Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El Guardián
El Guardián
El Guardián
Libro electrónico164 páginas2 horas

El Guardián

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Una mujer es secuestrada por un culto satánico, pero la policía la rescata. Años después la vuelven a secuestrar, y esta vez, su novio, Ardan Kane, el sheriff y su equipo seguirán las pistas y lucharán por encontrarla antes de que el ritual se complete.

Este libro contiene material adulto y rituales satánicos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 dic 2015
ISBN9781507126899
El Guardián

Relacionado con El Guardián

Libros electrónicos relacionados

Oculto y sobrenatural para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para El Guardián

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El Guardián - Katrina Bowlin-MacKenzie

    Quisiera agradecer profundamente

    a Carol Bauman por toda la ayuda y sus maravillosas sugerencias.

    Ella contribuyó a hacer de este libro el que es.

    También quisiera agradecer a Marcia Carretero por toda su

    excelente corrección.

    Capítulo uno

    ––––––––

    Tosía y tosía, no podría respirar. Esforzándose por librarse de la niebla asfixiante, ella tosió por el espeso humo del incienso. Luchando por abrir los ojos, ella intentó levantar su mano para limpiarlos, pero sus brazos no se moverían. Tanto sus pies como sus manos estaban muy fríos, congelados. Ella luchó por moverse, luchó por ver.

    A través de las ondas del humo, según enfocaba la vista, pudo ver lo que parecía una mujer desnuda atada a una mesa. Sus muñecas estaban cortadas y la sangre goteaba rápidamente en dos cálices idénticos. De repente, se dio cuenta de que dicha escena era ella, mirando a un espejo de cuerpo entero atado al techo.  Entonces reconoció los sonidos que penetraban sus oídos. Una figura con un traje púrpura cantaba y agitaba un incensario lleno de incienso de olor fuerte. El goteo de la sangre resonó por toda la sala. Ella intentó gritar pero no pudo encontrar su voz.

    Congelada, contempló la escena horrorizada.  La figura de la túnica levantó uno de los cálices y mojó sus dedos en la sangre. Él usó el espeso líquido rojo para marcar su cuerpo con símbolos mientras cantaba. Sus palabras flotaron hasta ella:

    Satán, por tu gracia, oh Poderoso Satán, el único dios verdadero que vive y reina por los siglos de los siglos. Te suplico que vengas y conozcas a tu mujer, si la consideras digna de tu deseo. Satanás, por favor, manifiéstate ante mí para que pueda ofrecértela.

    Satán, júzgala digna llevar tu semilla y haz que tu hijo entre en la Tierra Irrumpe, oh Señor, y llena tu cáliz.

    A medida que luchaba por entender las palabras, el terror se apoderaba de su corazón. A sus pies aparecieron colores rojos y amarillos arremolinados en una nube. De repente, vio salir una figura de la nube. Ella comenzó a gritar...

    ***

    «You are my sunshine, my only sunshine, you make me happy...», se sentó e intentó calmarse. Cogió el teléfono.

    —Hola, Sean —dijo jadeando.

    —¿Mamá? ¿Estás bien? Suenas raro. —dijo Sean.

    —Sí, Sean, iba a meterme en la ducha cuando ha sonado el teléfono y he ido corriendo a contestar. Estoy un poco sin aliento, eso es todo. Ella se sentó en la cama masajeando sus muñecas y vio el sol a través de la vidriera, arremolinando arcoíris al reflejar sirenas bailando sobre las paredes.

    —Vale, tenemos que irnos en una hora. ¿Estás lista? —Sean estaba comprensiblemente ansioso.

    —Sí, solo dame unos minutos para ducharme y te veo en la puerta —aseguró su madre.

    Elle se duchó, se pasó el peine por el pelo y se vistió antes de sentarse a la cómoda. Se recogió su voluminosa y ondulada melena castaña en una coleta con un lazo azul. De pie, girando, miró en el espejo el vestido blanco de verano con pequeñas flores azules deslizándose hacia adelante y hacia atrás por sus pantorrillas. Sean se lo había regalado por su último cumpleaños y a ella le gustaba ponérselo para él. Calzándose unas sandalias blancas en sus delicados pies, abrió su joyero y sacó la pulsera blanca con flores azules. La ajustó a su muñeca derecha y se puso el reloj con la correa de cuero blanco en la izquierda. Vale, estaba lista, tanto como podía estarlo.

    ***

    —¿No vas a llorar, verdad? Prométeme que no llorarás.  —le suplicó Sean.

