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El Manto de la Noche: Cantares de Pallanthia, #1
El Manto de la Noche: Cantares de Pallanthia, #1
El Manto de la Noche: Cantares de Pallanthia, #1
Libro electrónico490 páginas7 horas

El Manto de la Noche: Cantares de Pallanthia, #1

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Información de este libro electrónico

El joven señor regresa de su búsqueda. Es motivo de gozo para su familia y sus aliados. Su señor padre decreta fiesta, se abren las despensas del castillo, se sacan los barriles del vino bueno y las mejores viandas, se despliegan los estandartes, se cantan canciones y se cuentan historias. Han sido veinte veranos de paz, de campos bien labrados y cosechas abundantes, de caminos seguros y noches serenas, de prosperidad para el reino y sus gentes.

Pero mientras los jóvenes festejan la hazaña de su amigo y la bella gente danza, los pecados de sus padres amenazan su futuro y un viento de tormenta comienza a cobrar fuerza.

Bienvenidos al reino de Pallanthia, tierra de caballeros y juglares, en donde los caminos de mortales e inmortales se entrecruzan tejiendo historias. Espero que disfruten de la estancia, pero recuerden: no prueben la comida de las hadas...

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 ago 2021
ISBN9798201806545
El Manto de la Noche: Cantares de Pallanthia, #1
Autor

Ismael Fernández García

Sobre mí: Me llamo Ismael Fernández García, cántabro de 1977, licenciado en Historia Antigua y Medieval por la Universidad de Cantabria, lector voraz de cómics, fantasía, histórica, ciencia ficción, terror, autores del siglo XIX, reglamentos de wargames o de rol... cualquier cosa que me permita evadirme un rato de los problemas cotidianos. Trabajé de Auxiliar Técnico Educador en Centros de Menores, en Centros de Atención a la Discapacidad y en colegios de primaria y también de Técnico de Jardín de Infancia en guarderías. Formé parte de asociaciones juveniles de juegos de rol, estrategia y simulación. Colaboré en jornadas de ocio alternativo. Y todo aquello no fue más que el principio antes de embarcarme en la aventura de la escritura y la publicación. Aventura que deseo compartir por muchos años con todos los aficionados a la lectura. Como un paso más en esta aventura, planeo dar nueva vida al JDR "Ital: El juego de Rol Heroico Medieval" del cual iré desgranando parte de sus historias en mi blog. Espero que las disfrutéis tanto como yo.

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    Vista previa del libro

    El Manto de la Noche - Ismael Fernández García

    El Seductor Manto de la Noche Oculta Peligros sin Nombre

    Ante todo agradecer a Antoniel, Azor, Bakur, Carranza, Elgi. Kyzrrel y Soth por los buenos ratos pasados.

    Serie: Cantares de Pallanthia.

    Libro Primero: El Manto de la Noche.

    © Ismael Fernández García, 2020.

    RESERVADOS TODOS LOS derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su trasmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    Imagenes interiores de Ismael Fernández García

    Blog del autor https://laitarca.blogspot.com/

    Imagen de portada obtenida de esudroff en Pixabay

    Tomo I

    Medianoche en la Tierra de los Sueños

    Oscuridad, Sombras Y Susurros.

    Oscuridad, sombras y susurros en torno a un trono. Sobre el trono, una figura poderosa y llena de melancolía. Sus ojos no brillan más al contemplar la púrpura regia de su manto. Los cumplidos de sus cortesanos, sin despertar el más mínimo interés en su Señor, se pierden en los amplios salones de la Corte.

    Ante el trono, un bulto cubierto de cadenas gime de dolor. La sangre que mana de sus heridas fluye por el frío empedrado. Ninguno en la sala osa acercarse. Ninguno osa abandonar el cobijo de las sombras. Ninguno experimenta hacia el desgraciado sentimientos de piedad o gratitud ¿Para qué incurrir entonces en la ira de su Amo?

    Sentado en su trono, el Señor de los presentes y de millares más, mira fijamente al desgraciado que tiembla en el suelo ante él. Hace frío en su morada. No hay más brillo que el de las estrellas allá donde él aposenta sus reales, ni más fuego que el de su poder... o el de su furia.

    —Luz —musita desde el trono, con voz firme y plena de extrañas tonalidades.

    Sorprendido, el cautivo intenta protegerse los ojos, pero un pinchazo en el costado se lo impide, y un nuevo reguero de sangre comienza a formarse en el suelo. Un murmullo surge de entre las sombras. Cegado por la luz, dirige su mirada en torno a sí, pero no acierta a ver nada. Un grito femenino y mal sofocado se oye surgir de entre el grupo de cortesanos. Una cicatriz le cubre de la frente al mentón, y con su único ojo aún intenta identificar a los presentes.

    —Bienvenido de vuelta a Lardar —susurra, casi para sí, esbozando una media sonrisa, el Señor de la Corte Oscura.

    —... ¿Lardar?... —gime, casi sin aliento, el encadenado. 

    —Sí.

    —... Yo... no... debería estar aquí.

    —Lamento que pienses así muchacho, pues tú firmaste nuestro pequeño acuerdo.

