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Un Rayo de Luna: Cantares de Pallanthia, #1.4
Un Rayo de Luna: Cantares de Pallanthia, #1.4
Un Rayo de Luna: Cantares de Pallanthia, #1.4
Libro electrónico125 páginas1 hora

Un Rayo de Luna: Cantares de Pallanthia, #1.4

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Información de este libro electrónico

Banquetes y torneos, trampas y celadas, las aventuras se suceden a un lado y a otro, en la Vigilia y en el Ensueño. Las voluntades chocan, los espíritus se quiebran y entre las cenizas de la derrota florecen nuevas oportunidades.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 ago 2021
ISBN9798201889111
Un Rayo de Luna: Cantares de Pallanthia, #1.4
Autor

Ismael Fernández García

Sobre mí: Me llamo Ismael Fernández García, cántabro de 1977, licenciado en Historia Antigua y Medieval por la Universidad de Cantabria, lector voraz de cómics, fantasía, histórica, ciencia ficción, terror, autores del siglo XIX, reglamentos de wargames o de rol... cualquier cosa que me permita evadirme un rato de los problemas cotidianos. Trabajé de Auxiliar Técnico Educador en Centros de Menores, en Centros de Atención a la Discapacidad y en colegios de primaria y también de Técnico de Jardín de Infancia en guarderías. Formé parte de asociaciones juveniles de juegos de rol, estrategia y simulación. Colaboré en jornadas de ocio alternativo. Y todo aquello no fue más que el principio antes de embarcarme en la aventura de la escritura y la publicación. Aventura que deseo compartir por muchos años con todos los aficionados a la lectura. Como un paso más en esta aventura, planeo dar nueva vida al JDR "Ital: El juego de Rol Heroico Medieval" del cual iré desgranando parte de sus historias en mi blog. Espero que las disfrutéis tanto como yo.

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    Un Rayo de Luna - Ismael Fernández García

    Ante todo agradecer a Antoniel, Azor, Bakur, Carranza, Elgi. Kyzrrel y Soth por los buenos ratos pasados.

    Serie: Cantares de Pallanthia.

    Libro Primero: El Manto de la Noche.

    Tomo IV: Un Rayo de Luna.

    © Ismael Fernández García, 2020.

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su trasmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    Imágenes interiores de Ismael Fernández García

    Blog del autor https://laitarca.blogspot.com/

    Imagen de Free-Photos en Pixabay

    Tomo IV

    Un Rayo de Luna

    CAPÍTULO XIII: ROMPÍA SOLAMENTE EL SILENCIO.

    Rompía solamente el silencio, el cantarín repicar de las cristalinas fuentes. Ninguna criatura dotada de entendimiento, por exiguo que éste fuera, habría osado perturbar, siquiera con el ruido de su respiración, los pensamientos del Señor de la Medianoche. Quién, con la mirada perdida en la profundidad del oscuro firmamento, suspira levemente, antes de volver su rostro bello y proporcionado en dirección a su silencioso acompañante. A lo que éste reacciona evitando enfrentarse a los inhumanos y brillantes ojos de su carcelero, temeroso de que pueda ver más allá de su carne, como bien sabe que es capaz de hacer si es su deseo, y desvele su alma lo que sus labios anhelan cubrir con un manto de medias verdades. De modo que, nervioso, el bardo se frota sus doloridas muñecas. Pueden ser de plata sus grilletes, pues el vulgar hierro es anatema para la gente de los sueños, pero no por ser de tan precioso metal, dejan de ser cadenas y convertirse en joyas. Aunque sería desmerecer la labor del artesano que las forjó, no reconocer, que la más finamente labrada joya de nuestro mundo, tendría en ellas una más que digna rival.

    Sonríe para sí Caródamon, el reo de impiedad, el enemigo de los dioses, ante el fútil intento de su cautivo por ocultarle lo que ya cree saber. Perdida entre la maraña del relato de Danker, ha creído hallar la respuesta a uno de los pocos misterios que aún no había desvelado. Sin embargo, tiempo es lo que le sobra al tirano inmortal. Mientras que entretenimientos como el que para él suponen, tanto las medias mentiras de su cautivo, como las intrigas de sus súbditos, son lo que le faltan. Especialmente, desde que su amada amazona, Nóctiren, pereciera a manos de enemigos indignos. Enemigos inmisericordes, sin un corazón que se apiadara de su belleza salvaje e indómita.

    —Hasta el momento —dice Caródamon con su voz suave pero autoritaria—, poco has hecho, pobre infeliz, excepto presentarme a los peones de un juego que hace mucho que terminó para ambos.

    —No os apresuréis en juzgar aquello que os relato —responde en tono quejumbroso, Danker, sin dejar de manifestar un dolor que estaba lejos de sentir—, sin esperar a oír el desenlace de mis desven...

    —No te equivoques —lo interrumpe con firmeza el oscuro soberano—. No son tus desventuras las que me interesan. Al contrario, es la benevolencia que en ti ha derramado el N´Arcan Durmiente, perpetuando tu existencia en su reino, la razón por la que me digno a escuchar tus lamentos sin sentido.

    —¿«Benevolencia»? —repuso el bardo con amargura— ¿Así definís el capricho por el que me encuentro encadenado y sometido bajo vuestro poder?

    —Poco demuestras conocer la perspectiva desde la que los dioses nos observan, al hacerme semejante pregunta ¿No sois los poetas, aquellos que más cerca estáis, junto con los locos, de la divinidad? —se burla, con una mueca feroz surcándole el rostro, cual cicatriz nacida de su alma marchita—. Para ellos, lo consustancial no es que estés cautivo, eso es accidental, lo que les importa es que subsistas para ser testigo y prueba de su poder. La situación en que des testimonio de su voluntad no les importa lo más mínimo.

