La bella y el ángel azul: La saga de los Barone (6)
Por Maureen Child
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La camarera Daisy Cusak se puso de parto durante sus horas de trabajo. Muerta de dolor, aceptó aquellos fuertes brazos que la ayudaron y le dieron seguridad. El piloto militar Alex Barone se convirtió en su salvador, la ayudó a dar a luz con dulzura y tranquilidad. Pero no eran sólo las hormonas las que la habían hecho creer que aquel hombre era un sueño hecho realidad...
Alex también la deseaba, y tenía intención de tenerla antes de que se le acabara el permiso. Pero Daisy era mucho más peligrosa que cualquier misión en la que hubiera participado. Ella y su recién nacido estaban poniendo en peligro el corazón de Alex.
Maureen Child
Maureen Child is the author of more than 130 romance novels and novellas that routinely appear on bestseller lists and have won numerous awards, including the National Reader's Choice Award. A seven-time nominee for the prestigous RITA award from Romance Writers of America, one of her books was made into a CBS-TV movie called THE SOUL COLLECTER. Maureen recently moved from California to the mountains of Utah and is trying to get used to snow.
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La bella y el ángel azul - Maureen Child
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Silhouette Books S.A.
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La bella y el ángel azul, n.º 1308 - julio 2016
Título original: Beauty & the Blue Angel
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8732-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Quién es quién
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Quién es quién
Capítulo Uno
Daisy Cusak hizo caso omiso a la oleada de dolor que le atravesó el cuerpo.
–Es sólo una punzada –susurró pasándose la palma de la mano por el abultado vientre–. Vamos, cariño, no le hagas esto a mamá, ¿de acuerdo?
Había tenido dolores intermitentes durante todo el día, pero había decidido ignorarlos. Los libros decían que no había de qué preocuparse hasta que las contracciones fueran fuertes y separadas sólo por unos minutos. Y ella tenía una cada hora y media aproximadamente, por lo que pensaba que no tenía de qué preocuparse.
Además, era viernes por la noche, el día perfecto para sacarse buenas propinas sirviendo cenas en el restaurante italiano Antonio´s. Y en aquellos momentos, las propinas significaban mucho.
A su alrededor se escuchaba el ruido de la cocina: sartenes, cocineros diciendo palabrotas, el ruido de los platos de porcelana al chocar unos con otros… Era en cierto modo una música, y los camareros y camareras, bailarines.
Daisy llevaba cuatro años haciendo aquel trabajo y era muy buena. Cierto que mucha gente no consideraría ser camarera como una carrera profesional, pero a ella no le importaba. Le encantaba su trabajo. Conocía gente nueva cada noche, tenía clientes fijos dispuestos a esperar media hora de más para sentarse en su zona, y era estupendo trabajar para sus jefes, los Conti.
Lejos de despedirla por haberse quedado embarazada, la familia Conti le estaba pidiendo continuamente que se sentara. Siempre había alguien cerca para ayudarla con las bandejas más pesadas y ya le habían asegurado que su puesto de trabajo la estaría esperando cuando regresara tras tomarse un tiempo para estar con el bebé.
–Ya lo verás –aseguró Daisy sonriéndole a su vientre–. Va a ser estupendo. Vamos a estar fenomenal.
–¿Va todo bien, Daisy?
–Claro –respondió girándose para encontrarse de frente con Joan, otra de las camareras–. Estupendamente.
La otra mujer la miró como si no acabara de creerla, y Daisy deseó para sus adentros mentir un poco mejor.
–¿Por qué no descansas un rato? –le sugirió Joan–. Yo cubriré tus mesas.
–No hace falta –aseguró Daisy con firmeza para convencer no sólo a Joan, sino también a ella misma–. Estoy bien. De verdad.
Su amiga la miró con el ceño fruncido.
–De acuerdo –dijo finalmente colocando dos platos de lasaña en la bandeja–. Pero te estaré vigilando.
Igual que el resto de la gente en Antonio´s, pensó Daisy. Agarró una jarra de café, empujó la puerta y entró en el comedor principal. Se respiraba una atmósfera de natural elegancia. Las mesas estaban cubiertas con inmaculados manteles de lino blanco, y las velas brillaban con todo su esplendor dentro de candelabros de globo. A través de unos altavoces se escuchaban los suaves acordes de un violín.
