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En Los Hilos De Nuestra Telaraña
En Los Hilos De Nuestra Telaraña
En Los Hilos De Nuestra Telaraña
Libro electrónico528 páginas7 horas

En Los Hilos De Nuestra Telaraña

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Sstenes Campoverde del Valle, nativo de Oviedo, la capital del Principado de Asturias, llega a Puebla con sus padres a la edad de trece aos. En este lugar de Mxico establecen una empresa que con el tiempo crece, y los convierte en una familia acaudalada, y por lo tanto con influencia social importante.
A sus veintitrs aos, y debido a la muerte prematura de sus padres en un accidente en Espaa, se ve obligado a dirigir la empresa. Atormentado por la depresin y la soledad, contrae un matrimonio por conveniencia con Lucrecia, lo que los arrastra a una relacin muy tormentosa. Sstenes conoce a Micaela, una atractiva joven que se convierte en su verdadero amor, con quien tiene un hijo natural llamado Cristbal que nace por azares de destino, el mismo da que su heredero Sstenes III.
Esta novela, narra los sucesos subsecuentes en las vidas de estos dos hermanos que los llevan de la separacin y el odio, a la reconciliacin impulsada por el amor de los hijos.
El lector descubrir a lo largo de la trama, que todos de alguna manera estamos pegados a nuestra telaraa individual, misma que nos hace sentirnos presos por los aprendizajes a los que estuvimos expuestos desde la niez, y que no obstante esto, podemos despegarnos de ella utilizando una poderosa herramienta el amor.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento8 jul 2014
ISBN9781463384289
En Los Hilos De Nuestra Telaraña
Autor

Ángel Díaz Mérigo

Nació en la Ciudad de México, graduado en Ingeniería Industrial con especialidad en electricidad en el Instituto Tecnológico de Veracruz. Dedicó los primeros siente años de su vida profesional al mantenimiento eléctrico, en la industria del aluminio y del acero. Posteriormente siguiendo su vocación humanística, y con la experiencia obtenida en los procesos industriales, giró al lado humano de las empresas, ocupando la dirección de recursos humanos en una importante empresa siderúrgica antes de retirarse, y fundar una firma de consultoría organizacional, orientada hacia auxiliar a los negocios en sus procesos de calidad, desarrollo humano y liderazgo. Actualmente colabora con varias organizaciones públicas y privadas de México y Latinoamérica como consultor y coach. Ha escrito diez libros técnicos sobre liderazgo, valores y calidad. Actualmente se está iniciando en el ramo de la novela educativa, lo que significa, explicar las técnicas de una manera entretenida e impactante.

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    En Los Hilos De Nuestra Telaraña - Ángel Díaz Mérigo

    Copyright © 2014 por Ángel Díaz Mérigo.

    Primera edición: 2013

    Diseño de Portada:

    LDG Judith Díaz Scougall

    Tels: (222) 2490222

    e-mail: angel@grupodime.com

    http:// www.grupodime.com

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2014908742

    ISBN:         Tapa Dura                  978-1-4633-8430-2

                       Tapa Blanda               978-1-4633-8429-6

                        Libro Electrónico      978-1-4633-8428-9

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 09/05/2014

    Palibrio LLC

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    630509

    ÍNDICE

    1   UN FUGAZ Y NOSTÁLGICO ENCUENTRO

    2   SÓSTENES CAMPOVERDE DEL VALLE

    3   SÓSTENES III (2:00 a.m.), CRISTÓBAL (4:00 p.m.)

    4   LA CARTA

    5   SOSTI Y CRISTÓBAL… A LA ESCUELA

    6   LA FIESTA DE CUMPLEAÑOS

    7   SOSTI EN ESPAÑA, CRISTÓBAL EN LA UDLA

    8   SOSTI EN PUEBLA

    9   SOSTI UNIVERSITARIO

    10   CRISTÓBAL EN LA EMPRESA

    11   TEJIENDO NUESTRA TELARAÑA

    12   LUCRECIA

    13   LA BODA DE SOSTI

    14   SÓSTENES ANTONIO CAMPOVERDE VILLASEÑOR

    15   EL REGRESO DE SOSTI

    16   EL ATENTADO Y SUS CONSECUENCIAS

    17   CRISTÓBAL DIRECTOR EJECUTIVO

    18   LAS BODAS

    19   MICAELA Y SÓSTENES EN MORELOS

    20   SOSTI DIRECTOR EJECUTIVO

    21   ANA FERNANDA DÍAZ DÍAZ

    22   ANTONIO Y LUCRECIA

    23   EL GRAN SECRETO JAMÁS REVELADO

    24   DE PRIMOS POLÍTICOS, A PRIMOS HERMANOS

    25   LUCRECIA Y SÓSTENES

    26   EL VIAJE

    Epílogo

    A mi esposa Judith con amor, ante

    su búsqueda permanente de

    desprenderse de sus telarañas.

