso de pie. Inspeccionó el área para ver a sus compañeros de tripulación en diversos estados de confusión en medio de los escombros de las casas recientemente construidas, la tierra rotada y el suelo vibrante.

    William cerró los ojos y respiró hondo. -¡Muévanse, hombres!-Rugió William-Alguien llegue a casa de los Bodden y garantice su seguridad. El resto de ustedes, vayan por armas. No nos quedaremos de brazos cruzados ante este ataque.

    Uno de los hombres se dirigió hacia la casa Bodden y algunos se movieron en la otra dirección al cuartel de la milicia, mientras que algunos se quedaron atrás por un breve instante.

    -¿A dónde te diriges, William?-. Preguntó uno de los hombres.

    -Voy a darles pelea-. Respondió.

    William salió del callejón y corrió por la calle de tierra. A su alrededor, las casas habían sido voladas por el fuego de los cañones. Hombres y mujeres de todas las edades corrían en dirección opuesta. Tuvo que empujarlos y abrirse camino entre la multitud que trataba de escapar del caos.

    Los padres aterrados y con los ojos abiertos de par en par, cargaban niños que gritaban y lloraban. Los ancianos trataban de seguir el paso de los jóvenes. Algunos tenían heridas leves como cortes y raspaduras, otros estaban cubiertos de tierra y escombros por la agitación de las balas de cañón.

    William podía oír el débil sonido de la batalla por encima del estruendo de los gritos y sollozos a su alrededor. El olor a pólvora le golpeó la nariz y le recordó los amargos y crueles días de lucha a bordo del Venganza de la Reina Anne. A pesar de su desprecio por el derrame de sangre, su cuerpo conocía la sensación y reaccionó vigorizándose, preparándose para lo que estaba por venir.

    Otra oleada de fuego de cañón barrió la ciudad cuando el sonido de los cañones llegó a los oídos de William, unos segundos antes de que comenzara la carnicería. La multitud a su alrededor se agachó en respuesta al sonido, una respuesta automática que solo los endurecidos por la batalla podían evitar. William tuvo el sentido común para mantenerse firme esta vez y vio como las balas de cañón destrozaban las frágiles casas. Los antiguos refugios que servían como protección ahora estaban hechos pedazos.

    El polvo, la suciedad y los escombros obligaron a William a cubrirse la cara con el brazo mientras se abría paso entre la multitud aterrorizada. Después de atravesar la densa multitud, pudo correr más libremente.

    Mientras William corría, pudo ver a algunos rezagados avanzando lentamente por la calle del pueblo. Cuanto más se acercaba al puerto, más personas había heridas. No podía detenerse a ayudarlos; sería más útil en la costa.

    -¡Ayuda! ¡Ayuda por favor!- Gritó una voz en una casa cercana.

    El ritmo de William se ralentizó, pero no se detuvo.

    -¡Por favor, que alguien ayude a mi bebé!-. La voz llamaba a cualquier alma valiente que quisiera escuchar.

    Miró en la dirección de la voz, luego hacia el puerto, donde podía ver el humo que se elevaba y escuchar el sonido de impactos metálicos. Apretó los dientes con frustración, pero se dirigió hacia la pobre mujer pidiendo ayuda.

    William siguió los gritos hasta una casa medio demolida. El edificio se estaba derrumbando ante sus ojos, ya que las balas de cañón habían cortado algunas de las vigas de soporte. Otro impacto y toda la casa podría derrumbarse.

    Entró en la casa y se apresuró hacia la parte trasera donde una mujer intentaba levantar trozos de madera de un rincón. Cuando vio a William por el rabillo del ojo, voló hacia él como si fuera un salvavidas durante una tormenta. Estaba al borde de las lágrimas y sus ojos llenos de pavor. Sus manos agarraron sus brazos en un ataque de desesperación, como si sintiera que él se iría y tuviera que mantenerlo allí.

    -Por favor, por favor, mi hijo, mi muchacho, está atrapado bajo los escombros. Debe salvarlo, señor, se lo ruego.

