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Inminente Ataque
Inminente Ataque
Inminente Ataque
Libro electrónico824 páginas12 horas

Inminente Ataque

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Dos retirados agentes de la Central de Inteligencia Americana (CIA), descubren una novedosa ultra secreta organizacin terrorista islamista, asentada en el corazn de New York, que est a punto de perpetrar un demoledor ataque contra la ciudad de los rascacielos.
El ataque es inminente y tienen muy poco tiempo para impedirlo.
Los principales ejecutivos de la Central de Inteligencia Americana no dan crdito a las informaciones de los dos veteranos y experimentados agentes y, descartan actuar.
Los dos condecorados agentes saben que es inminente el ataque. Solamente les queda un camino: recurrir al Servicio de Inteligencia Secreto del Reino Unido, (MI6). En el MI6 est el nico hombre que puede ayudarlos a evitar la desgracia que se aproxima a la gran ciudad norteamericana: Stan Cooper.
El MI6 no puede actuar sin la autorizacin de la CIA en el territorio norteamericano, por lo que tienen que descartar su cooperacin.
Stan Cooper es el agente secreto ms experimentado en la lucha contra las organizaciones terroristas islamistas en todo el mundo; pero tambin es el hombre ms buscado por las organizaciones terroristas yihadistas de todo el mundo para eliminarlo.
New York est a punto de sufrir un ataque muy superior al del 11 de septiembre de 2001 y los principales organismos responsables de su seguridad estn muy ajenos a lo que suceder.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento15 abr 2016
ISBN9781506513911
Inminente Ataque
Autor

Carlos Agramonte

CARLOS AGRAMONTE Estados Unidos. Nació en R.D. Durante más de 25 años se dedicó a la enseñanza universitaria, conjuntamente con su vocación de escritor; que ahora ejerce a tiempo completo. En la primera etapa de su vida de escritor la dedicó a la poesía, destacándose los títulos: Raíz, Descubriendo mi Propio Viento, Pequeña Luna, La Cotidianidad del Tiempo y El Silencio de la Palabra. Desde hace años se ha consagrado a escribir novelas de gran formato. Entre los títulos publicados se destacan: Definiendo el Color, El Monseñor de las Historias, El Generalísimo, El Sacerdote Inglés, El Regreso del Al Ándalus, Memoria de la Sombra, Secreto laberinto del amor y, Inminente ataque. Desde sus primeras novelas, las cuales obtuvieron buena acogida por parte del público, Carlos Agramonte demostró que dominaba el género y se revelaba con una gran imaginación. Sus novelas han provocado los más calificados elogios por parte de sus fieles lectores.

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    Inminente Ataque - Carlos Agramonte

    1

    S tan Cooper estaba a punto de golpear la pelota de golf en el hoyo seis, cuando sintió la vibración de su BB en el bolsillo del pantalón. Algo lo hizo paralizarse. Miró el majestuoso campo que se perdía entre pequeños y esparcidos bosques, que se relajaban sobre la alfombra de césped, perfectamente cortado. Respiró profundamente para llenar sus pulmones de aire puro. Comenzaba unas anheladas vacaciones y estaba disfrutando de un espléndido día para jugar. Su mujer, Paloma, lo esperaba al final del día en el hogar. Cuando miró la pantalla se percató que lo llamaban por la línea de máxima seguridad del MI6. Frunció el ceño, contrariado. No quería una llamada del MI6, en el momento que comenzaba sus vacaciones; pero sabía que no podía dejar de tomarla. Una brisa suave balanceaba los árboles del London Scottish Golf Club , en Wimbledon, Londres, capital del Reino Unido.

    —¡Hola! —dijo lacónicamente. Se había turbado.

    —Un coche amarillo lo espera. Estás asignado a una misión muy especial —dijo la voz desde el otro lado de la línea telefónica.

    En el primer momento no supo que contestar y sintió un escalofrío extraño, que le recorrió la columna vertebral. Sus plácidas y esperadas vacaciones estaban a punto de zozobrar.

    —Creo que estás equivocado. Acabo de tomar mis vacaciones. No estoy disponible para ningún servicio del MI6 —contestó cuando se repuso de la sorpresa—. No voy a dañar las primeras vacaciones que paso con mi esposa.

    —El coche está llegando adonde usted está. Se le explicará cuál es su misión cuando haga contacto con los que lo recogerán en el campo. Es una orden de la superioridad.

    —Estoy de vacaciones, ¡Coño! Mi esposa me está esperando para arreglar las maletas para salir de viaje.

    —Es una orden —dijo la voz endureciendo el tono—. Aborde el coche.

    —¡Una orden! —gritó enfurecido.

    El móvil se quedó mudo. La comunicación había terminado. Stan miró por todo el alrededor y observó un coche amarillo que se acercaba por una carretera interna del campo de golf. Soltó los guantes y entregó el palo de golf al ayudante de campo. Hablaría directamente con los responsables para que entendieran su error.

    —Regreso enseguida —dijo sin esperar contesta y caminó hacia el auto que se acercaba por la pequeña vía de tierra desnuda. El ayudante lo miró alejarse sin pronunciar una sola palabra. El ambiente se había enrarecido.

    El auto se detuvo cuando Stan llegó. Un hombre alto abrió la puerta delantera del copilo y salió del coche. Se movió y le abrió la puerta trasera a Stan. Era un hombre fornido y vestía una cazadora negra.

    —¿Qué es eso de una misión? Estoy de vacaciones —dijo en tono airado—. Tienen que respetar mis derechos.

    —No lo sé señor, solamente tengo el encargo de llevarlo al lugar donde se le darán las instrucciones. No puedo discutir las órdenes. Cumplo órdenes.

    Stan Cooper supo entonces que no estaba frente al hombre con quien discutiría la situación. Una cosa tenía segura: no aceptaría ninguna misión. Estaba de vacaciones y no la interrumpiría.

    —Por favor, entre al coche, señor —dijo el hombre en un tono cortés.

    Dudó un momento, pero después entró al asiento trasero. Cuando entró sintió que alguien le saltaba encima y le colocaba un paño empapado con una sustancia de olor desagradable en las narices, mientras lo inmovilizaba. Sus ojos comenzaron a nublarse. No eran miembros del MI6. Había caído en una trampa. Estaba siendo secuestrado por un comando de terroristas islámicos. No supo nada más.

    2

    L a mirada de Paloma se perdía en la distancia. Miraba por el gran ventanal del apartamento que ocupaba el décimo piso del edificio de apartamentos de alta seguridad del MI6, en el centro de Londres. Su rostro delataba una preocupación incipiente. Le dio la espalda al ventanal y se encontró con el reloj de pared que denunciaba la hora. Se acercó al reloj como si no quisiera creer la hora que dictaban las manecillas. Stan no llegaba y lo esperaba desde hacía más de tres horas. La tardanza era demasiado. Caminó por el pasillo hasta llegar al dormitorio donde estaban dos maletas abiertas sobre la cama, esperando ser llenadas. El próximo día saldrían hacia Japón de vacaciones. Stan Cooper, su marido, no había podido tomar unas vacaciones del servicio del MI6 durante los tres años que tenían de casados. Había llegado la hora de tomarse unas vacaciones para planificar el crecimiento de la familia. Era hora de tener los hijos y Stan estaba muy complacido de hacerlo.

    Miró su reloj de pulsera y sintió que un nudo se le hacía en la boca del estómago. No le gustaba la tardanza de su marido. Tomó su BB y marcó de nuevo al móvil de Stan. La contesta se repetía: <>. El apartamento se le hacía inmenso. Stan era su vida. Cuando su marido no estaba en el apartamento sentía una inmensa soledad. No sabía vivir sin su compañero de vida.

