Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La lanza de Izanami
La lanza de Izanami
La lanza de Izanami
Libro electrónico184 páginas2 horas

La lanza de Izanami

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Cuando Mukou Shi despierta, no recuerda su nombre y ni siquiera comprende qué hace en medio de los arrozales de Uenohara. Su cuerpo es translúcido y flota en el aire, ya que carece de pies. Pese a la aplastante evidencia, a Mukou le cuesta asimilar su nueva situación: está muerto y se ha convertido en una entidad de ectoplasma, cuyo reto más acuciante será descubrir quién fue en vida y cómo y por qué terminó en tan fantasmagórico estado. Solo tiene tres días para averiguarlo, antes de desaparecer para siempre convertido en viento. Sin embargo, en esta investigación contrarreloj, Mukou no estará solo, pues como compañeros de viaje contará con la inestimable ayuda de un entrañable anciano y una misteriosa beldad rusa, ambos en su misma situación y con quienes comparte un vínculo que también deberán desvelar.
IdiomaEspañol
EditorialChidori Books
Fecha de lanzamiento9 may 2024
ISBN9788412469264
La lanza de Izanami

Relacionado con La lanza de Izanami

Libros electrónicos relacionados

Oculto y sobrenatural para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La lanza de Izanami

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La lanza de Izanami - Raquel Pastor

    Capítulo 1

    El fin

    三つ子の魂百迄も。

    Genio y figura hasta la sepultura.

    «¡Duele! Ah, no, ¡qué extraño! No siento nada. ¿Qué está pasando? ¿Siempre he sido tan transparente? Bueno, translúcido. Tranquilo, ¡tranquilízate! Será un sueño. Sí, eso es, alguna vez he leído que los sueños pueden ser muy vívidos, así que ahora despertaré… ¡Vaya, parece que floto! Si no fuera una ilusión pasajera producto de mi mente, hasta lo disfrutaría, pero tengo que conseguir despertar. A ver… ¿dónde estoy? ¡En medio de la montaña! Y, encima, no se ve un alma, aunque es normal, teniendo en cuenta que esto es un sueño. Respira, tranquilízate… ¡¿Por qué no respiro?! ¿Dónde está el sonido de mi respiración y el del latido de mi corazón? No recuerdo nada y esto no me está gustando un ápice. ¡Ayuda! ¡Que alguien me despierte, por favor!», pensé en aquellos primeros momentos de estar consciente.

    Preso del pánico, comencé a correr o, más bien, a deslizarme por el aire como si fuera una mariposa. Gritaba y lloraba, pero nadie me oía en aquel camino forestal inundado de olor a petricor y hojas de arce caídas. En mi desesperación, acerté a seguir una dirección descendente hasta que llegué a una llanura cubierta de campos de arroz que me resultó extrañamente familiar. Continué mi marcha frenética con el oscuro pensamiento de que no sería capaz de despertar. En aquellos cultivos debía haber alguien a quien pedir ayuda, porque tal vez tuviera una enfermedad que me había convertido en un ser translúcido. De pronto, me topé con un anciano, translúcido como yo. Quizás fuera algo generalizado y yo no era el único en aquella situación. Apenas lo veía desdibujado sobre el paisaje, pero sí lo podía oír con claridad.

    —¡Más cuidado, hombre! No es bueno ir tan apresurado, puedes llevarte por delante a un pobre viejo como yo…

    —¡Discúlpeme! Menos mal que encuentro a alguien, llevo un buen rato desorientado y no sé qué me pasa. ¡Necesito ayuda! —Traté de agarrar sus brazos, pero mis manos neblinosas lo atravesaron—. ¡Y usted también!

    —¿Yo? Estoy perfectamente, joven. A ti tampoco veo que te ocurra nada malo.

    —¿Cómo que no? Mírenos, nos atraviesa la luz, no respiro, no oigo mi corazón… Dígame que esto es un sueño.

    —Que yo sepa, no. Cuando me desperté antes, yo también me asusté… —El anciano se quedó en silencio mientras contemplaba los cultivos con una sonrisa. Me exasperé y resoplé—. Ah, sigues ahí, joven, ¿de qué hablábamos?

    —¡De nuestra situación! ¿Qué nos ocurre? ¿Usted lo sabe?

    —Pareces un muchacho inteligente. Estoy seguro de que ya lo has deducido por ti mismo.

    La tranquilidad del anciano me desesperaba. Suspiré y miré a nuestro alrededor.

    —¡Por ahí viene alguien! —Me ilusioné al ver a un agricultor andando por el camino, quizá demasiado porque, al acercarme a él y hablarle, no reaccionó a ninguno de mis movimientos. Grité, manoteé y revoloteé a su alrededor sin éxito. Abatido, volví junto al anciano con una sospecha—. Esto no tiene ninguna gracia. ¿Por qué no pueden vernos?