    William asintió antes de acercarse al área colapsada de la casa. Pudo ver al niño pequeño, posiblemente de no más de dos años, llorando en medio de piezas de madera y piedra con algunos cortes en la frente y los brazos. Una de las vigas de soporte para el costado de la casa estaba apoyada casi encima de él, sosteniendo partes del techo justo sobre la cabeza del niño. No había forma de agarrar al chico de donde estaba.

    -Levantaré la viga y tú debes agarrar a tu hijo. Debes moverte rápido, no sé cuánto tiempo podré sostenerlo.

    La mujer asintió y agradeció profusamente a William mientras contenía las lágrimas.

    William pasó con cautela por encima de trozos de madera irregulares y piedras en bruto mientras se dirigía hacia donde podía levantar la viga. Colocó sus piernas lo mejor que pudo para darse el apoyo que necesitaba al levantar, luego, envolvió sus brazos alrededor de la viga fragmentada. Miró a la madre y ella asintió con la cabeza con una mirada de determinación, aunque ansiosa.

    William se impulsó con las piernas y obligó a trabajar a sus ya agotados músculos. La viga y los pedazos del techo eran más pesados ​​de lo que esperaba. Gruñó mientras empujaba con las piernas y tiraba con los brazos. Sus músculos se hincharon por el esfuerzo. Jadeaba entre breves respiraciones mientras el sudor bajaba por su rostro, mejillas y barbilla. Con cada respiración, la viga subía poco a poco y se hacía más fácil y más difícil continuar levantando, más fácil porque el impulso lo estaba ayudando, más difícil porque el agarre que tenía sobre la viga se volvía incómodo.

    William fijó sus ojos en el niño, y su único pensamiento era salvar la vida del inocente que tenía en frente. El pensamiento le dio fuerza y ​​le ayudó a mantener su agarre tembloroso sobre la viga.

    Cuando la viga y los pedazos de techo estuvieron lo suficientemente altos sobre los escombros restantes, la madre se arrastró hacia su hijo y lo tomó en sus brazos. El niño sollozante envolvió sus pequeños brazos alrededor del cuello de su madre. Se arrastró de vuelta y de regreso a un lugar seguro, lo que le permitió a William bajar gradualmente la viga.

    -Gracias, muchas gracias, señor- La mujer repitió su agradecimiento una y otra vez, las lágrimas que había estado conteniendo ahora corrían por sus mejillas empolvadas.

    -Debemos dejar este lugar antes de que nos caiga encima-, advirtió William-Una vez fuera, corre tierra adentro y no mires atrás hasta que ya no puedas escuchar el sonido de los cañones.

    La mujer asintió con una renovada mirada de angustia en su rostro y ambos se dirigieron fuera.

    Los sonidos de la batalla resonaban por todos lados, más cerca tierra adentro que antes. William miró hacia ambos extremos de la calle lateral y pudo ver a más gente corriendo desde el puerto, pero esta vez había gente con armas persiguiéndolos.

    -Debes moverte, rápido-, instó William y la guió lejos del centro de la ciudad.

    Antes de que pudieran llegar a otra calle que conducía tierra adentro, uno de los piratas que atacaba la ciudad dio la vuelta a una de las esquinas. El hombre se detuvo sobre sus talones cuando notó a William, la mujer y su hijo.

    -Bueno, ¿qué tenemos aquí? Una preciosa familia demasiado lenta, ¿eh?- Dijo en burla el pirata.

    -Ponte detrás de mí-, ordenó William.

    La mujer protegió a su hijo mientras se acurrucaba detrás de la espalda de William.

    -Aww, ¿no es dulce? Lástima que no le hará ningún bien, señorita. Primero, me saldré con la mía contigo, luego me saldré con la mía con tu señora-. El pirata blandió su alfanje y se humedeció los labios con enfermiza predisposición.

    William, aunque no tenía ningún arma, levantó los puños y se preparó para la pelea.

    El pirata aulló una risa macabra mientras corría hacia William. Lanzó un corte con su alfanje, apuntando al hombro de William. William le dio un puñetazo en la muñeca al pirata y el alfanje cayó a la calle de piedra con un sonido metálico que resonó a su alrededor. William le dio un puñetazo en la garganta al pícaro, pero él lo esquivó hábilmente y se apartó antes de saltar hacia atrás.