    Ella miró a su hijo caminar delante de ella; su precioso hijo, de pelo marrón chocolate y ojos del mismo color. ¿No llorar? ¿Cómo podría ella prometer eso? Él iba hacia el helicóptero que lo llevaría lejos, a los campos de batalla en otro lugar, muy, muy lejos. ¿Un lugar donde la gente luchó, murió, y él cree que no debería llorar? Imposible.

    —Sí, lo prometo —dijo para tranquilizarlo mientras notaba que las lágrimas llegaban a sus ojos.

    Andando con cuidado entre los charcos de barro del asfalto causados por la lluvia de la noche anterior, se acercaron al helicóptero. Dos personas aparecían esperarlos.

    —Hola, Erick —dijo su hijo cuando llegaron hasta el hombre más joven.

    —Sean, hola —el compañero más joven le dio a Sean una palmada en la espalda en un saludo jovial.

    —Mamá, éste es Erick. Erick, mi madre.  —los presentó Sean.

    Erick tendió la mano para estrechar las manos y ella apretó suavemente, dándole su mejor sonrisa.

    —Hola, Erick. Elle echó un examinó rápidamente al joven y, en principio, le gustó.

    —Este es mi padre. Erick se rió a la vez que estrechaba de manera amistosa la mano del hombre que lo acompañaba.  Se acercaron a Sean

    —Papá, este es mi compañero, Sean, y su madre. —Esta vez los presentó Erick.

    El hombre se quitó las gafas de sol, le dio la mano a Sean y luego se la ofreció a la mujer.

    —Hola, soy Ardan Kane. —dijo simplemente, haciendo contacto visual.

    —Elle  —respondió ella dándole la mano.

    —¿Estáis seguros de que no sois hermanos?

    Erick rió otra vez mientras pasaba la vista de su padre a la madre de Sean y viceversa. Entonces ella miró detenidamente a Ardan Kane. Él medía alrededor de un metro ochenta, junto a su metro sesenta, tenía el pelo rojo brillante (zanahoria, como se decía antiguamente), muchas pecas, como ella, y los ojos del azul más claro que ella había visto. Ah... ella pensó que se perdería en esos ojos. Ella lo había visto a menudo en la televisión, pero nunca había estado lo suficientemente cerca para ver la viveza de sus ojos, especialmente sin las gafas de sol, que se parecían ser su distintivo.  Era raro verlo sin ellas.

    Ardan Kane era el sheriff de Santa Vista. Era un sheriff famoso; por su reputación era siempre era justo; un hombre práctico, no uno que se sentaba en la oficina a dar órdenes y ponerse rechoncho; eso era lo que le gustaba de él. Le gustaba mucho.

    —Si tuviera una hermana tan encantadora, seguro que lo sabría —dijo Ardan. Inspiró, se llevó la mano de ella a los labios y la besó. Con este movimiento, la miró a los ojos y mantuvo la mirada fija en ellos. Elle sintió un escalofrío que la atravesó. Un delicioso y tentador escalofrío.

    En ese momento, un hombre con uniforme militar bajó del helicóptero y les chilló a los chicos.

    —Eh, reclutas, ¿vais a subir o preferís ir andando? —gritó—Rápido. A paso ligero. Moved el culo—su voz tenía un tono de «sin tonterías» que hizo que Sean y Erick reaccionaran inmediatamente.

    Sean besó rápidamente a su madre en la mejilla mientras que Erick abrazó a su padre. Ella oyó al padre susurrarle «pase lo que pase, vuelve a casa, hijo, vuelve».

    —Lo haré —prometió Erick a su padre solemnemente.

    —Chicos, cuidad el uno del otro —mandó ella alargando el abrazo a Sean tanto como pudiera, tanto como él la dejara antes de liberarlo, dejándolo libre para ir a ese oscuro y peligroso lugar. Suspiró y tragó para deshacer el nudo de su garganta. Las lágrimas amenazaban.

    Los nuevos reclutas se agacharon al entrar al helicóptero que les esperaba, dijeron adiós a sus respectivos padres con la mano y eso fue todo, se habían ido al ejército. Ella apenas pudo ver a los muchachos, ya que el sol se reflejaba en el metal del helicóptero, casi cegándola. Su precioso hijo se iba a luchar una guerra con la que ella no estaba de acuerdo, pero era su elección y ella siempre honraría sus decisiones. Respiró profunda y entrecortadamente, sintió las lágrimas a punto de caer, pero recordó su promesa. Pues ella miraba Ardan Kane, ella intentó centelleo los detrás.

