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El Rostro Humano De La Calidad: Entendiendo La Maravillosa Mente Emocional Mexicana
El Rostro Humano De La Calidad: Entendiendo La Maravillosa Mente Emocional Mexicana
El Rostro Humano De La Calidad: Entendiendo La Maravillosa Mente Emocional Mexicana
Libro electrónico596 páginas9 horas

El Rostro Humano De La Calidad: Entendiendo La Maravillosa Mente Emocional Mexicana

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En este libro, el autor evidenciando una gran experiencia en la vida interna de las empresas, nos presenta un panorama tan real de lo que sucede dentro de ellas, que seguramente todos argumentaremos conocer Industrias Antnez, centro de trabajo en el que se viven una serie de situaciones, en las que interactan su director general Don Julin Antnez del Valle, un hombre autoritario e inflexible, el lder sindical corrupto e irresponsable Fidencio Vzquez, y Juan Hernndez el nuevo secretario general que ejemplifica, a toda esa sangre nueva de trabajadores honestos y preparados, que han estudiado una carreta tcnica, y que razonan de una manera diferente. As mismo, otro personaje clave es el ingeniero Miguel ngel Merizo, consultor en procesos de calidad, quien es llamado para auxiliarlos en el desarrollo de una estrategia de mejora en este sentido.

A travs del desarrollo de la trama que culmina despus de tres aos, con una empresa totalmente evolucionada, se podrn obtener invaluables conclusiones, entre las que destacan el hecho de que el mexicano cuenta con una muy inteligente mente emocional, en la que resalta su necesidad de ser aceptado e incluido, y sobre todo que nos perdemos de todo su talento y creatividad, al colocar barreras que separan a "los de arriba", de los de abajo.

Sin duda este libro, adems de involucrarlo en una historia muy emotiva y viva, en la que chocan diversos intereses, lo har reflexionar sobre las formas de dirigir de manera humana.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento17 abr 2014
ISBN9781463379681
El Rostro Humano De La Calidad: Entendiendo La Maravillosa Mente Emocional Mexicana
Autor

Ángel Díaz Mérigo

Nació en la Ciudad de México, graduado en Ingeniería Industrial con especialidad en electricidad en el Instituto Tecnológico de Veracruz. Dedicó los primeros siente años de su vida profesional al mantenimiento eléctrico, en la industria del aluminio y del acero. Posteriormente siguiendo su vocación humanística, y con la experiencia obtenida en los procesos industriales, giró al lado humano de las empresas, ocupando la dirección de recursos humanos en una importante empresa siderúrgica antes de retirarse, y fundar una firma de consultoría organizacional, orientada hacia auxiliar a los negocios en sus procesos de calidad, desarrollo humano y liderazgo. Actualmente colabora con varias organizaciones públicas y privadas de México y Latinoamérica como consultor y coach. Ha escrito diez libros técnicos sobre liderazgo, valores y calidad. Actualmente se está iniciando en el ramo de la novela educativa, lo que significa, explicar las técnicas de una manera entretenida e impactante.

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    El Rostro Humano De La Calidad - Ángel Díaz Mérigo

    EL ROSTRO HUMANO

    DE LA CALIDAD

    ENTENDIENDO LA MARAVILLOSA

    MENTE EMOCIONAL MEXICANA

    Ángel Díaz Mérigo

    Copyright © 2014 por Ángel Díaz Mérigo.

    Primera Edición: 2005

    JS Desarrollo Integral S.A. de C.V.

    Segunda Edición: 2009

    JS Desarrollo Integral S.A. de C.V. DIMEDUCA

    Diseño de portada: LDG: Judith Díaz Scougall

    Tels: 222 2490222 – 222 2490482

    e-mail: angel@grupodime.com.mx

    http://www.grupodime.com

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 28/02/2014

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    ventas@palibrio.com

    609303

    ÍNDICE

    DE LA DEDICATORIA

    DEL PRÓLOGO

    1 DEL CONSULTOR MIGUEL ÁNGEL MERIZO

    2 DEL ELECTRICISTA JUAN HERNÁNDEZ

    3 DEL EMPRESARIO JULIÁN ANTÚNEZ DEL VALLE

    4 DEL SECRETARIO GENERAL FIDENCIO VÁZQUEZ

    5 DE LOS COMPLEJOS DE ANTONIO ROMÁN Y LAS INVESTIGACIONES DEL POLIZONTE

    6 DE LA REUNIÓN DE JULIÁN ANTÚNEZ CON SUS DIRECTORES

    7 DE LA VISITA DE JUAN Y EL «POLIZONTE» AL SINDICATO

    8 DEL CIRCO ROMANO DE ANTÚNEZ

    9 DE LAS CONCLUSIONES DE JUAN Y EL «POLIZONTE»

    10 DE LO QUE SUCEDIÓ EN LA SALA DE MÁQUINAS

    11 DE LO QUE LE SUCEDIÓ A FELIPE SOTO UN MES ANTES

    12 DE LA REUNIÓN ENTRE JULIÁN ANTÚNEZ Y ANDRÉS VENTURA

    13 DEL DOCUMENTO QUE LEYÓ ANTÚNEZ

    14 DE LAS REFLEXIONES DE CLARITA

    15 DE LAS REFLEXIONES DE JUAN Y LUPITA

    16 DE LA PLÁTICA DE ANTÚNEZ CON EL CONSULTOR

    17 DEL SUSTO QUE VIVIÓ PEREA

    18 DE LA FALLIDA CONSPIRACIÓN

    19 DEL ACCIDENTE DE FIDENCIO (*)

    20 DE LA MAÑANA DEL FALLECIMIENTO DE FIDENCIO

    21 DE LA REUNIÓN ENTRE ANTÚNEZ Y EL CONSULTOR

    22 DEL VELORIO DE FIDENCIO

    23 DE LA COBARDE AMENAZA

    24 DE LA LECCIÓN PARA RENÉ ORTIZ

    25 DE LA VISITA DE JUAN A LA OFICINA DE ANTÚNEZ

    26 DE LA REUNIÓN DIRECTIVA DIFERENTE

    27 DE LAS ELECCIONES SINDICALES

    28 DEL NUEVO SECRETARIO GENERAL

    29 DE LA CELEBRACIÓN EN LA CASA DE JUAN Y EL FIN DE FIESTA SÚBITO

    30 DE LA VISITA IMPORTANTE NO PREVISTA

    31 DEL PROYECTO PARTICIPATIVO Y LA ACTITUD DIRECTIVA

    32 DEL PROYECTO PARTICIPATIVO Y LA INVERSIÓN DE LA PIRÁMIDE

    33 INDUSTRIAS ANTÚNEZ TRES AÑOS DESPUÉS

    DE LA DEDICATORIA

    A mi esposa Judith por sus invaluables aportaciones tanto en la corrección de este trabajo como por sus atinados consejos.

