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El Regreso Del Al Ándalus
El Regreso Del Al Ándalus
El Regreso Del Al Ándalus
Libro electrónico678 páginas9 horas

El Regreso Del Al Ándalus

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El pasado regresa a Espaa para imponer su poder. La ms poderosa organizacin terroristas, de militancia islamista, se ha propuesto, como punto de partida, convertir a Espaa en una repblica islamista integrista.

Stan Cooper, agente secreto britnico del MI6, cuya madre fue asesinada por Al Qaeda en el atentado de Atocha, en 2004, descubre, de manera casual, la existencia de la organizacin terrorista de fanticos islamistas ms poderosa del mundo. La organizacin est a punto de ejecutar una terrible operacin que la llevar convertir a Espaa en una nacin musulmana.

Para los integristas musulmanes, Espaa, que fue territorio de Al por ms de ocho siglos, sigue siendo territorio de Al y se proponen recuperarlo. Su plan, que est registrado en la historia de Espaa, est a punto de ejecutarse a partir de una nueva generacin de cientficos islamistas, ahora con dominio de la alta tecnologa.

Los dos cientficos, fanticos islamistas, cabeza de la organizacin terrorista, han logrado desarrollar, a partir de la antimateria, el arma ms poderosa.

Stan Cooper tiene que enfrentarse, casi en solitario, a la poderosa organizacin terrorista, antes de que estos ejecuten su macabro plan.

Los terroristas comenzarn con Espaa y terminaran en Estados Unidos, pasando por Inglaterra.

Esta es la historia que no debe dejar de leer.

Despus de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, en el World Trade Center de New York y del 11 de marzo de 2004 de la red de Cercana de Madrid, el mundo es otro. Los terroristas estn aqu, entre nosotros.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento7 nov 2011
ISBN9781463311872
El Regreso Del Al Ándalus
Autor

Carlos Agramonte

CARLOS AGRAMONTE Estados Unidos. Nació en R.D. Durante más de 25 años se dedicó a la enseñanza universitaria, conjuntamente con su vocación de escritor; que ahora ejerce a tiempo completo. En la primera etapa de su vida de escritor la dedicó a la poesía, destacándose los títulos: Raíz, Descubriendo mi Propio Viento, Pequeña Luna, La Cotidianidad del Tiempo y El Silencio de la Palabra. Desde hace años se ha consagrado a escribir novelas de gran formato. Entre los títulos publicados se destacan: Definiendo el Color, El Monseñor de las Historias, El Generalísimo, El Sacerdote Inglés, El Regreso del Al Ándalus, Memoria de la Sombra, Secreto laberinto del amor y, Inminente ataque. Desde sus primeras novelas, las cuales obtuvieron buena acogida por parte del público, Carlos Agramonte demostró que dominaba el género y se revelaba con una gran imaginación. Sus novelas han provocado los más calificados elogios por parte de sus fieles lectores.

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    El Regreso Del Al Ándalus - Carlos Agramonte

    EL REGRESO DEL

    AL ÁNDALUS

    Carlos Agramonte

    Copyright © 2011 por Carlos Agramonte.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:    2011918689

    ISBN:    Tapa Dura                           978-1-4633-1186-5

                  Tapa Blanda                        978-1-4633-1188-9

                  Libro Electrónico                978-1-4633-1187-2

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.

    Este Libro fue impreso en los Estados Unidos de América.

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    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Llamadas desde los EE.UU. 877.407.5847

    Llamadas internacionales +1.812.671.9757

    Fax: +1.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

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    A Magaly González

    Por compartir mí fe en un mundo superior

    Nadie más ciego

    que el que no quiera ver ni escuchar.

    1

    El edificio de la avenida Vauxhall Cross estaba vestido de blanco, cuando Stan Cooper penetró. El invierno había entrado con toda su intensidad, y Londres estaba congelado. Sus pasos retumbaban en el largo pasillo que conducía hasta la oficina del jefe del MI6. Se acomodó la bufanda para guarecerse el cuello porque sentía una molestosa tos. Estaba llegando a la cita que tenía convenida con su jefe a la hora exacta.

    Había concertado una reunión con el jefe del MI6 para solicitarle un permiso especial para realizar una operación contra un grupo terrorista. Durante varios años había estado recabando informaciones para dar con los asesinos de su madre, en la estación de Atocha, en el centro de Madrid, el once de marzo de 2004. Sabía que había sido Al Qaeda; pero no había podido lograr descifrar a los cerebros del criminal atentado. Ahora estaba preparado para hacer justicia; lo que no hizo el gobierno español. Nada ni nadie le impediría encontrar al cerebro que organizó el atentado terrorista donde murió su progenitora.

    Cuando abrió la puerta de la oficina de Dwight Brown, el jefe del MI6, se encontró con la esplendida sonrisa de su jefe inmediato.

    —¡Mis felicitaciones, Stan! —dijo Brown en el momento que se levantaba de su asiento y caminaba hasta la puerta que se había cerrado a su espalda.

    Stan Cooper frunció el ceño, extrañado por el recibimiento que le había dispensado el responsable del MI6, del Servicio de Inteligencia Secreto (SIS) del Reino Unido.

    —Me alegro de encontrarte de buen humor. No tengo idea porqué me ha felicitado, pero gracias de todas maneras.

    —Vamos hombre, todo el departamento sabe que estás preparando tu casamiento. No puedes hacer una boda secreta, aunque tú seas un agente secreto.

    Cooper se desabrochó el gabán negro y se dejó abrazar de su jefe, que lo felicitaba a gusto. Dwight Brown no tenía la más remota idea de lo que había llevado a su agente estrella a solicitarle una entrevista con carácter de máximo secreto. No quería testigo ni en el mismo servicio secreto de su Majestad británica.

    —Es muy cierto que estoy haciendo preparativos; pero creo que eso tendrá que esperar. Tengo cosas más importantes que hacer, en estos momentos —dijo en un tono de aguafiestas.

    Ahora fue el jefe del MI6 que arrugó su rostro de contrariedad. Stan no había ido a su oficina a buscar el permiso para celebrar su boda, sino para un asunto de máximo secreto. No le había ordenado ninguna asignación, en esos días, para que pudiera casarse y disfrutar de los primeros días de casado. Él había estado casado y sabía que los agentes secretos solamente tenían, seguros, los primeros días de casado para disfrutar de su matrimonio.

