Gente reconciliada
Por Michael La Ronn
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La vida está llena de desafíos, y cómo reaccionamos a ellos determina quiénes somos realmente. En estos relatos cortos, personas diferentes enfrentan desafíos que no son siempre lo que parecen.
Un nativo-americano ignora su cultura y sus ancestros le causan una alucinación.
Dos cazadores de ciervos se encuentran huyendo a toda velocidad después de que un accidente saliera terriblemente mal.
Una mujer en búsqueda del amor por medio de internet va a la cita más loca de su vida.
Un padre trata desesperadamente de mejorar la relación espiritual con su hijo adolescente en la avenida Strip, en las Vegas, cuando alguien inesperado aparece.
Éstas y muchas más. ¿Se reconciliarán con sus miedos (y debilidades) y se elevaran a la altura de los desafíos de la vida?
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Gente reconciliada - Michael La Ronn
Para Terry,
Por ver el narrador en mí a corta edad y nutrirlo.
Tabla de contenidos
Vientofuerte
La historia del origen
Como nunca
Punta de flecha
¡Ay, caramba!
El libro de Cutty
El amorgrama
Sophie y la foca
Simplemente otra historia de amor
Cambio de mentalidad
¡Obtén cosas gratis!
Agradecimientos
Acerca de Michael La Ronn
Otras obras escritas por Michael La Ronn
Vientofuerte
––––––––
Elan arrastró la caja de libros de cuentos dentro del salón de clases de la señorita Coragem y la arrojó a la mesa que llegaba a sus rodillas.
—Son del restaurante —dijo, limpiándose con su sucia camisa blanca—. La cosa de caridad sobre la que mi jefe telefoneó.
Dos docenas de niños miraron hacia él desde el tapete del rincón de la lectura, la señorita Coragem, que estaba sentada en una mecedora, vio por encima de su libro de cuentos y sonrió.
—Niños, tenemos libros nuevos.
Los niños hicieron hurra y el ruido sobresaltó a Elan.
—El señor Vientofuerte trabaja en el bistró italiano —dijo la señorita Coragem.
—Soy sólo el lavaplatos.
—Le apreciamos de todas formas —dijo la señorita Coragem—. Diga, señor Vientofuerte usted es nativo-americano, ¿Verdad?
Elan se frotó la nuca y se despidió con la mano, pero la señorita Coragem continuó.
—Ya que está aquí, tenía la esperanza, si tiene tiempo, de que tal vez pudiera hablarles a los niños.
Elan empezó a transpirar.
— ¿Por qué haría eso?
—Estamos haciendo una unidad sobre el Lejano Oeste, y beneficiaría a los niños escuchar historia de alguien como usted. Tenía esperanzas de que pudiera contarnos sobre su tribu.
¿Tribu? ¡Tribu! ¿Quién era ella para preguntar? Él no sabía si sentirse ofendido, humillado, o avergonzado.
—No soy quien usted necesita...
No se suponía que estuviera en esta escuela. Se suponía que estaría en la cocina en el bistró, con los codos hasta el fondo del agua jabonosa durante el ajetreo del almuerzo. Pero él había estado fumando afuera del restaurante cuando el dueño, un italiano gordo llamado Mikey, asomó su cabeza de la puerta de acero del fondo, lo llamó con un dedo y dijo que tenía algo que necesitaba hacerse. Elan no podía entender por qué una decisión tan arbitraria lo había traído hasta este punto.
La señorita Coragem corrió a través de la habitación y tomó su codo.
—Elan, estoy segura que tiene una historia asombrosa que contar.
—No —el tartamudeó, en marcha atrás hacia el pasillo—. Dígales de vaqueros e indios o algo. Usted es la maestra.
Trotó atravesando el pasillo, y se abrió paso hacia la luz solar.
––––––––
Elan conocía tres lenguas -el inglés, el idioma del clima, y el idioma nativo de su tribu- pero el único que lo ayudaba actualmente era el silencio. Él podía sentirlo dentro de sí mismo, subiendo como el río después de la lluvia, lentamente sobre las rocas y la tierra de su espíritu. Algún día, atravesaría el recluta de su boca y se derramaría lejos en la nada. Sería...conveniente. De esa manera, cuando personas como la señorita Coragem le pidieran hablar de sí mismo -sobre su cultura- el simplemente echaría sus ojos hacia el cielo y dejaría que la catarata de silencio saliendo a borbotones de su boca fuera su respuesta.
El subió de un salto a su camioneta y aceleró cruzando el estacionamiento de la escuela, a través de los suburbios llenos de césped y por la carretera del Pacífico que hiere el bosque a su paso. Los árboles silbaban hicieron fácil olvidar a la señorita Coragem y los niños, pero más difícil olvidar la reserva. ¿Por qué se había ido? Demonios, todavía no lo había aclarado por sí mismo. No tenía ninguna conexión con esta tierra, aunque estuviera sólo a tres horas al este de la reserva. Ya no podía pedirles a los árboles de su tierra natal respuestas sobre los problemas abstractos de la vida; estos árboles no eran los de su región, y esta no era la tierra de sus ancestros. No sabía si podría volver allí alguna vez. Todo lo que sabía era que tomaría este camino serpenteante de regreso a la ciudad, de regreso al restaurante, donde lavaría platos, y a las once en punto, cuando los últimos platos y ramequines brillaran en el estante y la última moza hubiera colgado su delantal, manejaría campo adentro, se tiraría al capó de su camioneta, contemplaría el cielo aborregado, y trataría de solucionar su vida.
Él estaba en lo profundo del bosque cuando un grupo de abedules se aparecieron ante él, bloqueando el paso. El chocó contra ellos, y los cuervos aletearon fuera de la corteza y tiñeron todo negro hasta que el mundo fue como la noche. El salió gateando de la camioneta, su frente sangraba, y escuchó un tamborín distante agitando el aire, y una voz en la oscuridad coreando:
—Oye. Oye. Oye.
Oyó pasos: uno dividido en sí mismo en dos, luego cuatro, luego cien. Con cada paso, un ojo oscuro aparecía en el matorral; ellos parpadearon y echaron sobre Elan una luz roja.
—Oye. Oye.
Los ojos