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Cuentos para ser feliz
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Libro electrónico247 páginas3 horas

Cuentos para ser feliz

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Cuentos para ser feliz.

«La puerta roja»
Todo ser que se encuentra en la Tierra fue creado para ser feliz . La felicidad se merece, es un estado puro del alma.

¿Qué pasaría si te prometieran encontrar tu felicidad tan solo traspasando la puerta roja?

Tras ella, te esperan sabios personajes de la historia para enseñarte a ser feliz. Pero, cuidado, que hay una condición: porque no podrás volver a salir hasta que no aprendas a ser feliz. Ahora piensa, ¿te atreves a entrar?

La felicidad plena y absoluta está en tus manos, ábrela si quieres ser feliz.

«Raíces»

Ocho cuentos en dónde sus personajes buscarán un objetivo común: encontrar el camino que los lleve a su destino, su esencia, su identidad, sus raíces.

Donde la felicidad está en sentirse libres, en saber ocupar tu lugar.

Un regreso a donde pertenecemos, allí donde todo es cálido y apacible, allí donde simplemente podemos ser lo que somos.

Aprenderán que la felicidad no se da, se busca. Y que no es lo mismo la tierra de la felicidad que la tierra que da la felicidad.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento22 oct 2020
ISBN9788418310881
Cuentos para ser feliz
Autor

Salvador López Castillo

Salvador López Castillo, nacido en Andratx (Mallorca). Licenciado en Psicología por la UIB. Máster en Psicooncología por laUCM, máster Mediación y Orientación Familiar por la UNED. Curso superior de intervención psicológica en situaciones de emergencias y desastres por la AP. Level II Training en Eye Movement Desensitization and Reprocessing (EMDR EUROPE). Ha participado como voluntario, entre otros, en Cruz Roja en Intervención en situaciones de suicidios, emergencias y catástrofes, en Asociación Española Contra el Cáncer (AECC). Escritor y autor de la novela Las alas de Michelle y Manuel. Es músico y compositor con el nombre artístico de Dorinico, con temas de salsa-son como No se frena, Hoy te vi, No me confundas. Y autor del disco «Boleros en la intimidad», con temas como Viejo bolero, María, Me quedo, Hoy dudo de ti.

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    Cuentos para ser feliz - Salvador López Castillo

    Cuentos

    para ser feliz

    Salvador López Castillo

    Eugenia Mercedes Maldonado

    Cuentos para ser feliz

    Primera edición: 2020

    ISBN: 9788418310362

    ISBN eBook: 9788418310881

    © del texto:

    Salvador López Castillo

    Eugenia Mercedes Maldonado

    © de las ilustraciones:

    Cristina María de los Ángeles Maldonado

    © del diseño de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    (Caligrama, 2020

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com)

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A la felicidad

    LA PUERTA ROJA

    La fuente

    «Todo ser que se encuentra la tierra

    fue creado para ser feliz».

    Eugenia Maldonado

    ¡Por fin viernes! No sé qué me pasa que cada viernes tengo dos sensaciones diferentes. Por una parte, me siento contento de concluir la semana universitaria y, por otra, llega el sábado y el domingo que tanto espero, y como casi cada fin de semana, sin planes. Qué aburrimiento ir a casa ahora. Muchas tardes me gusta venir al parque que está cerca. Hay mucha gente paseando, parejas de novios que se sientan en el césped y niños jugando.

    Mientras camino, veo caer un sobre blanco que se queda junto a mis pies. Sin duda, es de la mujer que va delante de mí. Se nota que está muy apurada, me sobrepasó unos metros antes y ya me lleva varios metros más de distancia. Entre que paro a recoger el sobre y levanto de nuevo la mirada para avisarla de que se le ha caído, la veo perderse entre la multitud. Grito mientras intento abrirme paso entre la gente.

    —¡Señora! ¡Espere! Se le cayó este sobre.

    Es en vano, sigue avanzando y ya no puedo distinguirla. La he perdido. En realidad, ella perdió el sobre. Quién sabe si sería importante.