    A mis hijos Judy, Fernanda y

    Gerardo, esperando que

    encuentren siempre la manera

    de liberarse de sus telarañas.

    A mis nietos Ana Fernanda (*), Isa, Iñaki, Santiago

    y Eugenio, con mis deseos de que

    nunca jamás se acerquen a

    las telarañas que se les presentarán

    en su camino, porque podrían

    quedarse pegados en ellas.

    A mi familia

    Para que aprendamos a utilizar los pegajosos hilos

    de nuestras telarañas, no para quedarnos

    sumidos en nuestro individualismo cómodo.

    Sino como lazos de unión.

    (*) Con mi agradecimiento a esta encantadora mujercita que se entusiasmó tanto con la trama del libro, que me sugirió el desenlace final, lo que resultó sin duda muy exitoso.

    1

    12 de octubre 2012

    UN FUGAZ Y NOSTÁLGICO ENCUENTRO

    Detuvo su flamante Honda, en el estacionamiento del Tecnológico de Monterrey Campus Puebla, con el fin de permitir que se apeara su hija Ana Fernanda, quien antes de hacerlo, le dio un último y sonoro beso de despedida, recordándole sonriente y con un gracioso mohín, que esa noche irían a cenar al restaurante Allegue, de la Avenida Juárez, junto con su primo Toño como lo llamaba cariñosamente, con el fin de celebrar con su madre y hermano menor, su cumpleaños número cuarenta y cuatro.

    Desarmado por la gracia que derrochaba la angelical sonrisa de esa joven que tanto amaba, le correspondió el beso, prometiéndole que llegando a casa, reservaría una mesa para toda la familia, en este lugar que tanto la hacía feliz.

    Una vez que la esbelta chica, todavía riendo ante la expectativa de la velada, que por razones que ella bien conocía sería inolvidable, abandonó el vehículo cerrando la portezuela con un movimiento enérgico, Cristóbal permaneció inmóvil en su sitio por unos momentos más observándola embelesado, hasta que finalmente esta ingresó al edificio, levantando una mano a manera de despedida sin volverse a mirarlo, ya que sabía perfectamente que su padre, siempre la esperaba, hasta verla desaparecer tragada por la obscura entrada del edificio principal. Lo que no imaginaba este, es que oculto a su mirada, la esperaba ansioso el joven Antonio Campoverde, su primo Toño, un brillante y apuesto estudiante de ingeniería, quien al verla llegar la abrazó y besó apasionadamente, dirigiéndose los dos tomados de la mano hacia sus aulas de clases.

    Sonriendo todavía ante este último detalle que evidenciaba el carácter alegre de su hija, puso en marcha su vehículo y salió del campus universitario, sumándose al denso tráfico de la avenida Atlixcayotl en esa mañana fresca, sintiéndose eufórico al comprobar una vez más que era muy afortunado, al estar cumpliendo años ese día, rodeado de una familia a la que amaba profundamente.

    Daba gracias al cielo, ante el hecho de haberse casado con esa mujer tan extraordinaria como lo era su esposa Judith, muy bella todavía a sus cuarenta y dos años, quien lo había apoyado siempre con mucho optimismo y sobre todo alegría en las buenas y en las malas. Como cuando se vieron obligados a enfrentar un enorme conflicto en la empresa en la que ambos habían trabajado por algunos años, recién egresados de la universidad, debido a la actitud prepotente y antisocial del poderoso heredero del propietario, lo que provocó un cambio muy trascendente en sus vidas.

    Ella le había regalado con dos hermosos hijos, que eran su máximo orgullo. Ana Fernanda, de diecisiete años, aventajada estudiante del último año de preparatoria y orientada hacia la arquitectura de interiores, quien sin duda había heredado de su madre su amorosa alegría y entusiasmo, así como la voluntad férrea para alcanzar sus objetivos, que era un atributo de su padre. Y su hermano Eugenio, quien nacido en Barcelona, cinco años después, a sus doce años era un niño encantador.

    Sintiéndose una persona privilegiada ante tantas bendiciones recibidas, se estiró con el fin de encender la radio de su vehículo, acción que no alcanzó a completar, ya que dio un respingo volviendo a atender el camino, al escuchar el claxon imperativo de un lujoso auto que lo alcanzó a gran velocidad, haciendo esfuerzos denodados por rebasarlo a toda costa, y que al ver la oportunidad de hacerlo, hizo un viraje violento, haciendo rugir sus ocho cilindros, viéndose inmediatamente obligado a frenar de emergencia, ya que delante de él se encontraban detenidos los autos en la luz roja del semáforo.

    -Vaya tipo tan idiota- dijo Cristóbal molesto -¿Qué tanta prisa puede traer que casi embiste a los autos detenidos?

    Y al notar la conocida estrella plateada del lujoso Mercedes Benz negro continuó.

    -Sin duda es algún super ejecutivo, que tiene mucha prisa por llegar a ofender colaboradores en su oficina.