    Como siempre…gracias por tu apoyo incondicional

    A mis hijos

    Judy

    Fernanda y Gerardo

    A mis grandes maestros

    mis nietos:

    Ana Fernanda

    Iñaki

    Santiago

    Eugenio

    DEL PRÓLOGO

    Lo primero que debo explicarle al amable lector es que amo este libro. Y lo amo porque significó una verdadera catarsis personal, ya que en él plasmo a través de mis personajes, que por cierto ya forman parte de mi familia, toda una vida dedicada a trabajar hombro con hombro con las organizaciones mexicanas, tratando de ayudarlas a remontar sus problemas humanos. Este es mi quinto libro, pero en realidad es el tercero, ya que hace ya varios años, en 1988 elaboré un primer ensayo que publiqué «para los amigos» y que bauticé como «Encuentro con la excelencia en México». Aunque me gustó mucho su esencia, por inexperiencia resultó mal escrito y peor impreso, por lo que prácticamente me quedé con todo el tiraje. Sin embargo, siempre estuve encantado con la trama y con mis personajes, sobre todo el del viejo gruñón, malhablado pero simpático don Julián Antúnez del Valle, con quien ahora por mi edad me identifico, ya que si bien cuando le di vida lo veía muy anciano, hoy ya casi lo alcanzo. Después de 16 años, rehice este trabajo, lo complementé con muchos más de experiencia, lo adapté a la época y finalmente quedé muy satisfecho con el resultado final, ya que refleja mis ideas y convicciones sobre la forma humana en la que se debe dirigir al hombre en las empresas mexicanas competitivas del Siglo XXI.

    Tal vez alguien pueda sentirse ofendido por el lenguaje utilizado, mismo que no corresponde al de un libro técnico, que espero, leerán muchos jóvenes estudiantes antes de salir a enfrentarse al complejo mundo laboral, y le concedo la razón. Mis personajes son muy malhablados.

    No obstante por más que pretendí censurar sus comentarios, finalmente no lo pude lograr ya que no se dejaron, y los transcribí tal cual. Acepto esta crítica. Sin embargo creo que haberlos amordazado, hubiera significado cortar parte de su esencia y de la realidad de nuestra cultura. Además, después de ser un resignado testigo de todas las barbajanadas que entran a nuestros hogares con impunidad a través de innumerables series televisivas gringas y mexicanas así como de cultas películas que de manera pasiva aceptamos, aunque estén destruyendo el comportamiento moral dentro de las familias, el lenguaje utilizado en mi libro es equiparable al de las obras de Sor Juana Inés de la Cruz.

    A lo largo de los 33 capítulos que forman este libro, he tratado de enfrentar al lector con lo que sucede en el interior de muchas organizaciones mexicanas, a través de narrar una serie de experiencias vividas por diversos personajes de la vida real, que aunque fueron inventados por mí, en realidad están basados en personas reales de carne y hueso a quienes durante mi vida profesional he conocido y seleccionado como modelo positivo o negativo. Quiero dejar bien claro entonces, que mis héroes tienen rostro y nombre.

    ¿Por qué decidí escribir un libro técnico en forma de novela? Sencillamente porque recomendar estrategias sobre el trato a la gente, por muy atinadas que sean, son difíciles de interpretar y de incorporar al trabajo diario, ya que siempre resultan demasiado frías como si fueran «recetas de cocina» y en muchos casos hasta se les acusa de utópicas.

    El problema al enseñar a dirigir, es que siempre se habla del líder y no de las reacciones de sus colaboradores. Tal pareciera que su éxito sólo depende de él, con tan sólo seguir unas cuantas reglas, y hacer ciertos cambios en su personalidad, lo que resulta una idea equivocada, ya que los colaboradores son actores vivos de la gestión administrativa de sus jefes, y no solamente receptores pasivos, lo que quiere decir que influyen en los resultados para bien o para mal.

    Esto significa que si conocemos las motivaciones de nuestros colaboradores, sabremos como relacionarnos con ellos, y de ninguna manera tendríamos que recurrir a recomendaciones generales, sino que la manera de hacerlo nos saldría del corazón. Por esta razón espero que el lector reflexione profundamente sobre los sentimientos que entran en juego cuando se nos otorga la maravillosa oportunidad de dirigir seres humanos, ya que esta conlleva la responsabilidad de alcanzar los resultados en equipo pero asegurando la felicidad de nuestros semejantes… ¿existe acaso otra misión más trascendente?

    Ángel Díaz Mérigo

    1

    DEL CONSULTOR MIGUEL ÁNGEL MERIZO

    -Seguramente que ese va a ser mi compañero de asiento en el avión, no me cabe la menor duda porque tengo una suerte de perro amarillo.

    Esto pensó Miguel Ángel Merizo al descubrir en la sala de espera del aeropuerto entre todos los pasajeros potenciales, una panza impresionante seguida de un hombre que para colmo, la consentía desvergonzadamente al devorar una torta descomunal, dejando a su paso, rajas de chile jalapeño tiradas por el piso, y un olor a vinagre que hacía que todos aquellos con los que se cruzaba se olisquearan las axilas por eso de las dudas. Vestía una camiseta estampada con la marca de una cerveza, misma que llevaba fuera de los pantalones, y debajo de ella, colgando asomaba una porción de carne flácida que ésta no alcanzaba a ocultar.

    -¿Por qué nunca me toca una compañera de viaje como aquella?

    Se dijo, mirando a la bella joven ejecutiva de cuerpo espectacular y rostro serio, quien actuaba como si estuviera sola en la sala de abordar, despreciando a todos aquellos que la contemplaban con ojos de perros famélicos, mientras leía «Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva» de Stephen Covey.

    Después de estas reflexiones, Merizo sonrió para sus adentros. Era su cuarto vuelo en esa semana, y estaba seguro de que viajaría comprimido por el hombre que en esos momentos dormitaba sentado, con el mismo rostro plácido de la boa que acaba de deglutir un lechón completo.

