Mamá Lolita
Por Lina Zerón
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Apasionante novela, que nos relata parte de los acontecimientos mas importantes del pueblo de Cotija Michoacán, 1918, cuando Inés Chávez el Indio y sus hordas devastaron gran parte del estado y sobre todo el pueblo de Cotija de la Paz. Robaron, violaron mujeres, asesinaron a muchos de sus pobladores y quemaron todo el pueblo, hechos ocurridos durante la época revolucionaria mexicana en el siglo xx.
Lina Zerón
Nació en México, D.F. en 1959. Poeta, Narradora, Periodista Cultural, Promotora Cultural, Traductora de poesia del Inglés al español.Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, alemán, italiano, catalán, portugués, servio, ruso, esloveno, italiano, árabe, rumano, holandés, mongol, hebreo y persa.Cuenta con numerosos reconocimientos, entre ellos: Trofeo y Reconocimientos por parte del Parlamento Andino. Distinción otorgada por primera vez a un extranjero, Perú, Noviembre 2009.Trofeo y galardón del Colegio de Periodistas del Perú por su labor como Periodista Cultural. Perú, Octubre 2009. Profesora Honoraria de Escuela de Posgrado por la Universidad Daniel Alcides Carrión, Perú, 2008. Doctora Honoris Causa por la Universidad de Tumbes Perú, 2007. Su poema Un Gran País cuenta con diescisiete traducciones y aparece en el libro de Texto: “Curso de Literatura y Lengua Española” Décimo curso, en Nicaragua, a partir del 2006. Vocal de la Academia de Extensión y Difusión de la Cultura en la Facultad de Estudios Superiores “Zaragoza”, de la Universidad Nacional Autónoma de México. “Presea Guerrero Águila” por el Círculo de oradores de México. Junio 2005. Medalla de Oro a la poeta extranjera mas valiosa, en Montevideo, Uruguay, 2003. “Mujer del Año 2002” en el Estado de México por su trayectoria poética. Poeta de honor en los talleres de traducción de Claude Couffon, Bretaña, Francia, 2002.ENTRE SUS LIBROS DE POESÍA:1.- To Wreck the Whirlwind with a Glance, Selected poems by Lina Zerón, first published in the U.S.A by Brown Turtle Press, Inc. 2009.2.- Consagración de la Piel, segunda edición, Ed. Unión y UNEAC, La Habana, mayo 2008.3.- Música de Alas al Viento, poemas de amor, UNAM, México junio 2008. 4.- Mágicos Designios, Selección poemas de amor. Ed. Colectivo Cultural Morelia, Michoacán, México.5.- La Herida Invisible, breve antología, Ed. Café México, febrero 2008. 5.-6.-Antología Imprescindible, Ed. Mago, Chile, 2007.7.-Consagración de la piel. Ed. Atenas, Barcelona, España, julio 2007. 7.-8.-Ciudades donde te nombro. Ed. Unión y UNEAC, La Habana Cuba, mayo 2005.9.-Nostalgia de Vida, Ed. Unión y UNEAC, La Habana Cuba, mayo 2005.10.-Un cielo crece en el fondo de tus ojos, ed. Bilingüe, francés-español Ed. La Barbacane, Lyon, Francia, 2004.11.-Vino Rojo: Ed. Unión y UNEAC, La Habana Cuba 2003,12.-Moradas Mariposas, Ed. Abril y UNEAC, La Habana Cuba 2002, 13.-14.-Zweierlei Haut, edición bilingüe, alemán-español, Ed. Flor y Piedra, Berlín, Alemania, 2001,15.-Rosas Negras para un Ataúd sin cuerpo, Ed. Stel Blau, Barcelona, España, 2000,16.-Espiral de fuego, L’Harmattan, París, 1999,NOVELAS:1.-Posdata para Ana, Primera Edición Ed. Unión y UNEAC, La Habana, Cuba, 2003,2.-Detrás de la Luz, Primera Edición, Amarillo Editores, 2008.3.- Memorias de Claude Couffon. Praxis editores, México 2010.Versión Digital, Editorial Emooby, Portugal 2011CUENTOS:1.-Minicrónicas de Listón y Otros Cuentos. Ed. Nido de Cuervos. Lima, Perú, 2006. Segunda edición por amarillo Editores, México, 2007
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Mamá Lolita - Lina Zerón
1
Cuando escuché los ruidos, no comprendí lo qué sucedía. Al principio era un sonido lejano que no me preocupó, pero al avanzar la tarde, entendí que cavaban en mi tumba y cada vez estaban más cerca de mí. Cuando lograron abrir el cajón de madera, los pude sentir por todo el esqueleto. Del pánico, mis huesos chocaban uno contra otro y ese gran miedo me hizo recordar el día en que el Indio Inés Chávez y sus hordas, tocaron en todas las puertas del pueblo, buscando dinero y mujeres.