    Reflexionó riendo en su interior.

    Una vez colocado al lado del costoso auto, la curiosidad le hizo voltear su cara para conocer a la clase de espécimen que manejaba de manera tan imprudente, reconociendo tal y como lo había imaginado, que era un chofer guarura con aire prepotente, quien permanecía con la mirada fija al frente como robotizado, debido a la vergüenza que sintió, ante el ridículo y súbito frenazo que le tuvo que propinar al elegante Mercedes, para no ocasionar una grave colisión con otros autos, como consecuencia de su imprudencia.

    Con la finalidad morbosa de contar con el chisme completo, volteó su cara hacia atrás de manera disimulada, tratando de conocer la identidad del supuesto personaje tan importante que trasladaba, quedándose helado al recibir la mirada, primero prepotente y retadora, y posteriormente sorprendida y apenada, del ocupante del asiento trasero, quien al verlo y sin duda reconocerlo, se cubrió la cara con el periódico El Financiero fingiendo que lo leía, tratando inútilmente de ocultar su identidad.

    En esos momentos, y ante el cambio de color de la luz del semáforo, los autos se pusieron en movimiento, y de nueva cuenta, la exigencia imperativa de otro claxon, pero ahora del vehículo de atrás, lo hizo regresar al presente, ya que se había quedado como petrificado ante el cúmulo de recuerdos que lo bloquearon, al haberse topado con ese rostro que tan bien conocía, y que tantas alegrías, y después daños le había provocado en el pasado.

    -Vaya, vaya, vaya- se dijo sonriendo sorprendido, mientras oprimía el pedal del acelerador de su auto.

    -Ni más ni menos que el Lic. Sóstenes Campoverde Fernández, mi amigo y casi hermano de la infancia, a quien tenía años de no ver. Está muy avejentado. No cabe duda que el peso del dinero acaba doblando a las personas. Bueno, del dinero y de la conciencia… Espero que su familia lo haya felicitado también por su cumpleaños. De mi parte le deseo felicidades hoy que cumple, al igual que yo, sus primeros cuarenta y cuatro años… ¡Que Dios te bendiga mi querido y a la vez odiado Sosti!

    El ocupante del Mercedes Benz, venía en el asiento trasero del auto tratando de leer un artículo en El Financiero. Desde que salió de su casa en el exclusivo fraccionamiento La Vista Country Club, le había molestado la forma de manejo agresiva, prepotente, y descortés del chofer que le había proporcionado la empresa de seguridad contratada para la protección de la fábrica.

    A él le gustaba conducir su propio auto, pero los expertos le habían indicado que esto no era conveniente, ya que sus choferes estaban habilitados profesionalmente, para salir bien librados de cualquier posible intento de rapto, o de cualquier atentado.

    -Tal vez venga muy seguro en cuanto a los atentados, pero este pendejo me va a matar en un choque.

    Y justo al terminar este pensamiento, sintió un tremendo frenón que casi lo hizo golpearse con el asiento delantero. Furioso en contra de su empleado, estaba a punto de recriminarlo por su marcada imprudencia, cuando percibió a través de la ventanilla del auto de al lado, la mirada sorprendida del hombre a quien odiaba, casi como consecuencia del amor que había sentido por él. La persona a la que siempre había envidiado por crecer feliz, rodeado de amor, mientras él sólo lo estuvo de riquezas materiales. El hombre que se casó con la bella joven, que él quiso violar por la fuerza. El hombre que provocó el que fuera a dar a la cárcel.

    -Cristóbal Díaz-. Se dijo bajando la mirada a su periódico, aparentando que no lo había visto.

    -La persona con la que menos me quiero topar en esta vida… Luce muy joven… Hasta en esto ha tenido más suerte que yo. Espero que lo hayan felicitado en su cumpleaños.

    2

    1968

    SÓSTENES CAMPOVERDE DEL VALLE

    El enorme estudio que ocupaba todo el tercer piso de su casa, situada en la parte alta del Cerro de la Paz, desde el que se apreciaban en toda su magnitud los volcanes nevados, parecía más el de un obispo de la iglesia católica, que el de un poderoso empresario. Ya que este, todavía joven y atractivo a sus treinta y tres años, sentado ante el pesado y añejo escritorio de caoba, que había pertenecido a su padre, se sentía observado desde todos los rincones, por una multitud de ojos sufrientes pertenecientes a estatuillas de madera y cerámica, que representaban a infinidad de santos, de diferente nivel de popularidad, pero sin duda con el mismo poder celestial, mismas que se encontraban cuidadosamente colocadas en los entrepaños de los elegantes libreros, que ocupaban dos paredes de ese recinto, así como desde obscuras pinturas que adornaban las restantes.