    Mi curiosidad me hace mirar al dorso y tiene escrito lo siguiente:

    La felicidad plena y absoluta está en tus manos.

    Ábrelo solo si quieres ser feliz.

    ¡Qué mensaje! Pero ¿quién sería la persona que deja caer el sobre que contiene la felicidad absoluta? Además, ¿cómo podría la felicidad entrar y caber toda completa en este sobre? Por otra parte, siempre pensé que la felicidad es diferente para cada persona, entonces claramente no podía ser cierto. «¡Qué locura!», me digo a mí mismo. Al razonar que no puede ser cierto, por contraposición estoy considerando que tal vez sí lo es. En todo caso, no cuesta nada abrirlo y ver qué hay. Después de todo, yo sí quiero ser feliz. Imagino que como todos en este planeta.

    Creo que es la primera vez en mi vida que estoy pensando tantos segundos seguidos en la palabra «felicidad». La curiosidad me grita que lo abra. Acelero el paso para llegar lo más rápido posible a un banco del parque. Necesito sentarme solo, tranquilo y cómodo para ver lo que, supongo, sería el tesoro más preciado de cualquier ser humano… ¡la felicidad!

    Entonces decido abrir el sobre y, para mi sorpresa, ¡hay otro sobre dentro! Es de color azul y, tal como el anterior, también está cerrado y tiene escrito lo siguiente:

    Rompiste el sobre blanco, que representa la pureza, tal como es la felicidad en su estado original, cuando aún no fue modificada, cuando todo depende de ti. Si piensas y sientes que no eres feliz y estás dispuesto a serlo, ábrelo.

    Debo decir que me desconcierta el mensaje. En verdad no lo entiendo muy bien.

    Yo sé que quiero ser feliz y que no lo soy. Al menos, eso pienso ahora. ¡Y claro que quiero la felicidad! ¿Qué pregunta es esa?

    Tal vez nada de lo que está pasando es casualidad. Llevo ya un tiempo quejándome todos los días de la vida que vivo. En muchos momentos me siento triste, sin ganas de hablar, me aburro fácilmente y ahora aparece este… ¿juego?, ¿oportunidad?... de tener en mis manos la felicidad.

    Esto ya me da un poco de miedo. No sé si es un juego, alguien se está burlando de mí, me están poniendo a prueba, busco a mi alrededor una mirada risueña, alguien que se esté riendo de todo esto. No veo a nadie extraño.

    A esta altura, la curiosidad se apodera completamente de mi voluntad, ¡y no hay chances de no abrir el sobre azul!

    Lo abro. Encuentro un nuevo sobre, es de color verde y esta vez dice:

    Rompiste el sobre azul, lo que significa que tu mente y tu corazón concluyeron que el amor que te rodea no es suficiente para que seas feliz. Si crees que para ser feliz las personas que forman tu mundo deben cambiar su forma de ser contigo, ábrelo.

    Por supuesto, ¡esta vez no lo dudo ni un instante! Lo hago casi automáticamente y allí está el nuevo sobre. Es negro —lo que me asusta un poco— y tiene la siguiente inscripción:

    Rompiste el sobre verde, que simbolizaba la naturaleza de todo lo que te rodea. Tal como en la naturaleza, las cosas suceden sin que tú las controles, pero puedes aprender a disfrutarlas para ser feliz. Decidiste que los que deben cambiar son los demás para que tú seas feliz. Adelante, si quieres ser feliz, ábrelo.

    Ya la cosa se está poniendo un poco compleja. Tampoco es que quiero que todos cambien. Es verdad que, si las cosas fueran como yo quiero, todo sería más fácil. La gente debería darse cuenta de que se equivoca y ser de otra manera conmigo. Así claro que sería más feliz. Pero, bueno, que este sobre me lo está poniendo más complicado de lo que al principio pensaba.

    Yo quiero simplemente ser feliz y ahora me hace todas estas preguntas, que si no es suficiente el amor que tengo, si quiero que la gente cambie. Pues… ¡no sé qué tiene que ver todo eso! Yo solo había pedido, sim-ple-men-te, ¡ser feliz! Nada más.

