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Fetiches
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Libro electrónico110 páginas1 hora

Fetiches

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Un joven temeroso de mostrarse tal cual es delante de su familia de pensamientos anticuados, debe afrontar su día a día inmerso en un mundo que lo ve de costado, dónde encajar se vuelve un verdadero infierno, sin embargo, no será nada comparado a lo que un amor con caretas lo puede llevar a vivir. ¿Hasta dónde puede llegar una mente retorcida, en búsqueda de satisfacer su lujuria? ¿Hasta dónde podrías llegar? El sexo pasa a un segundo plano: ¿Qué es esto? Sexo, gore, masoquismo, asesinatos, amor y romance. Encuentra todo en está novela corta que te volará la cabeza.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 oct 2023
ISBN9798223392835
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    Fetiches - Carlos Javier Gimenez

    DEDICADO

    A mi familia y gente querida.

    Miedo

    Abro los ojos con dificultad, me pesan los párpados. El lugar esta en penumbras. Las persianas agujereadas, dejan ingresar halos de luz que dibujan círculos en las paredes. Tomé conciencia de mi cuerpo: noto las muñecas y tobillos sujetos. Las correas negras me mantienen amarrado a un sillón tántrico con forma de ese invertida, que hace que mi trasero quede levantado como si estuviese montado en una moto. Observo a los lados, es uno de esos sillones sexuales, que se encuentran en las habitaciones de los hoteles con temática sadomasoquista. Nunca he ido a uno, pero en Internet vi muchas cosas como estas, era negro y la habitación estaba pintada de rojo. En la pared frente a mí, había una vitrina con juguetes sexuales, esposas, látigos y otros objetos perturbadores, que no se para que sirven.

    —¡Ayuda, hay alguien aquí! —grito con fuerza—. ¡Sé que me estás escuchando, suéltame maldito enfermo!

    Me sacudo con frenesí tratando de soltarme, pero no lo consigo. Mis muñecas me arden y tengo mucha sed. Con el pasar de las horas las piernas se me acalambran y mi cintura comienza a resentirse <>, pensé mientras el estómago me reclama comida. El frío comenzaba a ponerme la piel de gallina: Tengo puesto solo mi calzoncillo. Traté de recordar algo, pero mi mente estaba en blanco <<¿cuándo me desvistió?>>. Y esos perros... ¿por qué no se callan? Esos ladridos me perforan los tímpanos. Tal vez no este aquí. Esos pobres animales están pasando lo mismo que yo.

    —Por favor... —solo alcanzo a susurrar.

    El aire me falta,  el miedo a morirme de la peor manera estando aquí amarrado, es lo que no me deja hablar  <<¡basta idiota! Saliste de cosas terribles antes: prostitución, abusadores y machitos engreídos que por verte con las uñas pintadas y labial, no creían que les partirías la cara. Voy a salir de esta y le partiré la cara>>, pensé deshidratando aún más mi cuerpo por los ojos.

    Es la tercera vez que siento frío. Los círculos en las paredes formados por la luz del sol se apagaron tres veces. Trato de poner mi mente en blanco para oír a mi alrededor, pero esos malditos perros no dejan de ladrar. Se que los tiene en el sótano, lo dijo cuando estuve aquí con él. Sé que es el mismo lugar, por el olor a jazmín que arroja el pulverizador eléctrico que tiene en la sala, pero esta habitación no me la mostró...

    Maldito hijo de puta, mentiroso: Lo descubrí y no lo soportó, por eso me encerró y ahora no sabe que hacer;  como pedirme perdón. Estoy tan seguro como que me llamo Julián Méndez.

    El piso parece que me fuera a hipnotizar, son cerámicos blancos y otros negros que lo hacen parecer una tabla para jugar damas. Por momentos giran hasta marearme, estoy débil y cansado. Pero que... es la puerta, escucho una puerta abrirse, ya esta aquí...

    SEIS MESES ANTES

    Un día más en este planeta

    Despierto cruzado en la cama como de costumbre. Otro día más de vida o tal vez uno menos. Nunca se sabe lo que nos deparará el futuro, más aún siendo yo, que no encajo en una sociedad deshumanizada que lucha por borrarme, que me excluye solo por que sueño con una pareja que me ame. Dirán: ¿Cuál es el problema? Y solo hay una respuesta; les molesta que orine de parado como yo.