    Sóstenes Campoverde del Valle, era un acaudalado hombre de negocios, nacido en Asturias España, pero traído a México desde Oviedo por sus padres, a la edad temprana de trece años. Poco tiempo acudió a la escuela, sólo lo necesario para aprender lo más elemental, ya que su gusto por los negocios y su habilidad para los números, resultaba algo genético en él, por lo que apenas cumplidos los diez y seis años, se integró al pequeño negocio de manufactura que había creado su padre, mismo que con los años y una administración eficiente y severa, se había convertido en un verdadero emporio.

    Recién cumplidos los veintitrés años, sus padres fallecieron de manera muy trágica en un accidente, al volcar su auto en una carretera de Sevilla, mientras disfrutaban de las primeras vacaciones que el matrimonio se había podido dar, con el fin de recorrer y reconocer de nuevo, su patria abandonada por tanto tiempo.

    Ante la solicitud de su padre, el hijo nerviosamente había aceptado el reto temporal de apoyarlo como cabeza de la empresa, durante el mes en el que él estaría de viaje. No obstante en un santiamén, ese reto se le había convertido en una tremenda pesadilla, al quedarse absolutamente solo, sin ayuda de ningún tipo, y a cargo de un negocio que para ese entonces ya resultaba muy complejo. Lo que le había provocado como resultado, una depresión profunda que le costó varios años el poder superar.

    Sin embargo, el tiempo poco a poco adapta a las personas a sus nuevas realidades, aunque no sin sufrir como consecuencia, ciertas transformaciones profundas. Por esta razón, una vez que superó la depresión inicial, provocada por la pérdida de sus padres, asimilando el hecho irremediable de haber quedado completamente solo, y ante su nueva situación de verse obligado a su corta edad, no sólo a conservar el negocio, sino a mejorar los resultados obtenidos por su fundador, se convirtió en una persona seria y dura, al haberse visto arrastrado a la adultez, sin haber tenido la oportunidad de disfrutar del periodo de la juventud, que en su caso pasó de manera tan fugaz e inadvertida, que ni siquiera tomó conciencia de la existencia de esta etapa en su vida.

    Fue por eso que a los veintisiete años contrajo nupcias, no tanto por amor sino por estar ya cansado de vivir en soledad, y mayormente por conveniencia, con una muy consentida y caprichosa joven, ocho años menor que él, medianamente agraciada en belleza, y muy poco en simpatía, pero muy bien recomendada por la gran fortuna de su padre, también español, sólo que madrileño, quien dedicado al comercio era poseedor de innumerables propiedades. Esta unión de las dos familias poderosas, les aseguró una posición social de mucha influencia dentro de la comunidad poblana.

    De momento, el empresario sintió con mucho remordimiento de conciencia, que todos esos pares de ojos que siempre lo observaban con benevolencia, como él siempre argumentaba, hoy lo miraban de una manera muy diferente, con severidad y enojo. Se percibía a si mismo como juzgado y condenado duramente, ante los últimos sucesos que había protagonizado como consecuencia de un arrebato, en el que habían participado sus emociones animales descontroladas, y por lo tanto absolutamente imprudentes. Casi con terror alzó su mirada hasta toparse con lo que más temía, y hasta ese momento había rehuido, que era el rostro bondadoso del enorme Cristo crucificado que franqueaba su sitio de trabajo. Y lo que su estado de ánimo deprimido le hacía imaginar, se materializó ante sus ojos con rudeza, ya que el semblante del Hijo de Dios, era diferente ese día. Había pasado al igual que todos los demás santos que lo rodeaban, de la benevolencia, a la dureza del reproche.

    Asustado, bajó la mirada y se cubrió la cara con sus manos, como tratando de que la visión que lo atormentaba desapareciera, tal y como si fuera sólo una pesadilla pasajera. Pero una vez que poco a poco las retiró de los ojos, la dura realidad lo hirió en el centro de su remordimiento, al recordar nuevamente, como si se tratara de una pesadilla recurrente que lo angustiaba, a Micaela, la joven y bella empleada de su casa, a quien la noche anterior había violado desesperadamente, en ese mismo lugar, y ante la mirada seguramente reprobatoria, de tantos pares de ojos que vigilaban su comportamiento, aprovechando el que su esposa inició un viaje a Acapulco acompañando a sus padres, con el fin de disfrutar de quince días de descanso en su elegante chalet.

    Él había decidido no acompañarla, argumentando estar muy ocupado en la empresa. Pero la realidad era otra, ya que no deseaba alejarse de esa jovencita de no más de veinte años, que desde que había llegado a trabajar a su casa, recogida por su esposa Lucrecia, por ser nieta de una anciana amiga de su madre recién fallecida, había sido irremediable y dolorosamente flechado por el demonio del deseo carnal, de tal manera que hasta sus rígidos hábitos de trabajo habían cambiado, al permanecer más tiempo en su hogar, sólo para disfrutar de esa visión que lo enloquecía.