    -Yo creo que nos equivocamos en llamar pacientes a quienes acuden a un consultorio médico, ya que este título debería ser otorgado a los que viajamos hoy en día en avión, al vernos expuestos a infinidad de lineamientos que con el pretexto de la seguridad, por eso de Bin Laden y los que se acumulen, hacen del viaje un verdadero Vía Crucis que atenta en contra de la dignidad de los resignados pasajeros que no podemos, ni debemos abrir la boca en una queja, so riesgo de quedarnos en tierra. «Hagan una sola fila» «Permanezca sentado, estamos llamando solamente de las filas 19 en adelante» «Le voy a revisar su equipaje» «¿Qué es esto?» Pregunta a la atribulada dama el responsable guardia de seguridad frente a todos los sonrientes pasajeros, enarbolando en alto un tarro de crema para irritaciones íntimas. «Pase una vez más por el arco magnético, pero ahora sin cinturón ni zapatos» «¿Se podría quitar los dientes postizos?» «El vuelo que debería salir a las 11:50 saldrá a las 13:00» «Lo voy a cambiar de asiento porque viaja una señora con niño en brazos, y por seguridad no puede sentarse ahí. Por esta razón, escogimos a un pendejo, que es usted, para que le cambie su cómodo lugar de pasillo» mismo que seleccionó con días de anticipación, «por ese otro» precisamente en medio de dos voluminosos gringos. «Perdón» se disculpa sin el menor remordimiento de conciencia, la caderona sobrecargo, ante el violento nalgazo que nos propina, el cual provoca que nuestra cerveza se derrame en la única corbata que llevamos para asistir a la reunión importante.

    Miguel Ángel volvió a sonreír ante sus propias ocurrencias, mirando a toda aquella gente que al igual que él, reflexionaba en silencio sobre sus propios problemas con cara de resignación, y esperando con sumisión la próxima indicación de los empleados de la aerolínea, misma que no se hizo esperar, ya que anunciaron el inminente abordaje, iniciando por «los pasajeros viajando en Clase Premier, quienes vengan acompañados por niños, o requieran alguna clase de ayuda».

    Ante este aviso, de inmediato se comenzó a formar la enorme fila, destacando aquellas personas que como siempre, nerviosamente desean abordar antes que los demás para acaparar los escasos espacios para equipaje (disponibles para todos y no sólo para ellos) tirando de sus enormes maletas «con rueditas» que por alguna misteriosa razón nunca documentan, entorpeciendo el flujo continuo de pasajeros, al dedicar largo tiempo a buscarles acomodo, invadiendo de manera abusiva los correspondientes a otros asientos, y después en la compleja tarea de atiborrarlos a la fuerza, a punta de violentos empujones que hacen pensar que algún día cederá el fuselaje y caerán éstas hacia afuera, sobre la pista.

    Después de esperar pacientemente a que estos especimenes terminaran su agresiva actividad, Merizo por fin llegó a su lugar asignado y no pudo reprimir una mueca de burla hacia sí mismo, al ver el asiento de la ventanilla vecino al suyo, ocupado por esa tremenda panza, misma que no solamente ocupaba su lugar, sino también una buena parte del de él.

    Una vez acomodado o «comprimido» en el minúsculo espacio libre que le quedaba, y después de un hipócrita «buenas tardes» dirigido al hombre de la panza de fuera, pero que en el fondo quería decir «Púdrete pinche gordo estorboso», y asqueado por el fuerte olor a vinagre que despedía, continuó observando con detenimiento a las personas que pasaban a su lado a ocupar sus asientos, esquivando los golpes de las maletas «de mano», tratando de imaginar cómo serían sus vidas.

    -Hasta la persona que nos parece más insignificante por sus rasgos físicos o vestuario, es alguien importante o valioso para el grupo social al que pertenece. Es padre, hijo, amigo, esposo, además de que si platicamos con él conoceremos otra percepción de la vida diferente a la que poseemos, lo que definitivamente nos enriquece. Los conflictos humanos parten de la falta de respeto hacia los gustos o comportamientos de los demás, o al hecho de sentirnos superiores a otros, creyendo que cuando nacimos Dios dijo: «Caramba, me azoté, tanta perfección me puede afectar al estar creándome una competencia» y entonces rompió el molde y sólo nos hizo a nosotros.

    Sonrió al imaginar a Dios rompiendo los moldes de quienes estaban sentados en Clase Premier, ya que desde su lugar le era posible observar las actitudes petulantes de los que desde su mismo ingreso al avión, vio cómodamente sentados en sus amplios sillones, mirando de manera despreciativa a la «chinaca popular» que circulaba a su lado para ocupar los asientos de atrás, y poniendo una cara de importantes hombres de negocios globales, que se veían obligados a soportar la incomodidad de tener que viajar entre tantos «nacos».

    Uno de ellos, de no más de treinta años, con tipo de egresado del «Tec» tanto por su expresión como por el enorme anillo de graduación que lucía, y con un «letrero» de Femex bordado en su camisa, en cuanto despegó el avión, de inmediato sacó una supercomputadora Vaio que colocó en su mesita abatible, le conectó una ultramoderna Palm, y un dispositivo que pegó en la ventanilla, tal vez con el objetivo de utilizar los rayos solares como fuente de energía. No obstante cuando más entretenido se encontraba Merizo concentrado en la observación de la manipulación ostentosa de toda esa inútil pero apantallante tecnología para ejecutivos, la sobrecargo de un sólo golpe, corrió la cortina que separaba el primer mundo del resto del pópulo.

    -La cortina sirve para que no protestemos los marginados del tercer mundo al ver las atenciones de las que son objeto aquellos que pagaron casi el doble por recorrer la misma distancia que los de atrás- pensó sonriendo y continuó -El mismo sándwich sólo que en vajilla elegante, la misma sal pero en vez de venir dentro de un sobre, está dentro de un minúsculo pero elegante salero, los mismos cubiertos pero en primera finos y atrás de plástico frágil, aunque claro, ellos tendrán acceso a más tragos que nosotros. Algún beneficio deberían conseguir por gastar tanto dinero… bueno, las empresas para las que trabajan, no ellos.