    Volvió a salir del dormitorio y caminó hasta la cocina. Se tomaría un poco de agua para apaciguar la angustia que la estaba confinando. Desde aquel día en que pudieron salir con vida de la guarida de los terroristas islámicos, en Toledo, España, siempre temía por Stan. Sabía que las organizaciones terroristas son como el Ave Fénix, que se levantan de sus cenizas para vengar a los que los vencieron. No valieron los consejos para que Stan cambiara de nombre y se marchara a Estados Unidos, procurando alejarse del centro de operaciones de los islamistas radicales de Europa. Stan Cooper no aceptó salir de Inglaterra, que no fuera a una misión de su trabajo en el MI6.

    Tomó el vaso de agua y sintió que su mano tenía un leve temblor. Miró al techo blanco de la cocina con sus grandes ojos aguados. Estaba desesperada.

    —¡Dónde se habrá metido ese bendito hombre, Dios mío! —exclamó abriendo los brazos.

    La angustia la destrozaba. No quería ni imaginar que a su vida, en el mejor momento, le sucedieran cosas desagradables. Necesitaba tomarse unas vacaciones para vivir la felicidad de su matrimonio. El silencio del apartamento era atroz. <>, pensó desesperadamente. Estaba a punto de una crisis nerviosa.

    3

    C uando despertó y miró por todo su alrededor se percató que estaba en el asiento de un avión que volaba a miles de metros del suelo. Él era el único pasajero. Quiso levantarse, pero se dio cuenta que estaba atado al asiento con un cinturón de seguridad que había sido trabado con llave. Todo era desconcertante. Su mente comenzó a reconstruir los últimos momentos antes de ser atacado. La llamada recibida por la línea de máxima seguridad del MI6 había sido hecha por los terroristas que lo secuestraron. La organización terrorista de islamistas radicales había regresado y había afinado toda su capacidad de operación. No solamente habían logrado penetrar el sistema de comunicación del MI6, sino que tenían la capacidad de secuestrarlo desde el mismo corazón de Inglaterra. Todo indicaba que iba a una muerte segura. Los terroristas no querían cometer ningún error en su eliminación y lo sacaban de Londres para desaparecerlo de la faz de la tierra. Revisó detalladamente el avión y supo que volaba en un Jet 45XR de fabricación norteamericana, impulsado por motores a reacción y con capacidad de recorrer medio mundo sin tener que abastecerse de combustible. Había sido preparado por los terroristas para su misión. No había duda de que estaban preparados para atacar al mundo occidental con todas sus fuerzas. Se sacudió de nuevo, intentando zafarse del cinturón, pero todo era inútil. No tenía ninguna capacidad de movimiento. Era posible que el avión fuera explotado en el aire. No sabía si llevaba piloto.

    4

    L as horas habían pasado y Stan no llegaba a la casa. Paloma sentía una impotencia que la mataba. ¿Dónde se habría metido Stan? Era la pregunta que se hacía, pero se quedaba sin contesta. No podía seguir con la angustia que la aniquilaba. Tenía que comenzar una acción para encontrarlo en cualquier lugar de Londres donde estuviera. Tomó el móvil y marcó un número que solamente requería de una sola tecla. Tenía que encontrar a Stan. Llamaría al lugar más indicado.

    —¡Hola! —dijo una voz de hombre desde el otro lado de la línea.

    —¡Hola, Peter!

    —¡Paloma, qué placer oírte! Pensé que ya estaban en Japón disfrutando de las vacaciones. Estaba pendiente a que Stan me llamara antes de irse; pero no lo hizo —comentó Peter Hamilton, segundo del MI6, en un tono festivo. Era un gran amigo de la pareja.

    La voz festiva y despreocupada de Peter Hamilton no la tranquilizó. Pero era verdad que debía estar terminando de hacer las maletas para salir en las horas de la mañana para Tokio. Su inmensa felicidad comenzaba a marchitarse.

    —Stan no ha llegado a casa y no se ha comunicado conmigo desde hace tres horas. Llamé a su móvil pero me sale la grabación. Tengo miedo de que le haya pasado algo —su voz reflejaba una angustia desesperante—. Hace dos horas que debió estar aquí.

    —¿Stan no está contigo, Paloma? ¿Ustedes no van a salir de vacaciones para Japón? Ese Stan es un despistado. Tanto que añoró esas vacaciones y ahora se te pierde —comentó manteniendo el tono alegre.

    Paloma sintió que su cuerpo se calentaba. Peter no le daba crédito a lo que le estaba diciendo; consideraba muy remoto que Stan fuera agredido en pleno Londres después de las medidas de seguridad que habían implementado a partir de los atentados que hicieron los terroristas.

    —No ha llegado a la casa y no he podido comunicarme con él. Creo que le ha sucedido algo malo, Peter. Estoy desesperada.

    Un breve silencio denotó una reflexión de Peter. A pesar de su tono, sabía que todo podía ser posible.

    —No crees que se ha entretenido en algún lugar, antes de irse de vacaciones. Stan ama esta ciudad. Si son apenas tres horas, no creo que sea nada grave. Siempre estás nerviosa por Stan. No creo que tengas que alarmarte.

    Peter Hamilton sabía del amor que se profesaban los esposos. Él era el mejor amigo de Stan y vivió con él el drama del amor más puro, cuando él la sacó de la guarida de los terroristas de Toledo, bajo un intenso fuego de ametralladoras. No había conocido a dos personas que se profesaran tanta devoción una por la otra.

    —No lo creo. Tengo mucho miedo. Sabes que después de lo que pasó en España, siempre he creído que los terroristas atentarían contra él. Stan no acostumbra a permanecer tanto tiempo sin hablarme. ¡No se ha comunicado conmigo! ¡Estoy desesperada! —exclamó alterada.

    —Esa organización de terroristas islamistas fue liquidada en España. No tienes nada que temer, Paloma. Por demás, no creo que intenten una acción en contra de Stan en Londres. No tienes por qué preocuparte. Stan aparecerá en cualquier momento. Él está muy ilusionado con esas vacaciones.

    Buscaba la manera de calmarla. Ella estaba a punto de entrar en una crisis lamentable.

    —Necesito que rastree el lugar donde está Stan. Necesito saber dónde está, Peter. Si no le encuentro creo que voy a estallar, Peter.

    Cada segundo se volvía más agónico.

    —¿Qué te dijo él que haría en la tarde? Debes tranquilizarte. No te preocupes tanto. Verás que aparecerá en cualquier momento.

    Se hizo un breve silencio en la comunicación. Paloma contenía un sollozo que estaba a punto de escapársele de la garganta.

    —Dijo que iría a jugar un poco de golf al Club; pero que regresaría en una hora.

    —¿Llamaste al Club? Debe estar tomando unas copas con algunos amigos. Tranquilízate, Paloma —insistía al sentirla abrumada.

    —He llamado al Club y me dijeron que estuvo, pero que salió. No tienen más informaciones. Si no está en el Club de golf y no ha llegado a la casa es porque algo ha sucedido. Si Stan quisiera quedarse me llamaría para que no me preocupara. ¡Conozco a mi marido, Peter! Él no tardaría tanto en comunicarse conmigo.

    Las últimas palabras impactaron a Peter Hamilton. Hizo un silencio que denotaba que comenzaba a preocuparse por lo que le estaba diciendo Paloma. A pesar de que la organización terrorista había sido liquidada en España, sabía que los fanáticos religiosos son difíciles de eliminar. Conocía muy bien cómo operaban los terroristas religiosos y sabía que podían reorganizarse en cualquier momento y volver a operar con sus malditos planes de destrucción.

    —Creo que no tienes razón para preocuparte —dijo buscando distender la tensión que se había instalado en la conversación—. Voy a buscarlo por la ciudad y lo encontraré. Quédate tranquila en la casa, que yo lo voy a encontrar y te lo llevaré. Te lo llevaré y celebraremos la partida de las vacaciones. No te preocupes, que yo resuelvo este problemita. Encontraré a Stan y te lo llevaré a la casa.

    Paloma respiró profundamente y después dejó salir el aire de los pulmones. La aliviaba, un tanto, que Peter se ocupara de encontrar a Stan.