    -Hoo, eres mejor de lo que pensaba-, dijo el pirata con una enorme sonrisa.

    Los pensamientos de William se hicieron eco del pirata. Se tensó al vislumbrar la habilidad del hombre. No era un pirata normal.

    -Está bien, será una amistosa pelea puñetazos, entonces-. El pirata levantó las manos en el aire y las apretó en puños.

    William se encorvó y se preparó para el próximo asalto. Justo cuando estaba a punto de pasar a la ofensiva, sintió que algo duro le tocaba la cadera. Instintivamente miró hacia abajo, dejándose vulnerable.

    El pirata no perdió la oportunidad y corrió hacia William, lanzándole un puñetazo. Antes de que el puño hiciera contacto, el pirata se detuvo en seco. El golpe seco de un alfanje golpeando la carne sonó en los oídos de William.

    -Lo siento, no tengo tiempo para una pelea a puñetazos-, dijo William.

    El pirata miró hacia abajo para ver su propio alfanje incrustado en su estómago. Dio unos pasos hacia atrás con las manos en la hoja, miró a William y se rió entre dientes mientras la sangre brotaba de su boca, luego cayó al suelo con un ruido apagado.

    William se dio la vuelta para asegurarse de que la mujer estaba bien. -Gracias por pasarme esa espada. Hizo que la pelea fuera más fácil.

    -Debería darte las gracias, nos salvaste una vez más.

    -Aún no ha terminado. Debes ponerte a salvo. ¿Podrás hacerlo por tu cuenta desde ahora?

    -Eso espero, señor-, dijo la mujer, mientras pasaba de puntillas al lado del pirata muerto. -Gracias de nuevo, señor-. Se tomó un breve momento para saludar a William con una sonrisa.

    Por tercera vez, el sonido de los cañones disparando inundó la isla. El sonido era más rápido que la fatalidad que desencadenó al comienzo, pero no por mucho.

    Los ojos de William se agrandaron. -¡Corre!-, gritó, justo cuando otra oleada de balas de cañón salpicaba las casas.

    La mujer no tenía los reflejos de William y solo pudo aferrarse más a su hijo y cerrar los ojos con fuerza mientras el veloz acero rajaba la viga de la esquina de una casa. La casa cedió y el techo se inclinó hacia la mujer y su hijo. Abrió los ojos justo cuando el techo se derrumbaba sobre ella.

    -¡No!- gritó William.

    Corrió hacia los escombros, pero no sirvió de nada. No cabía duda de que la mujer y el niño estaban muertos. La sangre se acumuló alrededor de su cuerpo cubierto de escombros, escurriendo hacia el puerto como una melaza roja oscura.

    La respiración caliente y pesada de William hizo que sus mejillas se ruborizaran mientras veía cómo el charco se abría paso a través de las grietas de la piedra. Apretó el puño y sus dedos temblorosos se clavaron en su palma cerca del punto de sacarse sangre. Sacó el machete del cadáver del pirata y se dio la vuelta con un rápido movimiento. Caminó hacia la calle principal donde la mayoría de los piratas estaban invadiendo.

    En la calle principal, William pudo ver a hombres y mujeres aún huyendo del continuo ataque y ninguna milicia organizada como debería haber estado para expulsar a los demonios. Más adelante en la calle, creyó haber visto piratas que llevaban mujeres al hombro hasta la orilla o que atacaban a quienes no eran lo suficientemente rápidos para correr.

    La ciudad estaba en ruinas. La nueva plaza de la ciudad fue despedazada, los adoquines frescos destrozados por las balas de cañón, las tiendas y la arquitectura de la plaza destruidas. Las casas y negocios a lo largo de la calle principal fueron demolidos a mitad de camino y por toda la ciudad el humo y la suciedad se arremolinaban tras los ataques de los piratas.