Daisy sonrió a los clientes mientras les ofrecía más café y tomaba nota de sus pedidos. Le hizo una mueca a un bebé que tendría aproximadamente un año y estaba sentado en una trona, muerto de risa porque se había tirado los espaguetis por encima de la cabeza. La mayoría de los camareros odiaba tener niños en las mesas de su zona. Normalmente suponía perder tiempo cuando los clientes se marchaban, porque tenían que limpiar completamente el desastre que los niños dejaban atrás antes de que se pudiera sentar nadie más. Y perder tiempo significaba perder dinero.
Pero a Daisy siempre le habían gustado mucho los niños. Incluso los más revoltosos.
Un grupo de hombres de aproximadamente treinta años siguieron a la recepcionista hacia la mesa del fondo de la zona de Daisy. Al pasar, la recepcionista le dirigió una mirada de disculpa mientras los acomodaba. Cuatro hombres solían ser cuatro comilones, y probablemente acabarían con las energías de Daisy. Pero mirándolo por el lado positivo, los grupos de hombres solían dejar también buenas propinas.
Daisy sintió otra punzada de dolor en la zona de los riñones, esta vez más aguda, y reaccionó poniéndose tensa.
«No, cariño, por favor. Ahora no», rogó para sus adentros.
Como si su bebé hubiera escuchado su plegaria, el dolor fue desvaneciéndose hasta convertirse en una molestia. Y eso sí podía soportarlo.
Sólo tenía que aguantar un par de horas más y sería libre para volver a casa.
Sólo tenía que aguantar un par de horas más y sería libre para volver a casa. Al menos eso era lo que Alex Barone no cesaba de repetirse.
Fue el último en sentarse, y lo hizo en la esquina del banco de cuero, como si estuviera preparado para salir corriendo. Cuando aquel pensamiento le cruzó por la cabeza, apretó los dientes y se apoyó contra el respaldo del asiento. No estaba dispuesto a sentirse culpable por entrar en aquel restaurante.
Aunque si hubiera sabido que sus amigos iban a elegir Antonio´s, tal vez no hubiera salido con ellos. No tenía sentido ponerse en el campo de tiro de un antiguo enemigo de la familia.
Como Barone, había crecido escuchando historias que convertían a la familia Conti en auténticos demonios. Pero si aquel era su infierno, no cabía duda de que lo habían convertido en un lugar muy agradable. La luz tenue, la música suave y los olores que salían de la cocina obligaron a Alex a gruñir de gusto.
Todas las mesas estaban ocupadas, y los camareros parecían tan ocupados como tropas de infantería en una contienda. Aquel pensamiento lo hizo sonreír. Llevaba demasiado tiempo en la vida militar.
Mientras sus amigos charlaban y reían, Alex dejó que su vista se deslizara de nuevo por el comedor, vigilando por si encontraba algún Conti. Pero ninguno de ellos lo conocía personalmente, así que tenía muy pocas posibilidades, por no decir ninguna, de que supieran que él era un Barone.
Así que intentaría relajarse, cenar y después marcharse sin más complicaciones.
Pero al instante siguiente, cualquier pensamiento de marcharse se borró de golpe de su cabeza.
Una mujer preciosa pareció surgir de la nada, colocándose justo al lado de Alex mientras les dedicaba a los comensales de la mesa una sonrisa lo suficientemente amplia como para iluminar todas las sombras del comedor.
–Hola, me llamo Daisy y esta noche seré su camarera.
Un instinto masculino puro obligó a Alex a estirarse para tener una visión más cercana de ella. Tenía el cabello largo y rizado, de color avellana, y lo llevaba recogido en el cuello con un prendedor plateado. Los ojos no eran ni verdes ni azules, sino una deliciosa combinación de ambos tonos, y su piel pálida tenía un aspecto suave y delicado. Su voz encerraba un tono de humor que despertó el interés de Alex… hasta que su abultado vientre se hizo visible cuando ella cambió de posición.
Embarazada.
Alex sintió una punzada de desilusión, y deslizó automáticamente la mirada hacia su mano. No tenía anillo de casada, ni tampoco había ninguna marca en el dedo que indicara que lo hubiera llevado alguna vez.
Frunció el ceño. ¿No estaba casada? ¿Qué clase de idiota dejaría marchar a una mujer así, especialmente si estaba esperando un hijo suyo?
–Hola, Daisy –dijo uno de sus amigos soltando un silbido de aprobación–. Yo soy Mike Hannigan.
Alex le dirigió una mirada de reproche, pero la mujer no pareció molestarse en absoluto.
–¿Queréis