    —Me niego a creer vuestras palabras —responde Danker, desolado.

    —Entonces, poeta, cómo tanto confías en ellos —agrega con un gesto de desprecio, el desterrado inmortal—, te permito que invoques su ayuda en mi presencia. Ya veremos si responden a tu súplica y se atreven a presentarse en mi reino, aquellos a quienes rezas, a cuyos rostros escupí y cuyos palacios quemé, eras antes de que tu gente supiera lo que era el fuego —y al ver que el temor muda el semblante de su interlocutor y que se aleja de él, continua con sacrílego gozo, con una sonrisa feroz en los labios y un brillo de locura en sus ojos—. ¿Qué es lo que ocurre, Danker, te han advertido tus dioses de que me van a fulminar y temes que te alcancen con un rayo dirigido contra mí? —añade, extendiendo sus brazos hacia el cielo—. ¿Ves alguna nube, oh poeta que a los dioses veneras? ¿Oyes algún trueno que anuncie mi castigo? ¿A que no? —termina diciendo, una vez recuperado el control sobre sus emociones, en tono más sosegado—. Ten presente lo que te voy a decir, siempre que a mí te dirijas: A donde alcanza mi poder, el de ellos se desvanece. En mi presencia no hay más dios que yo mismo ¿Ha quedado claro?

    —Si, ha quedado claro —contesta, sumiso, Danker—. Pero, no por ello dejan de molestarme mis cadenas —añade con un poco de su habitual arrogancia mezclada entre el miedo.

    —¿Crees —le pregunta, Caródamon, divertido, y en parte aplacado, por su insolencia—, que si no cargaras con ellas, podrías huir de mí?

    —En absoluto, no soy tan necio, como podríais pensar, por lo poco que he demostrado conocer a los dioses. Pero sin ellas estaría más cómodo y podría seguiros el paso —responde el bardo, alzando sus grilletes ante el que fuera hijo adoptivo de Mordyr, Señor de los Secretos.

    —Sea pues —asiente el ilegítimo soberano de la Corte Oscura, y a un gesto de sus largas y delicadas manos, las cadenas de aprisionaban las muñecas y tobillos de Danker se desprenden y desvanecen ante su sorprendida mirada—. Y ahora que estas más cómodo, será mejor que continúes con tu relato, y más vale, que lo que me vayas a contar sea interesante, pues de lo contrario, volverás a los calabozos, aunque esta vez para no salir jamás.

    —Me doy por avisado y asumo el riesgo, empero, no dudo de que mi relato, hasta el momento, aún a riesgo de contradeciros, os ha proporcionado mas preguntas que respuestas...

    —No te otorgues el mérito de saber lo que ignoro y lo que no, de aquellas intrigas de las que fui el supremo artífice —le interrumpe, divertido, Caródamon, con falsa afectación.

    —Mucho me temo —añade, Danker, en tono contrito, consciente del riesgo que asume al desvelar su mejor carta—, que con vuestra aseveración caéis en el error de la soberbia, y en la ceguera que ella conlleva.

    —Tu insolencia ha dejado de hacerme gracia, miserable —le responde su captor, con la gélida entonación de quien está a punto de sentenciar a muerte a su interlocutor—. Pronto has olvidado, que tienes ante ti, a alguien, cuyo poder iguala al de tus dioses.

    —No lo olvido —añade Danker, suplicante, hincando ambas rodillas ante Caródamon—. Sin embargo, debo rendir tributo a la verdad, por más que en ocasiones la embellezca, y si me encarceláis de por vida, sin esperar a escuchar el final de mi relato, nunca sabréis lo que puedo deciros.

    —¿Y aquello que «puedes» decirme estará «embellecido»? —inquiere con frialdad el soberano de las pesadillas—. Tal vez, deba sacarte la verdad, y después, arrojar tus despojos a mis sabuesos de blanco lomo. Sabes que puedo hacerlo.

    —Cierto, lo sé —asegura el bardo en tono zalamero—. ¿Pero sería el espectáculo de mi tortura, mejor que mi relato?

    —Ciertamente, no, no lo sería —reconoce el déspota de las tinieblas—. Pero si tu historia me decepciona, puedo disfrutar igualmente del susodicho entretenimiento. De manera, que será mejor para ti que no sea así. Ergo, te conmino a que dejes de lado ese lenguaje plagado de enigmas, con el que me has obsequiado hasta ahora, y comiences a despejar las nieblas con que has orlado tu narración, pues, de no ser así, conoces de sobra cual será tu destino.

    —Así lo haré —se limita a contestar el acobardado bardo, consciente de lo cerca que ha estado de perder su ascendiente sobre Caródamon.

    Y tras tragar saliva con dificultad y secarse el frío sudor que brilla en su frente, retorna su mente a viajar por entre el laberinto de sus recuerdos pasados y recientes, intentando alejar el curso de su relato de sus propias peripecias, y acercarlo, en cambio, a la figura de Nóctiren, la amada de su captor.

    ...............................

    Una vez concluido el relato de cómo Azor y los suyos lograron el reconocimiento del Consejo de los Diez, Arsa, para solaz de su hija Shelis y sus doncellas: Valdia y Alesia, continuó describiendo las solemnes y festivas bodas del Rey Harald con su prometida, la joven doncella Dialdameblán. Todo el reino se regocijó en aquella señalada fecha, o así lo pareció a los ojos del mundo. Solamente parabienes se desearon ese día a los felices esposos, que en verdad comparecieron radiantes ante los

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