Infanticida (Anotado)
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Joaquín Dicenta Benedicto
Joaquín Dicenta Benedicto (Calatayud, Zaragoza, 3 de febrero de 1862 - Alicante, 21 de febrero de 1917), periodista, dramaturgo del neorromanticismo, poeta y narrador naturalista español, padre del dramaturgo y poeta del mismo nombre y del actor Manuel Dicenta.
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Infanticida (Anotado) - Joaquín Dicenta Benedicto
Capítulo I
Los Méndez-Urda componen ejemplar familia. De modelo sirven a los buenos vecinos y aun a los malos, que doña Torcuata, la del ocho, madre de la picos pardos Juanita, dice, cuando ve por su frente al hijo mayor de los Urda:
-Como éste quisiéralo para mi niña y no el granujón de Melquiades que, sobre mantenerse con las ganancias de ella, me la pone a parir en cuanto se le enciende el humor.
El jefe de los Méndez-Urda es alto funcionario, ya retirado del oficinesco trajín, con buena cesantía, una sarta de cruces y su miaja de cupón a cortar. Nadie le gana en puntos de honra y en no sufrir mácula en la suya y en las ajenas. Respetos sociales, deberes religiosos, leyes humanas y divinas, tienen en D. Antonio fiel custodio e inquebrantable paladín. Antes pasará por rueda de tortura o por corbatín de garrote que por acción contraria a las costumbres, usos, prejuicios y ortodoxias en que sus padres le educaron.
Ha por compañera de tálamo a una cincuentona señora, casi ciega de ojos y ciega, sin casi, de intelecto. Reparte ella sus días, por mitad, entre la casera obligación y los deberes que, muy a su gusto le imponen, misas, rogativas, confesorio y novenas. En los quehaceres de la casa ayudan a doña Bibiana tres criados; en los de su beatería, el confesor, Dios y una ristra de santos que vuelven Congreso celestial la alcoba de la vieja. Teníalos antes en un gabinetito a la alcoba contiguo. Al cumplir los cincuenta, en la alcoba instaló a sus imágenes, segura de no molestarlas ni ofenderlas con su próxima vecindad.
Frutos hubo este matrimonio en número de cinco: tres varones y dos mujeres.
El mayor de aquellos entró, casi niño aún, a hacer méritos en la oficina de su padre.
Muchos y rápidos debieron ser los méritos porque ascendió como la espuma. Mientras ascendía, aprendió dos idiomas, un algo de contabilidad, otro algo de expedientes y un todo del arte adulador con que se conquista a personajes y ministros. Hoy, a los treinta y seis de edad, ocupa el destino de que su padre cobra aún la cesantía y de que su madre seguirá cobrando la viudedad al fallecimiento de Méndez-Urda si la muerte no lo remedia, llevándose a la mujer antes que al marido.
El hijo segundo es fraile en tierra de misiones; el menor ciñe espada, por él bravamente esgrimida cuando el caso justo o injusto lo requiere. El cumple su deber militar yendo donde le mandan. No discute de justicias y de injusticias; la disciplina se lo veda.
De las dos hijas, una, la menos joven, vive fuera del paterno solar, casada con cierto ricachón, cacique máximo en un castellano distrito. Algunas temporadas viene con sus padres a Madrid. No son ellas muy largas; hecha a triunfar de reina en su pueblo, no le gusta pasear la corte de súbdita.
Hortensia, la hija menor, el último vástago de los Méndez-Urda, es encantadora; cumplió los diez y ocho años, y desde los quince trae cautivo el mirar codicioso de los varones y el mirar celoso de las hembras.
Alta, rubia, esbelta sin llegar a la delgadez, tiene en sus andares gentileza; melancolías de leyenda en el azul de sus grandes ojos; transparencias provocativas en los ventanillos