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Misión En La Habana: Novela
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Misión En La Habana: Novela
Libro electrónico932 páginas14 horas

Misión En La Habana: Novela

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Un grupo de retirados agentes de la CIA, conjuntamente con un agente activo de MI6, sin la autorizacin de sus respectivas agencias, penetran a La Habana a destruir una organizacin terrorista que ha tomado la capital de Cuba como base para atacar a los Estados Unidos.

Los veteranos agentes norteamericanos y el ingls fueron descubiertos por los servicios de seguridad del Estado de Cuba y por la propia organizacin terrorista, desde su entrada a la capital de Cuba, por lo que fueron asediados por ambos frentes. La Habana se convirti en una trampa perfecta, de la que les sera muy difcil salir con vida. Dentro de la ciudad dominaba por los comunistas, frreos enemigos de los Estados Unidos, sobrevivir a una implacable persecucin era una misin casi imposible.

Los agentes de la CIA y del MI6 temen no poder impedir un demoledor ataque a los centros ms importante del gobierno estadounidense. La vida se convirti en la menor prioridad. No podan permitir la accin perfectamente elaborada por un grupo de cientficos yihadistas.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento18 ago 2017
ISBN9781506521657
Misión En La Habana: Novela
Autor

Carlos Agramonte

CARLOS AGRAMONTE Estados Unidos. Nació en R.D. Durante más de 25 años se dedicó a la enseñanza universitaria, conjuntamente con su vocación de escritor; que ahora ejerce a tiempo completo. En la primera etapa de su vida de escritor la dedicó a la poesía, destacándose los títulos: Raíz, Descubriendo mi Propio Viento, Pequeña Luna, La Cotidianidad del Tiempo y El Silencio de la Palabra. Desde hace años se ha consagrado a escribir novelas de gran formato. Entre los títulos publicados se destacan: Definiendo el Color, El Monseñor de las Historias, El Generalísimo, El Sacerdote Inglés, El Regreso del Al Ándalus, Memoria de la Sombra, Secreto laberinto del amor y, Inminente ataque. Desde sus primeras novelas, las cuales obtuvieron buena acogida por parte del público, Carlos Agramonte demostró que dominaba el género y se revelaba con una gran imaginación. Sus novelas han provocado los más calificados elogios por parte de sus fieles lectores.

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    Misión En La Habana - Carlos Agramonte

    Copyright © 2017 por Carlos Agramonte.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2017912496

    ISBN:         Tapa Dura                     978-1-5065-2164-0

                       Tapa Blanda                  978-1-5065-2166-4

                       Libro Electrónico         978-1-5065-2165-7

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 18/08/2017

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    765980

    Contents

    CARLOS AGRAMONTE

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    A mis hermanos:

    Melido Antonio, quien se quedó a cuidar de nuestra madre y de nuestro padre hasta sus últimos días; y

    Rafael Bienvenido, quien estuvo pendiente de ellos en todo momento.

    Ellos lo hicieron, mientras yo me marchaba con el viento a buscar la semilla del tiempo, por lo que le estoy muy agradecido.

    CARLOS AGRAMONTE

    Estados Unidos. Nació en R.D. Durante más de 25 años se dedicó a la enseñanza universitaria, conjuntamente con su vocación de escritor; que ahora ejerce a tiempo completo.

    En la primera etapa de su vida de escritor la dedicó a la poesía, destacándose los títulos: Raíz, Descubriendo mi Propio Viento, Pequeña Luna, La Cotidianidad del Tiempo y El Silencio de la Palabra.

    Desde hace años se ha consagrado a escribir novelas de gran formato. Entre los títulos publicados se destacan: Definiendo el Color, El Monseñor de las Historias, El Generalísimo, El Sacerdote Inglés, El Regreso del Al Ándalus, Memoria de la Sombra, Secreto laberinto del amor y, Inminente ataque.

    Desde sus primeras novelas, las cuales obtuvieron buena acogida por parte del público, Carlos Agramonte demostró que dominaba el género y se revelaba con una gran imaginación. Sus novelas han provocado los más calificados elogios por parte de sus fieles lectores.

    1

    E l sonido del aparato telefónico era insistente, pero Stan Cooper seguía disfrutando de un profundo y reparador sueño. Eran las tres de la mañana y hacía más de una hora que se había levantado para darle una ración de leche a su pequeño hijo, Henry, y ahora dormía profundamente. A su lado, también vencida por el sueño estaba Paloma. El sueño era tan pesado que el reiterativo sonido del teléfono parecía no poderlo superar. La noche seguía consumiendo las horas de la madrugada con un silencio total, solamente estropeado por el sonido del teléfono. Por algunos minutos el aparato telefónico dejó de sonar. El silencio volvía a instalarse de manera completa en la habitación de los esposos Cooper. Las noches, después que nació el bebé, eran un tanto agónicas. El pequeño hijo dormía en una cuna cercana a la cama matrimonial. Stan y Paloma se turnaban para poder cuidar de su hijo, que despertaba más de una vez en la noche, algunas veces por hambre y otras por falta de sueño. Habían decidido que Stan alimentara al niño cuando le tocara leche que no fuera de las tetas de su madre. Los dos tenían que interrumpir sus sueños en algunas horas de la noche. De hecho, tenían muchas horas de sueño atrasadas. Aunque no contradijo a Paloma, con los días se había dado cuenta que había sido un error no contratar a una asistente antes de los primeros doce meses del chaval.

    Se sintió un ruido como si estallara una granada fragmentaria, el sonido del pequeño aparato inalámbrico que descansaba en la mesita de noche y reiniciaba su desconcertante melodía. La oscuridad cubría toda la habitación. Un movimiento de Stan hizo que escuchara, de manera lejana, el sonido del aparato telefónico que parecía haber elevado el volumen del sonido. Movió el brazo buscando la lámpara que estaba en la mesita de noche; pero sus movimientos eran torpes y no dio con el mando de la lámpara. No había podido abrir los ojos. Le pesaban los párpados como si fueran pesadas estructuras de acero. No encontró la pequeña lámpara que emitía una tenue luz cuando se encendía. Finalmente logró salirse de la gruesa manta que lo cubría y abrió, pesadamente, los ojos y se encontró con que la oscuridad había sido alterada con la luz de la pequeña pantalla del aparato telefónico. Observó la luz del aparato telefónico y sintió que le lastimaba las pupilas. Se movió perezoso en búsqueda del teléfono. Su rostro dibujaba una gran contrariedad. No eran horas para llamar a una casa donde había un niño pequeño que no dejaba dormir a sus padres en la noche. Cuando tocó el aparato intentó dejar que terminara de sonar para que enmudeciera y así volver a caer en los brazos de Morfeo. Todo lo que quería era volver a recobrar el sueño que lo invadía y que aturdía todo su cuerpo. Instintivamente se acercó a la pequeña pantalla del aparato y observó de dónde procedía la llamada; la identificó de inmediato. Era Dwight Brown quien lo llamaba. Movió la cabeza de manera negativa. Era la última persona que deseaba que lo llamara a esas horas de la madrugada. Pero sabía que el jefe del MI6 nunca respetaba los días libres de sus agentes, y lo llamaba a cualquier hora para consultarle algún asunto. Pensó que el jefe Brown podía estar desvelado y que había marcado su número para un asunto baladí, pero él no estaba disponible para asuntos baladíes. Lo primero que pensó fue tocar el botón de omitir, del teléfono, y así obviar la llamada del jefe del MI6. Por unos segundos lo pensó mirando borrosa la pantalla del aparato inalámbrico. Él estaba tomando algunos días libres para poder ayudar a su mujer y no quería ningún inconveniente que le impidiera cooperar con el cuidado de su hijo. No debían llamarlo a esas horas. Pero los hábitos de trabajo del jefe Brown eran esos y sabía que tenía el derecho de hacerlo. No tenía otra alternativa que contestar, aunque lo haría de mala gana. Perezosamente se llevó el teléfono al oído y esperó algunos segundos para contestar, abrigando la esperanza que de fuera un error la llamada.