    —Por Dios, Peter, que sea rápido. Tengo mucho miedo —dijo en un tono tan lastimero que estremeció a Peter.

    —No tienes por qué preocuparte. Volveré con Stan y celebraremos con una buena botella de vino. Tranquilízate. A Stan no le ha pasado nada. No hay ningún reporte de ninguna organización terrorista que esté operando en Inglaterra. Stan está seguro. El MI6 tiene control de todo.

    Era una mentira piadosa. No podía tener certeza de lo que decía, pero le lastimaba la desesperación de Paloma. Utilizaría todos los agentes del MI6 que estuvieran disponibles para encontrar el paradero de su amigo.

    —Espero por ti. Llámame, inmediatamente localice a Stan.

    —Tranquilízate, que te lo llevaré en poco tiempo —dijo buscando calmar el momento; pero sabía que nada tranquilizaría a Paloma, que no fuera la presencia de Stan.

    El móvil de Paloma volvió al mutismo. El silencio del aparato telefónico y el del apartamento era la peor compañía que podía tener. Miró por todos los lados de la sala y sintió un vacío que hizo que sus manos temblaran. Estaba aterrada. No quería ni imaginar que algo le hubiese sucedido a Stan.

    —¡Por favor, Dios mío, que no le suceda nada a Stan! —dijo levantando los ojos, llenos de lágrimas, y mirando el cielo raso, pintado de blanco.

    5

    C uando entró por la puerta principal del London Scottish Golf Club notó que no había muchas personas en el lugar. Se dirigió hasta la oficina de la dirección. Necesitaba una información de manera urgente. Tocó dos veces la puerta y le abrió un hombre esbelto, vestido con una chaqueta de color marrón; su aspecto era la de un actor de cine retirado; de nariz perfilada y rostro cuadrado; llevaba una lentilla colgada del cuello.

    —Soy Peter Hamilton. Le he llamado hace algunos minutos —dijo, extendiendo la mano derecha y recibiendo el saludo del esbelto directivo que había abierto la puerta. El hombre tenía una gran fuerza en las manos y Peter lo sintió en el apretón.

    Stan llegaba solo. Le había prometido a Paloma buscar a Stan y en el primer lugar que pensó fue el club de golf donde había dicho que estuvo su amigo. Alguna noticia podría lograr entre los empleados del lugar. No quería provocar una alarma antes de comprobar qué era lo que había sucedido, en realidad, con Stan. Eran tiempos tranquilos para el departamento y una falsa alarma dispararía la precaria credibilidad del MI6; afectado después de la los acontecimientos terroristas en Londres.

    —Larry Spencer, para servirle, señor —dijo el hombre—. ¿En qué podemos serle útil, señor?

    —¿Puedo pasar? —dijo Peter al sentirse impedido de penetrar a la oficina. No le gustó el primer gesto del ejecutivo.

    El hombre se movió con un gesto de falta. No había mandado a pasar al agente del MI6 al interior de la oficina. Para un servidor de uno de los campos de golf más famosos de Londres era una falta imperdonable, aunque estuviera haciendo una condescendencia con el agente del MI6.

    —¡Por favor! —exclamó el anfitrión moviéndose para darle paso a Peter—. Pase, pase. Estamos a sus órdenes.

    Peter cruzó la puerta y caminó hasta el frente de un escritorio de caoba centenaria que dominaba el espacio. El anfitrión lo siguió y le ofreció una de las butacas para visita; él ocupó la otra. Era una amplia oficina con una decoración de madera de caoba a color natural. Detrás del escritorio, una credenza de caoba con tope de cristal servía de descanso al aparato de teléfono fijo y a dos pequeñas montañas de libros y de papeles. En la pared, una gran foto mostraba el campo de golf con todas sus instalaciones.

    —¿Tengo algún problema, señor? Sé que usted trabaja para el MI6. Estoy a su disposición —dijo como si sintiera una contrariedad por la presencia de Peter.

    Peter rastreó de cuerpo entero al hombre. Tenía el aspecto de un dandi. Era de esos tipos que toda la información que manejaban eran los viajes y los matrimonios de la realeza. La presencia de un miembro del servicio secreto del Reino Unido no le producía ningún placer.

    —Ningún problema —dijo en un tono agradable para no denotar ningún interés delatador—. Estoy haciendo una investigación preliminar y no le ocuparé mucho tiempo.

    —No tengo mucho tiempo. Vamos al grano. Estoy en las horas más difíciles de un gerente de club, que son las horas de cierre. Perdone por la prisa. Estoy a sus órdenes.

    Larry Spencer se movió incómodo en la butaca.

    —Sólo serán unas preguntas. No le ocuparé mucho de su tiempo.

    El rodeo de Peter provocaba tensión en el hombre de modales finos.

    —Esta tarde, uno de sus socios, que es compañero de trabajo nuestro, estuvo aquí jugando por un tiempo. Tiene más de tres horas que ha desaparecido. Necesito saber a qué hora salió del club —cuestionó, acomodándose en la butaca como si fuera a tener una larga conversación.

    Larry Spencer se recostó en el espaldar de la butaca, denotando que sentía que no estaba en una charla del bar. Tenía que medir sus palabras. No quería que el London Scottish Golf Club recibiera publicidad negativa. Era uno de los clubes más prestigiosos de toda Inglaterra y debía proteger el buen nombre de la institución.

    —Puedo investigar a la hora que llegó al campo de golf, pero no creo poder saber a la hora que salió del local. Regularmente los socios, después de jugar, se pasan al bar a tomarse unas copas y permanecen mucho tiempo; no registramos a la hora que salen. Veré en qué puedo ayudarlo. Todas las informaciones que tengamos se la suministraremos —explicó con palabras precisas.

    Peter se pasó las manos por el rubio cabello rebelde. No le gustaba lo que estaba escuchando. Si no encontraba una pista en el único lugar que tenía para iniciar la búsqueda de Stan, entonces las cosas comenzaban a complicársele. A pesar de que mantenía una serenidad corporal, por dentro sentía que algo no andaba bien. No le gustaba lo que estaba ocurriendo con su amigo; pero no quería alarmarse antes de tener una información incontrovertible.

    —Quiero saber a la hora que entró, quién lo acompañó en el juego, y si alguien lo vio retirarse del club. Necesito toda la información de la estadía de Stan Cooper hoy en el club. Es una información vital para el MI6. Estoy investigando un asunto secreto y nada de lo que hablemos puede compartirlo con ninguna otra persona.

    El hombre abrió los ojos más de lo acostumbrado. Escuchar que tenía que informar al MI6 no le gustaba. No quería problema con los sistemas de seguridad del país. No quería que el club recreativo se envolviera en problemas que salieran a la luz pública. En la única prensa donde han salido reseñas del club es en las publicaciones rosas del Reino Unido.

    —Espere un momento —dijo el esbelto hombre y se levantó del asiento; tomó el teléfono que descansaba sobre la credenza y marcó una extensión. Esperó unos segundos.

    Peter notó la perturbación del gerente. Sabía cómo reaccionaban los hombres que gozan de una vida de rosa en la ciudad. Observaba cada movimiento corporal del hombre. No podía confiarse de nadie, en una investigación.

    —Quiero la tarjeta de visita de Stan Cooper, esta tarde. Que venga a mi oficina quien estuvo con él como ayudante de campo. Que sea de inmediato —ordenó Larry Spencer por el teléfono, sin cruzar palabras con la persona que estaba del otro lado de la línea. Después descolgó. Se quedó tocando el aparato telefónico, con un dedo, por unos segundos.

    El hombre volvió a sentarse frente a Peter e hizo silencio. No habían pasado tres minutos cuando apareció un hombre de color, de estatura mediana y joven, con un folder amarillo en sus manos. Larry Spencer tomó el folder y miró la tarjeta que recogía el uso que había hecho Stan Cooper del club, esa tarde. Después lo cerró y se lo entregó a Peter. Era toda la información que podía suministrar. No deseaba pasar de lo estrictamente obligatorio.