    -Caray, creo que me estoy viendo muy envidioso, porque solamente critico a la gente que viaja en Clase Premier cuando voy atrás, ya que cuando la línea aérea amablemente me ha pasado a ocupar un sitio en este privilegiado lugar por alguna razón que ignoro, ya que no soy ni artista, ni futbolista, ni político, entonces seguramente que he puesto la misma cara altanera que ellos.

    De reojo observó a su voluminoso compañero de viaje, quien con actitud desesperada miraba hacia atrás a cada momento, tratando de imaginar el tiempo que debería esperar antes de que le sirvieran el «tequila doble con una cerveza» que en su momento solicitó. Mientras lo escuchaba triturar puñados de cacahuates con la boca abierta, Miguel Ángel con los ojos cerrados aparentando dormir para evitar un posible diálogo con su acompañante, y asqueado porque ahora olía a cacahuates con vinagre, comenzó a meditar sobre la actividad que durante varios años había venido desarrollando.

    -Parece que fue ayer cuando abandoné la empresa en la que trabajé por tanto tiempo, disfrutando de toda la seguridad y beneficios semejantes a los que goza en estos momentos el joven ejecutivo de Femex. No obstante por desgracia para él, nada de lo que hoy posee es suyo, y tarde o temprano todo eso se le acabará. Yo también en su momento, me fui sintiendo cada día más «iluminado» al escalar posiciones más altas y finalmente al salir, a nadie, absolutamente a nadie de mis «fieles» colaboradores observé triste o solidario ante mi situación. Nadie evidenció lealtad hacia su ex «amado» jefe, ya que por el contrario, no deseaban mostrar el menor asomo de amistad a quien era arrojado del Olimpo, para evitar cualquier riesgo de «contagio». La vida es una parábola, comenzamos abajo y hacemos hasta lo imposible para subir a costa de lo que sea y de quien sea, y llegamos a nuestra cúspide, (cada uno tiene la suya de acuerdo a sus ganas y capacidad de logro) sin embargo, al llegar arriba comenzamos el descenso, reconociendo con amargura que muy poco valió la pena tanto sacrificio personal, y sobre todo de los que se ama.

    -Se nos acaba la suerte en instantes, al ganarnos la antipatía de algún dictadorcillo superior (aunque sólo sea en posición organizacional), a quien caprichosamente se le mete en la cabeza que debemos esfumarnos, y tarde o temprano nos desaparece. O también inicia el descenso cuando comenzamos a hacernos viejos, y ya no hablamos el mismo lenguaje de las nuevas camadas de jóvenes que al principio nos admiraron, porque los enseñamos, pero que poco a poco nos comienzan a despreciar al notar grandes diferencias entre nuestra manera de actuar y pensar y la suya. Les molestan nuestras arrugas, el mal olor del aliento y las experiencias que a cada momento enarbolamos como asideros del pasado, mismas que nos hacen disfrutar de los recuerdos de antiguas glorias, así como de la estrecha familiaridad con la que recordamos a nuestros amigos, los fundadores, con quienes trabajamos entonces hombro con hombro.

    «Cuando iniciamos las operaciones de la empresa, toda la medición del proceso era manual, teníamos que caminar todo el tiempo y subir a las torres, además los manómetros no eran muy exactos por lo que…» Ante estas nostálgicas reflexiones de los más viejos, los jóvenes ríen para sus adentros ya que para ellos ese gran esfuerzo no significa nada. Hoy desde una sala de control climatizada operan dispositivos computarizados mucho más precisos, mismos que los profesionistas antiguos no logran dominar porque sencillamente ya están fuera de la tecnología que conocieron, y que es característica de este nuevo mundo. Para esos ejecutivos jóvenes, los esfuerzos de hombres que en su momento lograron la creación y aseguraron la permanencia de sus ahora modernizadas fuentes de trabajo no los conmueve, ya que están acostumbrados a ver hacia adelante y nunca hacia atrás, porque sencillamente a su edad todavía no cuentan con una historia que los enorgullezca, por lo que todo se reduce a expectativas futuras. En cambio para el viejo que vive hoy a manera de desadaptado, un presente y futuro que le exige mucho más de lo que puede dar, su seguridad y autoestima está sostenida por los hechos pasados, ya que sus méritos están escritos en su historia personal, y los necesita recordar periódicamente para no sentirse inferior a los que cuentan por el momento, con algo que en un futuro también perderán… la juventud.

    -Por esta razón de índole biológica y natural, debemos prepararnos para vivir todas nuestras etapas de la vida con dignidad. Saber en qué momento hacer qué cosas, para después no sufrir lo que tantos viejos enfrentan al llegar a la edad de la jubilación, la defensa indefendible de sus puestos como gatos boca arriba haciendo solamente el ridículo. Debemos estar conscientes, aunque no nos guste, que a la cúspide del éxito en la parte superior de la parábola de la vida, sigue el descenso y finalmente la muerte. Por esta razón debemos cuidar mucho la manera en que ascendemos, para asegurar en la medida de nuestras posibilidades un trato equitativo cuando nos enfrentemos al siguiente paso. Si alguien no está de acuerdo con esto, pues que vaya y le reclame al Creador que fue quien inventó las cosas de este modo… y hablando de Dios… creo que estoy escuchando y viendo a un ángel.

    -¿Le sirvo algo más señor?- la voz y rostro sonriente de la simpática y bella sobrecargo sacó a Miguel Ángel de sus cavilaciones, observando que entregaba a su compañero de asiento otro vaso de tequila doble con su consabida cerveza.

    -No gracias, así estoy bien- le contestó mirando de reojo a su acompañante con aire crítico mientras éste sin inmutarse trataba de abrir con los dientes la bolsita de cacahuates que acababa de recibir con sus tragos.

    -Ahora entiendo por qué carga una panza tan divina- se dijo retomando el hilo de sus pensamientos.

    -Qué bueno que yo sí tuve la oportunidad de salir a tiempo de la empresa en la que trabajé por tantos años antes de comenzar a «apestar» por viejo. Aunque honestamente mi salida no haya sido totalmente voluntaria y menos planeada, finalmente el resultado fue bueno… tuve mucha suerte de envejecer en mi propio negocio. Es irónico pero en algunas profesiones hacernos viejos significa ser despreciados, y en otras este mismo hecho natural nos hace ocupar una posición de respeto, e incluso hasta estar mejor remunerados que muchos jóvenes.

    Estas reflexiones lo hicieron sentirse contento consigo mismo, y lo llevaron de manera irremediable a recordar su pasado nada fácil.

