El pasaporte amarillo (Anotada)
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Joaquín Dicenta Benedicto
Joaquín Dicenta Benedicto (Calatayud, Zaragoza, 3 de febrero de 1862 - Alicante, 21 de febrero de 1917), periodista, dramaturgo del neorromanticismo, poeta y narrador naturalista español, padre del dramaturgo y poeta del mismo nombre y del actor Manuel Dicenta.
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El pasaporte amarillo (Anotada) - Joaquín Dicenta Benedicto
Capítulo I
La Judería es, en esta noche, museo de alabastros. Cayó en ella la nieve, y congelándose después; ha realizado el prodigio. Gracias a la nieve parece el barrio miserable, iluminado por la luna, un capricho arquitectónico de gnomos. Los cristales del hielo relumbran como piedras preciosas.
Por encima de esos cristales resbala, con homicida cuchicheo, el viento de la estepa. Refugiado en el quicio de un portalón, próximo a la casa de Isaac, aúlla un perro la muerte.
La familia del anciano judío se agrupa en torno del hogar.
Previamente se mojaron los troncos para que ardiesen muy despacio; las mujeres espolvorean con ceniza las ascuas, a fin de que duren más tiempo. Apenas llamea la leña humedecida, y sus llamas son anémicas, intermitentes. Cuando se desprenden del tronco y flotan por la chimenea, parecen fuegos fatuos. El humo que asciende a la campana dibuja sobre sus paredes frases jeroglíficas.
-Por todos se queja -murmura tristemente el viejo, oyendo a un leño chasquear. ¡Suerte cruel la de nuestra raza -prosigue- en esta Rusia, donde Jehová dispuso que naciéramos!
Isaac deja ir contra el pecho su cabeza de blancas y despeinadas barbas, de pelo que se eriza, a mechones, bajo un casquete renegrido; sus labios se contraen, irónicos, contra unas encías desprovistas de dientes; su gran nariz tiembla por las fosas y sus ojillos relampaguean entre las arrugas de los párpados.
-¡El Padre!... -exclama, tras una pausa que nadie se atreve a interrumpir-. Con tal nombre designan, designamos al zar sus súbditos. ¡Padre quien nos expolia, por mano de sus agentes administrativos, y por mano de sus agentes policíacos, esgrime sobre nuestras carnes el knout!...
-¡Chist! -modula la esposa-. Seguro es que atranqué bien la puerta y que no estamos en casa más que tú, las nietas y yo; pero ciertas palabras, ni a solas deben pronunciarse. En Rusia tiene la soledad oídos.
-Verdad hablas, Raquel -contesta el anciano, mientras su mujer acaricia a las nietas.
-¡Ay! -continúa Isaac-. Si esta vida de miserias y de perpetuo sobresalto fuera únicamente para ti y para mí, no