Galerna (Anotada)
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Joaquín Dicenta Benedicto
Joaquín Dicenta Benedicto (Calatayud, Zaragoza, 3 de febrero de 1862 - Alicante, 21 de febrero de 1917), periodista, dramaturgo del neorromanticismo, poeta y narrador naturalista español, padre del dramaturgo y poeta del mismo nombre y del actor Manuel Dicenta.
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Galerna (Anotada) - Joaquín Dicenta Benedicto
Capítulo I
Amanece. Violeta pálido es el cielo. Ni la más pequeña nube hay en él. El mar parece lago, que poetizan las gaviotas con el desperezo de sus alas. Por la cumbre de un monte verde, conduce sus vacas el pastor. Chirriante baja una carreta, al pezuñeo cansino de dos bueyes, por los accesos de otro monte. El boyero canta:
«Es la mozuca mía
la mejor moza
que hay desde Castro-Urdiales
hasta Reinosa.»
Así, esclavizando a la hermosura de su queredora todo el mujerío montañés, canta su cantar el boyero; y van los ecos del cantar extendiéndose por el espacio en himno de amor, que sube y se pierde hacia los orientes de la luz.
¡Amanecer tibio de Julio, el aire te embellece con el musicar de sus besos sobre las hierbas enjoyecidas por los brillantes del rocío; con su ir y venir sobre las aguas del Cantábrico, que se deshace contra el rocaje en caireles de espuma!... A tus resplandores va contorneándose el pueblecillo pescador.
Las lanchas boniteras negrean encima de la ría; a pliegues apabellónase el velamen al largo de los palos.
Todo es quietud, dulcedumbre en la aldea, en la campiña y en el mar.
A misa de alba repican las campanas del románico templo. Algunas viejas suben por la cuesta que a la iglesia conduce. Son las primeras parroquianas del oficio dominical. El mocerío duerme, aguardando la misa mayor para exhibirse bajo las naves anchurosas, entre sones de órgano y perfumes de incienso.
Trasnocharon los mozos con el alivio de la fiesta. Fue grande el menudeo de los jarros en las seis tabernas del lugar. La costera empezaba bien y no era asunto de regatear las perrucas, abundando bajo las aguas el bonito. Cierto que precisaba remontar a las veinte y las treinta leguas para darse con él; cierto que, a tan gran trecho de la costa, corren las barcas, si da el tiempo en ser duro, peligros de naufragio. Pero, vaya, que bien relucen las pesetas y bien suenan en los mostradores. ¿Quién repara en perra más o menos cuando se ha pasado todo un invierno de hambre y no se sabe a punto fijo si anochecerá para algún marinero el día que amanece?
Como zaques fueron los mozos a dormir, tambaleándose más que a diario en las barcas suyas.
Tarde se acostaron también las mozas; que armóse baile de panderetas en la plaza, y entre el canto y el repicón, y los danzares y los tentujeos, pasaron guapamente las horas; y moza hubo que para encontrarla sus padres, tuvieron de hacer camino a las alturas del bosque de eucaliptos; y algo no grato verían allá los padres de la moza, porque ella bajó lloriqueando y la madre gruñendo, y el padre con más votos entre los dientes que lleva un peregrino.
¡Bah!... Ello son percances moceriles que a la postre tienen fácil remedio. ¿De qué servirían los curas en la iglesia si no sirviesen a enmendar las perrerías que hace el diablo por las praderías y bosques? Luego, que la mar traga muchos hombres y de algún modo hay que reponerlos.
Tarde fue el recojo de los mozos por su diversión; de los padres y madres por el cuido del mocerío.
De ahí que solamente un puñado de viejas, por no tener en ellas cosa que divertir y fuera de ellas cosa ninguna de cuidar, acudiesen al reclamo de las campanas.
La gente joven no saldría temprano. Ellos, porque el vino de la noche anterior se les enredaba a las pestañas. Ellas, porque el trajín del bonito es sucio, y en desemporcarse echarían dos horas,