    «Mira hijo, la vida es muy difícil y tienes que luchar todo el tiempo para alcanzar mejores niveles de vida». Así le recordaba con frecuencia su padre, quien había comenzado a trabajar desde los nueve años de edad para sostener a su madre y hermanas ante la muerte prematura de su propio padre, lo que le había impedido estudiar formalmente. Aunque él fue para Miguel Ángel un buen ejemplo de entrega en el trabajo y de superación personal, no obstante las adversidades vividas en su niñez, nunca había podido justificar su carácter violento y casi siempre falto de amor hacia los demás, como consecuencia de un orgullo patético. Podía ser un maravilloso amigo en un momento, y al siguiente una persona altanera e intransigente que se dejaba llevar por sus impulsos agresivos sin medir consecuencias. -Todos mis amigos en la escuela me envidiaban por tener un padre tan simpático y amigable, sin embargo ellos nunca se quedaron a ver la transformación que sufría una vez que se retiraban.

    «Yo lo único que te voy a dejar cuando muera es tu carrera profesional pero nada más», le remarcaba con frecuencia para justificar su tacañería. No obstante haber contado con una desahogada posición económica que le permitió brindarse absolutamente todos sus gustos, nunca quedaba algo para canalizarlo hacia las necesidades normales de los hijos que al ir creciendo, deseaban disfrutar aunque fuera modestamente de lo que gozaban sus compañeros de escuela. Por desgracia para ellos, esto siempre fue considerado como un gasto innecesario.

    Miguel Ángel a diferencia de sus hermanos menores que prácticamente huyeron de ese régimen dictatorial, decidió permanecer en casa «capoteando el temporal» y tratando de satisfacer los caprichos de su padre, haciendo de lado sus propios gustos y hasta su dignidad, hasta culminar su carrera profesional, momento en el que se «liberó» del yugo paterno, y sin siquiera voltear la cabeza hacia atrás abandonó esa casa que desde el fallecimiento prematuro de su madre, cuando él contaba apenas con seis años de edad, había dejado de ser hogar.

    Con tan sólo un poco de ropa como única posesión, y cargado de toda la ilusión acumulada de comenzar a vivir la vida que tanto había soñado, y que a sus veintitrés años se le había negado, se enfocó fervientemente a obtener su triunfo profesional. No obstante, por desgracia había sido programado para lograrlo, a costa de lo que fuera y de quien fuera, sin detenerse a juzgar los medios utilizados, siguiendo la directriz paterna de que «el fin justifica los medios».

    -¿Me permite pasar?-. Escuchó la solicitud suplicante de la panza que lo acompañaba en el asiento de junto, y que se notaba a punto de vomitar, ya que lucía su rostro un tono verdoso y sus ojos estaban enmarcados por ojeras negras.

    Merizo no contestó sino que de un brinco salió de su asiento para permitirle el paso al voluminoso hombre, que hizo gala de una agilidad que nadie hubiera podido considerar posible, dirigiéndose a toda prisa hacia el fondo del avión propinando a su paso codazos y caderazos, y hasta tomándose desconsideradamente de las caras de quienes dormitaban en sus asientos haciéndoles pegar un respingo, en su desesperación de llegar al baño antes de echar fuera las cervezas, los tequilas, los cacahuates y la torta olorosa a vinagre.

    -Vaya, por poco hasta me vomita este amigo, claro con todo lo que ha engullido-. Se dijo sentándose de nueva cuenta.

    -No cabe duda que fui aleccionado muy bien. Es curioso reflexionar sobre el hecho de que aunque estemos conscientes de que estamos recibiendo una educación incorrecta de alguien a quien criticamos, finalmente actuamos a su imagen y semejanza como si hubiéramos sido programados para repetir la historia. Mi padre siempre me dijo que debería aprender a defenderme, porque en el transcurrir por la vida uno está solo, y es un hecho que todos los que nos rodean nos quieren dañar, razón por la que debemos ser «hombres duros» y sobre todo, no perdonar ni justificar fallas ajenas. Con frecuencia me mostraba con orgullo las irrespetuosas cartas que enviaba a sus colaboradores cuando hacían las cosas de manera incorrecta, o sencillamente diferente a como él las hubiera hecho.

    -Lo vi en una ocasión, en su afán de «no dejarse de nadie porque todos te quieren fregar» sacar una pistola en una tienda de artículos eléctricos, y llevarse un radio porque el dueño de la negociación le había vendido unos terrenos que se inundaban con las lluvias y no le quería devolver el enganche. Supuestamente con este se cobraba, y lo único que logró con esta acción arrebatada fue meterse en un complejo problema judicial.

    -En frecuentes ocasiones nos obligó a ocultarnos en casa sin hacer ruido ante la visita de ciertas familias amigas, que llegaban los domingos a la granja en la que vivíamos en Veracruz, porque «eran demasiado cargados y abusivos, y ya se habían acostumbrado a llegar a tomar la copa sin avisar», y un día se le metió en la cabeza que ya no los recibiría más porque lo incomodaban, cuando que esas esporádicas reuniones con personas amables (e hijas guapas) eran nuestra única posibilidad de pasar un domingo diferente, contentos y relajados (porque frente a ellos se comportaba de maravilla).

    -Aunque yo no estaba de acuerdo con esta forma de actuar, comencé a practicar estas enseñanzas durante los inicios de mi vida profesional. Como ingeniero industrial electricista, inicié mis labores en el área de mantenimiento de la acería de una empresa siderúrgica, y me convertí en adicto al trabajo, lo que significa no aceptar ni siquiera descansar los fines de semana, y menos tomar vacaciones, asumiendo una actitud exigente y hasta grosera con aquellos que se equivocaban y tenían la mala suerte de trabajar conmigo. ¡Qué idea tan equivocada es el hecho de creer que porque vamos ocupando puestos más importantes estamos alcanzando casi la santidad! ¡Qué triste es constatar que por culpa de la soberbia creciente nos vamos rodeando de personas que nos sonríen de manera artificial para asegurar su supervivencia, pero que en el fondo nos detestan! ¡Nos convertimos en sordos y ciegos ante las opiniones de los demás, porque no los consideramos a nuestra misma altura, como si con el poder se nos otorgara la sabiduría absoluta!