    —Uno más uno son dos, joven. ¿Has intentado despertar?

    —Sí, pero no lo consigo. ¡Este es el peor sueño que he tenido nunca!

    —¡Ajá! Entonces, tal vez es la realidad.

    —Por eso le decía que debemos ir a que nos vea un médico, ¡estamos haciéndonos invisibles! Y, además, no recuerdo nada. No sé quién soy, ni dónde estoy, ni…

    —Cálmate, joven, así no conseguirás nada. Ven, sígueme. Te enseñaré lo que sé.

    Alterado, me dejé guiar por el anciano a través de los arrozales. No sentía ni el agua estancada ni las plantas rozar mi piel, ni el viento despeinaba mi cabello: otra prueba a favor de que esto no podía ser real. Finalmente, el anciano se detuvo y me señaló un cartel junto a la carretera.

    —Uenohara, prefectura de Yamanashi, Japón —leí tratando de rebuscar aquel lugar en mi mermada memoria, sin éxito.

    —¡Eso es! Lo descubrí antes mientras paseaba.

    —¿Cuánto tiempo lleva usted así?

    —Oh, no mucho, no te sabría decir. Tú eres el primer espíritu que me he encontrado.

    —¡¿Espíritu?! No puede ser, ojiisan1, no hay nada después de la muerte. Esto debe de ser una alucinación.

    —Lo siento, joven, esa es la conclusión más lógica a la que llegar. Y no hay nada que podamos hacer, salvo contemplar este hermoso paisaje.

    —No… Tiene que haber alguien en esta ciudad que nos pueda ayudar.

    —Sería inútil, joven, pero estaré por aquí si deseas que nos volvamos a ver.

    No me quise rendir a la muerte tan fácilmente como el anciano y me desplacé a toda velocidad hasta el núcleo de la población. Se trataba de un área rural y humilde, pero incluso allí debería haber un hospital donde pudieran atendernos, ¡no podía estar muerto! De ser así, lo recordaría.

    Se respiraba tranquilidad y silencio entre los habitantes corpóreos de Uenohara, que andaban y conversaban con sosiego. Me acerqué a varias mujeres y ancianos, aunque ninguno pareció darse cuenta de mi existencia, si es que todavía existía. Lo que sí noté en sus conversaciones fue el temor a la muerte. Entre susurros, comentaban los recientes fallecimientos ocurridos en Uenohara. Sin querer creerlos, me alejé más y más del centro y vagué por caminos donde se erigían casas tradicionales de apariencia más regia que las del pueblo. En una de ellas, se podía oler el rastro de la muerte: la policía la había tomado como base. Con un nudo en la garganta, me adentré en la propiedad y, sin saber por qué me inundaba la tristeza, de mis ojos salieron lágrimas brumosas.

    Los agentes recogían evidencias con sus manos enguantadas y fotografiaban la sangre esparcida sobre el tatami, arrebatándole a la casa toda su intimidad. Busqué con la mirada la presencia de un cadáver, pero no había ninguno. Me llamó la atención el objeto protagonista de la mirada policial. Allí estaba ella, fría, poderosa, de brillo metálico en su rostro y en su lanza, tiznada de rojo: la diosa Izanami.

    Me quedé paralizado observando la estatua cobriza que representaba a una mujer de largo cabello con jūnihitoe2 y gesto fiero, armada con una larga lanza ceremonial con filo de acero que apuntaba al frente. Era espeluznante y peligroso tener algo así en el despacho. Desde la ventana que daba al jardín, me distrajo la conversación entre un policía y un hombre joven trajeado y de semblante contrariado.

    —Señor Shi, le repito que debemos llevarnos la estatua —dijo el agente—. Comprendo el gran valor que tiene para su familia, pero es el arma del crimen. Se la devolveremos cuanto antes.

    —¿Y no pueden examinarla aquí? —rebatió el hombre del traje—. Insisto en que permanezca donde siempre ha estado, ¿o es que quiere enfadar a los kami3, detective Kaname?

    —¡Por supuesto que no! Pero…

    —No hay más que hablar. Cojan las pruebas que quieran de ella y váyanse. Queremos celebrar el funeral de mi hermano cuanto antes para que pueda descansar. No es necesario realizarle la autopsia y profanar su cuerpo, es obvio qué lo ha matado. Ustedes deben encontrar a su asesino.

    —¡Ichigo! —exclamé de pronto. Acababa de recordar a aquel niño que me pedía ayuda con los deberes de matemáticas, que me instaba a ser menos tímido. Me acordé del joven extrovertido que conseguía todo lo que quería en casa y en la vida, del hombre de éxito en el que se había convertido. Sin embargo, ¿por qué parecía tan atormentado? Si era cierto que el muerto era yo, aquel hombre era mi hermano; aquella, mi casa y aquella estatua, mi verdugo—. ¡Ichigo, soy yo, ayúdame! ¿Me escuchas?

