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¿Qué habrías hecho tú?
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Libro electrónico324 páginas4 horas

¿Qué habrías hecho tú?

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Una mujer con carisma y sin prejuicios, se relaciona plácidamente con tres hombres a la vez, hasta que los astros se conjugan en su contra

Enmarcada en la increíble ciudad de Barcelona, esta novela nos sumerge en la realidad erótica de Nuria, una mujer que se va acercando a los cincuenta, y que vive su sexualidad en una forma libre y completa. Carismática, independiente, segura de sí misma, Núria huye, sin embargo, de la magia del amor que trece años atrás le dejó un sabor amargo cuando Santi, el hombre de su vida, decide casarse con otra después de una relación de más de una década.

Nuria cree que su vida está resuelta, alejada de la peligrosa travesía de los sentimientos delicados.. Vive una relación puramente sexual con Javier, un hombre más joven que ella, en donde existe el placer, pero no los compromisos.

Y de pronto, de la nada, recibe un mensaje que sacude su vida hasta los cimientos: Santi ha quedado viudo y quiere verla. Esto despierta un amor que ella creía extinguido, y que ahora resurge con una fuerza que la llena de ilusión, pero también de dudas.

Para complicar más las cosas, conoce a Miguel, el hombre apuesto, romántico e intenso con el que toda mujer sueña, y que la acerca también a ese lado emocional que ella tanto se ha esforzado por apartar.

Javier. Santi. Miguel. Tres hombres. Tres dudas. Tres formas distintas de placer. Tres alternativas. Una sola posible solución.

Con una narrativa fresca, picante, erótica, esta historia es en realidad una ventana hacia el interior de una mujer como todas, y como ninguna, que tiene una relación de complicidad con sus amigas y con ella misma. Con un final inesperado, donde todo se enreda y se complica, y que plantea, como un desafío, una pregunta inquietante: ¿Qué habrías hecho tú?

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento10 mar 2016
ISBN9788491123422
¿Qué habrías hecho tú?
Autor

VALENTINA QUER

Valentina Quer es el seudónimo de una escritora primeriza que debuta en la novela erótica. Apasionada por la lectura y el esmerado uso de las palabras, Valentina escribe transmitiendo su intuición de mujer con un estilo literario propio, que se fundamenta en la sinceridad y la observación de las cosas. Su carácter imaginativo y apasionado queda al descubierto en este libro, donde refleja situaciones de la vida real que escapan de lo superficial y pintoresco para adentrarse en el rincón de los sentimientos y pasiones que a todos nos alcanzan por igual.

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    ¿Qué habrías hecho tú? - VALENTINA QUER

    Título original: ¿Qué habrías hecho tú?

    Cubierta de Clara Estrem Tintoré

    Imagen de cubierta de Clara Estrem Tintoré

    Primera edición: Marzo 2016

    © 2016, Valentina Quer

    © 2016, megustaescribir

    Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ÍNDICE

    1. El Pasado Aterriza En El Presente

    2. En Primera Persona

    3. La Llamada

    4. Iniciación

    5. Amigas

    6. Oportunidades

    7. Reencuentro

    8. Reservas Naturales

    9. La Pasarela

    10. Totum Revollutum

    11. Pequeños Sorbos Felices

    12. Vivir Sin Mapa

    13. El Mundo Es Un Pañuelo

    14. El Tiempo Pasa Volando

    15. De Ida Y Vuelta

    16. Las Cosas Son Tal Como Son

    17. Entre Sies Y Noes

    17. ¿Que Habrias Hecho Tú?

    Sobre El Autor

    1

    EL PASADO ATERRIZA EN EL PRESENTE

    Cuando son las cinco de la madrugada, de un prolongado sábado, mis amigas y yo nos despedimos en plena calle, al son de los inevitables ruidos de una ciudad viva y alegre que no tiene prisa por ver la luz del día.

    —¿Qué vais a hacer mañana? —nos pregunta Marta.

    —¿Mañana? —dice Ana distraída jugueteando con el móvil.