    —Pero... ¡No es justo! —protesta el joven malherido.

    —¿Acaso te dijeron que lo sería? ¡Guardias! —añade con un gesto de su pálida y fina mano—. Encerrar a este despojo en las mazmorras.

    En respuesta a sus palabras, cuatro figuras vestidas con finas libreas de seda negra e hilos de plata, armadas de espadas y escudos, abandonan el refugio de las sombras y, entrando en el cerco de luz en torno al cautivo, lo prenden de sus grilletes y abandonan la Sala de Audiencias.

    —El linaje de Othain[1], una y otra vez el linaje de Othain —repite para sí el soberano de los presentes y de millares más —. Que el Bardo sea traído ante mí dentro de tres ciclos —añade al final. 

    Y abandona la sala. Ni tan solo una mirada dirige a su corte de sombras. Avanza erguido, como sólo sabe hacer un verdadero rey, sin dejar traslucir duda o debilidad alguna ante unos vasallos que anhelan ocupar su trono más que acabar con los enemigos de él, su Señor, Caródamon, ayer de los Featath, hoy de la Corte de la Medianoche, mañana del Tapiz en su totalidad.

    ...............................

    Más tarde, en las mazmorras de Lardar, un malherido bardo comienza a recobrar fuerzas. Los pensamientos se agolpan en su mente, incompletos, inconexos, no comprende lo que ha ocurrido. Creía haber alcanzado una cierta paz, creía haber aprovechado una inesperada segunda oportunidad para enmendar sus errores. Pero sin embargo se encuentra atrapado e indefenso ante el más cruel de los poderes que conoce.

    Su último encuentro debería haber sido definitivo, el golpe fue rápido, imparable, limpio y letal,  el bardo murió. Pero sin embargo, eran demasiados los lazos que le ataban al mundo, el destino le negó el descanso que con tanto ahínco deseaba. Y Caródamon deseaba averiguar por qué, o de lo contrario, languidecería en oscuras y lóbregas mazmorras hasta el final de los tiempos. Pero cómo explicar algo que ni él mismo comprendía.

    Escucha el retumbar por los pasillos de las botas de los guardias, se encoge en el ángulo más oscuro de su celda, no desea enfrentarse al juicio del que fue su señor, pues sabe que no tiene las respuestas que busca. Pero es inútil, las antorchas le ciegan, cargado de cadenas como está le es imposible resistirse.

    —El Amo te ha llamado —le dice con seca voz uno de los guardias de negras libreas

    El cautivo, vacilante, se pone en píe, alzando las manos hacia sus carceleros, uno le prende de las cadenas y le empuja fuera, mientras el resto lo rodean, no hay escapatoria posible para los condenados a la Prisión de Obsidiana.

    Con premura, los guardias, lo conducen escaleras arriba, no esta permitido hacer esperar al Amo de la Medianoche. Nadie osa acercarse a la temida guardia, solo algunas furtivas miradas traicionan el interés de la corte por el caído en desgracia, esta vez no podrán saber qué se dice ante el trono, Caródamon ha ordenado que todos, sin excepción, abandonasen la sala, desea hablar en privado con el bardo.

    Las puertas de ébano se cierran tras el último de los guardias y el cautivo se queda de pie en la vacía sala, no busca el cobijo de su bosque de elaboradas columnas de mármol, marfil, plata y oro, por contra, permanece en pie ante el temido Trono de Tinieblas, las cadenas le pesan, los pulmones le duelen y le cuesta respirar el frío aire de la atmósfera de terror con que se circunda su captor. Sabe que nunca perdonó debilidad alguna. Sabe que si algo puede salvarlo es su entereza de ánimo, por más que en el pasado le faltara, ahora más que nunca necesita mantener la calma.

    En lo que intenta recuperar el resuello, ve como las antorchas del fondo de la sala se encienden una tras otra para después apagarse en cuanto la imponente figura del Señor de la Corte Oscura pasa junto a ellas, como si su mera presencia negara toda luz.

    Éste, ignorando a su prisionero, se toma su tiempo antes de ocupar su trono. Ensimismado, contempla una de las numerosas columnas de la sala, enredaderas de plata y oro cubren su práctica totalidad, y en el capitel, en virginal marfil se puede ver a una amazona de salvajes cabellos tender el arco en una cacería bajo un cielo sin estrellas. Y sin que nadie lo pueda ver, mientras en sus recuerdos acaricia a la amazona con sus largos y finos dedos, una lágrima resbala por las perfectas facciones de Caródamon el Tirano de la Oscuridad.

    —¿Sabes por qué te conservo con vida? —rompe el silencio, al fin, con voz firme

    —No —contesta, exhalando un suspiro, el cautivo bardo.

    —Entonces te lo diré. Quiero saber como has vuelto aquí después de que te matara, con mis propias manos, hace más de veinte años.

    —Entonces acaba conmigo ya.

    —¿Cómo dices? —retumba en la sala la enojada voz de Caródamon.

    —No puedo responderte a tu pregunta. Ni tan siquiera sé cómo aparecí de nuevo en Lardar.