    —Yo estuve con el señor Cooper esta tarde en el campo —dijo el hombre que había llegado con el folder—. Fui su ayudante en el campo.

    Peter levantó la cabeza y miró al sujeto. Llegaba hasta la persona que estuvo, por última vez con Stan en el campo de golf. Las informaciones que necesitaba debía tenerlas el sujeto. Sintió un hálito de alegría. Podía estar cerca de localizar a su amigo. Era la persona indicada para encontrar el camino que lo llevara hasta donde estaba Stan. Expulsó todo el aire que tenía en los pulmones, como si se liberara de una gran presión.

    Larry Spencer frunció el ceño. Le disgustó la imprudencia del joven de tomar la palabra sin su autorización. No quería que dijera cosas que no favorecieran a la institución. Debió esperar sus órdenes antes de tomar la iniciativa.

    —¿Usted estuvo con Stan durante todo el juego? —cuestionó Peter—. ¿Vio cuando salió del club? Dígame todo lo que hizo con Stan. Quiero todos los detalles.

    El recién llegado miró al gerente, buscando la aprobación para contestar las preguntas. Larry Spencer asintió, no de buena gana. Temía que el joven auxiliar de campo se extralimitara en sus palabras; pero ya no podía hacer nada.

    —El señor Cooper solamente jugó hasta el hoyo seis. Recibió una llamada y un coche de color amarillo entró a buscarlo por una vía lateral del campo. Cuando lo llamaron por teléfono estaba a punto de golpear la pelota de golf; pero no lo hizo. Al recibir la llamada se desconcentró. Creo que se impresionó. No habló amablemente por teléfono.

    —¿No le dijo si regresaba? ¿Supo quién lo llamaba?

    Cuestionaba compulsivamente. Necesitaba localizar a su amigo. Si había recibido una llamada y abordó un coche por su voluntad, no podía ser un secuestro. Tendrían que ser amigos los que lo sacaran del campo para llevarlo a buscar su auto e ir a algún lugar de la ciudad. Si recibió una llamada y abordó un coche no podía ser un secuestro. Anidó el pensamiento como un mecanismo de defensa para preservar la esperanza de que no le hubiese sucedido nada malo a Stan.

    —No. Sólo me entregó el palo de golf y fue al encuentro del coche. Entró al coche y partieron. Creo que la llamada provenía de las personas que ocupaban el coche, porque él miró, buscando al coche, cuando lo llamaron. Es todo lo que sé, señor. Lo esperé por una hora y media, después regresé a los vestidores y no lo encontré.

    Peter se levantó y se colocó frente al ayudante de campo del club de golf. Necesitaba mirarlo a los ojos cuando contestara. Estaba frente al hombre más importante para localizar el punto de partida que le ayudara a encontrar al agente del MI6 desaparecido.

    —¿Usted vio si fue obligado a entrar al coche? —cuestionó con el rostro enjuto.

    El joven auxiliar lo pensó algunos segundos. Recreaba la escena en su memoria.

    —No lo creo. Por lo que vi, él entró por su propia voluntad. No vi ninguna acción violenta contra el señor Cooper. Hablaba con amigos, eso creo.

    —¿Usted vio a las personas que lo vinieron a buscar en el coche?

    —Solamente salió un hombre y le abrió la puerta, muy cortésmente. A mi parecer, eran personas de su confianza. No hubo ninguna acción de violencia. Era un hombre alto y vestía una chaqueta oscura. No lo pude ver bien. No lo había visto antes.

    —¿Y el coche de Stan?

    —No lo sé. Me asignaron el trabajo desde la oficina y lo encontré en el inicio del campo de golf. Cuando me encontré con el señor Cooper estaba listo para jugar. He sido su ayudante durante el último año. El señor Cooper es un gran señor. Espero que no le haya ocurrido nada malo.

    Larry Spencer miró la arruga que dibujó el rostro de Peter en la frente y se percató de que algo había ocurrido en el campo de golf que él estaba regenteando. Presintió que no estaba en una celebración de aniversario del club, sino que comenzaba un tiempo escabroso para la institución. No le gustaba lo que estaba escuchando. Se levantó y volvió a sentarse. Deseaba terminar la conversación lo más rápidamente posible. Debía alejar el añejo club de golf de problemas con la seguridad del Estado o con asuntos de secuestro de personas.

    —Revisemos el estacionamiento para saber si Stan se fue en su coche. Es posible que los amigos que los vinieran a buscar lo llevaran hasta su coche para partir a otro lugar —dijo el gerente del establecimiento. Buscaba despejar las dudas que comenzaban a saltar sobre el césped del famoso club de golf. Por demás quería concluir la reunión.

    Peter había enmudecido por unos segundos. Nada de lo que decían los trabajadores del club de golf tenía tinte de secuestro ni de acción terrorista; pero Stan estaba desaparecido. La confusión comenzó a reinar en su cabeza. Pero sabía que los terroristas habían desarrollado técnicas muy modernas para ejecutar sus planes, por lo que las informaciones que recibía estaban dadas por personas que no tenían conocimiento del trabajo de los terroristas con alta capacidad científica.

    —Vamos a revisar el estacionamiento. Si Stan se fue en su coche podré encontrarlo —dijo moviéndose hacia la puerta, Peter. Necesitaba una información veraz y contundente para iniciar las pesquisas. No tenía argumentos para presentar una hipótesis de lo que había ocurrido.

    Los tres hombres salieron de la oficina y caminaron por un largo pasillo hasta alcanzar el bar, donde algunos socios departían alegremente; después se enrumbaron hasta la puerta que daba al estacionamiento. Apenas había asomado su mirada por el cristal de la puerta que daba al aparcamiento, Peter vio el coche de Stan. Frunció el ceño. Sintió que una descarga eléctrica le recorrió la columna vertebral. Algo no estaba bien.

    —Ese es el coche de Stan. Algo ha sucedido que Stan ha dejado el coche y se ha marchado con alguien que no conocemos —dijo al señalar hacía el coche de Stan.

    Revisó el coche y no encontró ninguna señal de violencia. El Chevrolet Camaro, azul oscuro, de línea deportiva, de motor V8 de 6,2 litro y 432 cv, estaba intacto. Todo estaba perfectamente dispuesto. En el asiento del copiloto descansaba la chaqueta de Stan. Todo era confuso. Pero él conocía cómo operaban las organizaciones terroristas y no podía dejar de pensar en uno de sus novedosos métodos para desaparecer y eliminar a personas. Todo señalaba que Stan había sido secuestrado. Los terroristas habían regresado para atacar al MI6 en su propio corazón. No tenía otra alternativa que activar la alarma en todos los sistemas de seguridad de Londres, incluyendo al MI6. Tenía un problema muy grueso.

    6

    D wight Brown se había levantado de su asiento, en su oficina en Vauxhall Cross, en la sede principal del MI6 en Londres, y caminaba de un lado a otro con una velocidad inusual. A pesar de que tenía los ojos muy abierto, no veía nada de lo que estaba a su alrededor; sólo sentía como existencia a sus pensamientos. La llamada de Peter Hamilton donde le informaba que creía que Stan Cooper estaba desaparecido lo sacó de la quietud del trabajo rutinario del día. Stan era uno de los mejores agentes secretos del MI6 y una acción en contra de él era atacar al propio organismo de seguridad del Estado inglés. El servicio secreto del Reino Unido estaba siendo atacado. Quien se aventuraba a atacar a uno de sus agentes estacionado en Londres era porque estaba buscando una confrontación mayor. Si había un ataque a Stan Cooper era porque había un plan para atacar a todo el Reino Unido. Recordó los momentos vividos en España cuando la organización terrorista islámica atacó, primero a la capital de Inglaterra y después pretendía pulverizar el Reino de España. No tenía muchas informaciones de parte de Peter; pero presagiaba que algo grave estaba en el ambiente. Peter había sido parco en la llamada y prefirió concertar una reunión urgente en el centro de la inteligencia de los organismos de seguridad del reino de Isabel II. No le daba crédito a las palabras de Peter. Dos toques en la puerta lo hicieron moverse rápidamente para abrirla. Tenía que ser Peter Hamilton. No esperaba a nadie más a esas horas en su despacho.

