La novia equivocada
Por Sally Carleen
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Sara había estado buscando una familia, y sus deseos se hicieron realidad. Además, el amor que veía en los ojos de su supuesto futuro esposo, llenaba su corazón. Sin embargo, cuando el reloj diera las doce campanadas, ¿acabaría el cuento de hadas, o vivirían felices para siempre?
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La novia equivocada - Sally Carleen
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Sally B. Steward
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La novia equivocada, n.º 1147- marzo 2021
Título original: A Bride in Waiting
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1375-128-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
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Capítulo 1
EL vapor siseó bajó el capó del Mercedes plateado de Lucas Daniels.
Mascullando una maldición, dio un puñetazo al volante, llevó el traicionero coche hacia un lado y lo aparcó en la calle Mayor; en pleno centro de Briar Creek, Texas, a pesar de que era sábado por la tarde.
Genial. Podía bajarse del coche y vocear el suceso a los cuatro vientos, antes de que circulara el rumor por todo el pueblo. Evitar los intermediarios. Quizá la noticia se propagara lo suficientemente rápido y lo librara de ser él quien informara a sus futuros suegros, que sin duda esperaban en la iglesia.
Analise Brewster no asistirá al ensayo de su propia boda porque se ha marchado de la ciudad. Mejor aún: ¡se ha marchado de la ciudad!, ya que la nota que le había dejado Analise era un cúmulo de signos de admiración. ¿Y por qué no?, Analise no hablaba, exclamaba.
Tanto Lucas como Ralph, el padre de Analise, opinaban que el matrimonio pondría freno a su impulsividad, que generaría en ella cierto sentido de la responsabilidad pero, de momento, su compromiso matrimonial no había surtido ningún efecto.
Sus padres, especialmente su madre, iban a disgustarse mucho; como les ocurría siempre que ella desaparecía de su vista durante más de unas horas. Ellos eran demasiado protectores y Analise demasiado independiente: una mala combinación.
Lucas soltó otra maldición y salió del coche. El sol de junio cayó a plomo sobre él, y el calor del asfalto lo asaltó desde abajo. Pero en realidad no sabía si el sofoco que sentía lo originaba el sol o su propia ira. Acercó la mano al capó y se quemó los dedos.
—¡Maldita sea! —se aguantó las ganas de soltar una retahíla de palabrotas.
—Lucas, ¿tienes problemas, chaval?
«Chaval». Seis años ejerciendo y aún era un chaval, el médico «nuevo»… Seguía siendo el hijo de Wayne Daniels, al que solo aceptaban porque trabajaba en el consultorio médico de Ralph Brewster. El nuevo escándalo no iba a hacerle ningún bien a su reputación.
—Se podría decir que sí, Herb —contestó, volviéndose hacia el rostro sonriente.
—¿Necesitas que te lleve a algún sitio?
Lucas se mesó el cabello. Podría contarle la verdad a Herb y acabar con el tema. Briar Creek era una ciudad muy pequeña y todos se conocían. Pronto toda la población estaría al tanto de la última escapada de Analise.
—Sí —replicó—. Gracias. Me vendría bien que me acercaras a la iglesia metodista de la calle Grand.
—Preparándote para la gran boda, ¿eh? Acabo de ver a Analise paseando por Wyandotte.
—¿Qué?
—Creo que llegará tarde al evento —rio Herb—, igual que llega tarde a todo lo demás. Así es Analise.
—¿Ahora mismo? —Lucas agarró a Herb del brazo—. ¿Acabas de verla?
—Bueno, desde que la vi he recorrido una manzana. No conducía rápido, claro está. No tengo prisa.
—¿En que dirección iba?
—Hacia allá —Herb señaló calle arriba. Lucas giró y salió lanzado en la dirección que le indicaba.
—¡Gracias! —exclamó por encima del hombro.
—¿Aun necesitas que te lleve? —preguntó Herb.
—Me llevará Analise —dijo, «después de que la mate».
Mientras caminaba por la acera, Lucas se obligó a sonreír y a saludar a los conocidos que se encontraba, como si todo fuera bien. Dio la vuelta a la esquina y siguió hacia Wyandotte, la calle siguiente, resistiéndose al impulso de echar a correr para alcanzar a su excéntrica prometida antes de que hiciera otra locura.