    —La Barquera te trajo a mí presencia. Tu cuerpo malherido apareció en el río sin nombre que conduce al Olvido.

    —¿El Olvido? Me habéis privado del descanso que tanto anhelo...

    —¿Descanso? ¿Así llamas al fin de los sueños?

    —Sí, así lo llamo.

    —En ese caso, si en verdad es lo que deseas, cuéntame todo lo que te ha pasado desde tu retorno al plano mortal, y gustoso te enviaré allí donde todo deja de existir. Pero si me engañas, los tormentos con que te castigaré serán legendarios.

    —No lo dudo, de modo que comenzaré el relato de mis desdichas, justo desde el momento en que volví, tras veinte años de vacío, a este plano de la existencia.

    .......................................

    La aurora iluminaba las verdes llanuras de Pallanthia, y otorgaba un ominoso tono rojizo, a las todavía distantes nubes de tormenta, que se divisaban en el lejano horizonte.

    Desde hacía horas, aún antes de que Fasol, el primer sol de Ital, comenzara a surcar la bóveda celeste, los criados del Grande del Reino, Shoren Othaindoun, se afanaban en sus labores con determinación y renovados bríos, pues la jornada se presentaba ardua en el viejo Castillo Othainloun. El primogénito del señor había vuelto al solar paterno, su búsqueda como novel había sido concluida con éxito, tras dos años de aventuras, y le correspondía ahora a su padre entregarle el blasón familiar y ordenarlo caballero[2]. Todos los vasallos y parientes de su padre asistirían a la ceremonia, e incluso algunos de los Grandes habían dado respuesta afirmativa a las invitaciones que se les había enviado.

    Veinte veranos hacía ya de la última vez que mis pies hollaron el empedrado del viejo castillo, fue durante la  II Guerra por la Sucesión, durante su asedio por parte del ejército del príncipe heredero. Veinte inviernos y vuelvo aquí, a la muralla interior, pero no orgulloso al frente de mi mesnada, como aquel día. Sino cubierto de oprobio y vergüenza, ocultando mi presencia de la vista de todo el mundo... y en especial de ella, el objeto de una pasión arrebatadora, la inocente culpable de mi torturada existencia. ¡Cruel broma del destino!

    Y ahora estoy aquí de nuevo, y ni tan siquiera sé por qué. Y sin embargo, recuerdo todo lo que ocurrió... ¿Acaso me está negado lo que tanto temen el resto de los mortales? ¿Acaso no podré descansar nunca en paz?

    Entonces me encontró, ante mi mirada se extendían las tierras de Othaindoun, donde los campesinos pasan sus vidas sin conocer más que su pueblo y las labores del campo, día tras día, estación tras estación, y así una generación tras otra. No, no me arrepiento del camino que tomé, me arrepiento de mi falta de voluntad, de haber permitido que me convirtieran en un peón más de un juego más allá de mis propios sueños.

    Fue mientras yo vagaba por las murallas, sintiendo como mi lazo con ese plano reposaba en las estancias privadas de la menor de los hijos de mi viejo rival, Shoren, y cada nota tañida de mi lira por las manos de la cálida Shelis parecía arrancar antiguos sentimientos que creía ya olvidados, como la nostalgia del hogar, o el roce de los labios de la persona amada... Todos dones de una vida que me fue negada, ¿o acaso fui yo el que lo decidió así, aquel fatídico día, en el estanque de la Colina de Invierno? No, no decidí yo, sino ella, mis pecados hechos carne. Ella fue la que me hizo dar la espalda a quienes depositaron su confianza en mí...

    Esos mismos eran mis negros pensamientos, cuando el cándido fruto del vientre de la bella Arsa vino a mí, tal vez hablase yo en voz alta, o tal vez me leyera la mente, pues me interpeló diciendo:

    —Pero ella no era sino una parte de tu ser, caballero, luego, al inculparla a ella, reconoces la responsabilidad de tus acciones.

    —¿Quién me habla, en la soledad de una muralla en tiempos de paz?

    —Quien descubrió tu presencia tan pronto como atravesaste las puertas de esta fortaleza. Más no me deis la espalda —y añadió con cierta ironía—, podría portar conmigo un puñal.

    —En cuyo caso, yo sería una víctima propicia ¿No es así?

    —En efecto, caballero, pero si buscase vuestro final, ¿me consideráis tan necia como para  acudir sola a vuestro encuentro?

    —En absoluto mi dama, pero...

    —¿Y bien? Continuad.

    —¿Y si, por el contrario, fuera yo quien deseara vuestra muerte? ¿Que harías? A esta distancia nadie oiría tus gritos, tu familia está demasiado ocupada en el interior del castillo preparando los festejos en honor de tu hermano.

    —¿Creéis que a mi madre la sentará bien el luto? —me contestó sin temor alguno en su voz.

    —Sois osada, mi joven dama.

    —¿Aún la amáis?

    —¿Qué es lo que quieres, niña insolente?

    —Respuestas, mi audaz caballero.

    —No sois la única —la contesté— ¿por qué he vuelto? Estaba preso de la Medianoche, en Lardar, y ahora me encuentro aquí. ¿Sois la responsable de mi liberación?

