Luna se mira al espejo
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Se tiró un guante al aire y nadie lo recogió
Luna se mira al espejo es ante todo una reflexión del grave problema que refleja nuestra sociedad actual donde la separación y el divorcio están a la orden del día. La protagonista se debate en un mundo de emociones y sentimientos, de complejos de culpa, asunción de nuevas responsabilidades y de impotencia, al intentar arrojar un guante que nadie recoge. La ausencia de una comunicación fluida y la observancia de que los valores que debieran ser más respetados se pasan por alto, la llevan a una depresión sin retorno. Luna se mira al espejo es un grito desgarrador en busca de una ayuda que nunca obtiene.
Carmen Urbieta Pérez de Nanclares
María del Carmen Urbieta Pérez de Nanclares es licenciada en Ciencias de la Información. Desde niña se ocupaba de escribir las cartas a su abuela materna que residía en Vitoria. Desde entonces nunca ha dejado de escribir habiendo completado cuatro novelas y estando en periodo de confección de una quinta. También ha escrito cuentos, - no todos infantiles-, así como ensayos y relatos cortos. Ha estado publicando artículos de opinión para el diario del Júcar y el diario de Málaga-Costa del Sol durante un periodo de once años. Actualmente escribe para la revista mensual Espacio Humano. Es también asidua colaboradora de Radio Almenara y de las Emisoras Asemfa, a nivel nacional. En cuanto a sus inquietudes sociales, pertenece al ODEM (Organización para la Defensa de los Derechos de los Enfermos Mentales), colectivo este qué despierta en ella un alto grado de sensibilización. Paralelamente a esta labor ha acudido como voluntaria durante un periodo de quince años a la residencia de ancianos de las Hermanitas de los Pobres en Málaga y en Madrid. También ha trabajado para la iglesia evangelista durante tres años con un colectivo de indigentes.
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Luna se mira al espejo - Carmen Urbieta Pérez de Nanclares
© 2016, Carmen Urbieta Pérez de Nanclares
© 2016, megustaescribir
Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ISBN: Tapa Blanda 978-8-4911-2648-5
Libro Electrónico 978-8-4911-2647-8
A mis padres con todo mi cariño
"El perdón es la fragancia que exhala la violeta
en el talón del que la aplastó"
Mark Twain
awts1.pngHoy he hecho pellas. De todas formas, no me crea problemas de conciencia porque me deben más ellos a mí que yo a ellos. Hay veces que mi casa parece más una sucursal de la Empresa que un hogar. A ti te pasa lo mismo, ¿a que sí? ¡Hay que ver lo diferentes que somos y cuánto nos parecemos! Así que no aguantaba más la oficina y me he venido al Café de Correos, aquí en la calle Alcalá.
Estoy instalada en una confortable silla tapizada en azul, con el asiento redondeado y brazos metálicos lacados en negro. Este Café, desde que lo restauraron, ha quedado muy íntimo y destila un sabor antiguo que ayuda a la reflexión. Grandes ventiladores con aspas de bronce. Mesas de mármol veteado en gris y blanco. Sofás de piel verde-caza. Ventanas con cristaleras partidas de bronce y motivos geométricos en blanco opaco y verde. Cuadros y láminas de Toulouse Lautrec. Maceteros en cada esquina, -y son muchas-; apliques de luz indirecta en bronce… qué te voy a decir. El marco ideal para pensar en ti… Suelo de azulejos en op-art blancos y negros.
Estoy sentada de espaldas al hueco del reservado éste donde me encuentro. En la pared de enfrente, uno de esos cuadros de que antes te hablaba, describe a una señora de cincuenta y tantos años; muy elegante, vestida rigurosamente de negro. Esta señora sujeta entre sus lánguidas y blanquísimas manos un café humeante servido en taza azul demasiado claro. En la otra, sostiene un paraguas o sombrilla gris, con mango de madera. Está sentada de perfil sobre un sillón también gris, igual que la sombrilla. No es guapa, pero sí, como te digo, sumamente distinguida. Su pelo es pelirrojo y lo lleva sujeto con un alfiler azul y semioculto por un sombrero de plumas negras azabache. Está delgada. Muy delgada. Mucho más que yo todavía, y piensa. ¿En qué piensa? En nada bueno, supongo, a juzgar por aquel rostro que refleja una profunda tristeza. Los ojos entronados. Semiencorvada ante la taza de café. No espera a nadie. Sólo piensa. Medita. Siente nostalgia. ¿De qué o de quién? Desde luego es una figura enigmática. Se me hace difícil apartar los ojos de ella. Me gustaría saber cómo se llama el cuadro. A lo mejor se lo pregunto al camarero cuando venga a cobrarme, aunque no creo que lo sepa. Bueno, miraré esta noche en la enciclopedia del Arte. A ver si salgo de dudas.
Detrás de mí hay unos señores mayores que hablan de mil cosas. Se nota que no tienen prisa. ¡Qué gusto! Me encanta cómo tratan a la camarera. Bonita por aquí. Bonita por allá. Y es mentira. No es bonita. Al revés, es más bien feúcha. Pero da gusto ver la sonrisa que se le pone a la pobre chica cuando escucha esos piropos inmerecidos. Si es lo que yo digo. ¡Con lo poco que cuesta hacer feliz a la gente! ¡Y lo que nos esforzamos por joder la marrana a todo el mundo! Perdón por la expresión, pero no puedo ser más gráfica.