    —¡Ya es mañana! —respondo yo al tiempo que levanto el brazo. El primer taxi será para mí.

    —Yo he quedado con mi hija y su pareja. Vendrán a casa a comer —comenta Ana con una sonrisa de satisfacción sin despegarse del móvil.

    —Pues yo no tengo plan —nos dice Marta con un gesto de complacencia—. Mis hijos por fin han entendido lo que significa independizarse.

    —¡Adiós chicas! ¡Hasta la próxima! —les digo yo abriendo la puerta del vehículo negro y amarillo que me llevará a casa en un santiamén.

    Reclinada en el asiento trasero del taxi, observo los efectos luminosos de las calles mientras repaso mentalmente nuestra animada gira por la amplia propuesta de entretenimientos placenteros que ofrece nuestra ciudad.

    Sonrío. ¡No está mal!, me digo.

    A la caída de la tarde compras en un sex-shop, siempre nos persigue la sensación de que nos falta algo para hacer más divertida nuestra vida sexual. Lo siguiente, ejercicio de pupilas disfrutando de una buena película, tipo karaoke, de esas con letras por debajo. Luego, sobre las once, nos sentamos a repostar en nuestro bar de tapas favorito. Hay que comer para amortiguar el síndrome de la conocida desinhibición mental nocturna. Y, cómo no, acto seguido, a por la dosis tolerable de alcohol, en un bar de copas emergente para competir en el mercado nocturno de oferta y demanda, donde la madurez ha subido de valor en la última década. Sin darnos cuenta, en la oscuridad del día, la edad ha dejado de ser un número para convertirse en un plus y si te mueves con asiduidad, por el tradicional divertimento nocturno, eres testigo de este cambio: la juventud, en ambos géneros, busca la madurez para el intercambio de fluidos nocturnos. Mis amigas y yo, mujeres en el umbral de los cincuenta, nos dejamos llevar por esta corriente nocturna, aceptando con agrado, nuestra suerte de pertenecer a esta época loca que nos alarga la vida en el juego pasional y efímero de la noche. Y subrayo noche, porque en cuando aparece la luz del día, es otro cantar.

    Oigo música. Desciendo al mundo real y aparco los recuerdos.

    Por costumbre o por aburrimiento, no estoy segura, consulto mi móvil. ¡Vaya!, tengo un mail por leer. Me pongo a ello cuando, ¡dios!, el corazón me da una sacudida sísmica que me deja sin aliento.

    De: Santi

    Para: Núria

    Fecha: 4 de marzo de 2012, 23:45

    Asunto:

    Hola, me he quedado viudo. Me gustaría verte. ¿Puedes?

    Santi

    ¡Joder!.. ¿Santi?… ¿Mi Santi?… ¡No puede ser!… ¡Dios!, ha pasado tanto tiempo que mis recuerdos están congelados.

    Uy, uy, uy, …

    Me tiembla todo el cuerpo.

    Necesito avivar la memoria antes de entrar en la Antártida mental de mi cerebro, donde puse a Santi hace años, muchos años. ¡Santi!, ¿mi fracaso elegante, mi amor sin etiqueta, mi…? ¡Jopé! ¡En este momento lo que debe preocuparme no es lo que fue sino lo que quiere ahora!, me grito para mis adentros mientras me revuelvo en el asiento.

    Estoy pasmada, la verdad. Sin deseo expreso, el pasado aterriza en el presente y te trastorna la vida. Este hombre es como la energía, se va o viene, según disponibilidad de servicio. Yo estaba convencida de que nuestro fulminante apagón sería un fuera de servicio para siempre jamás y ahora me pilla con la cabeza vacía, como si me hubieran borrado el pensamiento…

    ¿Viudo?, uy, uy, uy…

    Aunque la sorpresa me ha paralizado el cuerpo y el alma, no voy a dejar que me corte las alas. Sin más rodeos, respondo escuetamente el sobrio mail que he recibido.