    —No, creía que estabais aquí por vuestra propia voluntad.

    —Mi voluntad nunca ha contado mucho en mi vida, bella dama. Pero, entonces, ¿cómo ha llegado mi lira a vos?

    —Ha sido un regalo de mi hermano, un trofeo me dijo, arrancado a las ávidas arcas de la Corte Oscura.

    —Luego, sabíais del origen y naturaleza del instrumento —exclamé—. Y sin embargo lo habéis usado para interpretar las mismas melodías que yo enseñé hace años a vuestra madre. Y no turbó vuestro ánimo el pensamiento de quién fue su último dueño ¿No os han contado que fueron manos manchadas de sangre las que tañeron ese mismo instrumento en el pasado? ¿Qué medré en la intriga y perecí en mi última traición?

    —Sí, lo sabía, por eso mismo no temí al anterior posesor de la magnífica lira que me regaló mi hermano, pues no en vano se os dio por muerto en el sitio a este mismo castillo.

    —Eso es mentira, una espada flamígera me desfiguró la cara y me cegó de un ojo, pero no me dio muerte.

    —Mas ¿qué fue de vos, entonces?

    —Luché en el Último Salón del Alcázar Negro.

    —¡Mentís! Solamente los Grandes Ulrichan y Azor, el caballero Elgi Grun, y los exiliados Kyzrrel y Bakur llegaron a combatir en el Último Salón. El resto de la expedición se vio arrastrada por el poder de los nudos oníricos[3], incapaces de participar en la batalla principal.

    —Veo que son más de las que creíais, las cosas que desconocéis.

    —Si es así, y no mentís siempre, como cuentan las historias. Tal vez queráis contarme vuestra versión de lo acontecido en el reino hace tantos años.

    —Creerme, mi dama, será un placer para este pobre vagabundo compartir sus historias con tan adorable joven.

    —No lo dudo, caballero, del mismo modo, considero que no abuso de vuestra amabilidad, si os pido que me ayudéis a dar la forma final al cantar que me estoy esforzando en terminar para la vela de armas de mi hermano.

    —Y no abusáis en absoluto, para mí sois la señora de la fortaleza.

    —Sin embargo, no lo soy, y os estoy ofreciendo hospitalidad a escondidas de mi padre y señor...

    —Si lo que me pedís son garantías. Y ya que el honor lo perdí, luego mis juramentos carecen de valor. Os diré, que si la lira que vuestro hermano os regaló es dañada, tanto por el hierro como por el fuego, no lo dudéis, mi alma se verá arrojada a esa nada devoradora que se llama Olvido.

    —Os creo —me contestó—. Y ahora creerme vos a mí, si en cualquier momento atentáis contra la hospitalidad y protección que os brindo, no dudaré un instante en arrojar vuestro ser a tal destino atroz.

    Yo me limité a asentir sin dudar de sus aseveraciones. Así hablamos, por primera vez Shelis y yo, aquella fue la primera de las conversaciones que mantuvimos aquellos dichosos días, y no fue la más cordial. Junto a ella recordé lo que era gozar de la confianza de otra persona, expresar los propios pareceres sin temor al rechazo o el escarnio, compartir, en una palabra, lo más profundo de uno mismo en igualdad con el otro.

    Y los días fueron breves para ambos, y su cantar casi olvidado, pero nunca del todo, su hermano había desafiado a la Corte Oscura, y su hermana quería dar forma inmortal a la gesta que se alcanzó años antes contra ése mismo adversario. Si el uno la dañó con la espada, la otra la dañaría con la pluma.

    No está en mi mano saber quién la haría más daño de los dos. Pero sí sé, que la obra de la joven dama llevaba el fuego de su genio en ella, y que me bastará a mí como testimonio de mis actos. Que sea otro el que juzgue por ellos, el destino que yo merezca.

    Capítulo I: El Inicio De Todo.

    —E l inicio de todo ¿Eso queréis saber? —la pregunté yo, una vez en sus aposentos. A salvo ya de posibles interrupciones.

    —Exactamente —respondió mi dulce criatura. Mirándome con sus inmensos ojos, mientras yo caminaba como fiera enjaulada por su habitación.

    —Esta bien, pero sabed una cosa, jovencita —continué yo, adoptando la pose del maestro ante un alumno demasiado curioso.

    —¿Cual? —inquirió ella, intentando disimular su risa ante mi actuación.

    —Que el principio de todo acontecimiento, varía en función de a cuál de sus protagonistas interrogues.

    —No os comprendo —dijo ella con expresión de perplejidad.

    —Me explicaré mejor —seguí actuando yo, igual que si fuera un viejo profesor ante un alumno que cree saberlo todo—. A vos os habrán enseñado que la II Guerra de Sucesión comenzó con la rebelión del Grande del Reino Ulrichan Alantekdoun ¿Me equivoco?

    —No, no os equivocáis. Como bien sabéis —contestó ella, con la curiosidad grabada a fuego en su bello semblante.

    —Pues bien —continué yo en mi digno papel—, si me preguntáis a mí por el inicio de tal contienda, deberé empezar por lo que a mí me tocó hacer en ella.