    —Hola, jefe. Tengo un sueño atroz, jefe. ¿Sabe qué hora es? —protestó con un sonido de garganta casi inaudible. Carraspeó, intentando aclarar su voz.

    El jefe del MI6 guardó algunos segundos antes de contestar. El tono y el timbre de voz que había utilizado Stan les aseguraban que había llamado en un mal momento. Sabía que la llamada era en horas inadecuadas. La había hecho porque no tenía otra alternativa.

    —Hola, Stan. Perdona por llamarte a estas horas. Pero tengo un asunto muy importante que hablar contigo, personalmente —contestó la voz desde el otro lado de la línea en un tono que procuraba aligerar la imprudencia de la hora. Dwight Brown trataba a Stan con el afecto de un hermano menor, a pesar de que tenía edad para ser casi su padre.

    Stan pareció escuchar solamente algunas de las palabras de su jefe en el MI6. No había podido despertarse del todo.

    — ¿Qué diablos hace despierto a estas horas, jefe? Son las tres de la madrugada, jefe. Cualquier tema que tenga que tratarme puede esperar a que amanezca el día. Quizás sería mejor en la tarde. Tengo un sueño atroz —procuraba cerrar lo más rápidamente la conversación.

    —Tenemos un gran problema, Stan —dijo el jefe Brown cambiando el tono de la voz.

    Stan sintió que el aparato telefónico se le movió en la mano. El jefe Brown estaba hablando en un plural que no entendía. Por demás, sabía que si tenía un problema importante estaba llamando al lugar menos indicado. Él no estaba disponible para ningún tipo de trabajo que no fuera de gabinete, por el momento. El jefe del MI6 sabía que todo el tiempo que disponía se lo dedicaría al cuidado del primer año de su hijo; era un compromiso que había hecho con Paloma, su mujer.

    — ¿Tenemos? —cuestionó intrigado—. Estoy en licencia, jefe, por dos semanas y tengo seis meses a medio tiempo de trabajo. Cuando termine mis días libres hablaremos. No tengo tiempo para dormir y cuidar de Henry. No sabía que cuidar un bebé era un asunto tan complicado. Paloma y yo no damos abasto con el niño. Estamos exhaustos y ella insiste en no contratar a alguien para que nos ayude en el primer año de nuestro hijo.

    —Me temo que se han terminado tus días de asueto. Necesito conversar contigo personalmente, esta noche. Es un asunto muy importante —dijo en un tono que comenzaba a ser autoritario.

    — ¡¿Esta noche?! —exclamó como si fuese tocado por la punta de una espada.

    —Sí —confirmó Brown con un monosílabo categórico.

    Stan Cooper parpadeó varias veces en la oscuridad, como si no entendiera lo que estaba pasando.

    —Sabe que Paloma necesita de mi ayuda para cuidar del pequeño. En estos momentos no puedo dejarla sola. Creo que ni los dos juntos podemos hacerlo —ahora su voz se había aclarado y tenía un tono afectado por la expresión del jefe del MI6.

    Se escuchó un gruñido del lado de Dwight Brown. Parecía pesarle lo que estaba haciendo. Pero permanecía en el auricular.

    —Tendremos que buscar a alguien que ayude a Paloma. Te necesito para un asunto urgente. Te estoy llamando porque eres la persona indicada para el trabajo. Sabes que lamento estropearte tu novatada de padre. Te llamo a ti porque eres mi única alternativa —sus palabras eran tajantes y Stan sintió que las cosas comenzaban a rodar por una pendiente inadecuada.

    La palabra trabajo tuvo la virtud de turbarlo un poco más.

    —Pero jefe, ¿qué es lo que sucede? Tendrás que utilizar a otra persona. En estos momentos estoy inhabilitado para hacer otra cosa que no sea cuidar de mi hijo —ahora se había despertado del todo. Miró a Paloma que seguía profundamente dormida; solamente veía el bulto negro donde descansaba. En un extremo de la habitación, el niño dormía en su cuna. Stan sabía que el trabajo de agente especial del Servicio de Inteligencia Secreta del Reino Unido era incompatible con tener una familia normal; pero amaba tanto a Paloma que no se imaginaba la vida sin ella.

    —Necesito que vengas de inmediato a mi oficina. Es un asunto que solamente tú puedes resolver. Lamento tener que sacarte de la cama a estas horas, Stan. Si tuviera otra alternativa, créeme que no te hubiese llamado —ahora hablaba de manera tajante. Estaba impartiendo una orden.

    Stan se estrujó los ojos para despejar el poco sueño que aún permanecía en sus pupilas. No le gustaba el tono del jefe Brown. No debía dejar sola a su familia en los momentos más importantes. Pensó que podría ser un asunto de rápida solución y el pensamiento lo hizo relajarse.

    — ¿Usted está en la sede del MI6, jefe? —la intriga terminó de alejar el sueño que parecía cosa del pasado. La llamada era perturbadora.

    —Sí. Te quiero aquí ahora —dijo en un tono determinante. Estaba dando una orden para ser cumplida de inmediato.

    Stan sintió que algo grave estaba aconteciendo. Su jefe nunca lo había tratado con tanta dureza. Lo había dejado sin alternativa. Tendría que ir a la oficina del MI6 en la capital de Inglaterra para informarse de lo que estaba ocurriendo.

    —Tengo que prepararme e ir por mi coche. Tendrá que esperar un poco de tiempo —buscaba ganar tiempo para aquilatar lo que estaba sucediendo, y que el jefe no quería informarle por teléfono. Estaba desconcertado.

    —Sólo tiene tiempo para vestirte. Un coche del MI6 está frente a tu casa esperando por ti. Es un asunto de suma gravedad y se requiere de tu presencia de manera inmediata. No puedo seguir hablando por teléfono. Te informaré del asunto cuando llegues a la oficina. No tengo mucho tiempo, Stan —dijo el jefe del MI6 y Stan supo que no podía hacer nada que no fuera cumplir con la decisión que había tomado su jefe.

    El aparato de comunicación enmudeció y Stan se quedó mirándolo como si no creyera lo que había ocurrido. Se tocó el rostro como si quisiera enterarse de que no estaba viviendo una pesadilla. Solamente le habían dado algunos minutos para vestirse. ¿Qué diablos estaba ocurriendo que el jefe del MI6 lo llamaba de manera urgente? No tenía la más remota idea de qué estaba sucediendo en la sede del Servicio de Inteligencia Secreto de Inglaterra. No tenía otra alternativa que llegar hasta Vauxhall Cross, de Londres. Cuando se movió para levantarse presintió que algo muy malo había sucedido. ¿Se habría producido algún acto terrorista contra Inglaterra? El pensamiento lo aturdió un poco más y saltó de la cama.