    —¡Vaya si has tardado, Peter! —dijo abriendo la puerta e indicándole a su segundo en la dirección del MI6 que caminara hasta un tresillo que estaba ubicado en un extremo del despacho, donde se sentarían.

    La expresión que traía Peter, en el rostro, denunciaba un problema de magnitud superior. La noche había cerrado con una gran sombra que presagiaba una gran tormenta para Inglaterra y para el MI6.

    —He llegado lo más rápido que he podido. Tenía que cerciorarme de algunos elementos de información para poder abordar el tema con suficiente certeza —dijo Peter en camino al tresillo—. Tenemos que actuar, aunque no tengamos un nivel de información aceptable. Esto es un rompecabezas que no tiene piezas conexas.

    Dwight Brown depositó su enorme anatomía en el sofá y expulsó violentamente el aire que tenía en los pulmones. Peter ocupó una butaca frente al responsable del MI6. Había llegado la hora de informarle de lo que estaba ocurriendo en el seno de su propio departamento. No sabía ni por dónde comenzar. Las informaciones que había recogido, hasta ese momento, no mostraban claridad para definir lo ocurrido.

    —¿Qué ha sucedido? ¿Cuál es la información que tienes? —cuestionó el jefe Brown sin acomodarse en el sofá—. No me ha gustado nada la forma en que has hablado por teléfono.

    Peter lo miró y percibió la presión que comenzaba a atacar al corpulento jefe del MI6.

    —Tenemos un gran problema. ¡Stan ha desaparecido!

    —¡Desaparecido! Eso no puede ser. Stan está de vacaciones. La gente se pierde en las vacaciones—exclamó incrédulo.

    Ahora fue el rostro de Dwight Brown que se desencajó. Lo que había dicho Peter era una bomba atómica de gran poder. Los terroristas habían regresado a atacar al Reino Unido, ahora con mayor eficiencia. Para Peter los terroristas estaban actuando en su territorio; eso era algo inaceptable.

    —Sí. Lo último que hemos sabido es que Stan estuvo en el London Scottish Golf Club hasta las seis de la tarde, aproximadamente. Estuvo jugando hasta que recibió una llamada y un coche amarillo llegó hasta donde estaba él, y él abordó el coche y salió del Club. Su coche está estacionado en el Club y nadie sabe el destino de Stan. El coche no fue violado. Lo que han hecho el trabajo han sido profesionales de primera. No han dejado una sola huella. Los que han hecho la acción es gente de altísima eficiencia y conocida por Stan. Creo que estamos infiltrados, jefe, por una organización terrorista.

    —¡Infiltrado el MI6! Eso no puede ser verdad, Peter —exclamó alterado.

    —Es una hipótesis, jefe. Tenemos que pensar en todas las posibilidades —continuó explicando—. No estoy totalmente seguro; pero las evidencias muestran ese camino.

    El jefe Brown escuchaba atentamente la narración de Peter. Lo que había escuchado no era la acción de un grupo de terroristas normal. La manera de operar de los terroristas normales es matar en el lugar donde encuentran a su enemigo. No le veía lógica al planteamiento de Peter, a menos de que estuvieran en presencia de otro grupo de terrorista de alta generación tecnológica y científica. Pero el colmo era que tuvieran un topo entre sus miembros. Si se confirmaba esa teoría, el peligro se multiplicaba de manera exponencial.

    —No crees que Stan esté por ahí tomando algunos tragos. Él está de vacaciones. Lo que me ha dicho no parece una acción de una organización terrorista normal. No conozco a ninguna organización terrorista que opere con ese patrón. Me resisto a pensar en la posibilidad de que estemos infiltrados por una organización de terroristas islámicos. ¡Descártalo!

    Peter Hamilton se movió incómodo en la butaca. Sabía lo que estaba sucediendo y no podía permitirse el lujo de jugar con las teorías: su amigo estaba en peligro de muerte. Comprendía la reacción del jefe del MI6; pero él no podía descartar ninguna hipótesis.

    —Jefe Brown, desde que Stan descubrió a la organización terrorista que atacaría a España, que estaba compuesta por personas de alta preparación tecnológica, sabemos que los métodos que pueden utilizar son novedosos. Estábamos acostumbrados a tratar con simples fanáticos religiosos con más capacidad de suicida que preparación para su trabajo. Hoy es tiempo de terroristas con un alto índice científico y con una gran capacidad operativa. Tenemos que desarrollar mecanismos sofisticados para poderlos combatir. Pudimos vencerlos en España porque no conocían nuestros planes de ataque. Si hay un topo entre nosotros, tenemos un grave problema. Nos liquidarán uno a uno.

    Los ojos del jefe Brown se perdieron por el espacio de la oficina. Se sentía impotente para entender los nuevos procedimientos terroristas. No podía aceptar, que el MI6, el más eficiente servicio de inteligencia del mundo, muy superior a la CIA de Estados Unidos, al MOSSAD de Israel y a la propia KGB de la antigua Unión de República Socialistas Soviéticas, podía ser infectado por una organización de terroristas de fanáticos religiosos. No podía aceptarlo.

    —¿Qué te ha dicho Paloma? —cuestionó, buscando encontrar un punto donde apoyarse para iniciar algún plan y pulverizar la teoría de Peter.

    Peter cambió el tono del color de sus ojos claros al recordar la angustia que estaba viviendo Paloma.

    —Ella fue quien me llamó para que localizara a Stan. Ella está desesperada y cree que ha sucedido un acto violento contra Stan. Está convencida que Stan ha sido desaparecido. Estaban a punto de salir del país para pasar algunos días en Japón de vacaciones y han estado todo el tiempo, juntos. La desaparición de Stan es inconcebible, si hubiese sido hecha por él. El hecho de que su mujer no lo encuentre, conociendo los unidos que ellos son, me indica que estamos frente a un ataque terrorista contra los intereses de Inglaterra.

    —¿Cuál es tu opinión? ¿Qué es lo que ha ocurrido con Stan? Tenemos que tener algún plan para encontrarlo. Debemos partir de una premisa válida. No podemos caminar a ciegas.

    Peter hizo un silencio premeditado. Necesitaba poner al día a su jefe, pero también necesitaba que se iniciara una acción de manera urgente. Stan estaba en peligro de muerte y cada minuto era importante para lograr salvarlo.

    —Creo que una organización terrorista ha secuestrado a Stan —dijo endureciendo el rostro—. Han comenzado un ataque contra nosotros.

    —¡Secuestrado! ¡Han secuestrado a Stan en el mismo centro de Londres! Eso no puede ser —exclamó en alta voz el jefe del SIS del Reino Unido—. Si son capaces de secuestrar un miembro del MI6 en pleno centro de Londres es porque tienen instalado un buen comando. Tenemos un gran problema.

    —Pues sí. Un comando de terroristas está operando en Inglaterra y nosotros no lo hemos detectado a tiempo. Debemos ser muy eficientes para poderlo superar. Lo peor que nos puede suceder es que estemos siendo vendidos por uno de los nuestros.

    —¿Qué pruebas tienes para decir que está secuestrado? Vamos…, quiero saber todo lo que tú sabes. No creo que estemos infiltrados, Peter. Somos la más perfecta organización de servicio secreto del mundo. Descarta esa posibilidad.

    Los dos hombres entraban en el ambiente más detestable de la reunión. Peter lamentaba la terquedad del jefe Brown de no aceptar como posibilidad la infiltración del sistema de seguridad de Inglaterra.