    Pero Ichigo solo encendió un cigarrillo con rabia y salió de la propiedad. Dejé atrás el rebaño de agentes y lo seguí. ¡Ya sabía mi apellido y mis orígenes! Menos mal que no me había quedado mirando el campo como el anciano… Revoloteé alrededor de mi hermano pequeño, que a veces parecía mirar en mi dirección, ¡tal vez él sí me percibía! Traté de retenerlo con mis manos de niebla y de llamar su atención con mi voz de ultratumba. Por desgracia, nada funcionó para que reparara en mí y se alejó en su coche deportivo. De nuevo, me había quedado solo, pero, al parecer, tenía una cita con mi propio funeral.

    Sin nada más que investigar por el momento, recorrí los arrozales con otra perspectiva. Lo que tenía claro es que me había criado allí, en Uenohara, pero no recordaba mucho acerca de mi familia. Familia Shi… ¿Por qué ese apellido? Con lo supersticiosos que somos en Japón, ¿por qué llamarse Muerte? ¡Qué mal augurio! Con razón, había fallecido.

    Me dediqué a buscar al anciano, ya que era el único con el que podía hablar. Me asusté al verlo tumbado en mitad de la carretera y llamé su atención para que se levantara, pero él tan solo se rio de mis advertencias. De pronto, un tractor se incorporó al camino, amenazando con aplastar al anciano. Me apresuré a flotar hasta él y lo agarré del brazo, que tenía una textura extrañamente algodonosa, como si estuviera hecho de nube. Como era de esperar, lo atravesé sin lograr levantarlo. Grité al agricultor, que continuaba la marcha, ajeno a nuestra presencia. Demasiado tarde: el tractor nos alcanzó a ambos. El vehículo pasó a través de nosotros como si fuéramos niebla. El anciano rio de nuevo, al parecer, divertido por su pequeño experimento.

    ¡Ojiisan! Eso ha sido muy peligroso, ¿se puede saber qué hace?

    —Descansar sobre la tierra que alimenta los campos… ¿No es un bonito día, joven?

    —¡No vuelva a darme esos sustos! Aunque parezca que estamos muertos, no sabemos si hay algo que pueda dañarnos…

    —Tonterías, esas preocupaciones son propias de la vida, no de la muerte. Cuéntame qué tal te ha ido el paseo. Por lo que veo, ya has asumido nuestra situación.

    —He estado en mi casa y he visto a mi hermano.

    —¡Qué bien! Ojalá yo encontrase algo de mi vida pasada, no recuerdo…

    —Puedo ayudarle a buscar, ojiisan —propuse, conmovido por su situación—. ¿Sabe su nombre?

    —¿Sabes tú el tuyo?

    —Sé que mi apellido es Shi.

    —Shi… ¿Como los de la funeraria? —El anciano se incorporó y pareció dedicarme una expresión pícara.

    —¿Funeraria? No lo sé. ¿Usted conoce a mi familia? Mi hermano se llama Ichigo.

    —Mmm… ¿Sabes, joven Shi? Tú no tienes que ayudarme a mí, pero yo sí debo ayudarte a ti.

    —¿Por qué dice eso?

    —Mírate. ¿Cuántos años tenías? ¿Cuarenta? No comprendo por qué seguimos aquí aún, pero tengo la sensación de que debes averiguar lo que te pasó. En cambio, yo morí ya de viejo, seguramente tras una vida plena y tranquila. ¡No hay ningún misterio en eso!

    Ojiisan… Investigaremos juntos, ¿qué le parece acompañarme a mi funeral?

    —Es un buen plan, aunque no tan bueno como pasear por el campo.

    ____________________________

    1 Ojiisan: anciano, abuelo.

    2 Jūnihitoe: literalmente, «doce capas de kimono». Compuesto de muchas capas de tela superpuestas, se trata de la elegante y sofisticada indumentaria que tradicionalmente han vestido las damas de la corte japonesa.

    3 Kami: dios, deidad o espíritu sagrado de la religión sintoísta.

    Capítulo 2

    El funeral

    類は友を呼ぶ。

    Dios los cría y ellos se juntan.

    El anciano y yo recorrimos Uenohara en busca de pistas sobre nuestras identidades. He de reconocer que aquel viejecito me inspiraba calma y calidez, a pesar de haberme convertido en un ser incorpóreo e insensible a muchos de los estímulos que disfrutaban los vivos. Paseamos por la orilla del río, donde unos padres y sus hijos pescaban.

    —¿Qué pasa, joven? ¿Los conoces? —me preguntó.

    —Creo que no. Solo

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1