    En realidad aunque Micaela no podía considerarse una belleza, era muy atractiva al ser poseedora ese algo silvestre y salvaje, que remueve las entrañas de los hombres, convirtiéndolos en un puré untuoso por duros que sean. De su rostro, sin duda destacaban sus ojos negros grandes y rasgados, su nariz pequeña y respingona, que le daba un aire gracioso, y sus labios abundantes y carnosos que exigían el ser besados, por lo que el conjunto resultante era muy sensual. Y esto era complementado con un voluptuoso cuerpo delgado pero atlético y bellamente proporcionado, al cual le sabía sacar provecho en su manera de caminar con ondulantes pasos felinos, que hacían vibrar de inquietud, al serio y muy recto empresario que nunca la perdía de vista.

    -¿Qué voy a hacer para redimir este pecado que me atormenta?-. Se dijo presa de la desesperación, al sentir que el demonio lo había arrojado al pecado de la lujuria.

    -¿Qué va a suceder si se entera Lucrecia? ¿Y sus padres? ¿Y nuestros amigos? ¿Y qué cuentas voy a entregar a Dios?

    Sóstenes desde muy pequeño, había recibido una férrea educación religiosa, que le recordaba siempre con toda claridad y dureza, los castigos divinos y eternos que sufriría, si osaba caer en algún pecado que ofendiera a Dios. Y el de la lujuria y el adulterio, era uno de ellos. Razón por la cual ese día había regresado a su casa muy tarde por la noche, con el fin de evitar enfrentar nuevamente a esa joven que lo enloquecía. Sin embargo, en esos momentos de soledad, y aunque no lo deseara, comenzó a recordar lo sucedido la noche anterior.

    Él sabía de antemano que el día de la partida de su esposa, la cocinera no se encontraría en su casa por disfrutar de su descanso, lo que lo hacía consciente de que por vez primera se encontraría solo con Micaela, bajo el mismo techo y aislados del mundo.

    Por esta razón, todo ese día había echado a volar su imaginación, disfrutando de innumerables fantasías eróticas, en las que Micaela y él eran los protagonistas principales. No obstante una vez que hubo llegado a su hogar, y ya mucho más calmado, retomó la prudencia y se encerró en su despacho concentrándose en la lectura del diario, que todos los días aparecía cuidadosamente doblado sobre su escritorio.

    Cuando más inmerso se encontraba en esta tarea, escuchó sobresaltado que se abría la puerta, y su mirada se topó con la de Micaela, quien sonriendo con timidez, pero derrochando la sensualidad que la caracterizaba, se dirigió al hombre que la miraba embobado, como si fuese una aparición enviada hacia él desde el mismísimo infierno, provocándole el regreso del deseo carnal, pero ahora con una furia avasalladora, que le oprimía el pecho a tal grado que le costaba trabajo respirar.

    -Señor, doña Lucrecia me dejó dicho, que como no está hoy la cocinera, le preguntara si desea algo para cenar-. Le dijo con esos labios carnosos, que el hombre no dejó de contemplar embelesado, mientras se movían articulando las palabras.

    Por unos momentos no le fue posible responder, ya que reconocía que lo estaba abandonando la prudencia sustentada en sus rígidos valores morales, pero haciendo un esfuerzo sobrehumano de control, para que la voz le saliera normal le respondió.

    -No Micaela gracias, ya cené algo en la calle, pero… ¿Por qué no me haces compañía ahora que la señora no está, y platicamos un rato? Es más, casi ni te conozco, ven siéntate aquí.

    Y diciendo esto, él mismo se levantó tembloroso por el deseo contenido, y se fue a sentar en una mullida poltrona de piel, invitándola a hacer lo mismo a su lado.

    Ante esta invitación, la joven sin inmutarse se fue a sentar como este se lo indicó, y con el desparpajo de la juventud se estiró cuan larga era en el sillón, ponderando lo mullido que era, alzándose su falda como consecuencia del descuidado movimiento, dejando al descubierto unas maravillosas piernas morenas claras muy bien torneadas, y haciendo notar al mismo tiempo un busto pequeño pero firme, hermoso y muy provocativo, situación que hizo estallar la locura del hombre, que no pudiendo controlarse más, se lanzó encima de ella, besándola en sus carnosos labios con desesperación irracional, desabrochándole la blusa con tanta violencia, que los botones saltaron de su sitio, al tratar de acariciar esos suaves senos que lo enloquecían desde que la conoció. Por sólo unos instantes ella se resistió sorprendida ante el atrevimiento de su patrón, sin embargo pronto fue colaborando más y más, hasta tomar la iniciativa casi con una furia animal, lo que le provocó al duro hombre de negocios, el placer más grande que había disfrutado en su vida, y que duró toda la noche.

    Al día siguiente, Sóstenes se despertó desnudo en el mismo sillón, tapado cuidadosamente con la falda de la joven, quien había desaparecido. Al recordar lo sucedido, se deslizó hasta su recámara avergonzado por su acción, y una vez bañado y acicalado, salió hacia su trabajo, regresando esa noche ya muy tarde, para no toparse con ella.

