LAS QUE ODIABAN A HITLER
Dorothy Thompson, corresponsal en Berlín del New York Post, estuvo siguiendo la carrera política de Adolf Hitler desde el putsch de Múnich de 1923. Ocho años después, cuando el partido nazi se había convertido, contra todo pronóstico, en la segunda fuerza más votada de Alemania, logró que su líder, poco interesado en hablar con los medios extranjeros, le concediera una entrevista. Thompson entró en el hotel donde se iba celebrar el encuentro convencida de que iba a entrevistar al futuro canciller alemán. Al salir, pensaba todo lo contrario.
“Es informe, casi sin rostro, como una caricatura. Inconsecuente y voluble, poco equilibrado e inseguro. Es el prototipo de ‘hombrecito’”. Así lo describió la periodista en su artículo para Cosmopolitan, después publicado en forma de libro con el título I Saw Hitler! (1932). “La entrevista fue difícil –continuaba–. Habla siempre como si se dirigiera a una reunión masiva. En cada pregunta busca un tema que lo enardezca. Entonces, sus intensos ojos miran a algún rincón lejano de la habitación y una nota histérica se cuela en su voz, que a veces se eleva hasta casi convertirse en un grito”. “Hay algo irritantemente refinado en él –añadía–.
Apuesto a que dobla el dedo meñique cuando bebe una taza de té”.
Un “hombrecito ridículo”
Enérgico, de ojos llamativos, refinado… Resulta curioso comprobar cómo muchos de los rasgos físicos y de la personalidad de Hitler que cautivaron a sus admiradoras fueron destacados también, aunque de forma negativa, por quienes lo despreciaron. Su vehemencia a la hora de dirigirse a las masas fue vista como teatral e histérica por muchas de
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