    Dwight Brown volvió a colocar su anatomía de seis pies y ciento veinticinco kilos de peso sobre el sillón que lo acomodaba en el amplio escritorio. Esperaría que Stan hablara para volver a pronunciar otra palabra. Se había equivocado. No se perdonaba que siendo el jefe del MI6 no supiera de todo lo que ocurría con sus agentes secretos. El agente Stan tenía un secreto que él desconocía.

    Stan Cooper se sentó. Expulsó el aire que tenía en los pulmones y miró fijamente a su jefe. Sabía que le traía la peor noticia de su vida.

    2

    —Vengo a solicitar que me releve de mis obligaciones en el departamento —dijo como si fuera un guión cinematográfico que estuviera leyendo.

    La expresión del jefe Brown fue de total asombro. Movió la cabeza y se tocó los oídos, gesticulando que creía que había escuchado mal. No era posible que uno de sus mejores agentes estuviera solicitando salir del departamento.

    —¿¡Qué!?

    —Quiero que me releve de mis responsabilidades en el MI6. Estoy en una situación muy difícil y no quiero complicaciones contigo ni con el departamento.

    —¿Qué es lo que te está sucediendo, Stan? —cuestionó el jefe Brown que no salía del asombro.

    —Necesito salir a realizar un trabajo personal y no puedo pedirte un permiso para hacerlo. Además, estoy seguro de que no me lo daría. No quiero violentar los reglamentos del departamento.

    El jefe Brown se echó hacia atrás y se pasó la mano por la calvicie que le cubría casi toda la cabeza. Necesitaba unos segundos para digerir lo que le había empujado su agente especial, de sopetón.

    —Tómate el tiempo requerido y explícame lo que está pasando contigo. Quiero todos los detalles, Stan. Soy el jefe del servicio secreta más eficiente del mundo y no sé qué está pasando en mi departamento. Me está convirtiendo en un estúpido. ¿Qué diablo está ocurriendo?

    —No te estoy convirtiendo en un estúpido, Dwight. Es un asunto personal y no tienes porqué saberlo. No creas que sepas todo lo que pasa en las vidas del personal del departamento. Es un asunto personal lo que voy a hacer.

    El jefe Brown permanecía con sus ojos azules clavados en Stan Cooper. No esperaba ser retado por su mejor agente. Además, eran muy buenos amigos. Stan era su investigador estrella en asuntos de terrorismo.

    —Cuéntame que está pasando. Después hablaremos de lo que me has solicitado. Sabes muy bien que los agentes secretos no salen así por así de los departamentos. Eres un hombre de experiencia y conoces los intríngulis de este oficio. No puede haber secretos entre nosotros. Sabes que en el departamento no existen los asuntos personales.

    Stan Cooper se levantó y dio algunos pasos por la amplia oficina. Parecía que organizaba las palabras con la cual le explicaría al jefe Brown el drama que estaba viviendo. No quería una guerra antes de tiempo.

    Dwight Brown lo observaba en silencio. Esperaba por él. Estaba ansioso.

    —Tú conoces muy bien como se produjo la muerte de mi madre —dijo en un tono enrarecido.

    —Fue una de las víctimas del atentado terrorista de Al Qaeda, el once de marzo de 2004, en la estación central de Atocha, en el centro de Madrid. He leído un informe de toda esa crueldad islamista.

    —Exactamente.

    —Los responsables han sido procesados y condenados en España. Ese capítulo está cerrado. El gobierno español atrapó a todos los terroristas involucrados y están bajo rejas. Ése es un caso cerrado para las autoridades españolas.

    —Está cerrado para el gobierno español, pero no para mí —contradijo endureciendo la mirada.

    El rostro de Stan Cooper se endureció. El sufrimiento por la muerte de su madre permanecía latente; no podía sacárselo de su mente.

    —Explícate, Stan. Tú trabajaste en el Centro Nacional de Inteligencia de España, en ese tiempo. ¿El CNI no hizo su trabajo? Conoces muy bien ese expediente.

    Stan hizo un silencio programado. Quería organizar sus pensamientos. Remover más los recuerdos le producía un inmenso dolor.

    —Voy a contarte una larga historia, que trataré de que sea lo más breve posible. Antes de los atentados del once de marzo de 2004, yo tuve acceso a documentos de los grupos terroristas que operaban en España, incluyendo los de una célula de Al Qaeda. Algunos meses antes de los atentados informé a mis superiores que se produciría un atentado por parte de Al Qaeda; pero los funcionarios del CNI no quisieron actuar, en principio. Después de muchas discusiones le llevaron la información al gobierno central y éstos estaban embarcados en una campaña electoral y no quisieron actuar para impedir la acción terrorista de esos malditos fanáticos. Dudaron de mis investigaciones y dijeron que yo estaba paranoico.

    —¡Coño! Yo no conocía esa información —exclamó abriendo sus azules ojos.

    —Eso no es todo. La historia real no la conoce el pueblo español. Después de los atentados comenzaron a trabajar como verdaderos idiotas para culpar a alguien y buscar una excusa a su incapacidad. Cuando fui hasta la estación de Atocha y encontré a mi madre destrozada por la explosión de la bomba juré buscar al maldito que le hizo eso a ella. Durante todos estos años he estado recabando informaciones para dar con los culpables intelectuales del atentado. No era que no me importaran los sujetos que pusieron la bomba; pero quería a los cerebros que idearon aquel macabro plan que le quitó la vida al ser que yo más he querido en mi vida. Quería a los preparadores de las mortíferas mochilas; pero he descubierto algo muy terrible.

    El jefe Brown se había enterrado en el sillón. La historia que le contaba Stan era horrible. Era una versión absolutamente diferente a la que conocía.

    —Los responsables intelectuales son de Al Qaeda. Tendrías que ir a buscarlos a Afganistán o Paquistán. No creo que los puedas encontrar por estos lados —dijo parpadeando sus ojos azules.

    —Tengo informaciones de que están en España y que pretenden hacer, en poco tiempo, otro atentado; y esta vez muy superior.

    El jefe Brown se echó hacia encima del escritorio, azuzando el oído.

    —Debemos darle esas informaciones a los servicios de inteligencia españoles —dijo instintivamente el jefe Brown.