    De: Núria

    Para: Santi

    Fecha: 4 de marzo de 2012, 5:10

    Asunto: Incertidumbre

    Hola, ¿Eres Santi Roig? Núria

    Excitada como un mono frente a un plátano, le doy a enviar.

    Me siento impaciente por llegar a casa. Me invade una curiosidad infinita, aumentada sin duda por los líquidos tóxicos ingeridos, a la que voy a dar rienda suelta para recuperar esa dimensión perdida de mi vida, esa oquedad que siempre quise rellenar.

    El taxi me deja en la puerta de casa.

    El ascensor está en el ático.

    ¡Qué fastidio! Las esperas me irritan, especialmente cuando estoy en pleno arrebato de excitación. Si bien, nunca el tiempo es perdido, me digo. Aprovecho para quitarme parte de la indumentaria que llevo para protegerme del frio, cuando, ¡por fin!, el ascensor se detiene frente a mi impaciencia. Subo a mi guarida, abro la puerta y, como una posesa, me dirijo directamente al portátil. Lo enciendo, dejo en el sofá todo lo que me estorba y hago una inmersión en Google. ¡Busco a Santi Roig!

    Efectivamente, Google es fantástico a la vez que perjudicial, aunque no quieras, estás. Encuentro a Santi dónde le dejé, o debería decir, dónde me dejó. La verdad, en este momento no soy capaz de traspasar el tiempo para recordar los hechos con exactitud. En cualquier caso, él sigue allí, en Madrid, igual que yo sigo aquí, en Barcelona.

    Anonadada, mirando fijamente la pantalla, me pregunto, ¿cómo puede ser que hasta hoy mi curiosidad infinita no me haya llevado a saber de él? Lo he pensado en algunas ocasiones, la verdad, pero siempre he descartado la idea, quizá porque lo nuestro fue un adiós incuestionable y solo la casualidad podría interponerse para alterar nuestro destino, o quizá, porque los viejos sentimientos se desvanecen con el paso del tiempo. ¡Me pido lo primero!

    El mail ha despertado la pasión y los anhelos de mi juventud. Soy consciente de que no le he olvidado. Posiblemente porque olvidar no es cuestión de tiempo, es cuestión de decisión, y yo no la tomé. En todo este tiempo, me he limitado a ocultar su recuerdo para seguir con mi caprichoso destino. En estos trece años de apagón, me he engañado con la idea de que todo había sido una aventura sin frenos y sin marcha atrás. ¡Pues no! La marcha atrás funciona, aunque ya veremos si entra bien.

    Mi deseo proteico por averiguar que le trae de nuevo a mí, estrangula la lógica de mi pensamiento. Me someto a un interrogatorio íntimo, absurdo y sin replica que me lleva a un callejón sin salida. Atrapada entre el pasado y el presente, me acojo al derecho de no declarar y acepto, como novedad, mi propia sentencia autoimpuesta: lo nuestro no fue un punto y final, como quise creer yo. La vida es un viaje, no un destino.

    Lo tengo claro. Le escribo otro mail.

    De: Núria

    Para: Santi

    Fecha: 4 de marzo de 2012, 5:45

    Asunto: Incertidumbre resuelta

    ¡Ostraaas! Sí, ¡eres tú! Te he encontrado en Google. Has colapsado mis neuronas. Te paso mi móvil, 535883927. Me alegra saber de ti. Besos

    Sin dudar, le doy a enviar.

    Después de la tempestad viene la calma, me digo para mis adentros. Y sí, así me siento yo, calmada como una iguana en el Caribe, aunque mantengo un punto de intriga que me impulsa a seguir despierta.

    Para mí la noche todavía no ha terminado. Quiero saber cómo me ha encontrado. Sigo en Google, ahora me busco a mí. Aunque parezca mentira, es la primera vez que lo hago. Pongo mi nombre y ¡zas!, me encuentro en primera fila. ¡Qué susto! Después de un buen rato navegando por la red, certifico que mi intimidad pecaminosa está a salvo. Con Internet nunca se sabe.