    2

    C uando Stan abrió la puerta para salir del baño se encontró que la habitación estaba iluminada y Paloma sentada en el borde de la cama. Había preferido esperar que pasaran algunos minutos mientras se vestía para despertarla e informarle que el jefe del MI6 lo había llamado para que se presentara de inmediato a su despacho. No sabía si su mujer había escuchado la conversación telefónica; siempre creyó que estaba muy dormida. Miró a su mujer sin pronunciar palabras. Desde hacía un buen tiempo ella había insistido en que él debía dejar el trabajo de agente secreto de Inglaterra. Casi desde el mismo momento en que se casaron se le presentaban asignaciones por parte del MI6 que rompían los pequeños espacios de tiempo de cierto sosiego. Aunque ella conocía perfectamente su trabajo no lograba acostumbrarse a la realidad que representaba. Muchas veces habían discutido el tema de si teniendo un trabajo tan especial se podía formar una familia que funcionara de manera normal. Habían acordado, antes de casarse, que su tiempo en el MI6 no sería prolongado. Era el tema central del matrimonio. Hasta ese momento las cosas habían podido ser superadas con la ayuda de Dwight Brown, el jefe del MI6 y de Peter Hamilton, segundo a bordo, que le habían protegido para no asignarle misiones fuera de Inglaterra. Pero él sabía que eso no podía durar todo el tiempo y que tendría que retirarse del servicio en el momento que ellos no tuvieran otra alternativa que enviarlo a alguna misión en algún país lejano. Había decidido priorizar a su familia. Su casamiento con Paloma y el nacimiento de su hijo solamente tuvo el percance del trabajo que realizó con los dos agentes de la CIA en el condado de Queens, en New York. Después de esos hechos, había logrado la tranquilidad que daba trabajar en gabinete, en la sede del MI6. Pero su mujer siempre temía por la separación debido a una misión fuera del Reino Unido. Ella sabía que no podía abandonar el trabajo en esos momentos. Muchas veces cuando la conversación llegaba hasta el punto de si continuar o no en el MI6, prefería callar. Por demás, era el trabajo que apasionaba a Stan.

    Él no sabía qué decirle a Paloma. El jefe Brown no le había informado para qué lo quería a esas horas en la sede de Vauxhall Cross. Los secretos de su trabajo en el MI6 no los compartía con ella para no poner en peligro su vida y la seguridad del propio departamento.

    — ¿Qué es lo que está sucediendo, Stan? ¿Por qué estás vestido? —cuestionó la hermosa mujer de cabellos cortos y grandes ojos, con una ansiedad que parecía aturdirla. Ella estaba bien despierta y con una actitud desafiante. Le disgustaba lo que estaba viendo.

    Stan prefirió dejar pasar algunos segundos para contestar. Sabía que la noticia no sería de su agrado. Siempre salir a altas horas de la noche, para un agente secreto, no era una buena noticia para la familia. Desde hacía algunos días tenían pendiente finiquitar el tema del futuro del matrimonio con respecto a su trabajo en el MI6. Ella sabía, porque trabajó en los servicios secretos españoles, que sus jefes no lo protegerían todo el tiempo y que más tarde que temprano llegaría una misión que rompería con la unidad de la familia. Temía que ese momento aciago podía estar llegando. Era un temor que pendía como una espada de Damocles sobre su familia.

    —Me ha llamado el jefe Brown y me ordenó presentarme en su oficina. No me ha dicho qué es lo que quiere hablar conmigo —dijo en un tono que implicaba evitar ser demasiado tajante para no herir la sensibilidad de su mujer. Lo laceraba ver sufrir a Paloma. La amaba con una devoción de santo.

    Paloma se levantó de la cama y lo miró fijamente. Vestía una bata de seda de color rosado que le caía hasta los pies. Las palabras de Stan tuvieron la virtud de enrojecerle los pómulos, de rabia, resaltando la belleza de su rostro. Se mostraba como una fiera que se levantaba a defender su territorio con todo lo que tenía. Pero no podía combatir contra su gran amor. Estaba desarmada para combatir.

    — ¿A esta hora quiere que tú vayas a su oficina? —cuestionó evidenciando la molestia que la aturdía.

    La pregunta tenía una respuesta desoladora, y no tenía otra alternativa que ser taxativo.

    —Así es. Le he dicho que lo dejemos para la mañana, pero me ha dicho que es un asunto urgente que debe tratarme. No he podido evadirme, aunque lo intenté.

    Ella seguía de frente y con la actitud ofensiva. No estaba dispuesta a aceptar una respuesta que fuera contra su familia. Defendería con uñas y dientes la presencia de su marido en el crecimiento de su hijo.

    —Tú estás de licencia por dos semanas, Stan. No tienen derecho a llamarte a estas horas. Ellos saben que no pueden asignarte ningún trabajo importante hasta que nuestro hijo cumpla el primer año. ¿No le dijiste que tu tiempo lo tienes comprometido con nuestro hijo? —expresó levantando un poco la voz.

    El tono de la española era agresivo. Se había despertado en la noche, y en vez de encontrar a su marido para hacer el amor, lo que le dice es que se va a ausentar a esas horas del hogar. Sentía miedo cuando Stan se ausentaba para cumplir con alguna misión del departamento. Había vivido demasiadas desgracias y no quería otra. Conocía de la azarosa que era la vida de los agentes que trabajaban en el MI6.

    —Sí, se lo dije, pero me ha dicho que es un asunto de suma gravedad. Paloma, sabes que soy un agente de los servicios de inteligencia de Inglaterra y debo estar siempre disponible para defender al país, aunque esté disfrutando de algunos días libres. Si hay una situación de peligro para nuestro país tengo que presentarme para cumplir con mi deber. Conoces muy bien mi trabajo y mientras esté activo en el MI6 voy a cumplir con mi responsabilidad —comentó intentando amortiguar el impacto de la noticia de que se ausentaría, posiblemente por toda la noche.

    Paloma se acercó y lo tomó de las manos. Él las sintió más frías de lo acostumbrado. La noticia que le había dado era demoledora para ella. Sabía que ella temía que llegara un momento en que no pudieran estar juntos para cuidar de su hijo. Stan terminaba de colocarse una americana de cuadritos azules y llevaba un pantalón fuerte azul. La miró a los ojos con un tinte de desconsuelo. Se estaba despidiendo. Él sabía que lo que venía era peor que una descarga eléctrica en su cuerpo. Sufría cuando sentía que su mujer sufría por él. Le había dado muchos disgustos por el trabajo y esperaba que eso concluyera pronto. Se debatía entre su amor a Paloma y la pasión por su trabajo.

    —Hemos hablado de que debes dejar el trabajo de agente secreto, Stan. Nunca podremos tener una familia normal, si es que podemos lograr tener una familia. Quiero tener hijos y un padre para mis hijos, Stan. Sabes muy bien que tarde o temprano, si sigues en el departamento nos separarán y quizá cuando intentemos reaccionar sea demasiado tarde. Sabes que no puedo vivir lejos de ti —su voz era susurrona y dolida.

    Stan la atrajo a su cuerpo y le dio un leve y breve beso en los labios. La respuesta que más podía darle era que él la amaba con locura. Ella sabía que él no aceptaría un trabajo fuera de Londres que lo separara de su familia. Pero en el fondo de su corazón sabía que esa posibilidad era real y que podía haber atenuantes que no le permitieran evadir una responsabilidad de cierta magnitud.

    —Eso lo hemos hablado varias veces, pero lo haremos en su momento. La realidad es que sigo siendo un agente del MI6 y debo cumplir con el departamento. Estoy tan convencido como tú de que tendré que dejar al MI6 para poder tener una familia normal; pero eso puede esperar algún tiempo más. No creo que la llamada del jefe Brown sea para un trabajo que me aleje de la casa. Sabes que él y Peter nos han protegido para tener un trabajo en gabinete, cuando menos hasta que nuestro hijo cumpla el primer año. Debe ser que quiere alguna opinión para alguna operación militar. No creo que tenga por qué preocuparte —le dijo tocándole el cabello con suavidad.