    —No confío en los servicios de inteligencia españoles. Estoy trabajando aquí porque renuncié del CNI y porque creo que son ineptos para enfrentarse a esa banda de terroristas. Esos carajos no pueden ni con un grupo de imberbes terroristas que componen a ETA. Por demás no estoy muy seguro de que no estén pinchados por ETA y por la nueva organización terrorista.

    —Ahora no entiendo porqué quieres marcharte del departamento. Precisamente ahora es que más lo necesitas. No te puedes enfrentar tú solo a una poderosa organización de terroristas.

    —El MI6 no me puede dar autorización para que yo actúe en España sin informarle a los servicios secretos españoles. No quiero ver cerca de mí a ningún agente español. Quiero que me releve de mis responsabilidades para ir a buscar a los asesinos de mi madre y hacerlos pagar por su crimen. Esto es un asunto personal.

    Dwight Brown hizo un silencio desconcertado. Estaba impactado.

    3

    Paloma Rosario abrió sus grandes y hermosos ojos y se percató de que pasaban de las once de la mañana. Brincó de la cama y entró al baño para dejar caer un buen chorro de agua caliente sombre su cuerpo. Se sentía levitar de la felicidad que le embargaba. Ese día recibiría a su novio para ir a la iglesia a fijar la fecha de su casamiento. Tenía que irlo a buscar al aeropuerto de Barajas. Después de cinco años de relación, por fin había decidido pedirle matrimonio. Tarareaba una canción de moda mientras se dejaba acariciar por el chorro de agua que le caía sobre su cabellera negra, recién cortada a nivel de los aretes. Salió de la ducha envuelta en una gran toalla blanca. Buscó su móvil. Debía llamar a su novio para saber si estaba llegando a España.

    —¡Hola, Stan! —dijo al escuchar la voz de su novio—. ¿A qué hora llegaras a Barajas?

    —¡Hola, Paloma! Creo que no podré ir hoy a Madrid. Estoy en una reunión muy importante con el jefe Brown y no podré salir de Londres. Se han presentado algunos inconvenientes y tendremos que suspender la boda.

    —¡Suspender!

    —No puedo seguir hablando ahora. Te llamaré después —dijo y cerró el teléfono.

    Paloma se quedó escuchando el sonido que producía el móvil al cortar la conexión, por un largo rato. Estaba impactada por lo que había escuchado. No sabía que pensar. <<¿Sería que Stan Cooper había dejado de amarla y estaba rompiendo su compromiso?>>, pensó. Se sacudió la cabeza tratando de despejar ese mal pensamiento. Stan era el hombre de su vida y sabía que la amaba con locura. De todas maneras, no tenía otra alternativa que esperar la llamada de su prometido para saber lo que había sucedido para suspender los trámites legales del casamiento. Algo muy grave estaba sucediendo con su novio y ella no lo sabía. Se tiró en la cama y cerró los ojos como si quisiera escaparse de la realidad. Sentía un vacío tan grande que sus ojos se inundaron de lágrimas. No sabía si su prometido había decidido romper con ella. <<¡No puede ser…, Dios mío!>>.

    4

    El jefe Brown caminaba pensativo de un lado a otro de su amplia y decorada oficina. No podía entender lo que estaba pasando en la mente del agente Cooper. Él sabía que no podía abandonar el servicio secreto del Reino Unido por una simple decisión personal. No quería tomar una medida drástica de represión contra Stan; pero no le dejaba muchas alternativas. Lo lamentaba por su amigo. No quería perder a uno de sus mejores agente y gran amigo.

    —Tú pretendes enfrentarte a Al Qaeda como el Llanero Solitario. Creo que estás perdiendo el juicio, Stan —dijo increpándolo—. Has enloquecido totalmente.

    Stan Cooper estaba sentado en una confortable butaca de cuero de color negro y observaba lo desconcertado que estaba Dwight Brown. Sabía que él buscaría una solución que le permitiría salir del departamento y poder emprender la misión que se había impuesto. El jefe Brown lo conocía muy bien y sabía que no cambiaría su decisión.

    —No tengo otra alternativa. El MI6 no aprobará una misión para eliminar a los integrantes de la célula de Al Qaeda u otra organización terrorista en España. No voy a quedarme toda la vida sentado, esperando que esos malditos vuelvan a matar a otras madres.

    —Podemos darles las informaciones a los servicios secretos españoles para que atrapen a los terroristas. Lo que no creo factible es que te embarques en una misión tan peligrosa y tan difícil. Sí me facilita las informaciones, se las haré saber.

    —No creo que los servicios de inteligencia de España quieran atrapar a la célula de Al Qaeda. Ellos están entretenidos con pequeños artefactos que detona ETA. Por cualquier detonación de ETA, que es más ruido que otra cosa, ellos se pasan meses haciendo publicidad antiterrorista. No creo en los servicios secretos de España. Los conozco más que nadie y sé que son muy deficientes. El trabajo que voy a hacer será absolutamente personal y no quiero interferencia de los españoles —dijo en tono enfático —Por demás no es propiamente Al Qaeda.

    —¡Coño, Stan, no puedes declararle la guerra a Al Qaeda, tú solo! —dijo a grito, el jefe Brown—. ¡Eso es un suicidio!

    —No voy a declararle la guerra a Al Qaeda, sino a una organización peor que está operando en España. Los que asesinaron a mi madre tendrán que pagar por su monstruosidad. Tengo suficiente información para encontrarlos. Voy a cumplir el juramento que hice frente al cadáver de mi madre.

    El jefe Brown se acercó a Stan. Lo miró fijamente, casi con ternura. Desde que Stan llegó al departamento congeniaron y establecieron una gran amistad. No quería perder a uno de sus mejores agentes en servicio.

    —Stan —dijo, ahora en un tono pausado—, no puedo relevarte de tus responsabilidades en el departamento. Tú no tienes ninguna explicación válida que me permita argumentar tu salida del MI6. Sabes muy bien que si sales sin una explicación satisfactoria para el Comando Central, te convertirás en un enemigo del gobierno británico. Es una situación muy difícil. Te declararan desertor y te perseguirán implacablemente. Conoces muy bien a lo que te estás exponiendo.