    Decido abrirlo, como todos los anteriores, no llegué hasta aquí en vano. ¡Por fin! Un papel que no es un sobre y dice:

    Cerca de aquí encontrarás la puerta roja que te lleva a la felicidad. Si te hicimos pensar detenidamente es porque una vez que entres habrá cambios, atrás quedará tu vida tal y como la conoces para comenzar una nueva, completamente feliz.

    Solo atraviesa la entrada si estás dispuesto a ello.

    Calle veintitrés, puerta roja. Se abre una vez al día, para una sola persona, durante seis minutos desde las seis de la mañana.

    Si no entras a esa hora, sabremos que no quieres la felicidad y después ya no podrás entrar.

    Y llegó el domingo, son las cinco y cincuenta y cinco de la madrugada. Hace frío, aún está oscuro. Llevo más de cuarenta minutos recorriendo de punta a punta la calle veintitrés. Una sola luz en medio de la calle se atreve a romper la noche. Sigo caminando, pisando adoquines, las casas son antiguas y tristes. Edificios medio abandonados. La mayoría son solo puertas con grandes ventanas muy altas a los costados, típicas de un tiempo pasado que se resiste a ser olvidado.

    Empiezo a sentir un aroma de… ¿jazmines?, ¿rosas? Sí, exacto, y es cada vez más intenso. Finalmente, encuentro la única puerta roja de toda la calle veintitrés, sin picaporte ni timbre. Al verla dudo mucho que aquí esté la felicidad.

    Desde el viernes que encontré el sobre, llevo dos días que mi cabeza no hace otra cosa que pensar en todas las preguntas que me hicieron. Cada vez que abría un sobre, la frase comenzaba con «rompiste», ¡y yo no había roto nada! Solo había abierto un sobre. Pero la frase igual resonaba en mi mente. ¿Y si fuera verdad que sí había roto algo? O tal vez estaría por romperlo ahora, quién sabe.

    La verdad es que estoy muy confundido. Tengo veintidós años, estudio en la universidad, vivo solo, aunque mis padres pagan mis estudios, tengo la alegría de tenerlos lejos para que no me controlen y estén pendientes de mi desempeño, otra ventaja es que también estoy lejos de mi hermana, una niña bastante molesta que apareció sin que la llamen, solo para romper mis esquemas. Tiene ocho años y monopoliza la atención de mis padres, además de que su deporte preferido es molestarme.

    Y ni hablar de mi abuelo, que ya está muy grande, y como tiene Alzheimer, mis padres decidieron que viva con nosotros. La verdad, estoy cansado de mi familia, uno ya no puede estar tranquilo ni en su propia casa. Y aquí, además, vivo cerca de mi novia, cerca pero lejos. Estoy enamorado y siento que ella no está tan enamorada como yo. Siempre tiene cara de preocupada, se va rápido de clase, rechaza todos mis planes de diversión y casi no pasamos tiempo juntos. Ella es la primera que debería cambiar, ser más simpática, salir por las noches para que podamos divertirnos más.

    Recuerdo todo eso y más claro me queda que merezco ser feliz.

    Estos días pensé que podría tratarse de una trampa para robarme. Así que no traje nada de valor conmigo, entraré solo y saldremos mi felicidad y yo. Y si todo ha sido una broma de mal gusto, por lo menos tendré una anécdota que contar. Tampoco perderé nada.

    El reloj marca las seis y cuatro minutos de la madrugada. Es ahora o nunca.

    Abro la puerta a las seis y cinco. Solo la empujo un poco, se abre sola. No hay nada, apenas un pasillo muy largo a cielo descubierto que aún está oscuro.

    El aroma de rosas y jazmines es más intenso aquí y, aunque fugazmente, me da tranquilidad. Está oscuro, aún no amanece, un escalofrío me recorre la espalda. Giro rápidamente y casi de manera instintiva quiero abrir la puerta para marcharme, pero la puerta ya no está. En su lugar hay una pared de ladrillo a la vista, gastado, igual al resto del pasillo.