    ¡Dios!, son las seis y media. De golpe, como si me hubieran pegado un tiro, desconecto el portátil y lentamente me voy a la cama con fragmentos extraídos de mis recuerdos más ocultos.

    Me acuesto con la imaginación semidespierta y el cuerpo que me pide a gritos un descanso.

    Al día siguiente me levanto temprano. No lo puedo remediar, soy esclava de mis rutinas. Aunque quiero saborear la cama en soledad, mi cuerpo decide lo contrario, me obliga a despertar, y yo me rindo a sus deseos.

    Mi primera acción dominguera se dirige al móvil. Muevo mis manos con la precisión de quien sabe lo que quiere hacer. Observo la pantalla y…, no hay mensajes nuevos. Apoyada en el cabezal, tuerzo la boca en plan lastimoso como muestra de decepción, y traslado mi ansia al depósito de la paciencia con un suspiro del corazón, de esos que tengo sin usar.

    Aún cuando me ha decepcionado no recibir una respuesta ¡ya!, persevero en la idea de que su voluntad de comunicarse conmigo dará sus frutos, eso sí, en un tiempo indeterminado. Él no es, o no era, de los que van con prisas por la vida.

    Reanimada de la desilusión matinal, de pie, frente al ventanal de la terraza, con mi primer café del día, esbozo una media sonrisa mientras la lucidez no para de golpear mi cabeza diciéndome que todo cambia con el paso de los años. No quiero acordarme ahora de la mujer que fui, de la que él conoció, aunque seguramente se parece en muchos aspectos a la que soy ahora. Han pasado trece años desde nuestra separación, años que han dejado atrás la juventud que envolvió nuestra relación. Recuerdo que cuando le conocí, yo tenía veinticinco años y el veintisiete. Bonita edad en la que se juntaron varias cosas. La primera, que estábamos solos, sin pareja, un hecho insólito en los años ochenta del siglo pasado. La segunda, que nos encontrábamos en un momento de alto voltaje sexual, que nos hacía más apetecibles. Y la tercera, la decisiva, que se produjo una atracción mental magnética, instintiva, difícil de explicar con palabras. Nuestra conexión fue súbita y nuestra relación, que duró once años, fue intensa, profunda, intrigante, apasionada y tormentosa, con un toque de locura, una dosis moderada de amor y mucho sexo combinado con acelerantes prohibidos. Mmm, los recuerdos complacientes siempre llegan los primeros a la meta, son los que tienen sabor duradero, son los que elegimos no olvidar.

    Mis tareas domesticas aplazadas, se convierten en un intento de distracción para recobrar la calma. Sin embargo, no puedo evitar mantener una correspondencia de pensamientos conmigo misma, que a qué negarlo, libera mi angustia en este aguardar para restablecer el contacto.

    ¡Uix!, suena el móvil.

    —¡Hola Marta! —le digo al ver su nombre en la pantalla.

    —Te voy a contar la última travesura. Ayer cuando nos separamos, el cuerpo me pedía otra copa y cambié mi rumbo. ¡Conocí a un tipo de nuestra edad! Ya sabes lo difícil que eso hoy en día. Bueno, resumiendo, que me ha invitado a comer. ¿Te lo puedes creer? Una cita a plena luz del día.

    —¡Eres tremenda! ¿Vas a ir? —le pregunto, aunque no sé porque se lo pregunto, Marta no deja pasar una oportunidad para conocer gente y mucho menos hombres.

    —Por supuesto —me responde sin vacilar.

    —¿Está libre? Por selección natural los buenos están pillados.

    —¡No!, no está libre. Pero es un tipo encantador.

    —Define encantador —le digo—. Esa palabra en tu boca puede tener muchos significados.

    —Es francés, culto, viajero, con un porte elegante, le gusta conversar y creo que es noble.

    —¡Vaya!, un seductor con derechos adquiridos —le digo en tono malicioso.

    —Creo que sin derechos —me dice convencida.

    —Eso es raro, raro. ¿Está casado, no?