    —No tengo ninguna que no sea la intuición. Sabes muy bien que Stan Cooper es el enemigo número uno de las organizaciones terroristas islamistas. Si una organización terrorista tiene un plan de ataque, aquí en Inglaterra, o en Estados Unidos, o en Alemania u otro país cualquiera, sabría que uno de sus pasos preventivos es eliminar a Stan. Sabe más que nadie, que ellos conocen muy bien a Stan y Stan los conoce muy bien a ellos. Después de lo de España, la fama de Stan creció mucho; pero esa fama, también lo convertía en un blanco de los terroristas. Debimos dotarlo de mayor seguridad. Él era un objetivo muy claro. La pérdida de Stan es un duro golpe contra la seguridad de nuestro país.

    —Pero no podemos salir con una cacería de brujas por toda la ciudad sin una información verificable —dijo el jefe Brown mientras se pasaba la mano por la calvicie, que comenzaba brillarle más de lo acostumbrado—. Necesitamos una información confiable para iniciar una acción masiva para encontrar a Stan.

    Buscaba la información que no tenía. Era hora de trabajar por intuición. No tenían muchas alternativas. Se desesperaba.

    —Tenemos que actuar con las informaciones que tenemos. No podemos darnos el lujo de dejar que pase el tiempo. Lo que sucedió con la investigación que hizo Stan a la organización terrorista islamista que operaba en España, a la cual usted no le dio mucho crédito en su momento, al final se comprobó que no sucedió una verdadera desgracia para el mundo, por la acción que inició Stan, casi en solitario. Si espera que nos ataquen, sentados, sin hacer nada, pagaremos muy caro esa decisión. Usted es el jefe del MI6 y tiene capacidad para tomar decisiones de emergencia sin consultar al ministro del Interior. Debes decidir de inmediato qué vamos a hacer, jefe Brown.

    El jefe del MI6 se levantó y caminó sin destino por el espacio de la oficina. Sabía que Peter tenía razón; pero él no podía actuar por impulsos ni por corazonadas. Él era un ejecutivo que tenía que actuar a partir de informaciones veraces y que permitieran lograr la aprobación del Gobierno. Tenía capacidad de tomar decisiones, pero siempre apegado a la lógica de una investigación veraz. Él no era un mentalista, sino un agente secreto que actuaba a partir de informaciones con alto nivel de credibilidad.

    —Jefe Brown —continuó Peter—, si el presidente Bush hubiese esperado tener las informaciones fidedignas sobre las armas químicas de destrucción masiva, en Irak, estoy seguro que Al Qaeda ya hubiese atacado de nuevo a Estados Unidos. Tenemos que actuar, aunque sea de manera preventiva.

    —Para actuar, bajo estas premisas, tenemos que actuar solo. No podemos informárselo a nadie. ¿Qué le voy a decir a los demás departamentos de seguridad del Estado? Todo lo que voy a ser es el hazmerreír de ellos. Para lograr, en pocas horas, encontrar a Stan, no podemos permitir que nos interfieran ni la Policía, ni Scotland Yard ni ninguno de los demás organismos de seguridad del Estado. Tenemos que movernos rápidamente para dar respuesta sin provocar pánico en la población.

    Peter se levantó del asiento y se colocó frente a Brown. Sabía que su jefe estaba en una encrucijada. Pero no podía permitir que no tomara una decisión certera de inmediato. La vida de Stan dependía de lo rápido que actuaran para rescatarlo. Su amigo estaba en peligro y necesitaba encontrarlo.

    —Creo que debemos darle a conocer a la opinión pública lo que está ocurriendo, aunque sea filtrando la información con algunos de nuestros amigos. Necesitamos movilizar a la propia ciudadanía.

    —¡A la opinión pública! Te estás volviendo loco, Peter. Todo lo que lograremos es provocar un estado de inseguridad general en la población. Todo lo que haremos, lo haremos nosotros. No quiero a ningún otro departamento involucrado en este problema. Por todo lo que hemos hablado debemos actuar con el personal de máxima seguridad. No quiero a la prensa hurgando entre nuestra mierda.

    Brown se movió de lugar gesticulando negativamente con la cabeza. Él era, además del jefe del MI6, un miembro del Gobierno y debía proteger al Primer Ministro.

    —Creo que es importante que los secuestradores sepan que lo estamos buscando —dijo Peter para afincar su opinión—. Es muy importante que si no han matado a Stan, sepan que vamos sobre ellos y que no tienen mucha capacidad de movilidad en la ciudad. Tenemos que dar la sensación de que los tenemos ubicados; aunque no involucremos a la prensa.

    Brown no contestó. Guardó un silencio que denotaba una desazón que lo turbaba. Activar todas las alarmas de los organismos de seguridad sin una información definitiva era un riesgo que no correría.

    Brown movió la cabeza negativamente. Peter esperaba impacientemente la decisión del jefe.

    —Han secuestrado a un miembro del MI6 en pleno centro de Londres. Ese es un acto que nos indica que estamos a punto de ser atacados y que una guerra se acerca sin que nosotros sepamos por dónde nos atacarán. Tenemos que actuar de inmediato. Tenemos que poner a todos los agentes en alerta máxima. Creo que estamos a punto de ser atacados de nuevo por una organización que desconocemos. A partir de lo que está ocurriendo, los servicios de seguridad no serán dirigidos por oficiales del Ejército o la Policía, sino por científicos.

    El jefe del MI6 se sacudió la cabeza intentando rechazar lo que estaba diciendo Peter. Pero sabía que no podía meter la cabeza debajo de la arena, como un avestruz. No tenía otra alternativa que actuar de inmediato. Su país podía estar a punto de ser atacado.

    —Vamos a convocar a una reunión de urgencia con todos los departamentos del MI6. Que sea esta noche. Tenemos que actuar de inmediato. Tenemos que saber dónde está Stan Cooper y cuál es la organización terrorista que lo ha secuestrado. Vamos a mover cielo y tierra hasta dar con él. No quiero a la Policía ni a Scotland Yard.

    —Me ocuparé de convocarla para la medianoche en el salón de reunión de alta seguridad —se ofreció Peter.

    —No. No quiero que te ocupes de eso. Sigues investigando lo que ha sucedido con Stan. Yo personalmente llamaré a los demás. Solamente convocaré a un equipo especial e imprescindible para este asunto. Me asusta que tengamos un topo entre nosotros.

    Peter sabía que la reunión había terminado. La incertidumbre que se mostraba en el rostro de Dwight Brown era una nota de que la situación era de extrema gravedad, pero que no sabía con quién era la guerra que había comenzado. Salió del despacho. Tenía un poco de tiempo para hacer algunas indagaciones; pero no sabía dónde ir. ¡Qué diablos está pasando!, pensó aturdido al encontrarse fuera del despacho del jefe del MI6.

    7

    E n el preciso momento de encender su Jaguar Daimler, de color azul, Peter escuchó su móvil sonar. Dejó la mano tocando el encendedor, quieta. Estaba viviendo una tensión que lo sobresaltaba cualquier movimiento que no esperara. En la primera persona que pensó que lo estaba llamando fue en Paloma. Sabía de la angustia que estaba sufriendo por la desaparición de Stan. Cuando miró la pantalla del teléfono frunció el ceño. No reconocía el número que estaba llamando. No era común que un desconocido lo llamara por una línea de seguridad. Dejó pasar algunos segundos para tomar la serenidad que necesitaba. Para poder encontrar a Stan y salvarle la vida necesitaba de toda la calma del mundo. Las decisiones del momento tenían que ser frías, calculadas y con gran eficiencia. No se podía dar el lujo de cometer errores, aún pequeños. Un error, por más pequeño que fuera, podía convertirse en una catástrofe.

    —Hola —dijo en un tono dubitativo.

    Decidió esperar unos segundos para identificar a la persona que lo llamaba. Recordó que Stan había recibido una llamada de alguien amigable, pero que resultó ser una trampa mortal. No podía confiar de llamadas desconocidas.