Al abrir el ataúd, sentí más miedo que frío. ¿Quiénes eran esos hombres que violentaban mi descanso? ¿Para qué traían esa bolsa negra? De pronto, sentí el filo de una pala juntando mis restos para depositarlos en ese gran saco. La angustia se apoderó de mi alma, como cuando mi esposo fue deslizándose por la pared hasta quedar tendido en el suelo, muerto.
Sin pensar en asustarlos, me dejé transportar. Algo importante debía suceder para que irrumpieran de esa manera mi reposo. Mi corazón marchaba al ritmo de los pasos del sepulturero. A distancia, pude divisar un cortejo fúnebre. Reconocí a mi nuera Toyita, vestida de negro, con botas blancas y un pañuelo con que secaba frecuentemente su rostro mientras rezaba, casi pude escucharla decir: Mamá Lolita, aquí están los niños para ayudarla a revisar la casa y que duerma tranquila
. También pude ver a muchos de mis nietos: ¡Pero qué grandes son! ¡Y cuánta, cuanta gente venía! Mi espíritu estaba confundido, no sabía si llorar al ver muerto a mi Juanito o rebozar de felicidad al saber que depositarían mis restos junto a los de él. Esa fecha fue inolvidable para mí: 30 de julio de 2004.
2
Entraron al pueblo a las 7:30 de la mañana después de ocho cansadas horas de viaje, escoltando la carroza fúnebre. Nadie dijo nada que no fuera imprescindible. Las estrechas calles se plegaban sobre la comitiva, enmarcándola en el arco iris floral que se descolgaba de barandas y ventanas. A esa hora, el pueblo se despertaba en silencio, como no queriendo molestarse a sí mismo. Algunos rostros, aún con la pesadez del sueño, contemplaban la comitiva desde lo alto de los balcones o semi ocultos en la sombra de las puertas. Sólo eran descubiertos por el hilo de voz que les brotaba de los labios al santiguarse. Al llegar a la plaza enmarcada por una iglesia del siglo xix, pasaron a un costado del portón estrecho y alto como la hoja de una espada que empuñara la tierra. Arriba, las campanas en lo alto de la torre permanecían mudas, como imaginando el día de lento trabajo que comenzaba a despuntar.
La procesión rodeó la manzana hasta arribar frente al que fuera el hogar de Juan durante tantos lustros. Cuánta razón tenía mi Juanito al decir que regresaría, pero dentro de un cajón
Suspiró mamá Lolita. Recordó la última vez que lo vio en su hogar, mirando el gran portón de madera, el original, el único de toda la casa que aguantó aquel terrible incendio de 1918 y todo lo que ocurrió después.
El féretro recorrió el pasillo, cruzó la parte central, la cúpula, hasta llegar al comedor donde lo depositaron sobre la mesa. Ya estaba preparado el biombo que separaba la vitrina. Los candeleros con cuatro grandes cirios que apresuradamente se encendieron, conferían a la sala cerrada una luz amarillenta y tenue como la piel de los muertos. Los arreglos florales se dispusieron al pie de la caja. La primera corona de crisantemos comprada por la familia, aguardó sobre una silla. Una vez colocado el ataúd, todos le dieron el sitio de privilegio, como mascarón de proa de aquel barco que zarparía rumbo al panteón para no volver jamás. Todas las sillas dispuestas en círculo al rededor, esperando a que los amigos le dieran el último adiós al patriarca.