    —Sí, sí. Lo está. Es un CSI —me dice Marta utilizando nuestro acrónimo secreto con el que identificamos a los Casados-Solventes-Interesantes—. Y tú, ¿te ligaste al taxista? —añade con ironía.

    —Pues no, pero mi vida ha sufrido un cambio substancial.

    —¿Ah, sí? ¿Qué te ha pasado? —me dice dejando escapar un leve suspiro.

    —Santi se ha puesto en contacto conmigo —le respondo.

    —¿Santi?

    —Sí, mujer, Santi Roig. El que me dejó tirada —le digo en tono de mujer despechada.

    —¡Ah!… ¡Santi, el médico! ¡Uf!… Y, ¿qué quiere?, ¿has hablado con él?

    —Me ha mandado un mail donde me dice que es viudo y que quiere contactar conmigo. Nada más. ¡Dios!, esta noticia me está provocando un estado de ánimo extraño. Por un lado me siento feliz y por otro me da pánico. No te digo más.

    —¿Creía que ya no te importaba? —me dice sorprendida.

    —Yo también lo creía. Pero no es así. Se abre el paréntesis y los sentimientos del pasado aterrizan en el presente.

    —Ha pasado mucho tiempo, no sabéis nada el uno del otro. Ni siquiera sabes para qué quiere verte. No pongas a volar la imaginación —me dice con ánimo de quitarle importancia al tema.

    —Eso intento. Pero, ya sabes, la mente va a su bola y no puedo encerrar en un tarro los pensamientos que no me dejan en paz y chispum, a esperar pacientemente. Salta a la vista que estoy alterada —hago una pausa infinitesimal—. Necesito una distracción para que no se me nuble la razón con fantasías del ayer.

    —Algunas dicen que planchar las relaja. Podrías probar —me dice en tono burlón.

    —¿Planchar?… Que fina te has vuelto —le digo sabiendo que las dos estamos pensando en lo mismo—. Hoy he quedado con mi madre para comer juntas.

    —Si quieres vengo después de mi cita y hablamos.

    —No, no. Gracias. Que te diviertas con tu nuevo pasatiempo.

    —Eso espero. Ya te contaré.

    Sigo sentada en el sofá, mi lugar preferido para fabricar fantasías a mi antojo. Decido acomodar el cuerpo para entrar en mi mundo imaginario. Una pierna cruzada, los brazos abrazando un cojín, la mirada hacia el ventanal de la terraza, donde intuyo que a lo lejos está el mar, ese mirador que me invita a ir más allá. Cierro los ojos, y en ese preciso momento mi mente abandona el mundo real para deambular por los selectivos placeres lujuriosos atesorados en mi memoria.

    De forma predecible, me asalta la imagen de Santi en un lugar abstracto, y lejos de virar hacia otro pensamiento, me aferro a él con devoción. Imagino cómo sus ojos castaños observan mi cuerpo semidesnudo, cubierto únicamente por lencería ajustada, con precisión, a mis zonas más erógenas. No te la quites, me susurra. Permanece unos instantes contemplando mi esbelta figura hasta que por fin se acerca para besarme. Un beso dulce, un beso tierno, en los labios, que me lleva a abrir la boca en busca de más. Nuestras lenguas se funden en un selecto baile líquido y excitante que me envía oleadas de placer por todo el cuerpo. Despacio, entrelazados, nos tumbamos en un manto de arena, donde nuestros cuerpos hablan sin palabras, se desvisten mutuamente, se excitan, acariciando el territorio privado del placer. Con su rostro en mi mente, abro las piernas, le invito a penetrar en mi húmeda vagina mientras mis dedos buscan recrear ese momento en tiempo real. Mmm, me recorre una corriente vibrante por todo el cuerpo que se posa en mi excitado sexo. En mi fantasía, siento su erección dentro de mí, mis dedos la reproducen. Siento sus expertas caricias en mi clítoris, mis dedos la imitan. Cuando nuestras miradas se cruzan a medio camino, cuando su aliento pasea sobre mi rostro, nuestros cuerpos se estremecen, se agitan ante el preludio del orgasmo. Nuestras caderas se armonizan para dar y recibir impulsos rápidos, fuertes, inconscientes, que van acompañados de gemidos que se vuelven cada vez más sonoros. La excitación nos abrasa. Sus envestidas son más posesivas, más violentas, más ardientes. Recibo gustosa su arrollador ataque. Siento como se acerca el relámpago del placer. ¡No pares, no pares!, le digo o me digo, ya no sé que es real y que imaginario. Mi cuerpo convulsa, mis pies se agitan, mi gozo alborota todo mi ser y, como una ola encrespada, me abandono a la contracción femenina del éxtasis.