    Merizo interrumpió otra vez sus pensamientos al escuchar la voz debilitada del compañero de asiento, que había regresado y le solicitaba humildemente permiso para tomar su lugar de nueva cuenta, lo que lo obligó a pararse para dejarlo pasar con una sonrisa que aunque forzada, era comprensiva al entender la situación tan desagradable por la que seguramente estaba pasando.

    -¿Todo bien?- le preguntó más por cortesía que porque realmente le importara que todo hubiera estado bien.

    El aludido, ya más recuperado y con el rostro menos verde le sonrió con tristeza.

    -Sí señor, muchas gracias- se limpió la boca con un pañuelo desechable que traía en su mano y continuó. - Me dio mucha pena molestarlo, el problema es que comencé a sentir unas enormes náuseas porque he estado muy mal del estómago.

    -Seguramente ha comido mucho ¿no?- le contestó Merizo con una sonrisa burlona recordando la enorme torta y los cacahuates.

    -No señor, por una gastritis tremenda que me dio porque he estado muy angustiado. Me acaban de «correr» de la chamba y me dejaron en la calle, además de que mi madre está en el hospital muy grave, y estoy muy preocupado porque la cuida mi esposa, y el problema es que tenemos hijos chicos que necesitan de su atención, y yo no he podido ayudarla por estar trabajando en Baja California. Después de que me corrieron sin darme ni un quinto, mis compañeros de trabajo hicieron una colecta y me pagaron el boleto del avión para que me pudiera regresar rápido… pero como me da mucho miedo volar… pues pensé que tomando unos tragos se me quitaría y mire, sólo conseguí sentirme peor.

    Merizo se sintió apenado por haber pensado tan negativamente de ese pobre hombre, y solamente atinó a preguntarle: - ¿Y en qué trabajaba usted en Baja California?

    -Me dedico a la reparación de motores marinos de combustión interna, trabajaba antes en los Astilleros de Mazatlán, pero como a mi esposa le hacía mal el calor nos regresamos a Toluca, porque somos de allá, pero no ganaba lo suficiente, entonces acepté un trabajo en Guerrero Negro, y todo iba bien hasta que llegó ese ingeniero presumido como residente de la obra y me corrió. Pero algún día me lo encontraré-. Terminó con la cara ahora ya no verde, sino colorada por el coraje reprimido.

    -¿Y… se puede saber por qué lo corrió?- preguntó de nuevo Miguel Ángel picado por la curiosidad.

    -Pues nomás porque él es el jefe y se puede dar esos lujos. Me corrió sólo porque le reclamé de mal modo, lo reconozco, que no me gustaba la forma de exigirnos casi a gritos. Le dije que no somos animales y que merecemos respeto. El problema es que hace falta trabajo en México, y esto nos obliga a chambear duro y sin reclamar nuestros derechos, tenemos que apechugar nos guste o no, pero como estaba yo tan tenso, pues no me quedé callado y ese fue mi error. Ahora no sé que voy a hacer para sacar a mi mamá del hospital y llevármela para la casa, me imagino que las medicinas deben estar muy caras… y yo sin trabajo.

    Terminó tristemente haciendo una pausa y poniéndose una mano en el pecho a la altura del corazón esbozando una mueca como de dolor.

    Merizo notándolo le preguntó alarmado: -¿se siente bien?

    -Si… creo que sí… lo que pasa es que tengo que acudir nuevamente al baño, ya que parece que también se me soltó el estómago-. Y diciendo esto se paró con el rostro más verde que en la ocasión anterior.

    Una vez que el pobre hombre tomó trastabillando el rumbo al baño, Merizo se sentó y retomó el hilo de sus pensamientos:

    -Cuántas veces haciendo uso del poder habré afectado a personas como este amigo que merecen un absoluto respeto. Es cierto que cometen errores, y no nos gustan. Pero en primer lugar quién no los comete, y en segundo, qué diferente resulta la llamada de atención al ejecutivo que se equivoca, a la del trabajador que falla. Incluso yo mismo tuve jefes que me apoyaron ante mis errores y me los hicieron notar con absoluto respeto a mi dignidad, buscando con ello que no los cometiera en lo sucesivo y no que me sintiera mal, y todavía siento por ellos un profundo agradecimiento. Tal vez si el jefe de este hombre se hubiera molestado en conocer el problema familiar que lo aquejaba, seguramente que habría entendido y hasta justificado su reacción violenta. Finalmente todos somos humanos y estamos expuestos a tener malos momentos, y necesitamos ayuda para sobreponernos. ¿Qué será ahora de él y su familia? Es terrible que no nos enseñen en las escuelas a dirigir con éxito seres humanos complejos, plenos de diferentes necesidades que deben ser satisfechas por sus líderes. El problema es que dirigimos como se nos va ocurriendo, lo que significa que reaccionamos a nuestro temperamento y aprendizajes, sin ponernos en los zapatos de cada colaborador que es diferente. Además de que finalmente ni nos interesa como persona, sino como ejecutor de la tarea que le encomendamos, y que debe ser cumplida sin justificaciones de ningún tipo.

    -¡Señorita!- se dirigió a la sobrecargo con tono altanero otra persona a quien no podía ver porque se encontraba en un asiento detrás de él.

    -Llevamos más de tres cuartos de hora de demora y voy a llegar tarde a una reunión que tengo en la Ciudad de México, ¿que está pasando? ¿No que son la línea aérea más puntual del mundo? Esto nunca sucedería en una aerolínea americana, cada vez están peor ¿he?

    -Señor, le ruego nos disculpe, lo que sucede es que el vuelo inició en Guadalajara y no pudimos salir a tiempo por niebla en la pista-. Trató de explicarle pacientemente la sobrecargo.

    -¡Perdóneme señorita pero esos son puros pretextos! Me ha tocado salir de Nueva York con intensas nevadas y sin demora, pero claro ha sido por Delta, no por Aeroméxico. En fin, espero que algún día abandonemos el subdesarrollo y cambiemos nuestra actitud a «sí se puede» dejando atrás las inútiles excusas.

    -Otro «mamerto»- pensó Merizo mientras pasaba a su lado la joven con las mejillas coloradas por los deseos reprimidos de contestarle como se lo hubiera merecido.