    Ella lo miró. Su mirada reflejaba una impotencia desgarradora. Sabía que su marido tenía razón y que debía cumplir con su deber.

    —No debes aceptarle ninguna misión fuera de Inglaterra —repitió como si se agarrara de una pequeña balsa en medio del océano— No quiero que te alejes de nosotros ahora, Stan. En el departamento hay demasiados agentes para tener que utilizarte a ti cuando estás cuidando de tu familia. Nuestro hijo está muy pequeño y nos necesita a los dos.

    Stan la abrazó y la sintió trémula. Ella temía tanto a un alejamiento, que su cuerpo reaccionaba casi en convulsiones. Sabía que ella se callaba todo el torbellino que sentía para no hacerlo sentir culpable. Su amor era incondicional.

    —No aceptaré salir del país. El jefe Brown sabe que nosotros hemos decidido cuidar de nuestro hijo el primer año. Después que el niño cumpla un año, las cosas serán diferentes. Por demás, está decidido que cambiaré de trabajo. Sabes que lo que más deseo en la vida es estar contigo, mi vida —dijo mirando a su mujer que se abrazaba a él como si fuera una hiedra. Deseaba dejarla tranquila y lo menos preocupada posible.

    —Stan, no te vayas ahora de nuestro lado —dijo dejando escapar el primer sollozo de la noche— El bebé y yo te necesitamos más que nunca —su tono era lastimero y Stan correspondió abrazándola con toda la ternura que tenía su corazón. Amaba a aquella mujer más que a su vida. Permanecieron abrazados con los ojos cerrados por un tiempo que fueron incapaces de determinar.

    —Vuelve a dormir, que regresaré en un par de horas. No creo que sea un asunto que no se pueda resolver en un par de horas. No tienes por qué preocuparte. Verás que es un asunto de esos que el jefe Brown magnifica —dijo despidiéndose.

    El agente del MI6 caminó abrazado a su mujer hasta la puerta de la habitación y le dio un beso de despedida. Cuando iba a cerrar la puerta se devolvió y regresó a la cuna de su hijo. Le dio un beso al pequeño y volvió a caminar abrazado a su mujer. Llegaron hasta la puerta de salida de la casa. Ella no se quería soltar.

    —Cuídalo mucho —dijo con unas palabras que no supo de dónde le salieron. Ella lo miró devastada, y sus ojos comenzaron de nuevo a anegarse.

    Cuando la sintió en su espalda, sintió un extraño estremecimiento. No sabía qué era lo que el destino le tenía preparado. Su vida no había tenido mucho sosiego. La buena suerte no era una compañera habitual, pero esperaba regresar antes de que saliera el sol en la mañana.

    3

    B ajando los escalones frontales de su casa, Stan divisó el coche que lo esperaba. Al ver el tipo de coche frunció el ceño. Era el coche que usaba Dwight Brown y el hombre que estaba esperándolo con la puerta trasera abierta era el agente que siempre lo acompañaba, como seguridad. El detalle delataba algo más de lo que había pensado. El Mercedes-Benz Clase E, de fabricación alemana, especial para el MI6, y usado fundamentalmente para el traslado de jefes de Estados, brillaba con esplendidez su color negro; su carrocería y sus cristales blindados lo hacían una máquina segura para trasladar personas que estuvieran en peligro. ¿Por qué diablo el jefe Brown envió el coche de su uso cotidiano para recogerlo en su casa a esas horas? No tenía respuesta para la pregunta, pero la evidencia anunciaba que lo que le esperaba en el cuartel general del MI6 era una situación especial. Más que enviar un coche para trasladarlo a la sede del MI6, el jefe Brown había enviado un comando para conducirlo de cualquier manera. Miró al hombre que le abría la puerta con suma cortesía y se encontró con una sonrisa amable, pero con un gesto falso. El presentimiento de que iba de camino a una cita desconocida y preocupante se le acrecentó. Por algo el jefe del MI6 había extremado las medidas para tenerlo en su despacho con absoluta seguridad.

    —Buenas noches, señor Cooper —dijo el hombre que lo esperaba con la puerta trasera abierta.

    Era un hombre alto, de color casi rosado y con el cabello rubio; su contextura física era la de un atleta. Stan lo conocía muy bien. Había combatido en Irak y en Afganistán, donde fue condecorado por las acciones que desarrolló. Su nombre era Joe T. Blander y vestía una cazadora negra y pantalones oscuros; su pelo estaba cortado a rape y tendría unos cuarenta años.

    —Hola Joe, tu jornada del día ha sido larga. Veo que tiene una misión especial esta noche. El jefe ha tenido una gran cortesía enviándolos a buscarme en su propio coche —intentaba aligerar el momento angustioso que sufría.

    Joe permaneció con la puerta abierta esperando por Stan. Por la actitud que tomaba, su objetivo era tener a Stan dentro y cumplir con la orden que le había dado el jefe Brown. La sonrisa del antiguo soldado de comando de combate permanecía impertérrita.

    —Trabajar con el jefe Brown es no contar con ningún tiempo privado, señor. Esto sucede con mucha frecuencia. Sabemos cuándo entramos, pero no sabemos cuándo salimos —dijo en el momento que Stan se doblaba para entrar al coche.

    Cuando entró la cabeza al coche descubrió que no sólo había enviado a su hombre de confianza a buscarlo, sino que el conductor del Mercedes-Benz Clase E era quien le conducía el coche a Brown en su rutina diaria. El jefe había recurrido al personal más íntimo y seguro del departamento para llevarlo a su presencia.

    —Mike, este coche tiene más lujo que un Maserati. Pensé que era un poco más normalito cuando lo trajeron al MI6. Este coche tiene el confort de los que usa la Familia Real Británica, aunque la Reina prefiera los Rolls-Royce —comentó cuando se depositaba en la piel suave del asiento trasero de color marrón y mostrando una sonrisa que no delataba alegría.

    El conductor, un hombre de uno cincuenta años y con algunas libras de más, sonrió al comentario. Tocó varias veces el volante con sus dedos, como si acariciara el cuerpo de una mujer. Se sentía orgulloso de conducir el vehículo. Su nombre era Mike M. Gilbert. Su cabello era rojizo y su rostro tenía pecas muy pronunciadas; vestía una chaqueta gris y sus ojos eran de un azul intenso.

    —Esta es una máquina de lujo y de seguridad. Es el mejor coche que ha fabricado la Mercedes-Benz. Creo que en poco tiempo la Familia Real lo asumirá para su uso común —dijo el conductor cuando comenzaba a desplazar el coche por la calle.