    —Si os referís a la contienda entre mi padre y vos por el señorío de Othainloun...

    —No, no —la interrumpí yo—, entonces aún no sabía vuestro humilde huésped la magnitud que aquellos acontecimientos iban a tener. Fue mas tarde, cuando todo empezó a gestarse, cuando los movimientos orquestados en la sombra por un antiguo mal empezaron a tomar su forma definitiva.

    —Entonces decidme, ¿cómo empezó todo para vos?

    —Para mí todo empezó con mi participación en ellos —y tras una pausa para ordenar mis recuerdos, agregué—. Todo empezó cuando la Corte Oscura de Lardar me reclamó el pago por sus servicios y en compañía de la bella, al tiempo que perversa, Iobil me encaminé al Castillo Alvanloun...

    ...............................

    —Cae la noche, Dan, si no nos apresuramos no llegaremos a tiempo al castillo del Barón Alvan —le susurró la joven al oído a su acompañante mientras estrechaba su cuerpo entre sus brazos.

    El joven esbozó una sonrisa mientras dejaba que el roce del cuerpo de su compañera le embotara los sentidos.

    —Descuida Iobil —la contestó—, no quería forzar a nuestra montura, los caminos son peligrosos para la gente normal.

    Una sonrisa de falsa inocencia iluminó los expresivos ojos de la joven

    —¿Tú crees? En ese caso si que deberíamos darnos prisa — respondió ella—. No te preocupes por mí —sólo la ropa separaba ya sus cuerpos, y  besándole el cuello, añadió con una voz suave y sensual—. Tranquilo, yo me agarraré a ti para no caerme.

    Entonces, con el juicio totalmente nublado por las atenciones de su compañera, y ante la promesa de goces mayores, él prorrumpió en una catarata de risas mientras espoleaba a su caballo y ella sonreía con el brillo en los ojos de quién se sabe poseedora en cuerpo y alma de otra persona...

    ...............................

    Rendel había tenido un mal día, no, no era justo que mientras todos esos pavos presuntuosos de la nobleza se atiborraban de comida, bebida y mujeres, él un soldado fiel y devoto de Thorgan, tuviese que estar de guardia en una noche de perros.

    ¡Cómo aúlla el viento! ¡Y que frío sopla! ¡Ni que hubiesen soltado a los Famélicos Espíritus de los Oscuros! —un lobo aulló en la lejanía interrumpiendo sus pensamientos y sobrecogiéndose, musitó una plegaria contra los espíritus nocturnos mientras intentaba abrigarse con su raída capa y dar una cabezada—. ¿quién se iba a enterar?

    —¡Ah del castillo! —ese grito le despertó justo cuando soñaba que Sarla le...

    ¡Maldita sea! Quién quiera que sea ya le vale. ¿Quién le manda andar por ahí a estas horas?

    Apartando esos pensamientos, pero quedándose con la imagen de la voluptuosa moza, Rendel se asomó por la aspillera:

    ¡Bah! Otro pavo presuntuoso —pensó mientras observaba a la luz de las antorchas como descabalgaba un joven esbelto algo más alto de la media.

    El joven vestía  unas ropas de cuero negras ajustadas y de excelente calidad con las que se movía ágilmente, pese al pesado peto plateado adornado con las figuras entrelazadas de dos amantes grabadas que llevaba como única armadura.

    Una vez desmontado, el joven guió a su caballo, sobre el que permanecía montada una joven embozada en una capa de viaje negra en la que se repetía, bordado con hilos de plata, el mismo motivo que se veía en el peto de su acompañante.

    —¡Quién vive! —contestó Rendel.

    —Danker el Bardo, invitado de tu señor a la entrega de la mano de su hermana, y su acompañante la dama Iobil de Lardar.

    —¿Lardar? ¿El pavo ese viene con una...? —exclamó Rendel mientras se encomendaba a Nova—. Mierda, su blasón es el de uno de los invitados que faltan, si le pongo pegas igual acabo otra vez limpiando las cuadras —pensó— ¡Cuidado abajo! ¡Puente va! —gritó mientras dejaba caer el puente con resignación –.A ver si se entera y no le chafo los pies como al Barón Kraen...

    La pareja fue acercándose al rastrillo, ahora les podía ver bien: él era rubio, con los ojos azules y debía rondar los veintimuchos veranos, tenía su larga melena recogida en una cola de caballo que le dejaba a la vista los pendientes de oro negro que llevaba con la forma de una luna llena, tenía las manos enguantadas y en su cinturón de cuero se veían remaches plateados habilitados para colgar una lira, al fijarse en la joven no pudo reprimir un temor supersticioso, se había quitado la capa y se la estaba devolviendo a su compañero. Sí, era una de ellos, su porte, la perfección de sus formas y el tono marfil de su piel, apenas disimuladas bajo la fina gasa de su túnica, que flotaba al viento dejando ver los elaborados diseños de perlas que llevaba bajo ella.

    Rendel sintió que su garganta se le quedaba seca cuando ella se giró para mirarle, le sonreía y él sintió como si perdiera algo al asomarse en sus almendrados ojos grises, mientras la imagen de la moza que se le ofrecía sugerente en sueños desaparecía de su mente; absorto en la elfa como estaba no oyó despedirse a Danker, hasta que ella le dio la espalda para coger del brazo a su acompañante e irse con él.

