El 23 de marzo de 1972, el sanatorio de la Sagrada Familia de Valencia dio la noticia del fallecimiento de Cristóbal Balenciaga, que se encontraba allí ingresado. El gran modista guipuzcoano, uno de los más destacados del mundo, si no el mejor, había celebrado su setenta y siete cumpleaños dos meses antes. El Parador Nacional de Turismo de Jávea (Alicante) había sido su último alojamiento. Allí estaba pasando unos días cuando se encontró mal. Los médicos que lo atendieron le diagnosticaron un infarto de miocardio y aconsejaron su traslado al hospital, donde, a pesar de una ligera mejoría, finalmente murió. Su última creación había sido el traje de novia de Carmen Martínez-Bordiú. Quince días después de aquella boda, el modisto se iba en silencio, discreto y elegante, tal como había sido su existencia.
Dos días más tarde, su pueblo natal, Getaria, se preparó para acoger sus restos, ya que Balenciaga iba a reposar en el panteón familiar. La comitiva que los trasladaba partió de tierras alicantinas a las cinco de la mañana, y a las 17:50 entró en Getaria, donde la multitud esperaba. Diez minutos después, se iniciaba su funeral en la iglesia de San Salvador. Entre los asistentes se encontraban los también modistos Hubert de Givenchy, Emanuel Ungaro y Pedro Rodríguez, la marquesa de Llanzol,