    La presencia del coche de uso del jefe Brown delataba una situación de dificultad mayor. Estaba llegando a la certeza de que algo muy grueso estaba sucediendo en el departamento. Si era así, Peter Hamilton debía tener algún conocimiento. No había querido despertarlo para no importunarlo a esas horas de la madrugada; pero las cosas comenzaban a tomar un camino escabroso y debía hacer contacto con su amigo. Lo despertaría para preguntarle si sabía algo de lo que estaba ocurriendo en la sede del MI6. Él era el segundo al mando y debía estar informado de lo que estuviera sucediendo. No llegaría a la oficina del jefe Brown sin una información de lo que acontecía en el lugar. Sacó su móvil y marcó los números del teléfono de su gran amigo; él lo sacaría de la incertidumbre que lo acosaba. Pensó que Peter tardaría una docena de timbrazo para levantar el teléfono. Eran las tres de la madrugada y debía estar profundamente dormido. Mientras marcaba los números del teléfono sentía la mirada de Joe que no se la quitaba de encima; que estaba sentado en el asiento delantero. Se equivocó al pensar que Peter tardaría mucho tiempo en contestar. Seguido del primer timbrado se escuchó la voz de Peter que respondía la llamada. El hecho de escuchar de inmediato la voz de su amigo hizo que empequeñeciera los ojos como señal de sorpresa. Peter no estaba durmiendo, sino bien despierto. Era posible que el problema fuera superior al que había pensado. Se pasó la mano por la cara como si quisiera despejar un mal pensamiento.

    —Hola, Peter —dijo en un tono que no mostraba ninguna alarma. No sabía en realidad lo que estaba sucediendo y no evidenciaría su ansiedad. Pero el hecho de encontrarlo despierto a las tres de la madrugada indicaba una anormalidad que incrementaba su sospecha. Trataría de ser cauto en la conversación para no alarmar a su amigo.

    —Hola. Stan. ¿Cómo está Paloma y el pequeño? No he podido ir por tu casa en estos días. El departamento es una maquinaria de producir ocupación. Iré uno de estos días —contestó con una claridad en la voz que Stan percibió que no lo había despertado en ese momento, sino que estaba despierto desde hacía horas.

    —Están muy bien. El bebé tiene la fuerza de un toro. Tienes que ver cómo ha crecido en las últimas semanas —siguió con su ficticio humor.

    —Me alegro mucho por ti y por Paloma. ¿No me digas que ahora no puedes dormir en la madrugada por cuidar el pequeño? Ese diablillo no te dejas dormir ni en la madrugada —dijo extrañado por la llamada.

    Stan sabía que debía ir al grano. No tenía mucho tiempo para charla sobre su familia. Debía procurar la información de lo que estaba ocurriendo en el país y propiamente en el departamento en esos momentos.

    —Peter, ¿qué está sucediendo en el departamento? —cuestionó sin rodeos. Peter era su mejor amigo y no necesitaba explicaciones para cuestionarlo de cualquier asunto que le interesara.

    La pregunta pareció extrañarle a Peter Hamilton porque hizo silencio. ¿Sería posible que Peter no supiera lo que estaba ocurriendo en el MI6 en ese momento? Si era así, la zozobra sería mayor. El breve silencio de Peter lo sintió en un vacío en el estómago.

    —No tengo la más remota idea. Salí a la siete de la tarde y todo estaba normal. ¿Por qué lo preguntas? ¿Sabes algo?

    Ahora fue Stan quien frunció el ceño y se acomodó el móvil en la oreja para escuchar bien lo que estaba diciendo su amigo. Lo que había escuchado no podía ser cierto. ¿Cómo era posible que el segundo en la dirección del MI6 no tuviera la información de las razones que llevaron a Dwight Brown a conminarlo a ir a su oficina a esas horas? Las cosas pintaban de mal a peor a medida que pasaban los minutos.

    —El jefe Brown me ha llamado para que me presente de inmediato en su despacho. Debe estar ocurriendo un evento de mucha importancia para hacerlo. Pero no entiendo cómo me ha llamado a mí y tú no está enterado de lo que acontece. Creo que algo grave está ocurriendo y debes informarte, Peter —dijo modificando el tono a uno de preocupación.

    — ¿Te has llamado a ti? Pero tú tienes dos semanas libres. Eres la última persona que debías recurrir para una asignación especial. El jefe no me ha consultado para asignarte ninguna misión fuera de lo acordado.

    Por unos segundos, los dos agentes del MI6 enmudecieron. Ninguno de los dos conocía las razones de la convocatoria del jefe del MI6. La turbación casi los aturdía.

    —Por eso es que te pregunto, si ha habido algún problema en el MI6. El jefe Brown, cuando me llamó no me quiso decir qué problema había. No puedo asumir ninguna misión en estos momentos. Eso lo hemos hablado, Peter. Estoy preocupado por el requerimiento del jefe a estas horas. No debo dejar a mi familia en estos momentos. El pequeño y Paloma me necesitan en casa.

    —Ya lo sé, ya lo sé; pero no entiendo por qué te ha llamado. Ahora me preocupa esa información. No debemos asignarte ningún trabajo que no sea de gabinete hasta que tu hijo cumpla el primer año. El propio Brown ha sido quien te ha protegido. Sabes que te tiene mucho afecto —dijo como si estuviera leyendo una circular.

    Stan hizo mutis por algunos segundos. Reaccionó y supo que necesitaba de su amigo esa noche en el MI6. Peter debía acompañarlo al despacho del jefe Brown.

    — ¿Dónde tú estás, Peter? Debe estar sucediendo un asunto muy grave. Quiero que me acompañe a la reunión con el jefe, Peter.

    —Estoy llegando a la sede del MI6. El jefe también a mí me ha llamado; tampoco me dijo qué era lo que quería conmigo. Pero si te ha llamado a ti es porque estamos metidos en un problema gordo —Peter se arrepintió de lo último que dijo antes de terminar la expresión.

    Stan sintió que su estómago digería vidrio molido. El hecho de llamarlo de urgencia y con un hermetismo absoluto denunciaba que tendría problemas. Pero además había llamado a Peter, lo que evidenciaba que había una crisis en el MI6 y era posible que Dwight estuviera convocando a un comité de alta seguridad de urgencia.

    —No puedo asumir la responsabilidad de una misión, en estos momentos, Peter. Le he prometido a Paloma que estaré con ella hasta que nuestro hijo tenga un año —dijo como si implorara, y Peter sintió la desesperación de su amigo. La incertidumbre de lo que estaba sucediendo le estaba provocando una ansiedad que la sintió en un leve temblor de las manos. Temía que tuviera que dejar a su familia.

    —No te preocupes, Stan, no creo que el jefe Brown te asigne ninguna misión extraordinaria. Él sabe que te prometió que estaría en Londres durante el primer año de tu hijo sin labores fuera del recinto del MI6 —dijo Peter en un intento de tranquilizar a su amigo. Lo conocía como la palma de su mano y sabía por la angustia que estaba pasando. El tono de su voz lo denunciaba.

    —Espero que tengas razón. Nos veremos en pocos minutos en el despacho del jefe. Estoy de camino y a poca distancia.

    —No tienes por qué preocuparte, Stan. No creo que haya problema contigo —insistió cuando terminaba la conversación.

    A pesar de las palabras de Peter, Stan presentía que caminaba a un destino inseguro y lleno de dificultades. La llamada a esas horas de la madrugada era un mal presagio. De todas maneras, solamente tenía una manera de saber lo que pasaría y era llegando a Vauxhall Cross y encontrarse con el jefe del MI6. El móvil quedó jugando entre sus manos sin su consentimiento. El destino estaba marcando una ruta desconocida. Se movió incómodo en el asiento. Sentía que estaba sentado sobre una colonia de hormigas.