¿Ves lo que te decía? Aún no te lo he contado. Y eso que ocurrió el domingo por la mañana. Hoy ya es miércoles. Pues sí. Lo que yo me temía. Rafael me pescó el cuaderno de lenguaje. Menos mal que allí sólo estaba escrita la carta del día 28. Es la parte menos comprometida del relato. Pero claro. La reacción fue automática.
- ¿Quién es ése Juan? – Preguntó.
- Nadie. Mi ángel de la guarda. – Respondí, tratando de restar importancia al asunto.
Vale. Misión cumplida. Se tragó la primera. Volvió a bajar la vista sobre el papel y reanudó su lectura. Yo estaba alerta. Sabía que eso no iba a ser todo. Me fui a la cocina y me puse a fregar unos vasos para ocupar mi tiempo mientras se acercaba lentamente, demasiado lentamente, el momento del disparo del segundo proyectil.
- Oye. ¿Y eso de Cuatro Caminos?
(Lo sabía. No podía fallar. Son ya demasiados años juntos).
- ¿Qué de Cuatro Caminos?
- Si, si, lo de la estación del metro. No te hagas la loca. ¿Qué pasa en Cuatro Caminos?
- Nada. – tragué saliva.- ¡Y yo que sé, si aún no he terminado el relato! Ya veré lo que hago con éso. Todavía no sé por dónde voy a salir.
- ¡Venga hombre! ¡No me tomes por un estúpido! – Su voz cada vez me llegaba más alterada desde el comedor. Tú nunca escribes nada que no te haya ocurrido antes, así que ya me lo estás diciendo. ¿Es allí donde tienes la polvera, verdad? Tú no trabajas por las tardes. Por eso nunca te encuentro cuando te llamo por teléfono. Tú te vas derecha a Cuatro Caminos y allí te espera el Juan ése. Que no soy gilipollasl ¡Tu ángel de la guarda! ¡No te jode!
- ¡Basta ya, Rafael! Por ahí no pienso seguir. Me importa un rábano lo que pienses.
- ¡Desde luego, Luna! Tengo la cabeza llena de canas por tu culpa. ¡Actúas como una perra!
- Eso lo será tu madre. Para que te enteres.
No esperé la respuesta. Como siempre que me excito, me marché de ahí. Huí. Puse pies en polvorosa. Ni siquiera me tomé la molestia de recoger el abrigo. Luego me pesó porque hacía una rasca tremenda. Bueno, pero me da igual. Me marche de allí, y lo último que oí fueron las protestas de mis hijas. Rafael ya se había desahogado y permanecía sentado en el sofá del comedor.
Silvia, en cambio, abrió la puerta y me pilló esperando el ascensor. ¡Qué fallo! Mira que por un momento se me cruzó por la mente el bajar las escaleras andando. Bueno, ya no tenía remedio.
- No te vayas mamá. ¿No íbamos a ir a la sierra?
- Id vosotros si queréis. Yo desde luego, no.
Ya estaba ahí el ascensor.
- Silvia; perdona bonita, tengo que irme.
Cerré la puerta sin mirarla siquiera. Si la miro me vuelvo. ¡Seguro! Mientras descendía por el tercero, segundo, primero… se oía la voz suplicante de mi hija.
- ¡Mamáaaaaaaa!
Detrás la voz de su padre.
- Vamos Silvia. Déjala en paz. ¿No ves que le importamos un comino?
- -
P.D. Menos mal que yo sé que Maite sabe que eso no es cierto. ¡Ah, y otra cosa. Que no se te quede el corazón encogido porque yo estoy perfectamente. Estas discusiones cada día me afectan menos. Ya sé que alguna vez todo este calvario
, entre comillas, terminará. Me separaré de Rafael. Eso está cantado. Pero todavía no ha llegado el momento. Como te decía el otro día, cuando comimos juntos, por ahora sólo tengo que pensar en mis hijas. Después ya podré pensar un poquito más en mí. Está cantado. Se lee en la palma de mis manos. La izquierda o la derecha, ¿cual es? En ella, según los expertos, pone: existencia con dificultades hasta los cuarenta años aproximadamente. Ya tengo casi treinta y seis. Después voy a disfrutar de una vida plácida y de un gran amor. Moriré joven. Bueno, y qué. Mientras pueda morir feliz, ya es más que suficiente. Te adoro.
Luna
awts1.pngJUAN
¡Qué difícil me resulta llamarte así! ¡Qué le vamos a hacer! Tendré que acostumbarme. Ni siquiera de esta manera se puede ser totalmente sincera.
En este momento estoy en la Oficina, esperando que Rafael venga a recogerme porque no soy capaz de ir a buscarle. Tengo un terrible dolor de cabeza. Necesito dormir. Estoy muy cansada. Debo tener ojeras, seguro.
He cojido el cuaderno de tu escondite (ya sé dónde lo guardas). Sólo eso; lo guardas… aún no has leído nada. Iba a decirte que no me importa demasiado, pero no sería cierto. Sí me importa, y mucho. No por nada. Simplemente es que todo lo que te digo en esas hojas; todo, tiene demasiado de mí misma. He echado mucha carne en el asador. Hacía tiempo que no hablaba con tanta libertad; ni siquiera a mí misma. Y comprenderás que necesito una respuesta puntual, porque si van pasando los días ya no es lo mismo. Incluso he llegado a pensar que nada de todo esto te interesa realmente. Que a lo mejor te estoy involucrando demasiado, y que debería dejarte tranquilo. ¿Debería? ¿Ves por qué quiero que lo leas? Hay preguntas que no obtienen respuesta. Yo necesito una