El hampón (Anotada)
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Joaquín Dicenta Benedicto
Joaquín Dicenta Benedicto (Calatayud, Zaragoza, 3 de febrero de 1862 - Alicante, 21 de febrero de 1917), periodista, dramaturgo del neorromanticismo, poeta y narrador naturalista español, padre del dramaturgo y poeta del mismo nombre y del actor Manuel Dicenta.
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El hampón (Anotada) - Joaquín Dicenta Benedicto
- I -
En las oficinas, acodado contra la saliente de un ventanillo, sobre el cual pintaron con negro la palabra JORNALES, recoge los suyos un hombre de piernas recias y ancha espalda. Bajo la chaqueta, se dibujan poderosos los músculos del bíceps; los de la pantorrilla se apelotonan tras el remendado pantalón, poniéndole a punto de estallar, cuando las piernas hacen firme. La cabeza del minero, embutida en el semicírculo que traza el ventanillo apenas descubre ásperos remolinos de la barba azabache; un sombrero ancho, con repujadura de mugre, cae a ras de su nuca; por ella se desparraman mechones rebeldes que se retuercen hacia arriba, para componer tufos encima de la oreja.
Cuatro manos vienen y van por una tabla que, interiormente, angula el ventanillo. Dos de estas manos, las que se mueven más adentro, pálidas, blanduchas, apilan en la tabla monedas; las otras dos manos, deshechuradas y callosas, cuentan las monedas y las hacen rebotar sobre el mostrador, una a una. Cuando rebota la última, la mano izquierda del minero sale del ventanillo y desaparece en los repliegues de la faja; vuelve a aparecer, extendiendo un pañuelo de hierbas; va el pañuelo a la faja, repleto de medias pesetas, pesetas y duros, y el hombre, apoyándose en los codos, endereza el busto dando frente a una puerta, por cuya vidriera, alambrada y sucia, se ciernen los rayos solares en átomos plomizos.
Aquella media luz recorta fantásticamente la imagen del minero. Su cuerpo erguido, apoyado en las piernas, deja ver por la camiseta desabrochada un pecho velludo y un cuello de cíclope; sobre él posa con arrogancia la cabeza, mostrando, entre las marañas de la barba y del pelo, dos grandes ojos verdes que relampaguean bajo unos cejales endrinos, una corva nariz; y unos labios que se contraen, descubriendo los dientes blancos, puntiagudos y cabales.
Fuera expuesto a equivocaciones al precisar el color de la piel del hombro; cubierta se halla por el polvillo cenizoso que el mineral, al caer derribado por el pico, desprende; juntándose el polvillo al sudor, forma sobre el cutis de los mineros una pasta grisácea, donde los churretes toman apariencias de surco.
En la indumentaria, chaquetón, pantalones y camiseta, pugnan a cuál es más harapo; el sombrero perdió la primitiva hechura, permitiendo a las alas caer con languidez senil y a la copa abollarse sobre la coronilla; unos borceguíes de piel de vaca acorrean el pantalón contra las espinillas, y una faja negra de estambre da vuelta y más vueltas a la cintura, ascendiendo hasta el costillar; por entre la faja asoma la culata empavonada de un Smith; rozando la solapa izquierda del chaquetón y sacando por ella la tosca contera de cobre dorea una faca de catorce perrillas.
El minero hosco, taciturno, sin dirigir la palabra a nadie, se abre paso por los trabajadores que aguardan la cobranza; abre la vidriera de un embite, guiña los ojos al poner los pies en la calle como si la luz solar lo estorbara, y, entrando en una taberna, que hay junto a la oficina, dice al medidor, que en reverencia le saluda:
-Larga un latigazo de lo fuerte, a ver si barro con él este maldecío polvillo.
-Pa barrelo tó -responde el medidor- necesitarás el barril. Debes tener ahí dentro un depósito. ¡Como que doblas y sales de quincena a quincena!...
-Y eso -responde el cortador- porque algún día sa menester descansar unas miajas y ajumarse a concencia.
-Hoy vas a las dos cosas.
-¡A ver, tú, que vida!... ¿Pa qué trajino como un mulo? Pa ganar más dinero que otros y pa gastarme ese dinero más pronto y mejor que tós los demás juntos. Ya me estorba este puñao de pesetas y duros que llevo tintineando en el pañolote de hierbas. ¡Y miá si seré bruto yo, que hago ñuos en el pañuelo! Ni que lo