    4

    E l edificio de la sede del MI6 tenía la parsimonia de las horas de madrugada. En el lobby una mujer de la seguridad bostezaba al observar los escasos agentes que hacían sus guardias nocturnas. En el pasillo que conducía a la oficina del jefe Dwight Brown, apenas algunos oficiales cruzaban perezosamente en búsqueda de café u otro departamento para intercambiar informaciones. Stan Cooper caminaba de manera acelerada, como lo hacía el agente Joe T. Blander a su lado. Apenas hicieron un gesto de saludo con el personal que ocupaba la estación de recibo central, principalmente con la oficial de recepción que apenas mallugó una sonrisa. El área donde estaba ubicada la oficina del jefe no era la excepción; todo estaba en calma, quizás más que en otros tiempos. Stan sintió un cierto alivio al percatarse de que no había nada extraordinario en el movimiento de las actividades del MI6. Si el edificio estaba en silencio y con la calma de la rutina era porque no había una emergencia extraordinaria. Eso le hizo pensar que duraría una hora en el local y que volvería al lado de su esposa a cuidar de su pequeño vástago. En el antedespacho de Brown apenas un agente de seguridad custodiaba la puerta de entrada de la oficina principal; éste le hizo señas para que entrara en el momento que llegaba. Joe dejó entrar a Stan y permaneció fuera; hizo un gesto de alivio al ver entrar al agente del MI6; había cumplido con la misión que le había encomendado el jefe Brown.

    Cuando Stan entró observó que la oficina estaba vacía. Frunció el ceño de contrariedad. El jefe Brown no estaba en la oficina. Por unos momentos contempló la amplia y bien decorada oficina del principal ejecutivo de los servicios secretos de Gran Bretaña. Escuchó un ruido en un lateral y se giró para encontrarse con un oficial de seguridad que le indicaba que caminara hasta el pequeño salón de reuniones contiguo a la oficina de Dwight Brown. Caminó hacia donde le indicaba el agente. El jefe Brown quería hablar con el más absoluto secreto. Sabía que era el salón que usaba para los asuntos que ni los mismos miembros del MI6 debían ser informados. Era el lugar de máxima discreción para abordar los temas Top Secret. No le sorprendió del todo. En muchas ocasiones había sido convocado a la pequeña sala de reunión para tratar asuntos del más estricto secreto.

    —El jefe lo espera en el salón privado, señor —dijo el agente que había salido de una puerta lateral de la oficina. El hombre le señaló con el dedo índice y lo acompañó hasta la puerta. En cada momento las cosas le parecían más extrañas a Stan. La presencia de un agente de seguridad dentro de la oficina no era normal

    Al abrir la puerta, los hombres que ocupaban la pequeña sala de reuniones que estaba contigua a la oficina de Brown se voltearon para mirar al recién llegado. Peter esbozó una sonrisa y lo saludó con un movimiento de mano. Brown cambió la expresión del rostro al ver llegar a Stan. No había dudas de que lo estaba esperando con ansiedad. Un extraño ocupaba un asiento en la mesa. Stan no lo conocía. El extraño no lo saludó, sino que se dedicó a observarlo de manera inquisidora.

    —Pasa, Stan, te estamos esperando. Te he llamado a estas horas porque nos urge hablar contigo de inmediato. Este trabajo de nosotros nos deja sin sosiego de familia. Pero por demás estamos en una urgencia —dijo Brown levantándose del asiento y caminando al encuentro de Stan. Lo saludó y volvió a su asiento. El desconocido hombre que compartía la reunión seguía observándolo con ojos de lince.

    La sala de reuniones estaba dominada por una mesa de madera con ocho sillas y un gran librero atestado de informes, en un extremo; en los laterales, una foto de la Reina y un cuadro que identificaba el departamento del Servicio de Inteligencia Secreto (SIS), del Reino Unido. Stan observó a los hombres que lo esperaban y se extrañó por el hombre que estaba sentado, ocupando el asiento muy cercano al jefe del MI6. En el primer momento no podía entender porqué la reunión era ultra secreta con la presencia de un extraño. No lo conocía en los servicios del MI6. Conocía a todos los agentes con categoría para poder estar en aquel lugar. Optó por esperar que le fuera presentado el sujeto para hablar. El momento se le hizo confuso.

    —Hemos llegado casi al mismo tiempo, Stan. Hace apenas unos minutos que llegué. —comentó Peter que le hizo señas para que se sentara a su lado.

    Se movió hasta el lugar donde estaba sentado Peter. Seguía con la mirada fija en el hombre que estaba sentado al lado del jefe Brown y que no le habían presentado. Con el rabo del ojo observó que el hombre lo seguía observando en detalles.

    —A estas horas es una delicia pasear por Londres. Sin atascos y sin problema. En el futuro esperaré la madrugada para disfrutar de las maravillas de esta ciudad —contestó Stan caminando hasta donde estaba Peter al cual abrazó muy efusivamente. La presencia de su amigo le daba una tranquilidad placentera.

    El desconocido permanecía sentado frente a donde se había sentado Stan. No se lo habían presentado y se miraban con las correspondientes extrañezas. No debía hacer ninguna especulación por la presencia del sujeto; esperaría que pasaran los segundos para informarse. Sabía que en los próximos minutos sabría las razones de la convocatoria con la presencia del extraño, que seguía mirándolo como si estuviera escaneándolo. Buscó en el registro de su memoria, pretendiendo encontrarlo; pero todo fue inútil. No había visto el sujeto nunca antes.

    Dwight Brown se acomodó en su asiento y miró fijamente a Stan. Por unos segundos se produjo un silencio que desconcertó aún más a Stan. Pasaban los segundos y no le presentaban al hombre que tenía frente a frente. Por demás, el sujeto permanecía tranquilo. Parecía tener control de lo que se trataría en la reunión.

    —Jefe Brown no tengo toda la noche. Me gustaría, si le fuere posible, que tratemos el asunto por el que me ha convocado a esta reunión de inmediato. Sabes que comparto el cuidado de mi hijo con Paloma y no quiero dejarla mucho tiempo sola con el pequeño —comentó al sentir una íntima desesperación por la parsimonia que evidenciaban sus contertulios. Parecían no tener prisa para entrar en materia.

    En el tope de la mesa de madera no había papeles ni portafolios. Toda la información que tratarían sería verbal.

    El jefe del MI6 permanecía silencioso y sin prisa para iniciar la conversación. La expresión facial de Stan no le alteraba su ritmo normal. Su rostro no mostraba alegría; todo lo contrario, parecía que estaba ejecutando una acción que no le agradaba. Peter miró a Stan, pero permaneció callado; él también era un invitado, aunque Brown le había adelantado parte de lo que tratarían. La palabra la tenía Dwight Brown y era quien debía poner sobre la mesa las razones de la reunión.

    Por alguna razón, Stan Cooper se sintió extraño en la reunión. Sentía que era el único que no sabía lo que se trataría. Algo había en el ambiente que le ocultaban. Le molestaba la extraña situación que se le presentaba.

    5

    -Stan, te presento a Bruce Moore —al fin dijo Brown, presentándole al hombre que tenía a su lado—. Ha llegado hace algunas horas de Estados Unidos, es la razón por la cual he convocado a esta reunión. Porta una información muy importante con código de secreto absoluto.

    El hombre extendió la mano por encima de la mesa y Stan lo saludó. Era un hombre alto y de gran contextura física; de unos cincuenta años y tenía el pelo negro que le cubría abundantemente la cabeza bordeándole la frente; el cabello lo llevaba de un largo que tenía que despejárselo de los ojos con cierta frecuencia. Vestía una americana de color crema con coderas de color marrón, de lana; sus pantalones eran de fuerte azul con la textura de los que usaban los vaqueros en el viejo oeste norteamericano; las manos eran grandes y fuertes y su mirada era tan azul como sus ojos; su color blanco mostraba algunos elementos de haber estado al sol por algunas horas; lucía rosado, casi rojo como un tomate. Su mirada era penetrante y parecía almacenar en su memoria todo lo que veía.