    William pudo ver a un hombre luchando contra la horda y se apresuró a unirse a su compañero de armas. Corrió hacia un grupo de piratas que atacaron a su amigo, cortando a uno en la espalda y a otro en el estómago. Después de otro segundo, su compañero despachó a los demás con dos poderosas estocadas de su lanza.

    Puch, el guerrero maya, se dio la vuelta para mirar a William, listo para atacar, pero cuando vio el rostro de su amigo y compañero de tripulación, sonrió. -¿Te unes a la cacería, hermano?

    -Sí y, por lo que parece, por ahora estamos solos-, dijo William, mirando hacia la calle principal con piratas corriendo hacia ellos.

    Puch sonrió. -Lástima por ellos-, dijo, mientras hacía girar su lanza entre sus dedos.

    William no pudo evitar sonreír antes de prepararse para la próxima oleada de enemigos.

    Cinco piratas los atacaron con varias hojas afiladas en la mano, y evidentemente sus armas de pólvora de un solo las habían gastado en el puerto. Tres atacaron al maya de un solo brazo, mientras que los dos restantes fueron tras William.

    Los dos tras William atacaron al mismo tiempo con ataques coordinados. Un hombre balanceó su espada horizontalmente, mientras que el otro empujó hacia adelante en caso de que William decidiera saltar hacia atrás. William pateó la mano del segundo hombre, apartando su espada y al primer hombre en medio de su ataque. La hoja giró y golpeó al primer hombre en la pierna, obligándolo a detenerse y dar un paso atrás. William apuñaló en el pecho al pirata sin arma mientras el otro lo atacaba de nuevo. Chocó las espadas antes de agarrar el brazo del pirata y tirar de él hacia adelante para cortarle el cuello. Los piratas no eran aficionados, pero William era un luchador superior.

    Justo cuando William estaba a punto de dirigirse para ayudar a Puch a acabar con sus dos enemigos restantes, el destello de otra espada llamó su atención. Echó la cabeza hacia atrás justo a tiempo para ver la hoja destellar frente a su rostro. Saltó y golpeó la espada con la suya antes de ver a su oponente.

    El hombre que tenía delante tenía cinco centímetros sobre su metro con ochenta y fácilmente el doble del tamaño de William. Vestía ropa con estampado de algodón y su rostro estaba bien afeitado. Había una cicatriz que iba desde su ojo derecho hasta su boca.

    ¡Calicó Jack! Pensó William, mientras contemplaba al gigante que tenía delante.

    -¿Dónde está Barbanegra?- Preguntó el pirata con una voz tranquila pero contundente.

    La respuesta de William fue atacar al capitán pirata que tenía delante. Jack Rackham, más conocido como Calicó Jack, balanceó su espada para contrarrestar la de William. Hubo un breve choque en el que el sonido del metal resonó en los edificios antes de que William no sintiera resistencia por su parte.

    William miró hacia abajo y vio que su espada barata se partía en dos. Fue entonces cuando se dio cuenta de que Rackham tenía una hoja hecha de un metal dorado. Le recordó a Edward, su capitán y el alfanje dorado que tenía, que estaba hecho de una aleación misteriosa e increíblemente afilada.

    Antes de que William pudiera recuperarse de su conmoción, una gran mano le agarró la garganta. Rackham levantó a William del suelo y lo estrelló contra el adoquín en su espalda. Hubo un fuerte chasquido cuando varias de sus costillas se rompieron y el golpe le dejó sin aire los pulmones. Se sentía como si una mano lo estuviera agarrando por dentro, sin permitirle respirar. Mientras luchaba en el suelo, Rackham se elevó en toda su altura.

    William pudo escuchar a Puch correr hacia ellos, pero se detuvo en seco. William miró y los ojos de Puch se agrandaron con lo que pensó que era miedo. Parecía que Puch había visto un fantasma.

    Calicó Jack frunció el ceño, mirando a los dos frente a él con un desprecio sin igual. —Dile a Barbanegra que vengo por él.

    2. (SIN) JUSTICIA

    Edward esperaba en el alcázar con Herbert, su Oficial de Intendencia, mientras la tripulación del Venganza de la Reina Anne aseguraba la nave a un barco mercante. Se acarició la larga barba mientras veía a la tripulación del Fortuna hacer lo mismo al otro lado del barco mercante.