    —¿Hablo con el señor Peter Hamilton? —cuestionó una voz desde el otro lado de la línea telefónica. No reconocía la voz por el aparato de comunicación. Lo pensó un momento, pero después se convenció que tenía que ser alguien del aparato de seguridad del MI6. Estaba en medio de un grave problema y debía afrontar todas las circunstancias.

    —Sí. ¿Quién habla? —cuestionó arqueando las cejas.

    Se produjo un breve silencio. El hombre que llamaba parecía que tomaba algunos minutos para respirar. La voz se le escuchaba agitada. Parecía una persona acosada. Pensó en Stan. Podía ser uno de los secuestradores de Stan, o alguien que supiera dónde estaba. El resuello del hombre se reconocía por el móvil; estaba muy alterado.

    —Soy Larry Spencer —dijo de manera dificultosa, la voz.

    —¿Del London Scottish Golf Club?

    —El mismo, señor.

    El hombre seguía masticando las palabras.

    —¿Tiene alguna información de la desaparición de Stan? —cuestionó, ahora con una leve esperanza de tener la primera noticia buena desde que había cerrado la noche—. ¿Ha aparecido Stan por el Club?

    El hombre parecía que necesitaba tiempo para tomar aliento. Estaba muy agitado. El aliento de alegría de Peter se disipaba.

    —Dos miembros del MI6 han venido a recoger el coche del señor Cooper.

    Peter sintió frustración al escuchar las palabras de Larry Spencer. Esa no era la noticia que esperaba.

    —He sido yo quien lo ha ordenado. Necesitamos revisar detalladamente el coche. No hay problema, ellos pueden retirar el coche. Están autorizados —dijo en un tono marcial.

    —El coche del señor Cooper, cuando lo fueron a encender voló en mil pedazos, señor. Tenía una bomba de gran poder adherida en la parte de abajo de la carrocería. Ha sido una explosión muy potente.

    Peter se quedó de una pieza. Un atentado terrorista en medio de la capital de Inglaterra. Las cosas comenzaban a tomar un color más oscuro que la noche. Estaba confirmando que la organización terrorista estaba de regreso.

    —¡¿Volaron el coche de Stan?! —exclamó alarmado, Peter—. No puede ser. ¿Qué ha pasado con los agentes que envié?

    —Han volado el coche y los dos miembros del MI6 están muertos. Ha sido una explosión que ha dañado parte del edifico principal del Club. Esto ha sido una desgracia. ¿Qué está sucediendo, señor Hamilton?

    Peter entendió las razones de la agitación que azotaba al hombre. Estaba muerto de miedo.

    —Voy para allá. No permitas que nadie se acerque al lugar donde se ha producido la explosión. Estamos en una emergencia —dijo en un tono autoritario.

    —¿Por qué han atacado al Club? —siguió cuestionando Larry Spencer, de manera agónica; pero ya Peter había cortado la conexión telefónica.

    Peter se recostó en el espaldar del asiento de su Jaguar azul y respiró profundamente. Estaba impactado y necesita un segundo para reaccionar. Habían volado el coche de Stan sin él estar dentro. Las cosas estaban sucediendo de manera extraña. Primero lo secuestran y después detonan una bomba en su coche. No entendía la manera de actuar de los que estaban atacando a los servicios de Inteligencia británicos. Nada tenía lógica de lo que estaba sucediendo esa noche en Londres. Marcó la línea de seguridad de Dwight Brown y esperó la respuesta. Tenía que informarle a su jefe de lo que estaba sucediendo. Dwight Brown tenía que ser informado de que los terroristas habían ejecutado un acto de terror en pleno Londres. La noche sería muy larga y tormentosa. Estaban siendo atacados y no sabían quién los atacaba. Ni siquiera una simple pista tenían.

    —¿Dime, Peter? —cuestionó Dwight Brown sin escuchar la su voz del agente del MI6—. La reunión es a la medianoche. Te queda más de una hora.

    Por un segundo no sabía con cuáles palabras pasar la información. Los terroristas habían declarado la guerra. Sabía que la información que le daría a Dwight Brown, jefe del MI6 del Gobierno inglés, cambiaría todo lo que habían planeado. Ya no era la sospecha de un agente secuestrado, sino que había comenzado un ataque contra el Reino Unido.

    —Dos agentes de mi mayor confianza, que envié a buscar el coche de Stan para poderlo investigar en detalle en nuestro laboratorio, han muerto; cuando fueron a encender el coche, éste estalló, matando a los dos agentes. Los terroristas colocaron una bomba de gran capacidad en el coche de Stan. Los malditos terroristas han regresado a atacarnos.

    —¿Volaron el coche de Stan? —cuestionó incrédulo—. ¡Han explotado una bomba, aquí en Londres!

    Peter sintió que el jefe Brown entraba en crisis. La ciudad más segura del mundo estaba siendo atacada por una organización terrorista. Los planes antiterrorista, meticulosamente elaborado por el grupo de mayor capacidad del MI6 estaban rodando por el suelo. Sabía del esfuerzo realizado por el jefe Brown para dotar a Londres de un escudo anti terrorista que fuera insuperable; pero la realidad le daba con toda contundencia en el rostro, mostrándolo incompetente. La frustración que estaba sufriendo el jefe era terrible para el MI6.

    —Así es. Tenemos que comenzar a actuar de manera más rápida. Están atentando contra nosotros. Nos han declarado la guerra. Debemos aplicar el código de máxima seguridad. El plan B de defensa de nuestro país.

    —Pero, ¿por qué detonaron el coche de Stan, si él no estaba ahí? Eso no tiene lógica. Los terroristas no usan sus bombas para anunciar una guerra. ¿Quienes nos están atacando? No puedo aplicar el plan B porque no sabemos quiénes nos están atacando —comentó en un tono que denotaba el impacto de la noticia que había recibido.

    —Esas preguntas me las estoy haciendo yo, y no logro ninguna respuesta. Lo que están haciendo los terroristas no tiene patrón conocido. Solamente Stan podía tener una hipótesis certera, si estuviera con nosotros. Esos malditos saben que el primer paso para ejecutar un plan en contra de nuestro país es matar a Stan Cooper.

    Peter apretó el volante del Jaguar azul con la mano izquierda; requería aferrarse a algo. No tenía una respuesta para la pregunta del jefe Brown ni para proteger a su país.

    —No tiene sentido que exploten un coche para ponerse en evidencia. Ese atentado iba directamente para Stan. Para qué van a destruir su coche. A quien quieren destruir es a Stan. No estoy entendiendo nada.

    —Jefe Brown, yo tampoco entiendo lo que está ocurriendo. Los terroristas no actúan de esa manera. Los que nos están atacando están rompiendo con todo el manual del terrorismo. No le veo lógica en lo que está ocurriendo. Aunque sean terroristas de última generación deben tener algún patrón para actuar. Hemos estudiado a todas las organizaciones terroristas y ninguna tiene un patrón de actuación como lo que están haciendo.

    —¿Quién diablos nos está atacando, Peter? —cuestionó en voz alta—. Necesitamos saber, de manera urgente, quién nos está atacando. No podemos permitir que sigan haciendo su maldito trabajo.

    Peter hizo un breve silencio. Él no tenía respuesta. Él, lo único que tenía eran preguntas. Con las preguntas no lograrían resolver el problema.

    Por unos segundos, los dos hombres hicieron un mutismo lamentable. La impotencia los aturdía.

    —No lo sé. Tenemos que activar todas las alarmas de seguridad de nuestro país. Voy de camino a ver lo que quedó del coche de Stan. Regresaré para la reunión de la medianoche. No podemos permitir que exploten otra bomba. Hay que recurrir a todas nuestras capacidades. Tenemos que ir por ellos y hacerlo pagar su crimen.

    —Debes moverte con seguridad por la ciudad. No quiero perder a mi mejor agente ejecutivo. Busca protección para ir al lugar. Debes moverte con sumo cuidado.