    Stan se pasó la mano por la cabellera rubia, que en la parte superior de la cabeza era rebelde, y frunció el ceño. Sabía que desde el mismo momento que iniciara la misión de perseguir a una especie de célula de Al Qaeda de España, los terroristas emprenderían una casería en su contra. No podía darse el lujo de tener de enemigo al MI6 del Reino Unido; pero además tendría que entender que los agentes españoles, también lo perseguirían. No podía enfrentarse al grupo terrorista más peligroso del mundo y a la nación del servicio de inteligencia más eficiente, como lo era el de Gran Bretaña. Ahora fue la barbilla que se acarició y percibió que no se había afeitado desde hacía algunos días, y la barba pelirroja comenzaba a poblar el rostro.

    —Eres mi amigo, Dwight —dijo mirando fijamente al jefe Brown—, y estoy aquí para que me ayude a buscar una forma correcta de salir del departamento. No quiero ocasionar problemas. ¡Necesito que me releve de mis responsabilidades!

    Ahora fue el jefe Brown que se rascó el cuero cabelludo despoblado.

    —¡Esta maldita conversación me puede costar el cargo, Stan! Lo que me estás pidiendo, no se le pide a un amigo. Sí hubiese sabido que me trataría este asunto, no te hubiese autorizado una reunión privada —expresó en tono airado.

    Stan se levantó y movió su esbelto cuerpo por el lugar. Sabía que estaba abusando de su amigo; pero no tenía ninguna otra alternativa. Dwight era el único que lo podía ayudar a salir del departamento sin provocar un escándalo en el seno de la división de seguridad externa del de Servicio de Inteligencia Secreto (SIS), del Reino Unido. Un escándalo era un salto al vacío de sus planes. Sólo le temía al SIS británico.

    —Eres la única persona que puedes ayudarme —dijo en tono enérgico, pero imploratorio.

    —¡Tú estás loco, Stan!

    Stan Cooper guardó silencio. No quería alterar más de la cuenta a su jefe. Sabía que no podía salir de la oficina sin una solución. Tenía que jugarse todas las cartas con el jefe Brown. Una cosa tenía decidida: buscaría a los asesinos de su madre dondequiera que se encontraran, y los haría morder el polvo.

    —Te he escuchado cuando hablabas con tu prometida, y ni ella sabe lo que estás planeando. ¿No tienes confianza ni en tu prometida? Creo que estás paranoico. Lo que pretendes hacer es una verdadera locura.

    —La investigación la he realizado sin informárselo a nadie, que no haya participado. No lo hice ni contigo. Ella solamente sabrá lo vital; pero siempre que no ponga su vida en peligro. No la quiero ver involucrada en este asunto. He perdido a mi madre y no quiero perder a Paloma.

    —Ella es tu prometida. Le debes lealtad. Pero veo que el camino que has tomado no tomas en cuenta la lealtad.

    Stan Cooper se movió incomodo.

    —No es así, Dwight. No te lo había informado porque no quería involucrarte en un asunto personal y que podría afectar a tu trabajo. Sabes que eres mi amigo y que no tengo secretos contigo.

    —No tienes secretos… conmigo… no tienes… —murmuró moviendo la cabeza negativamente.

    —¡No los tengo! —exclamó, levantando la voz.

    —Debiste informarme que estabas realizando una investigación al margen del departamento. Has abusado de la confianza que hemos depositado en ti. Lo que debería hacer es arrestarte y proceder a realizar una investigación de todas tus acciones desde que entraste al departamento. Ahora no sé qué pensar de ti.

    —He sido absolutamente leal al MI6 y a tu jefatura. En mi hoja de servicio no existe ningún acto contrario a mis responsabilidades. Sabes que puedes confiar en mí. ¡No podía involucrarte! ¡No podía hacerle daño a mi mejor amigo en el departamento!

    —Lo que me pides, no puedo concedértelo. Stan, estás metido en un problema muy grueso.

    5

    En el sótano de una mansión, enclavada en un área boscosa de las afueras de Toledo, dos científicos, terminaban de preparar una poderosa bomba. Durante muchos años habían trabajado para lograr una sustancia que tuviera la capacidad destructiva de una bomba atómica; pero que no produjera radioactividad.

    La mansión, con aspecto de una casa de veranear, ubicada en el centro de una parcela boscosa, protegida por una verja con coronación electrificada, que se perdía en todo el paraje bucólico. Vigilantes, fuertemente armados, custodian la propiedad. El sótano (ochos niveles) eran un sofisticado laboratorio y el Bunker impugnable de la organización.

    —Este es un día memorable, Ahmed —dijo el hombre de menor edad, esbozando una sonrisa de satisfacción.

    —Nuestros hermanos en la fe tendrán a su disposición la más poderosa arma, que le permitirá establecer el reino de Alá en todo el mundo. Es un gran día, Pablo —contestó.

    Ahmed Maluf, de 1.7 metros de estatura y cuarenta y nueve años de edad. De padres libaneses e islamistas militantes. Había logrado una doctorado en Física nuclear y trabajó durante cinco años en La organización Europea de Investigación Nuclear, CERN, con asiento en Ginebra, Suiza. Llevaba una quemadura en el área derecha del rostro que le cubría hasta la oreja del mismo lado. Había sido ayudante en las investigaciones de Pablo Tactuk en el CERN. Una copiosa barba ocultaba la quemadura facial. Una tos nerviosa lo acompañaba siempre.

    Pablo Tactuk, un hombre alto y de cabellos totalmente encanecidos, a pesar de sólo tener cincuenta y cinco años de edad. Doctorado en Fisicoquímica y con una fama de gran investigador. Sus padres habían llegado a España procedente de Palestina y había sido educado, en la familia, con los ritos mahometanos. Tenía una voz ronca y poco entendible, por un defecto en la faringe.

    Los dos científicos habían renunciado del CERN y se ocupaban de producir explosivos para los trabajos de los grupos islamistas. Estaban el sótano ocho, en el despacho de Pablo Tactuk.

    —El mundo será otro, después que se conozca que tenemos esta poderosa arma —dijo Ahmed Maluf en el momento que le tocaba la espalda a su compañero, como una manera de felicitarlo.

    —El mundo se asombrará al ver lo que hemos logrado. Sin usar uranio U238 empobrecido, y sin llevarlo a un estado enriquecido de U235, estamos en capacidad de producir una explosión con la misma capacidad de una bomba atómica. No tenemos que tener un isotopo 235 de uranio, ni el plutonio 239. Alá reinará sobre los infieles —expresó con el tono inflado de un académico.