—Buenas tardes, señora Greene. ¿Cómo va el reuma de Willie?
—Mejor, Lucas. Me alegro de verte. Saluda a Analise de mi parte.
Giró hacia Wyandotte y allí estaba ella, mirando el escaparate de Antigüedades Folton.
Lucas apretó los dientes y se acercó a grandes zancadas. ¿A qué jugaba? ¿Por qué le enviaba una nota diciendo que se iba de la ciudad y luego se ponía un vestido anticuado, se recogía el pelo en una trenza y salía a pasear? ¿Pensaría que iba disfrazada? Era alta y esbelta, pelirroja, y sus rasgos faciales eran inconfundibles: ojos grandes, frente ancha y recta, nariz romana; hacía falta mucho más que un cambio de peinado y de forma de vestir para disfrazar a Analise Brewster.
Ni siquiera alzó la cabeza cuando él se acercó.
—¿Qué diablos haces? —exigió Lucas.
Sara Martin dio un respingo al oír la enojada voz masculina, pero no podía estar dirigiéndose a ella. Esta vez era otra persona la que tenía problemas.
Dio la espalda al sonido y se encaminó calle abajo, ansiosa por alejarse de cualquier escena desagradable.
—¡Analise! —gritó el hombre, agarrándola del brazo.
Ella gruñó, se volvió hacia su atacante y, sin pensarlo, le clavó la rodilla en la entrepierna y le dio un taconazo en el empeine. Lanzó el canto de la mano hacia su nariz, pero se detuvo cuando él la soltó y, con un gemido apagado, cayó de rodillas sobre la acera.
—¡Mamamía! —miró al hombre boquiabierta—. ¡Funcionó! —se inclinó para ayudarlo a levantarse, pero se arrepintió y dio un paso atrás.
Siempre pensó que su madre era un poco paranoica por obligarla a practicar técnicas de defensa personal que la permitieran escapar de cualquier posible agresor. Pero ahora que había sufrido un ataque y conseguido liberarse, en vez de echar a correr, estaba parada en la acera de una ciudad extraña pensando que debería ayudar a su atacante. Dominaba la técnica defensiva, pero parecía que le fallaba la actitud mental.
No parecía peligroso. Sin embargo, los pantalones color caqui, el polo blanco con un animalito bordado al lado izquierdo del pecho y el cabello negro perfectamente cortado y peinado, lo convertían exactamente en el tipo de hombre contra el que su madre siempre la previno: sofisticado, mundano y probablemente rico.
Aun así, la mezcla de exasperación y dolor que reflejaban los ojos marrones la mantuvo clavada en el sitio. Él hizo un esfuerzo por ponerse en pie y la impresionó el tono exasperado de la voz que volvió a llamarla por el nombre de su muñeca favorita.
—Diablos, Analise, ¿por qué has hecho eso? ¿Se puede saber que pretendes? ¿Creías que ponerte un vestido anticuado y recogerte el pelo iba a servirte de disfraz? ¿Es que te has vuelto loca?
«¿Anticuado?» Ella misma se había hecho el vestido. Quizá debería darle otra patada. Retrocedió unos pasos, rebuscó en su bolso y sacó un spray anti-cacos.
—Mire, señor, o es usted el que está loco, o me ha confundido con otra persona. No me llamo Analise. Me llamo… —calló, los viejos miedos que su madre le había inculcado toda la vida volvieron a aflorar. «Nunca hables con desconocidos. Nunca le digas a nadie tu nombre, ni el mío, ni dónde vivimos». Lo amenazó con el pulverizador—. No soy Analise. Ahora me voy, y si intenta impedirlo utilizaré esto.
—Analise, esto no tiene gracia —gruñó él. Tenía tensos los tendones del cuello y la mandíbula rígida. Una mandíbula cuadrada que no encajaba con la perfección de su atuendo y aspecto.
Una mujer pequeña y frágil, de pelo rizado, llegó por detrás del hombre, se detuvo, sonrió y los reconvino agitando el dedo índice.
—¡Analise y Lucas! ¿Qué hacéis aquí, pareja de tortolitos? ¡Deberías estar en el ensayo de vuestra boda!