    Peter percibió que el jefe del MI6 de Inglaterra se sentía inseguro. Era el peor problema que podían tener.

    —Nos veremos a la medianoche —dijo sin aprobar las recomendaciones de su jefe.

    El sonido de la interrupción de la conexión hizo que Peter se quedara sin pensamiento. Por unos segundos no sabía qué hacer. Estaban siendo atacados por un fantasma. >, pensó aturdido.

    8

    C uando le anunciaron que Paloma había llegado y que deseaba hablar con él, se sintió miserable. Dwight Brown tenía un afecto muy especial por Stan y por Paloma. Enfrentarse a Paloma sin una información positiva no era nada agradable. Antes de ordenar que la dejaran entrar a su oficina se hundió en su sillón. La noche apenas había comenzado y todo lo que había traído eran dificultades. Observó lentamente cada pared de su espaciosa oficina. Los cuadros, con algunos de los fundadores del MI6, mostraban las imágenes orgullosas de sus trabajos respectivos; otros cuadros mostraban lugares donde las acciones del Servicio Secreto había realizado espectaculares hazañas. Era muy posible que su imagen no revistiera un pequeño espacio de la pared de la galería de eficientes jefes del MI6; se enroscó desconcertado. Le pesaba terminar su brillante carrera de agente al servicio de su Majestad con un acto indigno. Tendría que aplicarse a fondo para salir de la ratonera en que estaba cayendo. Activó el botón rojo del intercomunicador y ordenó que dejaran pasar a Paloma. Tenía que enfrentarse a los demonios que pretendían devorarlo. Tenía que informarle a la esposa de Stan que tenían los peores augurios del destino de su marido. Era una de las misiones más desagradables que le había tocado hacer en la vida. Cuando vio a Paloma abrir la puerta se percató de que no podía decirle toda la verdad de lo que estaba ocurriendo con su marido. Tendría que decirle las cosas paulatinamente para evitar una crisis peor. La imagen que traía Paloma era lamentable.

    —¡Necesito que encuentren a Stan, jefe Brown! —dijo la mujer de Stan apenas se asomó por la gran puerta de caoba centenaria—. Stan no puede desaparecer del centro de Londres. El MI6 tiene que tener capacidad para encontrarlo, esta noche. ¡Es un agente especial y ustedes tienen la responsabilidad de preservarle la vida!

    Dwight Brown mostró una leve sonrisa fingida. Necesitaba suavizar el angustiante momento que estaba viviendo la española. Sabía de la presión que estaba sometida Paloma. Buscaría las palabras que no tenía el diccionario para informarle la realidad de lo que estaba ocurriendo sin provocar una hecatombe en la vida de Paloma. Le tocaba el trabajo más difícil, tener que darle las peores noticias de su vida, a una de las personas que más estimaba. No sabía cómo iniciar la conversación. No podía ser el duro agente secreto británico de guerra frente a la esposa de un gran amigo.

    —Lo encontraremos, Paloma. Solamente es cuestión de tiempo. Antes de que amanezca sabremos dónde está Stan y lo traeremos —dijo con una seguridad que estaba muy lejos de sentir. Era un momento para mostrar sus dotes de actor de teatro, como lo hizo en la universidad, en su época de estudiante—. Estamos buscándolo por todas partes. Lo encontraremos, no importa donde lo hayan llevado. Confía en nosotros.

    Paloma caminó resuelta y llegó hasta donde el jefe Brown. Le dio dos besos, uno por mejilla y se detuvo frente al escritorio para escuchar al experimentado agente secreto. No le creyó ni una de las palabras iniciales. No quería escuchar deseos, sino la presencia de Stan.

    —¿Qué ha pasado con Stan, jefe Brown? —cuestionó con una voz que comenzaba a quebrarse. Su rostro mostraba una desesperación casi siquiátrica—. Necesito saber la verdad. Esta angustia me está matando. Necesito saber qué ha sucedido con mi marido.

    El reclamo salía con un dolor tan desolador que estremecía el ambiente.

    Brown colocó las dos manos sobre el tope del escritorio; acarició el teclado del ordenador personal que tenía en el frente. Dejaba pasar algunos segundos para solventar el escabroso momento que estaba viviendo. Buscaría las palabras más amables para abordar la conversación. No podía decirle que él mismo estaba confundido con lo que había ocurrido. La forma de actuación de los terroristas lo había desconcertado. Se pasó la mano por la calvicie, delatando la preocupación que lo estaba atacando. Sintió que estaba viviendo una auténtica pesadilla.

    —Hasta este momento no sabemos qué es lo que ha sucedido. Para el departamento, ustedes debían estar disfrutando de sus vacaciones en Japón. Estamos haciendo todo lo posible por localizarlo. Todavía no creo que haya que preocuparse demasiado. Debes tranquilizarte y dejar que los agentes hagan su trabajo. Ten confianza en nosotros, Paloma.

    Paloma miró a Brown por el rabillo del ojo y percibió que no estaba hablando toda la verdad. No se movería de la sede del MI6 sin tener una información definitiva de lo que había ocurrido con su marido. No podían tener secretos con ella. Ellos eran responsables de todo lo que le ocurriera a su marido. Tenían la responsabilidad ética de informarle todo lo ocurrido.

    —Pero debe tener alguna hipótesis. Necesito saber dónde está Stan. Qué ha pasado con él. El MI6 tiene que tener una idea de lo que está ocurriendo —dijo levantando su mano derecha que delató un temblor pronunciado.

    El jefe Brown levantó las dos manos y las blandió solicitando calma. Si no lograba calmar a Paloma tendría que mandarla a sedar.

    —Ese es nuestro trabajo y lo haremos, Paloma. De todos modos, la desaparición de Stan nos ha pillado desprevenidos. Puedes estar segura que lo localizaremos donde quiera que esté. Creo que te está preocupando demasiado antes de tiempo. Tú has trabajado en el servicio secreto y sabes cómo se abordan estos problemas. Estamos siguiendo todas las alternativas para encontrar a Stan. La tranquilidad y la sangre fría son las mejores aliadas nuestras, en estos momentos.

    Paloma se dejó caer en una de las butacas frente al escritorio. Estaba vencida. Lo que estaba escuchando de los labios del principal dirigente del Servicio Secreto inglés era que no tenía información de calidad. Peter no había dado señales de vida, en la búsqueda de Stan, y ahora el jefe Brown apenas expresaba deseos personales. Nadie sabía quién había atacado a Stan. Hasta ese momento el propio organismo de seguridad no tenía la más elemental idea de lo que le había ocurrido a su marido. Era una verdadera desgracia la que se ensañaba contra ella. Cómo podían pedirle tranquilidad si su amado esposo estaba en peligro de muerte.

    —No puede ser que un agente del MI6 haya desaparecido de su propias narices y usted lo esté tomando con esa calma, jefe. Creo que el MI6 debía estar alerta por lo que le está pasando a Stan —dijo levantando un poco la voz, ahora con una incipiente ronquera—. Alguien ha desaparecido a Stan y seguirá atacando a otros de ustedes. No creo que Stan sea el único objetivo de los terroristas. Sabes que conozco cómo operan los terroristas islámicos, y ese es solamente el principio.

    —Estamos preocupados, Paloma —dijo apenas.

    Por unos segundos, el silencio agónico despedazaba la precaria tranquilidad.

    Paloma abrió sus grandes ojos y clavó su mirada en Brown, de manera desafiante. No permitiría que el MI6 no hiciera sus mayores diligencias para localizar a su marido. Ellos tenían la responsabilidad de encontrar a Stan. No podía aceptar una irresponsabilidad de esa magnitud. El MI6 tenía que responder por la vida de su marido.

    —El deber suyo y del MI6 es proteger a sus miembros, y principalmente a Stan. Usted muy bien sabe que Stan abandonó al CNI de España por lo deficientes que son, y porque se sentía más seguro trabajando para el MI6. ¡No me digas que los ingleses son iguales a los españoles! —gritó con una rabia

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