    -Seguramente que este es otro «ejecutivo» con licencia para agredir valientemente a quien ni tiene la culpa ni se puede defender. ¿Por qué seremos tan susceptibles a caer en estos comportamientos altaneros pasando encima de los demás seres humanos con toda impunidad? Si ya va a llegar tarde, ¿para qué hacer el sainete? ¿Solamente para desahogar su coraje en alguien que no le puede contestar de la misma forma? ¿O tal vez para que su ego inflado reciba un apapacho al hacerse escuchar por todos los pasajeros que le rodean, quienes supuestamente se quedarán boquiabiertos por la impresión de toparse con un «súper ejecutivo» de carne y hueso?

    En esos momentos, se recordó a sí mismo años atrás, gozando de su triunfo, al haber alcanzado la posición más alta a la que podía aspirar en la empresa para la que trabajaba dentro de su especialidad, una subdirección ejecutiva de recursos humanos, plena de prestaciones para él y su familia… siempre y cuando agachara la cabeza ante su jefe, y se ajustara a las exigencias de sus poderosos y prepotentes directores corporativos, mucho más jóvenes y con menor experiencia que él.

    -Qué orgulloso me sentí al estar por encima de tantos colegas, a quienes gracias a las enseñanzas torcidas pero efectivas de mi padre, había dejado en el camino. Pero también cuántos amigos de antaño se alejaron de mí al observarme inflado como guajolote, tomando decisiones «por la empresa» y pasando encima de las personas, aunque en lo más profundo de mi conciencia, reconociera las injusticias. «Es una orden y debo obedecer» me decía tratando de lavar mi conciencia. «Es por el bien común» luchaba por convencerme, pensando en la supervivencia de mis prestaciones, no obstante ser atormentado por esa voz interna que me reclamaba el duro precio que estaba pagando con la finalidad de sostenerme a toda costa en el Olimpo.

    «Les habla el capitán para comunicarles que hemos iniciado nuestro descenso al aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México en donde aterrizaremos en veinte minutos aproximadamente» Se escuchó la voz del capitán en el altavoz directamente sobre su cabeza.

    -¿Qué pasará con mi compañero de viaje? Seguramente que la diarrea le pegó muy fuerte-. Pensó Merizo mientras verificaba automáticamente el ajuste de su cinturón, ya que siempre lo ponía nervioso este momento del vuelo, y de inmediato continuó reflexionando sobre su pasado.

    -En muchas empresas es necesario «comprar» la permanencia privilegiada, guardando silencio y aceptando las indicaciones gusten o no, convengan o sean estupideces, formando parte de un equipo elitista de payasos convenencieros, que maneja a su antojo la vida de los demás, como lo hacía el «equipo» que rodeaba a Hitler, o los que apoyaron a López Portillo sin hacerle ver sus barbaridades, o quienes ensalzaron a Salinas sin decirle que estaba perdiendo el piso, o quienes animaron a Bush para atacar Afganistán o Irak. En todos estos casos la conciencia queda apagada por la conveniencia de gozar beneficios especiales. Ahora me siento muy feliz enseñando a los líderes a comportarse de una manera humana con sus colaboradores, desarrollando ambientes de trabajo que respondan a las expectativas de nuestra cultura emocional mexicana. Como siempre lo menciona mi admirado maestro, el Dr. Octavio Rivas, «antes me dedicaba a operar corazones enfermos como cirujano, ahora enseño a las personas a no enfermar su corazón». De la misma manera, y guardando todas las proporciones ya que él es un verdadero sabio, también cambié de vida y hoy estoy satisfecho. Tengo amigos que nada tienen que ver con posiciones en organigramas, puedo seleccionar a los clientes con los que deseo trabajar y sobre todo, nadie me puede amordazar adueñándose de mi libertad como antes sucedía. Además creo que puedo contribuir mucho al bienestar de los hombres, orientando a los directivos para que no actúen como lo hicieron con mi pobre compañero de asiento, que por cierto ya me está preocupando porque no regresa.

    Sus reflexiones fueron interrumpidas súbitamente por el sonido de los altavoces: «Si entre los pasajeros viaja un doctor le pedimos que se identifique con las sobrecargos».

    De inmediato Miguel Ángel imaginó que algo grave le había sucedido, percepción que fue corroborada por la sobrecargo amable, que con los ojos llorosos se le acercó y le solicitó nerviosamente: -¿Me podría pasar por favor el equipaje del señor que lo acompañaba?

    -Claro señorita- le contestó Merizo contagiado de su nerviosismo, entregándole un maletín de plástico de baja calidad, que había sacado de debajo de su asiento, a la vez que preguntaba:

    -¿Le sucede algo?

    La sobrecargo en voz baja para que nadie escuchara, le contestó consternada limpiándose una lágrima: -A…acaba de morir, cr…creo que le dio un infarto al salir del baño… lo…lo tenemos tendido en el último asiento… ¿lo…lo conocía?

    -No señorita, sólo hablé con él unos momentos- le contestó Miguel Ángel sumamente impresionado y sin poder creer lo que estaba escuchando, y de inmediato sintió un odio mortal por ese joven ejecutivo prepotente, sin rostro y sin nombre, que había contribuido eficientemente a segar la vida de un ser humano, afectando de manera irreversible el presente y futuro de toda una familia, habiendo tenido en sus manos la maravillosa oportunidad de ayudarlo a resolver su situación si tan sólo hubiera entendido su responsabilidad como jefe, involucrándose en su problema y ayudándolo a salir adelante.

    -¿Cuántos jefecitos como ese andarán por ahí mandando al hospital o al panteón a personas buenas, que lo único que desean es vivir en paz y prosperar, y que por el contrario, se ven agredidos por tipos irresponsables que asumen sus cargos para desahogar sus complejos personales? ¿Por qué les cuesta tanto trabajo a los directivos reconocer que el desarrollo humano, la integración de los equipos, la participación en las mejoras y el reconocimiento a la buena labor, son algunas de las actividades a las que se deben dedicar con más interés, paralelamente a las mejoras tecnológicas y administrativas? ¿Por qué se evidencia tanto el desinterés por los hombres en el trabajo?

    En esos momentos Merizo sintió una enorme responsabilidad ante el hecho de dedicarse a la enseñanza y la consultoría dentro de las organizaciones humanas. Tal vez era una actividad que nunca lo convertiría en un hombre rico en el aspecto material, pero que a cambio, le permitía cosechar todos los días innumerables satisfacciones de orden psicológico y espiritual, ya que estaba poniendo su grano de arena para hacer de infinidad de organizaciones mexicanas, lugares de trabajo más dignos y respetuosos, y como consecuencia, estaba ayudando a que muchas familias crecieran al estar lideradas por hombres satisfechos. Al recordar a su compañero de viaje Merizo sintió tristeza, pero a la vez, el entusiasmo por el desarrollo pleno de su actividad profesional creció más, al entender que tenía todavía por delante a muchos, muchísimos jefes que debía orientar para enseñarles a tratar al hombre, al mexicano, con absoluto respeto a su dignidad.