O la ciudad entera estaba loca, o realmente se parecía a la tal Analise. Eso podría significar que…
Se le aceleró el pulso al considerar las posibles implicaciones de que otra mujer se pareciera tanto a ella.
—Hola, señora Wilson —dijo el hombre con suavidad—. Supongo que perdimos la noción del tiempo. Ahora mismo vamos para allá.
No, era imposible. Si Analise fuera su madre biolóica, sería demasiado vieja para casarse con Lucas. A no ser que a él le gustaran las mujeres mayores. O que su madre se hubiera hecho la cirugía estética.
—Estoy deseando ver el vestido de boda, Analise. Eleanor me ha dicho que es lo más bonito que ha hecho nunca —echó una ojeada al holgado vestido de algodón de Sara, arrugó la frente y volvió a sonreír—. Claro, que tú estás preciosa con cualquier cosa. Incluso con el pelo recogido así. Aunque lo prefiero cuando lo llevas suelto y rizado. ¿Tú no, Lucas?
El hombre levantó la larga trenza de Sara y la miró con curiosidad.
—Sí, yo también —asintió, deslizando la mano a lo largo de la trenza, con una caricia inquieta y sorprendentemente suave.
Sara tragó saliva, luchando contra el miedo y la confusión. Quería escapar de esas dos personas que la llamaban por el nombre de una muñeca, de ese hombre que no debería acariciarla con tanta familiaridad, y de su propio e inesperado placer ante la caricia.
—A la iglesia ahora mismo, ¿oís, chicos?
—Sí, señora Wilson —la voz de él sonó débil, y la ira y exasperación de los ojos oscuros se convirtió en confusión mientras contestaba a la señora Wilson, sin dejar de mirar a Sara.
—¿Cómo has conseguido sujetar esto tan bien? —preguntó cuando la señora Wilson se fue. Aún tenía la trenza en la mano—. No puede ser tu pelo. Ayer solo te llegaba al hombro.
—¿El qué? ¿Mi pelo? —Sara tragó saliva y sujetó el pulverizador con fuerza, por si acaso—. No soy tu Analise —dijo quedamente—. Llegué a la ciudad esta mañana. Busco a… unos parientes. Si tu Analise se parece tanto a mí, quizá sea… una de ellos.
Lucas no dijo nada, pero entrecerró los ojos y enarcó una ceja con escepticismo.
—Suelta mi trenza —pidió ella—. La desharé y te mostraré lo largo que es mi pelo. Me llega a la cintura. Nunca me lo he cortado a la altura del hombro.
Él no la soltó. Quitó la goma y comenzó a destrenzar los mechones. Ella aguantó la respiración mientras él enterraba los dedos en su densa cabellera, subiendo hasta acariciar su cuero cabelludo, y volviendo a bajar.
A Sara le pareció un gesto demasiado íntimo para dos desconocidos parados en la calle a mediodía. Pronto comprendió que lo turbador no era el gesto, sino su propia reacción. La caricia de él le provocaba sensaciones tan deliciosas que deseó que no parara nunca.
Se apartó bruscamente y, con un golpe de cabeza, alejó la cabellera de su alcance.
—¿Lo ves? —musitó—. No soy Analise.
Lucas parpadeó deslumbrado por el sol, como si acabara de despertarse; su mano seguía situada en el lugar donde había estado su pelo. Dejó caer el brazo.
—No, no lo eres —su voz sonó tan ensimismada como la mirada de sus ojos oscuros—. Tienes su piel, sus ojos, sus labios…
—Tengo que irme —retrocedió antes de que pudiera volver a tocarla, antes de que recreara en ella esas sensaciones que no deseaba sentir. No supo si hablaba con él o consigo misma, tampoco entendió el por qué de sus palabras; él no la retenía.
—Exceptuando el pelo, podrías ser su gemela, pero no eres Analise.
La mente de Sara se desbocó. ¿Podría ser su gemela? ¿Sería posible? ¿Y si su madre biológica hubiera tenido gemelas y su madre adoptiva solo hubiera acogido a una de las niñas? ¿Tendría una hermana? ¿Una gemela que había sido adoptada por una familia de Briar Creek?
De niña, le puso el nombre de