    —Un placer, señor, Moore. Espero que haya tenido un buen viaje. Son muchas las horas que hay que pasarse en un avión para cruzar el Atlántico —dijo Stan al estrechar la mano del hombre.

    Procuraría hacer la reunión lo más distendida posible. Eran horas que le estaba robando al sueño, por lo que debían tratar de hacerla transcurrir con cierta festividad.

    —El placer es mío, señor Cooper. Es un gran honor conocerlo. Con el trabajo que usted hizo en New York, se ha convertido en una referencia en todos los sistemas de seguridad de nuestro país.

    —Stan —intervino Brown—, el señor Moore es un agente especial de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos. Por lo que me ha dicho el señor Moore, en Estados Unidos te has convertido en una leyenda viviente entre los miembros de la CIA y del FBI. Sabes cómo son los norteamericanos, le gustan los súper héroes.

    Stan sonrió al escuchar al jefe Brown. Era evidente que era un agente de alguna de las agencias amigas en el mundo para tener un asiento en el salón más exclusivo del MI6. No hizo caso al halago de Brown.

    —Me parece un detalle demasiado elegante convocar a las tres de la mañana para presentarme un agente de la CIA, jefe. Me gustaría que vayamos al grano. Con el perdón del señor Moore, hemos conocido muchos agentes de la CIA en nuestras vidas, y sabemos que son los mejores del mundo —exigió al notar que Brown parecía que haría algunos rodeos para explicar las razones de la reunión. No tenía tiempo para charlas insustanciales. En su casa lo esperaban su esposa y su hijo, que lo necesitaban.

    —Está aquí porque el Gobierno norteamericano ha descubierto una organización terrorista que está a punto de realizar un ataque terrorista en su territorio. El señor Moore viene en una misión ultra secreta a nuestro país. Solamente se ha reunido con nosotros y volverá a salir de nuestro país inmediatamente terminemos esta reunión. Ha hecho un viaje de urgencia y rápido, para la realización de esta reunión —siguió hablando con cierta lentitud Brown. Por alguna razón le pesaban las palabras.

    Stan Cooper entornó los ojos. ¿Qué diablo estaba sucediendo? ¿Qué estaba haciendo un agente de la CIA a esas horas en la sede del MI6?

    —Creo que Estados Unidos es el país que más organizaciones terroristas enemigas tiene en el globo terráqueo, y todas están trabajando para realizar ataques a algunos de los intereses de los Yanquis. La función de la CIA y los demás organismos de seguridad es mantener a salvo a su pueblo. No perdamos tiempos, jefe, y trabajemos en lo nuestro de inmediato —comentó Stan que no lograba aquilatar la conversación.

    Peter tocó a Stan en el hombro para llamarle la atención. El jefe Brown hizo mutis para que Peter tomara la palabra. Entre los dos ejecutivos del MI6 se anidaba un secreto que Stan desconocía, pero que percibía, evidenciándolo, rascándose la cabeza en la parte posterior.

    —Creo que debes esperar que el jefe Brown te explique, para que puedas entender lo que está pasando. Es un asunto de extrema gravedad —intervino Peter, mirando fijamente a Stan.

    Stan miró frunciendo el ceño a Peter. No podía creer que estuviera informado de lo que estaba sucediendo sin habérselo comunicado cuando hablaron por teléfono. No esperaba una deslealtad de su mejor amigo.

    — ¿Tú estás enterado de lo que ocurre, Peter? —cuestionó con un tono de reproche a su gran amigo—. Sabes las razones de esta reunión y no me las informaste cuando hablamos por teléfono.

    Peter giró la cabeza para que Stan le mirara los ojos cuando hablara. No quería provocar una desconfianza en su mejor amigo.

    —Cuando llegué el jefe me adelantó algo. No tengo los detalles, pero lo que me ha dicho el jefe Brown es suficiente para saber la gravedad de los acontecimientos. Cuando hablamos por teléfono no tenía ninguna información —respondió para tranquilizar a su amigo.

    El agente de la CIA hizo un ademán para pedir la palabra. Por lo que veía en la conversación estaban usando mal el tiempo que él no tenía para charlas. La parsimonia del jefe del MI6 le evidenció que había tomado la decisión en contra de su voluntad. Pero los reproches de Stan y Peter no eran asuntos para tratarse en esos momentos.

    —Jefe Brown, permítame hablar —intervino Bruce Moore, que había permanecido en silencio—. Creo que el señor Cooper entenderá de inmediato, si yo le explico las razones de esta reunión y de lo que está aconteciendo.

    Brown hizo un ademán autorizando al norteamericano y se recostó en el sillón. Esperaría que fuera convincente con lo que diría. Sintió un cierto alivio por no tener que explicarle unas razones a Stan que sabía que lo afectaría de mala manera.

    —Señor Cooper, los organismos de seguridad del Estado de Estados Unidos han descubierto a una poderosa organización terrorista, de corte islamista, que está a punto de producir un poderoso ataque contra nuestro país. La organización maneja tecnología de última generación y, además, produce tecnología que en algunos casos no podemos superar con la que tenemos nosotros. Usted sabe que la tecnología se ha popularizado tanto que existen expertos en todas partes del mundo. Usted es el mejor y más experimentado agente en la lucha contra las organizaciones terroristas de corte islámico que existe en el mundo. Usted sabe de lo que estoy hablando —dijo e hizo una pausa.

    Stan se movió incómodo en su asiento. No entendía las razones que habían llevado al agente de la CIA a cruzar el Atlántico para informarle que una organización terrorista estaba a punto de producir un ataque de gran magnitud en territorio norteamericano. Era posible que estuvieran echando por la borda el único tiempo que tenían para atacar a los terroristas.

    —Pero si conocen la organización, ¿por qué no la atacan? Lo primero es eliminar el peligro. A los terroristas no se les puede dar ni una oportunidad. El terrorismo islámico que usa alta tecnología debe ser atacado de inmediato. En algunos casos, un minuto es mucho tiempo —cuestionó intrigado Stan, que comenzaba a entender la razón de la reunión.

    —Ese es uno de los problemas que tenemos. La organización está operando desde la ciudad de La Habana, en Cuba. En Cuba nos ha sido difícil poderla destruir. Si estuviera en Afganistán, Paquistán, o cualquier país del mundo árabe la atacáramos de inmediato y la eliminaríamos, como lo hicimos con Ozama Bin Laden. Pero como usted sabe, Cuba tiene un régimen hostil a nuestro país, y además es un régimen comunista de corte estalinista. El aparato de vigilancia que tienen es enorme. Se puede decir que tiene a media población preparada para informar de cualquier asunto que ocurra en el más remoto lugar de la isla. Es una población aterrada, que si no coopera con el régimen no se le facilita alimento. El aparato de propaganda del Estado obliga a todo ciudadano a denunciar la presencia de un ciudadano norteamericano, aunque lo encuentre bailando un Son —comentó mostrando, por primera vez, una sonrisa que presentaba una dentadura perfecta.

    Stan respiró profundamente. El agente de la CIA estaba informando que los terroristas habían encontrado el lugar ideal para operar su plan de destruir a Estados Unidos. Los norteamericanos tenían un gran poder militar que no podían utilizar contra los terroristas y su tecnología. Los terroristas habían encontrado el lugar ideal para instalar la base desde donde intentar destruir a Estados Unidos. El hecho comenzó a estremecerlo.