    —Solamente la invención de la dinamita ha sido superior a lo que nosotros hemos logrado. No volveremos a usar el tipo de explosivo que usamos en la estación de Atocha.

    Los dos hombres se fundieron en un gran abrazo. Celebraban el gran hallazgo de sus vidas.

    6

    El BlackBerry rosado de Paloma emitía un pitido insistente; pero ella se había dormido, cuando se tiró en la cama, aturdida por la noticia que le había dado su prometido. Esperó un largo rato la llamada de Stan; pero ésta no se produjo. La angustia que le produjo la corta llamada de su prometido, donde le informaba que no llegaría a Madrid a la hora convenida para fijar la fecha del matrimonio por la Iglesia, la había noqueado. El cuerpo no resistió y se dejó vencer por el sueño.

    El BB rosado seguía sonando, y fue en un movimiento involuntario de Paloma que hizo que escuchara entre sueños, el móvil. Saltó de la cama al recordar que esperaba la llamada de su novio. Por fin había llegado la hora de enterarse de lo que le estaba sucediendo a Stan. Cuando tomó el móvil y observó la pantalla frunció el ceño de desagrado. No era Stan Cooper quien la llamaba para informarle lo que le sucedía, sino que la llamaban del CNI, donde era directora de documentación. En el primer momento no quiso tomar la llamada. Estaba de vacaciones y no quería que les rompieran sus planes. Había tomado el tiempo para la organización de su boda con Stan. Pero sabía que una llamada del Centro Nacional de Inteligencia no podía dejar de tomarla; ellos las encontrarían de todas maneras, sin importar donde se encontrara.

    —¡Hola! —dijo sin identificarse, como era habitual.

    —¡Hola, Paloma! —quien llamaba la identificaba de inmediato por la voz.

    —¡Hola, director! —contestó reconociendo a quien llamaba.

    —Necesito que venga de inmediato a CNI. Tenemos un problema y requiero de tu presencia.

    Paloma se sintió alterada por la orden recibida. Todos sus planes se estaban desplomando. Lo que había creído que iba a ser uno de sus días más felices se estaba convirtiendo en una pesadilla.

    —Estoy de vacaciones y en preparativos para casarme. No puedo ir, en este momento al CNI. Estoy esperando una llamada para ir a recibir a mi prometido a Barajas. ¡Voy a casarme!

    —Es un asunto urgente, Paloma. Necesito de tu presencia en el centro, de inmediato —dijo en un tono castrense.

    —Pero, doctor…

    —Soy Francisco Camacho, el director del Centro Nacional de Inteligencia. No te estoy pidiendo un favor, sino que te estoy dando una orden. Necesito que venga de inmediato. Te espero en mi despacho.

    Paloma iba a ripostar, pero el director del CNI había cerrado. Solamente se quedó con el sonido del BB rosado, cuando se le cortaba la comunicación.

    Ahora no sabía cómo reaccionar y qué hacer. Lo que quería era esperar la llamada de Stan para aclarar todo lo concerniente a su compromiso; eso era lo vital para ella. Pero la llamada del director del CNI había sido demasiada contundente. Se requería que llegara a las instalaciones del servicio secreto español en el menor tiempo posible. Sabía que su trabajo era especial y que no podía hacer planes al margen de lo que sucediera en el departamento. Pero estaba preparando su boda.

    Caminó hasta el tocador y se retocó el maquillaje. Estaría preparada para ir al CNI y después ir a recoger a Stan, si éste la llamaba. Tomó su cartera y sintió el peso de la pistola que siempre cargaba. Aunque no era objetivo de los terroristas, porque era una funcionaria interna, siempre llevaba un arma que le había regalado Stan. Había sido entrenada por Stan y en la academia militar, aunque tenía mucho tiempo que no escuchaba la detonación de un arma.

    Estaba pensativa. Debía llamar a Stan para ponerlo al tanto de la llamada de su jefe. Tomó el BB rosado y activo la llamada a Stan. Sólo recibió la información de una maquina contestadora que le informaba que el número que había llamado no estaba en servicio. Ahora se preocupaba más. Se había quedado sin comunicación con Stan. Solamente le quedaba el recurso de enviarle un mensaje de texto por el BB y así lo hizo, aunque no explicando la llamada de su jefe.

    Miró la pantalla del BB y decidió llamar al MI6. Alguien le tendría que informar donde se encontraba su prometido. Marcó los números y espero la respuesta.

    —MI6 —dijo una voz femenina.

    —Soy Paloma Rosario, la prometida de Stan Cooper y deseo comunicarme con él.

    —El señor Cooper no se encuentra en estos momentos.

    —¿Sabes dónde se encuentra? —cuestionó intrigada.

    —El señor Cooper acaba de salir con el jefe Brown, y no sabemos el lugar a donde han ido.

    —Cuando regrese Stan, dígale que Paloma lo llamó y que desea comunicarse de inmediato con él.

    —Se lo diré.

    El BB rosado volvió al silencio angustiante.

    Stan no estaba en el MI6 y nadie sabía a donde había ido. Ahora la preocupación era mayor; pero no tenía otra alternativa que ir al edificio que aloja las oficinas del CNI.

    Caminó pensativa hasta su automóvil, una Ford Explorer azul, parqueado a unos metros de su apartamento. Se depositó frente al volante y dejó que su mirada se perdiera en el ancho cielo madrileño. Encendió el coche y lo puso en marcha. En el momento que circulaba por la calle de Narváez, y se detenía en la intersección con la calle de doctor Castelo, apareció una moto de frente que se vino encima. Sobre la moto, dos hombres con casco que le cubrían todo el rostro. Vió cuando el hombre que estaba en el asiento posterior de la moto sacó una pistola y la apuntaba. El reflejo instintivo hizo que se agachara debajo del volante. El hombre disparó reiteradamente. Los disparos se clavaron en la carrocería y en el asiento, a escasos centímetros de su cuerpo. El automóvil de Paloma frenó y fue a estrellarse en un árbol. Doblada, en el piso del coche, procuró salir por la puerta delantera derecha. Era la única oportunidad que tenía para salir con vida. Pensó que los hombres de la moto se habían marchado, al no escuchar el rugir de la máquina de dos ruedas. Cuando comenzaba a salir observó que la moto se devolvía. Los asesinos regresaban a rematarla. Salió del coche y se cubrió con la carrocería de la Ford. Sacó la pistola de la cartera y disparó. Los dos hombres de la moto giraron y desaparecieron a toda velocidad.