    Es por esta razón que se encontraba solo en su estudio, encerrado y presa de un enorme remordimiento, sin hallar la manera de salir airoso del problema en el que se había metido, aunque disfrutando también del otro sentimiento placentero que lo embargaba, al haber gozado como nunca antes de una relación sexual apasionada, ya que jamás en el pasado había vivido algo parecido, al no haber deseado nunca a su esposa Lucrecia, como consecuencia lógica de un matrimonio por conveniencia.

    Por otra parte, al haberse casado ella también sin amar a Sóstenes, y estar además muy controlada por la educación religiosa muy rígida que recibió, consideraba el acto sexual como algo sólo para procrear hijos, y como estaba renuente a tenerlos, la relación con su marido en este sentido era casi nula.

    Se encontraba sumido en estas reflexiones, cuando escuchó invadiéndolo el pánico, que alguien llamaba a su puerta, por lo que presa de dos emociones encontradas, esperanza y miedo, respondió con una voz ronca, al sentir nuevamente que el deseo le cerraba la garganta.

    -Adelante.

    La puerta se abrió, y entre aliviado y decepcionado, observó que asomaba su cabeza la anciana cocinera que al igual que el día anterior, pero proveniente de muy diferente protagonista, le hizo la misma pregunta.

    -¿Desea cenar algo?

    Respondiendo negativamente, argumentando falta de apetito.

    Una hora después se había escabullido a su recámara, y se encontraba hincado al pie de su cama frente a otro crucifijo, haciendo sus oraciones de antes de irse a dormir, como lo hacía desde niño bajo la severa mirada de su madre, y cuando más concentrado se encontraba en esa piadosa actividad, súbitamente y sin anunciarse previamente, se abrió la puerta del dormitorio apareciendo en silencio Micaela, quien sin decir nada, se le paró enfrente y se sacó el camisón por la cabeza, quedando maravillosamente desnuda ante él, semejante otra vez a una aparición, pero ya no del infierno, sino del mismísimo cielo, por lo que el atribulado hombre, sencillamente dejándose llevar nuevamente por sus instintos naturales, y a pesar de sus prejuicios morales y religiosos, se puso de pie de un salto y levantándola en vilo como consecuencia de la fortaleza que le provocaba el deseo contenido, la acostó en su cama apagando la lámpara de su buró, evitando con esto el que otros pares de ojos severos en su recámara, también abarrotada de figuras religiosas, fueran testigos de su apasionado amor por esa jovencita, que de la misma manera se sentía atraída por su joven, y exitoso patrón.

    A partir de esa noche y hasta tres días antes del regreso anunciado de su esposa, se repitió la misma rutina. La joven esperaba que la cocinera se durmiera, y acudía sigilosamente a la recámara de su patrón, a pasar la noche con él.

    Sin embargo, aunque Sóstenes estaba disfrutando de una maravillosa experiencia, día con día se sentía anímicamente peor. Ya que aunque deseaba a la joven con pasión desbordada, al extremo de que ya sostenía con ella diálogos amorosos muy personales, que de alguna manera lo comprometían cada vez más, por resultar absolutamente sinceros, también prevalecía la violenta crítica de su conciencia, al ser muy poderoso su temor al pecado, y a su condena eterna. Y por otra parte se sentía presa del pánico, al imaginar siquiera el verse descubierto, y sufrir como consecuencia el desprecio de su familia, y del grupo social privilegiado al que pertenecía.

    Por esta razón, antes del regreso de su esposa y muy a su pesar, tomando una decisión drástica, llamó a Micaela a su estudio, y sencillamente la despidió. No sin antes amarse desesperadamente por última vez, en la misma alfombra que cubría el piso de ese lugar, sin importarle ya las miradas escandalizadas de los santos y beatas de pasta y madera, que seguramente cerraron sus ojos para no verse involucrados, o que tal vez los abrieron más, para tratar de entender el significado del amor, que simplemente aparece sin anunciarse, cuando existen coincidencias entre las complejas químicas personales, que no saben ni de leyes, ni de reglas.

    Sóstenes como hombre honesto y responsable, se comprometió con Micaela antes de despedirse, a otorgarle para siempre, una cantidad de dinero mensual, con el fin de que no pasara privaciones. La joven abandonó la casa llorando, ya que había abrigado la mágica esperanza de que este dejaría a su esposa, y se vincularía con ella, sin entender que vivían en mundos completamente diferentes e incompatibles.

    Finalmente llegó Lucrecia de su viaje a Acapulco, y su esposo no sin cierto temor, le explicó que se había visto obligado a despedir a su empleada, como consecuencia de haber tomado sin la menor justificación, un dinero que no le pertenecía, y argumentó fingiendo enojo, que sólo por tratarse de la nieta de la amiga de su madre, no la había acusado de robo ante las autoridades.