    Después de un mes de viaje, sobornos y esperar el momento oportuno, las tripulaciones piratas gemelas habían encontrado el barco que estaban buscando.

    Armados hasta los dientes, los dos barcos estaban listos para enfrentarse al mercante y asegurar su cargamento por la fuerza, pero era innecesario. No hubo gran batalla, ninguna hostilidad, ningún choque de espadas contra la espalda de alguien mientras el viento azotaba las velas. Nada. Pocos momentos después de dejar caer la negra, su sello causó que levantaran la blanca y recogieran las velas.

    Luego, después de media hora de suspenso, mientras los barcos reducían la velocidad para igualarse entre sí, los bastardos estaban a bordo de la cubierta principal. Los hombres lanzaban miradas curiosas y temerosas a los piratas mientras ayudaban a sus transgresores en su tarea.

    El sol del mediodía que brillaba sobre ellos era abrasador. Un vapor invisible se elevaba del agua de mar salpicada sobre la cubierta durante la navegación y esta creaba pequeños espejismos cuando se miraba desde ciertos ángulos. El olor a salmuera, algas y pescado era potente en el aire debido en gran parte al vapor. A Edward no le importaba el calor ni el olor. Estaba acostumbrado a todas esas características y situaciones del mar gracias a años de experiencia trabajando en un barco. Incluso podría llegar a decir que le encantaba el olor si sus compañeros no lo usaran como munición para lanzar alguna clase de broma. Aunque, cualquier cosa servía para ese propósito para Bartholomew Roberts, el capitán del Fortuna.

    Después de que la tripulación aseguró los barcos, uno de los compañeros se acercó a Edward. -Asegúrate de que la tripulación no tenga armas y manténgalos a raya. Lleven al capitán a la popa. Enseguida estoy allá-. El compañero de tripulación asintió y dio órdenes a otros hombres a bordo del Venganza.

    -¿Cómo está el clima, Intendente?-. Preguntó Edward, mirando a Herbert. -¿Darán problemas las olas?

    Herbert se inclinó en su silla de ruedas para mirar al cielo desde la proa. -Debería estar claro, Capitán.

    -¿Te vas adaptando a tu nueva posición?

    Herbert sonrió. -Bueno, ya estaba trabajando al timón, así que ahora, esencialmente, solo recae un poco más de responsabilidad sobre mí.

    Edward le dio una palmada a Herbert en la espalda. -Estoy seguro de que John estaría orgulloso de ti. Has estado haciendo un buen trabajo.

    -Dios permita descansar su alma-, dijo Herbert y Edward copió el cántico.

    Anne Thatch, una feroz pelirroja y esposa de Edward, se le acercó en el alcázar. Sostenía un alfanje con la mano firme en la empuñadura, lista para cualquier cosa. -Están actuando bastante cooperativos, ¿no crees?-, dijo con una sonrisa.

    -Sí, diría yo, muy cooperativos-, respondió Edward. -¿Crees que es una artimaña?-, Dijo con tono sarcástico.

    Anne frunció el ceño, pensativa, luego miró por encima del hombro al barco mercante. La tripulación estaba registrando las pertenencias de los hombres mientras los reunían, siendo más que un poco bruscos con ellos mientras lo hacían.

    -Es difícil de decir, la verdad. Alzaron la blanca bastante rápido.

    Edward miró el barco y las dos tripulaciones piratas mientras se apoyaba sobre la barandilla del alcázar. Jugó con el anillo de oro en su dedo por un momento antes de levantarse. Bajó tranquilamente las escaleras del alcázar, seguido por Anne y se acercó a una pasarela que conectaba los barcos. Cruzó hasta el barco mercante y Bartholomew Roberts se le acercó.

    -¿Buscarás por la parte inferior?-, Preguntó Edward.

    -Sí y, si Dios quiere, mis hombres y yo encontraremos lo que hemos estado buscando-, respondió Roberts.

    -Suenas confiado.

    -Hasta ahora, su primer oficial no nos ha

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