    El BB rosado comenzó a sonar. Lo buscó en su cartera y vió que era del CNI.

    —Te estamos esperando —reclamó el director.

    —¡Me han disparado! —dijo exaltada.

    —¿Te hirieron?

    —No. No me hirieron

    Su voz se ahogaba. Estaba entrando a un estado de caos nervioso.

    —¿Dónde estás? —cuestionó Francisco Camacho, desde el CNI.

    —Estoy en la calle Narváez equina doctor Castelo. En el barrio de Salamanca.

    —No te muevas de ahí, ni llames a la policía —ordenó en forma imperativa el jefe del CNI.

    —¿¡Qué!?

    —No llames a la Policía hasta que nosotros lleguemos. No hables con la Policía ni con la Guardia Civil, antes de que nosotros lleguemos.

    El BB rosado le tembló en el oído. No sabía en qué estaba metida.

    —Pero, me han tiroteado. Tengo que informárselo a la Policía.

    —Es una orden, Paloma. Ni una palabra antes de nosotros llegar —ordenó alterado.

    El móvil volvió al silencio. Sus manos temblaban. La pistola había vuelto a la cartera. Un coche de la Policía se apersonó y revisaba su coche accidentado. Ella se había alejado de la Ford Explorer azul. No sabía que estaba pasando con ella. Primero su prometido cancelaba su matrimonio y ahora un grupo de asesinos le disparaban. ¿No sabía quiénes eran sus enemigos? ¿No sabía por qué le disparaban? ¿No sabía quienes querían matarla? Su vida se estaba convirtiendo en una pesadilla.

    Seguía temblando; pero esperaría a los del CNI para saber que ocurría con ella. De algo estaba segura: su vida estaba en peligro.

    7

    El coche de Stan devoraba la carretera con una velocidad imprudente. La sal en la pista no producía todo el efecto deseado en el hielo. Rodaban rumbo a la casa del viejo agente del MI6, donde se habían elaborado los planes de marchar a España a enfrentar a los terroristas. El rostro del jefe Brown reflejaba una gran contrariedad. Apenas hacía algunos minutos que Stan le había informado qué, no solamente él se marcharía del departamento si no obtenía el permiso, sino que otro compañero lo haría junto a él. Todo le indicaba que se había fraguado una conspiración en contra de su autoridad y del departamento. El paisaje rural, cubierto de nieve, parecía un manto blanco que le quitaba vida a la naturaleza.

    —No debiste hacerme eso, Stan. Lo que has hecho es poner mi autoridad en entredicho. ¿Cómo le voy a responder a mis superiores, cuando se enteren de lo que está sucediendo en el MI6?

    El jefe Brown elaboraba en su interior un plan para probarle a Stan que no se burlaría de su autoridad. Había llegado demasiado lejos, y le probaría porque había llegado a la jefatura del MI6.

    —Tú no tienes ninguna culpa. Todo lo que hemos hecho es responsabilidad nuestra. Debo confesarte que creía que nos había pillado, hace algunos meses; pero no fue así y pudimos seguir con la investigación. Nunca pensé que llegaríamos a este punto sin ser descubiertos por los topos internos.

    Stan esbozó una sonrisa de satisfacción, que Dwight Brown recibió como una bofetada. Pero se contenía porque necesitaba conocer toda la información que tenían sus agentes. Estaba entrenado para obtener resultados, no para actuar por impulsos.

    —¿Quiénes están contigo en esta aventura, Stan? —cuestionó de una manera cándida, pero con su coartada entre los dientes.

    —Quien me acompañará a España es Peter Hamilton; él habla español, igual que yo. Es mi gran amigo y se ha comprometido con mi causa y con la causa de España en contra del terrorismo. El doctor Jean Bouillet, usted lo conoce porque trabajó en el departamento como especialista en terrorismo, nos ha estado auxiliando. El doctor ha sido muy importante para desentrañar documentos de los terroristas y llegar a hipótesis comprobables. Es un verdadero genio, en asuntos de terrorismo.

    —¡¿Peter?! —cuestionó asombrado. Era un agente de su mayor cercanía.

    —Sí, Peter —confirmó en un tono inmodesto.

    —Pero Peter tiene una asignación especial, en estos momentos. No puede abandonar su trabajo. Él sabe qué hacer eso es desertar de su trabajo y le puede costar prisión por muchos años.

    Dwight Brown se rascó la barbilla. Stan le había minado su territorio. Se sentía como un estúpido del que se reían en su cara.

    —No lo va a abandonar. Simplemente lo retrasará un poco. Se comprometió porque sabe que su presencia es muy importante para poder tener éxito. El plan que hemos elaborado, en su primera etapa, es de pocos días. Peter solicitaría el permiso después que yo lo obtuviera.

    —Un hombre, con la edad del doctor Jean Bouillet no puede involucrarse en esta aventura. Ese hombre tiene mucho tiempo retirado del servicio. ¡Es un anciano! Pensé que había muerto. ¡Ustedes están locos! —exclamó alterado.

    Stan había reducido la velocidad del coche y se internó por un camino bordeado de grande arboles con copos de nieve en sus ramas. Estaban acercándose a su destino, que era la casa del doctor Bouillet.

    —El doctor Bouillet fue mi profesor en la Universidad de Cambridge y le pedí ayuda. Al principio no quiso, pero después acepto. La edad lo ha reducido mucho, en su locomoción; pero su mente sigue con la misma brillantez de siempre. Su aporte ha sido grandioso.

    Dwight Brown expulsó el aire que tenía en sus robustos pulmones, buscando votar la presión que sentía. No sabía si caminaba hacia una trampa o estaba en medio de una maldita pesadilla.

    —Si los jefes se enteran de que dos agentes del departamento han realizado una investigación sin control de la jefatura, me voy a ver con grandes problemas —se lamentó—. ¡Esto no me puede estar ocurriendo a mí!