    —No me digas que ustedes no pueden infiltrar un equipo especial para eliminar a esos sujetos en La Habana. En el Caribe los habitantes pasan la mayor parte de sus vidas borrachos de ron. Por las informaciones que tengo, Cuba tiene un gran atraso y su población está hambrienta —volvió a ripostar Stan, a quien le parecía absurdo el planeamiento que estaba haciendo el agente de la CIA.

    Bruce Moore no les puso demasiado caso a los argumentos de Stan. Debía terminar con su trabajo que era informar de lo que estaba ocurriendo en contra de su país, para al punto de las razones de la reunión.

    —Espera un poco, Stan —solicitó Brown—. El señor Moore terminará de informarnos y después comentaremos.

    Stan hizo el ademán de que se silenciaría. Se sentía presionado por terminar la reunión.

    —En el proceso de identificación hemos enviado a varios agentes al territorio cubano; pero hemos tenido gran dificultad para lograr nuestro objetivo —continuó hablando el agente de la CIA—. Los terroristas tienen el apoyo de ciertos elementos del Gobierno cubano y han logrado que los servicios de inteligencia cubana detecten a nuestros agentes, y algunos han sido asesinados. Incluso tienen uno de nuestros hombres preso en una maldita ergástula, en La Habana. Cuando teníamos ubicado el lugar de donde operaban, parece que se informaron y desaparecieron. No sólo tenemos que enfrentar a los terroristas, sino al aparato represor y de vigilancia del régimen.

    — ¿Un miserable país del tercer mundo lo ha superado a ustedes? —cuestionó esbozando una sonrisa con una pizca de picardía, Stan, rompiendo su promesa—. El Gobierno cubano no está en preparado para enfrentar la capacidad que tiene la CIA. Son fanáticos y no entienden de procedimientos científicos.

    —Estás equivocado, señor Cooper —continuó interviniendo Bruce Moore—. Un régimen marxista de tendencia estalinista es un territorio convertido en una cárcel. Los Gobiernos comunistas son efectivos en tener control de la población y de todo lo que se mueve en su territorio. Pero, además, los cubanos se esmeran en seguir a todas partes a cualquier norteamericano que visite la isla. Esos canallas se gastan un dineral siguiendo las juergas de los turistas norteamericanos. Tienen una obsesión con nosotros. Su heroicidad es la hostilidad contra nuestro país. Los terroristas islamistas alimentan la campaña del Gobierno contra los intereses de Estados Unidos.

    — ¿El Gobierno cubano está involucrado con los terroristas? —cuestionó Stan, que comenzaba a aquilatar el problema que se le presentaba.

    —No tenemos evidencia de eso; pero sabemos que algunos elementos del régimen sí cooperan con los terroristas —matizó Moore.

    —Por lo que me ha dicho el señor Moore, los terroristas pretenden terminar el trabajo que iniciaron el 11 de septiembre del 2001 —volvió a intervenir Brown.

    Peter abrió los ojos desmesuradamente, sorprendido por la afirmación del jefe Brown. ¿Qué maldito trabajo era que terminarían?

    — ¿Qué fue lo que le faltó? Esos malditos produjeron el mayor ataque que se ha producido en territorio de occidente. Si van a producir otro ataque será para destruir a Estados Unidos —cuestionó extrañado Peter, que se ensortijaba su rubio cabello al pasarse las manos.

    Stan se había acomodado y su mente comenzó a producir pensamientos sobre el asunto que estaban tratando. Estaba verificando la magnitud del problema.

    —Pretenden destruir los símbolos del poder norteamericano. Las torres gemelas eran el símbolo del comercio mundial, es decir, de las transacciones del capitalismo. Ahora pretenden destruir los símbolos de poder. Tienen preparado un ataque para pulverizar a la Casa Blanca, al Pentágono y al Capitolio. Recuerda que el avión que debía borrar la Casa Blanca del mapa se precipitó a tierra antes de llegar. Apenas un avión hizo impacto contra el Pentágono, pero no logró destruirlo. Por las informaciones que tenemos, los otros aviones que debían estrellarse no alzaron el vuelo. Su maldito trabajo se quedó por la mitad —expresó Bruce Moore apretando las quijadas. Mostró que tenía un gran amor por su país.

    — ¡Pero eso es una barbaridad! Son unos malditos asesinos. Hay que pararlos antes de que hagan un ataque de esa magnitud —exclamó Stan, tocado por las afirmaciones que hacía Bruce Moore.

    Por alguna razón, Brown sonrió al escuchar la reacción de Stan; miró a Peter, pero éste optó por bajar la mirada.

    —Los informes que tenemos es que han logrado desarrollar tecnología para ejecutar su maldito plan. Pero lo peor es que en estos momentos creemos que pueden estar de camino a sus objetivos —dijo con cierto pesar Bruce Moore—. Debemos actuar de inmediato, si queremos detener a esos demonios.

    Stan se sorprendió. ¿Qué hacía un agente de la CIA en la sede del MI6, a miles de kilómetros del lugar de donde se preparaba un ataque contra su país?

    — ¿Ustedes quieren una asesoría del MI6? Creo que debemos cooperar con todo lo que tengamos para evitar el ataque. Los terroristas islámicos de última generación deben ser atacados seguido se descubran. Perder un minuto podía ser fatal —inquirió Stan, que percibió que el agente especial de la CIA se sentía presionado.

    La reacción facial de Bruce Moore no evidenció que Stan tuviera razón. Estaba allí por otra cosa. Pero, ¿por qué estaba en una reunión con el MI6 si no deseaban asesoría para resolver el problema?

    6

    D wight Brown movió la mano para intervenir. Había llegado el momento de aclarar la situación. El agente especial de la CIA hizo silencio. Stan no entendía por qué los norteamericanos, en vez de estar tratando de eliminar a la organización que estaba a punto de atacarlos, estaban charlando en Londres. Aunque ellos tenían excelentes agentes contra el terrorismo islamista, lo que debieron hacer era solicitarlos por las vías acostumbradas, que era la más rápida.

    —Los organismos de seguridad de Estados Unidos no desean asesoría de nosotros, Stan. Están aquí por otra razón —comentó Brown con cierto rodeo y haciendo un alto en sus palabras.

    Stan gesticuló ansioso.

    — ¿Cuál? Lo que sea hay que hacerlo de inmediato —siguió con el tono un tanto alterado.

    —Te quieren a ti, Stan —dijo Brown colocando sus manos sobre la mesa de madera y mirándolo con cierto dejo de impotencia. Sabía que estaba soltando una granada fragmentaria que tocaría mucho a Stan Cooper.

    Stan arrugó el rostro, contrariado. No entendía lo que estaba diciendo el jefe del MI6. No podían estar refiriéndose a él. Él no estaba disponible para ninguna misión.

    — ¿A mí?

    —Exactamente a usted. Para eliminar a esa organización terrorista que está a punto de atacar a nuestro país, requerimos de su ayuda, señor Cooper. Necesitamos del mejor y más calificado especialista en combate contra las organizaciones terroristas de corte islamista que trabajan con alta tecnología. He venido a buscarlo, señor Cooper —intervino el agente de la CIA que ahora lo miraba con otro brillo en los ojos.

    — ¿Por qué a mí? Soy uno de los pocos agentes que no puede participar en una misión fuera de Londres —cuestionó arrugando el rostro y cruzando una de sus manos por la cabeza.

    —Por los antecedentes que usted tiene —siguió interviniendo Bruce Moore—, creemos que usted es la única persona que puede eliminarlos antes de que ataquen nuestro país. Su experiencia en la eliminación de la organización terrorista que convertiría a España en una república

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