El señor de los sueños
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El señor de los sueños - Marcela Mariana Muchewicz
El Señor de los Sueños
El inicio de un nombre
Marcela Mariana Muchewicz
Muchewicz, Marcela Mariana
El Señor de los Sueños : el inicio de un nombre / Marcela Mariana Muchewicz. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tercero en Discordia, 2015.
74 p. ; 20 x 14 cm.
ISBN 978-987-29420-7-6
1. Literatura Argentina. 2. Narrativa Argentina. I. Título.
CDD A860
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.
ISBN 978-987-29420-7-6
Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.
Impreso en Argentina.
Dedicatoria:
A mis hijos Jhon y Alexander por quienes comencé a escribir.
Agradecimientos:
En esta oportunidad deseo agradecer a mi familia por haberme acompañado en todo momento, principalmente a mi esposo Raúl y a mi hermana Mercedes por ser mis principales críticos y ayudantes.
A mi padre por haber confiado en mí siempre.
A mis amigos que leyeron los borradores y me incentivaron a seguir trabajando.
A la señora Stella Maris Leverberg y al señor Arturo Musial por permitirme utilizar el Ecolodge de UDPM San Vicente para que me sirviera de inspiración.
Y especialmente a los lectores por permitirme contarles esta historia.
Prólogo:
Muchas son las cosas que las personas ignoramos de nuestro pasado, y muchas más la que no sabemos de la vida de los hombres en la antigüedad. Cada vez que observamos con detalle alguna escultura o alguna obra arquitectónica del pasado, nos ponemos a pensar en la magnificencia, en la perfección y en los precarios medios con las que fueron creadas.
Es entonces cuando en los recónditos rincones del inconsciente aparecen las respuestas y pensamos… fueron los dioses, pero ¿dónde están ahora? En realidad no sabemos si están o si estuvieron alguna vez, pero la vida está llena de objetos que tienen una marca especial y pueden haber sido creados por alguna razón que quizá haya sido más que humana.
I
Jhon no se podía dormir y sus amigos tampoco. En realidad nadie en el barrio ni en la ciudad ni en el país ni en el mundo podía dormir. Nadie sabía por qué; ya habían probado con tomar leche tibia, contar ovejas y escuchar muy aburridos cuentos, unos detrás de otro y nada, el sueño no venía.
En la casa de Jhon, sus padres comenzaban a preocuparse, durante la noche vieron cómo las agujas del reloj grande de madera que estaba colgado en la pared caminaba constante y sigilosamente, pasando segundo a segundo las horas; y a través de la ventana, tapada por las largas cortinas azules, observaron cómo el sol se dejaba ver primero como una débil lucecita y luego, poco a poco, llenaba todo el lugar con el resplandor brillante de las primeras horas del día.
Ninguno de los tres sabía a qué se debía que no tuvieran ganas de dormir y charlaron dos largas horas sobre lo extraño del hecho, mientras compartían el desayuno. Alex, de tan solo un añito, no participaba mucho de la conversación, pero tampoco había dormido y estaba un poco incómodo. Los padres y el pequeño Jhon necesitaban sacar conclusiones y buscar soluciones. Solían hablar sobre todos los temas que le preocupaban al niño, y este en particular le llamaba la atención a todos así que se habían tomado su tiempo, pero no sabían qué hacer para solucionarlo.
La situación comenzaba a inquietar a todo el mundo y en los noticieros empezaron a escucharse las voces de alerta. Los programas de chimentos por fin dejaron de meterse en la vida privada de los artistas para hablar de algo serio. Los médicos de todas las clínicas y hospitales buscaban explicaciones diferentes al terrible problema de que nadie pudiera dormir desde hacía ya dos días. En fin, era el tema del momento y no había nadie que no contara su propia experiencia.
Jhon creía que no podía tratarse de un virus o de una nueva enfermedad del no sueño, como sugirió el cocinero de las once de la mañana en el programa que miraba su mamá, sino que seguramente había otro tipo de explicación, porque él no se sentía enfermo. Solo un poco cansadito, pero no enfermo.
Él tenía seis años, en realidad casi siete. Y en algún momento, hacía algún tiempo, le había parecido ver entre sueños a un señor con una flauta que tocaba una suave musiquita que le provocaba ganas de dormir.
En su imaginación Jhon creyó que ese señor era el Señor de los Sueños, y cada noche inocentemente lo esperaba para poder dormirse. Pero ahora no lo veía