    —¿Puedo invitarla a un café? —intervino Ardan con los ojos llorosos.  Ella lo vio limpiar sus ojos antes de ponerse las gafas de sol de nuevo. «Bueno», pensó ella, «no soy la única que quiere llorar».

    —Sería genial —respondió a la invitación a café, dudando un poco antes de contestar. «Estoy a salvo», se dijo a sí misma, «es un poli, por el amor de Dios». «Cálmate».

    Ardan la guió hasta su coche y le abrió la puerta. Decidieron quedar en la cafetería del pueblo, a tres kilómetros. Elle se puso sus gafas de sol de Vera Wang, se metió en su Mustang azul pálido y se fue.

    El Mustang aparcado en la plaza de delante de la puerta de la cafetería significaba que Ardan tendría que aparcar en el parking de detrás. Elle llegó antes que él a la cafetería y eligió su sitio favorito. Siempre se sentaba con la espalda apoyada en la pared, así podía ver quién iba y venía. Aquello también le hacía sentir mejor: nadie podía acercarse a ella sigilosamente por detrás.  Mientras que esperaba a Ardan, Elle hizo su reconocimiento rutinario de la gente del restaurante. Dos camareras con vaqueros y camisetas azules con el nombre de la cafetería, Nona's, en la espalda.  Sus propios nombres estaban bordados en el bolsillo del lado izquierdo, Kim y Alicia. Kim era una morena menuda y guapa, y Alice una rubia atrevida y pechugona. No había muchos clientes en el café en aquel momento del día, así que las dos muchachas intentaron parecer ocupadas mientras cotilleaban entre ellas. La gente del desayuno había venido y se había ido, y era demasiado temprano para el almuerzo. Ningunos de los clientes le resultaba familiar; no es que conociera a mucha gente en la ciudad, simplemente era poco sociable.

    Él habló o saludó a todos los que estaban allí: Kim y Alice, los tres clientes, el cocinero y el camarero. Ella miró la manera en que caminaba: tan ligero, con gracia masculina, como si fuera descalzo. Estaba definitivamente cautivada.

    «Vale, no te emociones ahora, solo es un hombre, y no es para ti», pensó para sí misma, «sabes que es imposible estar con alguien. Con nadie.»  Suspiró audiblemente.

    Él se sentó frente a ella.  Kim llegó a apuntar la comanda, ligando descaradamente con Ardan. Elle tuvo que contenerse para no darle una respuesta desagradable.  Ella decidió, en cambio, monopolizar la conversación con el sheriff. Pidieron café y tortillas.

    Ella descubrió que las familias de ambos eran de Irlanda: la de él de Dublín, y la de ella de la bahía de Galway.

    —Mi padre tenía un bar en la bahía de Galway, el Sean Brennan's Rye —le informó Elle. Le dio un sorbo al café.

    —Lo sé.  Estuve allí con mi padre un año antes de que muriera  —dijo Ardan con nostalgia, recordando las aventuras compartidas con su padre.

    —Sí, el nuevo propietario compró el nombre junto con el bar —le gustó que él conociera el nombre del negocio de su familia. Cortó la tortilla y se comió un trozo. Ardan se dio cuenta de lo encantadora que estaba.

    —Y, ¿de dónde eres, Elle?—preguntó mientras untaba la mantequilla cremosa y amarilla en su tostada de trigo.

    —Soy de Napa; mi padre compró un viñedo con las ganancias del bar. Las bodegas de Brennan's Family son nuestras. Mi hermano Harry lo lleva, y yo solo comparto las ganancias.

    —Ah, ¿entonces trabajas en otra parte? —preguntó con curiosidad.

    —Bueno, yo no diría «en otra parte».  Soy escritora, he vendido varios libros. —explicó ella mientras le daba otro sorbo a su café negro.

    —¿Algo que pueda haber leído? —preguntó Ardan.

    —Escribo novelas paranormales. Es posible que no hayas leído nada porque están más orientados para mujeres. Ella se partió de risa al imaginar a un hombre enganchado a una de sus historias.

    Estaban tan enfrascados en la conversación que Elle apenas oyó la voz. 

    —Hola, señorita Brenan—apenas era un susurro. Elle alzó la vista para ver una chica preciosa, de pelo largo castaño que empujaba un cochecito de bebé.

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1