    Tras un corto espacio de calma interior, que utilizo para recuperar el sentido común, enseguida me pongo en marcha. Quedo con mi madre, que vive en Barcelona desde que enviudó, en nuestro restaurante preferido.

    Me gusta mucho este momento. Mi madre y yo, dos mujeres solas por circunstancias diferentes, compartiendo historias, en un entorno cosmopolita y moderno donde ofrecen comida mediterránea con tendencia vanguardista. Comer es una necesidad, saber comer es todo un arte.

    Después de nuestra entrañable comida, hemos dado un paseo, nos hemos sentado en una terraza climatizada y nos han dado las seis. Hemos hablado de la familia, de teatro —mi madre es una incondicional del teatro—, de mí en tercera persona y, por supuesto, de trivialidades. En fin, una agradable tarde de domingo, que me ha ayudado a resistir el día. ¡Gracias mamá!

    Cuando regreso a casa, la posibilidad de una llamada, a qué negarlo, se instala de nuevo en mi cerebro. Pero al final del día, la realidad se impone. Ni mensajes ni llamadas. Eso sí, mi mente ha recorrido más kilómetros que un avión transoceánico. Cuando he tomado tierra, he decidido anotar mis pensamientos, como receta para mi desahogo emocional, o tal vez solo para releerme más adelante y redescubrir las sensaciones que viví en un momento concreto. No lo sé. El caso es que me apetece escribir.

    Anotación: ¿Por qué este reencuentro? Nadie regresa a nuestras vidas por casualidad, lo que sucede es lo único que podría haber sucedido. ¿Y qué sucederá mañana? ¡Bah!, no debo pensar tanto, las cosas son más fáciles en la realidad que en el pensamiento. Laisser faire. ¿Qué querrá de mí? ¿Qué quiero yo de él? Solo sé que lo que yo decida hacer con lo que él quiera de mí, lo haré porque me hará feliz, aunque solo sea por un momento.

    Me siento mejor.

    2

    EN PRIMERA PERSONA

    Soy Núria, la del mail. Tengo cuarenta y nueve años y mi estado civil es soltera, por convicción, que no solterona por exigencia del destino.

    Aunque no doy la talla, en lo que se refiere a la altura, me considero un buen resultado de la ingeniería femenina que, por algún misterio genético, mantengo sin grandes esfuerzos.

    A juzgar por lo que dicen de mí, exhibo mis valores sin temor a las sanciones sobrenaturales, practicando una moral imperfecta, una moral de pasiones consentidas. Esquivo las costumbres que me parecen irracionales, prefiero improvisar y celebrar la inmediatez. Adoro mi libertad indómita sin eclipsar la de los demás. Soy así, me gusto y se me quiere.

    Apasionada en el amor, me encanta dar un toque erótico al juego amoroso, como hábito saludable, para liberar mi espíritu sensual. Más leal que fiel, más de la razón que del sentimiento, persigo el salto del amor inicial al amor duradero, a pesar de en que mi cliché del amor, las relaciones se enfrían en la frontera de esos dos amores. Y eso fue, precisamente, lo que ocurrió con Santi. Nuestro amor inicial nos hizo ser mejor persona, nuestro amor verdadero nos autorizó a ser como éramos en realidad.