    De manera muy extraña, esta noticia poco le importó a Lucrecia, ya que había regresado con una actitud ausente, imaginando su conyugue que era debido al cansancio provocado por el viaje, ya que aunque fue de vacaciones, es normal que se regrese más agotado ante tanto ajetreo no acostumbrado, situación que se soluciona sencillamente con el reposo, ya en la tranquilidad del hogar.

    Por otra parte, a él le costaba trabajo mirarla a la cara, ya que sentía un enorme remordimiento, que se agravaba ante el hecho de ingresar a su estudio, y encararse con la mirada severa de los santos, quienes era un hecho que criticaban duramente su comportamiento.

    Afortunadamente para él, muy pronto ambos problemas se solucionaron, casi simultáneamente.

    El de la indiferencia de Lucrecia se resolvió una noche, en la que ella tomando la iniciativa, lo sorprendió gratamente haciéndole el amor con una fiereza inusual y de manera salvaje, después de tanto tiempo de rechazarlo, lo que le recordó con nostalgia a Micaela. Esta acción respondió, o por lo menos así lo pensó su esposo, a que aunque era una mujer demasiado afectada por la rigidez de sus creencias religiosas, finalmente lo había extrañado.

    Y en cuanto a lo concerniente a su conciencia, este asunto también fue resuelto satisfactoriamente, al acudir ante su confesor, un severo sacerdote español, con el fin de platicarle su aventura con toda veracidad. Lo que le valió, además de una tremenda regañada, el verse obligado a otorgar una onerosa limosna para los pobres. Después de lo cual, fue perdonado de su desliz en nombre de Dios, dejándolo con una conciencia más que limpia y reluciente, por lo que el asunto quedó cerrado. Y a partir de ese momento notó que tanto Lucrecia, como los ojos que lo vigilaban en su casa, eran mucho más benevolentes con él.

    Un mes después de estos hechos, al llegar a su casa por la noche, Sóstenes se encontró a Lucrecia radiante de felicidad, por lo que después de abrazar y besar a su azorado esposo, le comunicó muy contenta que estaba esperando un hijo. Por fin la elegante mansión se alegraría con el barullo de un bebé, después de muchos años de silencio.

    La noticia no pudo caerle mejor al serio empresario, quien se sintió ahora sí completamente feliz. Por lo que a partir de ese momento, canalizó toda su fe en un sólo ruego a todos los influyentes ojos que lo miraban en su casa, y hasta en su fábrica, en la que había construido una pequeña capilla a la Virgen de Guadalupe. Y este consistía en solicitarles que usaran todos sus poderes e influencias ante Dios, para que su hijo fuera un hombre. El heredero de la dinastía Campoverde. Sóstenes III.

    No obstante, al ser la vida una verdadera rueda de la fortuna, que nos expone a infinidad de altibajos, toda esa alegría que inicialmente le produjo el enterarse de la noticia, de la llegada inminente de su heredero, fue cortada de tajo tres días después, dejándolo tal y como si hubiera sido golpeado física y psicológicamente, ya que Micaela lo fue a ver a la oficina de la fábrica, y entre lágrimas y risas de preocupación y alegría, le anunció que estaba embarazada de su hijo.

    Para Sóstenes fue muy impactante, tanto la súbita aparición de la joven, como la noticia tan trascendente que recibió. Ya que sintió que se le abría otra vez la herida que creía ya sanada, con el perdón de su confesor.

    Al estar frente a ella, y notarla mucho más atractiva y sensual que antes, se le reforzó el amor imposible que lo atormentaba, y con el que a diario se veía obligado a luchar, para tratar de olvidarla de una manera muy artificial y sin ninguna sustentabilidad. Tal y como lo era el simple hecho de convencerse a sí mismo, de que lo prudente sería olvidarla por estar casado. Pero… ¿y quién podría convencer de esto mismo a su corazón, si por las noches sufría de tristeza, extrañando el abrazo amoroso de esa criatura que lo había trastornado?

    A pesar de toda esa serie de maravillosos recuerdos y sentimientos apasionados que se le removieron en su interior, al verla reaccionó como era su costumbre, prevaleciendo sus principios morales y religiosos, por lo que respirando profundamente para no transparentar sus deseos de abrazar y besar esos maravillosos labios sensuales de su amada, con una seriedad artificial le respondió.

    -Caray Micaela, me has dejado sorprendido con la noticia, ojalá sea una niña, porque seguramente será bellísima como su madre…- dijo nerviosamente y continuó.

    -Mira, como tú bien sabes, soy un hombre recto. Por lo que no debes tener la menor duda, de que yo asumiré toda mi responsabilidad, ante este embarazo tuyo, por lo que te voy a incrementar la cantidad de dinero que te estoy otorgando, con el fin de puedas solventar todos tus gastos de médicos y medicinas, para que esa linda nenita no sufra privaciones… porque sin duda que va a ser una reina indiscutible, y así deberà ser tratada.