    Al aproximarse el avión a su destino final, la sobrecargo de Clase Premier abrió la cortina de nueva cuenta para homologar a todos los pasajeros, ya que no existían ni viandas ni tragos a la vista qué esconder, por lo que pudo observar después de un excelente aterrizaje, que justo antes de detenerse la aeronave en plataforma, el joven ejecutivo con el «letrerito» de Femex bordado en su camisa, se paró de su asiento como impulsado por un resorte, abrió el compartimento de equipaje, y comenzó a tirar de su voluminosa maleta con «rueditas» mirando con aire retador a la sobrecargo que acababa de informar a través de los altavoces que «permanecieran sentados con el cinturón ajustado hasta que se apagaran los letreros de abrocharse el cinturón y el avión se hubiera detenido totalmente».

    Una vez que logró sacarla, junto con una chamarra ajena que cayó en la cabeza de otro pasajero, con aire petulante por el volumen que imprimió a su voz, inició una conversación con su secretaria a través de un moderno celular. En esos momentos el avión se detuvo totalmente con un fuerte movimiento que cogió desprevenido al profesionista, ya que con una mano ajustaba su computadora a la gran maleta con «rueditas» y con la otra sostenía el celular en su oreja, por lo que perdió el equilibrio cayéndole encima a la seria ejecutiva que soltó su libro «Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva» de Stephen Covey en el que continuaba enfrascada, mismo que fue a parar a los pies de la sobrecargo, quien sentada en su lugar para el aterrizaje, lo recogió del suelo con una mirada pícara y vengativa, con la que no podía ocultar la gracia que le había ocasionado el ridículo del joven que la había retado anteriormente al no obedecer sus indicaciones.

    Una vez que éste hubo recuperado la verticalidad, se disculpó con la joven ejecutiva con el rostro amoratado por la vergüenza sufrida, recibiendo como respuesta una mirada fría con la que lo hubiera querido fulminar, al mismo tiempo que recibía, de la sonriente sobrecargo, su libro con las páginas arrugadas por la caída.

    -¿Está bien? ¿No se lastimó?- le preguntó ésta al accidentado aparentando genuina preocupación, pero con voz más alta de lo necesario para culminar su venganza, reforzando la humillación que éste sufría.

    -Estoy bien señorita, no fue nada-. Contestó el aludido con los ojos fijos en el letrero apagado, en el que se leía «Lavatory», y sin voltear a verla para evitar su mirada burlona.

    La situación tensa fue rota por la voz del capitán de la nave quien informó a los pasajeros, tanto en español como en inglés, que permanecieran sentados ya que no se podía iniciar el desembarque en tanto no llegara el agente del Ministerio Público «quien ya estaba en camino» para dar fe del lamentable fallecimiento accidental de uno de los pasajeros.

    Sorprendidos por este hecho, las personas que se habían puesto de pie, comenzaron a tomar sus asientos de nueva cuenta, hablando nerviosamente entre ellos, destacando la voz del hombre sentado detrás de Merizo quien se dirigió por segunda ocasión a la sobrecargo:

    -Señorita, yo no puedo quedarme aquí adentro, porque me están esperando para presidir una junta… exijo hablar con el capitán para que me deje bajar inmediatamente, ya me han hecho perder mucho tiempo, primero con la demora y ahora con un muertito con el que nada tengo que ver.

    La aludida, haciendo gala una vez más de paciencia le contestó con firmeza:

    -Señor, la puerta del avión no se puede abrir hasta que lleguen los funcionarios, pero si quiere hablar con el capitán ahorita mismo le voy a informar- y dicho esto se dio la media vuelta e ingresó a la cabina de pilotos con la idea de ofrecerles un café, y tal vez a reírse de la necedad y estupidez del insolente pasajero.

    -Es increíble pero esto solamente nos puede pasar en México porque vivimos en el subdesarrollo. Si estuviéramos en Estados Unidos o en Europa, seguramente que este problema se estaría manejado de otra manera en la que no saliéramos afectados los pasajeros que tenemos muchas cosas qué hacer… y luego el colmo, vernos obligados a soportar la actitud prepotente de la sobrecargo… ¿qué se ha creído? Tiene que aprender a servir a sus clientes. En Delta jamás me hubieran tratado así… me voy a quejar a la Dirección General-. Terminó el hombre en voz alta hablando a nadie en particular.

    Poco a poco los murmullos iniciales se fueron convirtiendo en reclamos airados al no presentarse las autoridades, por lo que se escuchó de nueva cuenta y desde la cabina:

    «Señores pasajeros, les habla nuevamente el capitán para informarles que las autoridades del Ministerio Público todavía no llegan, ya que nos han informado que se encuentran detenidos ante un embotellamiento que ha provocado el plantón de un grupo de manifestantes de San Salvador Atenco, quienes están conmemorando un aniversario más de la lucha que impidió la construcción del aeropuerto nuevo, sin embargo nos han asegurado que están haciendo todo lo necesario para estar aquí lo más pronto posible, los invito a que tengan calma ya que esta tripulación no puede hacer nada más que esperar, les seguiremos informando»

    El silencio que se hizo para escuchar al capitán, fue roto por coros de risotadas ya que como siempre sucede con los mexicanos, la desgracia común genera un efecto integrador y pronto comenzaron los comentarios chuscos, sobre todo entre los pasajeros más alejados del lugar en el que «descansaba en paz» el pobre muertito.

    Después de media hora de espera, el interior del avión se había convertido en una gran romería en la que casi todos participaban. El adorador de Delta explicaba a un reducido grupo de personas reunidas a su alrededor, igual de críticas que él, sus aventuras en esta empresa ponderando sus virtudes, y comparándolas con lo que sucede con las líneas aéreas mexicanas. El joven ejecutivo de Femex platicaba animadamente con su atractiva víctima, al tiempo que intercambiaban tarjetas de presentación. A la mitad del avión un grupo de señores de varias edades, que regresaban de un congreso en Baja California, ya que

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