    Ahora sí tengo terror. Me quiero ir de aquí. No sé en qué estaba pensando al venir a un lugar desconocido a buscar la felicidad. Tengo mil pensamientos en mi cabeza, siento que me tiemblan las piernas, mi corazón retumba en mis oídos. Vuelvo a girarme en busca de una salida y frente a mí veo una montaña muy alta de rosas de todos los colores con un cartel formado por jazmines blancos que dicen «LA ENTRADA».

    Así que es esa la dichosa entrada. Sí que es linda, todo ha cambiado. Comienzo por tranquilizarme, respiro profundo, cierro los ojos y cruzo a la felicidad. En realidad, otra opción tampoco me queda.

    Ante mis ojos aparece un jardín inmenso. Poco a poco me envuelve el sonido del agua que cae de una fuente, las ramas de árboles gigantes la abrazan como si fueran soldados que velan por ella. El sonido del agua al caer de la fuente y la corriente del río que pasa a su lado, limpio, transparente y tranquilo, hipnotizarían a cualquiera. Es un mundo perfecto. ¡No hay otra opción, debo estar en el paraíso!

    El sonido del agua rompe mi introspección. Me habla y, por algún extraño motivo, me parece totalmente coherente que el agua me hable diciéndome:

    —Llegaste hasta aquí por tu voluntad. Te advertimos que no podrías arrepentirte y que debías estar totalmente preparado para ser feliz. Tanto ser feliz como no serlo implican tomar decisiones y afrontar sus consecuencias. Y tú decidiste cruzar la entrada para ser feliz. Bienvenido, entonces. Avanza, ve y busca lo que te corresponde.

    Está claro que la felicidad debe encontrarse en este paraíso. Así que pienso que no me queda otra opción más que avanzar. El sonido del agua me da confianza, la confianza de saber que voy hacia el lugar indicado. Aunque mis pasos son tímidos y temerosos.

    A medida que el sol ilumina, comienza a iluminar el jardín; en la otra parte del río comienzo a distinguir personas que caminan apacibles, hablan entre ellas. Las veo lejanas, pero apacibles. Veo mujeres, hombres, niños. Me llama la atención cómo van vestidos, de diferentes épocas y estilos. Unos parecen de la época romana, otros de la época de Felipe V, otros de los años treinta, pero también hay gente de hoy.

    De pronto veo a alguien que se dirige hacia el puente. Yo también me dirijo hacia ahí, quiero cruzar el río, quiero beber del agua de la fuente que me habla, nadie me lo ha prohibido. «Avanza y busca lo que te corresponde», ha sido lo último que me ha dicho el agua.

    Oigo cómo va cambiando el sonido del agua. Que me habla nuevamente diciéndome:

    —Soy la fuente de todo lo creado y todo lo que se creará. El mundo fluye desde aquí y desde aquí puede detenerse. Puede aparecer o desaparecer. Todo ser que se encuentra en la Tierra fue creado para ser feliz. Pero, lamentablemente, pocos llegan a sentir la felicidad para la que fueron llamados a ser. Hemos decidido cambiar eso. Tu mundo conocido puede ser perfecto y puedes ser feliz. Tú nunca fuiste feliz y ahora tendrás tu oportunidad.

    »Para que eso ocurra, debes escuchar bien los consejos. Si lo consigues, cuando salgas de aquí, deberás hacer un nuevo sobre que dejarás caer para que el azar decida quién será la próxima persona que será feliz.

    «Demasiada información a la vez», pienso. Solo atino para

    preguntarle:

    —Y esta gente, ¿quiénes son y qué hacen aquí?

    El agua aumenta su caudal y su sonido, y con un tono más serio, me dice:

    —Ellos son los grandes sabios, las personas más perfectas de todos los tiempos, artistas, matemáticos, filósofos, empresarios, santos, los valientes, los que supieron amar y los que se equivocaron tanto que pueden enseñar sobre ello. De mí salieron y aquí regresan. Puedes pedirles consejo para que te ayuden a determinar cómo debe ser tu vida para que seas feliz.