    No diría que soy un perdedor,  pero a veces me siento así. Sobre todo cuando salgo a la calle, puedo sentir las miradas despectivas de los estúpidos vecinos, juzgándome y burlándose. Si supieran lo poco que me importa,  si no me visto con polleras cortas, medias de red y una camisa blanca anudada en el pecho, es solo por respeto al cavernícola que tengo como padre, mote que le puso mi madre y utiliza cada vez que  me quiere explicar su homofobia. Ella dice que él me amaría igual que lo hace ahora, aunque se enterara de mis gustos sexuales. Sé que se equivoca, pero no la quiero preocupar, ni hacerla pasar un mal momento con él, comprobando lo que dice. Hay tantas personas que me gustaría que lo supieran y él está en el último lugar en esa lista, incluso estaría por debajo de mi perra Luna, si no se lo hubiera confesado en nuestras charlas a modo de confesionario que tengo con ella: una caniche blanca.

    Todas las mañanas al bajar de mi cuarto veo a mi mamá: está en la cocina preparándome el desayuno con el mismo amor y de la misma manera que cuando tenía cinco años.

    —Mamá, buen día. No me digas nada... cereales con malvaviscos y jugo de naranja con una pajilla para beberlo —digo sonriendo y lleno de amor.

    —Obvió, aunque tengas veinte años eres mi baby —dijo sonriendo.

    —Seguí tratándolo así y lo vas a aputasar —dijo entrando a la cocina mi padre.

    —Cavernícola —dije por lo bajo.

    Creo que mi mamá me escuchó porque me miró y sonrió con gesto cómplice.

    —Jorge, estamos en el dos mil diecisiete, no queda bien que hables con esas palabras despectivas —dijo mi mamá, que antes de casarse con el Cavernícola, era la  profesora Ana García de lenguaje.

    —No dije nada malo Ana, es una palabra que usan constantemente en la televisión —dijo sirviéndose una taza de café —. ¿Quieres ir de pesca el domingo campeón? Vamos con los muchachos del taller mecánico a tomar unas cervezas al río Paraná.

    —Paso, tengo que ir con Laura al Shopping. Prometí ayudarla a organizar el cumpleaños de su hermana. Apropósito de Laura, tengo que pasar por su casa, perdí mi celular y el programa que tengo para saber su ubicación que instalé en mi computadora, me indica que está en su casa, ayer lo dejé olvidado en su cuarto cómo me sucede a veces.

    —Es verdad, me olvidé de decirte... Laura pasó hace un rato y te dejó tu celular.—dijo entregándome el aparato—. Te vi durmiendo tan plácidamente que no quise molestarte, además dijo que estaba apurada.

    —No te preocupes mamá, sé que  piensas en mí.

    Laura Díaz, es mi mejor amiga y siempre salimos a todas partes. No hay secretos entre nosotros... bueno tal vez uno que aún no me atrevo a confesar a otra persona. Sólo mi mamá lo sabe y estoy bien así.

    —¿Van a ir al Shopping de Palermo?  cuidado hijo,  vi en las noticias que están desapareciendo chicos. Me muero si te secuestran —dijo alarmada.

    —Sí, es el mejor de Buenos Aires, hay muchas cámaras de camino allí,  no creo que se atrevan a secuestrar en ese sitio. Bueno me voy, si llego temprano tal vez consiga el trabajo en la agencia de empleos.

    —Suerte hijo —dijo mi padre mientras ojea las hojas del periódico: mostraba la noticia de los secuestros que mencionó mamá. Estaba sentado a la mesa de la cocina como siempre.

    —¡Mierda!, se dice así para la suerte —dijo sonriendo mamá.

    Salí deprisa de casa, con  las expectativas por las nubes, estudié muy duro para recibirme de Técnico Analista de Sistemas y deseo empezar a ganar dinero. Sueño a menudo con mi propio departamento donde ser yo mismo, lejos de cavernícolas.

    Al llegar a la esquina veo a mis molestos vecinos, Jorge y Lucas. Estos estaban sentados al pie de las escaleras de un edificio. Pude notar como Lucas le hizo un gesto con la cabeza a Jorge, marcando mi llegada.

    —¿Vas apurado maricotas? Se te está empapando la cola por tu macho ¿no? —dijo Jorge largando una carcajada.

    —¿Te puedo hacer una pregunta científica?... ¿haces fuerza para cagar, o se te caen solos? —dijo Lucas imitando la carcajada de su amigo.

    Faltando dos metros para pasar frente a ellos, lucho con la idea de morderlos, arañar sus gordas caras y patear sus bolas hasta que revienten... Pero no llegaría a la entrevista en la agencia y no estoy dispuesto a perder

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