Conan el cimerio - Xuthal del crepúsculo
Por Robert E. Howard
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Conan el cimerio - Xuthal del crepúsculo - Robert E. Howard
Conan el cimerio - Xuthal del crepúsculo
Translated by Rodolfo Martínez
Original title: Xuthal of the Dusk
Original language: English
Copyright © 2023 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728322932
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
El desierto reverberaba en oleadas de calor. Conan el cimerio contempló aquella ardiente desolación e inconscientemente se pasó el dorso de la mano poderosa por los labios ennegrecidos. Parecía una estatua de bronce en medio de la arena, aparentemente inmune al despiadado sol, aunque su única vestimenta eran un taparrabos de seda y un cinturón ancho con hebilla dorada del que pendían una espada y un enorme puñal. En sus extremidades musculosas se veían rastros de heridas a medio curar.
A sus pies descansaba una joven con un brazo agarrado a la rodilla del cimerio, en la cual apoyaba la rubia cabeza. La piel blanca de la muchacha contrastaba con los brazos bronceados del hombre; la corta túnica de seda, sin mangas y escotada, ceñida a la cintura, más que cubrir su esbelta figura la resaltaba.
Conan meneó la cabeza y parpadeó. El brillo del sol lo deslumbraba. Cogió una pequeña cantimplora del cinturón y la agitó; frunció el ceño ante el débil sonido chapoteante.
La joven se movió cansinamente, sin dejar de gemir.
—¡Vamos a morir aquí, Conan! ¡Tengo tanta sed!
El cimerio gruñó sin decir una palabra y contempló feroz la desolación que los rodeaba, con la mandíbula adelantada y los ojos azules ardiendo salvajes bajo la alborotada melena negra, como si el desierto fuera un enemigo de carne y hueso.
Se agachó y llevó la cantimplora a los labios de la joven.
—Bebe hasta que te lo diga, Natala —ordenó.
Ella bebió a pequeños sorbos jadeantes y él no se molestó en controlarla. Solo cuando la cantimplora quedó vacía se dio ella cuenta de que le había permitido beber todo el agua que les quedaba, la poca que había.
Los ojos se le anegaron en lágrimas.
—Ay, Conan —gimió, mientras se retorcía las manos—. ¿Por qué me dejaste beber todo? No lo sabía... ¡Ahora no queda nada para ti!
—Calla. —masculló él—. No malgastes las fuerzas llorando.
Se puso en pie y lanzó la cantimplora a lo lejos.
—¿Por qué la tiras? —susurró ella.
Él no respondió; permaneció inmóvil, los dedos cada vez más cerca de la empuñadura de la espada. No miraba a la joven: sus fieros ojos parecían sondear las misteriosas brumas moradas que se veían a lo lejos.
Dotado del amor por la vida y los deseos de vivir característicos de un bárbaro, Conan el cimerio se daba cuenta, sin embargo, de que había llegado al final del camino. Aún no había alcanzado el límite de su resistencia, pero sabía que otro día bajo aquel sol implacable en aquella desolación sin agua podría con él. En cuanto a la moza, había sufrido bastante. Mejor una estocada veloz e indolora que la agonía interminable a la que se enfrentaba. De momento su sed se había aplacado; no sería compasivo dejarla sufrir hasta que el delirio y la muerte aliviaran su estado. Desenvainó la espada lentamente.
Se detuvo de pronto y se envaró. Al sur, lejos en el desierto, algo resplandeció entre las ondulaciones de calor.
Al principio creyó que era una ilusión, uno más de los espejismos que lo habían burlado y enloquecido en aquel condenado desierto. Hizo visera con la mano sobre los deslumbrados ojos y distinguió chapiteles y minaretes, y unas murallas resplandecientes. Siguió mirando con desconfianza, convencido de que la imagen se acabaría desvaneciendo.