    —Me alegra saber que puedo tener asesoramiento —le respondo porque, la verdad, estoy un poco confundido. Y casi decido dar media vuelta e irme tranquilo a mi casa.

    —No entendiste las reglas —me dice el agua con un tono firme—. De aquí ya no puedes salir cuando decidas, sino cuando cambie todo lo necesario para que seas feliz. Te lo advertimos. Ya tu vida no será la misma, debes decidir los cambios y así se harán.

    Me quedo callado por un buen rato. No me siento capaz de articular una pregunta coherente. Prefiero dejarme llevar, avanzo por el puente de roble que cruza el río. Si bebo agua de la fuente, seguramente, ya seré feliz. Claro, el agua de la felicidad. Porque pensándolo bien, ¿y si estoy dentro de un sueño? También podría ser un cuento: «¡¡Vengan, crucen el río, beban mi agua y serán felices!!».

    El agua, de nuevo, aumenta su caudal, y esta vez, en un tono más firme, me dice:

    —No estás soñando, muchacho, ni tampoco esto es un cuento. Aunque reconozco que, si lo fuera, ¡sería un bello cuento! ¿Y bien?, ¿qué cambios quieres hacer en tu vida para ser feliz?

    Y sin pensarlo demasiado, le respondo:

    —Quiero que la gente que me rodea cambie. Creo que con todos he sido correcto y amable y ellos deben cambiar sus actitudes y comportamientos para que yo pueda ser realmente feliz.

    En este momento, mientras le contesto al agua, un hombre viene hacia mí, ¡¡me está hablando!! Me llama la atención que, cuando me habla, toda esa gente se para a escuchar lo que me dice. Parece que estoy en un mundo donde no hay secretos. Debe ser un continuo aprendizaje de todos con todos. Este lugar debe ser el paraíso de la sabiduría. Qué increíble, además de la felicidad en mis manos, también puedo saber de todo, aprender de ellos a ser sabio. ¡Cada vez todo es más mágico!

    Toda esa gente parada nos mira desde todas las distancias. Estoy preparado para escuchar los consejos sabios del paraíso. Me pone su mano en mi hombro, me mira con ojos de paz, me siento totalmente relajado. Me transmite un sosiego y una tranquilidad que nunca había sentido.

    De pronto, los dos estamos en medio del puente. Me resulta extraña su indumentaria, parece una vestimenta antigua griega o romana. Yo con jeans y una camisa blanca y él envuelto con telas de color blanco y marfil en forma rectangular, atadas en los hombros por un nudo de color beige y en la cintura por un cinturón también de tela color marrón, formando toda la vestimenta una túnica. En sus pies llevaba unas sandalias de cuero marrón trenzadas hasta los tobillos. ¡Y yo con mis Nike de running! Por su pelo y su larga barba, diría que es un filósofo de la época de Sócrates.

    Me dice que su nombre es Heráclito. Sí, lo reconozco, ahora sé quién es perfectamente, lo he estudiado, nació en Éfeso hacia el año 535 antes de Cristo. Según se cuenta, tenía un carácter fuerte, irónico y reservado. Lo llaman el Oscuro por su estilo tan enigmático en cuanto al modo de dar sus opiniones. No sé si es la mejor opción para encontrar la respuesta, pero tampoco voy a dejar pasar la oportunidad si tengo la posibilidad de hablar con él.

    Y así, sin preámbulos, Heráclito me pregunta:

    —¿Por qué estás aquí?

    Le explico que encontré un sobre que decía: «La felicidad plena y absoluta está en tus manos, ábrelo solo si quieres ser feliz». Por eso estoy aquí. Porque quiero ser feliz. El agua me dejó en claro que todos los sabios que están aquí me ayudarían, así que quiero hablar con todos los que pueda y que me den la respuesta.

    —Yo creo que no es la abundancia de conocimiento lo que enseña a los hombres a ser sabios —me responde.

    —Si no es la

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