    Rendel seguía con los ojos clavados en la figura de la elfa, cuya espalda estaba más oculta que cualquier parte de su cuerpo por su profusa melena del color del oro viejo cuando el mozo de cuadras llegó para llevarse al negro corcel del noble a las cuadras.

    —¡Rendel! Despierta, que estás de guardia. ¿Se puede saber que miras? —le espetó un mozo de apenas diecisiete veranos con una mirada burlona.

    —Eres demasiado joven para comprenderlo Nat, menuda hembra, me ha quitado el frío para toda la noche chaval

    —¡Eh, que no soy un crío! —exclamó indignado el pelirrojo Nat.

    —¿Así? ¿Y quién te lo ha dicho —añadió con sorna—, so crío?

    —Sarla —le espetó Nat mientras echaba a correr riéndose hacia las cuadras—, y no porque lo haya dicho, ¡sino por que lo hemos hecho! ¡Ja, ja, ja...!

    —¡Hijo de puercos criado en una pocilga! ¡Corre ahora que puedes! ¡Cómo te coja luego te voy a partir las piernas! ¡Come mierda!

    ...............................

    Completamente ajeno a esta escena, el bardo había cruzado ya el patio de armas cuando un paje llegó junto a él.

    —¡Señor! ¡Señor! —le gritó el niño, que había salido corriendo de uno de los edificios anexos a la muralla, era moreno de ojos castaños y se le notaba algo somnoliento—. ¿Es usted Danker el Bardo?

    Danker asintió con la cabeza sonriendo

    —Llega tarde, señor, la cena está a punto de terminar y las damas esperan que usted toque para ellas o les recite algún cantar, hágame el favor de seguirme se lo ruego. 

    —Tranquilo chico, respira, tú no te preocupes y guíame a la fiesta.

    El paje sonrió tranquilizado, se esperaba a alguien cansado, malhumorado y dominante, pero no, este Danker parecía haber llegado descansado y ser un hombre agradable.

    —No estaría mal poder ser su escudero, apenas lleva armadura y esta desarmado —frunció el entrecejo—, había oído que también era guerrero, pero sólo lleva esa lira tan bonita al cinto con esa talla de una mujer desnuda.

    La voz de su noble compañía le sacó de sus pensamientos cuando ya estaban cerca del salón de gala.

    —Ya oigo el alboroto de la fiesta. ¿Han bebido mucho los comensales?   

    —¿Y cuando no? ... Glups... no tenía que haber dicho eso ¿verdad? —murmuró el asustado paje. 

    —Ja, ja, ja —se echó a reír Danker—. No te preocupes chaval, que has dicho eso será nuestro secreto. ¿Vale?

    —Si, señor —respondió sonriendo tímidamente el paje. 

    —No me llames eso, llámame Dan, así me llaman mis amigos —le dijo tranquilizador Danker a la vez que le guiñaba el ojo —. Y tú, dime, ¿cómo te llamas? 

    —Chart, se... Dan

    —Bien Chart, se te ve cansado, vete a dormir, mañana a la hora del desayuno me despiertas, ¿de acuerdo? 

    —Si... Dan, gracias, adiós —contestó sonriendo Chart a la vez que se marchaba. 

    —Hasta mañana Chart, ¡no olvides llamarme para el desayuno! —le recordó cuando se iba.

    —¡Vale! —escuchó a lo lejos entre el ruido de la celebración.

    Danker seguía andando por el pasillo en dirección a la fiesta cuando la puerta del salón se abrió inundando los sonidos de la celebración el pasillo cánticos, risas, palmas, entrechocar de copas... Una pareja salía de la sala en busca de algo de privacidad, él era un joven bien formado, de cabellos oscuros y ojos claros, sus andares delataban su gran seguridad en sí mismo, pese a los efectos evidentes del alcohol en su sentido del equilibrio y los vendajes que tenía en los pies a consecuencia de algún accidente reciente, en cuanto a ella, se trataba de una joven de tupida melena morena y oscuros ojos, extracción humilde, voluptuosas formas y labios de gran sensualidad, con los cuales esbozaba una sonrisa de falsa ingenuidad, al tiempo que permitía a su acompañante que se apoyara con toda libertad sobre ella sin ocultar el menor de sus encantos.

    —Mi señor debería retirarse a sus aposentos, necesitáis descansar tras el accidente de esta mañana. 

    —Descuida, Sarla, dama mía, ya habrá tiempo para descansar después —contestó él mientras sus manos recorrían ansiosas las turgentes formas de la joven.

    —¿Quién anda ahí? —exclamó la joven reparando en la presencia de Danker.

    —Lamento sobresaltaros, bella dama, sólo soy un invitado que llega con retraso —se disculpó Danker—. Y ahora, si me disculpan —se despidió—, me he comprometido a amenizar la velada —si bien, dándoles la espalda añadió, al tiempo que continuaba hacia el salón añadió—. Aunque, por lo que veo, debido a mi tardanza, ya hay quien ha buscado otros entretenimientos distintos a mi arte, ¿no es así, Kraen de Hogunloun?