    Volvió a remarcar nerviosamente mirándola de manera apasionada, ya que estaba abrumado por la sensualidad de la joven, y por sus deseos de abrazarla. Por lo que respirando hondo, continuó en un tono serio y frío, con el que trataba de esconder, no sin dificultad, sus verdaderos sentimientos.

    -Sólo te voy a poner una condición muy importante, y es que nunca le digas quien es su padre. Ya que cualquier indiscreción en este sentido, me podría complicar la vida considerablemente. Porque debes entender que soy un hombre casado, y con un prestigio social importante. Y Puebla es una ciudad muy pequeña en la que todos nos conocemos y …

    No pudo terminar la idea, ya que Micaela levantó su mirada mostrando un gran enojo, y con ojos anegados en llanto, le recriminó con extrema dureza interrumpiéndolo.

    -Ya no hables Sóstenes, mejor no digas nada, que me estás haciendo sufrir, y de paso me decepcionas. Me entregué a ti esas noches en tu casa, sencillamente porque te admiraba, y porque percibía tu soledad, y porque desde que te vi por primera vez me enamoré. Pero ¿sabes una cosa? No soy una prostituta. Hoy vine a verte para anunciarte mi embarazo de un hijo tuyo, porque te guste o no, vas a ser su padre. Y pensé que te daría gusto saberlo. No vine a pedirte limosna, porque aunque soy de cuna humilde, sé bastarme por mi misma. Y más ahora que por estúpida me embaracé de un niño, que será considerado por su propio padre como una responsabilidad solamente. No te preocupes Sóstenes, no te molestaremos nunca jamás, ni tu hijo o hija, ni yo.

    Terminó sonándose la nariz con un pañuelo bordado que sacó de su bolso de mano, haciendo el intento de levantarse de la silla.

    El duro hombre de negocios, en ese momento perdió su dureza y acercándose hasta Micaela, la tomó de sus manos que sintió frías y temblorosas, y mirándola a los ojos con una expresión apasionada, que había perdido la soberbia por completo, y por el contrario, evidenciaba una profunda tristeza, le dijo con voz cariñosa.

    -No Micaela, por favor no me mal interpretes. Desde que te conocí, me has robado el corazón. Déjame decírtelo claramente, estoy perdidamente enamorado de ti, y ya amo profundamente a esa criatura que crece dentro de tu vientre. El día en que nos amamos por primera vez, yo me trasladé al paraíso, a un paraíso que a mis treinta y tres años, aún no había conocido, y que tú me mostraste. Sin embargo, te conocí demasiado tarde. Cuando con amor o sin amor, era ya un hombre casado ante los hombres y ante Dios.

    Por todo esto, y a pesar de toda la pasión que me atormenta día y noche como consecuencia del enorme cariño que siento por ti, reconozco Micaela, que hice mal en involucrarte. Por lo que debo responsabilizarme por mis acciones. Por eso te reitero, que jamás mientras viva las dejaré abandonadas. Y si bien no tendré la enorme dicha de abrazar a nuestra hija como padre, tal vez en un futuro busque la manera de hacerlo. Pero en principio, te ruego me apoyes en esto, ya que es por el bien de todos.

    Micaela levantó su rostro, y lo miró directamente a los ojos con profundo amor y pena, al imaginar el infierno de pasiones que bullían dentro del aparentemente duro empresario, pero que en realidad lo convertían en un ser necesitado de ayuda, agobiado por la soledad, la tristeza y sus prejuicios sociales y religiosos, por lo que embargada por la piedad, le acercó sus labios, que fueron casi devorados como consecuencia de la enorme pasión acumulada.

    Sin embargo, unos instantes después se separó arrepentido, al sopesar el riesgo que corría, al estar en su oficina. Por lo que dirigiéndose a un extremo de esta, y todavía jadeando como consecuencia del desbordamiento de sus emociones, le dijo mirando hacia la fábrica a través de una ventana, dándole la espalda para no verse obligado a mirarla de nueva cuenta, ya que estaba seguro que si lo hacía ya no podría contenerse.

    -Bueno Micaela, te agradezco el haberme dado la noticia Te voy a pedir que me avises en cuanto nazca tu hija. Y como ha venido sucediendo cada mes, Jacinto mi chofer de confianza, te llevará tu dinero, que ahora será en cantidad mayor debido a tu embarazo.

    -Gracias Sóstenes, yo te aviso…-. Le respondió en voz baja, poniéndose de pie, y dirigiéndose hacia la puerta de salida, pero deteniéndose súbitamente, al escuchar su voz imperativa que casi le gritó.

    -¡Espera Micaela, no te vayas…! Bueno… quiero decir, que me hables también si te sucede algo… No esperes hasta el nacimiento de la bebe…

    Ella asintió mirándolo a los ojos con pena… Y el serio empresario hecho un verdadero guiñapo humano, se lanzó

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