    Recuerdo cuanto le amaba, pero también recuerdo cómo le amaba. Ahora, desde la distancia de los hechos, creo que ahí fue donde me equivoqué. Resulta revelador observar cómo cambian las sensaciones con el paso del tiempo. En el pasado me sentí la victima de nuestro fracaso, sin embargo hoy siento que fui la perpetradora. Mi alergia vital a las relaciones que exigen asociación y entrega, y que desembocan en la convivencia cotidiana, influyó inevitablemente en nuestro desenlace. En cualquier caso, ni él ni yo nos esforzamos apenas por integrarnos en los deseos del otro, y después de once años de relación, él se casó con otra, aunque no me abandonó, y yo rematé la jugada, dejándole definitivamente, sin mirar atrás.

    En mi recuerdo, siempre he deseado tener un hombre en mi vida, pero nunca en mi casa, por lo tanto, mi propuesta de pareja se aleja de lo posible, es más bien un ideal. Y aquí estoy, esperando encontrar mi talla en el amor, una talla que no me apriete pero tampoco una talla que me deje desnuda.

    En cuanto a mí instinto en la búsqueda del amor, solo puedo decir que siempre me ha llevado por el camino equivocado. Mis elecciones son desafortunadas. A veces me pregunto, ¿soy yo la que elije a quien no debe o son los demás los que se equivocan al elegirme a mí? Sea cual sea la respuesta, el resultado es el mismo.

    En fin, tanta palabrería para introducir que suelo cambiar de pareja con frecuencia. No porque yo quiera, sino porque ellos no me quieren tal como soy. Pero yo no desisto, la perseverancia permite lograr cosas increíbles, por eso nunca me he decepcionado lo suficiente como para renunciar a mi ideal. Y aunque prefiero los viejos métodos para ligar, porque pienso que amamos con el corazón pero antes deseamos con los ojos, desde hace un tiempo soy asidua de los portales de internet busca-pareja, esos que funcionan como agencias matrimoniales donde puedes concertar citas con individuos que mienten en la edad, el peso y la altura, colocan fotos de su juventud y que en su alegato de presentación detallan lo que no son pero creen que nos gustará leer. De esos, pero de pago, por supuesto.

    Lo dicho, que siempre hay un hombre pululando por mi vida aunque me gustaría más que hubiera un hombre anclado en mi vida. No hay nada imposible para quien sabe esperar. Lo sé.

    Movida por mi voluntad de prosperar, vivo en Barcelona desde los diecisiete años, edad en la que me trasladé, desde una pequeña ciudad de la costa mediterránea, a un piso propiedad de mis padres que, si bien, en un principio me sirvió para instalarme en la ciudad, desde hace tiempo lo utilizo como piso franco para preservar mi intimidad.

    Ahora resido en una bonita finca modernista en el centro de la ciudad. Mi hogar es un amplio, luminoso y diáfano ático loft, con un altillo para invitados, donde solo existen paredes concretas en el baño. La decoración es moderna, práctica y minimalista, muy de mi estilo. Y como no me gustan las ataduras, ni soy animal de costumbres, vivo de alquiler para poder mudarme fácilmente cuando me plazca, llevando conmigo únicamente una maleta, grande sí, pero solamente una. Hace ya muchos años que, voluntariamente, soy una nómada en mi ciudad.

    El día que tuve que elegir que quería ser de mayor, elegí ser enfermera entre otras opciones apriorísticas. Sabía ya entonces, que las enfermeras somos un mito erótico, con uniformes sexy y dispuestas a todo. Pues de , leyendas urbanas. Simplemente somos mujeres trabajadoras, con líos en el trabajo, como el resto de los humanos. Con esto quiero decir que los líos son un proceder muy generalizado, a qué negarlo, y los financieros deberían dar las gracias a este fenómeno social que aumenta la productividad.

    Yo no presumo de honestidad, no, y en mi paso por la vida laboral hospitalaria, que duró trece años, saboreé relaciones prohibidas y de amor en primera persona —Santi

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