    El jefe Brown sintió que le caía encima una enorme pared. El gran investigador del MI6 lo habían convertido en un idiota. La sangre se le calentaba.

    —Por eso vamos a la casa del doctor Bouillet. Queremos que el departamento no tenga ninguna dificultad con el trabajo que nosotros vamos a hacer. Todos queremos al departamento y confiamos en usted, jefe Brown.

    —¡Qué forma de confiar…! —ironizó.

    Stan sabía a quién se estaba enfrentando. Tenía que elaborar un plan perfecto para evadir la acción de Brown en su contra. Si no lograba superar al jefe del MI6, todos sus planes abortarían. Todo dependería de la conversación que sostendrían en la casa del doctor Bouillet.

    —Era la única manera de hacer la investigación. Si la sometíamos al departamento no nos la aprobarían; pero además se lo informarían a las autoridades españolas, cosa que nosotros no queríamos, desde el mismo principio. Una de las cosas que hemos hecho es desarrollar un sistema que mata a los teléfonos, cuando no queremos que nos escuchen. Nosotros sabemos que nos pinchan las llamadas y que usted tiene control de ellas. Si me llamaran en este momento, mi teléfono no toma ninguna llamada; no tiene señal abierta. Lo he hecho al salir del edificio para no tener una llamada imprudente de Peter. Hemos desarrollado técnicas que impiden que nos escuchen las llamadas. Estamos detrás de los más peligrosos terroristas de toda la historia, y debemos ser muy eficientes. Hemos desarrollado un sistema con los BlackBerry, con frecuencias múltiples programadas, que nadie nos puede rastrear la conversación. Todo lo que pueden rastrear son vocales.

    El jefe Brown se pasó sus grandes manos por el rostro, que a pesar del frío tenía una película de sudor. Tenía poca certidumbre de lo que había encontrado Stan y a qué tipos de terroristas se enfrentarían. Por lo que decía, no parecía ser Al Qaeda. No lograba entender como habían podido desarrollar una investigación programada, en su propias narices, sin él detectarla.

    —Cuando lleguemos donde el doctor Bouillet, vamos a hablar claro. No permitiré que ustedes den un solo paso fuera de Londres sin yo tener todas las informaciones. No solamente lo concerniente a la investigación que han realizado, sino a las técnicas que han desarrollado. Somos amigos; pero es un asunto de Estado y no permitiré que ponga entredicho al gobierno británico —dijo en un tono enérgico que Stan percibió peligroso—. Quiero toda la verdad, porque de lo contrario, haré un expediente en contra de ustedes y serán condenados por alta traición.

    —Esta reunión es para eso, jefe Brown.

    Intentó calmar al jefe al ver que su rostro se enrojecía del coraje que sentía. No podía convencerlo y llevarlo a razonar en un estado de ira. Debía procurar que se relajara.

    —Si no estoy conforme dictaré una orden de arresto en contra de ustedes. Han desafiado al Servicio de Inteligencia Secreto del Reino Unido, y eso es buscarse un gran problema. Creo que han cruzado una frontera que no debieron cruzar nunca —sentenció.

    A pesar de que tenía que tener control del timón, Stan miró a Dwight Brown y se percató que tenía que hablar muy claro y contundente, para no encontrarse con el peor problema de su vida. Él conocía como actuaba el departamento cuando se declaraba a un agente no confiable, y peor, cuando se consideraba desertor de sus responsabilidades con la agravante de traición. Esperaría llegar a la casa del doctor Jean Bouillet para tratar el tema a profundidad. No quería que un comentario de él entrara en contradicción con otro de los compañeros que les esperaban; eso sería una verdadera desgracia. No había previsto una reacción tan negativa del jefe Brown. El plan podía abortar y España sufrir el peor atentado terrorista de toda su historia. Los atentados a las torres gemelas, en New York, el 11 de septiembre, sería un juego de niño, con lo que le esperaba a la tierra de Cervantes.

    8

    El coche de Stan se estacionó en un estacionamiento interno de la casa de la casa del doctor Jean Bouillet, que estaba enclavaba en un paraje apartado de las afueras de Londres. Un hombre vigilaba el perímetro de la propiedad. La casa, con un diseño vanguardista, con techos en caídas y pintada con colores tropicales parecía un injerto extraño en el paisaje bucólico. Quien la concibió tenía una mentalidad postmodernista. Cuando Stan y Dwight se acercaban a la puerta de la casa para anunciar su llegada, observaron que Peter Hamilton les abría la puerta y los invitaba a pasar. El jefe Brown frunció el ceño, contrariado por la persona que lo estaba recibiendo. Había pensado que Peter Hamilton era otro invitado.

    —¡Hola, jefe Brown! —saludó Peter abriéndole paso para que penetrara a la residencia—. ¿Estás bien?

    El jefe del MI6 hizo un gesto de contrariedad.

    —No estoy seguro de estar bien. Por lo que me ha contado Stan; nadie de los que estamos aquí puede decir que está bien.

    —Vamos, jefe, no es para tanto. Usted sabe que estos son asuntos cotidianos en el departamento. Eso es bagaje del oficio. Creo que Stan no le explicó bien. Estoy seguro que cambiará de opinión, después que conozca todo el asunto. Espere unos minutos y verás.

    El jefe Brown refunfuño y caminó hasta la gran sala de recibimiento, que estaba dominada por una escalera panorámica. Estaba exquisitamente amueblada y pintada de color marfil. La casa era de dos niveles.

    —No le he explicado al jefe, porque quiero que lo hagamos juntos. No quiero que crea que ha sido una versión antojadiza mía, sino un asunto bien pensado por todos. No creo que me creyera, si yo se lo hubiese explicado.

    —Peter, me ha dicho Stan, que pretende renunciar del departamento —dijo Brown depositando su enorme anatomía en un confortable mueble acorchado.

    Peter dibujó una expresión de asombro en su rostro, por lo dicho por Brown.

    —Nunca he pensado renunciar del MI6. Trabajar para el departamento y para usted es un gran honor. Solamente me iba a ausentar algunos días, obviamente, con su permiso, jefe. Trabajar para el MI6 es el sueño de todo agente secreto que aprecie su oficio. Ni la CIA es más prestigiosa.

    —Sabes que ausentarte para ejecutar, lo que tienen pensado ustedes, es un acto de deserción del departamento, que puede acarrearte muchos años de cárcel. Creo que ustedes han estado jugando con fuego y están a punto de quemarse —dijo en un tono agrio.