Poco a poco, el murmullo de los Padres Nuestros y las Aves Marías invadieron el ambiente, mezclándose con el incienso. Los rezos monorítmicos, Ruega por él, ruega por él. Perdónalo, Señor, perdónalo, Señor. Ten piedad de él, ten piedad de él. Perdónalo, Señor, perdónalo, Señor
. Había poco que perdonarle al bueno de Juan. Fue un hombre íntegro, honesto y trabajador. Hizo del lema de la ciudad Splendente amicitia, pax et labor. Brillando la amistad, hay paz y trabajo
su lema personal, una norma de la cual nunca se separó, ni siquiera en los años más duros, donde lo moral y lo honesto parecían simples ornatos para la vida.
En su juventud, siempre vistió de blanco y de blanco podía vérsele en las viejas fotos, con la mirada profunda del que vive más hacía dentro que hacía fuera. Su primer intento por triunfar en el mundo fue con una tienda de telas. Se esmeró en el local y en la mercancía que mensualmente traía de la capital. Discutía con los proveedores, si la mercancía no estaba bien cortada, o era de la calidad deseada. Al principio, todo fue bien y la tienda ganó prestigio. La clientela se agolpaba delante de los mostradores buscando buenas telas a buen precio. La aventura fracasó, ya que daba fiado para después no cobrar porque: pobre de éste y aquel o aquella, ¿con qué van a pagar?
Viendo que había dejado de prosperar y esto podía llevarlo a la ruina, decidió echar el cerrojo a la tienda y dedicarse a otra cosa.
Como siempre, le había atraído lo nuevo y, gracias a que sus viajes a la capital eran continuos, tomó afición por los nuevos aparatos eléctricos que llegaban a Cotija. No tardó en ser el mejor radiotécnico del pueblo. No había marca que no supiera cómo echar a andar de nuevo. Con eso mantuvo a la familia completa de diez hijos. Lolita siempre estuvo orgullosa de él como madre y nunca tuvo que agachar la cabeza, ni esconder el rubor del rostro por un comentario en la plaza o en el mercado, ni el padre nunca la paró para advertirle nada a la salida de la iglesia. Por eso, decidió que debía contar toda la historia familiar a un ranchero, a quien le decían El Pariente
, que sólo confiaba en Don Juan para arreglar su radio y a quien pidió que le ayudara a relatar lo que ella no se atrevería.
Lo conoció una vez que bajó al pueblo. Era de esas personas que nunca o raramente se dejan ver si no hay necesidad de ello. Jamás creyó que ya muerto lo iba a volver a topar dos metros bajo tierra. Él vagaba como alma en pena por el panteón o la acompañaba a visitar a sus parientes. Ella lo fue calando, midiendo su inteligencia, su vocabulario. Sólo así podría ser el depositario de sus confidencias que ahora deberá exponer según su encargo.
3
Sí, yo soy a quien el pueblo y doña Lolita llaman: El pariente
; un pepenador de jópitas
y raíz del cerro
, que siempre quiso estudiar más. Pero la educación por estos rumbos, sólo llegaba al nivel primaria. Los que deseaban aprender más y eran acomodados, debían irse a Zamora o Morelia. Algunos, incluso, se atrevían a ir hasta la Ciudad de México y allá se perdían. Casi nunca volvían al pueblo. Yo no tuve mujer ni hijos, así que tuve que conformarme con lo poco aprendido y lo que pude ver en libros que me prestaba el señor cura. Sí, yo, un ranchero hurgando la tierra para buscar alguna raíz para comer, hambriento por conocer más, y de muy malas pulgas, fui el que me gané el cariño de la doñita. Por eso, me dio la encomienda de contar esta historia. Pude asomarme a su mundo el día del entierro de su hijo Juan, quien siempre dijo que yo no tenía escuela pero sí harta inteligencia natural. Cada que bajaba al pueblo platicaba con él horas y horas, yo me imaginaba el mundo que él me contaba.
Todavía recuerdo cuando bajé la ladera, después de mucho tiempo de no hacerlo. Vivía en Gallineros
, una ranchería como a diez horas a pié. Ahí sembraba, me acurrucaba bajo el zapote cuando el sol estaba alto. El pueblo no se me antojaba. Iba por la necesidad de vender mis siembras y pepenas y como no tenía en que gastar pos compré un radio pa’ eso de la compañía y una pistola pa’ cuidarme de todo mal. Aquel trozo de tierra daba todo lo necesario