    —Métete en tus asuntos, bardo indecente, hoy es un día de fiesta y tú un invitado en ella, pero pronto nos veremos las caras y si no soy yo, será Shoren quién te de tu merecido —le increpó el caballero, pero sus amenazas fueron apagadas por el ruido de la fiesta al abrir Danker las pesadas puertas del salón.

    Perfecto —pensó Danker—, si todo va bien, tal vez sea posible acabar con dos problemas en una misma noche.

    En el interior, los jóvenes allegados al noble Alvan y su hermana Marath celebraban la entrega de mano de ésta a su prometido Horner de Brierloun. Todos disfrutaban de una velada memorable, transcurrida entre vino, bella compañía y canciones. Además, aunque todos sabían que no podían esperar nada más que sonrisas y bailes de las hermanas de sus amigos, y pobre de aquel que intentara algo más, no era ese el caso de las chicas del pueblo que, como Sarla, aspiraban a conquistar a algún joven prometedor y por ello accedían a trabajar como criadas en este tipo de fiestas de los jóvenes nobles locales.

    Sin demorarse más, Danker cruzó la sala para presentar sus respetos al anfitrión, el Barón Alvan un hombre de treinta y algunos no confesados veranos que, pese a poseer una gran reputación como estratega y guerrero, sus rudos modales y su escaso atractivo, mención especial merecen sus numerosas cicatrices, doloroso recuerdo de su captura, en oscuras circunstancias, por la Corte del Anochecer, habían conducido al fracaso todos sus noviazgos y parecía que condenado a la soltería; y a la pareja de recién prometidos: El joven Horner hijo de uno de los más leales caballeros del Rey Harald Erkebrandoun con un prometedor futuro, atractivo pero de escaso ingenio y la Dama Marath, hermana pequeña de Alvan, el anfitrión del evento, sin el atractivo físico que se pudiera desear pero con las tierras y el sentido común que necesitaba su prometido.

    —¡Dan, ya creía que no ibas a venir! ¿Qué te parece el ambiente que se respira aquí? —le obsequió a modo de saludo el Barón al tiempo que le daba una sonora, y dolorosa palmada en la espalda.

    —Muy bueno, Alvan ¿Y vosotros, pareja, que tal? —respondió Danker.

    —¡Estos no sé —contesto por ellos Alvan—, pero yo deseando que hagan los votos ante Nova por si alguno le da por echarse atrás!

    —¡Alvan! —exclamaron los prometidos en tono de reproche. 

    —No me extraña que estés soltero cuñado, con esos modales...  —añadió  Horner.

    —Cuidado con lo que dices Horner, y vigílate las manos, Marath, que has de mantenerlo a raya todavía —se defendió Alvan.

    —Tiene razón, hermano —respondió la aludida—, no es lo mismo tratar a las mujeres que a la soldadesca.

    —Eso depende de la mujer a la que nos estemos refiriendo —intervino Danker—, yo creó que lo mejor es ser directo —en ese momento llegó una criada con bebida, a la que Danker cogió del brazo y la sentó en su regazo.

    —¿A qué tengo razón, gatita? —la pregunto  mientras recorría con su mano aun enguantada los desnudos hombros de la joven.

    Ella intentó zafarse del abrazo de Danker pero no pudo, al contacto de la enguantada mano del joven comenzó a sentir que la mente se le nublaba, sus caricias eran tan agradables.....

    —Claro que si —se sorprendió a sí misma escucharse decir sin quererlo —, no hay nada malo en tomar lo que uno quiere —añadió aún sin saber lo que decía y acercando sus labios a los del atrevido bardo.

    En ese momento, apartándose de la joven, como si se hubiese acordado de repente de algo, dijo Danker

    —Pero yo he vendió a actuar, no a hacer vida social, además —añadió a modo de disculpa mirando a la criada—, no creo que mi esposa Herder aprobara esto...

    Al oír lo último la camarera se levantó roja como un tomate sin comprender la razón de su comportamiento, pero sintiendo como si algo estuviese comenzando a arder en su cabeza, una idea sin forma definida, ajena a su voluntad.

    —Esto...  yo tengo que atender a los demás invitados —contestó la ruborizada pero sonriente joven, al mismo tiempo que recogía su bandeja.

    —¡Vaya! moza, no tienes por que irte —exclamo Alvan—, el que Dan pertenezca a otra no significa que todos estemos casados

    —¡Hermano! Mantén la compostura —lo amonesto Marath —. No es él el que habla sino el vino, discúlpale—le dijo a la criada haciéndola ver cual era su lugar y que debía irse.

    La joven estaba haciendo el ademán de marcharse cuando comenzó a sentir como si el cuerpo le ardiese e inesperadamente se volvió hacia Alvan y acercándose a él contestó a su señora.

    —No hay nada que disculpar, él es el amo del castillo y si quiere que me quede —dijo mientras sonreía al noble y se sentaba junto a él posando su cabeza sobre su hombro—, me quedare junto a él.