    —Jefe Brown —dijo Stan—, no haga conclusiones a priori. Espere que les expliquemos lo que hemos investigado y lo que vamos a hacer. Después que escuche todos los pormenores, estoy seguro que cambiará de opinión y aprobará el plan.

    —Me parece muy difícil; pero lo escucharé. De todas maneras, ustedes están en rebeldía y metido en un problema muy grueso. Con el Servicio de Inteligencia Secreto del Reino Unido no se juega. Ustedes han estado comportándose como si fueran novatos. No parecen ser los agentes que he conocido durante tantos años.

    Los dos agentes hicieron un breve silencio. No podían seguir moviendo el malestar de su jefe, sin explicarle los detalles del plan. Él hablaba por el sentimiento de burlado que sentía. Debían comprenderlo.

    Peter y Stan se miraron con cierta confusión, por las palabras del jefe del MI6. Tendrían que hilar muy fino si quería salir bien. La situación se empeoraba con los minutos.

    —Jefe Brown, no tienes que regañar al agente Cooper ni al agente Hamilton. Van a darle un gran servicio a España y al Reino Unido —dijo una voz en su espalda.

    Todos se voltearon para observar que el doctor Jean Bouillet los había estado observando. Había llegado en compañía de una enfermera que lo asistía para caminar.

    —Espero que tenga una explicación convincente —ripostó Brown—. De usted no espero la locura que quieren acometer estos jóvenes.

    El doctor Jean Bouillet era un hombre menudo, de más de ochenta años y con la cabellera encanecida, aunque sin calvicie. Llevaba lentes de grandes cristales enmarcados en pasta negra. Caminaba lentamente y tenía cierto temblor en las manos. Sus ojos azules, con párpados cansados parecían acariciar lo que observaban. Más que cansado por los años, su cuerpo parecía amansado. Vestía un traje gris oscuro y portaba una gruesa bufanda negra. Era francés de origen; pero toda su vida se la había pasado trabajando en Inglaterra, entre el MI6 y la Universidad de Cambridge.

    La calefacción producía una temperatura agradable en el interior de la casa. Podían despojarse de sus abrigos.

    El doctor Bouillet caminó hasta un sillón especial que tenía en medio del juego de muebles y se sentó. No quiso la ayuda de ninguna persona que no fuera la de su enfermera, a la que ordenó que lo dejara solo con los visitantes. Era un sillón de piel marrón, que al inclinarse levantaba una plataforma para alzar las piernas. Cuando se acomodó parecía más acostado que sentado.

    —Ha llegado la hora de informarle al jefe Brown de lo que hemos investigado y los planes que tenemos —dijo Stan acomodándose en una butaca muy próxima.

    Stan y Peter esperaban que el doctor Bouillet iniciara el relato.

    —No queremos que este prejuiciado antes de escuchar lo que tenemos que decirle, Jefe —comentó Peter como si quisiera terminar la idea de su amigo Stan—. No hemos queridos afectar al departamento ni a su persona.

    Peter, de tamaño normal para un inglés, pero superior para un español, llevaba el pelo rubio crecido y poco peinado. Su rostro era pecoso y su blancura era extrema. Vestía una americana de cuadritos pasteles y pantalones vaqueros.

    El jefe Brown se acomodó en su butaca como si se dispusiera a escuchar un largo concierto sinfónico. Tendrían que hablar bien claro para poder convencerlo de que no ejecute una orden de apresamiento que tenía en mente.

    9

    —Le he comentado al jefe Brown las razones que me movieron a iniciar la investigación, que era con el fin de encontrar a los verdaderos culpables de la muerte de mi madre. Lo que no le he contado es que, buscando a los asesinos de mi madre, he descubierto, de manera fortuita, un entramado criminal que puede producirle mucho daños a la humanidad —dijo Stan al ver que el doctor Bouillet se disponía a hablar, sin conocer lo que había tratado previamente con Brown.

    El doctor Bouillet hizo una pausa para darle paso a Stan en el inicio de la conversación. Después intervino.

    —Lo que le ha dicho Stan, jefe Brown, ha sido la razón para iniciar la investigación. En principio no quise involucrarme en el asunto. Todo lo que quería hacer Stan era vengar la muerte de su madre. Aunque creo que es la única venganza justa, no me interesaba involucrarme. Estoy muy viejo y cansado para meterme en asuntos propio de jóvenes. Ya no tengo edad ni para vengarme de la picadura de un mosquito —dijo en un tono pausado.

    —¿Por qué cambió de opinión? —cuestionó el jefe Brown.

    El anfitrión se tomó unos segundos para contestar. Las palabras parecían pesarles.

    —Si tiene un poco de paciencia conocerá toda la historia, con sus detalles —dijo gesticulando con las manos—. Stan siguió en solitario indagando entre documentos de terroristas y datos que recababa por todo el mundo, pero haciendo hincapié en España. Vino algunas veces a mi casa y no quise volver a tratar el tema. Me parecía que estaba empecinado con un nivel de fanatismo que no le daría oportunidad para hacer un análisis correcto de lo que buscaba. La muerte de su madre lo afectó mucho. Una tarde se aparecieron los dos, es decir, Stan y Peter, aquí en casa y me pidieron que los escuchara, aunque fuera por última vez. Querían mi opinión, por la experiencia que acumulé durante tantos años en el servicio. Dijeron que tenían algo muy grande y que era de vital importancia que los escuchara. Stan había convencido a Peter de que había encontrado algo muy importante. Cuando Peter me informó que no se trataba de vengar la muerte de la madre de Stan, sino que era el descubrimiento de la más temible organización terrorista de estos tiempos, me interesó un poco. Fue para entonces que vinieron a verme. Solamente lo escuché por cortesía. No tenía ningún interés en su historia. Cuando ellos terminaron de explicarme, estaba convencido de que era algo muy grande y que debía cooperar con ellos. A partir de ese momento conformamos un equipo para investigar y actuar. No podía hacer otra cosa. A pesar de los años, sigo siendo un agente al servicio de su Majestad.

    —¿Qué fue lo que les explicaron, doctor Bouillet? —siguió cuestionando Dwight—. Todavía no entiendo las razones de

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