    —Lo ves hermana, aun hay quien sabe a quien debe obedecer —intervino Alvan a la vez que pasaba su brazo por la espalda de la criada para abrazarla.

    —Haz lo que quieras —contesto reprimiendo su rabia Marath.

    —Cuidado con ese genio —sugirió Horner—, a ver si me vas a asustar antes de la boda, deja a tu hermano, que sabe cuidarse.

    Con un gesto de desdén, Marath apartó la mirada de sus compañeros de mesa y la pasó con indiferencia en la actuación del bardo. Danker podría haber ido andando a la tarima habilitada para las actuaciones, pero no lo hizo. Tras prestar algo de atención a lo que ocurría en la mesa, había cogido un tonelillo de vino, lo había puesto sobre la mesa, se había subido encima y haciéndolo rodar con los pies iba andando sobre él mientras hacia malabarismos, mesa adelante, ante el alborozo de los presentes, para, al llegar al final de la mesa dar un alto y aterrizar sobre la tarima, donde recibió los aplausos de su público con una reverencia.

    —¡Gracias amigos! Os podría obsequiar con un largo y aburrido discurso sobre la importancia del matrimonio y el compromiso que representa, pero no es momento para ello, de hecho  —añadió—, supongo que ya se habrá encargado de ello nuestro amigo de ahí —dijo mientras señalaba a un joven vestido con el hábito de Thorgan que yacía borracho y dormido sobre una mesa—, cuando aun estaba sereno, claro, perdonad a Horaldo, no es mal chico, pero es que no soporta el vino. Además,  esto es una fiesta ¿o no?

    —¡Sí! —gritaron todos golpeando sus mesas con copas y jarras, alguna de las cuales se rompieron salpicando a los presentes, ante lo cual muchos comenzaron a reírse estrepitosamente.

    —Pues a ver si es verdad, voy ha interpretar una melodía que ya conocéis todos, El Caballero y la Dama en honor de los futuros esposos y quiero que todos, sin excepción, marquéis el ritmo con palmas —dijo Danker al mismo tiempo que cogía su lira encantada.

    Al verla uno de los invitados, Doug, un joven corpulento famoso por su fuerza y su poco amor al ejercicio físico, quien le conocía de otras fiestas similares le preguntó:

    —¡Eh!, ¡Dan!, ¿Qué ha sido de la lira que tenias antes? 

    —¿Cuál de ellas? —pregunto Danker con cara de circunstancias.

    —La de la talla de la elfa desnuda

    —¡Ah! esa lira... es una triste historia, la quería como a una amante pero...  —con un gesto de resignación añadió—, mi mujer me obligó a deshacerme de ella

    Ignorando el coro de risas y burlas que despertó su comentario Danker, comenzó a tocar su mágico instrumento. Era el momento de la verdad, antes había conseguido ocultar a Marath el verdadero alcance de su poder y manipular la mente de la camarera sin que ella se diera cuenta, pero ahora debía socavar sus defensas mentales en un duelo directo de voluntades entre la maga de Balembeth y él, de lo contrario sus planes y los de aquella a quien debía lealtad podrían verse comprometidos.

    Marath, ajena a los encantamientos que la música del bardo estaba tejiendo sobre ella, se encontraba distraída hablando con su prometido al mismo tiempo que recriminando a su hermano que prestara tanta atención a una simple criada. No se percató de la verdadera naturaleza de la música hasta que fue demasiado tarde, intentó oponerse a ella y la tensión del choque de voluntades obligó a Danker a empeorar la calidad de su interpretación para reforzar la presión sobre la mente de la joven, pero el hechizo ya había comenzado actuar y todo esfuerzo de Marath fue en vano, la melodía del bardo inundaba sus sentidos y al final sucumbió a su encantamiento.

    Al terminar la interpretación Danker recibió los aplausos de su auditorio con una sonrisa triunfal, con Marath neutralizada sus aliados tendrían el camino libre para alcanzar sus objetivos.

    La fiesta continuó todavía un tiempo más, Danker borracho por su triunfo sobre Marath continuó tocando sobre el escenario complaciéndose de su dominio sobre las reacciones de la joven, primero eran cosas sencillas como mirar hacia un lado o coger una copa, cuando estuvo seguro de tener atada la voluntad de la maga blanca abandono el escenario entre los aplausos de los presentes, aunque lo que más halagó a su orgullo fue la sonrisa que sin manipulación alguna por su parte le dedico la joven cuya mano se había entregado en aquella fiesta.

    ................................

    Je —pensó Rendel mientras miraba como se iban apagando las luces de la sala de festejos —, ya están todos borrachos como cubas y follando como conejos con sus fulanas, ¡dura vida la del noble! Plena de peligros y amenazas... ¡cabrones!, éso es lo que son, unos cabrones. Y el que más el marica de los pendientes que llego con la onírica, menudo pedazo de...

    —¡Ju, ju, ju! —oyó reírse el guardia.

    —¡Quién vive! —gritó Rendel.

    —¿No te lo imaginas? —escucho decir a una musical voz de mujer.

    —Yo no me imagino nada —contesto Rendel, no veía a nadie, no sabía de donde

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